Todo sobre el Padre Bernabé Cobo
El
Padre Bernabé Cobo nació en Lopera, un pintoresco pueblo de la sierra de Jaén,
a finales del siglo XVI. La fecha exacta de su nacimiento ha sido objeto de
debate. Cavanilles lo sitúa alrededor de 1570, mientras que González de la Rosa
y Saldamando lo ubican en 1582, basándose en el Libro del Noviciado de la
Compañía de Jesús de Lima, donde el propio Cobo declara tener diecinueve años
en 1601. Los catálogos de la Compañía, aunque no de manera exacta, confirman
esta fecha: uno de México de 1638 le atribuye cincuenta y seis años, apoyando
la fecha de 1582, mientras que otro del mismo lugar de 1632 le asigna cuarenta
y nueve años, sugiriendo un nacimiento en 1583.
Esta
incertidumbre fue resuelta por A. Vázquez de la Torre, quien, al estudiar los
antiguos libros de bautismos en Lopera, encontró la partida de bautismo del
Padre Cobo. Dice así:
"En
veinte y seis de noviembre de mil y quinientos y ochenta años, bauticé yo, Juan
Jurado, capellán, a Bernabé, hijo de Juan Cobo y de Catalina de Peralta. Fueron
sus padrinos Alonso Díaz el mozo, hijo de Juan Díaz de Cañete, e Isabel de
Peralta, hija de Fernando Bueno. Y lo firmé. Juan Jurado, capellán".
No
existe otra partida en los libros de bautismo entre mayo de 1530 y septiembre
de 1587 con los mismos nombres y apellidos, por lo que se concluye que el Padre
Cobo nació en noviembre de 1580, probablemente poco antes del 26, fecha de su
bautismo. Su familia era hidalga y acomodada. Su abuelo materno, don Juan de
Peralta, fue alcalde de Lopera; su padrino de bautismo y tío materno, el
licenciado Alonso Díaz de Peralta, era de la Orden Militar de Calatrava y cura
del mismo pueblo. Sus padres, Juan Cobo y Catalina de Peralta, casados el 26 de
noviembre de 1569, tuvieron seis hijos: Juan, Juana, Catalina, Fernando,
Bernabé y Francisco, siendo este último cinco años menor que Bernabé. Al
ingresar en la Compañía de Jesús, Bernabé declaró tener tres hermanos y dos
hermanas, y que vivían de su hacienda, que consistía en olivares y una casa en
la plaza del Castillo, que hoy lleva su nombre.
No se
conservan noticias de su infancia ni de sus estudios, que probablemente se
limitaron a las primeras letras y a aprender a leer y escribir. No aprendió
oficio alguno, según su propia declaración, quizá porque no era costumbre en su
familia hidalga. Sin embargo, en sus obras se encuentran descripciones
detalladas de plantas y animales de España, que reflejan una gran capacidad de
observación y asimilación, posiblemente adquirida durante su niñez. Por
ejemplo, recuerda un venado domesticado que solía andar suelto por el pueblo,
salir al campo por días y volver, y entretenía a todos con sus peleas con
carneros y juegos con los muchachos.
Su
infancia transcurrió de manera campestre, sana y tranquila, entre los
abundantes campos de olivos y tierras fértiles de la campiña de Jaén, ondulada
de colinas y altas montañas. Cobo también rememora una conserva hecha de
calabazas, conocida en América como zapallo y en España como berenjena de
Indias. Aunque no menciona Lopera en sus escritos conservados, se declara
español nacido en Andalucía, y menciona Jaén al hablar de dos sacerdotes
naturales de allí, residentes en Lima. También recuerda con cariño las semillas
de flores y frutas enviadas desde España a Lima, especialmente la espuela de
caballero, que antes no se cultivaba en Lima.
El
joven Bernabé Cobo tenía unos quince años cuando llegó a la apartada villa
andaluza la noticia de un capitán indiano que reclutaba gente para la conquista
y colonización de El Dorado, una empresa que esta vez parecía ir en serio y
prometía grandes fortunas. En 1595, Cobo dejó la casa paterna y se alistó en la
expedición, embarcándose hacia las Indias al año siguiente. Aquí sus propias
palabras, escritas con un dejo de tristeza muchos años después debido al
fracaso de la aventura:
"Los
que hacen relaciones de nuevos descubrimientos de Indias las hacen con grandes
encarecimientos, por acreditar sus jornadas y engrandecer sus hechos. De lo que
tengo más que mediana experiencia de los muchos descubrimientos que en mi
tiempo en este Nuevo Mundo se han hecho; y cuando otras me faltaran, era
bastante para este desengaño la que saqué a costa mía de aquella gran armada en
que pasé a Indias, siendo mancebo seglar, el año de 1596 a la población del
Dorado, de cuya tierra y sus riquezas publicó en España el que solicitó aquella
armada cosas muy contrarias a las que experimentamos los que a ella
venimos".
Esta
expedición al Dorado parece referirse a la del gobernador de Guayana, Antonio
de Berrío, y su maestre de campo, Domingo de Vera. Berrío, casado con una
sobrina de Jiménez de Quesada, conquistador del Nuevo Reino de Granada, había
fundado dos ciudades: San José en la isla Trinidad, y Santo Tomé cerca de las
bocas del río Orinoco, que más tarde se llamó Angostura y hoy es Ciudad
Bolívar, en Venezuela. Como muchos otros, Berrío estaba fascinado con la
empresa del Dorado. Había obtenido una relación de Juan Martínez, un morisco
sobreviviente de la expedición de Diego de Ordaz, que describía con detalle las
riquezas y la ubicación de la laguna de Manoa, sede del famoso rey.
Decidido
a acometer la empresa, Berrío envió a Domingo de Vera a España con la misión de
obtener el permiso real y reclutar hasta 300 soldados. En 1595, Vera convenció
a los señores del Consejo de Indias, quienes le proporcionaron barcos y amplias
facultades. Reunió a muchos voluntarios, principalmente del reino de Toledo, La
Mancha y Extremadura. Hombres casados vendían sus haciendas para ser admitidos
en la armada, se alistaron veinte capitanes de infantería de los ejércitos de
Flandes e Italia, soldados veteranos que buscaban recompensa por sus servicios,
gente noble, e incluso un sobrino del presidente del Consejo de Indias, el
licenciado Pablo de Laguna.
Reunida
la gente en Sanlúcar, más de dos mil personas entre las que había muchas
mujeres, zarparon el 23 de febrero de 1596 y llegaron a la isla de Trinidad el
lunes o martes de la Semana Santa de ese mismo año. A partir de ese momento,
comenzaron las desventuras: primero hubo desavenencias con el gobernador de
Cumaná, Francisco de Vides; luego vinieron el hambre, las enfermedades y los
desastres. Vera envió seis fustas cargadas de gente desde Trinidad a la
población de Santo Tomé en el río Orinoco, residencia de Berrío, pero tres de
ellas, desviadas por un temporal, cayeron en manos de los Caribes, que mataron
a todos menos a algunas mujeres, llevándolas cautivas.
Berrío
mandó una expedición de 300 hombres a la conquista de Manoa, pero no pasaron de
un cerro llamado de los Totumos. Convertidos en esqueletos vivos por el hambre
y las enfermedades, fueron muertos por indios salvajes, salvo treinta que
lograron escapar y volvieron a Santo Tomé seis meses después, en octubre de
1596. El hambre, las enfermedades y una terrible plaga de grillos que devoraban
todo, incluyendo las orejas y ternillas de las narices de los enfermos
extenuados, azotaron Santo Tomé. Una mujer labradora, encolerizada por estos
miserables sucesos, entró un día a la presencia del gobernador y, vaciando un
zurrón con hasta 150 doblones, le dijo: "Tirano, si buscas oro en esta
tierra miserable, donde nos has traído a morir, de las viñas, tierras y casas
que vendí, me dieron eso y lo que he gastado para venirte a conocer: ahí está,
tómalo." Berrío solo pudo responder que él no había dado orden a Domingo
de Vera para traer más de 300 hombres.
La
gente que quedaba comenzó a dispersarse por Cumaná, Caracas y otras partes.
Vera murió en la ciudad de San José; la invasión del inglés Walter Raleigh, que
entrando por el Orinoco ocupó Santo Tomé, hizo que Berrío cayera prisionero y
poco después también muriera. La flamante empresa acabó tal como la describe
Cobo, aunque no careció de resultados, pues descubrió tierras hasta el
Esequibo.
¿Estuvo
nuestro joven expedicionario involucrado en estas desventuras? Creo que no:
solo las vio de lejos. Probablemente no pasó de la isla Trinidad y ni siquiera
llegó a desembarcar en ella. Vera envió cinco navíos desde Trinidad a tomar
carga en la isla La Española para que regresaran a la península; en uno de
ellos debió partir Cobo en 1596. Tal vez tenía algún empleo en las mismas
naves, o quizás por su juventud no lo consideraron apto para las duras empresas
soldadescas. Además, era necesario disminuir el número de bocas debido a la
escasez de alimentos.
El
propio Cobo afirma que la primera tierra poblada de españoles en que desembarcó
fue un pueblo de la isla La Española llamado Yaguana. Además, él, tan minucioso
en describir las tierras del Nuevo Mundo que recorrió, no menciona nada del
Orinoco, Manoa, la ciudad de Santo Tomé, ni siquiera de la isla Trinidad; solo
habla extensamente de la isla La Española, donde afirma que permaneció un año,
probablemente sin perder la conexión y dependencia con Berrío y Vera, ya que
antes lo hemos visto usar la palabra "experimentamos" al contar el
mal fin de la jornada.
La
certeza de los años 1595 y 1596 indicados anteriormente se confirma además por
otras fuentes. Cuando Cobo ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús,
manifestó por escrito que tenía "tres hermanos y dos hermanas, todos por
casar", y en los libros parroquiales de Lopera está anotado el matrimonio
de su hermana Catalina con Benito Muñoz el 13 de noviembre de 1595. Por lo
tanto, su partida para unirse a la expedición de Vera debe situarse antes de
esa fecha. Alonso Díaz de Peralta, mencionado anteriormente, en unas Informaciones
sobre limpieza de sangre del sobrino Bernabé, afirma que salió de Lopera en
1595. Asimismo, Cobo fija su viaje a Indias en 1596 en varios de sus escritos,
mencionando que el primer sitio donde desembarcó fue Yaguana y describiendo su
camino desde el mar hasta el pueblo, destacando la abundancia de limones
ceutíes y naranjos entremezclados con árboles silvestres.
Cobo
recuerda la frescura de las tardes de la isla, refrescadas por los vientos
marinos, especialmente las virazones y mareas. Su permanencia en La Española
duró un año, durante el cual tuvo que comer tortas de cazabe en ausencia de pan
de trigo, sin poder acostumbrarse a ellas. En La Española conoció una variedad
de capulíes que más tarde halló en Lima, conocidas en Perú como cerezas de la
tierra.
En
1597, desengañado de la seductora jornada del Dorado, debió romper sus
contactos con los restos de la expedición de Berrío y se le encuentra navegando
a Panamá, sin duda camino del Perú. Él mismo relata una aventura de esa época:
"Navegando de Cartagena a Puerto Belo en una fragata pequeña el año 1597,
se levantó un vendaval tan recia tormenta en el paraje de Nombre de Dios, que
nos obligó a correr a popa hasta hallar el abrigo de unas isletas, donde nos
detuvimos ocho días que duró la tormenta." Llegado a Portobelo, no está
claro si permaneció allí o continuó a Panamá, ni si en Panamá se quedó quieto o
participó en alguna excursión o aventura por Tierra Firme o Centroamérica.
Aunque menciona repetidamente Nicaragua en sus obras, probablemente se refiera
a un viaje posterior a México.
Entre
1597 y 1599, no se sabe casi nada de la vida de Cobo aparte del viaje de
Cartagena de Indias a Portobelo y su viaje definitivo al Perú. La única mención
directa de la ciudad de Panamá en sus escritos es al referirse al árbol llamado
ceiba, del que dice que solían plantarlo en las plazas de los pueblos indios y
también en algunos pueblos de españoles. Añade que conoció una ceiba en Panamá,
delante del convento de San Francisco, que permaneció allí muchos años.
Por
esos mismos años en que andaba Cobo por tierras del mar Caribe siguiendo el
fantasma del Dorado, el Padre General de la Compañía de Jesús, Claudio
Acquaviva, envió de visitador a los jesuitas del Perú al Padre Esteban Páez, natural
de Morata de Tajuña, antiguo lector de teología en Nápoles y rector del colegio
de Caravaca, quien desde 1594 era el provincial de la Orden en México. El Padre
Páez, en su viaje por mar hacia Perú, hizo escala en Panamá, y sucedió que a la
misma nave subió el joven Cobo, que ya estaba en los diecinueve años. Durante
el viaje, según Torres Saldamando, Páez y Cobo trabaron íntima amistad, y el
jesuita, prendado de las buenas cualidades y del abandono del joven aventurero,
decidió prestarle protección. Al llegar a Lima, le proporcionó una beca en el
colegio real de San Martín, un ilustre centro de enseñanza y educación dirigido
por la Compañía de Jesús, que ya era entonces, y lo fue aún más en años
adelante, un plantel del que salieron por docenas obispos, magistrados y
oidores que ilustraron con su ciencia y virtud los diversos virreinatos y
audiencias de América del Sur.
Que
este viaje fuese el año 1599, lo afirma Cobo varias veces; de que el mismo año
ingresase en el colegio de San Martín tampoco cabe la menor duda. Lo que no
queda claro es la fecha precisa de la llegada a Lima, pues mientras Saldamando
afirma que Páez y Cobo hicieron el viaje en la armada de Tierra Firme que llegó
a Lima a principios de 1599, la *Historia Anónima* de 1600, fuente mucho más
segura con respecto al Visitador, fija la fecha de su llegada el 31 de julio de
dicho año.
Veamos
los datos que el mismo Cobo nos proporciona: unas veces se refiere al número de
años que hacía de su entrada en el Perú o en Lima cuando escribía sus libros,
"sesenta y ocho años después de la conquista y cuarenta y cuatro después
de la fundación de Lima", dice en una ocasión; lo que da el año 1599, pues
Lima fue fundada el año 1535. Afirma asimismo haber alcanzado en Lima
"hace 50 años" los espesos cañaverales que poblaban las orillas del
río, donde se ocultaban los negros cimarrones; o que cuando vino a Lima
"53 años ha" no había más que una calera, y ahora había seis; y
entonces, cincuenta y tres años antes, halló en Lima palmeras de dátiles, o que
tiene cincuenta y un años de experiencia en Lima: datos útiles para determinar
la fecha de la composición o retoque de sus escritos. Otras veces fija
directamente para su llegada el año 1599, como al decir que dicho año y por los
cuatro o seis siguientes, apenas se hallaba en el tiánguez o mercado tal o cual
durazno, y esos tan caros que valían uno al real o tres por dos reales, y
después acá han venido a tanto crecimiento, que se venden en las plazas desde
doce hasta veinte al real. En otra ocasión afirma que entró en Lima el año de
1599, y que conoció ese año la iglesia de San Marcelo en su primitivo estado de
gran pobreza; y tratando de la Universidad de San Marcos, nota que cuando entró
en Lima el año 1599 todos los maestros de la Universidad eran españoles, y
después, cuando escribía, casi todos eran criollos.
Otros
dos testimonios de Cobo ayudan para puntualizar más el tiempo de su llegada. En
una ocasión, menciona haber pasado con mucho frío el despoblado de Catacaos,
cerca de Piura, que son tres jornadas de arenales secos, caminando del puerto
de Paita a Lima por el mes de septiembre. Esta afirmación, referida a este
viaje, sería contraria a la fecha 31 de julio de la “Historia Anónima”.
Pero
otra vez, copiando una “Relación” de Santo Toribio de Mogrovejo al papa
Clemente VIII, sin fecha pero no posterior al 14 de abril de 1598, en que va
firmada una carta de presentación que la acompaña, dice que dicha “Relación”
"contiene el estado que tenía esta república [Perú] al tiempo que yo entré
en ella, que fue diez meses después que esta carta se escribió". Según
esta noticia, Cobo entró en el Perú por diciembre de 1598: dato que hace
dudosa, a mi parecer, la afirmación o hipótesis de Saldamando sobre el trato del
Padre Páez y el joven Cobo en el viaje de Panamá a Lima, porque la fecha de la
*Historia Anónima* de 1600, escrita solo meses después de la llegada de Páez,
la creo firme. De todos modos, si durante el viaje no, pudo Cobo tratar con el
Visitador en Lima mismo y captar su benevolencia, o la de otros jesuitas;
porque lo cierto es que por el año de 1599 entró en el colegio de San Martín.
Este
colegio, cuyo edificio aún subsiste con el nombre de Palacio de Justicia en
Lima, ocupa una manzana o cuadra opuesta en ángulo al antiguo colegio de la
Compañía intitulado primitivamente de San Pablo. Comenzado en forma un tanto
rudimentaria el año 1576, no pudo al principio desarrollarse libremente por la
contradicción que le hizo el virrey don Francisco de Toledo. Sin embargo,
durante el gobierno de su sucesor, el virrey don Martín Enríquez, que le dio su
nombre, fue definitivamente fundado el año 1582, entrando en él solo catorce
estudiantes, hijos de la gente más principal de Lima, que se sustentaban de la
propia hacienda.
El
número fue creciendo considerablemente, y al par que el número, el influjo y la
importancia. Las Cartas Anuas de 1592 a 1594 señalan un total de 60 colegiales;
las de 1595 confirman el número y añaden que en él "se cría la gente más
principal de estos reinos". Hasta de Chile, Quito y Nuevo Reino de Granada
venían los jóvenes, atraídos por la fama de virtud y letras que en él florecían.
Las del año 1600 atestiguan un aumento de 84 colegiales, "hijos de la
gente más principal, no solo de esta ciudad [Lima], sino de todo el reino,
adonde los envían sus padres, algunos de más de quinientas leguas, por el buen
nombre que tiene este colegio en todas partes". Las siguientes de 1602
acusan un alza de colegiales que llegan a ciento. El Padre Cobo dice que el año
1601, cuando él era colegial, no pasaban de ochenta.
El
colegio tenía varios patios interiores adornados con fuentes y diversas salas
conforme a la edad de los estudiantes y sus estudios. Cada sala estaba regida
por uno o dos jesuitas que eran como inspectores; asistían a las clases del
colegio de San Pablo o a la Universidad, según las materias que cursaban. Las
mencionadas Anuas de 1600 dan un personal de ocho jesuitas para el colegio: dos
padres (uno de ellos el rector, Francisco Zamorano), cuatro escolares y dos
hermanos coadjutores. Felipe II había dado al colegio el título de real y dotado
en él diez becas por una cantidad global de 1.500 pesos ensayados el año 1588;
otras catorce becas particulares habían sido fundadas con sus rentas; el
Visitador Padre Páez fundó otras doce, que debía sostener el colegio de San
Pablo. Los demás colegiales pagaban 150 pesos de a nueve reales para su
sustento cada año. Alguna de estas becas, no de las reales, que proveía el
Virrey, sino de las particulares, fue la que debió obtener Cobo.
Acerca
de los estudios del colegio de San Martín, las noticias proporcionadas por las
mencionadas “Anuas” de 1600 son sumamente interesantes. De los colegiales,
algunos eran de misa y orden sacro, once eran bachilleres en Artes que
estudiaban teología. "Que respecto de los pocos que se aplican a esta
facultad — añade el “Anua” — es un gran número, porque sin ellos y los
religiosos, solo cuatro estudiantes la oyen en esta universidad [de Lima], que
es única en todo este reino." Doce colegiales estudiaban Artes o
filosofía, mientras que todos los demás eran gramáticos.
Fuera
de la asistencia a las clases, tenían cada día sus conferencias y diversos
ejercicios escolares: "los teólogos y artistas cada semana dos veces
conclusiones, y los humanistas una vez." Todos los días además, durante la
comida o cena, algún colegial repetía una lección de su facultad, y dos o tres
le argüían. Esto sin contar los actos mayores o conclusiones generales, que con
gran pompa y boato se celebraban varias veces al año. En el de 1600 tuvieron
cuatro: uno de Artes, dedicado a la Audiencia Real, que lo honró con su
presencia; otro de teología, ofrecido en honor del obispo de Quito, Luis López
de Solís, quien no solo asistió, sino que intervino en los argumentos y
réplicas. No dicen las *Anuas* si alguno de los otros dos actos fue de
Humanidades, pero los colegiales que las cursaban mostraban su habilidad en
composiciones de prosa y verso, oraciones, diálogos y representaciones
dramáticas, sobre todo durante las fiestas de la Concepción o de Corpus
Christi, con sus octavas. En ocasiones extraordinarias, como la entrada de
nuevos virreyes o arzobispos, las fiestas y torneos poéticos o literarios eran
fastuosos. Uno de ellos, dedicado al virrey don Luis de Velasco, es recordado
por el Padre Cobo en el que él mismo tomó parte: "En un coloquio del
Juicio — dice — que hicimos en este colegio de San Pablo de nuestra Compañía,
al virrey don Luis de Velasco el año 1599, para representar más al propio la
resurrección de los muertos, hicimos sacar de estas sepulturas antiguas [las
huacas que abundan en los campos de Lima] muchos esqueletos y cuerpos de indios
enteros y secos, que sirvieron para este caso, y causó notable espanto a
cuantos nos hallamos presentes."
El
Padre Cobo permaneció en el colegio de San Martín por un espacio de unos dos
años aproximadamente, y estudió en él únicamente Humanidades. De España no
traía más que las primeras letras. Lo declara él mismo por escrito en uno de
los exámenes que suelen hacer los novicios de la Compañía de Jesús, el cual fue
visto y copiado por González de la Rosa. Aquí está el testimonio:
1.
"He estudiado en la Compañía de Lima latinidad, arte en Manuel Álvarez,
epístolas de Cicerón. Tulio *De Officiis*, Virgilio, Lucano, oraciones de Cicerón,
Salustio, Quinto Curcio, Retórica de Cipriano, y otros autores, y paréceme que
tengo facilidad en el uso de la lengua latina."
Este
testimonio revela el tipo de formación clásica que Cobo recibió, enfocada en la
literatura latina y la retórica, elementos esenciales de la educación humanista
jesuita de la época.
El
Padre Bernabé Cobo no fue graduado en ninguna facultad. La **Retórica de
Cipriano**, que solía ser un texto en la clase inferior de las tres en que se
dividía el curso de Humanidades, probablemente fue el único curso formal que
Cobo siguió en el Colegio de San Martín. Los demás estudios los realizó ya como
jesuita. Con los datos reunidos, es fácil reconstruir su vida en esos
tranquilos años de Lima, cobijado bajo los nobles muros del colegio real de San
Martín, entregado a los estudios literarios y a una vida de piedad. Esta
experiencia debió causar una fuerte impresión en su alma juvenil después de los
azarosos años en las Antillas y Tierra Firme, pasados en la engañosa búsqueda
del Dorado.
Rara
vez sucedían eventos extraordinarios que turbaban la paz estudiantil en la Lima
virreinal. Cobo recuerda dos en sus escritos. El primero se refiere
probablemente a una excursión veraniega de vacaciones: "El año de 1600
—dice, tratando de las ballenas— caminando yo por las salinas de Huaura, vi una
de desforme grandeza, que había varado en aquella playa, y se la estaban
comiendo cóndores y otras aves carniceras." El otro es la terrible
erupción del volcán Huaynaputina, próximo a Arequipa, cuyos efectos se dejaron
sentir en Lima a más de 150 leguas de distancia. El cataclismo ocurrió "a
18 días del mes de febrero, viernes de la primera semana de cuaresma del año de
1600, como a las nueve de la noche." Cobo describe el fenómeno y los daños
en Arequipa y cercanías, y añade que en Lima los truenos y bramidos espantosos
"se oyeron tan claramente que pensamos que la armada real, que había
partido del puerto del Callao en busca de un corsario, se había encontrado con
él y que los truenos eran de la artillería disparada en la batalla."
El
Colegio de San Martín fue el primero de carácter universitario en Lima, seguido
por el Colegio de San Felipe y otro fundado por Santo Toribio de Mogrovejo, a
modo de seminario tridentino. Desde su inicio, el Colegio de San Martín fue
semillero de vocaciones religiosas. Las *Cartas Anuas* de 1594 indican que
cuatro colegiales muy escogidos entraron en la Compañía de Jesús. En 1595, de
sesenta colegiales, doce se hicieron religiosos, seis de ellos jesuitas. Esto
no es sorprendente dada la vida de piedad en el colegio. Cobo menciona que
después de entrar en el colegio, seguía la oración reglamentaria de un cuarto
de hora por la mañana, rezaba el rosario diariamente, leía el *Contemptus
Mundi* de Tomás de Kempis y otros libros devotos, y asistía a misa y sermón con
los demás colegiales.
En
este ambiente, los sueños del joven Cobo cambiaron de sentido. En lugar del
Dorado temporal que lo llevó a las Indias, se abrió ante sus ojos la
perspectiva de un Dorado espiritual. La vocación religiosa, que había estado
latente en su espíritu, afloró en Lima. Cobo declara que desde hacía muchos
años tenía la determinación de seguir los consejos de Cristo, había tenido
inclinación a ser religioso y había hecho voto de serlo. Finalmente, un año y
medio antes de escribir su testimonio, decidió entrar en la Compañía de Jesús
sin que nadie lo indujera a ello.
Estos
detalles nos permiten vislumbrar cómo Cobo, inmerso en el rigor académico y la
espiritualidad jesuita, encontró su verdadera vocación y propósito, alejándose
de las aventuras mundanas para dedicarse a una vida de servicio y estudio.
Durante
su estancia en Lima, se solicitaron informes sobre Bernabé Cobo a su tierra
natal, Lopera, en dos ocasiones: el 15 de enero de 1601 y el 8 de marzo de
1607. Estos documentos, descubiertos por González de la Rosa en Lima, contienen
datos valiosos sobre la familia y juventud de Cobo. Es posible que para
ingresar en el Colegio de San Martín le exigieran pruebas de limpieza de
sangre, un requisito común en los colegios mayores de Salamanca. Sin embargo,
para entrar en la Compañía de Jesús, estas pruebas no eran necesarias, aunque
es probable que se pidieran informes sobre la conducta del aspirante en los
lugares donde había vivido.
Bernabé
Cobo ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús de Lima el 14 de octubre
de 1601, a los 21 años. Junto con él, ingresó Ignacio de Arbieto, más joven que
Cobo, quien había llegado al Perú como paje del virrey Luis de Velasco y obtuvo
una beca en el Colegio de San Martín. Arbieto destacó posteriormente como
lector de artes y teología y escribió una Historia de la Compañía de Jesús en
el Perú, que llega hasta 1676. Ambos fueron recibidos en la Compañía por el
Provincial Padre Rodrigo de Cabredo.
El
noviciado de la Compañía de Jesús en Lima estaba en Santiago del Cercado, un
pueblo de indios cercano a la ciudad. Allí, la Compañía servía el curato y
había establecido el noviciado desde 1593. En 1599, se inauguró un edificio
propio, siendo su primer rector el Padre Francisco de Vitoria. En este
pintoresco arrabal del Cercado, Cobo pasó dos años de noviciado, dedicados a la
intensa vida interior y formación espiritual, que contribuyeron a consolidar su
nuevo ideal de vida.
El 18
de octubre de 1603, Cobo pronunció sus primeros votos religiosos, conocidos
como del bienio, y comenzó el curso regular de sus estudios en el Colegio
Máximo de San Pablo en Lima. Durante los siguientes dos o tres años, completó
el curso de Humanidades y, de 1606 a 1609, estudió artes o filosofía. Un
catálogo del Perú de 1607 menciona a Cobo como filósofo en Lima. En sus
escritos, Cobo afirma que llegó al Perú en 1599 y permaneció en Lima hasta
1609, cuando fue a la ciudad del Cusco, donde permaneció cuatro o cinco años
antes de regresar a Lima.
En su
primer periodo en Lima, Cobo recuerda eventos como el terremoto del 24 de
noviembre de 1604, que causó grandes daños en toda la costa del Perú y
particularmente en el Cusco y Parinacochas. Cobo y otros religiosos estaban en
la iglesia de la Compañía en Lima cuando sintieron el terremoto y salieron
corriendo al patio por miedo.
Cobo
también menciona la primitiva catedral de Lima, construida por el arzobispo
Jerónimo de Loaysa, que duró hasta 1604, cuando fue destruida para dar lugar a
la nueva catedral, construida por Santo Toribio y el virrey Luis de Velasco. Un
dato importante relacionado con el inicio de sus aficiones naturalistas es que
en 1608, Cobo sembró por primera vez en Lima las palmeras llamadas cocos de
Chile para aclimatarlas. Aunque estas palmeras nacieron bien, no dieron fruto
después de cuarenta años de plantadas.
Estos
detalles permiten vislumbrar cómo, durante sus años de formación en Lima y el Cusco,
Bernabé Cobo no solo se dedicó a su desarrollo espiritual y académico, sino que
también comenzó a mostrar un interés temprano por la naturaleza, que más
adelante caracterizaría sus contribuciones científicas y literarias.
La
estancia del Padre Bernabé Cobo en el Cusco desde 1609 hasta 1613 parece estar
vinculada a la continuación de sus estudios teológicos, ya que fue ordenado
sacerdote en 1613, según la información proporcionada por Saldamando y
confirmada por el Catálogo de la Compañía de Jesús en el Perú de 1613. Durante
este periodo, Cobo residió en Lima, pero realizó varios viajes y estancias en
el Cusco y otras localidades de la Sierra peruana.
En sus
escritos, Cobo menciona varias veces su primer viaje a la Sierra, refiriéndose
específicamente a la ciudad del Cusco y el valle de Yucay, donde el Colegio de
la Transfiguración de la Compañía poseía una hacienda. También menciona su
estancia en la ciudad de La Paz (entonces llamada Chuquiabo) y en el pueblo de
Tiahuanaco, aunque no proporciona detalles claros sobre el propósito de su
visita a La Paz en 1610. Es posible que estuviera allí por razones académicas,
científicas o alguna otra circunstancia.
Durante
su tiempo en el Cusco, es probable que Cobo tuviera como profesor de teología
al Padre Juan Perlín, un notable teólogo experto en griego y hebreo. Perlín
había hecho su profesión de cuatro votos en 1604 en el Cusco, donde enseñaba
teología. Cobo mostró interés en la carrera de Perlín, escribiendo en su favor
al Padre General de la Compañía, Mucio Vitelleschi, cuando Perlín fue removido
de su cátedra. La respuesta de Vitelleschi, fechada el 26 de febrero de 1613,
confirma esta intervención de Cobo.
Durante
su estancia en el Cusco, Cobo realizó diversas observaciones y encuentros
notables:
1. Fauna:
Vio un mico de forma extraña, con barba y bigotes, del tamaño de un conejo, que
fue comprado por un caballero por cien pesos.
2. Personajes
Históricos: Conoció al capitán Juan Álvarez Maldonado, quien lideró una
expedición para descubrir el Gran Mojo, y a tres nietos de Atahualpa, el último
emperador inca.
3. Arquitectura
Inca: Observó las ruinas del templo de Coricancha y la construcción del
convento de Santo Domingo sobre ellas, notando el uso de láminas de plata y
greda llanca en la unión de las piedras.
4. Cristales:
Vio un ejemplar de cristal de roca del que un artesano indígena hizo lentes de
larga vista comparables a los traídos de Italia.
5. Agricultura:
En el valle de Yucay, observó la abundancia de frutas importadas de España y el
bajo rendimiento de los ciruelos, salvo los injertados con durazno.
La
estancia de Cobo en el Cusco no solo fue una etapa crucial para su formación
teológica, sino también un periodo en el que comenzó a desarrollar su interés
científico. Sus observaciones y descripciones de la flora, fauna, y arquitectura
de la región, así como sus encuentros con figuras históricas, reflejan una
curiosidad y atención al detalle que más tarde caracterizarían sus
contribuciones a la historia natural y la etnografía del Perú.
En el
año 1610, el Cusco celebró festividades públicas que incluyeron una corrida de
toros, destacando la actuación de un indio que, montando un caballo ricamente
adornado, lanzó con increíble destreza y valentía a un toro, dejando atónito al
pueblo por lo inusual de la escena. Además, se relata cómo en ese mismo período
se realizaron investigaciones sobre el origen de los Incas, corroborando la
existencia de once reyes hasta Huayna Cápac, según testimonios del virrey
Toledo y del licenciado Polo de Ondegardo.
En
estas celebraciones, en honor a la beatificación de San Ignacio de Loyola, los
indios del Cusco exhibieron una representación de sus antiguos reyes Incas con
esplendor y pompa. Once reyes Incas, ataviados con trajes ricamente
ornamentados y portando cetros, fueron llevados en andas decoradas con plumas
multicolores por más de mil indios, encabezados por don Alonso Topa Atau, nieto
de Huayna Cápac.
Durante
el mismo año, Cobo realizó una estadía en Tiahuanaco y La Paz, donde se destacó
la extracción de un mármol blanco excepcionalmente duro y transparente,
comparable al utilizado en la construcción de San Lorenzo del Escorial. En
Chuquiabo, pudo presenciar un pilar de fuente tallado con este mármol, tan
transparente que durante la noche permitía la lectura de una carta a través de
él, y durante el día, el agua fluía por él.
Al
referirse a la antigüedad de las piedras y ruinas preincaicas de Tiahuanaco,
menciona el descubrimiento de una piedra labrada de enormes dimensiones, que,
al ser medida por él mismo en una visita posterior, alcanzaba veinte pies de
largo por quince de ancho, pulida y lisa como ninguna otra. Es posible que
durante este viaje también haya visitado las ruinas del templo del Sol en la
isla Titicaca, cerca de Copacabana, describiéndolas con asombro y detalle.
En una
palabra, a lo largo de muchos años de estudio y formación religiosa, la
personalidad inquieta y viajera de un peregrino en busca de maravillas se fue
moldeando definitivamente en el hombre de ciencia, curioso e incansable
investigador de la naturaleza americana y sus secretos. Este hombre,
concretamente, encontró su Dorado espiritual en lo que encadenó su interés y su
vida: Cobo.
En el
año 1613, lo encontramos de nuevo en Lima, ya ordenado sacerdote. Fue
precisamente en estos años, hacia 1612, cuando él mismo marcó el inicio de su
dedicación total a los estudios de la naturaleza, como veremos más adelante. Es
probable que aquí en Lima completara sus estudios teológicos, según se deduce
de un dato curioso recogido por González de la Rosa del libro de exámenes de
jesuitas. En 1615, aparecen las calificaciones de Cobo en su examen para la
tercera probación, según el mencionado escritor. Aunque en la Compañía de Jesús
no existe tal examen, supongo que se refiere al examen ad gradum, que se
realiza al finalizar el curso de estudios teológicos y está vinculado con el
grado definitivo de profeso de cuatro votos o coadjutor espiritual, al que son
promovidos los religiosos de la Compañía por el Padre General después de
completar los estudios y pasar un año de tercera probación, cerrando así el
ciclo de formación espiritual y literaria. Cobo recibió en ese examen la
calificación de satisfecit mediocriter, es decir, cumplió de manera aceptable,
aunque sin demasiada holgura. Años más tarde, en 1622, le fue concedida la
profesión solemne de cuatro votos, que realizó el 16 de mayo.
Durante
su estancia en Lima entre los años 1613 y 1615, hay algunas referencias que
podemos encontrar, aunque son escasas. Por ejemplo, se menciona el primer
ciprés que se plantó en el Perú, proveniente de unas agallas traídas de España,
en el colegio de la Compañía de Jesús de Lima en el año 1580. Este ciprés, que
tenía treinta y tres años en ese momento, fue cortado en 1613 porque
obstaculizaba la construcción de un nuevo edificio, aunque curiosamente, no
había dado semillas hasta entonces.
Cobo
también atribuye propiedades medicinales al gallinazo, una especie de ave muy
común en Lima. Refiere dos casos de curaciones ocurridos en la ciudad en 1614,
durante su estancia allí, dejando el juicio sobre la autenticidad de estos
casos a los médicos.
En ese
mismo año, 1614, menciona que llovió en la comarca de Lima durante la Cuaresma,
y relata un fuerte aguacero a tres leguas de la ciudad, en dirección a Chancay,
que formó un gran charco que duró varios días. Este evento fue considerado algo
raro y le mostraron el charco cuando él pasó por el mismo camino pocos días
después.
Para
completar el año de tercera probación, Cobo fue enviado a Juli. Según sus
escritos, el viaje lo realizó a finales de 1615 y principios de 1616, pasando
por Vilcas y Huamanga, donde también había un colegio de la Compañía de Jesús,
fundado poco antes en 1605. Juli, ubicado en las orillas del lago Titicaca, era
un pueblo con una rica historia, destacando por sus cuatro iglesias, testimonio
del esplendor del barroco hispano-peruano. Este lugar tuvo un papel especial en
la historia de las misiones jesuíticas en América, siendo un campo de
experimentación donde se desarrollaron métodos de evangelización aplicados
luego con éxito en otras regiones de América.
Durante
los años en los que a Cobo le tocó estar en Juli, el puesto misional estaba en
su apogeo. Además del cuidado pastoral de los indígenas, se beneficiaba de dos
instituciones internas de gran valor formativo para los jóvenes jesuitas: el
seminario de lenguas indígenas y el año de tercera probación, en un ambiente de
pura labor misionera con los indígenas, algo muy apreciado por los antiguos
jesuitas. Así, mediante el aprendizaje de las dos lenguas principales del Perú,
el quichua y el aymara, y la práctica del trabajo apostólico con los indígenas,
completaban los últimos aspectos de su formación y afinaban las habilidades que
consideraban más necesarias para el ministerio apostólico en las Indias.
Cobo
aprendió ambas lenguas mencionadas y afirmó que podía comunicarse en ellas con
los indígenas. Incluso realizó una breve comparación entre ambas para demostrar
las similitudes en los vocablos y la estructura gramatical, sugiriendo así su
origen común, al igual que el español e italiano surgieron del latín.
Su
residencia en Juli la sitúa en el año 1616, mencionando el clima de la laguna
de Chucuito. También describe vívidamente a un ave rapaz americana llamada
Alcamari, que conoció de cerca en Juli. Además, relata un hecho curioso
ocurrido en ese mismo año: la primera navegación en el lago Titicaca, no en las
tradicionales balsas de totora, sino en un pequeño barco hecho completamente de
madera de tuco, un árbol cuya madera era muy valorada y abundante en la
provincia de Larecaja, a unas ocho leguas de las orillas del lago.
Asimismo,
menciona su estancia en la provincia de Chucuito durante los meses de junio y
julio, los más crudos del invierno austral, donde observó que la manzanilla
resistía sin marchitarse, permaneciendo lozana, verde y cubierta de sus
vistosas flores, a pesar del frío intenso que abrasaba y marchitaba todas las
demás hierbas.
El
Padre Cobo nos informa en tres ocasiones sobre su ascenso desde los Llanos o la
costa del Perú hacia la Sierra. La primera ocasión fue en 1609, cuando se
dirigió al Cusco para estudiar teología, un evento que ya conocemos. La segunda
vez ocurrió durante su viaje a Juli para completar la tercera probación, y la
tercera ocasión, de la que hablaré más adelante, tuvo lugar en 1626. En el Perú
es un dicho común que el segundo ascenso a la Sierra es peligroso, y Cobo lo
experimentó personalmente al sufrir mareos en diciembre de 1615 en las minas de
Nuevo Potosí, cerca de Yauli, en el corregimiento de Huarochirí.
En sus
propias palabras: "A pesar de haber vivido en esta tierra durante tantos
años, en tres ocasiones que subí de los Llanos a las provincias de arriba...,
sentí este malestar estomacal, y la segunda vez me mareé muchísimo, con grandes
náuseas y vómitos. Esto me ocurrió en el año 1615, en el mes de diciembre,
mientras atravesaba la cordillera por las minas del Nuevo Potosí. Me sentí tan
fatigado que, desconfiando de recuperar la salud, le pedí a mis compañeros que
me dejaran morir allí y continuaran su camino, porque yo sentía que solo podía
entregar mi alma en ese lugar, ya que durante dos días no había podido ingerir
alimento. Sin embargo, me animaron a montar en una mula, y desde ese momento
comenzamos a descender. Apenas habíamos avanzado dos leguas cuando, de repente,
me sentí mejor y con ganas de comer".
Cobo
también describe los diferentes tipos de puentes utilizados por los indígenas
para cruzar los ríos. Algunos, llamados oroyas, estaban hechos de bejucos, en
los cuales se suspendía al caminante atado, o se lo colocaba en un cesto
similar a uno de vendimiar para llevarlo de una orilla a otra. Otros puentes
consistían en cinco vigas, tres de las cuales servían como piso y dos como
barandillas a los lados, permitiendo que el viajero caminara sobre ellas. Por
último, había otro tipo de puentes construidos con balsas yuxtapuestas, similares
a las barcas de Triana en Sevilla. Durante su viaje, Cobo cruzó esta variedad
de puentes: uno de bejucos sobre el río Jauja, cerca del pueblo de San Jerónimo
de la Oroya; uno de vigas en el río Vilcas, en el distrito de Guamanga; y otro
sobre el río Apurímac, en la diócesis del Cusco, que cruzó en 1616,
probablemente en los primeros meses del año, y que era especialmente largo, con
una longitud de doscientos pies de estribo a estribo. Además, menciona un
puente de balsas sobre el río Desaguadero, que sale de la gran laguna de
Chucuito.
Durante
este mismo viaje, Cobo presenció el reparto de tierras comunales en la
provincia de Chucuito y en Moho, un pueblo indígena situado en las orillas del
lago Titicaca, que aún conservaba su prosperidad gracias al buen gobierno de un
anciano curaca que había vivido durante la época de los Incas. Además, destaca
el servicio que aún perduraba de los tambos, entre los cuales los de Moho y
Vilcas eran especialmente amplios y bien conservados.
Después
de completar el año de tercera probación en Juli en 1616, el Padre Cobo pasó
dos años, 1617 y 1618, recorriendo las tierras del Collao, correspondientes a
la altiplanicie boliviana. Queda en duda si permaneció en la residencia de Juli
o se trasladó al colegio de Oruro, fundado en 1614. Una carta del Padre
General, Mucio Vitelleschi, fechada el 17 de febrero de 1618, sugiere que
estaba en Juli; sin embargo, Cobo mismo parece afirmar que estaba en Oruro,
como señalaré más adelante. Torres Saldamando y González de la Rosa aseguran
que durante estos dos años ejerció como misionero popular, una suposición que
podría confirmarse no solo por su dominio de los dos idiomas generales del
Perú, el quichua y el aymara, sino también por su contacto directo con los
indígenas, del cual da testimonio en sus escritos, a menudo aprovechando para
fines científicos al indagar sobre sus antigüedades.
Cobo
menciona su residencia en Oruro al hablar sobre la riqueza de sus minas,
señalando que estuvo allí en 1617: "He visto, hallándome en Oruro en el año
de 1617, que se vendían varas de mina por mil o dos mil pesos, y que alguien
descubrió una mina y la vendió por cincuenta mil pesos en efectivo". La
extracción de plata se realizaba mediante fundición o mediante el uso de
mercurio. En 1618, durante su residencia en Oruro, Cobo presenció el beneficio
de muchos metales que contenían entre seis y ocho onzas de plata por quintal,
algunos de los cuales alcanzaban hasta treinta marcos de plata por quintal.
Aunque
su residencia en Oruro no fue completamente fija, permitió que el Padre Cobo
realizara varias excursiones, como visitar el asiento de minas de Berenguela,
ubicado en el corregimiento de Pacajes, Cochabamba, y probablemente Charcas y
Potosí. Durante estas expediciones, su propósito científico no era en modo
alguno secundario. Observó las nieblas matutinas que se formaban en el lago
Titicaca desde Juli, y mientras caminaba desde la villa de Oruro hasta las
minas de Berenguela en 1618, antes de descender de la puna, presenció cómo
estas nieblas se movían rápidamente desde las tierras bajas hacia las alturas,
disipándose instantáneamente al llegar a las cumbres de la sierra. También
experimentó el intenso frío de la puna andina mientras viajaba con un alemán
desde la villa de Oruro hasta el valle de Cochabamba. Pasaron una noche en un
páramo refugiados en una casa de paja, donde el frío era tan intenso que
encontraron el vaso de agua helado por la mañana. Los indios del altiplano, por
su parte, enterraban a sus muertos en torres de piedra, algunas de las cuales
alcanzaban hasta seis estados de altura. Cobo observó y estudió estas
estructuras a lo largo del camino real de Potosí, en la provincia de Caracollo,
entre los pueblos de Calamarca y Hayohayo, así como cerca de la villa de Oruro,
en el tambo de las Sepulturas, y en el camino de Omasuyo, cerca del pueblo de
Achacache.
Saldamando
y González de la Rosa sostienen que Cobo llegó en sus excursiones hasta Potosí
y Charcas, aunque no hay una alusión directa a estos lugares en los escritos de
Cobo, excepto una mención dudosa a Charcas. Sin embargo, algunas descripciones
están tan detalladas en términos locales que podrían atribuirse a la fidelidad
de un testigo ocular. En mi opinión, no hay duda de que con el año de tercera
probación, la vocación científica del Padre Cobo se consolidó como el ideal de
su vida, y no escatimó esfuerzos ni viajes, lo que eventualmente le valió la
reputación de ser un tanto andariego, como veremos, para observar la naturaleza
americana y realizar estudios profundos de carácter histórico y etnográfico.
Principalmente,
estos años de su segunda subida a la Sierra están asociados con la valiosa
declaración que hace Cobo: "Yo mismo, muchas veces y con más que mediana
diligencia, he visto y considerado las ruinas de los más suntuosos y antiguos
edificios de este reino del Perú, como son las del Cusco, de Guamanga, Vilcas,
Tiahuanaco, Pachacama y otras, para ver si en alguna de las losas y piedras
extrañas que de ellos se sacan hallaba señal de letras, caracteres o de alguna
labor semejante".
Hacia
diciembre de 1618, Cobo emprendió un viaje desde el Collao hasta Arequipa, lo
que marcó el final de su período de tres años en Juli y Oruro, donde ejerció
como misionero de indios y simultáneamente investigador de las antigüedades
peruanas. Durante el siguiente trienio, de 1619 a 1621, residió en Arequipa.
González de la Rosa y Saldamando lo mencionan como rector del colegio que la
Compañía de Jesús tenía en la ciudad del Misti, pero un catálogo
correspondiente a 1619 lo declara como morador del colegio, con el oficio de
"predicador de indios y lector de latín".
Cobo
mismo confirma su permanencia de tres años en Arequipa y menciona que aprovechó
la nitidez del cielo arequipeño para estudiar las estrellas y constelaciones
del hemisferio sur, dado que la ciudad se encuentra en una latitud austral de
16°. Se hace referencia a un evento inusual el 12 de junio de 1619, cuando una
tormenta afectó las lomas de Ilo, costa de Arequipa, causando fuertes lluvias
según lo informado por vecinos de la ciudad que bajaron a la cosecha del
aceite.
Además,
se menciona una experiencia de Cobo en 1620 durante un viaje de Camaná a
Arequipa, donde experimentó las garúas costeñas condensadas en las lomas del
interior, en vísperas de San Juan Bautista, "cuando es lo fino del invierno
y de las garúas".
Por
último, al finalizar su estadía en Arequipa, Cobo vivió un episodio curioso
mientras se dirigía desde la ciudad hacia el puerto de Quilca. En el camino, se
encontró con un animal parecido a un zorro llamado añutaya por los indios, cuya
defensa consistía en un líquido tan pestilente que logró repeler a un perro
grande que lo atacó, así como a un bastón con el que intentaron golpearlo. El
hedor del líquido era tan insoportable que ni el bastón ni el perro podían ser
tolerados después de haber sido rociados con él.
El
Padre Cobo se embarcaba en el puerto de Quilca hacia Pisco. Según Saldamando,
residía en el colegio de Pisco de 1622 a 1626, y González de la Rosa confirma
esta información, añadiendo que ocupó el puesto de rector. Sin embargo, también
menciona que al bajar de Arequipa se dirigió hacia Lima o Pisco, aunque no
especifica con claridad cuál fue su destino final.
Los
Catálogos de la Provincia Peruana que se conservan aportan poca información
sobre este punto. Uno de 1625 menciona a Cobo en Lima, en el colegio de San
Pablo, como lector de latín y operario de españoles. No obstante, Cobo mismo
menciona en varias ocasiones su estancia en Pisco, Ica, Nasca y otros valles de
la comarca.
El
traslado a Pisco significaba un acto de confianza por parte de la Compañía de
Jesús, ya que el colegio de esa población estaba en sus comienzos. En 1620, los
cónyuges Pedro Vera de Montoya y Juana de Luque Alarcón se ofrecieron a ayudar
con una modesta renta de 2.500 pesos a la fundación del colegio, cuya escritura
fundacional se extendió el 8 de abril de 1622. Sin embargo, hubo dificultades,
especialmente con los canónigos de Lima debido a los diezmos, y el permiso real
necesario solo se obtuvo mediante una cédula del 14 de mayo de 1627.
En
Pisco, solo residían unos pocos jesuitas selectos en esos años para establecer
firmemente los comienzos de la fundación, que se estableció en forma de
hospicio o residencia pequeña.
Un
dato importante en la vida religiosa del Padre Cobo es su profesión solemne de
cuatro votos, realizada el 16 de mayo de 1622, según varios Catálogos. No se
sabe con certeza si esta ceremonia tuvo lugar en Lima y luego partió hacia
Pisco, o si recibió la concesión del Padre General estando ya en el colegio de
esa ciudad.
Durante
su estancia en la costa peruana, el Padre Cobo recuerda varios episodios. En su
viaje del puerto de Pisco a Ica, que realizó muchas veces, quiso experimentar
el frío producido por el viento sur en los arenales de la costa. Durante una
noche en una espaciosa llanada, a pesar del fuego encendido por los arrieros,
sintió un frío tan intenso que sus manos se entumecieron y no pudo juntar los
dedos, algo que nunca le había ocurrido atravesando los páramos nevados de la
cordillera.
También
habla de las virtudes curativas del molle, un árbol común en el Perú y también
presente en España, que crece en climas secos. Ha presenciado curas
maravillosas en indios enfermos ya desahuciados del llamado mal del valle, una
enfermedad común en la comarca de Ica.
En los
valles de Nasca, Ica y Pisco, ha estudiado la elaboración del vino, ya que esta
región es la más vinatera del Perú. Menciona que en los últimos años han
empezado a pisar la uva metida en costales o sacas de melinge, lo que produce
un vino más puro, claro y blanco, que se vende a un precio más alto. El vino de
Pisco, por su parte, es más robusto y adecuado para ser transportado por mar
debido a su mayor resistencia.
Además,
menciona haber visto una planta americana en el corregimiento de Ica, llamada
por los españoles "vergonzosa", porque cierra sus hojas si son
tocadas con la mano.
La
tercera subida del Padre Cobo a la Sierra del Perú ocurrió en el año 1626 y
marca un punto de inflexión en las noticias conservadas sobre esta etapa de su
vida. El motivo de este viaje fue acompañar, por orden del arzobispo de Lima,
Gonzalo de Ocampo, a un prelado misionero que recorría las Indias solicitando
subsidios. Este prelado era el cartujo Ángel María de Cittadinis, nombrado
arzobispo de Mira in partibus, coadjutor con derecho de sucesión del arzobispo
residencial de Naxiván, en la Armenia mayor, Mateo Erazmos.
Cobo
recuerda el inicio de este viaje en el año 1626, cuando comenzaron a ascender
por el valle de Ica hacia las estribaciones de la cordillera andina. Durante el
viaje, Cobo destacó el gran rigor de estas altas sierras al arzobispo, quien
comparó su aspereza con las cordilleras de Armenia y Persia que había
recorrido.
No se
conoce con certeza el itinerario completo del viaje por el interior del Perú,
pero se afirma que Cobo recorrió las principales ciudades junto al arzobispo.
Sin embargo, es poco probable que lo haya acompañado durante todo el viaje, ya
que luego, de regreso en la costa, el arzobispo comentó sobre la aspereza de la
cordillera andina, sugiriendo que Cobo había hablado con conocimiento de causa.
Cobo
también menciona haber navegado en 1627 de Lima a Trujillo, y haber visto de
cerca a indios malabares de la India oriental, lo que podría estar relacionado
con el séquito del arzobispo.
El
arzobispo de Lima, Gonzalo de Ocampo, pasó de Perú a México en seguimiento de
la cuestación para el colegio armenio. Durante este viaje, falleció el 10 de
diciembre de 1629 en Yucatán, según lo comunicado a la congregación romana De
Propaganda Fide el 3 de abril de 1630 por el obispo de la ciudad.
En
esas mismas fechas, el Padre Cobo ya se encontraba en tierras de Nueva España.
Aunque no está confirmado que el arzobispo y Cobo hayan viajado juntos, es
posible que la coincidencia de tiempo haya influido en la precipitación del
viaje de Cobo. Desde hacía tiempo, Cobo tenía en mente visitar el virreinato
español del norte como complemento de sus estudios americanos. La idea data al
menos del tiempo de la tercera probación en Juli.
Cobo
había solicitado la posibilidad de pasar a la provincia jesuítica mexicana en
una carta al Padre General de la Compañía, Mucio Vitelleschi, fechada el 10 de
febrero de 1616. Aunque esta solicitud no se llevó a cabo, durante la estancia
en Perú del arzobispo de Mira, Cobo volvió a insistir en el tema. El Padre
General respondió el 15 de octubre de 1628, indicando que si Cobo insistía y no
se encontraban inconvenientes significativos, podría procederse con el traslado
a México.
Finalmente,
el viaje se concretó y, para el 5 de marzo de 1629, estaba arreglado. Cobo
informó al Padre General sobre esto en una carta, a la que el Padre General
respondió el 25 de abril de 1630, ya dirigiéndose a Cobo en Puebla de los
Ángeles. En su respuesta, el Padre General expresó su deseo de que Cobo termine
su historia de manera que no descuide sus deberes religiosos y no realice
tantos viajes.
Los
documentos son elocuentes por sí mismos y no necesitan comentarios adicionales.
Por un lado, nos muestran a Bernabé Cobo como una figura completa, con una vida
dedicada a la investigación científica. Por otro lado, revelan las dificultades
que enfrentó con algunos jesuitas del Perú, debido a las inevitables diferencias
de opinión entre personas con distintas formas de pensar. Sin embargo,
demuestran la utilidad y el valor para el cristianismo del apostolado a través
de la ciencia y la escritura.
Además,
muestran la conducta prudente de la autoridad suprema de la Compañía de Jesús.
Aunque inicialmente puede haber mostrado cierta reticencia ante lo que parece
ir en contra de la vida común y el trabajo apostólico colectivo de la orden,
una vez debidamente informada, otorgó su plena aprobación, e incluso aplaudió
el estudio científico individual.
El
viaje del Padre Cobo a tierras mexicanas tuvo como objetivo principal completar
sus observaciones y estudios, así como finalizar su monumental obra, la
Historia del Nuevo Mundo. Él mismo lo afirmó al expresar su inclinación natural
por investigar los secretos de la naturaleza, habiendo experimentado los climas
de ambos hemisferios del Nuevo Mundo durante muchos años.
Su
permanencia en México se extendió desde poco después de su comunicación al
Padre General en marzo de 1629 hasta el año 1643, aproximadamente trece años en
total. Cuando partió hacia México, tenía cerca de cincuenta años de edad.
En
relación con su estancia en Guatemala en 1629, durante su camino hacia México,
menciona haber visto por primera vez la chirimoya, una fruta que le pareció
exquisita y que notó que no estaba presente en el Perú. Por lo tanto, envió
semillas de chirimoya a un conocido en Lima para que las distribuyera entre sus
amigos. A su regreso de México, trece años después, descubrió que muchos de
esos árboles habían crecido y dado frutos en el Perú. Sin embargo, debido a su
escasez, la chirimoya se vendía a precios elevados.
La
carta del Padre Cobo, fechada el 7 de marzo de 1630 en Puebla de los Ángeles y
dirigida al Padre Alonso de Peñafiel, proporciona detalles interesantes sobre
su viaje.
Comienza
mencionando Nicaragua como el primer lugar que visitó, donde se dedicó a
estudiar detenidamente todo el territorio. Describe las costas y habla sobre
los vientos suestes, que son muy tempestuosos de mayo a septiembre. Durante la
navegación por estas costas, observó numerosos volcanes cercanos al mar y las
densas nubes de vapor que arrojaban, las cuales, al disiparse, generaban
vientos suestes furiosos y peligrosos.
En
Nicaragua, tuvo la oportunidad de ver por primera vez el amancae blanco, una
flor similar al amancae que abunda en los cerros y praderas cercanas a Lima, aunque
de diferente color y especie. Además, describe un árbol de floración única,
similar a la adelfa, muy común en toda Nueva España y particularmente en la
provincia de Nicaragua, donde se usan sus flores para adornar altares.
El
Padre Cobo también describe el árbol de la goma, similar al nogal, conocido
como cauchuc en el Perú y ule en Nueva España. Experimentó con la savia de este
árbol y observó cómo, al lavarse las manos con ella, estas quedaban blancas al
principio pero se volvían negras dentro de una hora, como si llevara guantes
negros.
Además,
menciona la abundancia de conchas marinas en las costas de Nicaragua, que se
utilizan para hacer cal. Recuerda haber visto la iglesia del pueblo del Viejo,
doctrina de frailes franciscanos, cuya construcción estaba extremadamente bien
hecha con cal de estas conchas.
Finalmente,
destaca la gran cantidad de mariposas en toda América, con diferentes tamaños y
colores, pero especialmente en la provincia de Nicaragua, donde una noche llegó
a contar más de doce especies diferentes que acudían a la luz de una vela.
Después
de su estancia en Nicaragua, el Padre Cobo se trasladó a Guatemala, donde había
un colegio de la Compañía de Jesús. Permaneció allí durante diecisiete días
hasta el 1 de diciembre de 1629, fecha en la que continuó su viaje. Desde
Nicaragua hasta Puebla de los Ángeles, el total del recorrido por Centroamérica
y México fue de aproximadamente 400 leguas.
Durante
su viaje, describió con gran detalle las tierras, montañas, llanuras, ríos,
lagunas, productos, jurisdicciones, poblaciones indígenas y monumentos
históricos y artísticos que encontró en su camino. Escogió una ruta que lo
llevó a la provincia de Suchitepeques, donde el pueblo de San Antonio destacaba
por su gran iglesia de cantería con detalles de ladrillo.
Continuó
su viaje pasando por Tilapa, donde comenzaba la gobernación de Soconusco,
conocida por producir el mejor cacao que se consumía en Nueva España. Luego, en
Amastepec, ingresó a una región llamada el Despoblado debido a la escasez de pueblos
en la sierra.
Durante
su viaje, llegó a Estancia Grande, donde tomó la hora "por el norte y sus
guardas", utilizando instrumentos que había fabricado en Lima. Aunque no
especifica cuáles eran estos instrumentos, podría haber utilizado algún tipo de
anteojo de cuarzo de fabricación indígena, similar a los que mencionó haber
visto en el Cusco.
El
Padre Cobo pasó la Navidad de 1629 en el pueblo de Tonala y continuó su viaje
hasta llegar al río Arenas, donde se encontraba la línea divisoria entre las jurisdicciones
de la audiencia de Guatemala y la Nueva España, así como entre los obispados de
Chiapa y Oaxaca.
Después
de pasar por Ilapatenec, donde se unen los dos caminos de la sierra y la costa,
el Padre Cobo llegó a Istatepec, donde celebró una misa cantada el día de Año
Nuevo de 1630. Antes de llegar allí, cruzó un río que marcaba la división entre
la alcaldía mayor de Tehuantepec y la gobernación de Soconusco. La villa
principal de Tehuantepec, llamada Guadalcázar, destacaba por su suntuoso
convento de Dominicos que parecía una fortaleza desde el exterior. Desde este
punto, el camino real se adentraba tierra adentro hacia Oaxaca, pasando por
varios pueblos con excelentes iglesias y conventos.
En el
valle de Oaxaca, específicamente en el pueblo de Ilacuchavaya, el Padre Cobo
vio un árbol de sabina hueco por el pie, dentro del cual cabían doce hombres a
caballo, con un diámetro exterior de 26 varas. Finalmente, llegó a Oaxaca,
donde también había un colegio de la Compañía de Jesús. Los edificios de esta ciudad
le impresionaron mucho: el convento de Santo Domingo era la obra más suntuosa
que había visto en las Indias o en España en términos de arquitectura. También
destacaban las casas del Cabildo. En cuanto a los templos y edificios,
consideraba que los del Perú eran simples chozas en comparación con los de
México, aunque pensaba que las castas de indios en México eran de "menor
valor y suerte" que los robustos quichuas y aymaraes del Perú.
Las
referencias a tierras de Guatemala en los escritos del Padre Cobo son
numerosas, aunque algunas podrían pertenecer al viaje de regreso al Perú y no
necesariamente al viaje hacia México. Por ejemplo, menciona una flor llamada
cempohual-xochitl por los indios guatemaltecos y rosa de Indias por los
españoles, que se asemeja a las rosas verdaderas pero carece de olor. El Padre
Cobo cuenta que en la iglesia de la Compañía de Guatemala celebró misa muchos
días en un altar adornado con estas flores, creyendo que eran rosas castellanas
hasta que notó que no tenían fragancia.
Además,
en Guatemala le mostraron otra flor que criaban en sus jardines, la cual era
considerada maravillosa por crecer en los troncos de otros árboles, y los
españoles la llamaban flor injerta.
El
Padre Cobo también menciona haber comido una variedad local de mamey en
Sonsonate, que en ese momento pertenecía a la audiencia de Guatemala
(actualmente al Salvador), ubicada a cuatro leguas al interior del puerto de
Acajutla. Este punto específico no está mencionado en su itinerario de
Guatemala a Oaxaca en la carta mencionada, lo que sugiere que pudo haberlo
visitado en su viaje de regreso.
El
Padre Cobo observó en tierras de Guatemala una especie de árbol que produce
bálsamo americano, con hojas similares a las del almendro y un tronco grueso y
aromático. También menciona unas calabazas que provienen del árbol llamado
higüero, utilizadas por los indios para hacer vasos para beber, conocidos como
tecomates. Los de mejor calidad eran los producidos en Guatemala, y eran objeto
de comercio para llevarlos a México.
Además,
el Padre Cobo hace una observación interesante sobre la presencia de cuervos en
América, señalando que en América del Sur no se criaban cuervos y que los
primeros que vio en Indias fueron al entrar en el pueblo de San Miguel. Esta
referencia coincide con su itinerario, mencionando un San Miguel ubicado a
quince leguas antes de Oaxaca.
También
menciona un incidente con una víbora de coral en Guatemala, cuando él y sus
compañeros se sentaron en la puerta de una venta después de terminar temprano
la jornada. Un mono que llevaba uno de sus compañeros se asustó al ver una de
estas víboras, lo que permitió al Padre Cobo estudiarla después de muerta,
observando sus colores finos que parecían un vistoso collar.
Después
de dejar Oaxaca el 21 de enero de 1630 en compañía del padre rector del colegio
de la Compañía, el Padre Cobo ingresó a las tierras del Marquesado, controladas
por el Marqués del Valle, descendiente de Hernán Cortés. Aquí comienza la
famosa región de la Mixteca, conocida por su fértil producción de seda y grana.
Fascinado por su belleza, el Padre Cobo decidió explorarla dejando el camino
real. En Yanguitlán, la principal población de la región, quedó impresionado
por un convento e iglesia construidos por tres artífices traídos de El
Escorial, así como por otros templos similares en la zona.
En
Tamazulapán, el Padre Cobo vio por primera vez el gusano de seda. Luego, quedó
admirado por la ciudad de Puebla de los Ángeles, que consideró tener una de las
comarcas más hermosas de todas las colonias, con colegios de la Compañía y
cercana a lugares históricos como Tlascala, Cholula y Guajocingo.
Continuando
su viaje, al llegar a la sierra nevada que divide los territorios de Puebla y
México, comenzó a presenciar los efectos de la inundación de la laguna donde se
asentaba la ciudad de México. Vio cómo se sacaban canoas de los árboles para
transportarlas en carretas tiradas por bueyes. Al pasar la sierra y llegar a la
venta de Córdoba, pudo ver la laguna de México con muchas poblaciones a su
alrededor inundadas.
Finalmente,
en Mejicalcingo, se embarcó en una canoa hasta llegar a su colegio, que se
encontraba a dos leguas de distancia, desembarcando en la puerta principal que
estaba rodeada de agua debido a la inundación. La tragedia de la inundación de
México lo impactó profundamente y decidió residir temporalmente en el colegio
de Puebla de los Ángeles después de pasar veinte días en la ciudad.
Durante
su viaje, el Padre Cobo recopiló numerosas observaciones sobre las tierras que
atravesó, especialmente en la región de la Mixteca, que abarca áreas montañosas
y costeras que se extienden hasta el Pacífico. En esta región, notó una gran
cantidad de pedernales blancos y de alta calidad, los cuales los indígenas
preparaban y vendían junto con una excelente yesca extraída de ciertos árboles.
Además,
mencionó haber visto madroños en la Misteca, con frutos más pequeños que los de
España, pero que no se les prestaba mucha atención. También describió una
planta con un aroma similar al orégano, que encontró a lo largo de la costa sur
de Nueva España.
En
cuanto a los cultivos, mencionó que los pepinos, conocidos como cachúas en
quichua, se daban bien en los valles de lea, Chincha y Trujillo, y que incluso
los vio en el convento del Carmen en el valle de Atrisco, a unas 30 leguas al
sureste de la Ciudad de México, aunque eran menos dulces que los del Perú. Por
otro lado, descubrió alcachofas de alta calidad en una huerta en Puebla de los
Ángeles, que hasta entonces no habían sido llevadas al Perú.
Además,
mencionó el uso del cacao como moneda entre los indígenas de Nueva España y
cómo él mismo lo utilizó para comprar diversos productos en sus viajes por el
reino. En Soconusco, conoció una variedad llamada pataste, cuyas semillas eran
el doble de grandes que las del cacao, dulces y blancas, y se les llamaba la
"madre del cacao".
Después
de su estancia en Puebla de los Ángeles, el Padre Cobo se trasladó a la ciudad
de México, donde continuó tanto con sus labores espirituales como con sus
estudios científicos e históricos con gran dedicación. Según indicaciones del
Padre General Mucio Vitelleschi y registros de catálogos de la Compañía, se
estableció en la casa profesa de la Compañía en la Ciudad de México al menos
desde 1632 hasta 1638. Durante este tiempo, no abandonó sus deberes
espirituales, pero también persistió en sus investigaciones, finalizando la
gran obra "Historia del Nuevo Mundo" alrededor de estos años.
Además,
envió la "Fundación de Lima", una parte de su obra general, para ser
impresa desde México, con una dedicatoria al jurista Juan de Solórzano Pereira,
datada el 24 de enero de 1639. Es probable que continuara realizando viajes de
investigación por los alrededores, lo que le proporcionó más material para sus
escritos.
Durante
su tiempo en México, entre 1633 y 1635, tuvo la oportunidad de conocer a José
de Moura Lobo, un destacado cosmógrafo portugués. Moura Lobo había realizado
dos viajes a China, uno por Oriente y otro a través de Nueva España, por
mandato real. Durante su estadía en la casa profesa de la Compañía en México,
Moura Lobo sostuvo conversaciones con el Padre Cobo sobre diversos temas. Moura
Lobo afirmaba que América estaba conectada con Asia por tierra, información que
había obtenido de jesuitas en Macao que habían estado en contacto con los
tártaros.
Durante
su estancia en México, el Padre Cobo tuvo la oportunidad de presenciar una variedad
de fenómenos naturales y objetos de interés. Por ejemplo, observó una piedra
preciosa muy rara, procedente del Nuevo Reino de Granada, que se encontraba en
tránsito hacia España en la armada de don Carlos de Ibarra en 1638. Esta piedra
era del tamaño de una nuez redonda y destacaba por su lustre y transparencia.
Además,
aunque no vio el árbol llamado "caá" por los indígenas del Río de la
Plata en Nueva España, sí presenció cómo se utilizaban sus hojas secas en
infusión, las cuales son conocidas como la hierba del Paraguay. También
menciona la presencia de ranas en México, las cuales son consideradas un manjar
por algunos habitantes locales.
Durante
una visita a Chapultepec, la residencia de campo de los virreyes de México, el
Padre Cobo observó tres vacas llamadas "de Cíbola", las cuales habían
sido traídas desde Nuevo México por el virrey Marqués de Cerralbo con la
intención de enviarlas al Rey. Estas vacas tenían una corcova similar a la de
un camello.
En
cuanto a la agricultura, el Padre Cobo destaca la presencia del olivo en la
costa del Perú, donde las aceitunas maduraban durante los meses de junio y
julio. Estas aceitunas eran tan grandes y tiernas que se consideraban más
apreciadas que las importadas de España.
Finalmente,
el Padre Cobo se muestra cauteloso y escéptico ante las fábulas y leyendas
sobre los indígenas, especialmente aquellas relacionadas con California.
Rechaza las historias fantásticas sobre esta región y prefiere basarse en
información obtenida de fuentes confiables sobre las propiedades y habitantes
de la tierra.
El
Padre Cobo dejó un relato detallado de un viaje científico relacionado con las
inundaciones en la ciudad de México en una carta fechada el 24 de junio de 1633
y dirigida a los jesuitas del Perú. Esta carta revela la preocupación por las
inundaciones que afectaron a la ciudad, que se remontan a decisiones
desacertadas tomadas por el virrey Marqués de Gelves hacia 1622. Se dice que el
virrey tomó medidas para proteger la ciudad contra las inundaciones con la
intención de ahorrar fondos que se empleaban en los reparos anuales y enviarlos
al Rey.
Sin
embargo, estas medidas resultaron ser contraproducentes, y en 1627, debido a
fuertes aguaceros que duraron treinta y seis horas seguidas, la ciudad se
inundó. Luego, en 1629, debido al cegamiento del desagüe de la laguna, el agua
subió en algunas calles a una altura de dos metros. Esto provocó la caída de
todos los arrabales de la ciudad y la destrucción de siete mil casas. Incluso
algunas estructuras principales de la ciudad, construidas de piedra, también
sufrieron daños.
Las
consecuencias fueron devastadoras, con un número de víctimas que se estima
entre 27,000 y 30,000 personas. Los sobrevivientes abandonaron la población en
masa, con más de 20,000 familias dejando la ciudad según informó el arzobispo
de México, Manso de Zúñiga, al Rey. Estos eventos ilustran la magnitud del
desastre y la importancia de abordar adecuadamente las medidas de prevención de
inundaciones en una ciudad construida sobre una laguna.
El
Padre Cobo identificó el desagüe de la laguna como la única solución verdadera
para prevenir las inundaciones en la ciudad de México, a pesar de su costo.
Este desagüe ya estaba siendo trabajado desde principios de siglo por Enrico
Martín, y ahora su hijo, Diego Pérez, había asumido el liderazgo en esta tarea.
La
inundación comenzó a disminuir hacia el año 1631, quizás alrededor del momento
en que el Padre Cobo regresó a la Ciudad de México. Sin embargo, como
naturalista, se sintió compelido a estudiar las causas de las inundaciones y a
examinar las obras de desagüe que se estaban llevando a cabo. Se embarcó en una
expedición para explorar el valle de México y evaluar si era posible encontrar
una ubicación mejor para el desagüe o incluso si era necesario considerar mudar
la ciudad en caso de futuras catástrofes.
El 7
de junio de 1633, comenzó su recorrido por el valle, visitando diferentes
puntos clave como Chapultepec, Tacuba, Tlalnepantla, Cuatitlán y finalmente
llegando a Jalpa cerca de Huehuetoca, en las cercanías de la laguna de
Zumpango. Durante su visita al desagüe, fue acompañado por Juan Cebicos, un
destacado racionero de Puebla y juez de las obras. La zanja excavada tenía una
longitud de más de ocho mil varas y alcanzaba profundidades de entre 15 y 66
varas. Cobo quedó impresionado por la magnitud de la obra, comparándola con las
obras más admirables de los romanos.
Después
de inspeccionar minuciosamente los lugares y las obras de desagüe, el Padre
Cobo cambió de opinión sobre la mejor manera de llevar a cabo la tarea. Su
estudio y análisis crítico arrojaron luz sobre las soluciones más convenientes
para garantizar la seguridad de la ciudad de México contra las inundaciones.
El
Padre Cobo consideró su viaje a Nueva España como una oportunidad para realizar
estudios científicos, y es interesante notar que ya en 1633 estaba pensando en
regresar al Perú. Escribió al Padre General de la Compañía de Jesús el 23 de
febrero con este propósito. La respuesta del Padre Vitelleschi, fechada el 16
de enero de 1634, muestra una plena aprobación de los trabajos científicos del
Padre Cobo por parte de la máxima autoridad jesuítica.
El
Padre General se alegró de que el Padre Cobo estuviera empleando tan bien su
tiempo y progresando en su Historia, y le instó a no considerar mudarse a la
provincia del Perú. Le recordó que su presencia y habilidades eran muy
apreciadas en donde estaba, y que cuando regresó del Perú fue con la intención
de no volver a cambiar de lugar. El Padre Cobo acató los deseos del Padre
General y permaneció en México por otros ocho años.
Sin
embargo, al principio de 1642, cuando tenía sesenta y dos años, y probablemente
sintiendo la nostalgia por su provincia natal en el Perú, así como la necesidad
de dar los toques finales a sus escritos, decidió emprender el viaje de
regreso. Este viaje de vuelta está documentado en detalle en sus propios
libros.
El
pueblo de Tehuantepec, una doctrina religiosa dominicana cercana al mar, marcó
un hito en el itinerario del Padre Cobo a finales de 1641, cuando venía de la
ciudad de México. En el convento de Santo Domingo de Tehuantepec, relata que
vio unos huesos prodigiosos de pez que guardaban debido a su gran tamaño. Estos
huesos procedían de un gran cetáceo que el mar había arrojado, y según
relataban los indios que lo vieron, su cola tenía cincuenta pies de largo.
Otro
punto destacado en su itinerario fue la ciudad de Guatemala, donde estuvo en
1642. Allí, en casa del Presidente, vio tres o cuatro águilas grandes
americanas, conocidas en aymara como "cocotaapaca".
El
lugar de embarque fue el puerto de Realejo de la Nueva España, donde, en 1642,
experimentó la invasión de un diluvio de hormigas arrieras que cubrieron el
suelo y las paredes de su aposento. En cuestión de dos horas, estas hormigas
limpiaron completamente el lugar de diversos insectos y plagas, incluyendo gusanos,
chinches, arañas, alacranes y gusanillos de la carcoma y la polilla. Luego, se
retiraron y continuaron limpiando otros espacios de la casa.
El
Padre Cobo navegó al Perú desde la otra costa del hemisferio boreal en dos
ocasiones, siendo la segunda en 1642, cuando venía de Nicaragua. Durante este
viaje, consoló a algunos pasajeros que se quejaban del calor excesivo,
asegurándoles que al llegar a la línea ecuatorial el viento sur les
refrescaría, lo que efectivamente sucedió. Algunos pasajeros, sorprendidos por
la frescura del viento, expresaron su asombro al Padre Cobo. Durante una escala
en la punta de Santa Elena, el Padre Cobo disfrutó de las mejores tortillas de
maíz que había probado en todas las Indias, las cuales les duraron varios días
durante el viaje.
El
Padre Cobo llegó al Perú alrededor del año 1642, probablemente después de
abril, ya que su nombre no figura en la congregación provincial jesuita de la
provincia peruana que se llevó a cabo el 1 de dicho mes en Lima, donde debería
haber estado presente debido a su grado de profeso de cuatro votos.
Hasta
su fallecimiento en 1657, tras quince años de plenitud y madurez científica,
continuó trabajando en su obra principal, la Historia del Nuevo Mundo, la cual
finalizó y retocó durante este período. El prólogo de esta gran obra está
fechado en Lima el 7 de julio de 1653. Es probable que residiera en el colegio
de San Pablo de Lima durante este tiempo, y posiblemente también en el Callao,
donde la Compañía de Jesús tenía un colegio.
Aunque
se supone que fue rector del colegio en su primera etapa peruana, no hay
fundamentos sólidos para esta afirmación. Sin embargo, según un Catálogo de
1655, se le menciona como residente del Callao, donde desempeñaba funciones de
lector de latín, operario de españoles y ministro. El mismo Cobo confirma su
residencia en el puerto del Callao.
El
Padre Cobo asistió a la congregación provincial celebrada en Lima el 1 de
noviembre de 1653, donde ocupó el número 14 en la lista de los padres
congregados.
Finalmente,
el 9 de octubre de 1657, falleció en Lima a la edad de setenta y siete años,
habiendo pasado sesenta y un años en las Indias, de los cuales cuarenta y ocho
los dedicó al Perú.
En sus
escritos, el Padre Cobo menciona algunos recuerdos de sus últimos años en el Perú,
aunque la mayoría de ellos se refieren a temas relacionados con sus propias
obras. Por ejemplo, hace referencia a la corriente marina que va de sur a norte
a lo largo de toda la costa del Perú, la cual más tarde fue llamada corriente
de Humboldt. Describe cómo esta corriente es tan constante durante casi todo el
año que permite navegar casi en calma en dirección al norte, mientras que la
navegación hacia el sur es mucho más difícil.
También
relata algunos eventos climáticos, como un fuerte aguacero ocurrido en Lima en
febrero de 1652, que causó preocupación debido a que muchos techos de las casas
no estaban preparados para resistir la lluvia, lo que llevó al arzobispo a
ordenar que todas las campanas tocaran en señal de rogativa. Además, menciona
el envío de halcones peruanos como regalo al Rey por parte del virrey del Perú,
conde de Salvatierra, señalando que cada envío de estos animales costaba ocho
mil pesos a la real hacienda y que en el envío de 1650 solo llegaron vivos
dieciocho.
La
personalidad científica del Padre Bernabé Cobo se revela como la de un
individuo inquieto y viajero, dispuesto a enfrentar cualquier fatiga para
adquirir un profundo conocimiento de América, sus habitantes indígenas, su
geografía, sus recursos naturales y su historia. A través de sus numerosos
viajes y observaciones directas, Cobo recopiló una amplia gama de información
sobre la tierra americana, incluyendo detalles sobre la flora, la fauna, los
minerales, así como datos arqueológicos y etnográficos.
Es
importante tener en cuenta que la mayoría de los datos biográficos provienen de
las propias narraciones de Cobo, donde relata sus experiencias y observaciones.
Sin embargo, también es relevante considerar el impacto de sus escritos en el
campo de la cultura y la ciencia. El eco de sus obras dentro de estos campos
demuestra la importancia y la influencia de sus contribuciones al conocimiento
científico sobre América.
La
obra científica del Padre Bernabé Cobo se encuentra recopilada en su monumental
"Historia del Nuevo Mundo", que consta de tres partes generales, cada
una contenida en un voluminoso tomo manuscrito. Cobo dedicó cuarenta años a
componer esta obra, desde sus años jóvenes en Lima, donde completaba sus
estudios teológicos, hasta el 7 de julio de 1653, fecha en que está firmado el
prólogo.
La
"Historia del Nuevo Mundo" es descrita por Cobo como una enciclopedia
de noticias bien compulsadas y tamizadas, que abarca aspectos tanto de la
historia natural como de la política y la eclesiástica de las tierras del Nuevo
Mundo. Aunque gran parte de esta obra se ha perdido o permanece oculta en algún
archivo desconocido, se conoce su plan general y contenido gracias a la
información proporcionada en el prólogo.
La
primera parte de la obra trata sobre la naturaleza y las cualidades del Nuevo
Mundo, incluyendo todas las cosas que produce y cría. Esta sección consta de
catorce libros, siendo el primero de carácter general. Los siguientes ocho
libros abordan las características y climas del Nuevo Mundo, así como todas las
cosas naturales propias de la región, comenzando por las cosas inanimadas como
piedras y metales, y continuando con los diversos linajes de plantas y animales
nativos de América.
El
décimo libro se centra en las plantas y animales que los españoles introdujeron
y aclimataron en América, enriqueciendo considerablemente la flora y fauna del
continente. Los últimos cuatro libros se dedican al estudio del hombre
americano, su naturaleza, condiciones y costumbres, con especial atención en
los indios, y destacando particularmente la organización gubernamental de los
incas en Perú.
La
segunda parte de la obra consta de quince libros, que abarcan diversos aspectos
relacionados con el descubrimiento, pacificación y gobierno de las primeras
provincias de Indias y del reino del Perú. Los dos primeros libros tratan
específicamente sobre el descubrimiento y pacificación de estas regiones,
mientras que el tercero ofrece un resumen de los gobernadores y virreyes que
han dirigido el territorio hasta el momento presente. Los libros cuarto y
quinto describen la estructura y el establecimiento de la república de
españoles e indios en las Indias, así como el sistema de gobierno que se
emplea, especialmente en el Perú.
Los
siguientes nueve libros ofrecen una descripción detallada del reino del Perú,
dividido por obispados y provincias, con un enfoque especial en la ciudad de
los Reyes (Lima). El último libro de esta parte describe las otras provincias
de América del Sur que están fuera de los límites del Perú. Se menciona que los
tres libros relacionados con la Fundación de Lima pertenecen probablemente a
esta segunda parte, aunque no se confirma con certeza el orden específico según
las palabras del Padre Cobo.
La
tercera parte y tomo de la obra consta de catorce libros. Los dos primeros
tratan sobre las características de la Nueva España, su descubrimiento y
conquista, mientras que el tercero aborda los gobernadores y virreyes que ha
tenido esta región. A partir del cuarto libro, se inicia la descripción de las
provincias de la Nueva España y de otras regiones de América del Norte,
incluyendo el estado actual de la ciudad de México y sus habitantes. El último
libro de esta parte describe las islas de ambos mares, del norte y del sur,
hasta las Filipinas y las Malucas, además de ofrecer un breve tratado sobre las
navegaciones en todas estas regiones del Nuevo Mundo.
Es
realmente lamentable que de la grandiosa obra del Padre Cobo solo se haya
conservado una parte, menos de la mitad de los 43 libros que la componían. Sin
embargo, incluso esta fracción conservada, especialmente los tres libros sobre
la Fundación de Lima, muestra el inmenso interés que la obra tendría para los
virreinatos de Nueva España y del Perú en el siglo XVI.
En
cuanto a los principios metodológicos que guiaron la investigación del Padre
Cobo, él mismo proporciona algunas indicaciones. Su impulso para emprender la
Historia fue el deseo de indagar y esclarecer la verdad de las cosas que se
encontraban escritas en las numerosas crónicas, historias y relaciones sobre
las Indias publicadas hasta su tiempo, ya que encontró muchas discrepancias con
la realidad. Por ejemplo, menciona una historia latina que afirmaba que en la
isla La Española abundaba el trigo, el vino y el aceite, cosas que no se
encontraban en esa isla ni en ninguna otra de las islas del área.
Consideraba
que la Historia debía basarse en un fundamento sólido, respaldado por los
archivos de la república que se estaba escribiendo. En este sentido, cita y
transcribe numerosos documentos en los libros de la Fundación de Lima, algunos
de los cuales obtuvo del archivo de la ciudad, ahora perdidos, y otros del
archivo eclesiástico que le proporcionó el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo
Guerrero. Además, su profundo conocimiento de las cosas americanas se basaba en
los muchos años que había residido en Indias, que sumaban más de cincuenta y
siete, desde 1596 hasta 1653. Esta larga residencia le permitió adquirir un
conocimiento profundo de los diversos climas y de la naturaleza de las regiones
donde había vivido, así como de los productos que producían.
La
residencia del Padre Cobo en ultramar fue tan temprana que aún tuvo la
oportunidad de conocer a algunos de los primeros pobladores, especialmente en
el Perú, y encontró descendientes de todos los conquistadores de México en esa
ciudad. Sin embargo, esto no ocurrió en el Perú, ya que muchos regresaron a
España o se dispersaron para poblar nuevas ciudades en otros territorios.
Durante su tiempo en América, también tuvo la oportunidad de conocer a un gran
número de indígenas que recordaban la llegada de los españoles a la tierra, y
mantuvo largas conversaciones con ellos aprovechando su conocimiento de las
lenguas quichua y aymara.
La
visita a los monumentos prehispánicos fue de gran beneficio para su comprensión
de las culturas indígenas. Estudió las ruinas de los edificios más suntuosos,
como los del Cusco, Guamanga, Vilcas, Tiahuanaco y Pachacamac en el Perú, así
como los de México, Tezcuco, Tacuba, Guajocingo y Cholula en Nueva España.
El
Padre Cobo no menospreció las escrituras más antiguas y veraces, como los
diarios y relaciones de los conquistadores y sus descendientes. Se valió de
estas fuentes, así como de las informaciones proporcionadas por muchos de los
conquistadores para calificar sus méritos, y de las colecciones de cédulas,
provisiones reales y cartas de virreyes y gobernadores. Además, escribió sobre
cada región mientras residía en ella, para verificar la verdad de lo que
escribía, y terminó de perfeccionar la primera parte de su Historia después de
las otras dos. Esto se refleja en varias referencias dentro de su obra, como
cuando menciona que escribió el libro I de la primera parte en el año 1651,
refiriéndose a la segunda redacción, o cuando expresa que lleva cincuenta y un
años en el Perú, lo que corresponde al año 1650.
Hasta
el siglo XIX, el Padre Bernabé Cobo fue un escritor casi desconocido. Solo la
Biblioteca de Escritores de la Compañía de Jesús proporcionó en el siglo XVII
una breve pero bastante precisa noticia sobre él, mencionando que había escrito
en castellano una Historia índica, que lamentablemente no pudo publicar debido
a su fallecimiento. Esta noticia fue recogida por Nicolás Antonio, aunque
parece que no tuvo acceso a la obra misma.
Fue
Juan Bautista Muñoz, a fines del siglo XVIII, quien encontró parte de los
manuscritos del Padre Cobo en Sevilla y los copió en tres volúmenes de su
famosa Colección, que actualmente se conservan en la Biblioteca de Palacio de
Madrid. Estos volúmenes son el 18, 19 y 20, que llevan las signaturas actuales
de Ms. 202, 203 y 204, respectivamente. Son tres tomos en folio encuadernados
en holandesa, escritos con una letra muy clara del siglo XVIII.
El
volumen 18 (Ms. 204) contiene la Fundación de Lima, con un prólogo firmado en
México el 24 de enero de 1639, dedicado a Juan de Solórzano Pereira, miembro
del Consejo de Indias en ese entonces. Este volumen incluye tres libros: el
primero trata sobre la historia civil y los virreyes, el segundo sobre la
historia eclesiástica y los arzobispos de Lima, y el tercero sobre las órdenes
religiosas, conventos y fundaciones piadosas como hospitales.
Además,
Muñoz señala en una nota al principio que hay otra copia manuscrita de esta
obra, de una letra casi contemporánea, en posesión de don Manuel de Ayora en
Sevilla, aunque está llena de erratas. También menciona que la parte de la
Historia Natural del Perú, que es la parte más extensa de los tres cuerpos en
que dividió su gran Historia del Nuevo Mundo el Padre Cobo, se conserva en la
Biblioteca pública de San Acacio de Sevilla.
Los
volúmenes 19 y 20 de la Colección Muñoz (Ms. 202, 203) contienen la Historia
del Nuevo Mundo, parte primera, pero únicamente los diez primeros libros. Ambos
volúmenes tienen los folios numerados y al final llevan un índice de capítulos,
cada uno con el suyo.
El
volumen 19 consta de 385 folios, distribuidos de la siguiente manera: el libro
I tiene 17 capítulos (fol. 1-74); el libro II tiene 21 capítulos (fol. 77-164);
el libro III tiene 45 capítulos (folios 166-232); el libro IV tiene 108
capítulos (fol. 233-317v); y el libro V tiene 87 capítulos (fol. 318-385v).
El
volumen 20 tiene 398 folios numerados: el libro VI tiene 129 capítulos (fol.
1-101); el libro VII tiene 55 capítulos (fol. 101-157v); el libro VIII tiene 59
capítulos (fol. 159-195v); el libro IX tiene 71 capítulos (fol. 197-282v); y el
libro X tiene 44 capítulos (fol. 284-392v). Al final del volumen 20, Muñoz
añade una nota autógrafa indicando que hizo una copia de otra aparentemente
contemporánea al autor, escrita con una letra cursiva menuda, en un grueso tomo
en cuarto de 574 hojas de papel sin cortar, encuadernado en pergamino, que se
encuentra en la Biblioteca pública de San Acacio, propia de la ciudad de
Sevilla. Indica que terminó de cotejar y enmendar esta copia en Madrid el 22 de
abril de 1790.
A
través de estas dos copias de Muñoz, el destacado botánico Antonio José
Cavanilles conoció la obra del Padre Cobo. Impresionado por las minuciosas
descripciones de plantas americanas que encontró en ella, Cavanilles elogió
ampliamente su trabajo científico. En 1804, publicó diez capítulos de la obra
de Cobo en los Anales de Ciencias Naturales bajo el título "Descripción
del reino del Perú por el P. Bernabé Cobo". Estos capítulos corresponden
al VII al XVII del libro II de la Historia del Nuevo Mundo.
Los
elogios de Cavanilles forman parte de su Discurso sobre algunos botánicos
españoles del siglo XVI, que leyó en el Jardín Botánico de Madrid al comienzo
del curso de 1804. Según él, las copias de Muñoz que utilizó estaban entonces
en el archivo de la Secretaría de Gracia y Justicia de Indias. La autoridad de
Cavanilles quizás motivó a Quintana a mencionar con honor a Cobo en su
biografía de Pizarro.
Además
de esta selección de diez capítulos, que constituyen 70 páginas de la Historia
del Nuevo Mundo, el eminente americanista español Marcos Jiménez de la Espada
publicó varios capítulos sobre la fundación de Lima como apéndice al primer
tomo de sus Relaciones Geográficas de Indias. Sin embargo, Jiménez de la Espada
expresó serios reparos respecto a la fidelidad de la copia de Muñoz, que según
él eran mucho más importantes que los señalados por Muñoz mismo.
La
primera obra completa que se publicó del Padre Cobo fue la mencionada
"Fundación de Lima", impresa en la misma capital del Perú en 1882 por
Manuel González de la Rosa. Esta edición iba precedida por una nota biográfica
del autor, que aunque contenía varias inexactitudes, tenía el mérito de copiar
algunos exámenes del noviciado de Cobo, los cuales se perdieron en el incendio
reciente de la Biblioteca Nacional de Lima, así como de extraer las dos
Informaciones realizadas en Lopera en los años 1601 y 1607 por Alonso Díaz de
Peralta.
González
de la Rosa se basó para su edición en una copia hecha de un manuscrito
existente en la Biblioteca Colombina de Sevilla, titulado "JHS. Fundación
de Lima, escrita por el padre Bernabé Cobo, de la Compañía de Jesús, año de
1639", según el certificado que transcribe. Esta edición de González de la
Rosa fue reproducida por el Concejo Provincial de Lima en el primer tomo de las
Monografías Históricas sobre dicha ciudad, con motivo del cuarto centenario de
su fundación en 1935.
Al
parecer, existen dos manuscritos diferentes de la "Fundación de
Lima": el de Ayora, copiado por Muñoz, y el de la Biblioteca Colombina
utilizado por González de la Rosa para la edición de 1882. La comparación entre
ambos manuscritos no arroja suficiente luz debido a las graves erratas de la
edición limeña de 1935. Sin embargo, después de un cuidadoso cotejo, se puede
asegurar que los dos manuscritos, tanto el de Ayora copiado por Muñoz como el
de la Biblioteca Colombina, son casi idénticos, y las diferencias encontradas
son de poca o ninguna importancia.
El
mismo año de 1882, y de manera independiente a González de la Rosa, Enrique
Torres Saldamando publicó en Lima su valioso libro titulado "Los antiguos
jesuitas del Perú, biografías y apuntes para su Historia", donde incluyó
una biografía de Cobo. Sus fuentes fueron más o menos idénticas a las de
González de la Rosa, y extrajo ampliamente de Cavanilles. Sin embargo, no todas
sus noticias ofrecen entera confianza, ya que lamentablemente menciona que no
se encontraba en Lima la Carta de edificación que se supone escribiría el
rector del colegio de Lima, padre Jerónimo Pallas.
Pero
quien verdaderamente se destacó como benefactor de las letras hispanoamericanas
con la publicación de las obras del Padre Cobo fue el ya mencionado Jiménez de
la Espada. Él editó, entre 1890 y 1893, la Historia del Nuevo Mundo bajo la
protección de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, en una hermosa edición de
cuatro tomos de tamaño desigual: el primero con 530 páginas, el segundo con
466, el tercero con 350 y el cuarto con solo 245. Aunque los dos últimos tomos
son menores, juntos equivalen aproximadamente a uno solo, más o menos del mismo
tamaño que los primeros.
La
edición de Jiménez de la Espada no solo se destaca por su presentación externa,
sino también por la seguridad crítica del texto mismo y las eruditas notas que
lo acompañan. Jiménez de la Espada reunió en los cuatro tomos los catorce
libros que constituyen la primera parte completa de la obra. Es probable que
para los primeros diez libros se haya valido de la copia de Muñoz, llenando así
los tomos I y II de la edición. Los cuatro últimos libros, del XI al XIV, que
ocupan los tomos III y IV, no declaran su procedencia, pero se presume que
fueron obtenidos de otro ejemplar distinto, posiblemente el existente en la Biblioteca
Colombina de Sevilla. Desde estas publicaciones del gran americanista, el
nombre del Padre Cobo, conocido antes en los círculos científicos, pasó a ser
una autoridad de primera clase en asuntos de las Indias. Gran parte de lo que
nos queda de la Historia se centra en las ciencias naturales, lo que ha elevado
su fama como sabio naturalista, observador fiel de fenómenos, plantas y
animales, conocido por sus descripciones precisas y su lenguaje castellano
ejemplar.
El
ilustre naturalista valenciano, en su Discurso sobre algunos botánicos
españoles, después de proporcionar breves notas biográficas sobre el Padre
Cobo, explica que este dedicó cincuenta y siete años (1596-1653) al estudio del
suelo americano, abarcando tanto las Antillas como México y Perú. Se dedicó a
explorar su geografía, meteorología, población, animales, plantas y minerales,
una ocupación que había sido su pasión natural y que lo llevó a dudar de la
veracidad o exageración de las noticias que Europa tenía sobre estas tierras y
sus productos.
Cobo
concibió la idea de escribir una Historia auténtica, otorgando un lugar
destacado a las producciones naturales, ya que nadie hasta entonces las había
tratado con tanto respeto. Empleó cuarenta años en esta obra, titulada Historia
del Nuevo Mundo. La copia de Muñoz abarca los diez primeros libros de los 43 de
la obra original, y en tres de ellos se dedica a la historia de las plantas.
Como
su propósito era describirlas con precisión, las observaba repetidamente en
diferentes condiciones climáticas, notando que sus tamaños, flores e incluso la
forma de sus hojas solían variar, lo que dificultaba su reconocimiento y
clasificación. Además, observó que una misma planta tenía varios nombres en
diferentes regiones, lo que podía generar confusiones en la ciencia botánica.
Para evitarlo en lo posible, investigó los nombres en las lenguas quichua y aymara,
añadiéndolos a sus descripciones junto con información sobre su hábitat,
propiedades y usos económicos.
A
diferencia de sus predecesores y contemporáneos, cuyas descripciones eran
oscuras y limitadas a la forma de las raíces y hojas, Cobo ofreció
descripciones perspicuas y completas, elevando su estilo a una altura
desconocida hasta entonces. Sus descripciones botánicas, aunque a veces
minuciosas, demostraban la fuerza de su genio observador y filosófico, y
estaban marcadas por la verdad y la exactitud más meticulosa. Aunque le llevó
cuarenta años completarlas, lo hizo con la intención de dejar un legado
inmortal en el campo de la botánica.
Aquí
tienes las descripciones de plantas tomadas del Padre Cobo que menciona
Cavanilles:
1. Amancaes
(libro IV, capítulo 42):
"Las amancaes se nombran de dos
suertes; unas, que nacen en los cerros, donde no se labra; otras, que nacen en
las vegas, que son como lagunas. Las del cerro son grandes, y son como escobas,
con muchas flores, que son como lilas y tan grandes, que no pueden caber entre
los dedos: estas tienen un olor muy suave. Las que nacen en las vegas, que son
cerca de agua, son menores y no tienen tan buena vista. Estas de las vegas
nacen de peñascos, y las otras de raíces."
2. Flor
de la Trinidad (ocejoxochitl) (libro V, capítulo 67):
"Llaman ocejoxochitl a una flor de un
árbol grande que llaman tecpátzin; esta flor es la más amable y hermosa que se
puede ver en toda la naturaleza; es blanca, y tiene muchos ramos y corolas, y
en cada corola muchas estrellas: el olor es suavísimo, y a cualquiera distancia
que esté la flor se percibe."
3. Granadilla
(también llamada flor de la Pasión, tintin en quichua y apincoya en aymara)
(libro V, capítulo 12):
"Es una fruta dulce, pero no muy de
comer, ni mucho ni poco, porque no le falta gusto, pero le sobra olor, con el
cual a muchos marean; y a mi juicio, con tan buen gusto y olor como los lirios.
La parte de dentro es colorada como bermejo, y llena de pez blanca, y parece
clavo, y en cada hueco de clavo hay un gusano. La parte de fuera es como rija,
y la raíz es la que más virtud tiene; de esta raíz hacen píldoras contra la tos
y dolores del pecho. Esta fruta se cría en todas las partes calientes del
Perú."
Cavanilles
comenta sobre estas descripciones: "No creo que haya alguien medianamente
instruido en la Botánica que pueda dudar que esta es la descripción de la
Ferraria paronia [...] tampoco creo que haya habido jamás autor alguno que la
haya descrito con más exactitud ni más gracia, ni que exista descripción hecha
en aquella época de planta alguna comparable con la de nuestro Cobo." Y
respecto a la granadilla, comenta: "¿Pueden retratarse más al vivo los
caracteres del género passiflora de Linneo o bien granadilla de Tourneford? ¿No
asombra la exactitud con que Cobo describe el cáliz, la corola, las tres
corolas o bien sean orlas, el número y situación de los estambres y estilos, y
mucho más el que no excluya de las partes esenciales de la flor al cáliz y
corola?"
Cavanilles
concluye sus elogios hacia el Padre Cobo con estas palabras:
"Cuando
contemplo a Cobo tan cuidadoso en retratarnos con fidelidad los vegetales que
observó en América, llego a sospechar que estaba penetrado con anticipación de
las verdades y fundamentos sólidos que adoptaron después los reformadores de la
Botánica, para elevarla a la dignidad actual, a saber, que tenía ésta límites
que la separaban de las ciencias que auxilia y por objeto el conocimiento de
los vegetales, y que era imposible reconocer éstos sin descripciones exactas y
duraderas. Por haber desconocido los antiguos estas máximas inconcusas,
confundieron nuestra ciencia con la medicina, y sus tratados de plantas se redujeron
a compilar y hacinar virtudes, muchas veces soñadas... No así Cobo, que a pesar
de no haber tenido más modelo que la naturaleza, como la tuvieron Teofrasto,
Dioscórides y Plinio, supo copiarla con exactitud, y fue el primero que dio
modelos acabados a sus coetáneos y a muchos sucesores.
Si al
mérito incontestable de Cobo en la historia de los vegetales se añade el
peculiar en la de los animales y minerales; y si a éstos, dignos por sí solos
de eternizar su nombre, acercamos el que se adquirió al describir la América,
como geógrafo y físico, notando sus límites, climas, meteoros e influjos en los
vivientes; y, en fin, el prolijo examen que hizo de los manuscritos coetáneos a
la conquista, y las informaciones que tomó de varios vasallos de los Incas, o
de la primera generación de aquéllos, para componer la parte política y
religiosa de su obra; será preciso mirarle como a uno de los más beneméritos de
su siglo, condolerse de la pérdida de sus obras, y sentir que las que nos
quedan hayan estado siglo y medio desconocidas, con perjuicio del honor
nacional y de las ciencias."
El
reconocimiento hacia el Padre Cobo no se limita al siglo XVIII; Eduardo Reyes
Prósper, un destacado naturalista del siglo XX, también elogió profundamente su
obra científica y literaria. Reyes Prósper lo describe como un notable
naturalista, geógrafo, explorador y eximio literato. Destaca la precisión
detallada con la que Cobo estudió los vegetales y el elegante y conciso
lenguaje que empleó para describirlos, lo que permite reconocer botánicamente
las especies. Además, señala que las características de las plantas descritas
por Cobo son de mayor exactitud y más completas que las de otros autores que se
ocuparon de la flora americana anteriormente. Cobo también prescindió de muchas
de las aplicaciones medicinales fantásticas que otros viajeros incluyeron en
sus escritos.
Reyes
Prósper destaca la atención de Cavanilles hacia corregir olvidos censurables y
su admiración tanto por el fondo científico y los altos ideales de los sabios
como por la belleza en el decir. Cavanilles publicó fragmentos de la obra de
Cobo, resaltando sus méritos científicos y literarios, y le dedicó el género
Cobooea.
La
estatua erigida en honor a Cavanilles en el Jardín Botánico de Madrid incluye
una planta llamada Coboopa scandens, una preciosa y elegante polemoniácea que
se utiliza como planta de adorno en todo el mundo. Este gesto subraya la
importancia y el reconocimiento duradero que ha recibido el legado científico y
literario del Padre Cobo.
La
meticulosidad con la que el Padre Cobo distingue entre las plantas y animales
llevados a Indias por los españoles y los autóctonos u originarios del Nuevo
Mundo es notable en los siete libros de la Historia del Nuevo Mundo, que van
desde el cuarto hasta el décimo. Además, como mencionó Cavanilles, se registran
con diligencia los nombres indígenas en quichua y aymara en el Perú, así como
en náhuatl en la Nueva España. Esta curiosidad despierta el interés del europeo
que reside en América y puede seguirse laboriosamente a través de los antiguos
cronistas, a través de las traducciones que proporcionan explicaciones
adicionales sobre las voces indígenas. Por ejemplo, términos como
"papas", que se describen como "turmas de tierra" o
"llamas o carneros peruanos", entre otros, se encuentran fácilmente
en la obra del Padre Cobo.
En
cuanto a las plantas originarias de América, el propio Cobo afirmó que en el
libro VI describe más de doscientas especies propias de la tierra y
desconocidas en España. Este detalle demuestra el profundo conocimiento y la
exhaustividad con la que el Padre Cobo abordó la flora y fauna del Nuevo Mundo
en su obra.
En
esta edición se han seguido rigurosas normas para garantizar la fidelidad y
calidad del texto. Se incluye la Historia del Nuevo Mundo, la primera parte
completa con sus catorce libros, conservados únicamente hasta ahora. Este texto
se reproduce junto con las valiosas notas de Marcos Jiménez de la Espada,
publicadas en cuatro tomos por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces entre 1890
y 1893. La autoridad de este insigne americanista respalda la elección de este
texto, que inspira gran confianza a pesar del estado no totalmente óptimo de
los manuscritos originales, que son copias.
A
continuación, se presentan los tres libros de la Fundación de Lima, aunque no
ha sido posible acceder a la edición de González de la Rosa de 1882. En su
lugar, se ha utilizado una edición de Lima de 1935, publicada con motivo del IV
centenario de la fundación de la ciudad. Aunque se han logrado salvar algunas
incorrecciones del texto en esta edición posterior, aún queda mucho por
depurar, según indica el P. Vargas. Sin embargo, algunas afirmaciones sobre las
fuentes utilizadas parecen ser incorrectas, como se ha evidenciado al
desmentirlas el propio González de la Rosa y al analizar las similitudes entre
ambas ediciones.
La
presente edición ha sido realizada tras un minucioso cotejo entre el manuscrito
de la Colección Muñoz, conservado en la Biblioteca de Palacio de Madrid, y la
edición de 1935 de la Fundación de Lima. El resultado de este cotejo ha sido
desastroso, revelando numerosas erratas y omisiones significativas en la
edición limense, lo que ha llevado a cuestionar la calidad de esta última.
En
consecuencia, se ha optado por dar prioridad al texto de Muñoz en esta edición,
aunque se reconoce que este también presenta imperfecciones que podrían ser
atribuidas al original copiado. No obstante, se considera que estas
imperfecciones pueden ser subsanadas en su mayoría, como lo ha hecho Muñoz en
ocasiones anteriores mediante correcciones sugeridas al margen.
Además,
se han realizado correcciones al texto mismo, sustituyendo los fragmentos que
el P. Cobo copió del Libro de Cabildos de Lima por lecturas más precisas
obtenidas de la edición de dicho libro realizada por Torres Saldamando en 1888.
Las notas de González de la Rosa y otras adicionadas en la edición de 1935 han
sido eliminadas, considerando que su erudición local podría tener poco interés
para la mayoría de los estudiosos. En su lugar, se han agregado algunas notas
breves que se consideran útiles para la comprensión del texto.
Con
esta edición, espero ofrecer un valioso servicio a la cultura hispánica al
proporcionar al lector culto un texto crítico lo más fiel posible de los
escritos conservados del P. Cobo. Como complemento, al final he añadido dos Cartas:
una fechada en Puebla de los Ángeles el 7 de marzo de 1630, dirigida al P.
Alonso de Peñafiel, y la segunda datada en México el 24 de junio de 1633, sobre
las inundaciones de dicha ciudad y el tema del desagüe de la misma.
Estas
cartas fueron publicadas en la Revista Histórica del Perú por Carlos A. Romero,
director de la Biblioteca Nacional de Lima, quien las encontró en un valioso
lote de documentos antiguos adquirido por él para dicha biblioteca. Sin
embargo, debo señalar que el texto de la primera carta, firmada en Puebla, está
claramente alterado en cuanto a la disposición y orden interno.
Para
corregir esta anomalía, he optado por alterar la colocación de los párrafos,
restituyendo así el orden natural del itinerario. Aunque el texto en sí permanece
intacto, esta modificación ayuda a clarificar el contenido y corregir el error
de ordenamiento que probablemente ocurrió durante el proceso de copia para la
impresión. Este mismo error fue notado por el P. Mariano Cuevas, quien
republicó las dos Cartas de Cobo en 1944 y también reorganizó el texto en su
orden lógico y geográfico.
En
cuanto a la segunda carta, no presenta ninguna duda crítica.
Fin
Compilado
y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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