Todo sobre el Padre Bernabé Cobo

El Padre Bernabé Cobo nació en Lopera, un pintoresco pueblo de la sierra de Jaén, a finales del siglo XVI. La fecha exacta de su nacimiento ha sido objeto de debate. Cavanilles lo sitúa alrededor de 1570, mientras que González de la Rosa y Saldamando lo ubican en 1582, basándose en el Libro del Noviciado de la Compañía de Jesús de Lima, donde el propio Cobo declara tener diecinueve años en 1601. Los catálogos de la Compañía, aunque no de manera exacta, confirman esta fecha: uno de México de 1638 le atribuye cincuenta y seis años, apoyando la fecha de 1582, mientras que otro del mismo lugar de 1632 le asigna cuarenta y nueve años, sugiriendo un nacimiento en 1583.

Esta incertidumbre fue resuelta por A. Vázquez de la Torre, quien, al estudiar los antiguos libros de bautismos en Lopera, encontró la partida de bautismo del Padre Cobo. Dice así:

"En veinte y seis de noviembre de mil y quinientos y ochenta años, bauticé yo, Juan Jurado, capellán, a Bernabé, hijo de Juan Cobo y de Catalina de Peralta. Fueron sus padrinos Alonso Díaz el mozo, hijo de Juan Díaz de Cañete, e Isabel de Peralta, hija de Fernando Bueno. Y lo firmé. Juan Jurado, capellán".

No existe otra partida en los libros de bautismo entre mayo de 1530 y septiembre de 1587 con los mismos nombres y apellidos, por lo que se concluye que el Padre Cobo nació en noviembre de 1580, probablemente poco antes del 26, fecha de su bautismo. Su familia era hidalga y acomodada. Su abuelo materno, don Juan de Peralta, fue alcalde de Lopera; su padrino de bautismo y tío materno, el licenciado Alonso Díaz de Peralta, era de la Orden Militar de Calatrava y cura del mismo pueblo. Sus padres, Juan Cobo y Catalina de Peralta, casados el 26 de noviembre de 1569, tuvieron seis hijos: Juan, Juana, Catalina, Fernando, Bernabé y Francisco, siendo este último cinco años menor que Bernabé. Al ingresar en la Compañía de Jesús, Bernabé declaró tener tres hermanos y dos hermanas, y que vivían de su hacienda, que consistía en olivares y una casa en la plaza del Castillo, que hoy lleva su nombre.

No se conservan noticias de su infancia ni de sus estudios, que probablemente se limitaron a las primeras letras y a aprender a leer y escribir. No aprendió oficio alguno, según su propia declaración, quizá porque no era costumbre en su familia hidalga. Sin embargo, en sus obras se encuentran descripciones detalladas de plantas y animales de España, que reflejan una gran capacidad de observación y asimilación, posiblemente adquirida durante su niñez. Por ejemplo, recuerda un venado domesticado que solía andar suelto por el pueblo, salir al campo por días y volver, y entretenía a todos con sus peleas con carneros y juegos con los muchachos.

Su infancia transcurrió de manera campestre, sana y tranquila, entre los abundantes campos de olivos y tierras fértiles de la campiña de Jaén, ondulada de colinas y altas montañas. Cobo también rememora una conserva hecha de calabazas, conocida en América como zapallo y en España como berenjena de Indias. Aunque no menciona Lopera en sus escritos conservados, se declara español nacido en Andalucía, y menciona Jaén al hablar de dos sacerdotes naturales de allí, residentes en Lima. También recuerda con cariño las semillas de flores y frutas enviadas desde España a Lima, especialmente la espuela de caballero, que antes no se cultivaba en Lima.

El joven Bernabé Cobo tenía unos quince años cuando llegó a la apartada villa andaluza la noticia de un capitán indiano que reclutaba gente para la conquista y colonización de El Dorado, una empresa que esta vez parecía ir en serio y prometía grandes fortunas. En 1595, Cobo dejó la casa paterna y se alistó en la expedición, embarcándose hacia las Indias al año siguiente. Aquí sus propias palabras, escritas con un dejo de tristeza muchos años después debido al fracaso de la aventura:

"Los que hacen relaciones de nuevos descubrimientos de Indias las hacen con grandes encarecimientos, por acreditar sus jornadas y engrandecer sus hechos. De lo que tengo más que mediana experiencia de los muchos descubrimientos que en mi tiempo en este Nuevo Mundo se han hecho; y cuando otras me faltaran, era bastante para este desengaño la que saqué a costa mía de aquella gran armada en que pasé a Indias, siendo mancebo seglar, el año de 1596 a la población del Dorado, de cuya tierra y sus riquezas publicó en España el que solicitó aquella armada cosas muy contrarias a las que experimentamos los que a ella venimos".

Esta expedición al Dorado parece referirse a la del gobernador de Guayana, Antonio de Berrío, y su maestre de campo, Domingo de Vera. Berrío, casado con una sobrina de Jiménez de Quesada, conquistador del Nuevo Reino de Granada, había fundado dos ciudades: San José en la isla Trinidad, y Santo Tomé cerca de las bocas del río Orinoco, que más tarde se llamó Angostura y hoy es Ciudad Bolívar, en Venezuela. Como muchos otros, Berrío estaba fascinado con la empresa del Dorado. Había obtenido una relación de Juan Martínez, un morisco sobreviviente de la expedición de Diego de Ordaz, que describía con detalle las riquezas y la ubicación de la laguna de Manoa, sede del famoso rey.

Decidido a acometer la empresa, Berrío envió a Domingo de Vera a España con la misión de obtener el permiso real y reclutar hasta 300 soldados. En 1595, Vera convenció a los señores del Consejo de Indias, quienes le proporcionaron barcos y amplias facultades. Reunió a muchos voluntarios, principalmente del reino de Toledo, La Mancha y Extremadura. Hombres casados vendían sus haciendas para ser admitidos en la armada, se alistaron veinte capitanes de infantería de los ejércitos de Flandes e Italia, soldados veteranos que buscaban recompensa por sus servicios, gente noble, e incluso un sobrino del presidente del Consejo de Indias, el licenciado Pablo de Laguna.

Reunida la gente en Sanlúcar, más de dos mil personas entre las que había muchas mujeres, zarparon el 23 de febrero de 1596 y llegaron a la isla de Trinidad el lunes o martes de la Semana Santa de ese mismo año. A partir de ese momento, comenzaron las desventuras: primero hubo desavenencias con el gobernador de Cumaná, Francisco de Vides; luego vinieron el hambre, las enfermedades y los desastres. Vera envió seis fustas cargadas de gente desde Trinidad a la población de Santo Tomé en el río Orinoco, residencia de Berrío, pero tres de ellas, desviadas por un temporal, cayeron en manos de los Caribes, que mataron a todos menos a algunas mujeres, llevándolas cautivas.

Berrío mandó una expedición de 300 hombres a la conquista de Manoa, pero no pasaron de un cerro llamado de los Totumos. Convertidos en esqueletos vivos por el hambre y las enfermedades, fueron muertos por indios salvajes, salvo treinta que lograron escapar y volvieron a Santo Tomé seis meses después, en octubre de 1596. El hambre, las enfermedades y una terrible plaga de grillos que devoraban todo, incluyendo las orejas y ternillas de las narices de los enfermos extenuados, azotaron Santo Tomé. Una mujer labradora, encolerizada por estos miserables sucesos, entró un día a la presencia del gobernador y, vaciando un zurrón con hasta 150 doblones, le dijo: "Tirano, si buscas oro en esta tierra miserable, donde nos has traído a morir, de las viñas, tierras y casas que vendí, me dieron eso y lo que he gastado para venirte a conocer: ahí está, tómalo." Berrío solo pudo responder que él no había dado orden a Domingo de Vera para traer más de 300 hombres.

La gente que quedaba comenzó a dispersarse por Cumaná, Caracas y otras partes. Vera murió en la ciudad de San José; la invasión del inglés Walter Raleigh, que entrando por el Orinoco ocupó Santo Tomé, hizo que Berrío cayera prisionero y poco después también muriera. La flamante empresa acabó tal como la describe Cobo, aunque no careció de resultados, pues descubrió tierras hasta el Esequibo.

¿Estuvo nuestro joven expedicionario involucrado en estas desventuras? Creo que no: solo las vio de lejos. Probablemente no pasó de la isla Trinidad y ni siquiera llegó a desembarcar en ella. Vera envió cinco navíos desde Trinidad a tomar carga en la isla La Española para que regresaran a la península; en uno de ellos debió partir Cobo en 1596. Tal vez tenía algún empleo en las mismas naves, o quizás por su juventud no lo consideraron apto para las duras empresas soldadescas. Además, era necesario disminuir el número de bocas debido a la escasez de alimentos.

El propio Cobo afirma que la primera tierra poblada de españoles en que desembarcó fue un pueblo de la isla La Española llamado Yaguana. Además, él, tan minucioso en describir las tierras del Nuevo Mundo que recorrió, no menciona nada del Orinoco, Manoa, la ciudad de Santo Tomé, ni siquiera de la isla Trinidad; solo habla extensamente de la isla La Española, donde afirma que permaneció un año, probablemente sin perder la conexión y dependencia con Berrío y Vera, ya que antes lo hemos visto usar la palabra "experimentamos" al contar el mal fin de la jornada.

La certeza de los años 1595 y 1596 indicados anteriormente se confirma además por otras fuentes. Cuando Cobo ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús, manifestó por escrito que tenía "tres hermanos y dos hermanas, todos por casar", y en los libros parroquiales de Lopera está anotado el matrimonio de su hermana Catalina con Benito Muñoz el 13 de noviembre de 1595. Por lo tanto, su partida para unirse a la expedición de Vera debe situarse antes de esa fecha. Alonso Díaz de Peralta, mencionado anteriormente, en unas Informaciones sobre limpieza de sangre del sobrino Bernabé, afirma que salió de Lopera en 1595. Asimismo, Cobo fija su viaje a Indias en 1596 en varios de sus escritos, mencionando que el primer sitio donde desembarcó fue Yaguana y describiendo su camino desde el mar hasta el pueblo, destacando la abundancia de limones ceutíes y naranjos entremezclados con árboles silvestres.

Cobo recuerda la frescura de las tardes de la isla, refrescadas por los vientos marinos, especialmente las virazones y mareas. Su permanencia en La Española duró un año, durante el cual tuvo que comer tortas de cazabe en ausencia de pan de trigo, sin poder acostumbrarse a ellas. En La Española conoció una variedad de capulíes que más tarde halló en Lima, conocidas en Perú como cerezas de la tierra.

En 1597, desengañado de la seductora jornada del Dorado, debió romper sus contactos con los restos de la expedición de Berrío y se le encuentra navegando a Panamá, sin duda camino del Perú. Él mismo relata una aventura de esa época: "Navegando de Cartagena a Puerto Belo en una fragata pequeña el año 1597, se levantó un vendaval tan recia tormenta en el paraje de Nombre de Dios, que nos obligó a correr a popa hasta hallar el abrigo de unas isletas, donde nos detuvimos ocho días que duró la tormenta." Llegado a Portobelo, no está claro si permaneció allí o continuó a Panamá, ni si en Panamá se quedó quieto o participó en alguna excursión o aventura por Tierra Firme o Centroamérica. Aunque menciona repetidamente Nicaragua en sus obras, probablemente se refiera a un viaje posterior a México.

Entre 1597 y 1599, no se sabe casi nada de la vida de Cobo aparte del viaje de Cartagena de Indias a Portobelo y su viaje definitivo al Perú. La única mención directa de la ciudad de Panamá en sus escritos es al referirse al árbol llamado ceiba, del que dice que solían plantarlo en las plazas de los pueblos indios y también en algunos pueblos de españoles. Añade que conoció una ceiba en Panamá, delante del convento de San Francisco, que permaneció allí muchos años.

Por esos mismos años en que andaba Cobo por tierras del mar Caribe siguiendo el fantasma del Dorado, el Padre General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva, envió de visitador a los jesuitas del Perú al Padre Esteban Páez, natural de Morata de Tajuña, antiguo lector de teología en Nápoles y rector del colegio de Caravaca, quien desde 1594 era el provincial de la Orden en México. El Padre Páez, en su viaje por mar hacia Perú, hizo escala en Panamá, y sucedió que a la misma nave subió el joven Cobo, que ya estaba en los diecinueve años. Durante el viaje, según Torres Saldamando, Páez y Cobo trabaron íntima amistad, y el jesuita, prendado de las buenas cualidades y del abandono del joven aventurero, decidió prestarle protección. Al llegar a Lima, le proporcionó una beca en el colegio real de San Martín, un ilustre centro de enseñanza y educación dirigido por la Compañía de Jesús, que ya era entonces, y lo fue aún más en años adelante, un plantel del que salieron por docenas obispos, magistrados y oidores que ilustraron con su ciencia y virtud los diversos virreinatos y audiencias de América del Sur.

Que este viaje fuese el año 1599, lo afirma Cobo varias veces; de que el mismo año ingresase en el colegio de San Martín tampoco cabe la menor duda. Lo que no queda claro es la fecha precisa de la llegada a Lima, pues mientras Saldamando afirma que Páez y Cobo hicieron el viaje en la armada de Tierra Firme que llegó a Lima a principios de 1599, la *Historia Anónima* de 1600, fuente mucho más segura con respecto al Visitador, fija la fecha de su llegada el 31 de julio de dicho año.

Veamos los datos que el mismo Cobo nos proporciona: unas veces se refiere al número de años que hacía de su entrada en el Perú o en Lima cuando escribía sus libros, "sesenta y ocho años después de la conquista y cuarenta y cuatro después de la fundación de Lima", dice en una ocasión; lo que da el año 1599, pues Lima fue fundada el año 1535. Afirma asimismo haber alcanzado en Lima "hace 50 años" los espesos cañaverales que poblaban las orillas del río, donde se ocultaban los negros cimarrones; o que cuando vino a Lima "53 años ha" no había más que una calera, y ahora había seis; y entonces, cincuenta y tres años antes, halló en Lima palmeras de dátiles, o que tiene cincuenta y un años de experiencia en Lima: datos útiles para determinar la fecha de la composición o retoque de sus escritos. Otras veces fija directamente para su llegada el año 1599, como al decir que dicho año y por los cuatro o seis siguientes, apenas se hallaba en el tiánguez o mercado tal o cual durazno, y esos tan caros que valían uno al real o tres por dos reales, y después acá han venido a tanto crecimiento, que se venden en las plazas desde doce hasta veinte al real. En otra ocasión afirma que entró en Lima el año de 1599, y que conoció ese año la iglesia de San Marcelo en su primitivo estado de gran pobreza; y tratando de la Universidad de San Marcos, nota que cuando entró en Lima el año 1599 todos los maestros de la Universidad eran españoles, y después, cuando escribía, casi todos eran criollos.

Otros dos testimonios de Cobo ayudan para puntualizar más el tiempo de su llegada. En una ocasión, menciona haber pasado con mucho frío el despoblado de Catacaos, cerca de Piura, que son tres jornadas de arenales secos, caminando del puerto de Paita a Lima por el mes de septiembre. Esta afirmación, referida a este viaje, sería contraria a la fecha 31 de julio de la “Historia Anónima”.

Pero otra vez, copiando una “Relación” de Santo Toribio de Mogrovejo al papa Clemente VIII, sin fecha pero no posterior al 14 de abril de 1598, en que va firmada una carta de presentación que la acompaña, dice que dicha “Relación” "contiene el estado que tenía esta república [Perú] al tiempo que yo entré en ella, que fue diez meses después que esta carta se escribió". Según esta noticia, Cobo entró en el Perú por diciembre de 1598: dato que hace dudosa, a mi parecer, la afirmación o hipótesis de Saldamando sobre el trato del Padre Páez y el joven Cobo en el viaje de Panamá a Lima, porque la fecha de la *Historia Anónima* de 1600, escrita solo meses después de la llegada de Páez, la creo firme. De todos modos, si durante el viaje no, pudo Cobo tratar con el Visitador en Lima mismo y captar su benevolencia, o la de otros jesuitas; porque lo cierto es que por el año de 1599 entró en el colegio de San Martín.

Este colegio, cuyo edificio aún subsiste con el nombre de Palacio de Justicia en Lima, ocupa una manzana o cuadra opuesta en ángulo al antiguo colegio de la Compañía intitulado primitivamente de San Pablo. Comenzado en forma un tanto rudimentaria el año 1576, no pudo al principio desarrollarse libremente por la contradicción que le hizo el virrey don Francisco de Toledo. Sin embargo, durante el gobierno de su sucesor, el virrey don Martín Enríquez, que le dio su nombre, fue definitivamente fundado el año 1582, entrando en él solo catorce estudiantes, hijos de la gente más principal de Lima, que se sustentaban de la propia hacienda.

El número fue creciendo considerablemente, y al par que el número, el influjo y la importancia. Las Cartas Anuas de 1592 a 1594 señalan un total de 60 colegiales; las de 1595 confirman el número y añaden que en él "se cría la gente más principal de estos reinos". Hasta de Chile, Quito y Nuevo Reino de Granada venían los jóvenes, atraídos por la fama de virtud y letras que en él florecían. Las del año 1600 atestiguan un aumento de 84 colegiales, "hijos de la gente más principal, no solo de esta ciudad [Lima], sino de todo el reino, adonde los envían sus padres, algunos de más de quinientas leguas, por el buen nombre que tiene este colegio en todas partes". Las siguientes de 1602 acusan un alza de colegiales que llegan a ciento. El Padre Cobo dice que el año 1601, cuando él era colegial, no pasaban de ochenta.

El colegio tenía varios patios interiores adornados con fuentes y diversas salas conforme a la edad de los estudiantes y sus estudios. Cada sala estaba regida por uno o dos jesuitas que eran como inspectores; asistían a las clases del colegio de San Pablo o a la Universidad, según las materias que cursaban. Las mencionadas Anuas de 1600 dan un personal de ocho jesuitas para el colegio: dos padres (uno de ellos el rector, Francisco Zamorano), cuatro escolares y dos hermanos coadjutores. Felipe II había dado al colegio el título de real y dotado en él diez becas por una cantidad global de 1.500 pesos ensayados el año 1588; otras catorce becas particulares habían sido fundadas con sus rentas; el Visitador Padre Páez fundó otras doce, que debía sostener el colegio de San Pablo. Los demás colegiales pagaban 150 pesos de a nueve reales para su sustento cada año. Alguna de estas becas, no de las reales, que proveía el Virrey, sino de las particulares, fue la que debió obtener Cobo.

Acerca de los estudios del colegio de San Martín, las noticias proporcionadas por las mencionadas “Anuas” de 1600 son sumamente interesantes. De los colegiales, algunos eran de misa y orden sacro, once eran bachilleres en Artes que estudiaban teología. "Que respecto de los pocos que se aplican a esta facultad — añade el “Anua” — es un gran número, porque sin ellos y los religiosos, solo cuatro estudiantes la oyen en esta universidad [de Lima], que es única en todo este reino." Doce colegiales estudiaban Artes o filosofía, mientras que todos los demás eran gramáticos.

Fuera de la asistencia a las clases, tenían cada día sus conferencias y diversos ejercicios escolares: "los teólogos y artistas cada semana dos veces conclusiones, y los humanistas una vez." Todos los días además, durante la comida o cena, algún colegial repetía una lección de su facultad, y dos o tres le argüían. Esto sin contar los actos mayores o conclusiones generales, que con gran pompa y boato se celebraban varias veces al año. En el de 1600 tuvieron cuatro: uno de Artes, dedicado a la Audiencia Real, que lo honró con su presencia; otro de teología, ofrecido en honor del obispo de Quito, Luis López de Solís, quien no solo asistió, sino que intervino en los argumentos y réplicas. No dicen las *Anuas* si alguno de los otros dos actos fue de Humanidades, pero los colegiales que las cursaban mostraban su habilidad en composiciones de prosa y verso, oraciones, diálogos y representaciones dramáticas, sobre todo durante las fiestas de la Concepción o de Corpus Christi, con sus octavas. En ocasiones extraordinarias, como la entrada de nuevos virreyes o arzobispos, las fiestas y torneos poéticos o literarios eran fastuosos. Uno de ellos, dedicado al virrey don Luis de Velasco, es recordado por el Padre Cobo en el que él mismo tomó parte: "En un coloquio del Juicio — dice — que hicimos en este colegio de San Pablo de nuestra Compañía, al virrey don Luis de Velasco el año 1599, para representar más al propio la resurrección de los muertos, hicimos sacar de estas sepulturas antiguas [las huacas que abundan en los campos de Lima] muchos esqueletos y cuerpos de indios enteros y secos, que sirvieron para este caso, y causó notable espanto a cuantos nos hallamos presentes."

El Padre Cobo permaneció en el colegio de San Martín por un espacio de unos dos años aproximadamente, y estudió en él únicamente Humanidades. De España no traía más que las primeras letras. Lo declara él mismo por escrito en uno de los exámenes que suelen hacer los novicios de la Compañía de Jesús, el cual fue visto y copiado por González de la Rosa. Aquí está el testimonio:

1. "He estudiado en la Compañía de Lima latinidad, arte en Manuel Álvarez, epístolas de Cicerón. Tulio *De Officiis*, Virgilio, Lucano, oraciones de Cicerón, Salustio, Quinto Curcio, Retórica de Cipriano, y otros autores, y paréceme que tengo facilidad en el uso de la lengua latina."

Este testimonio revela el tipo de formación clásica que Cobo recibió, enfocada en la literatura latina y la retórica, elementos esenciales de la educación humanista jesuita de la época.

El Padre Bernabé Cobo no fue graduado en ninguna facultad. La **Retórica de Cipriano**, que solía ser un texto en la clase inferior de las tres en que se dividía el curso de Humanidades, probablemente fue el único curso formal que Cobo siguió en el Colegio de San Martín. Los demás estudios los realizó ya como jesuita. Con los datos reunidos, es fácil reconstruir su vida en esos tranquilos años de Lima, cobijado bajo los nobles muros del colegio real de San Martín, entregado a los estudios literarios y a una vida de piedad. Esta experiencia debió causar una fuerte impresión en su alma juvenil después de los azarosos años en las Antillas y Tierra Firme, pasados en la engañosa búsqueda del Dorado.

Rara vez sucedían eventos extraordinarios que turbaban la paz estudiantil en la Lima virreinal. Cobo recuerda dos en sus escritos. El primero se refiere probablemente a una excursión veraniega de vacaciones: "El año de 1600 —dice, tratando de las ballenas— caminando yo por las salinas de Huaura, vi una de desforme grandeza, que había varado en aquella playa, y se la estaban comiendo cóndores y otras aves carniceras." El otro es la terrible erupción del volcán Huaynaputina, próximo a Arequipa, cuyos efectos se dejaron sentir en Lima a más de 150 leguas de distancia. El cataclismo ocurrió "a 18 días del mes de febrero, viernes de la primera semana de cuaresma del año de 1600, como a las nueve de la noche." Cobo describe el fenómeno y los daños en Arequipa y cercanías, y añade que en Lima los truenos y bramidos espantosos "se oyeron tan claramente que pensamos que la armada real, que había partido del puerto del Callao en busca de un corsario, se había encontrado con él y que los truenos eran de la artillería disparada en la batalla."

El Colegio de San Martín fue el primero de carácter universitario en Lima, seguido por el Colegio de San Felipe y otro fundado por Santo Toribio de Mogrovejo, a modo de seminario tridentino. Desde su inicio, el Colegio de San Martín fue semillero de vocaciones religiosas. Las *Cartas Anuas* de 1594 indican que cuatro colegiales muy escogidos entraron en la Compañía de Jesús. En 1595, de sesenta colegiales, doce se hicieron religiosos, seis de ellos jesuitas. Esto no es sorprendente dada la vida de piedad en el colegio. Cobo menciona que después de entrar en el colegio, seguía la oración reglamentaria de un cuarto de hora por la mañana, rezaba el rosario diariamente, leía el *Contemptus Mundi* de Tomás de Kempis y otros libros devotos, y asistía a misa y sermón con los demás colegiales.

En este ambiente, los sueños del joven Cobo cambiaron de sentido. En lugar del Dorado temporal que lo llevó a las Indias, se abrió ante sus ojos la perspectiva de un Dorado espiritual. La vocación religiosa, que había estado latente en su espíritu, afloró en Lima. Cobo declara que desde hacía muchos años tenía la determinación de seguir los consejos de Cristo, había tenido inclinación a ser religioso y había hecho voto de serlo. Finalmente, un año y medio antes de escribir su testimonio, decidió entrar en la Compañía de Jesús sin que nadie lo indujera a ello.

Estos detalles nos permiten vislumbrar cómo Cobo, inmerso en el rigor académico y la espiritualidad jesuita, encontró su verdadera vocación y propósito, alejándose de las aventuras mundanas para dedicarse a una vida de servicio y estudio.

Durante su estancia en Lima, se solicitaron informes sobre Bernabé Cobo a su tierra natal, Lopera, en dos ocasiones: el 15 de enero de 1601 y el 8 de marzo de 1607. Estos documentos, descubiertos por González de la Rosa en Lima, contienen datos valiosos sobre la familia y juventud de Cobo. Es posible que para ingresar en el Colegio de San Martín le exigieran pruebas de limpieza de sangre, un requisito común en los colegios mayores de Salamanca. Sin embargo, para entrar en la Compañía de Jesús, estas pruebas no eran necesarias, aunque es probable que se pidieran informes sobre la conducta del aspirante en los lugares donde había vivido.

Bernabé Cobo ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús de Lima el 14 de octubre de 1601, a los 21 años. Junto con él, ingresó Ignacio de Arbieto, más joven que Cobo, quien había llegado al Perú como paje del virrey Luis de Velasco y obtuvo una beca en el Colegio de San Martín. Arbieto destacó posteriormente como lector de artes y teología y escribió una Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, que llega hasta 1676. Ambos fueron recibidos en la Compañía por el Provincial Padre Rodrigo de Cabredo.

El noviciado de la Compañía de Jesús en Lima estaba en Santiago del Cercado, un pueblo de indios cercano a la ciudad. Allí, la Compañía servía el curato y había establecido el noviciado desde 1593. En 1599, se inauguró un edificio propio, siendo su primer rector el Padre Francisco de Vitoria. En este pintoresco arrabal del Cercado, Cobo pasó dos años de noviciado, dedicados a la intensa vida interior y formación espiritual, que contribuyeron a consolidar su nuevo ideal de vida.

El 18 de octubre de 1603, Cobo pronunció sus primeros votos religiosos, conocidos como del bienio, y comenzó el curso regular de sus estudios en el Colegio Máximo de San Pablo en Lima. Durante los siguientes dos o tres años, completó el curso de Humanidades y, de 1606 a 1609, estudió artes o filosofía. Un catálogo del Perú de 1607 menciona a Cobo como filósofo en Lima. En sus escritos, Cobo afirma que llegó al Perú en 1599 y permaneció en Lima hasta 1609, cuando fue a la ciudad del Cusco, donde permaneció cuatro o cinco años antes de regresar a Lima.

En su primer periodo en Lima, Cobo recuerda eventos como el terremoto del 24 de noviembre de 1604, que causó grandes daños en toda la costa del Perú y particularmente en el Cusco y Parinacochas. Cobo y otros religiosos estaban en la iglesia de la Compañía en Lima cuando sintieron el terremoto y salieron corriendo al patio por miedo.

Cobo también menciona la primitiva catedral de Lima, construida por el arzobispo Jerónimo de Loaysa, que duró hasta 1604, cuando fue destruida para dar lugar a la nueva catedral, construida por Santo Toribio y el virrey Luis de Velasco. Un dato importante relacionado con el inicio de sus aficiones naturalistas es que en 1608, Cobo sembró por primera vez en Lima las palmeras llamadas cocos de Chile para aclimatarlas. Aunque estas palmeras nacieron bien, no dieron fruto después de cuarenta años de plantadas.

Estos detalles permiten vislumbrar cómo, durante sus años de formación en Lima y el Cusco, Bernabé Cobo no solo se dedicó a su desarrollo espiritual y académico, sino que también comenzó a mostrar un interés temprano por la naturaleza, que más adelante caracterizaría sus contribuciones científicas y literarias.

La estancia del Padre Bernabé Cobo en el Cusco desde 1609 hasta 1613 parece estar vinculada a la continuación de sus estudios teológicos, ya que fue ordenado sacerdote en 1613, según la información proporcionada por Saldamando y confirmada por el Catálogo de la Compañía de Jesús en el Perú de 1613. Durante este periodo, Cobo residió en Lima, pero realizó varios viajes y estancias en el Cusco y otras localidades de la Sierra peruana.

En sus escritos, Cobo menciona varias veces su primer viaje a la Sierra, refiriéndose específicamente a la ciudad del Cusco y el valle de Yucay, donde el Colegio de la Transfiguración de la Compañía poseía una hacienda. También menciona su estancia en la ciudad de La Paz (entonces llamada Chuquiabo) y en el pueblo de Tiahuanaco, aunque no proporciona detalles claros sobre el propósito de su visita a La Paz en 1610. Es posible que estuviera allí por razones académicas, científicas o alguna otra circunstancia.

Durante su tiempo en el Cusco, es probable que Cobo tuviera como profesor de teología al Padre Juan Perlín, un notable teólogo experto en griego y hebreo. Perlín había hecho su profesión de cuatro votos en 1604 en el Cusco, donde enseñaba teología. Cobo mostró interés en la carrera de Perlín, escribiendo en su favor al Padre General de la Compañía, Mucio Vitelleschi, cuando Perlín fue removido de su cátedra. La respuesta de Vitelleschi, fechada el 26 de febrero de 1613, confirma esta intervención de Cobo.

Durante su estancia en el Cusco, Cobo realizó diversas observaciones y encuentros notables:

1. Fauna: Vio un mico de forma extraña, con barba y bigotes, del tamaño de un conejo, que fue comprado por un caballero por cien pesos.

2. Personajes Históricos: Conoció al capitán Juan Álvarez Maldonado, quien lideró una expedición para descubrir el Gran Mojo, y a tres nietos de Atahualpa, el último emperador inca.

3. Arquitectura Inca: Observó las ruinas del templo de Coricancha y la construcción del convento de Santo Domingo sobre ellas, notando el uso de láminas de plata y greda llanca en la unión de las piedras.

4. Cristales: Vio un ejemplar de cristal de roca del que un artesano indígena hizo lentes de larga vista comparables a los traídos de Italia.

5. Agricultura: En el valle de Yucay, observó la abundancia de frutas importadas de España y el bajo rendimiento de los ciruelos, salvo los injertados con durazno.

La estancia de Cobo en el Cusco no solo fue una etapa crucial para su formación teológica, sino también un periodo en el que comenzó a desarrollar su interés científico. Sus observaciones y descripciones de la flora, fauna, y arquitectura de la región, así como sus encuentros con figuras históricas, reflejan una curiosidad y atención al detalle que más tarde caracterizarían sus contribuciones a la historia natural y la etnografía del Perú.

En el año 1610, el Cusco celebró festividades públicas que incluyeron una corrida de toros, destacando la actuación de un indio que, montando un caballo ricamente adornado, lanzó con increíble destreza y valentía a un toro, dejando atónito al pueblo por lo inusual de la escena. Además, se relata cómo en ese mismo período se realizaron investigaciones sobre el origen de los Incas, corroborando la existencia de once reyes hasta Huayna Cápac, según testimonios del virrey Toledo y del licenciado Polo de Ondegardo.

En estas celebraciones, en honor a la beatificación de San Ignacio de Loyola, los indios del Cusco exhibieron una representación de sus antiguos reyes Incas con esplendor y pompa. Once reyes Incas, ataviados con trajes ricamente ornamentados y portando cetros, fueron llevados en andas decoradas con plumas multicolores por más de mil indios, encabezados por don Alonso Topa Atau, nieto de Huayna Cápac.

Durante el mismo año, Cobo realizó una estadía en Tiahuanaco y La Paz, donde se destacó la extracción de un mármol blanco excepcionalmente duro y transparente, comparable al utilizado en la construcción de San Lorenzo del Escorial. En Chuquiabo, pudo presenciar un pilar de fuente tallado con este mármol, tan transparente que durante la noche permitía la lectura de una carta a través de él, y durante el día, el agua fluía por él.

Al referirse a la antigüedad de las piedras y ruinas preincaicas de Tiahuanaco, menciona el descubrimiento de una piedra labrada de enormes dimensiones, que, al ser medida por él mismo en una visita posterior, alcanzaba veinte pies de largo por quince de ancho, pulida y lisa como ninguna otra. Es posible que durante este viaje también haya visitado las ruinas del templo del Sol en la isla Titicaca, cerca de Copacabana, describiéndolas con asombro y detalle.

En una palabra, a lo largo de muchos años de estudio y formación religiosa, la personalidad inquieta y viajera de un peregrino en busca de maravillas se fue moldeando definitivamente en el hombre de ciencia, curioso e incansable investigador de la naturaleza americana y sus secretos. Este hombre, concretamente, encontró su Dorado espiritual en lo que encadenó su interés y su vida: Cobo.

En el año 1613, lo encontramos de nuevo en Lima, ya ordenado sacerdote. Fue precisamente en estos años, hacia 1612, cuando él mismo marcó el inicio de su dedicación total a los estudios de la naturaleza, como veremos más adelante. Es probable que aquí en Lima completara sus estudios teológicos, según se deduce de un dato curioso recogido por González de la Rosa del libro de exámenes de jesuitas. En 1615, aparecen las calificaciones de Cobo en su examen para la tercera probación, según el mencionado escritor. Aunque en la Compañía de Jesús no existe tal examen, supongo que se refiere al examen ad gradum, que se realiza al finalizar el curso de estudios teológicos y está vinculado con el grado definitivo de profeso de cuatro votos o coadjutor espiritual, al que son promovidos los religiosos de la Compañía por el Padre General después de completar los estudios y pasar un año de tercera probación, cerrando así el ciclo de formación espiritual y literaria. Cobo recibió en ese examen la calificación de satisfecit mediocriter, es decir, cumplió de manera aceptable, aunque sin demasiada holgura. Años más tarde, en 1622, le fue concedida la profesión solemne de cuatro votos, que realizó el 16 de mayo.

Durante su estancia en Lima entre los años 1613 y 1615, hay algunas referencias que podemos encontrar, aunque son escasas. Por ejemplo, se menciona el primer ciprés que se plantó en el Perú, proveniente de unas agallas traídas de España, en el colegio de la Compañía de Jesús de Lima en el año 1580. Este ciprés, que tenía treinta y tres años en ese momento, fue cortado en 1613 porque obstaculizaba la construcción de un nuevo edificio, aunque curiosamente, no había dado semillas hasta entonces.

Cobo también atribuye propiedades medicinales al gallinazo, una especie de ave muy común en Lima. Refiere dos casos de curaciones ocurridos en la ciudad en 1614, durante su estancia allí, dejando el juicio sobre la autenticidad de estos casos a los médicos.

En ese mismo año, 1614, menciona que llovió en la comarca de Lima durante la Cuaresma, y relata un fuerte aguacero a tres leguas de la ciudad, en dirección a Chancay, que formó un gran charco que duró varios días. Este evento fue considerado algo raro y le mostraron el charco cuando él pasó por el mismo camino pocos días después.

Para completar el año de tercera probación, Cobo fue enviado a Juli. Según sus escritos, el viaje lo realizó a finales de 1615 y principios de 1616, pasando por Vilcas y Huamanga, donde también había un colegio de la Compañía de Jesús, fundado poco antes en 1605. Juli, ubicado en las orillas del lago Titicaca, era un pueblo con una rica historia, destacando por sus cuatro iglesias, testimonio del esplendor del barroco hispano-peruano. Este lugar tuvo un papel especial en la historia de las misiones jesuíticas en América, siendo un campo de experimentación donde se desarrollaron métodos de evangelización aplicados luego con éxito en otras regiones de América.

Durante los años en los que a Cobo le tocó estar en Juli, el puesto misional estaba en su apogeo. Además del cuidado pastoral de los indígenas, se beneficiaba de dos instituciones internas de gran valor formativo para los jóvenes jesuitas: el seminario de lenguas indígenas y el año de tercera probación, en un ambiente de pura labor misionera con los indígenas, algo muy apreciado por los antiguos jesuitas. Así, mediante el aprendizaje de las dos lenguas principales del Perú, el quichua y el aymara, y la práctica del trabajo apostólico con los indígenas, completaban los últimos aspectos de su formación y afinaban las habilidades que consideraban más necesarias para el ministerio apostólico en las Indias.

Cobo aprendió ambas lenguas mencionadas y afirmó que podía comunicarse en ellas con los indígenas. Incluso realizó una breve comparación entre ambas para demostrar las similitudes en los vocablos y la estructura gramatical, sugiriendo así su origen común, al igual que el español e italiano surgieron del latín.

Su residencia en Juli la sitúa en el año 1616, mencionando el clima de la laguna de Chucuito. También describe vívidamente a un ave rapaz americana llamada Alcamari, que conoció de cerca en Juli. Además, relata un hecho curioso ocurrido en ese mismo año: la primera navegación en el lago Titicaca, no en las tradicionales balsas de totora, sino en un pequeño barco hecho completamente de madera de tuco, un árbol cuya madera era muy valorada y abundante en la provincia de Larecaja, a unas ocho leguas de las orillas del lago.

Asimismo, menciona su estancia en la provincia de Chucuito durante los meses de junio y julio, los más crudos del invierno austral, donde observó que la manzanilla resistía sin marchitarse, permaneciendo lozana, verde y cubierta de sus vistosas flores, a pesar del frío intenso que abrasaba y marchitaba todas las demás hierbas.

El Padre Cobo nos informa en tres ocasiones sobre su ascenso desde los Llanos o la costa del Perú hacia la Sierra. La primera ocasión fue en 1609, cuando se dirigió al Cusco para estudiar teología, un evento que ya conocemos. La segunda vez ocurrió durante su viaje a Juli para completar la tercera probación, y la tercera ocasión, de la que hablaré más adelante, tuvo lugar en 1626. En el Perú es un dicho común que el segundo ascenso a la Sierra es peligroso, y Cobo lo experimentó personalmente al sufrir mareos en diciembre de 1615 en las minas de Nuevo Potosí, cerca de Yauli, en el corregimiento de Huarochirí.

En sus propias palabras: "A pesar de haber vivido en esta tierra durante tantos años, en tres ocasiones que subí de los Llanos a las provincias de arriba..., sentí este malestar estomacal, y la segunda vez me mareé muchísimo, con grandes náuseas y vómitos. Esto me ocurrió en el año 1615, en el mes de diciembre, mientras atravesaba la cordillera por las minas del Nuevo Potosí. Me sentí tan fatigado que, desconfiando de recuperar la salud, le pedí a mis compañeros que me dejaran morir allí y continuaran su camino, porque yo sentía que solo podía entregar mi alma en ese lugar, ya que durante dos días no había podido ingerir alimento. Sin embargo, me animaron a montar en una mula, y desde ese momento comenzamos a descender. Apenas habíamos avanzado dos leguas cuando, de repente, me sentí mejor y con ganas de comer".

Cobo también describe los diferentes tipos de puentes utilizados por los indígenas para cruzar los ríos. Algunos, llamados oroyas, estaban hechos de bejucos, en los cuales se suspendía al caminante atado, o se lo colocaba en un cesto similar a uno de vendimiar para llevarlo de una orilla a otra. Otros puentes consistían en cinco vigas, tres de las cuales servían como piso y dos como barandillas a los lados, permitiendo que el viajero caminara sobre ellas. Por último, había otro tipo de puentes construidos con balsas yuxtapuestas, similares a las barcas de Triana en Sevilla. Durante su viaje, Cobo cruzó esta variedad de puentes: uno de bejucos sobre el río Jauja, cerca del pueblo de San Jerónimo de la Oroya; uno de vigas en el río Vilcas, en el distrito de Guamanga; y otro sobre el río Apurímac, en la diócesis del Cusco, que cruzó en 1616, probablemente en los primeros meses del año, y que era especialmente largo, con una longitud de doscientos pies de estribo a estribo. Además, menciona un puente de balsas sobre el río Desaguadero, que sale de la gran laguna de Chucuito.

Durante este mismo viaje, Cobo presenció el reparto de tierras comunales en la provincia de Chucuito y en Moho, un pueblo indígena situado en las orillas del lago Titicaca, que aún conservaba su prosperidad gracias al buen gobierno de un anciano curaca que había vivido durante la época de los Incas. Además, destaca el servicio que aún perduraba de los tambos, entre los cuales los de Moho y Vilcas eran especialmente amplios y bien conservados.

Después de completar el año de tercera probación en Juli en 1616, el Padre Cobo pasó dos años, 1617 y 1618, recorriendo las tierras del Collao, correspondientes a la altiplanicie boliviana. Queda en duda si permaneció en la residencia de Juli o se trasladó al colegio de Oruro, fundado en 1614. Una carta del Padre General, Mucio Vitelleschi, fechada el 17 de febrero de 1618, sugiere que estaba en Juli; sin embargo, Cobo mismo parece afirmar que estaba en Oruro, como señalaré más adelante. Torres Saldamando y González de la Rosa aseguran que durante estos dos años ejerció como misionero popular, una suposición que podría confirmarse no solo por su dominio de los dos idiomas generales del Perú, el quichua y el aymara, sino también por su contacto directo con los indígenas, del cual da testimonio en sus escritos, a menudo aprovechando para fines científicos al indagar sobre sus antigüedades.

Cobo menciona su residencia en Oruro al hablar sobre la riqueza de sus minas, señalando que estuvo allí en 1617: "He visto, hallándome en Oruro en el año de 1617, que se vendían varas de mina por mil o dos mil pesos, y que alguien descubrió una mina y la vendió por cincuenta mil pesos en efectivo". La extracción de plata se realizaba mediante fundición o mediante el uso de mercurio. En 1618, durante su residencia en Oruro, Cobo presenció el beneficio de muchos metales que contenían entre seis y ocho onzas de plata por quintal, algunos de los cuales alcanzaban hasta treinta marcos de plata por quintal.

Aunque su residencia en Oruro no fue completamente fija, permitió que el Padre Cobo realizara varias excursiones, como visitar el asiento de minas de Berenguela, ubicado en el corregimiento de Pacajes, Cochabamba, y probablemente Charcas y Potosí. Durante estas expediciones, su propósito científico no era en modo alguno secundario. Observó las nieblas matutinas que se formaban en el lago Titicaca desde Juli, y mientras caminaba desde la villa de Oruro hasta las minas de Berenguela en 1618, antes de descender de la puna, presenció cómo estas nieblas se movían rápidamente desde las tierras bajas hacia las alturas, disipándose instantáneamente al llegar a las cumbres de la sierra. También experimentó el intenso frío de la puna andina mientras viajaba con un alemán desde la villa de Oruro hasta el valle de Cochabamba. Pasaron una noche en un páramo refugiados en una casa de paja, donde el frío era tan intenso que encontraron el vaso de agua helado por la mañana. Los indios del altiplano, por su parte, enterraban a sus muertos en torres de piedra, algunas de las cuales alcanzaban hasta seis estados de altura. Cobo observó y estudió estas estructuras a lo largo del camino real de Potosí, en la provincia de Caracollo, entre los pueblos de Calamarca y Hayohayo, así como cerca de la villa de Oruro, en el tambo de las Sepulturas, y en el camino de Omasuyo, cerca del pueblo de Achacache.

Saldamando y González de la Rosa sostienen que Cobo llegó en sus excursiones hasta Potosí y Charcas, aunque no hay una alusión directa a estos lugares en los escritos de Cobo, excepto una mención dudosa a Charcas. Sin embargo, algunas descripciones están tan detalladas en términos locales que podrían atribuirse a la fidelidad de un testigo ocular. En mi opinión, no hay duda de que con el año de tercera probación, la vocación científica del Padre Cobo se consolidó como el ideal de su vida, y no escatimó esfuerzos ni viajes, lo que eventualmente le valió la reputación de ser un tanto andariego, como veremos, para observar la naturaleza americana y realizar estudios profundos de carácter histórico y etnográfico.

Principalmente, estos años de su segunda subida a la Sierra están asociados con la valiosa declaración que hace Cobo: "Yo mismo, muchas veces y con más que mediana diligencia, he visto y considerado las ruinas de los más suntuosos y antiguos edificios de este reino del Perú, como son las del Cusco, de Guamanga, Vilcas, Tiahuanaco, Pachacama y otras, para ver si en alguna de las losas y piedras extrañas que de ellos se sacan hallaba señal de letras, caracteres o de alguna labor semejante".

Hacia diciembre de 1618, Cobo emprendió un viaje desde el Collao hasta Arequipa, lo que marcó el final de su período de tres años en Juli y Oruro, donde ejerció como misionero de indios y simultáneamente investigador de las antigüedades peruanas. Durante el siguiente trienio, de 1619 a 1621, residió en Arequipa. González de la Rosa y Saldamando lo mencionan como rector del colegio que la Compañía de Jesús tenía en la ciudad del Misti, pero un catálogo correspondiente a 1619 lo declara como morador del colegio, con el oficio de "predicador de indios y lector de latín".

Cobo mismo confirma su permanencia de tres años en Arequipa y menciona que aprovechó la nitidez del cielo arequipeño para estudiar las estrellas y constelaciones del hemisferio sur, dado que la ciudad se encuentra en una latitud austral de 16°. Se hace referencia a un evento inusual el 12 de junio de 1619, cuando una tormenta afectó las lomas de Ilo, costa de Arequipa, causando fuertes lluvias según lo informado por vecinos de la ciudad que bajaron a la cosecha del aceite.

Además, se menciona una experiencia de Cobo en 1620 durante un viaje de Camaná a Arequipa, donde experimentó las garúas costeñas condensadas en las lomas del interior, en vísperas de San Juan Bautista, "cuando es lo fino del invierno y de las garúas".

Por último, al finalizar su estadía en Arequipa, Cobo vivió un episodio curioso mientras se dirigía desde la ciudad hacia el puerto de Quilca. En el camino, se encontró con un animal parecido a un zorro llamado añutaya por los indios, cuya defensa consistía en un líquido tan pestilente que logró repeler a un perro grande que lo atacó, así como a un bastón con el que intentaron golpearlo. El hedor del líquido era tan insoportable que ni el bastón ni el perro podían ser tolerados después de haber sido rociados con él.

El Padre Cobo se embarcaba en el puerto de Quilca hacia Pisco. Según Saldamando, residía en el colegio de Pisco de 1622 a 1626, y González de la Rosa confirma esta información, añadiendo que ocupó el puesto de rector. Sin embargo, también menciona que al bajar de Arequipa se dirigió hacia Lima o Pisco, aunque no especifica con claridad cuál fue su destino final.

Los Catálogos de la Provincia Peruana que se conservan aportan poca información sobre este punto. Uno de 1625 menciona a Cobo en Lima, en el colegio de San Pablo, como lector de latín y operario de españoles. No obstante, Cobo mismo menciona en varias ocasiones su estancia en Pisco, Ica, Nasca y otros valles de la comarca.

El traslado a Pisco significaba un acto de confianza por parte de la Compañía de Jesús, ya que el colegio de esa población estaba en sus comienzos. En 1620, los cónyuges Pedro Vera de Montoya y Juana de Luque Alarcón se ofrecieron a ayudar con una modesta renta de 2.500 pesos a la fundación del colegio, cuya escritura fundacional se extendió el 8 de abril de 1622. Sin embargo, hubo dificultades, especialmente con los canónigos de Lima debido a los diezmos, y el permiso real necesario solo se obtuvo mediante una cédula del 14 de mayo de 1627.

En Pisco, solo residían unos pocos jesuitas selectos en esos años para establecer firmemente los comienzos de la fundación, que se estableció en forma de hospicio o residencia pequeña.

Un dato importante en la vida religiosa del Padre Cobo es su profesión solemne de cuatro votos, realizada el 16 de mayo de 1622, según varios Catálogos. No se sabe con certeza si esta ceremonia tuvo lugar en Lima y luego partió hacia Pisco, o si recibió la concesión del Padre General estando ya en el colegio de esa ciudad.

Durante su estancia en la costa peruana, el Padre Cobo recuerda varios episodios. En su viaje del puerto de Pisco a Ica, que realizó muchas veces, quiso experimentar el frío producido por el viento sur en los arenales de la costa. Durante una noche en una espaciosa llanada, a pesar del fuego encendido por los arrieros, sintió un frío tan intenso que sus manos se entumecieron y no pudo juntar los dedos, algo que nunca le había ocurrido atravesando los páramos nevados de la cordillera.

También habla de las virtudes curativas del molle, un árbol común en el Perú y también presente en España, que crece en climas secos. Ha presenciado curas maravillosas en indios enfermos ya desahuciados del llamado mal del valle, una enfermedad común en la comarca de Ica.

En los valles de Nasca, Ica y Pisco, ha estudiado la elaboración del vino, ya que esta región es la más vinatera del Perú. Menciona que en los últimos años han empezado a pisar la uva metida en costales o sacas de melinge, lo que produce un vino más puro, claro y blanco, que se vende a un precio más alto. El vino de Pisco, por su parte, es más robusto y adecuado para ser transportado por mar debido a su mayor resistencia.

Además, menciona haber visto una planta americana en el corregimiento de Ica, llamada por los españoles "vergonzosa", porque cierra sus hojas si son tocadas con la mano.

La tercera subida del Padre Cobo a la Sierra del Perú ocurrió en el año 1626 y marca un punto de inflexión en las noticias conservadas sobre esta etapa de su vida. El motivo de este viaje fue acompañar, por orden del arzobispo de Lima, Gonzalo de Ocampo, a un prelado misionero que recorría las Indias solicitando subsidios. Este prelado era el cartujo Ángel María de Cittadinis, nombrado arzobispo de Mira in partibus, coadjutor con derecho de sucesión del arzobispo residencial de Naxiván, en la Armenia mayor, Mateo Erazmos.

Cobo recuerda el inicio de este viaje en el año 1626, cuando comenzaron a ascender por el valle de Ica hacia las estribaciones de la cordillera andina. Durante el viaje, Cobo destacó el gran rigor de estas altas sierras al arzobispo, quien comparó su aspereza con las cordilleras de Armenia y Persia que había recorrido.

No se conoce con certeza el itinerario completo del viaje por el interior del Perú, pero se afirma que Cobo recorrió las principales ciudades junto al arzobispo. Sin embargo, es poco probable que lo haya acompañado durante todo el viaje, ya que luego, de regreso en la costa, el arzobispo comentó sobre la aspereza de la cordillera andina, sugiriendo que Cobo había hablado con conocimiento de causa.

Cobo también menciona haber navegado en 1627 de Lima a Trujillo, y haber visto de cerca a indios malabares de la India oriental, lo que podría estar relacionado con el séquito del arzobispo.

El arzobispo de Lima, Gonzalo de Ocampo, pasó de Perú a México en seguimiento de la cuestación para el colegio armenio. Durante este viaje, falleció el 10 de diciembre de 1629 en Yucatán, según lo comunicado a la congregación romana De Propaganda Fide el 3 de abril de 1630 por el obispo de la ciudad.

En esas mismas fechas, el Padre Cobo ya se encontraba en tierras de Nueva España. Aunque no está confirmado que el arzobispo y Cobo hayan viajado juntos, es posible que la coincidencia de tiempo haya influido en la precipitación del viaje de Cobo. Desde hacía tiempo, Cobo tenía en mente visitar el virreinato español del norte como complemento de sus estudios americanos. La idea data al menos del tiempo de la tercera probación en Juli.

Cobo había solicitado la posibilidad de pasar a la provincia jesuítica mexicana en una carta al Padre General de la Compañía, Mucio Vitelleschi, fechada el 10 de febrero de 1616. Aunque esta solicitud no se llevó a cabo, durante la estancia en Perú del arzobispo de Mira, Cobo volvió a insistir en el tema. El Padre General respondió el 15 de octubre de 1628, indicando que si Cobo insistía y no se encontraban inconvenientes significativos, podría procederse con el traslado a México.

Finalmente, el viaje se concretó y, para el 5 de marzo de 1629, estaba arreglado. Cobo informó al Padre General sobre esto en una carta, a la que el Padre General respondió el 25 de abril de 1630, ya dirigiéndose a Cobo en Puebla de los Ángeles. En su respuesta, el Padre General expresó su deseo de que Cobo termine su historia de manera que no descuide sus deberes religiosos y no realice tantos viajes.

Los documentos son elocuentes por sí mismos y no necesitan comentarios adicionales. Por un lado, nos muestran a Bernabé Cobo como una figura completa, con una vida dedicada a la investigación científica. Por otro lado, revelan las dificultades que enfrentó con algunos jesuitas del Perú, debido a las inevitables diferencias de opinión entre personas con distintas formas de pensar. Sin embargo, demuestran la utilidad y el valor para el cristianismo del apostolado a través de la ciencia y la escritura.

Además, muestran la conducta prudente de la autoridad suprema de la Compañía de Jesús. Aunque inicialmente puede haber mostrado cierta reticencia ante lo que parece ir en contra de la vida común y el trabajo apostólico colectivo de la orden, una vez debidamente informada, otorgó su plena aprobación, e incluso aplaudió el estudio científico individual.

El viaje del Padre Cobo a tierras mexicanas tuvo como objetivo principal completar sus observaciones y estudios, así como finalizar su monumental obra, la Historia del Nuevo Mundo. Él mismo lo afirmó al expresar su inclinación natural por investigar los secretos de la naturaleza, habiendo experimentado los climas de ambos hemisferios del Nuevo Mundo durante muchos años.

Su permanencia en México se extendió desde poco después de su comunicación al Padre General en marzo de 1629 hasta el año 1643, aproximadamente trece años en total. Cuando partió hacia México, tenía cerca de cincuenta años de edad.

En relación con su estancia en Guatemala en 1629, durante su camino hacia México, menciona haber visto por primera vez la chirimoya, una fruta que le pareció exquisita y que notó que no estaba presente en el Perú. Por lo tanto, envió semillas de chirimoya a un conocido en Lima para que las distribuyera entre sus amigos. A su regreso de México, trece años después, descubrió que muchos de esos árboles habían crecido y dado frutos en el Perú. Sin embargo, debido a su escasez, la chirimoya se vendía a precios elevados.

La carta del Padre Cobo, fechada el 7 de marzo de 1630 en Puebla de los Ángeles y dirigida al Padre Alonso de Peñafiel, proporciona detalles interesantes sobre su viaje.

Comienza mencionando Nicaragua como el primer lugar que visitó, donde se dedicó a estudiar detenidamente todo el territorio. Describe las costas y habla sobre los vientos suestes, que son muy tempestuosos de mayo a septiembre. Durante la navegación por estas costas, observó numerosos volcanes cercanos al mar y las densas nubes de vapor que arrojaban, las cuales, al disiparse, generaban vientos suestes furiosos y peligrosos.

En Nicaragua, tuvo la oportunidad de ver por primera vez el amancae blanco, una flor similar al amancae que abunda en los cerros y praderas cercanas a Lima, aunque de diferente color y especie. Además, describe un árbol de floración única, similar a la adelfa, muy común en toda Nueva España y particularmente en la provincia de Nicaragua, donde se usan sus flores para adornar altares.

El Padre Cobo también describe el árbol de la goma, similar al nogal, conocido como cauchuc en el Perú y ule en Nueva España. Experimentó con la savia de este árbol y observó cómo, al lavarse las manos con ella, estas quedaban blancas al principio pero se volvían negras dentro de una hora, como si llevara guantes negros.

Además, menciona la abundancia de conchas marinas en las costas de Nicaragua, que se utilizan para hacer cal. Recuerda haber visto la iglesia del pueblo del Viejo, doctrina de frailes franciscanos, cuya construcción estaba extremadamente bien hecha con cal de estas conchas.

Finalmente, destaca la gran cantidad de mariposas en toda América, con diferentes tamaños y colores, pero especialmente en la provincia de Nicaragua, donde una noche llegó a contar más de doce especies diferentes que acudían a la luz de una vela.

Después de su estancia en Nicaragua, el Padre Cobo se trasladó a Guatemala, donde había un colegio de la Compañía de Jesús. Permaneció allí durante diecisiete días hasta el 1 de diciembre de 1629, fecha en la que continuó su viaje. Desde Nicaragua hasta Puebla de los Ángeles, el total del recorrido por Centroamérica y México fue de aproximadamente 400 leguas.

Durante su viaje, describió con gran detalle las tierras, montañas, llanuras, ríos, lagunas, productos, jurisdicciones, poblaciones indígenas y monumentos históricos y artísticos que encontró en su camino. Escogió una ruta que lo llevó a la provincia de Suchitepeques, donde el pueblo de San Antonio destacaba por su gran iglesia de cantería con detalles de ladrillo.

Continuó su viaje pasando por Tilapa, donde comenzaba la gobernación de Soconusco, conocida por producir el mejor cacao que se consumía en Nueva España. Luego, en Amastepec, ingresó a una región llamada el Despoblado debido a la escasez de pueblos en la sierra.

Durante su viaje, llegó a Estancia Grande, donde tomó la hora "por el norte y sus guardas", utilizando instrumentos que había fabricado en Lima. Aunque no especifica cuáles eran estos instrumentos, podría haber utilizado algún tipo de anteojo de cuarzo de fabricación indígena, similar a los que mencionó haber visto en el Cusco.

El Padre Cobo pasó la Navidad de 1629 en el pueblo de Tonala y continuó su viaje hasta llegar al río Arenas, donde se encontraba la línea divisoria entre las jurisdicciones de la audiencia de Guatemala y la Nueva España, así como entre los obispados de Chiapa y Oaxaca.

Después de pasar por Ilapatenec, donde se unen los dos caminos de la sierra y la costa, el Padre Cobo llegó a Istatepec, donde celebró una misa cantada el día de Año Nuevo de 1630. Antes de llegar allí, cruzó un río que marcaba la división entre la alcaldía mayor de Tehuantepec y la gobernación de Soconusco. La villa principal de Tehuantepec, llamada Guadalcázar, destacaba por su suntuoso convento de Dominicos que parecía una fortaleza desde el exterior. Desde este punto, el camino real se adentraba tierra adentro hacia Oaxaca, pasando por varios pueblos con excelentes iglesias y conventos.

En el valle de Oaxaca, específicamente en el pueblo de Ilacuchavaya, el Padre Cobo vio un árbol de sabina hueco por el pie, dentro del cual cabían doce hombres a caballo, con un diámetro exterior de 26 varas. Finalmente, llegó a Oaxaca, donde también había un colegio de la Compañía de Jesús. Los edificios de esta ciudad le impresionaron mucho: el convento de Santo Domingo era la obra más suntuosa que había visto en las Indias o en España en términos de arquitectura. También destacaban las casas del Cabildo. En cuanto a los templos y edificios, consideraba que los del Perú eran simples chozas en comparación con los de México, aunque pensaba que las castas de indios en México eran de "menor valor y suerte" que los robustos quichuas y aymaraes del Perú.

Las referencias a tierras de Guatemala en los escritos del Padre Cobo son numerosas, aunque algunas podrían pertenecer al viaje de regreso al Perú y no necesariamente al viaje hacia México. Por ejemplo, menciona una flor llamada cempohual-xochitl por los indios guatemaltecos y rosa de Indias por los españoles, que se asemeja a las rosas verdaderas pero carece de olor. El Padre Cobo cuenta que en la iglesia de la Compañía de Guatemala celebró misa muchos días en un altar adornado con estas flores, creyendo que eran rosas castellanas hasta que notó que no tenían fragancia.

Además, en Guatemala le mostraron otra flor que criaban en sus jardines, la cual era considerada maravillosa por crecer en los troncos de otros árboles, y los españoles la llamaban flor injerta.

El Padre Cobo también menciona haber comido una variedad local de mamey en Sonsonate, que en ese momento pertenecía a la audiencia de Guatemala (actualmente al Salvador), ubicada a cuatro leguas al interior del puerto de Acajutla. Este punto específico no está mencionado en su itinerario de Guatemala a Oaxaca en la carta mencionada, lo que sugiere que pudo haberlo visitado en su viaje de regreso.

El Padre Cobo observó en tierras de Guatemala una especie de árbol que produce bálsamo americano, con hojas similares a las del almendro y un tronco grueso y aromático. También menciona unas calabazas que provienen del árbol llamado higüero, utilizadas por los indios para hacer vasos para beber, conocidos como tecomates. Los de mejor calidad eran los producidos en Guatemala, y eran objeto de comercio para llevarlos a México.

Además, el Padre Cobo hace una observación interesante sobre la presencia de cuervos en América, señalando que en América del Sur no se criaban cuervos y que los primeros que vio en Indias fueron al entrar en el pueblo de San Miguel. Esta referencia coincide con su itinerario, mencionando un San Miguel ubicado a quince leguas antes de Oaxaca.

También menciona un incidente con una víbora de coral en Guatemala, cuando él y sus compañeros se sentaron en la puerta de una venta después de terminar temprano la jornada. Un mono que llevaba uno de sus compañeros se asustó al ver una de estas víboras, lo que permitió al Padre Cobo estudiarla después de muerta, observando sus colores finos que parecían un vistoso collar.

Después de dejar Oaxaca el 21 de enero de 1630 en compañía del padre rector del colegio de la Compañía, el Padre Cobo ingresó a las tierras del Marquesado, controladas por el Marqués del Valle, descendiente de Hernán Cortés. Aquí comienza la famosa región de la Mixteca, conocida por su fértil producción de seda y grana. Fascinado por su belleza, el Padre Cobo decidió explorarla dejando el camino real. En Yanguitlán, la principal población de la región, quedó impresionado por un convento e iglesia construidos por tres artífices traídos de El Escorial, así como por otros templos similares en la zona.

En Tamazulapán, el Padre Cobo vio por primera vez el gusano de seda. Luego, quedó admirado por la ciudad de Puebla de los Ángeles, que consideró tener una de las comarcas más hermosas de todas las colonias, con colegios de la Compañía y cercana a lugares históricos como Tlascala, Cholula y Guajocingo.

Continuando su viaje, al llegar a la sierra nevada que divide los territorios de Puebla y México, comenzó a presenciar los efectos de la inundación de la laguna donde se asentaba la ciudad de México. Vio cómo se sacaban canoas de los árboles para transportarlas en carretas tiradas por bueyes. Al pasar la sierra y llegar a la venta de Córdoba, pudo ver la laguna de México con muchas poblaciones a su alrededor inundadas.

Finalmente, en Mejicalcingo, se embarcó en una canoa hasta llegar a su colegio, que se encontraba a dos leguas de distancia, desembarcando en la puerta principal que estaba rodeada de agua debido a la inundación. La tragedia de la inundación de México lo impactó profundamente y decidió residir temporalmente en el colegio de Puebla de los Ángeles después de pasar veinte días en la ciudad.

Durante su viaje, el Padre Cobo recopiló numerosas observaciones sobre las tierras que atravesó, especialmente en la región de la Mixteca, que abarca áreas montañosas y costeras que se extienden hasta el Pacífico. En esta región, notó una gran cantidad de pedernales blancos y de alta calidad, los cuales los indígenas preparaban y vendían junto con una excelente yesca extraída de ciertos árboles.

Además, mencionó haber visto madroños en la Misteca, con frutos más pequeños que los de España, pero que no se les prestaba mucha atención. También describió una planta con un aroma similar al orégano, que encontró a lo largo de la costa sur de Nueva España.

En cuanto a los cultivos, mencionó que los pepinos, conocidos como cachúas en quichua, se daban bien en los valles de lea, Chincha y Trujillo, y que incluso los vio en el convento del Carmen en el valle de Atrisco, a unas 30 leguas al sureste de la Ciudad de México, aunque eran menos dulces que los del Perú. Por otro lado, descubrió alcachofas de alta calidad en una huerta en Puebla de los Ángeles, que hasta entonces no habían sido llevadas al Perú.

Además, mencionó el uso del cacao como moneda entre los indígenas de Nueva España y cómo él mismo lo utilizó para comprar diversos productos en sus viajes por el reino. En Soconusco, conoció una variedad llamada pataste, cuyas semillas eran el doble de grandes que las del cacao, dulces y blancas, y se les llamaba la "madre del cacao".

Después de su estancia en Puebla de los Ángeles, el Padre Cobo se trasladó a la ciudad de México, donde continuó tanto con sus labores espirituales como con sus estudios científicos e históricos con gran dedicación. Según indicaciones del Padre General Mucio Vitelleschi y registros de catálogos de la Compañía, se estableció en la casa profesa de la Compañía en la Ciudad de México al menos desde 1632 hasta 1638. Durante este tiempo, no abandonó sus deberes espirituales, pero también persistió en sus investigaciones, finalizando la gran obra "Historia del Nuevo Mundo" alrededor de estos años.

Además, envió la "Fundación de Lima", una parte de su obra general, para ser impresa desde México, con una dedicatoria al jurista Juan de Solórzano Pereira, datada el 24 de enero de 1639. Es probable que continuara realizando viajes de investigación por los alrededores, lo que le proporcionó más material para sus escritos.

Durante su tiempo en México, entre 1633 y 1635, tuvo la oportunidad de conocer a José de Moura Lobo, un destacado cosmógrafo portugués. Moura Lobo había realizado dos viajes a China, uno por Oriente y otro a través de Nueva España, por mandato real. Durante su estadía en la casa profesa de la Compañía en México, Moura Lobo sostuvo conversaciones con el Padre Cobo sobre diversos temas. Moura Lobo afirmaba que América estaba conectada con Asia por tierra, información que había obtenido de jesuitas en Macao que habían estado en contacto con los tártaros.

Durante su estancia en México, el Padre Cobo tuvo la oportunidad de presenciar una variedad de fenómenos naturales y objetos de interés. Por ejemplo, observó una piedra preciosa muy rara, procedente del Nuevo Reino de Granada, que se encontraba en tránsito hacia España en la armada de don Carlos de Ibarra en 1638. Esta piedra era del tamaño de una nuez redonda y destacaba por su lustre y transparencia.

Además, aunque no vio el árbol llamado "caá" por los indígenas del Río de la Plata en Nueva España, sí presenció cómo se utilizaban sus hojas secas en infusión, las cuales son conocidas como la hierba del Paraguay. También menciona la presencia de ranas en México, las cuales son consideradas un manjar por algunos habitantes locales.

Durante una visita a Chapultepec, la residencia de campo de los virreyes de México, el Padre Cobo observó tres vacas llamadas "de Cíbola", las cuales habían sido traídas desde Nuevo México por el virrey Marqués de Cerralbo con la intención de enviarlas al Rey. Estas vacas tenían una corcova similar a la de un camello.

En cuanto a la agricultura, el Padre Cobo destaca la presencia del olivo en la costa del Perú, donde las aceitunas maduraban durante los meses de junio y julio. Estas aceitunas eran tan grandes y tiernas que se consideraban más apreciadas que las importadas de España.

Finalmente, el Padre Cobo se muestra cauteloso y escéptico ante las fábulas y leyendas sobre los indígenas, especialmente aquellas relacionadas con California. Rechaza las historias fantásticas sobre esta región y prefiere basarse en información obtenida de fuentes confiables sobre las propiedades y habitantes de la tierra.

El Padre Cobo dejó un relato detallado de un viaje científico relacionado con las inundaciones en la ciudad de México en una carta fechada el 24 de junio de 1633 y dirigida a los jesuitas del Perú. Esta carta revela la preocupación por las inundaciones que afectaron a la ciudad, que se remontan a decisiones desacertadas tomadas por el virrey Marqués de Gelves hacia 1622. Se dice que el virrey tomó medidas para proteger la ciudad contra las inundaciones con la intención de ahorrar fondos que se empleaban en los reparos anuales y enviarlos al Rey.

Sin embargo, estas medidas resultaron ser contraproducentes, y en 1627, debido a fuertes aguaceros que duraron treinta y seis horas seguidas, la ciudad se inundó. Luego, en 1629, debido al cegamiento del desagüe de la laguna, el agua subió en algunas calles a una altura de dos metros. Esto provocó la caída de todos los arrabales de la ciudad y la destrucción de siete mil casas. Incluso algunas estructuras principales de la ciudad, construidas de piedra, también sufrieron daños.

Las consecuencias fueron devastadoras, con un número de víctimas que se estima entre 27,000 y 30,000 personas. Los sobrevivientes abandonaron la población en masa, con más de 20,000 familias dejando la ciudad según informó el arzobispo de México, Manso de Zúñiga, al Rey. Estos eventos ilustran la magnitud del desastre y la importancia de abordar adecuadamente las medidas de prevención de inundaciones en una ciudad construida sobre una laguna.

El Padre Cobo identificó el desagüe de la laguna como la única solución verdadera para prevenir las inundaciones en la ciudad de México, a pesar de su costo. Este desagüe ya estaba siendo trabajado desde principios de siglo por Enrico Martín, y ahora su hijo, Diego Pérez, había asumido el liderazgo en esta tarea.

 

La inundación comenzó a disminuir hacia el año 1631, quizás alrededor del momento en que el Padre Cobo regresó a la Ciudad de México. Sin embargo, como naturalista, se sintió compelido a estudiar las causas de las inundaciones y a examinar las obras de desagüe que se estaban llevando a cabo. Se embarcó en una expedición para explorar el valle de México y evaluar si era posible encontrar una ubicación mejor para el desagüe o incluso si era necesario considerar mudar la ciudad en caso de futuras catástrofes.

El 7 de junio de 1633, comenzó su recorrido por el valle, visitando diferentes puntos clave como Chapultepec, Tacuba, Tlalnepantla, Cuatitlán y finalmente llegando a Jalpa cerca de Huehuetoca, en las cercanías de la laguna de Zumpango. Durante su visita al desagüe, fue acompañado por Juan Cebicos, un destacado racionero de Puebla y juez de las obras. La zanja excavada tenía una longitud de más de ocho mil varas y alcanzaba profundidades de entre 15 y 66 varas. Cobo quedó impresionado por la magnitud de la obra, comparándola con las obras más admirables de los romanos.

Después de inspeccionar minuciosamente los lugares y las obras de desagüe, el Padre Cobo cambió de opinión sobre la mejor manera de llevar a cabo la tarea. Su estudio y análisis crítico arrojaron luz sobre las soluciones más convenientes para garantizar la seguridad de la ciudad de México contra las inundaciones.

El Padre Cobo consideró su viaje a Nueva España como una oportunidad para realizar estudios científicos, y es interesante notar que ya en 1633 estaba pensando en regresar al Perú. Escribió al Padre General de la Compañía de Jesús el 23 de febrero con este propósito. La respuesta del Padre Vitelleschi, fechada el 16 de enero de 1634, muestra una plena aprobación de los trabajos científicos del Padre Cobo por parte de la máxima autoridad jesuítica.

El Padre General se alegró de que el Padre Cobo estuviera empleando tan bien su tiempo y progresando en su Historia, y le instó a no considerar mudarse a la provincia del Perú. Le recordó que su presencia y habilidades eran muy apreciadas en donde estaba, y que cuando regresó del Perú fue con la intención de no volver a cambiar de lugar. El Padre Cobo acató los deseos del Padre General y permaneció en México por otros ocho años.

Sin embargo, al principio de 1642, cuando tenía sesenta y dos años, y probablemente sintiendo la nostalgia por su provincia natal en el Perú, así como la necesidad de dar los toques finales a sus escritos, decidió emprender el viaje de regreso. Este viaje de vuelta está documentado en detalle en sus propios libros.

El pueblo de Tehuantepec, una doctrina religiosa dominicana cercana al mar, marcó un hito en el itinerario del Padre Cobo a finales de 1641, cuando venía de la ciudad de México. En el convento de Santo Domingo de Tehuantepec, relata que vio unos huesos prodigiosos de pez que guardaban debido a su gran tamaño. Estos huesos procedían de un gran cetáceo que el mar había arrojado, y según relataban los indios que lo vieron, su cola tenía cincuenta pies de largo.

Otro punto destacado en su itinerario fue la ciudad de Guatemala, donde estuvo en 1642. Allí, en casa del Presidente, vio tres o cuatro águilas grandes americanas, conocidas en aymara como "cocotaapaca".

El lugar de embarque fue el puerto de Realejo de la Nueva España, donde, en 1642, experimentó la invasión de un diluvio de hormigas arrieras que cubrieron el suelo y las paredes de su aposento. En cuestión de dos horas, estas hormigas limpiaron completamente el lugar de diversos insectos y plagas, incluyendo gusanos, chinches, arañas, alacranes y gusanillos de la carcoma y la polilla. Luego, se retiraron y continuaron limpiando otros espacios de la casa.

El Padre Cobo navegó al Perú desde la otra costa del hemisferio boreal en dos ocasiones, siendo la segunda en 1642, cuando venía de Nicaragua. Durante este viaje, consoló a algunos pasajeros que se quejaban del calor excesivo, asegurándoles que al llegar a la línea ecuatorial el viento sur les refrescaría, lo que efectivamente sucedió. Algunos pasajeros, sorprendidos por la frescura del viento, expresaron su asombro al Padre Cobo. Durante una escala en la punta de Santa Elena, el Padre Cobo disfrutó de las mejores tortillas de maíz que había probado en todas las Indias, las cuales les duraron varios días durante el viaje.

El Padre Cobo llegó al Perú alrededor del año 1642, probablemente después de abril, ya que su nombre no figura en la congregación provincial jesuita de la provincia peruana que se llevó a cabo el 1 de dicho mes en Lima, donde debería haber estado presente debido a su grado de profeso de cuatro votos.

Hasta su fallecimiento en 1657, tras quince años de plenitud y madurez científica, continuó trabajando en su obra principal, la Historia del Nuevo Mundo, la cual finalizó y retocó durante este período. El prólogo de esta gran obra está fechado en Lima el 7 de julio de 1653. Es probable que residiera en el colegio de San Pablo de Lima durante este tiempo, y posiblemente también en el Callao, donde la Compañía de Jesús tenía un colegio.

Aunque se supone que fue rector del colegio en su primera etapa peruana, no hay fundamentos sólidos para esta afirmación. Sin embargo, según un Catálogo de 1655, se le menciona como residente del Callao, donde desempeñaba funciones de lector de latín, operario de españoles y ministro. El mismo Cobo confirma su residencia en el puerto del Callao.

El Padre Cobo asistió a la congregación provincial celebrada en Lima el 1 de noviembre de 1653, donde ocupó el número 14 en la lista de los padres congregados.

 

Finalmente, el 9 de octubre de 1657, falleció en Lima a la edad de setenta y siete años, habiendo pasado sesenta y un años en las Indias, de los cuales cuarenta y ocho los dedicó al Perú.

En sus escritos, el Padre Cobo menciona algunos recuerdos de sus últimos años en el Perú, aunque la mayoría de ellos se refieren a temas relacionados con sus propias obras. Por ejemplo, hace referencia a la corriente marina que va de sur a norte a lo largo de toda la costa del Perú, la cual más tarde fue llamada corriente de Humboldt. Describe cómo esta corriente es tan constante durante casi todo el año que permite navegar casi en calma en dirección al norte, mientras que la navegación hacia el sur es mucho más difícil.

También relata algunos eventos climáticos, como un fuerte aguacero ocurrido en Lima en febrero de 1652, que causó preocupación debido a que muchos techos de las casas no estaban preparados para resistir la lluvia, lo que llevó al arzobispo a ordenar que todas las campanas tocaran en señal de rogativa. Además, menciona el envío de halcones peruanos como regalo al Rey por parte del virrey del Perú, conde de Salvatierra, señalando que cada envío de estos animales costaba ocho mil pesos a la real hacienda y que en el envío de 1650 solo llegaron vivos dieciocho.

La personalidad científica del Padre Bernabé Cobo se revela como la de un individuo inquieto y viajero, dispuesto a enfrentar cualquier fatiga para adquirir un profundo conocimiento de América, sus habitantes indígenas, su geografía, sus recursos naturales y su historia. A través de sus numerosos viajes y observaciones directas, Cobo recopiló una amplia gama de información sobre la tierra americana, incluyendo detalles sobre la flora, la fauna, los minerales, así como datos arqueológicos y etnográficos.

Es importante tener en cuenta que la mayoría de los datos biográficos provienen de las propias narraciones de Cobo, donde relata sus experiencias y observaciones. Sin embargo, también es relevante considerar el impacto de sus escritos en el campo de la cultura y la ciencia. El eco de sus obras dentro de estos campos demuestra la importancia y la influencia de sus contribuciones al conocimiento científico sobre América.

La obra científica del Padre Bernabé Cobo se encuentra recopilada en su monumental "Historia del Nuevo Mundo", que consta de tres partes generales, cada una contenida en un voluminoso tomo manuscrito. Cobo dedicó cuarenta años a componer esta obra, desde sus años jóvenes en Lima, donde completaba sus estudios teológicos, hasta el 7 de julio de 1653, fecha en que está firmado el prólogo.

La "Historia del Nuevo Mundo" es descrita por Cobo como una enciclopedia de noticias bien compulsadas y tamizadas, que abarca aspectos tanto de la historia natural como de la política y la eclesiástica de las tierras del Nuevo Mundo. Aunque gran parte de esta obra se ha perdido o permanece oculta en algún archivo desconocido, se conoce su plan general y contenido gracias a la información proporcionada en el prólogo.

La primera parte de la obra trata sobre la naturaleza y las cualidades del Nuevo Mundo, incluyendo todas las cosas que produce y cría. Esta sección consta de catorce libros, siendo el primero de carácter general. Los siguientes ocho libros abordan las características y climas del Nuevo Mundo, así como todas las cosas naturales propias de la región, comenzando por las cosas inanimadas como piedras y metales, y continuando con los diversos linajes de plantas y animales nativos de América.

El décimo libro se centra en las plantas y animales que los españoles introdujeron y aclimataron en América, enriqueciendo considerablemente la flora y fauna del continente. Los últimos cuatro libros se dedican al estudio del hombre americano, su naturaleza, condiciones y costumbres, con especial atención en los indios, y destacando particularmente la organización gubernamental de los incas en Perú.

La segunda parte de la obra consta de quince libros, que abarcan diversos aspectos relacionados con el descubrimiento, pacificación y gobierno de las primeras provincias de Indias y del reino del Perú. Los dos primeros libros tratan específicamente sobre el descubrimiento y pacificación de estas regiones, mientras que el tercero ofrece un resumen de los gobernadores y virreyes que han dirigido el territorio hasta el momento presente. Los libros cuarto y quinto describen la estructura y el establecimiento de la república de españoles e indios en las Indias, así como el sistema de gobierno que se emplea, especialmente en el Perú.

Los siguientes nueve libros ofrecen una descripción detallada del reino del Perú, dividido por obispados y provincias, con un enfoque especial en la ciudad de los Reyes (Lima). El último libro de esta parte describe las otras provincias de América del Sur que están fuera de los límites del Perú. Se menciona que los tres libros relacionados con la Fundación de Lima pertenecen probablemente a esta segunda parte, aunque no se confirma con certeza el orden específico según las palabras del Padre Cobo.

La tercera parte y tomo de la obra consta de catorce libros. Los dos primeros tratan sobre las características de la Nueva España, su descubrimiento y conquista, mientras que el tercero aborda los gobernadores y virreyes que ha tenido esta región. A partir del cuarto libro, se inicia la descripción de las provincias de la Nueva España y de otras regiones de América del Norte, incluyendo el estado actual de la ciudad de México y sus habitantes. El último libro de esta parte describe las islas de ambos mares, del norte y del sur, hasta las Filipinas y las Malucas, además de ofrecer un breve tratado sobre las navegaciones en todas estas regiones del Nuevo Mundo.

Es realmente lamentable que de la grandiosa obra del Padre Cobo solo se haya conservado una parte, menos de la mitad de los 43 libros que la componían. Sin embargo, incluso esta fracción conservada, especialmente los tres libros sobre la Fundación de Lima, muestra el inmenso interés que la obra tendría para los virreinatos de Nueva España y del Perú en el siglo XVI.

En cuanto a los principios metodológicos que guiaron la investigación del Padre Cobo, él mismo proporciona algunas indicaciones. Su impulso para emprender la Historia fue el deseo de indagar y esclarecer la verdad de las cosas que se encontraban escritas en las numerosas crónicas, historias y relaciones sobre las Indias publicadas hasta su tiempo, ya que encontró muchas discrepancias con la realidad. Por ejemplo, menciona una historia latina que afirmaba que en la isla La Española abundaba el trigo, el vino y el aceite, cosas que no se encontraban en esa isla ni en ninguna otra de las islas del área.

Consideraba que la Historia debía basarse en un fundamento sólido, respaldado por los archivos de la república que se estaba escribiendo. En este sentido, cita y transcribe numerosos documentos en los libros de la Fundación de Lima, algunos de los cuales obtuvo del archivo de la ciudad, ahora perdidos, y otros del archivo eclesiástico que le proporcionó el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero. Además, su profundo conocimiento de las cosas americanas se basaba en los muchos años que había residido en Indias, que sumaban más de cincuenta y siete, desde 1596 hasta 1653. Esta larga residencia le permitió adquirir un conocimiento profundo de los diversos climas y de la naturaleza de las regiones donde había vivido, así como de los productos que producían.

La residencia del Padre Cobo en ultramar fue tan temprana que aún tuvo la oportunidad de conocer a algunos de los primeros pobladores, especialmente en el Perú, y encontró descendientes de todos los conquistadores de México en esa ciudad. Sin embargo, esto no ocurrió en el Perú, ya que muchos regresaron a España o se dispersaron para poblar nuevas ciudades en otros territorios. Durante su tiempo en América, también tuvo la oportunidad de conocer a un gran número de indígenas que recordaban la llegada de los españoles a la tierra, y mantuvo largas conversaciones con ellos aprovechando su conocimiento de las lenguas quichua y aymara.

La visita a los monumentos prehispánicos fue de gran beneficio para su comprensión de las culturas indígenas. Estudió las ruinas de los edificios más suntuosos, como los del Cusco, Guamanga, Vilcas, Tiahuanaco y Pachacamac en el Perú, así como los de México, Tezcuco, Tacuba, Guajocingo y Cholula en Nueva España.

El Padre Cobo no menospreció las escrituras más antiguas y veraces, como los diarios y relaciones de los conquistadores y sus descendientes. Se valió de estas fuentes, así como de las informaciones proporcionadas por muchos de los conquistadores para calificar sus méritos, y de las colecciones de cédulas, provisiones reales y cartas de virreyes y gobernadores. Además, escribió sobre cada región mientras residía en ella, para verificar la verdad de lo que escribía, y terminó de perfeccionar la primera parte de su Historia después de las otras dos. Esto se refleja en varias referencias dentro de su obra, como cuando menciona que escribió el libro I de la primera parte en el año 1651, refiriéndose a la segunda redacción, o cuando expresa que lleva cincuenta y un años en el Perú, lo que corresponde al año 1650.

Hasta el siglo XIX, el Padre Bernabé Cobo fue un escritor casi desconocido. Solo la Biblioteca de Escritores de la Compañía de Jesús proporcionó en el siglo XVII una breve pero bastante precisa noticia sobre él, mencionando que había escrito en castellano una Historia índica, que lamentablemente no pudo publicar debido a su fallecimiento. Esta noticia fue recogida por Nicolás Antonio, aunque parece que no tuvo acceso a la obra misma.

Fue Juan Bautista Muñoz, a fines del siglo XVIII, quien encontró parte de los manuscritos del Padre Cobo en Sevilla y los copió en tres volúmenes de su famosa Colección, que actualmente se conservan en la Biblioteca de Palacio de Madrid. Estos volúmenes son el 18, 19 y 20, que llevan las signaturas actuales de Ms. 202, 203 y 204, respectivamente. Son tres tomos en folio encuadernados en holandesa, escritos con una letra muy clara del siglo XVIII.

El volumen 18 (Ms. 204) contiene la Fundación de Lima, con un prólogo firmado en México el 24 de enero de 1639, dedicado a Juan de Solórzano Pereira, miembro del Consejo de Indias en ese entonces. Este volumen incluye tres libros: el primero trata sobre la historia civil y los virreyes, el segundo sobre la historia eclesiástica y los arzobispos de Lima, y el tercero sobre las órdenes religiosas, conventos y fundaciones piadosas como hospitales.

Además, Muñoz señala en una nota al principio que hay otra copia manuscrita de esta obra, de una letra casi contemporánea, en posesión de don Manuel de Ayora en Sevilla, aunque está llena de erratas. También menciona que la parte de la Historia Natural del Perú, que es la parte más extensa de los tres cuerpos en que dividió su gran Historia del Nuevo Mundo el Padre Cobo, se conserva en la Biblioteca pública de San Acacio de Sevilla.

Los volúmenes 19 y 20 de la Colección Muñoz (Ms. 202, 203) contienen la Historia del Nuevo Mundo, parte primera, pero únicamente los diez primeros libros. Ambos volúmenes tienen los folios numerados y al final llevan un índice de capítulos, cada uno con el suyo.

El volumen 19 consta de 385 folios, distribuidos de la siguiente manera: el libro I tiene 17 capítulos (fol. 1-74); el libro II tiene 21 capítulos (fol. 77-164); el libro III tiene 45 capítulos (folios 166-232); el libro IV tiene 108 capítulos (fol. 233-317v); y el libro V tiene 87 capítulos (fol. 318-385v).

El volumen 20 tiene 398 folios numerados: el libro VI tiene 129 capítulos (fol. 1-101); el libro VII tiene 55 capítulos (fol. 101-157v); el libro VIII tiene 59 capítulos (fol. 159-195v); el libro IX tiene 71 capítulos (fol. 197-282v); y el libro X tiene 44 capítulos (fol. 284-392v). Al final del volumen 20, Muñoz añade una nota autógrafa indicando que hizo una copia de otra aparentemente contemporánea al autor, escrita con una letra cursiva menuda, en un grueso tomo en cuarto de 574 hojas de papel sin cortar, encuadernado en pergamino, que se encuentra en la Biblioteca pública de San Acacio, propia de la ciudad de Sevilla. Indica que terminó de cotejar y enmendar esta copia en Madrid el 22 de abril de 1790.

A través de estas dos copias de Muñoz, el destacado botánico Antonio José Cavanilles conoció la obra del Padre Cobo. Impresionado por las minuciosas descripciones de plantas americanas que encontró en ella, Cavanilles elogió ampliamente su trabajo científico. En 1804, publicó diez capítulos de la obra de Cobo en los Anales de Ciencias Naturales bajo el título "Descripción del reino del Perú por el P. Bernabé Cobo". Estos capítulos corresponden al VII al XVII del libro II de la Historia del Nuevo Mundo.

Los elogios de Cavanilles forman parte de su Discurso sobre algunos botánicos españoles del siglo XVI, que leyó en el Jardín Botánico de Madrid al comienzo del curso de 1804. Según él, las copias de Muñoz que utilizó estaban entonces en el archivo de la Secretaría de Gracia y Justicia de Indias. La autoridad de Cavanilles quizás motivó a Quintana a mencionar con honor a Cobo en su biografía de Pizarro.

Además de esta selección de diez capítulos, que constituyen 70 páginas de la Historia del Nuevo Mundo, el eminente americanista español Marcos Jiménez de la Espada publicó varios capítulos sobre la fundación de Lima como apéndice al primer tomo de sus Relaciones Geográficas de Indias. Sin embargo, Jiménez de la Espada expresó serios reparos respecto a la fidelidad de la copia de Muñoz, que según él eran mucho más importantes que los señalados por Muñoz mismo.

La primera obra completa que se publicó del Padre Cobo fue la mencionada "Fundación de Lima", impresa en la misma capital del Perú en 1882 por Manuel González de la Rosa. Esta edición iba precedida por una nota biográfica del autor, que aunque contenía varias inexactitudes, tenía el mérito de copiar algunos exámenes del noviciado de Cobo, los cuales se perdieron en el incendio reciente de la Biblioteca Nacional de Lima, así como de extraer las dos Informaciones realizadas en Lopera en los años 1601 y 1607 por Alonso Díaz de Peralta.

González de la Rosa se basó para su edición en una copia hecha de un manuscrito existente en la Biblioteca Colombina de Sevilla, titulado "JHS. Fundación de Lima, escrita por el padre Bernabé Cobo, de la Compañía de Jesús, año de 1639", según el certificado que transcribe. Esta edición de González de la Rosa fue reproducida por el Concejo Provincial de Lima en el primer tomo de las Monografías Históricas sobre dicha ciudad, con motivo del cuarto centenario de su fundación en 1935.

Al parecer, existen dos manuscritos diferentes de la "Fundación de Lima": el de Ayora, copiado por Muñoz, y el de la Biblioteca Colombina utilizado por González de la Rosa para la edición de 1882. La comparación entre ambos manuscritos no arroja suficiente luz debido a las graves erratas de la edición limeña de 1935. Sin embargo, después de un cuidadoso cotejo, se puede asegurar que los dos manuscritos, tanto el de Ayora copiado por Muñoz como el de la Biblioteca Colombina, son casi idénticos, y las diferencias encontradas son de poca o ninguna importancia.

El mismo año de 1882, y de manera independiente a González de la Rosa, Enrique Torres Saldamando publicó en Lima su valioso libro titulado "Los antiguos jesuitas del Perú, biografías y apuntes para su Historia", donde incluyó una biografía de Cobo. Sus fuentes fueron más o menos idénticas a las de González de la Rosa, y extrajo ampliamente de Cavanilles. Sin embargo, no todas sus noticias ofrecen entera confianza, ya que lamentablemente menciona que no se encontraba en Lima la Carta de edificación que se supone escribiría el rector del colegio de Lima, padre Jerónimo Pallas.

Pero quien verdaderamente se destacó como benefactor de las letras hispanoamericanas con la publicación de las obras del Padre Cobo fue el ya mencionado Jiménez de la Espada. Él editó, entre 1890 y 1893, la Historia del Nuevo Mundo bajo la protección de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, en una hermosa edición de cuatro tomos de tamaño desigual: el primero con 530 páginas, el segundo con 466, el tercero con 350 y el cuarto con solo 245. Aunque los dos últimos tomos son menores, juntos equivalen aproximadamente a uno solo, más o menos del mismo tamaño que los primeros.

La edición de Jiménez de la Espada no solo se destaca por su presentación externa, sino también por la seguridad crítica del texto mismo y las eruditas notas que lo acompañan. Jiménez de la Espada reunió en los cuatro tomos los catorce libros que constituyen la primera parte completa de la obra. Es probable que para los primeros diez libros se haya valido de la copia de Muñoz, llenando así los tomos I y II de la edición. Los cuatro últimos libros, del XI al XIV, que ocupan los tomos III y IV, no declaran su procedencia, pero se presume que fueron obtenidos de otro ejemplar distinto, posiblemente el existente en la Biblioteca Colombina de Sevilla. Desde estas publicaciones del gran americanista, el nombre del Padre Cobo, conocido antes en los círculos científicos, pasó a ser una autoridad de primera clase en asuntos de las Indias. Gran parte de lo que nos queda de la Historia se centra en las ciencias naturales, lo que ha elevado su fama como sabio naturalista, observador fiel de fenómenos, plantas y animales, conocido por sus descripciones precisas y su lenguaje castellano ejemplar.

El ilustre naturalista valenciano, en su Discurso sobre algunos botánicos españoles, después de proporcionar breves notas biográficas sobre el Padre Cobo, explica que este dedicó cincuenta y siete años (1596-1653) al estudio del suelo americano, abarcando tanto las Antillas como México y Perú. Se dedicó a explorar su geografía, meteorología, población, animales, plantas y minerales, una ocupación que había sido su pasión natural y que lo llevó a dudar de la veracidad o exageración de las noticias que Europa tenía sobre estas tierras y sus productos.

Cobo concibió la idea de escribir una Historia auténtica, otorgando un lugar destacado a las producciones naturales, ya que nadie hasta entonces las había tratado con tanto respeto. Empleó cuarenta años en esta obra, titulada Historia del Nuevo Mundo. La copia de Muñoz abarca los diez primeros libros de los 43 de la obra original, y en tres de ellos se dedica a la historia de las plantas.

Como su propósito era describirlas con precisión, las observaba repetidamente en diferentes condiciones climáticas, notando que sus tamaños, flores e incluso la forma de sus hojas solían variar, lo que dificultaba su reconocimiento y clasificación. Además, observó que una misma planta tenía varios nombres en diferentes regiones, lo que podía generar confusiones en la ciencia botánica. Para evitarlo en lo posible, investigó los nombres en las lenguas quichua y aymara, añadiéndolos a sus descripciones junto con información sobre su hábitat, propiedades y usos económicos.

A diferencia de sus predecesores y contemporáneos, cuyas descripciones eran oscuras y limitadas a la forma de las raíces y hojas, Cobo ofreció descripciones perspicuas y completas, elevando su estilo a una altura desconocida hasta entonces. Sus descripciones botánicas, aunque a veces minuciosas, demostraban la fuerza de su genio observador y filosófico, y estaban marcadas por la verdad y la exactitud más meticulosa. Aunque le llevó cuarenta años completarlas, lo hizo con la intención de dejar un legado inmortal en el campo de la botánica.

Aquí tienes las descripciones de plantas tomadas del Padre Cobo que menciona Cavanilles:

1. Amancaes (libro IV, capítulo 42):

   "Las amancaes se nombran de dos suertes; unas, que nacen en los cerros, donde no se labra; otras, que nacen en las vegas, que son como lagunas. Las del cerro son grandes, y son como escobas, con muchas flores, que son como lilas y tan grandes, que no pueden caber entre los dedos: estas tienen un olor muy suave. Las que nacen en las vegas, que son cerca de agua, son menores y no tienen tan buena vista. Estas de las vegas nacen de peñascos, y las otras de raíces."

2. Flor de la Trinidad (ocejoxochitl) (libro V, capítulo 67):

   "Llaman ocejoxochitl a una flor de un árbol grande que llaman tecpátzin; esta flor es la más amable y hermosa que se puede ver en toda la naturaleza; es blanca, y tiene muchos ramos y corolas, y en cada corola muchas estrellas: el olor es suavísimo, y a cualquiera distancia que esté la flor se percibe."

3. Granadilla (también llamada flor de la Pasión, tintin en quichua y apincoya en aymara) (libro V, capítulo 12):

   "Es una fruta dulce, pero no muy de comer, ni mucho ni poco, porque no le falta gusto, pero le sobra olor, con el cual a muchos marean; y a mi juicio, con tan buen gusto y olor como los lirios. La parte de dentro es colorada como bermejo, y llena de pez blanca, y parece clavo, y en cada hueco de clavo hay un gusano. La parte de fuera es como rija, y la raíz es la que más virtud tiene; de esta raíz hacen píldoras contra la tos y dolores del pecho. Esta fruta se cría en todas las partes calientes del Perú."

Cavanilles comenta sobre estas descripciones: "No creo que haya alguien medianamente instruido en la Botánica que pueda dudar que esta es la descripción de la Ferraria paronia [...] tampoco creo que haya habido jamás autor alguno que la haya descrito con más exactitud ni más gracia, ni que exista descripción hecha en aquella época de planta alguna comparable con la de nuestro Cobo." Y respecto a la granadilla, comenta: "¿Pueden retratarse más al vivo los caracteres del género passiflora de Linneo o bien granadilla de Tourneford? ¿No asombra la exactitud con que Cobo describe el cáliz, la corola, las tres corolas o bien sean orlas, el número y situación de los estambres y estilos, y mucho más el que no excluya de las partes esenciales de la flor al cáliz y corola?"

Cavanilles concluye sus elogios hacia el Padre Cobo con estas palabras:

"Cuando contemplo a Cobo tan cuidadoso en retratarnos con fidelidad los vegetales que observó en América, llego a sospechar que estaba penetrado con anticipación de las verdades y fundamentos sólidos que adoptaron después los reformadores de la Botánica, para elevarla a la dignidad actual, a saber, que tenía ésta límites que la separaban de las ciencias que auxilia y por objeto el conocimiento de los vegetales, y que era imposible reconocer éstos sin descripciones exactas y duraderas. Por haber desconocido los antiguos estas máximas inconcusas, confundieron nuestra ciencia con la medicina, y sus tratados de plantas se redujeron a compilar y hacinar virtudes, muchas veces soñadas... No así Cobo, que a pesar de no haber tenido más modelo que la naturaleza, como la tuvieron Teofrasto, Dioscórides y Plinio, supo copiarla con exactitud, y fue el primero que dio modelos acabados a sus coetáneos y a muchos sucesores.

Si al mérito incontestable de Cobo en la historia de los vegetales se añade el peculiar en la de los animales y minerales; y si a éstos, dignos por sí solos de eternizar su nombre, acercamos el que se adquirió al describir la América, como geógrafo y físico, notando sus límites, climas, meteoros e influjos en los vivientes; y, en fin, el prolijo examen que hizo de los manuscritos coetáneos a la conquista, y las informaciones que tomó de varios vasallos de los Incas, o de la primera generación de aquéllos, para componer la parte política y religiosa de su obra; será preciso mirarle como a uno de los más beneméritos de su siglo, condolerse de la pérdida de sus obras, y sentir que las que nos quedan hayan estado siglo y medio desconocidas, con perjuicio del honor nacional y de las ciencias."

El reconocimiento hacia el Padre Cobo no se limita al siglo XVIII; Eduardo Reyes Prósper, un destacado naturalista del siglo XX, también elogió profundamente su obra científica y literaria. Reyes Prósper lo describe como un notable naturalista, geógrafo, explorador y eximio literato. Destaca la precisión detallada con la que Cobo estudió los vegetales y el elegante y conciso lenguaje que empleó para describirlos, lo que permite reconocer botánicamente las especies. Además, señala que las características de las plantas descritas por Cobo son de mayor exactitud y más completas que las de otros autores que se ocuparon de la flora americana anteriormente. Cobo también prescindió de muchas de las aplicaciones medicinales fantásticas que otros viajeros incluyeron en sus escritos.

Reyes Prósper destaca la atención de Cavanilles hacia corregir olvidos censurables y su admiración tanto por el fondo científico y los altos ideales de los sabios como por la belleza en el decir. Cavanilles publicó fragmentos de la obra de Cobo, resaltando sus méritos científicos y literarios, y le dedicó el género Cobooea.

La estatua erigida en honor a Cavanilles en el Jardín Botánico de Madrid incluye una planta llamada Coboopa scandens, una preciosa y elegante polemoniácea que se utiliza como planta de adorno en todo el mundo. Este gesto subraya la importancia y el reconocimiento duradero que ha recibido el legado científico y literario del Padre Cobo.

La meticulosidad con la que el Padre Cobo distingue entre las plantas y animales llevados a Indias por los españoles y los autóctonos u originarios del Nuevo Mundo es notable en los siete libros de la Historia del Nuevo Mundo, que van desde el cuarto hasta el décimo. Además, como mencionó Cavanilles, se registran con diligencia los nombres indígenas en quichua y aymara en el Perú, así como en náhuatl en la Nueva España. Esta curiosidad despierta el interés del europeo que reside en América y puede seguirse laboriosamente a través de los antiguos cronistas, a través de las traducciones que proporcionan explicaciones adicionales sobre las voces indígenas. Por ejemplo, términos como "papas", que se describen como "turmas de tierra" o "llamas o carneros peruanos", entre otros, se encuentran fácilmente en la obra del Padre Cobo.

En cuanto a las plantas originarias de América, el propio Cobo afirmó que en el libro VI describe más de doscientas especies propias de la tierra y desconocidas en España. Este detalle demuestra el profundo conocimiento y la exhaustividad con la que el Padre Cobo abordó la flora y fauna del Nuevo Mundo en su obra.

En esta edición se han seguido rigurosas normas para garantizar la fidelidad y calidad del texto. Se incluye la Historia del Nuevo Mundo, la primera parte completa con sus catorce libros, conservados únicamente hasta ahora. Este texto se reproduce junto con las valiosas notas de Marcos Jiménez de la Espada, publicadas en cuatro tomos por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces entre 1890 y 1893. La autoridad de este insigne americanista respalda la elección de este texto, que inspira gran confianza a pesar del estado no totalmente óptimo de los manuscritos originales, que son copias.

A continuación, se presentan los tres libros de la Fundación de Lima, aunque no ha sido posible acceder a la edición de González de la Rosa de 1882. En su lugar, se ha utilizado una edición de Lima de 1935, publicada con motivo del IV centenario de la fundación de la ciudad. Aunque se han logrado salvar algunas incorrecciones del texto en esta edición posterior, aún queda mucho por depurar, según indica el P. Vargas. Sin embargo, algunas afirmaciones sobre las fuentes utilizadas parecen ser incorrectas, como se ha evidenciado al desmentirlas el propio González de la Rosa y al analizar las similitudes entre ambas ediciones.

La presente edición ha sido realizada tras un minucioso cotejo entre el manuscrito de la Colección Muñoz, conservado en la Biblioteca de Palacio de Madrid, y la edición de 1935 de la Fundación de Lima. El resultado de este cotejo ha sido desastroso, revelando numerosas erratas y omisiones significativas en la edición limense, lo que ha llevado a cuestionar la calidad de esta última.

En consecuencia, se ha optado por dar prioridad al texto de Muñoz en esta edición, aunque se reconoce que este también presenta imperfecciones que podrían ser atribuidas al original copiado. No obstante, se considera que estas imperfecciones pueden ser subsanadas en su mayoría, como lo ha hecho Muñoz en ocasiones anteriores mediante correcciones sugeridas al margen.

Además, se han realizado correcciones al texto mismo, sustituyendo los fragmentos que el P. Cobo copió del Libro de Cabildos de Lima por lecturas más precisas obtenidas de la edición de dicho libro realizada por Torres Saldamando en 1888. Las notas de González de la Rosa y otras adicionadas en la edición de 1935 han sido eliminadas, considerando que su erudición local podría tener poco interés para la mayoría de los estudiosos. En su lugar, se han agregado algunas notas breves que se consideran útiles para la comprensión del texto.

Con esta edición, espero ofrecer un valioso servicio a la cultura hispánica al proporcionar al lector culto un texto crítico lo más fiel posible de los escritos conservados del P. Cobo. Como complemento, al final he añadido dos Cartas: una fechada en Puebla de los Ángeles el 7 de marzo de 1630, dirigida al P. Alonso de Peñafiel, y la segunda datada en México el 24 de junio de 1633, sobre las inundaciones de dicha ciudad y el tema del desagüe de la misma.

Estas cartas fueron publicadas en la Revista Histórica del Perú por Carlos A. Romero, director de la Biblioteca Nacional de Lima, quien las encontró en un valioso lote de documentos antiguos adquirido por él para dicha biblioteca. Sin embargo, debo señalar que el texto de la primera carta, firmada en Puebla, está claramente alterado en cuanto a la disposición y orden interno.

Para corregir esta anomalía, he optado por alterar la colocación de los párrafos, restituyendo así el orden natural del itinerario. Aunque el texto en sí permanece intacto, esta modificación ayuda a clarificar el contenido y corregir el error de ordenamiento que probablemente ocurrió durante el proceso de copia para la impresión. Este mismo error fue notado por el P. Mariano Cuevas, quien republicó las dos Cartas de Cobo en 1944 y también reorganizó el texto en su orden lógico y geográfico.

En cuanto a la segunda carta, no presenta ninguna duda crítica.

Fin

Compilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez

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