Turbulentos Tiempos: El Perú a Través de los Ojos de Cristóbal de Molina

La conquista y población del Perú, así como la fundación de varios pueblos, son eventos fundamentales para comprender la historia de esta región. En este relato, se busca entender con claridad la manera en que se llevó a cabo la conquista y la colonización de estos territorios, así como el daño y perjuicio causado a los pueblos nativos. Es evidente que la mala conducta de los conquistadores y colonizadores ha perpetuado la vejación y destrucción de la tierra, lo que ha resultado en la disminución alarmante de la población nativa. Si no se toman medidas, es probable que la mayoría de los pueblos indígenas desaparezcan pronto, lo que nos lleva a considerar que lo que se presenta aquí es más una narración de la destrucción del Perú que de su conquista o población.

La conquista del Perú comenzó en 1529 bajo los gobernadores Pizarro y Almagro, quienes partieron desde Panamá en pequeñas embarcaciones. Inicialmente, exploraron la costa sur, llegando primero a los manglares y al río San Juan, donde empezaron a obtener joyas de oro de los indígenas. Estas riquezas incentivaron a los españoles a continuar explorando hacia el sur, hasta alcanzar la bahía de San Juan y San Mateo, dos pueblos densamente poblados y con una considerable riqueza. De allí obtuvieron una considerable suma de oro y plata, lo que les permitió financiar nuevas expediciones. Avanzaron hacia Tumbes, explorando y encontrando numerosas poblaciones ricas y prósperas a lo largo de la costa, como Atacames y Quiximies. Continuaron hasta llegar al río de los Caraques y las provincias de Xaraposo y Puerto Viejo, alcanzando incluso la punta de Santa Elena y la isla de la Puna, todas ellas regiones de gran riqueza y densamente pobladas. Finalmente, arribaron al pueblo de Tumbes, un importante puerto al que acuden la mayoría de los barcos que llegan al Perú en la actualidad.

En su exploración, los conquistadores encontraron una impresionante fortaleza construida por los Incas. Con los tesoros recogidos en estas tierras, ya que ese era su principal objetivo, regresaron a Panamá con la intención de solicitar la conquista al Rey. Así, en el año veintinueve, el Marqués Pizarro viajó a Castilla y presentó muestras de las riquezas encontradas, solicitando al Rey la conquista y gobernación de estos territorios. Su Majestad le otorgó un territorio de doscientas leguas, desde la bahía de San Mateo en adelante, que marcaba el inicio de la entrada a estos reinos, ahora conocida como la ciudad de los Reyes, siguiendo la costa hacia Panamá, que se encuentra cerca de trescientas leguas de tierra firme, bajo la línea del cabo, y este asentamiento se encuentra en más de trece grados de latitud.

El Marqués Pizarro partió hacia Castilla en 1529, acompañado por el gobernador Pedro Arias de Ávila, el padre Luque, un clérigo y párroco de Panamá, y Don Diego de Almagro. Sin embargo, el gobernador Pedro Arias de Ávila, quien en ese momento también gobernaba Nicaragua y era considerado uno de los más destacados en esas tierras, decidió separarse del grupo por sugerencia de los otros tres compañeros. Esto ocurrió antes de que se conociera la magnitud de estas tierras, para evitar gastos innecesarios y problemas logísticos relacionados con las expediciones que se organizaban diariamente para llegar a los manglares, considerada una de las regiones más difíciles de estos territorios.

Después de negociar la gobernación, el Marqués Pizarro se convirtió en el gobernador de las doscientas leguas mencionadas anteriormente. A su llegada, su compañero ya había organizado hombres y barcos para él, y partió con un contingente de alrededor de ciento y tantos hombres. Viajaron lentamente a lo largo de la costa, deteniéndose en varios pueblos durante muchos días. Durante este tiempo, dejó establecido con su compañero Almagro que, al considerar que llevaba poca gente y caballos, Almagro debería organizar otra expedición para seguirlo y proporcionar refuerzos. Así, poco a poco, Pizarro avanzaba esperando a Almagro en las provincias de Puerto Viejo, Santa Elena, la Puna y Tumbes, donde fue recibido con gran hospitalidad y servicio por los habitantes locales, quienes les proveían abundantemente de alimentos, además de lo que ellos mismos tomaban de los indígenas, causando numerosos daños.

Al mismo tiempo, recibieron noticias de la llegada del capitán Hernando de Soto y Benalcázar, desde Nicaragua, con una gran cantidad de hombres y caballos. Desembarcaron en la Puna y se unieron a Pizarro en Tumbes, aumentando su grupo a casi doscientos hombres. Continuaron avanzando tierra adentro por la costa, llegando a Mancabilica, donde fundaron el pueblo de San Miguel. Al observar la grandeza de la tierra y los imponentes caminos construidos por los Incas, se dieron cuenta de que todos esos edificios eran las principales residencias del Inca, y que el gran camino conducía a la capital del imperio incaico, el Cusco. Dejaron a un grupo de españoles en San Miguel y Pizarro continuó explorando los llanos, maravillado por su grandeza y la abundancia de indígenas, así como por su organización y vestimenta.

En ese momento, el Inca estaba en Cajamarca, a unas sesenta leguas de distancia, aproximadamente, en la sierra. Al enterarse de la presencia de los españoles en su territorio y de los abusos que cometían contra los indígenas y sus propiedades, envió a uno de sus mensajeros con la esperanza de que pudiera persuadir a los españoles para que se dirigieran hacia él, ofreciéndoles oro, plata y ropa, creyendo que eso era lo que los españoles buscaban.

Los españoles siguieron las indicaciones y llegaron donde se encontraba Atahualpa. Lo que sucedió a continuación es ampliamente conocido: sin luchar, el señor les pidió que devolvieran lo que habían saqueado en su tierra y prometió ser amigos. Sin embargo, los españoles lo emboscaron, causando una gran matanza de indígenas, apresando a Atahualpa y saqueando una enorme cantidad de oro, plata, textiles y personas, incluyendo indígenas y mujeres indígenas para servirles. Cada español tomó para sí una cantidad considerable de riquezas, llegando al extremo de que algunos poseían hasta doscientas personas para su servicio. El temor generado entre los nativos por las numerosas muertes causadas por los españoles hacía que los que servían a los españoles se sintieran más seguros, y las mujeres indígenas preferían ser tomadas por ellos, aunque entre los indígenas era considerado un acto despreciado que las mujeres participaran en actividades públicas de índole inmoral. A partir de este punto, la práctica de tener prostitutas se volvió común entre los españoles, y los indígenas perdieron sus antiguas costumbres de casarse, ya que ninguna mujer considerada atractiva estaba segura con su esposo, dado que era común que fueran reclamadas por los españoles o sus sirvientes. Además, dado que cada español tenía a su cargo una gran cantidad de personas para su servicio, se descuidaba el cuidado de los animales, llegando al extremo de que a menudo, para sacar solo los tuétanos, se mataban diez o doce ovejas.

Tres años después de estos sucesos, presencié en el Cusco un incidente que ilustra la situación en la que se encontraba la sociedad española en el Perú. Durante la noche, un español ingresó furtivamente al corral de otro y robó cincuenta o sesenta ovejas, y es posible que incluso fueran más. Esa misma noche, mató a todas las ovejas y al día siguiente, cuando el otro español descubrió que le faltaba ganado, reunió a un grupo de personas para buscarlo. Al investigar el corral y la casa del primer español, encontraron todas las ovejas muertas, cada una del tamaño de un ternero. La justicia castigó a este individuo con cien azotes, no por el robo en sí, sino por el hecho de haber matado a los animales, ya que, si se tratara solo de robo, ambos estarían igualmente culpables.

Durante este tiempo y durante más de doce años posteriores, no hubo ningún español, por más pobre que fuera, que no recibiera ovejas y corderos para comer tanto él como sus acompañantes al pasar por un pueblo o camino. Si el cacique o señor local se negaba a proporcionarles alimento, los golpeaban, y a cada español que pasaba, le ofrecían una cantidad similar, junto con patos, perdices, pescado, frutas y cualquier otro alimento disponible en el pueblo. Cuando no había suficiente hierba para alimentar a los caballos, a pesar de que siempre había una gran cantidad de maíz, los españoles cortaban los maizales para que los caballos pudieran comer, sin que hubiera ni españoles ni autoridades que los detuvieran o protegieran.

En Cajamarca, los españoles esperaron casi un año el refuerzo de Almagro, que venía desde Panamá, ya que no se atrevían a avanzar hacia el Cusco sin él. Almagro llegó finalmente con otros ciento cincuenta hombres, y juntos partieron hacia Jauja. Durante este tiempo, los españoles enviaron por el oro y plata de Pachacámac, que era una cantidad considerable, y el desafortunado Atahualpa pagó su rescate. Con el oro de Pachacámac, el rescate de Atahualpa y otras riquezas obtenidas, hicieron reparticiones en Cajamarca. Sin embargo, de forma completamente injustificada, decidieron matar a Atahualpa y quemarlo, repartiéndose incluso sus mujeres y posesiones entre los más destacados. Así, terminó el reinado de este señor de una manera tan desafortunada que conmueve a quienes tienen compasión en el corazón.

Curiosamente, antes de su muerte, Atahualpa fue bautizado como cristiano, cuando ya estaba claro que iba a ser ejecutado. Preguntó si, al convertirse al cristianismo, le perdonarían la vida, y ante la respuesta negativa de que ser cristiano solo le aseguraba el cielo tras su muerte, aceptó ser bautizado. Sin embargo, su instrucción en la fe católica fue mínima, similar a enseñar el abecedario a alguien que apenas sabe leer. Le quitaron la vida antes de que pudiera aprender más sobre la fe cristiana, ya que el miedo a la muerte lo habría distraído, según la razón natural. Aunque la misericordia de Dios y la acción del Espíritu Santo están por encima de todo, Atahualpa pudo haber sentido pesar por su injusta ejecución.

Una vez establecidos los españoles en Jauja, un valle frío y fértil, con una gran cantidad de habitantes y numerosas poblaciones y construcciones, decidieron que debían establecerse allí, mientras el resto de la expedición continuaba hacia el Cusco. Dejaron al tesorero Riquelme como líder en Jauja, mientras que el capitán Hernando de Soto avanzó con un grupo de caballería. El resto de la tropa, en su seguimiento, iba desbaratando las fuerzas militares de Atahualpa y capturando los pasos y lugares estratégicos sin encontrar resistencia, excepto en un incidente donde cinco españoles fueron asesinados por indígenas de Atahualpa en la cuesta de Villacunca, a seis leguas del Cusco, aunque finalmente la tomaron.

Es importante destacar que todos los habitantes de la región mostraban simpatía hacia los españoles y los apoyaban en su enfrentamiento contra las fuerzas de Atahualpa, a quienes odiaban profundamente. Esto se debía a que Atahualpa había despojado a otro líder local, Huáscar, hermano de Atahualpa, del control del Cusco, asesinándolo y cometiendo numerosos abusos y saqueos contra los habitantes locales. Además, Atahualpa no era originario de la región, ya que era de Quito y había nacido allí como hijo de Huayna Cápac, quien había sido el líder supremo de todos los reinos de la región. Atahualpa pretendía tomar el control de la región y despojar a su hermano de su legítimo derecho al trono, lo que habría logrado si los españoles no hubieran llegado y frustrado sus planes, acabando con él y desmantelando sus fuerzas militares.

Al llegar los españoles al Cusco y tomar posesión de la ciudad, descubrieron una urbe sumamente poblada y extraordinariamente rica en oro, plata, vestimenta y provisiones. En ella, encontraron vastos almacenes repletos de todo tipo de bienes en abundancia, así como importantes templos dedicados a sus prácticas idolátricas, incluida la impresionante Casa del Sol con su ornamento de oro y plata. Especialmente notable fue el hallazgo de doce haces de plata pura, cada uno del tamaño de un hombre y tan gruesos que dos personas apenas podían rodearlos con los brazos. Además, encontraron una casa construida completamente de plata, con vigas y tablones de gran espesor. A partir de estos y otros numerosos tesoros de oro y plata, comenzaron a repartir las riquezas entre ellos mismos, siguiendo el mismo patrón que en Cajamarca, centrados exclusivamente en la acumulación de riquezas durante más de otro año.

Durante este tiempo, su único objetivo era recolectar oro y plata, enriqueciéndose cada vez más y asegurándose una abundancia de bienes de todas las clases. Adoptaron el dicho de que tal conquista no podría haber sido llevada a cabo por hombres comunes, sino que debía ser realizada por nobles, dado el extraordinario grado de riqueza, servicio de indígenas y mujeres disponibles. En resumen, cada uno tomaba libremente lo que deseaba de la tierra sin considerar que estaban haciendo daño o destruyendo, ya que lo que se perdía era mucho mayor que lo que ellos disfrutaban y poseían.

Durante este período, mientras los gobernadores se encontraban en el Cusco, recibieron noticias de que el adelantado don Pedro de Alvarado se aproximaba con una flota de ocho o diez barcos y más de quinientos hombres desde las provincias de Nicaragua hacia estos territorios, con la intención de unirse a la conquista como los demás. Además, se enteraron de que Sebastián de Benalcázar, a quien el gobernador Pizarro había nombrado teniente de la villa de San Miguel sin su permiso, se había levantado en armas y había reclutado soldados de entre los que llegaban para unirse a la conquista, ya que diariamente llegaban más personas de Panamá y Nicaragua atraídas por la fama de las riquezas y los botines. Benalcázar había dirigido su atención hacia las provincias del Quito, que entonces se rumoreaba que albergaban todas las riquezas de Atahualpa y su padre Huayna Cápac, quien había fallecido allí.

Ante esta noticia, el Marqués ordenó a su compañero, don Diego de Almagro, que partiera rápidamente con algunos hombres a detener a Benalcázar y evitar que el adelantado Alvarado se apoderara de la tierra. Mientras tanto, el Marqués, estando en el Cusco, se dirigió hacia los llanos, donde hoy se encuentra la Ciudad de los Reyes (Lima). Durante el viaje, se dedicó a distribuir todas las tierras entre los españoles del Cusco y aquellos que lo acompañaban, así como los que estaban en Jauja. Después de recabar información sobre los indígenas de la región, los pueblos y los jefes locales, procedió a repartir estas tierras entre los españoles, designando diferentes provincias, algunas cercanas y otras más distantes. Estableció que las provincias cercanas eran para el servicio personal de la casa de cada español y suya. Este sistema de servicio personal, que tan costoso resultaba para los cuerpos y las almas de los que servían y de los que eran servidos, se arraigó en estos territorios, aunque esta práctica ya se utilizaba en Tierra Firme, las islas, Nicaragua y la Nueva España, donde era común.

Con la tierra repartida de esta manera, en ese momento solo había tres pueblos poblados por cristianos en toda esta extensa región: San Miguel, Jauja y el Cusco. Esto abarcaba más de ochocientas leguas de tierra, considerando la extensión de la tierra desde Quito hasta las provincias de los Chichas, que se distribuían entre las sierras y la costa marítima.

Con el temor de que Alvarado ingresara a estas tierras, Pizarro decidió tomar control de ochocientas leguas de tierra poblada con solo tres pueblos. Mientras tanto, el Adelantado Almagro continuó su viaje desde el Cusco hacia las provincias del Quito con el propósito de enfrentarse a Benalcázar y recuperar a la gente que este había reclutado. En poco tiempo, recorrió más de cuatrocientas leguas y finalmente alcanzó a Benalcázar en las provincias del Quito, donde había causado estragos y muerte entre la población local.

Sin embargo, cuando Almagro estaba considerando regresar al Cusco, recibió noticias de que el adelantado Alvarado había desembarcado en los Caraques y en la provincia de Puerto Viejo, adentrándose en el territorio y enfrentando grandes desafíos al cruzar peligrosos pasos de montaña nevada, donde tanto españoles como indígenas perdieron la vida en gran cantidad.

Este capitán desembarcó en la bahía de los Caraques y se dirigió con su tropa hacia la tierra de Puerto Viejo, que en ese momento estaba próspera y en paz, sirviendo de buena voluntad a todos los que pasaban por allí y proporcionándoles ayuda. Sin embargo, al llegar el adelantado Alvarado, aunque inicialmente los recibieron pacíficamente, al partir los tomaron a todos prisioneros, saqueando y destruyendo los pueblos de manera brutal. La violencia fue tan intensa que toda la provincia quedó devastada hasta el día de hoy: donde antes había más de veinte mil indígenas, ahora apenas se pueden contar con los dedos de una mano.

Pasados cuatro o cinco meses, otro capitán llegó con autoridad del Marqués Pizarro con la misión de restablecer la paz en esa provincia. Realizó algunas incursiones y capturó a algunos indígenas, pero luego los liberaba para que persuadieran a los demás de que no tenían nada que temer. Al entender los caciques que no les pretendía hacer daño en ese momento, acudieron de inmediato para entablar un diálogo. En este encuentro expresaron argumentos muy razonables, que cualquiera que aspire a tener un mínimo de humanidad y no quiera ser asociado con la cruel mentalidad imperante en estos territorios debería comprender. En general, se burlaban de aquellos que buscaban enriquecerse a expensas de los indígenas, despreciando todo lo que se dijera o tratara que no fuera en su propio beneficio. Sostenían que aquellos que tenían responsabilidades sobre otros deberían comportarse como seres humanos y no como perpetradores de crueldades, robos y tiranías.

Los pobres indígenas le dijeron públicamente al capitán Galza, ante más de cien testigos: "Hemos venido a verte en paz porque hemos escuchado que eres el señor de Tumbes y sabemos que tratas bien a los indígenas que están a tu cargo. Si no fuera así, no confiaríamos en ti ni en ningún otro español que pase por aquí. Sabes que al antiguo gobernador Pizarro y a su compañero Almagro, así como a todos los demás españoles que pasaron por aquí, les dimos todo lo que quisieron de nuestras tierras y les servimos con gran voluntad, pensando que no sufriríamos daño por ello. Pero confiando en esto, llegó un capitán con ocho o diez navíos y mucha gente y caballos. Al principio, nos aseguró que no debíamos temer, que era un gran señor, bueno y que incluso era hijo del Sol. Estuvo aquí siete u ocho días y cuando se disponía a internarse en nuestra tierra, hacia las provincias de Quito, bajo seguro, toda su gente se desplegó por nuestro territorio para saquearnos, prendernos y encadenarnos día y noche. Nos quitaron a nuestras mujeres e hijas y mataron a muchos de nosotros, como tú bien sabes. Luego se adentraron en el valle de Zarapato hacia las montañas, y hasta hoy ninguno de los que llevaron ha regresado. Pensamos que todos han muerto y que los supervivientes nunca volverán a su tierra".

Los indígenas expresaron su espanto ante la devastación y destrucción causada por los españoles, comparándolos con tigres o leones que devoran y despedazan a la gente cuando tienen hambre. Afirmaron su disposición a servir, aunque ya no podrían hacerlo como antes debido a la pérdida de población y de recursos, robados por aquellos que pasaron por allí. Lamentaron la trágica situación en la que se encontraban, marcada por continuos sufrimientos y vejaciones. El capitán los alentó y consoló, y se dispuso a poblar la tierra con la esperanza de un mejor futuro.

En cuanto al pueblo de la Culata, conocido también como Guayaquil, la situación era igualmente desoladora. Las montañas de manglares, tierras pantanosas y los árboles de manglar, cuya madera era extremadamente dura e incorruptible, representaban un desafío insuperable. La probabilidad de que la población indígena sobreviviera en este entorno era mínima, lo que reflejaba la triste realidad de la colonización en estas tierras.

Los vecinos de este pueblo aprovechan la madera de manglar, altamente valorada en la costa y en la ciudad de Lima, para obtener beneficios económicos. Ordenan a sus indígenas encomendados que corten esta madera con tanta prisa que pasan todo el año sumergido en las pantanosas ciénagas, llevando la pesada carga hasta la costa para embarcarla. Sin embargo, esta actividad diabólica cobra un alto precio humano, ya que muchos indígenas mueren en el proceso. Cada pieza de madera extraída de los manglares está impregnada de sangre humana, sin que ningún dinero obtenido de esta explotación esté libre de esta trágica realidad. La situación es desgarradora, y solo la infinita misericordia de Dios puede remediarla.

Cuando el adelantado don Diego de Almagro supo que el adelantado don Pedro de Alvarado había llegado a la zona, decidieron encontrarse. Se sucedieron tensiones y negociaciones entre ambos, llegando incluso al borde del enfrentamiento y la violencia entre sus respectivas tropas. Finalmente, acordaron que Almagro compensaría a Alvarado con cien mil castellanos por toda la armada de navíos y hombres que había traído, y este último regresaría a su gobernación en Guatemala. Almagro procedió entonces a poblar el pueblo de Quito, dejando a Benalcázar como teniente, y parte de la gente que acompañaba a Alvarado se quedó en la región. Posteriormente, Almagro acompañó a Alvarado de regreso hacia Cusco para realizar el pago acordado y permitirle regresar a su gobernación.

Es importante considerar el sufrimiento que padecieron los nativos de la tierra debido a los tumultos provocados por los españoles, que transitaban con un gran despliegue de servicios y destrucción de los pueblos por donde pasaban. En aquella época, los españoles tenían la costumbre de considerar a los nativos como rebeldes si estos, por temor a ser maltratados, se escondían o se apartaban del camino real. Entonces los perseguían, los atacaban y los tomaban como prisioneros, tratándolos como esclavos y confiscando sus bienes. Les cortaban el cabello, los consideraban sus esclavos absolutos y les otorgaban cédulas de encomienda, lo que significaba que el indígena o la india quedaban bajo el dominio del español para servirle toda su vida, sin tener control sobre su destino.

Esta nefasta costumbre ha perdurado en gran parte de estos reinos hasta el día de hoy. Paradójicamente, aquellos indígenas que podrían haber sido más libres, al servir durante mucho tiempo a los españoles, terminaron siendo más esclavizados. La raíz de esta problemática se encuentra en la arraigada costumbre de los españoles de imponer su dominio y explotar a las poblaciones nativas, incluso en los casos en que podrían haber optado por restituir sus derechos y dejar de molestar a estas gentes. La mala costumbre se ha mantenido profundamente arraigada en estos reinos a lo largo del tiempo.

El adelantado Almagro y don Pedro de Alvarado, procedentes de las provincias de Quito, llegaron a la villa de San Miguel, la primera población establecida en estos reinos. Almagro decidió trasladarla al pueblo de Piura, donde se fundó en su ubicación actual. Continuando su viaje por la costa, alcanzaron la futura ubicación de la ciudad de Trujillo, a ochenta leguas de Piura. Allí dejaron al teniente Rodrigo Astete y algunos acompañantes, designando el sitio para la fundación de la ciudad de Trujillo, en el valle de Chimú.

Luego, Almagro se dirigió hacia Pachacamac, donde encontró al Marqués Pizarro, quien lo estaba esperando para deliberar sobre los asuntos relacionados con la tierra. El Marqués estaba muy satisfecho con el éxito de Almagro en las provincias de Quito y con el acuerdo alcanzado con don Pedro de Alvarado.

Juntos, los gobernadores tomaron una decisión crucial: pagar rápidamente los cien mil pesos al adelantado Almagro y enviarlo de vuelta a sus dominios en Guatemala. Temían que Almagro pudiera rebelarse, ya que era muy querido por muchos españoles y existían rumores de que estaba siendo instigado para hacerlo. Por lo tanto, se le pagó la suma acordada y se le envió de regreso a Guatemala en un galeón con una escolta de guardias, dentro de los próximos quince o veinte días después de su llegada.

Además, decidieron trasladar el pueblo que habían establecido en Jauja a este valle de Lima, donde se fundaría la ciudad de los Reyes, hoy conocida como Lima. Fue en el año de 1534 cuando se fundó esta ciudad, un proceso que no estuvo exento de sacrificios humanos durante su construcción y establecimiento.

Al principio, las casas se construían con terraplenes, con salas y paredes tan anchas como baluartes. Los indígenas de hasta cien leguas a la redonda eran forzados a trabajar en la construcción, soportando cargas pesadas y prestando servicios personales. Además, participaban en guerras y expediciones militares hacia Chile y otras regiones, lo que dejaba claras marcas de su sufrimiento a lo largo de la costa y la sierra de los alrededores de la ciudad.

Diré que, al llegar los españoles a estas dos provincias, cada una contaba con una población estimada en 40 mil indígenas: una era Huaura, desde Huarmey, que Almagro tomó por su gran cantidad de habitantes y su fama de gran riqueza, mientras que la otra era Chincha, que Hernando Pizarro conquistó, también con alrededor de 40 mil indígenas. Sin embargo, en la actualidad, en ambas provincias apenas quedan cuatro mil indígenas. En el valle de esta ciudad, así como en Pachacama, a cinco leguas de aquí, que antes eran una sola zona con más de 25 mil indígenas, hoy en día se encuentran casi desiertas, con apenas dos mil habitantes, debido a la devastación causada por los numerosos conflictos y ejércitos que han pasado por la región.

Es triste constatar que los indígenas que han estado más cerca de los españoles y que han colaborado más con ellos, son precisamente los que han sufrido más abusos, vejaciones, muertes y fatigas. Este patrón se repite en muchos valles a lo largo de esta costa, que se extiende por más de mil leguas, donde la población indígena ha sido diezmada y sus tierras, una vez fértiles y prósperas, han sido arrasadas. Estos valles, que eran como exuberantes jardines bien cuidados, llenos de riquezas en oro, plata, textiles, ganado y cultivos de algodón, hoy se encuentran desolados, con sus habitantes diezmados y sus estructuras destruidas.

Cada valle de esta costa era un testimonio de la ingeniería hidráulica y agrícola de los pueblos originarios, con sus sistemas de acequias y cultivos cuidadosamente planificados. Aunque la lluvia escasea en esta tierra de llanos, los valles son irrigados por ríos perennes o manantiales, que garantizaban el abastecimiento de agua para las tierras de cultivo y huertas. Incluso en zonas donde el agua escaseaba, los indígenas encontraban formas ingeniosas de cultivar, como el método de enterrar una sardina junto a unos granos de maíz, que daba lugar a cosechas abundantes varias veces al año.

Para describir completamente la riqueza y diversidad de esta costa, desde la bahía de San Mateo hasta las provincias de Chile, sería necesario mucho más espacio del que dispongo. Sin embargo, basta con decir que esta región está llena de maravillas naturales y culturales, poblada en su mayor parte, aunque con extensas áreas deshabitadas y desérticas entre los valles. Uno de los desiertos más impresionantes es el que se atraviesa para llegar a Chile, con cien leguas de arenales y escasa vegetación, salvo algunos oasis dispersos donde brota el agua, como pequeñas bocas de verdor en medio de la aridez del desierto.

Antes de adentrarme en los relatos de la conquista y casi destrucción de estos reinos, es crucial recordar la magnificencia de los dos caminos reales del Inca que atraviesan esta tierra. Uno de ellos recorre toda la costa, tanto las zonas pobladas como las despobladas, con una anchura de hasta cuarenta pies. Este camino está bordeado por muros en la mayor parte de su extensión, especialmente dos leguas antes de entrar en cada valle y otras dos al salir de ellos. En muchos tramos, está empedrado y bordeado por sombras de frondosos árboles, aunque lamentablemente muchas de estas especies han desaparecido debido a la ausencia de los nativos. Quien desee recorrer toda esta costa por este gran camino real no tendrá dificultad para orientarse ni necesidad de preguntar por el camino a seguir.

El otro camino, de igual importancia, discurre por la sierra y es aún más extenso que el de la costa y los llanos. Es impresionante porque atraviesa imponentes montañas y terrenos escarpados, pero está tan bien construido que es transitable a caballo en su totalidad. Este camino da la sensación a los viajeros de que, aunque el terreno por el que transitan sea agreste, ellos avanzan siempre en terreno llano y con facilidad. A lo largo de ambos caminos, cada cuatro leguas aproximadamente, se encuentran posadas del Inca, donde los viajeros podían descansar y reponerse.

En algunas partes de este camino, especialmente desde la ciudad del Cusco hacia adelante, en dirección al Estrecho de Magallanes y las provincias de Chile, se han señalado marcadores cada media legua y legua. Esto permite a los viajeros saber con precisión cuánto han avanzado sin necesidad de relojes u otros instrumentos, lo que facilita enormemente la navegación por estas rutas históricas.

Además, en cada pueblo de esta tierra, y especialmente a lo largo de los dos caminos reales mencionados, se encontraban o todavía se encuentran los aposentos reales del Inca y del Sol, con todo su séquito de indígenas preparados para servir al Inca, a los señores, capitanes y mensajeros que él enviaba de un lugar a otro. También existían casas de oración dedicadas al Sol, con su grupo de mujeres llamadas mamaconas, que vivían en castidad; si alguna de ellas rompía este voto, era ejecutada, junto con otras que cometían faltas similares. Todos estos aspectos estaban regulados con precisión, incluso en relación con los nómadas que vagaban por la tierra, a quienes no se les permitía asociarse con malas mujeres. Cada individuo vivía dentro de su comunidad y se dedicaba al trabajo y a ganarse el sustento.

Además de estas regulaciones, existía una gran organización en cuanto a los tributos que los pueblos debían pagar al Inca. En cada pueblo de estas provincias había contadores que llevaban un registro detallado de los tributos y del trabajo que cada indígena realizaba para garantizar una distribución justa de las cargas y responsabilidades. Esta práctica aún perdura en algunas comunidades, aunque lamentablemente se ve afectada por la corrupción y otras malas influencias que han surgido en tiempos más recientes.

Además, cada pueblo de esta región contaba con una gran cantidad de depósitos donde se almacenaba maíz y otros alimentos que se tributaban al Inca. También disponían de telares y almacenes de lana donde se tejía la ropa lujosa para el Inca, los caciques y la clase guerrera, así como plumas de colores para la confección de toldos y prendas ornamentadas. En el centro de cada pueblo, había una amplia plaza real con un terraplén elevado, coronado por una escalera muy alta. Desde allí, el Inca y tres señores subían para dirigirse al pueblo y observar a la gente de guerra durante sus desfiles y reuniones.

Además, tenían una costumbre admirable y digna de destacar, la cual, de haber sido observada por los españoles que llegaron a esta tierra, podría haber evitado su destrucción. Esta costumbre consistía en que, cuando la gente de guerra se movilizaba, incluso si eran cien mil hombres, ninguno de ellos podía apartarse del camino real hacia ningún lado, incluso si la fruta o la comida estaban al alcance a lo largo del camino, so pena de muerte. Para asegurar el cumplimiento de esta norma, se mantenían fuertes guardias que castigaban tanto al individuo como a su capitán si se desviaban. Los caminos, a lo largo de los pueblos, estaban protegidos por altas tapias para evitar que la gente se saliera de ellos, incluso si intentaban causar daño. Al finalizar cada jornada, se alojaban en los pueblos en grandes galpones y casas especialmente construidas para este propósito, que solían tener hasta ciento cincuenta pasos de largo, amplias y bien ventiladas. Allí, se les proporcionaba comida de manera ordenada y tranquila, tanto a ellos como a sus esposas, en un ambiente de paz y orden, comparable al de los monasterios, ya que la gente común de esta tierra era sumisa, humilde y disciplinada como pocas en el mundo.

Retomando el hilo de la historia, después de pasar por el pueblo de Jauja en dirección a esta ciudad de Lima, la cual fue fundada en el año de 1534, los gobernadores decidieron que el Marqués Pizarro se dirigiera hacia la costa para repartir el pueblo de Trujillo, que Almagro había señalado durante su expedición por las provincias. Almagro, por su parte, deseaba partir desde Lima hacia el Cusco, llevando consigo a la mayoría de la gente que quisiera seguirlo, con la intención de asumir el cargo de teniente del Cusco y destituir al entonces titular, el capitán Hernando de Soto. De esta manera, el Marqués partió hacia la costa en dirección al pueblo de Trujillo, situado a ochenta leguas de aquí, en los Reyes, mientras que Don Diego de Almagro se encaminó hacia el Cusco, dejando a Ribera el viejo como teniente del pueblo en Lima.

Es importante señalar que cuando el Marqués Pizarro llegó a Trujillo y estaba distribuyendo las tierras entre los colonos que deseaba que residieran allí, llegó un joven de dieciocho años procedente de Castilla, quien había vivido en las provincias de Nicaragua junto a un tesorero llamado Juan Tello, originario de Ciudad Real. Este joven había sido enviado a negociar con el rey en nombre de don Diego de Almagro y entre las múltiples gestiones que realizó, logró que Su Majestad otorgara a Almagro el gobierno del Nuevo Reino de Toledo, una extensión de tierra que se encontraba más allá de la jurisdicción de Pizarro, comprendiendo unas doscientas leguas a lo largo de la costa. Según los pilotos, esta región comenzaba aproximadamente diez o doce leguas más allá de la bahía de San Mateo, en el puerto de Santiago, y se extendía hasta el puerto de Chincha. Esta noticia la traía el joven llamado Cazalla, quien llegaba a Trujillo con la intención de obtener la buena nueva del gobierno para él y su tío.

Sin embargo, no pudo mantener su negocio en secreto y, temiendo que Almagro pudiera interpretar la concesión real como un pretexto para arrebatarle la ciudad del Cusco, la cual tenía bajo su control como teniente designado, el secretario del Marqués actuó rápidamente. Decidió enviar por correo a Melchor Verdugo, quien en ese momento pretendía recibir un beneficio del Marqués en Trujillo, hacia la ciudad del Cusco, distante doscientas leguas, con instrucciones de informar a los hermanos del Marqués, así como a los regidores y otros aliados que tenían allí, que si Almagro ya había llegado a la ciudad, debían suspender su nombramiento como teniente y entregar el poder a Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, hermanos del Marqués. En caso de que Almagro aún no hubiera llegado, debían abstenerse de reconocerlo como teniente del Cusco.

Verdugo se apresuró tanto que casi llegó al Cusco al mismo tiempo que Almagro. Sin embargo, antes de que ambos llegaran, la noticia sobre la gobernación de Almagro se había difundido por toda la región. En Lima, el capitán Diego de Agüero también se apresuró a llevar la noticia a Almagro, buscando obtener el reconocimiento por ello, sin comprender completamente la situación. En aquel entonces, como aún no se había arraigado la ambición por el poder en el Perú, todos asumían que el Marqués estaría contento con el nombramiento real. Pero la realidad fue muy distinta, como luego se vería.

Diego de Agüero llegó a dar la noticia a Almagro de su nombramiento como adelantado y gobernador del Rey, siete u ocho leguas antes de que Almagro llegara al Cusco. Esta noticia causó gran alegría y satisfacción a Almagro y a sus seguidores. Cuando todos en la ciudad supieron la noticia, incluyendo a la justicia, el regimiento y los hermanos del Marqués, se alegraron mucho, expresando que sabían que el Rey tenía que nombrar a otra persona para ese cargo, y se alegraban de que la gracia recayera en un compañero del hermano del Marqués, ya que todo quedaba en casa y era igual quien gobernara, ya fuera el Marqués o su compañero Almagro.

Como estos acontecimientos estaban destinados a ganar el favor de Almagro, se organizó un gran recibimiento cuando él estaba a punto de entrar en la ciudad del Cusco. Los hermanos del Marqués, Juan y Gonzalo Pizarro, junto con todos los demás vecinos, autoridades y el regimiento, salieron al encuentro de Almagro, todos montados a caballo y engalanados con plata y oro. Le dieron la bienvenida como adelantado y gobernador, sin que aparentemente a nadie le pesara, ya que todos estaban sinceramente contentos. Se desmontaron de sus caballos y lo acompañaron hasta su residencia, aunque en realidad habían sido tomadas por él de un señor principal del Cusco, y lo mismo ocurrió con las casas de los demás, ya que entraron pacíficamente en la ciudad, donde los naturales les dieron la bienvenida y les entregaron la ciudad con todo lo que había dentro, incluyendo abundante ropa, joyas, oro, plata y otras posesiones. Sin embargo, esta toma de posesión no fue exenta de controversia ni de consecuencias trágicas, las cuales prefiero no profundizar, dejándolas al juicio de quien pueda comprenderlas mejor. Por mi parte, sé por mis propios errores que preferiría no haber visto ni conocer nada sobre el daño infligido a los naturales en relación con este asunto.

Después del recibimiento y la comida, cuando los vecinos regresaron a sus hogares, aún no había llegado la tarde cuando Melchor Verdugo entró en el Cusco por la plaza de la ciudad. Verdugo, quien había sido enviado por el Marqués para destituir a Almagro de su cargo de teniente de gobernador, se dirigió directamente a la posada de los hermanos del Marqués, quienes vivían juntos. Sin pérdida de tiempo, procedió a entregar el despacho del Marqués como si se tratara de una señal de guerra, y convocó a los vecinos y regidores más destacados de la ciudad a su casa. En nombre del Marqués, les advirtió que no aceptaran a Almagro como teniente o gobernador, incluso si este traía provisiones del Rey para ese fin. Les aseguró que tenían el respaldo del Marqués para resistirlo y estaban dispuestos a morir en esa causa.

Al enterarse de esto, Almagro reunió a sus seguidores y los convenció con regalos y persuasiones, asegurándoles que lo que él tenía, también era para ellos, y que los favorecería si llegaba a ser gobernador de esa rica tierra del Perú. Así, aquel mismo día, el Cusco, que por la mañana había estado pacífico y tranquilo, se vio sumido en la tensión y el conflicto armado. Desde ese momento, los reinos experimentaron grandes disturbios y males, ya que este primer error desencadenó una serie de acontecimientos. Sin embargo, nada de esto terminaría hasta que no se pusiera fin a los abusos contra los naturales, pues mientras estos continúen, nunca habrá paz en estas tierras, ya que el mal nunca conocerá la paz.

En medio de esta situación, Almagro percibió que, dado que los vecinos y los hermanos del Marqués se oponían abiertamente a su nombramiento como gobernador, probablemente también enviarían a alguien a interceptar las provisiones reales que le llegaban. Por ello, organizó un grupo de diez o doce jinetes para salir al encuentro del mensajero, Cazalla, que poco a poco se acercaba al Cusco. Cuando los hermanos del Marqués se enteraron de esto, interpretaron que Almagro enviaba a sus hombres para asesinar al Marqués, y por lo tanto, también reclutaron un grupo aún más grande de hombres para oponerse a ellos y evitar que interfirieran en el viaje de Cazalla.

Enterado el teniente Hernando de Soto, junto con algunos regidores, se dirigió a la casa de los hermanos del Marqués para exigirles que disolvieran la asamblea que tenían en su domicilio, ya que en ese momento el teniente no tenía autoridad para intervenir, algo que también había ordenado don Diego de Almagro. Sin embargo, al ver que el teniente estaba actuando en su contra, pues era un íntimo amigo de Almagro, los hermanos del Marqués lo desacataron y lo acusaron de traidor, afirmando que tenían información de que había conspirado para entregar la ciudad al adelantado Almagro. Lo persiguieron con lanzas hasta el centro de la plaza desde sus propias casas.

Ante esta situación, Almagro y sus seguidores salieron en defensa del teniente Hernando de Soto y evitaron que el conflicto se intensificara. Algunos intervinieron para calmar los ánimos y evitar que estallara una pelea violenta entre ambos grupos. Sin embargo, si no fuera por la intervención de unos pocos que se interpusieron entre las dos partes, la situación podría haber escalado, resultando en daños significativos para ambos bandos. Algunos opinan que, de haberse enfrentado, el resultado habría dependido de quién tuviera más fuerza. En mi experiencia, esto es respaldado por lo que he visto después: en medio de un conflicto, las promesas, la fe y la ley no se respetaban, como se detallará más adelante.

En esos primeros momentos, aunque la tensión era alta, las partes aún no estaban completamente enemistadas y mostraban cierto temor y respeto hacia Dios y el Rey. Sin embargo, con el tiempo, esta consideración se perdió y las disputas se volvieron más violentas y despiadadas, como veremos en los eventos posteriores.

Después de que los hermanos del Marqués no lograron alcanzar al teniente, quien se les escapó a caballo, ambos bandos se retiraron a sus respectivas casas. Almagro regresó a su residencia con su numerosa comitiva, que superaba en cantidad a la de los Pizarro. Esto llevó a los Pizarro a fortalecerse, construyendo troneras y saeteras en su posición, preparados para defenderse en caso de que fueran atacados. Así, la ciudad se vio inmersa en tres facciones durante más de tres meses: la facción de Almagro, la más numerosa y visible en las calles; la del teniente Soto, acompañado por un alcalde, dos regidores y otros seguidores; y los Pizarro, resguardados en su fortaleza y rara vez saliendo de ella. Esta situación de tensión solo se calmó con la llegada del Marqués Pizarro al Cusco.

Durante este tiempo, llegó un juez enviado desde Santo Domingo por los oidores con el objetivo de mediar entre los gobernadores Pizarro, Almagro y Alvarado, en caso de que hubiera algún conflicto. Sin embargo, al principio, todos casi se burlaban de él. Sin embargo, con el tiempo, logró ganarse la amistad de todos y regresó a España con riquezas. Quién sabe si informó al Rey sobre la situación en el Perú y las revueltas que estaban ocurriendo en esos momentos, lo cual podría haber evitado muchos problemas.

Cuando el Marqués Pizarro llegó al Cusco, fue bien recibido por ambas partes y los conflictos públicos cesaron temporalmente. En ese momento, los gobernadores discutieron sobre la posibilidad de explorar hacia adelante desde el Cusco, ya sea por la costa hacia el Estrecho de Magallanes o tierra adentro hacia el Río de la Plata. Sin embargo, se rumoreaba que los Incas y los señores del Cusco habían propagado información falsa sobre esas rutas de exploración para alejar a los españoles de la región y mantener el control sobre su territorio.

Almagro solicitaba al Marqués que le permitiera establecer los límites de la gobernación que el Rey le había otorgado, comenzando donde terminaban los límites de la gobernación que ya poseía. Sin embargo, al Marqués le molestaba la idea de cederle ni siquiera un palmo de la tierra que había explorado y que sabía estaba poblada, especialmente en las regiones que habían estado bajo el dominio del Inca. Esta disputa se prolongó durante varios días.

Finalmente, el Marqués, posiblemente influenciado por sus consejeros y con el objetivo de deshacerse del adelantado Almagro, llegó a un acuerdo con él. Acordaron que Almagro partiría a explorar con la gente que tenía disponible y cualquier otra que se uniera a su expedición. El Marqués se comprometió a enviar más gente si fuera necesario. Establecieron que los límites del Nuevo Reino de Toledo se fijarían a partir de ciento treinta leguas al este de la ciudad del Cusco. Se acordó que, por el momento, no se dividirían las gobernaciones y que, si Almagro encontraba tierras fértiles, cada uno se quedaría en su territorio. En caso contrario, Almagro regresaría y el Marqués compartiría su gobernación con él.

Con renovados votos de compañerismo y prometiendo nunca volver a enfrentarse, Almagro dejó el Cusco para emprender la exploración de las provincias de Chile. Este viaje de ida y vuelta duró más de dieciocho meses, llevándose a cabo entre 1535 y 1536. En cuanto a este viaje, mencionaré algunos aspectos destacados de la manera más concisa posible.

Una vez que Cazalla, quien había anunciado que traía las provisiones para la gobernación de Almagro, llegó al Cusco y se vio el contenido del despacho, que eran simplemente copias de las provisiones del Rey otorgando el título de gobernador y adelantado a Almagro, tanto la facción de Almagro como la de los Pizarro se tranquilizaron y calmaron. Se dieron cuenta de que no era motivo suficiente para alterarse, ya que esas copias no otorgaban posesión efectiva de la gobernación.

A pesar de esto, ambos grupos se prepararon: los partidarios de Almagro para recibirlo como gobernador, ya que sabían que el Rey había otorgado la gobernación del Nuevo Reino de Toledo a Almagro, y los partidarios de los Pizarro para resistir y oponerse a su autoridad.

Es importante señalar que aquellos que afirmaran que las intenciones de los Pizarro eran distintas estarían equivocados, como se verá más adelante. Sin embargo, por ahora, dejaremos este asunto para abordar lo que se pudo aprender sobre los indígenas de este reino durante la época en que los españoles estaban involucrados en estas disputas, conocidas como la conquista del Perú. Comenzaré por la ciudad del Cusco, que era la capital de este imperio.

Según los cosmógrafos, la ciudad del Cusco se encuentra ubicada aproximadamente en los 14 grados al sur de la línea ecuatorial. Su origen y fundación permanecen envueltos en misterio debido a la falta de registros escritos por parte de los nativos, quienes, aunque no poseen un sistema de escritura, cuentan con un método de contabilidad basado en cuerdas y nudos. Entre ellos, destacan hábiles contadores que manejan esta técnica con destreza. Sin embargo, esta peculiar forma de registro no proporciona información sobre el origen de la ciudad ni sobre sus primeros gobernantes.

La tradición oral entre los habitantes nativos menciona que, en tiempos remotos, en el Cusco, existían dos clases de nobles conocidos como "orejones", así llamados por llevar sus orejas perforadas y adornadas con discos de junco que agrandaban el lóbulo hasta alcanzar el tamaño de una rosca de naranja. Estos discos eran hechos de oro fino y los nobles los llevaban como distintivo. Algunos de estos "orejones" eran afeitados, mientras que otros llevaban el cabello largo, conocidos hoy en día como "chilques". Hubo conflictos entre estas dos facciones, con los afeitados sometiendo a los chilques, quienes nunca lograron establecerse en la ciudad del Cusco. Aunque algunos de ellos se dispersaron en los alrededores, no se les permitió residir en la ciudad misma, reservándose ese honor únicamente para la población común, destinada a servir según las órdenes que recibieran.

Según la tradición de los "orejones", su líder supremo emergió de una laguna llamada Titicaca, situada a treinta leguas de distancia de Cusco, en la región de Collao. Este líder, conocido como Inga-Viracocha, se destacaba por su sabiduría y se proclamaba hijo del Sol. Se le atribuye haber introducido la vestimenta y la construcción de casas de piedra entre su pueblo, además de haber iniciado la edificación de la ciudad del Cusco, incluyendo la fortaleza y el templo del Sol. Inga-Viracocha emprendió la conquista de las regiones vecinas al Cusco.

Esta narrativa sugiere a los españoles que alguna persona llegó a estas tierras desde Europa, África o Asia en tiempos remotos y compartió conocimientos y costumbres propios de esas regiones. El nombre "Inca-Viracocha" guarda similitud con el término que los nativos aplican a los españoles, "Viracocha", que en su idioma significa "espuma del mar", lo que sugiere la llegada de alguien del extranjero por mar.

El hecho de que todos los hombres y mujeres estén vestidos de manera razonable, con los hombres llevando camisetas y mantas, y las mujeres cubriendo sus pechos, indica un sentido de modestia y decoro en la vestimenta. Esta práctica se relaciona con la creencia de que las partes del cuerpo deben permanecer cubiertas, a excepción de en situaciones específicas.

Dentro de la ciudad del Cusco, entre los "orejones" o Incas, existen dos grupos distintos: los que residen en Hurin Cusco, ubicado en la parte baja de la ciudad, y los que viven en Anna Cusco, en la parte alta. Esta división se debe a la topografía del lugar, ya que el Cusco se encuentra en una zona que combina montañas y llanuras. Tradicionalmente, los habitantes de Anna Cusco son considerados más nobles y distinguidos que los de Hurin Cusco, aunque con la llegada de los españoles, estas distinciones han ido desvaneciéndose gradualmente, y la identidad de nobleza ha perdido su relevancia.

En aquel entonces, la ciudad del Cusco era muy extensa y densamente poblada, con imponentes edificaciones y una gran cantidad de habitantes. Cuando los españoles llegaron por primera vez, encontraron una población considerable, estimada en más de cuarenta mil habitantes solo en la ciudad, y alrededor de doscientos mil en los suburbios y regiones circundantes, que se extendían a unas 10 o 12 leguas de distancia. Esta área era una de las más densamente pobladas de todo el imperio incaico.

Todos los señores principales de la región tenían residencias y personal en el Cusco. Enviaban a sus hijos y parientes allí para que aprendieran la lengua común del Cusco, así como las normas de comportamiento y servicio hacia el Inca. Era una práctica arraigada que ningún hijo de un señor o noble naciera sin que su padre se preocupara por asegurarse de que aprendiera la lengua y las normas de obediencia y servicio, tanto hacia el Inca como hacia sus superiores. No saber esto se consideraba una gran vergüenza y descalificación para obtener un cargo de liderazgo. Incluso hoy en día, he presenciado cómo los caciques enseñan a sus hijos cómo servir a los cristianos y los preparan para hablar español, siguiendo esta antigua y honorable tradición del tiempo del Inca.

La tradición de horadar las orejas de los hijos de los Incas seguía un ritual meticuloso. Tres o cuatro meses antes de realizar la perforación, se reunían diariamente muchos jóvenes de catorce años en adelante en el Cusco. Con gran algarabía y gritos, partían corriendo hacia unas altas montañas frente al Cusco, donde se encontraban importantes sitios de adoración y rituales paganos. Quienes llegaban primero y mostraban más fuerza y resistencia eran considerados más dignos y respetados. Estos jóvenes eran designados para futuras batallas debido a su agilidad y capacidad para la guerra. Después de este entrenamiento militar de cuatro meses, se les perforaban las orejas en una ceremonia festiva donde sus familiares les ofrecían oro, plata, vestimenta y otros obsequios. A partir de entonces, eran reconocidos como caballeros y personas de alto rango en todas las provincias sujetas al Cusco.

Durante este proceso, también se les instruía sobre cómo servir al Inca y estar dispuestos a morir por él en cualquier momento. Estas ceremonias eran fundamentales porque los orejones solían combatir en terrenos montañosos y difíciles, tomando rápidamente las posiciones elevadas y ganando fortalezas. La agilidad de estos hijos de nobles era crucial para subir montañas corriendo rápidamente en momentos de necesidad, evitando así pérdidas tanto personales como de los indígenas bajo su mando. En la organización militar, cada grupo de cinco soldados incluía a uno de estos orejones para liderar y motivar al resto, mientras que cada grupo de veinticinco tenía un caudillo y capitán.

La estrategia de conquista de los Incas era sumamente eficaz: partiendo desde el Cusco, se enfrentaban a los pueblos vecinos uno tras otro, derrotándolos sin excepción. Una vez asegurada una provincia, imponían su cultura, ordenando a los habitantes adoptar sus costumbres, construir en el estilo Inca, y establecerse a lo largo de los caminos reales, donde levantaban plazas y viviendas para el Inca y sus servidores. Esta expansión no solo se basaba en la fuerza militar, sino también en una logística impresionante: los Incas mantenían depósitos estratégicos de armas y provisiones en el Cusco y en todas sus provincias, garantizando así el suministro constante para sus campañas.

El gobierno Inca era centralizado y autoritario. El Inca se autodenominaba "Capa Inca", que significa "único señor", pero su título más reverenciado era "Indi churi", que traduce como "hijo del Sol". Esta designación no solo reforzaba su posición como líder supremo, sino que también implicaba una conexión divina, ya que el Inca afirmaba ser descendiente directo del Sol, sin igual en poder y autoridad. Bajo su dominio, su palabra era absoluta, su voluntad ley. Desafiar al Inca era impensable y conllevaba severas consecuencias, incluso la muerte. Las ceremonias y rituales dedicados al Sol eran percibidos como homenajes al padre del Inca, y cualquier resistencia era sofocada sin clemencia. La sumisión al Inca era absoluta, marcada por el acatamiento inquebrantable y el temor reverencial hacia su persona.

El sistema de comunicaciones de los Incas era excepcionalmente eficiente. Establecieron postas a intervalos regulares a lo largo de su vasto imperio, cada media legua, donde mensajeros esperaban ansiosamente sus órdenes. Tan pronto como llegaba una instrucción, los mensajeros partían velozmente hacia la siguiente posta, transmitiendo las noticias a través de distancias increíbles en un tiempo sorprendentemente corto. Este sistema permitía que las decisiones del Inca se difundieran rápidamente, incluso a lo largo de distancias de quinientas leguas, alcanzando así las regiones más remotas del imperio.

La autoridad del Inca era tan absoluta que sus mensajeros, portadores de su sello personal, eran obedecidos y reverenciados como si fueran el propio Inca. Lo mismo ocurría con los capitanes que enviaba a las provincias que mostraban resistencia o se negaban a seguir las órdenes establecidas, evitando así la destrucción de las regiones rebeldes, una práctica común en otras culturas. El Inca mantenía un control meticuloso sobre todos sus reinos y provincias, asegurándose de que no hubiera indígenas pobres o necesitados. Para esto, implementó un sistema de distribución de tributos que garantizaba la provisión para todos, evitando así cualquier tipo de opresión o molestia para el pueblo.

Además, el Inca regulaba estrictamente los movimientos de la población, prohibiendo a los nativos viajar de un lugar a otro sin autorización de sus caciques y autoridades locales. Aquellos que desafiaban estas normas eran castigados con severidad y ejemplaridad, manteniendo así el orden y la disciplina en todo el imperio.

El Inca y todos sus súbditos consideraban a sus enemigos como sus mayores adversarios. Aquellos que se rebelaban contra su autoridad eran vistos con desprecio tanto por el Inca como por sus provincias. Estos rebeldes eran objeto de burlas y desdén, y se les negaba el derecho a poseer armas. En los refranes y en el habla cotidiana, se utilizaban términos despectivos para referirse a ellos, como el caso de los indígenas del Collao, a quienes se les llamaba "Aznacolla", equiparando su nombre con la traición, siendo considerado el mayor insulto en la cultura Inca.

De igual manera, a aquellos que eran considerados traidores dentro de sus propias comunidades, se les etiquetaba con el término "abcaes", que significaba "traidor a su señor", una acusación sumamente deshonrosa. Actualmente, el Inca rebelde llama a los indígenas de estos reinos que no le apoyan "abca", utilizando este término como una forma de censura y desprecio hacia su lealtad. Por su parte, en señal de respeto hacia los cristianos, estos indígenas también denominan al Inca rebelde y a sus seguidores con el mismo nombre despectivo de "Inca auca".

***

Las prácticas de adoración en los reinos Incas se basaban en las tradiciones establecidas en la ciudad del Cusco. Cuando el Inca conquistaba una provincia, instruía a sus habitantes sobre cómo rendir culto y servicio, estableciendo adoratorios y rituales de sacrificio. Estos lugares de culto estaban subordinados a la Casa del Sol en el Cusco, donde se encontraba una representación del Sol, considerado como su deidad principal. En esta casa, adornada con cantería y techada con láminas de oro, se realizaban ofrendas de chicha, un brebaje de maíz similar a la cerveza, que se creía que el Sol consumía.

El interior de la casa estaba decorado con oro y plata, incluyendo un gran ídolo dorado del Sol y otros objetos rituales de gran valor. Se destacaba un maizal de oro con sus cañas y mazorcas, junto con doce horcones de plata para colocar ofrendas de maíz. El ídolo del Sol era tan preciado que los indígenas lo ocultaron para protegerlo, creyendo que el Inca rebelde lo conservaba consigo. La casa del Sol albergaba a miles de personas que servían en diversas funciones, y estaba repleta de ganado y depósitos de ofrendas recibidas de todas partes del imperio.

El líder religioso de esta casa y de todas las demás en los reinos Incas era el Inca, quien se autodenominaba "Indivianan", que significa "siervo o esclavo del Sol" en la lengua indígena. Este título representaba la segunda posición de autoridad después del Inca, quien se consideraba el hijo del Sol. Tanto el Inca como el "Indivianan" eran reverenciados como representantes directos del Sol, y su autoridad era absoluta en todos los asuntos religiosos dentro del imperio.

Los Incas establecían sus "huacas", o lugares sagrados, basándose en la creencia de que todas las cosas eran creadas por el Sol, al cual consideraban su padre. Cada elemento de la naturaleza, desde la tierra hasta el fuego, e incluso las plantas y los animales, eran venerados como hijos del Sol y de una madre específica. Por ejemplo, la tierra, el maíz, las ovejas y hasta la chicha, su bebida tradicional, eran considerados como hijos de diferentes madres y, por lo tanto, eran objeto de adoración y reverencia. Incluso la mar era vista como la "Mamacocha", la madre del mar, a quien se le tenía gran respeto.

El oro, en particular, era considerado como las lágrimas que el Sol derramaba, por lo que cuando encontraban un gran grano de oro en las minas, lo sacrificaban y lo colocaban en un adoratorio. Se creía que este acto atraía más oro hacia él, facilitando su búsqueda para aquellos que lo deseaban. Esta forma de adoración y creencias se enseñaba en todas las provincias conquistadas por los Incas, quienes hacían que sus súbditos adoraran estas huacas y también a ellos mismos, tanto en vida como después de la muerte.

Los señores locales también eran adorados como padres en sus respectivas comunidades, y se les rendían ofrendas regularmente. Además, se practicaban rituales funerarios elaborados, donde se enterraba a los líderes con sacrificios humanos y se les proporcionaba ropa, oro y plata para su vida después de la muerte. Estas prácticas idolátricas eran tan diversas como abundantes en toda la tierra de los Incas, siendo promovidas y practicadas por los líderes desde el Cusco.

Los indígenas Incas consideraban sagrada la coca, ofreciéndola al Sol en cada comida y mostrando gran reverencia al arrojarla al fuego como una forma de adoración. Además, cuando atravesaban puertos de montaña cubiertos de nieve o lugares fríos, creían que era un signo de la presencia divina y dejaban ofrendas como montones de piedras, saetas ensangrentadas o incluso piezas de plata. Algunos incluso se arrancaban cabellos y los ofrecían con gran respeto. Mantenían la costumbre de caminar en silencio por estos lugares, temerosos de enojar a los vientos y provocar una tormenta de nieve mortal si hablaban.

Sin embargo, con la llegada de la doctrina cristiana a estos territorios, muchas de estas prácticas idolátricas fueron abandonadas. Los ancianos que solían llevar a cabo estos rituales han fallecido y los más jóvenes han perdido el conocimiento de cómo realizarlos. Además, el miedo y el respeto hacia los religiosos cristianos ha llevado a que muchos indígenas renuncien a estas prácticas y expresen su deseo de ser hijos de Dios y convertirse al cristianismo. En toda la región, prevalece ahora el deseo de seguir los preceptos cristianos, abandonando las creencias y prácticas idolátricas asociadas con la era Inca.

La falta de religiosos dedicados a la enseñanza de la doctrina cristiana y la falta de interés por parte de quienes gobiernan, los encomenderos y los españoles que residen en estas tierras, en la conversión de los indígenas, ha llevado a una situación preocupante. Su codicia insaciable los ha llevado a centrarse únicamente en cómo enriquecerse a través de la explotación excesiva de los indígenas, sin preocuparse por su bienestar espiritual.

Los indígenas se ven constantemente ocupados con tareas impuestas, desde el trabajo en las chacras, minas y granjas, hasta la construcción de carreteras y la guarda de ganado, dejándolos sin tiempo ni energía para atender sus propias necesidades. Esta situación ha llevado a una disminución alarmante de la población indígena desde la llegada de los españoles a estas tierras. Muchos repartimientos que en un principio contaban con miles de indígenas ahora apenas tienen unos pocos cientos, y los valles y tierras que solían estar habitados por ellos ahora están vacíos, ocupados por ganado y haciendas españolas.

La preferencia de los españoles por criar ganado en lugar de fomentar la población indígena ha llevado a que los indígenas se vean obligados a abandonar sus tierras fértiles para cederlas al ganado, viéndose forzados a sembrar en terrenos poco fértiles y a vivir en condiciones precarias. Incluso se ha sugerido anteriormente que los ganados deberían ser trasladados a las montañas para permitir que los valles sean habitados por personas, pero esta iniciativa no se ha llevado a cabo.

La situación actual es preocupante, y es evidente que se necesita un cambio en las políticas y actitudes hacia los indígenas para garantizar su bienestar y supervivencia en estas tierras.

Dada la confusión que rodea la historia de los nativos de estos reinos, prefiero no especular sobre el origen de sus señores más allá de lo que los relatos de los antiguos, basados en sus propias experiencias visuales, nos han transmitido. Es importante reconocer que en aquel entonces no existían registros escritos y que la información se transmitía principalmente a través de la observación directa.

Cuando los españoles llegaron al Cusco, había indígenas que recordaban a un señor Inca llamado Tupa-Inca Yupangue, quien se consideraba el padre de Huayna Cápac, Atahualpa y Huáscar, entre otros. De estos, Huayna Cápac, cuyo nombre significa "mancebo rico" en la lengua quechua, sucedió a su padre como líder. Se dice que Tupa Inca Yupanqui conquistó gran parte de estos reinos por sí mismo, siendo un líder valiente que expandió los caminos reales por más de quinientas leguas desde el Cusco, incluso alcanzando las provincias de Chile. Conquistó el Collao, a pesar de sus frecuentes rebeliones, y su dominio se extendió desde el Cusco hasta el estrecho de Magallanes. Después de una vida llena de logros, Tupa Inca Yupanqui falleció en el Cusco, dejando a Huayna Cápac como su sucesor.

Huayna Cápac, sucesor de Tupa Inca Yupanqui, demostró ser un líder valiente y compasivo, no solo manteniendo los territorios conquistados por su padre, sino expandiendo aún más el dominio Inca. Extendió su poder desde el Cusco hasta las provincias de Quito y los Pastos, librando grandes guerras en Quito y sometiendo a los habitantes. También infligió daño a los Guamaracones, así como a las provincias de Otavalo y Cayamor. Sin embargo, cuando intentó dirigirse hacia las provincias de Popayán, se enfrentó a la resistencia de su propio pueblo, que se mostraba acobardado y renuente a seguirlo en esa empresa. Esta negativa y el descubrimiento de la presencia de los españoles en Tumbes lo sumieron en la tristeza y la confusión, al cuestionar cómo era posible que existieran otros poderes más allá del suyo como hijo del Sol y único Inca.

Se cuenta que, al morir Huayna Cápac en las provincias de Quito, tenía dos hijos en quienes había depositado toda su esperanza. Uno de ellos era Huáscar, hijo de su esposa legítima y, por lo tanto, heredero natural de todos los reinos y señoríos de su padre. Huáscar tenía derecho a estos territorios por ser hijo de la hermana de Huayna Cápac, siguiendo la costumbre de los señores del Cusco de casarse solo entre hermanos para mantener la pureza de su linaje. Aquellos que no seguían esta práctica eran vistos como malvados, y sus descendientes no tenían el mismo derecho de herencia.

El otro hijo de Huayna Cápac era Atahualpa, fruto de su unión con una mujer indígena de las provincias de Quito. Aunque para los incas no tenía el mismo estatus que su hermano Huáscar, quien era hijo de una noble dama del Cusco, llamada "paya", se consideraba que los más distinguidos y honrados eran aquellos que eran hijos de "coya", término exclusivo para las hijas del Inca y las mujeres más prominentes, que eran usualmente hijas de hermanas del Inca.

A pesar de que Huayna Cápac, después de sus días, deseaba dividir sus reinos entre sus dos hijos, Huáscar y Atahualpa, esta idea era rechazada por todos los incas y señores del Cusco. Se dice que antes de morir, Huayna Cápac discutió este asunto con Huáscar, pero este no mostró disposición favorable a los deseos de su padre. En última instancia, Huayna Cápac dejó a Atahualpa a cargo de Quito y asignó el resto de los territorios a Huáscar, quien era el señor del Cusco.

Poco después de la muerte de Huayna Cápac, Huáscar envió un ejército para desposeer a Atahualpa de sus dominios en Quito y llevarlo preso al Cusco. Aunque al principio contó con el apoyo de las provincias de los Cañaris, vecinas de Quito, Atahualpa fue finalmente capturado por las fuerzas de su hermano y encarcelado en el Cusco. Sin embargo, logró escapar gracias a la ayuda de un amigo y, reuniendo seguidores entre los habitantes de Quito, volvió a liderar un ejército contra las provincias de los Cañaris, que habían apoyado a Huáscar.

Atahualpa demostró ser un líder valiente y carismático, atrayendo a muchos seguidores que estaban dispuestos a luchar contra Huáscar. Envió a dos capitanes con un gran contingente de tropas al Cusco para enfrentarse a su hermano, mientras él avanzaba con el resto de su ejército hacia el sur. Cuando los españoles se acercaban a su posición en la costa, Atahualpa decidió regresar para encontrarse con ellos en Cajamarca.

En el camino, en la provincia de Huamachuco, ordenó la destrucción de una importante huaca y lugar de idolatría donde se creía que el demonio daba respuestas. Esto se debió a una profecía que aseguraba que Atahualpa sería vencido por los cristianos. Enfurecido por esta predicción, ordenó la muerte de todos los hechiceros de la provincia. Finalmente, llegó a Cajamarca, donde fue capturado por los españoles y, después de entregar una gran cantidad de oro y plata como rescate por su libertad, fue ejecutado, como ya hemos relatado anteriormente.

Se cuenta que mientras estaba prisionero, Atahualpa recibió noticias de sus capitanes Quisquis y Calcuchímac, a quienes había enviado al Cusco después de librar grandes batallas contra Huáscar. Al principio, Atahualpa había salido victorioso en estos enfrentamientos, pero luego, gracias a una artimaña del capitán general de Atahualpa, Calcuchímac fue capturado y gran parte de su ejército fue diezmado.

Mientras estaba preso, Calcuchímac le dijo a Atahualpa que sospechaba que él no era el verdadero gobernante, sino que él mismo lo era. Le ofreció entregarle todo el ejército que traía consigo y servirle en su lucha contra su hermano Atahualpa. Para esto, sugirió que convocaran a todos los señores y líderes del Cusco para que presenciaran este acto. Huáscar ordenó que se llevara a cabo esta reunión, y más de dos mil señores fueron convocados en la plaza del Cusco. Sin embargo, en lugar de cumplir con lo prometido, Calcuchímac ordenó que atacaran a los presentes, y todos fueron masacrados. Incluso asesinaron a las mujeres embarazadas y sacaron a los niños por las caderas, con el objetivo de erradicar por completo la línea de los Incas, para que él y su señor pudieran gobernar con más libertad.

Después de este acto atroz, Calcuchímac envió mensajeros a Atahualpa, quien en ese momento estaba preso en Cajamarca, ordenándole que mataran inmediatamente a su hermano Huáscar. Temía que, si los españoles lo veían con vida, no le perdonarían la vida y lo reinstaurarían como gobernante del Cusco. Cuando se enteró de esto, Atahualpa, según se dice, se rio y, mirando al gobernador Pizarro, le explicó el motivo de su risa. Le contó que Huáscar había dicho que bebería con su cabeza, pero él había bebido con la suya, ya que le habían traído su cabeza como prueba. También mencionó que pensaba que nadie podría derrotarlo, pero con solo cien españoles, Pizarro lo había capturado y había causado la muerte de muchos de sus hombres.

Ya hemos relatado cómo los españoles penetraron por primera vez en el Cusco, expulsando a los indígenas pertenecientes a la facción de Atahualpa. Durante este acontecimiento, los capitanes Quisquis y Calcuchimac, fieles a Atahualpa, se enfrentaron a los españoles a unas cinco o seis leguas del Cusco. Trágicamente, en la subida de la cuesta de Vilcacunca, perdieron la vida cinco españoles a manos de los nativos.

Es importante destacar que los habitantes del Cusco y sus alrededores no mantenían buenas relaciones con Atahualpa y su séquito, provenientes de las provincias de Quito, ubicadas a más de quinientas leguas de distancia. Por esta razón, mostraban su apoyo a los españoles en todo lo posible. Una vez asegurado el control de la ciudad, los españoles persiguieron a las fuerzas de Atahualpa, expulsándolas completamente de la región del Cusco. Capturaron al líder general de Atahualpa, Calcuchimac, quien fue ejecutado por quemamiento. Por otro lado, Quisquis, acompañado por 15 o 20,000 guerreros, recorrió la tierra saqueándola en su camino de vuelta a Quito.

Al llegar a Quito, se produjeron algunos enfrentamientos con las fuerzas de Benalcázar, el capitán general de la región. Sin embargo, estos encuentros no tuvieron éxito y la situación se resolvió en beneficio de los españoles. Como resultado, la paz se restableció en estos reinos, al menos temporalmente, poniendo fin a la amenaza que representaban los indígenas y seguidores de Atahualpa.

Es importante señalar que la hostilidad de los indígenas hacia los españoles se debía en parte a los abusos cometidos por estos últimos. Su insaciable apetito por el saqueo en cada pueblo y su falta de consideración hacia los nativos provocaron un resentimiento generalizado, que eventualmente desembocó en rebeliones y enfrentamientos para defenderse de los españoles y sus injusticias.

Volviendo ahora a los Gobernadores que se encontraban reunidos en el Cusco y habían vuelto a pactar y discutir sobre la repartición de territorios, cabe mencionar que acordaron que Almagro y su grupo llevaran a cabo la exploración de Chile. Esto ocurrió en el año 1535, como ya hemos mencionado, aunque es necesario retroceder un poco más en la historia para entenderlo completamente.

Después de la muerte de los dos líderes que disputaban el control de estos reinos, Huáscar Inca y Atahualpa, la tierra quedó sin un gobernante claro. Ante esta situación, el Marqués Pizarro, al tanto de la situación, consultó a los nativos sobre quién debería suceder en el Cusco y liderar la región. Los indígenas presentaron a un Inca que afirmaban ser hijo de Huayna Cápac, considerado el legítimo heredero de estos reinos. Este Inca, llamado Topa Huallpa, fue coronado por el Marqués y se le entregó la borla, mostrándose amigable hacia los españoles y dispuesto a colaborar con ellos.

Cuando el Marqués se dirigía al Cusco, siete leguas antes de llegar, se encontró con Mango, un joven de dieciséis años que huía de la gente de Atahualpa para salvar su vida. Mango, aparentando ser un indígena común y desamparado, viajaba solo con un sirviente. Reconociendo en él al legítimo heredero del señorío, el Marqués le entregó la borla y lo proclamó Inca. Mango fue recibido con gran afecto y reconocimiento en el Cusco, donde era llamado "Inca muchacho". Dondequiera que fuera, la gente se congregaba para seguirlo y servirlo.

En medio de las tensiones entre los gobernadores por los futuros descubrimientos, el Inca y sus parientes tomaron partido, algunos apoyando a Almagro y otros a Pizarro. Las discusiones se intensificaron, y el Inca, preocupado por la situación, ordenó el asesinato de un poderoso señor local, partidario de Pizarro. Para mantener el equilibrio de poder, el Inca y sus seguidores pasaron las noches con los españoles aliados de Almagro.

Ante la escalada de conflictos, los gobernadores buscaron reconciliar a las partes enfrentadas. Invitaron al Inca y a sus allegados, incluyendo a su tío Pasca, a una reunión para buscar soluciones. Sin embargo, el Inca, como gran señor que era, se sentía incómodo al expresar sus opiniones frente a los españoles. Ante esto, su hermano Paulo Inca intercedió, recriminando a los indígenas por atreverse a hablar con tanta libertad ante su señor, sugiriendo que se disculparan y mostraran respeto ante él. Sus palabras, llenas de autoridad, llamaron la atención del Marqués y demás presentes, quienes se preguntaron quién era aquel indígena y qué había dicho.

Después del incidente, el intérprete informó al Marqués sobre las palabras exactas pronunciadas por el hermano del Inca. Enfurecido, el Marqués le dio una bofetada, lo cual causó pesar al Inca. Las negociaciones de paz entre el Inca y sus parientes no pudieron concluir, y cada parte se retiró a su alojamiento.

Paulo Inca, el hermano del Inca, era un indígena destacado por su sabiduría y discernimiento. Acompañó a Almagro en la expedición a las provincias y descubrimiento de Chile, enfrentando numerosos desafíos con valentía. Al regresar al Cusco, se le otorgaron las principales casas de Huáscar para residir, así como un repartimiento de dos mil indígenas en la provincia de los Cañaris. Paulo ejerció autoridad sobre el Cusco y sus habitantes, vivió como cristiano y fue enterrado con pompa en una capilla que él mandó construir. Su casa y su memoria permanecieron en el Cusco, donde sus hijos fueron educados como cristianos, recibiendo instrucción religiosa gracias a la gracia de Dios.

Quiero destacar aquí un acto notable realizado por todos los habitantes del Cusco el día anterior a la muerte de Paulo, que refleja una buena disciplina y un ejemplo a seguir.

Cuando supieron del fallecimiento de Paulo Inca, todos los guerreros indígenas y vecinos del Cusco, armados con sus armas de guerra, se congregaron en torno a su residencia. Subieron a las alturas y rodearon su casa, emitiendo grandes gritos y voces, mientras que los habitantes de la ciudad lloraban en voz alta. Esta guardia fue aún más intensa que el luto general de la ciudad. Los indígenas permanecieron en vigilancia alrededor de la casa de Paulo Inca hasta que fue enterrado.

Cuando se les preguntó por qué habían acudido en ese momento, entre cuatrocientos y quinientos guerreros indígenas explicaron que era una costumbre del Cusco. Cuando moría el señor natural, venían para evitar que alguien usurpase su posición y se apoderase de su familia, evitando así el riesgo de tiranía sobre la ciudad y el reino. No se retiraban hasta que el hijo legítimo del señor fallecido fuese reconocido como el nuevo líder del imperio. Durante el entierro de este señor, toda la ciudad, tanto cristianos como indígenas, lloraba en señal de duelo.

En medio de la aparente calma entre los señores del Cusco y los gobernadores, surgió un nuevo problema para el Inca. Se enteró de que el Marqués Pizarro estaba enojado con él, debido a las intrigas entre los intérpretes de ambos líderes. El intérprete del Marqués, amenazaba al Inca verbalmente por su supuesta lealtad al Adelantado Almagro. Por otro lado, Almagro contaba con un intérprete llamado don Felipe, quien era amigo cercano del Inca. Estas rivalidades entre los intérpretes creaban tensiones entre los nativos, ya que cada uno afirmaba que su líder era el verdadero gobernante.

El Inca, temeroso de las consecuencias, llegó a un punto en el que no se atrevía a dormir solo en su casa y siempre tenía un español acompañándolo. En una noche, por miedo, se ausentó de su residencia y se refugió secretamente en la posada de Almagro. Cuando esto se supo, los españoles y vecinos del Cusco, alterados, saquearon la casa del Inca, causándole grandes pérdidas que el Marqués no consideró demasiado importantes.

Esa misma noche, Almagro informó al Marqués sobre la situación, explicando que el Inca, asustado por lo que le habían dicho los intérpretes, se había refugiado bajo su cama. Almagro solicitó al Marqués que protegiera al Inca y castigara a los responsables del saqueo. A pesar de esto, la situación se disimuló y el Inca quedó profundamente perturbado por lo sucedido.

En abril de 1535, durante la cosecha de maíz en el valle del Cusco, se llevaba a cabo una importante tradición: los señores del Cusco realizaban un gran sacrificio al Sol y a todas las huacas y adoratorios de la región, en agradecimiento por la cosecha pasada y para pedir por buenos frutos en las siembras futuras. Aunque este ritual implicaba adorar a las criaturas en lugar del Creador, servía como un recordatorio de la importancia de agradecer a Dios por sus bendiciones, algo que a menudo olvidamos.

El lugar de celebración era un llano a las afueras del Cusco, donde salía el Sol al amanecer. Allí, se colocaban los altares de los adoratorios, ricamente decorados con plumas, formando una calle entre ellos. Los señores y principales del Cusco, vestidos con espléndidas prendas y joyas de oro, se alineaban a ambos lados de la calle en dos filas, mientras esperaban la salida del Sol en silencio.

Cuando el Sol aparecía en el horizonte, los presentes comenzaban a entonar un canto con gran orden y armonía, acompañando el movimiento de sus pies, como si fueran cantores de órgano. El Inca, líder supremo, se unía al canto con autoridad, marcando el inicio para todos. Durante la ceremonia, alternaba entre dirigir el coro y atender asuntos de importancia, mostrando su liderazgo.

A medida que el Sol ascendía en el cielo, las voces se intensificaban, y al mediodía, cuando el Sol estaba en su punto más alto, alcanzaban su punto culminante. Luego, a medida que el Sol descendía, las voces disminuían, siguiendo el ritmo del día. Durante todo este tiempo, se realizaban grandes ofrendas al Sol, incluyendo la quema de carne en un gran fuego y la distribución de ovejas entre los indígenas comunes y pobres, lo cual se convertía en un entretenimiento para todos los presentes.

A las ocho de la mañana, salían del Cusco más de doscientas jóvenes, cada una llevando un gran cántaro nuevo de chicha, embarrado y tapado, todos con el mismo diseño. Se organizaban en grupos de cinco, con orden y armonía, ofreciendo al Sol muchos cestos de coca, una hoja que consumían. Realizaban otras ceremonias y ofrendas que sería largo describir. Cuando el Sol empezaba a ponerse por la tarde, mostraban gran tristeza en su canto y en sus gestos, y disminuían deliberadamente el volumen de sus voces. Cuando el Sol desaparecía completamente, hacían una gran reverencia y adoraban al Sol con profunda humildad, luego desmontaban la estructura de la fiesta y regresaban a sus hogares, llevando consigo los ídolos y reliquias a sus adoratorios.

Los ídolos que se exhibían en los toldos pertenecían a los antiguos Inca que gobernaron el Cusco, y cada uno tenía un séquito de hombres y mujeres que los adoraban y servían durante todo el día. Después de todas las festividades, en el último día, llevaban muchos arados de mano, que antaño eran de oro. El Inca tomaba uno de estos arados y comenzaba a trabajar la tierra, seguido por los demás señores, para fomentar la agricultura en su reino. Si el Inca no realizaba esta tarea, nadie más se atrevía a arar la tierra, creyendo que no produciría frutos si el Inca no lo hacía primero. Esto resume las festividades y ceremonias que se llevaban a cabo en ese tiempo.

Tras estas festividades y una serie de eventos que sería extenso detallar, el Inca entregó al Adelantado una considerable cantidad de oro. Además, la hermana del Inca, llamada Marcachimbo, la más prominente mujer en los reinos, hija de Huayna Cápac, ofreció a Almagro un tesoro de plata y oro oculto en un hoyo. Este tesoro, una vez fundido, produjo ocho barras de plata o veintisiete mil marcos, y además, de lo que quedó, dio doce mil castellanos a otro capitán. Sin embargo, a pesar de estas acciones generosas, Marcachimbo no recibió mayor reconocimiento ni favor de los españoles. Por el contrario, fue deshonrada varias veces debido a su juventud y belleza, y finalmente contrajo bubas. Sin embargo, más adelante, durante el mandato del Licenciado Vaca de Castro, una vez que se casó con un español vecino, encontró la redención y murió como cristiana, siendo recordada como una mujer virtuosa.

Estas mujeres principales del Cusco despertaban profundos sentimientos en aquellos que aún guardaban humanidad en sus corazones. Durante la época de prosperidad del Cusco, cuando los españoles llegaron, muchas de estas mujeres tenían una vida tranquila y respetada, viviendo como buenas mujeres en sus hogares con un séquito de criadas bien atendidas. Mantenían su castidad y dignidad con gran honestidad y decoro. Estas mujeres principales, calculo que eran más de seis mil, sin contar a las criadas que sumaban alrededor de veinte mil. Sin embargo, con el tiempo, debido a las guerras y otras circunstancias, muchas murieron y otras cayeron en la desgracia. Que Dios perdone a aquellos que contribuyeron a esta situación y a aquellos que pudieron evitarla, pero no lo hicieron.

La primera acción que los gobernadores emprendieron después de haber alcanzado un acuerdo fue proclamar en la ciudad del Cusco que todas las personas sin ocupación se prepararan para la expedición a Chile, que el Adelantado Almagro planeaba llevar a cabo. Seguidamente, el Adelantado solicitó al Inca que le proporcionara dos líderes para que avanzaran hacia adelante del Cusco y prepararan la tierra para recibir a los españoles que participarían en la expedición. El Inca accedió y seleccionó a su hermano Paulo Inca, a quien ya hemos mencionado, y a Villaq Umu, encargado de los asuntos religiosos de la región. El Adelantado los envió adelante, acompañados por tres españoles a caballo, con la orden de no detenerse hasta haber recorrido doscientas leguas.

Según los informes de los indígenas y caciques, durante su viaje, estos líderes solicitaban oro en cada repartimiento en nombre de Almagro. Esta actividad se volvió pública y notoria, como se evidenció en la provincia de Tupiza, a doscientas leguas del Cusco, donde los habitantes esperaban al Adelantado con una cantidad considerable de oro y plata. Este suceso marcó el comienzo de la agitación en la región.

Asimismo, el capitán Saavedra fue enviado con todos los españoles que quisieron seguirlo, con la comisión de establecer un pueblo a ciento treinta leguas del Cusco, según lo estipulado en el acuerdo con el Marqués. Saavedra cumplió esta orden y fundó el pueblo de Paria, donde recibió el apoyo de la región de Collao y Charcas, siendo servido con gran voluntad. Permaneció allí con hasta ciento cincuenta hombres, esperando órdenes de Almagro.

Por su parte, Almagro, al verse en el Cusco sin su ejército, temió que el Marqués lo arrestara por las disputas pasadas con sus hermanos. Por este motivo, partió hacia el pueblo de Paria, donde estaba Saavedra. Sin embargo, no se detuvo allí, pues estaba decidido a emprender el descubrimiento de Chile. Dejó instrucciones a Saavedra para que lo siguiera, mientras él, con un pequeño grupo de caballeros, se adelantó por el camino real hacia las provincias de los Chichas, lideradas por el pueblo de Tupiza, donde lo esperaban Paulo Topa Inca y Villaq Umu.

En el camino, recibió noticias desde el Cusco que le aconsejaban abstenerse de realizar el viaje y descubrimiento, ya que el Obispo de Panamá, Berlanga, había llegado a la costa del Perú para delimitar los territorios entre Almagro y el Marqués Pizarro. Aunque esta información era cierta, la codicia y la ambición de Almagro por conquistar grandes reinos en Chile, alimentada por los informes falsos de los indígenas sobre las riquezas de esa región, lo llevaron a desestimar la situación actual y seguir adelante con su plan. Aunque ocasionalmente imponía algún castigo, lo hacía de manera leve y permitía que ciertas acciones destructivas quedaran impunes con tal de mantener la lealtad y el entusiasmo de sus seguidores para el descubrimiento.

Los españoles extrajeron una gran cantidad de recursos, como ovejas, ropa y materiales, de los poblados y territorios del Cusco para su expedición. Aquellos que no querían unirse voluntariamente eran atados con cadenas y sogas, y cada noche eran encarcelados en condiciones severas y ásperas. Durante el día, eran llevados cargados y privados de comida, lo cual los naturales comprendieron como una señal para abandonar sus pueblos, dejando sus propiedades y ganado a disposición de los españoles, quienes se aprovechaban de ello libremente.

Cuando los españoles necesitaban porteadores o sirvientes, se reunían en grupos y, bajo la excusa de que los indígenas de esas provincias estaban rebelados, los capturaban y también a sus familias. Las mujeres atractivas eran tomadas como sirvientas, sin importar si eran cristianas o no, ya que este aspecto era poco relevante y se consideraba hipocresía preocuparse por ello. No había restricciones en cuanto a comer carne los viernes o sábados, y pocos españoles tenían en cuenta estas prácticas. Algunos incluso, si sus yeguas parían potros, los hacían cargar en hamacas o andas por los indígenas, mientras que otros se divertían haciéndose llevar en andas ellos mismos, mientras sus caballos eran llevados por los nativos para mantenerlos gordos y saludables.

He estado tan involucrado en esto que, dondequiera que íbamos, si los indígenas no nos servían o no cumplían con nuestras expectativas, saqueábamos sus pueblos y tomábamos por la fuerza todo lo que deseábamos. Incluso, secuestrábamos a sus mujeres y niños, y destruíamos sus casas para obtener leña si no nos la proporcionaban en la cantidad que deseábamos. Este comportamiento resultó en la destrucción y ruina de toda la tierra, lo que provocó la rebelión de los indígenas. A los españoles que encontraban comportándose mal los ejecutaban. Además, obligábamos a los indígenas y a los negros a convertirse en ladrones, y aquellos que mostraban mayor habilidad en el robo eran valorados y respetados, mientras que los que se negaban eran castigados diariamente. Si un español tenía un compañero que no era un gran ladrón, lo evitaba y huía de su compañía. En el campamento, aquellos españoles que eran crueles y mataban a muchos indígenas eran considerados buenos y respetados, mientras que aquellos que mostraban compasión y trataban bien a los nativos no eran tan apreciados. Todo lo que he presenciado y en lo que he participado, lo menciono aquí para que sepan los que lean esto cómo se llevó a cabo esta expedición y descubrimiento, y cómo se realizan todas estas expediciones y descubrimientos en estos reinos. Es importante comprender la devastación que provocan estas conquistas debido a la mala costumbre de realizarlas de esta manera, ya que no se puede descubrir ni explorar una provincia sin destruir otra.

El Adelantado Almagro continuó su viaje por el camino real del Inca, que conduce a las provincias de los Chichas, hasta llegar al pueblo de Tupiza, donde encontró a los Incas Paulo y Villaq Umu esperándolo. Allí descubrió una gran cantidad de oro y plata que habían recolectado de la región por la que habían pasado. Al preguntar por los tres españoles a caballo que había enviado con los Incas desde el Cusco, le informaron que habían continuado adelante siguiendo el camino del Inca, que se dirigía directamente hacia las provincias de Chile.

Para seguirles el rastro, el Adelantado envió instrucciones al capitán Saavedra, quien se encontraba rezagado, para que se apresurara con toda la gente que tenía. Saavedra obedeció de inmediato y una vez que llegó, partieron hacia una provincia a doscientas leguas del Cusco y sometida a su autoridad. Sin embargo, al llegar a un pueblo fronterizo del territorio del Inca, seis españoles a caballo fueron asesinados por los indígenas. En represalia, los españoles atacaron el pueblo, que fue abandonado por los indígenas durante la noche, pero fue completamente destruido y saqueado. Luego, se dirigieron a la provincia de Chicoana, habitada por los Diaguitas, quienes, al enterarse de las acciones de los españoles, se levantaron en armas y se negaron a rendirse pacíficamente. En consecuencia, los Diaguitas infligieron graves pérdidas a los españoles, matando a cualquier español que se aventurara solo y a muchos de sus sirvientes, demostrando ser una población valiente y combativa.

Un capitán llegó al encuentro del Adelantado con cerca de cincuenta hombres, la mayoría a caballo. Desde este punto hasta las provincias de Copiapó, en la costa sur, se extendía un vasto despoblado de aproximadamente ciento cincuenta leguas. El Adelantado y su séquito atravesaron esta inhóspita región con enormes dificultades. La escasez de provisiones los obligaba a buscar asentamientos para reabastecerse, pero los pocos que encontraban eran pequeños y apenas tenían suficiente comida para ofrecer.

Para alcanzar los valles de Copiapó, debían superar un inhóspito tramo de trece jornadas, atravesando un puerto. Durante la época de nieves, el camino se cubría de un manto blanco que alcanzaba hasta la rodilla, y aun sin nieve, como era el caso cuando el Adelantado pasó, el frío era tan intenso que, en una sola noche, en el puerto ubicado a cinco jornadas de Copiapó, setenta caballos y numerosas piezas de equipo nativo sucumbieron a las bajas temperaturas.

 

Finalmente, llegaron al primer valle de Copiapó, donde fueron cordialmente recibidos por los naturales, quienes les proporcionaron lo que tenían disponible. Este valle ofrecía abundante maíz y ganado ovino. Continuaron hacia el segundo valle, Guasco, donde encontraron igualmente hospitalidad y recursos. Lo mismo ocurrió en el tercer valle, Coquimbo, que actualmente está habitado por cristianos.

Fue en este punto donde el Adelantado se enteró de la trágica muerte de los tres españoles que había enviado desde Cusco con los dos Incas. Estos hombres, motivados por la codicia, cometieron abusos contra los indígenas locales, lo que desencadenó su fatal destino. Como castigo, el Adelantado reunió a los responsables y ordenó su ejecución. Más de treinta caciques fueron quemados en postes, y los demás indígenas fueron repartidos como esclavos.

Una vez concluida esta acción, el Adelantado partió hacia la provincia de Chile, que se encontraba a cien leguas de distancia. A su llegada al pueblo principal, Concumicagua, fue recibido por toda la comunidad. Allí se encontraba un español llamado Barrientos, quien había huido del Cusco debido a las afrentas del Marqués, y que se unió al grupo. Sin embargo, tras darse cuenta de la pobreza de la región, tanto él como la mayoría de los expedicionarios se arrepintieron de haber emprendido el viaje, y algunos incluso consideraron regresar en poco tiempo si no fuera por el consejo de otros.

Sin embargo, para cumplir con sus compromisos con el Rey y su compañero Pizarro, el Adelantado decidió enviar un capitán con setenta u ochenta hombres a explorar más allá de Chile. Este capitán tardó tres meses en su expedición de ida y vuelta. Sin embargo, al no encontrar suficiente riqueza mineral, quedó insatisfecho y regresó rápidamente. Mientras tanto, otro capitán llegó al Adelantado con más de cien hombres y comenzó a explorar la costa hasta el valle de Tarapacá. Desde allí, se adentró en tierra y siguió el rastro del campo del Adelantado hacia el puerto de Copiapó, donde lamentablemente perdieron a muchos hombres.

Este segundo capitán también llevó consigo a don Diego de Almagro, hijo del Adelantado. En aquellos tiempos, era común que los consejeros y amigos de los gobernadores les persuadieran según sus propios intereses. Algunas de estas personas creían que, si el Adelantado poblaba en Chile, una tierra pobre, siempre viviría en necesidad. Le aconsejaban que regresara a Perú, ya que el Rey le había otorgado esa gobernación, y le instaban a volver a pactar los límites con su compañero, el Marqués Pizarro.

Algunos incluso le advertían sobre las consecuencias para su hijo, don Diego, si muriera en aquella exploración, ya que quedaría solo con el nombre de don Diego. Aunque el Adelantado a veces alababa estos consejos, al regreso del capitán enviado a explorar, optó por dar marcha atrás. Esta decisión implicó una gran devastación para los naturales y la tierra de Chile, ya que autorizó a sus hombres a saquear la tierra y tomar a los indígenas como esclavos. No me adentraré en detalles sobre lo sucedido, ya que puedo inferirlo de otros relatos que poseo.

Cabe destacar que ningún español salió de Chile sin llevar consigo a indígenas atados. Algunos llevaban cadenas, otros fabricaban fuertes sogas de cuero de oveja y muchos construían cepos para aprisionarlos durante la noche. Durante el viaje, para evitar que los indígenas escaparan, los llevaban a la vista y los vigilaban estrechamente. Si alguno intentaba huir, recibía golpes. Estos indígenas llevaban consigo toda su posesión, incluso sus camas y alimentos, y era difícil imaginar las condiciones en las que vivían mientras trabajaban durante el día sin descanso, alimentándose apenas con un poco de maíz tostado y agua, y siendo aprisionados brutalmente por la noche.

Durante este viaje, hubo un español que encadenó a doce indígenas, y se jactaba de que todos murieron en esa cadena. Incluso, cuando un indígena fallecía, para intimidar a los demás y evitar liberarlos, les cortaban la cabeza en lugar de abrir el candado de la cadena. Tenían la costumbre de no soltar a un indígena enfermo o agotado hasta que muriera por completo, argumentando que, si mostraban compasión por uno, los demás se desanimarían al ser dejados de lado, y consideraban esto como una justificación válida.

Durante este viaje de regreso a la tierra del Cusco, murieron numerosos indígenas, especialmente en el despoblado de Atacama, que fue descubierto por el Adelantado. Este despoblado consiste en un extenso arenal de cien leguas, donde escasea el agua, la vegetación es mínima y prácticamente inexistente. Solo se encuentra en cuatro o cinco lugares dispersos a lo largo de este vasto territorio.

Antes de cruzar el despoblado de Atacama, el Adelantado encontró en el valle de Copiapó a dos capitanes que lo esperaban con hasta cien hombres. Uno de ellos era Rodrigo Orgóñez, su capitán general, y el otro era Juan de Herrada, su mayordomo, quien llevaba las provisiones de gobernador, firmadas y selladas por el Rey. Esto alegró mucho al Adelantado, ya que tenía la intención de ser reconocido como gobernador en la ciudad del Cusco gracias a esas provisiones. Este era su principal objetivo, compartido por sus asesores y consejeros, ya que creían que allí tendrían mejores condiciones de vida, al ser el Cusco la región más rica y poblada de estos reinos.

Después de atravesar el despoblado de Atacama, el Adelantado Almagro se enteró de que el Inca se había levantado en armas en el Cusco y estaba librando una guerra contra los españoles. Con esta noticia, Almagro se apresuró para socorrer a los españoles del Cusco y poner fin al cerco en el que estaban atrapados. Sin apenas descanso, siguió por la costa hacia Arequipa, donde pudo reorganizarse ligeramente antes de dirigirse hacia el Cusco. Dejaremos la narración de sus acciones en ese lugar para otro momento, ya que es importante comprender cómo se desarrolló la rebelión en el Cusco.

Para entender este levantamiento, es necesario recordar que mientras Almagro se aventuraba en el descubrimiento de las provincias de Chile desde el Cusco, el Marqués Pizarro también abandonó la ciudad y se dirigió a la Ciudad de los Reyes. Desde allí, embarcó hacia Piura para visitar ese pueblo, dejando a un hermano suyo como teniente en el Cusco.

En este tiempo, el Inca estaba cada vez más alterado por los conflictos con el Marqués y los habitantes del Cusco. Además, le habían arrebatado a una mujer indígena a la que quería mucho y consideraba su esposa. Además, observaba cómo los españoles, disfrazados, saqueaban las casas de los indígenas por las noches. Una vez, intentó dirigirse hacia las Provincias del Collao, declarando su intención de buscar a Almagro para refugiarse con él, ya que creía que lo trataba bien. Sin embargo, en dos ocasiones fue capturado y despojado de todas sus pertenencias, siendo sometido a un trato humillante, incluso orinándolo y obligándolo a dormir con sus mujeres.

En este contexto, el Marqués envió a su hermano Hernando Pizarro como teniente gobernador del Cusco. A su llegada, liberó al Inca en contra de la voluntad de sus hermanos y los vecinos. Se dice que el Inca le entregó una gran cantidad de oro y plata como agradecimiento, y prometió traerle un bulto de estos metales preciosos que pertenecían a su padre, Huayna Cápac. Sin embargo, cuando Hernando Pizarro pidió permiso para recogerlo, apenas había avanzado cuatro leguas cuando estalló la rebelión en toda la región, y la ciudad del Cusco fue sitiada por todas partes. Además, el Inca también ordenó el cerco de la Ciudad de los Reyes.

En medio de esta revuelta, toda la región, especialmente la sierra, se levantó en armas. Se dice que mataron a cuatro o cinco compañías de españoles que se dirigían a la ciudad del Cusco, así como a muchos otros españoles que se encontraban dispersos por la tierra. Algunos viajaban hacia la ciudad, otros exploraban los pueblos indígenas, y otros aún estaban establecidos como estancieros, aunque su presencia no beneficiaba mucho a los indígenas y, según la experiencia, les causaba más daño que provecho, pues estos españoles sabían cómo hacerlo.

En aquel momento, el Marqués estaba en la Ciudad de los Reyes, defendiéndose como podía. Una vez que los indígenas levantaron el cerco sobre la ciudad, ya que al estar en terreno llano y gracias a la presencia de caballos, los indígenas no podían infligirles mucho daño, el Marqués reunió un contingente de quinientos hombres y los envió hacia la sierra para socorrer al Cusco. Nombró a Alonso de Alvarado, quien era capitán de los Chachapoyas en ese momento, como su líder. Partieron de la Ciudad de los Reyes a principios del año (la fecha exacta no está clara en el original) y tardaron siete u ocho meses en llegar al Cusco. La demora se debió a que Alvarado infligía severos castigos por donde pasaba, lo que provocó una gran destrucción y, según parece, la memoria de esos eventos nunca será olvidada.

Mientras este socorro se dirigía hacia el Cusco desde la sierra y la costa sur, el Adelantado Almagro también avanzaba para prestar ayuda desde el otro lado del Collao. Dejemos a estos dos contingentes por el momento y centrémonos en cómo la ciudad del Cusco se defendió del gran poder del Inca. Este éxito en la defensa se puede atribuir más a la intervención divina de Nuestro Señor Dios que a cualquier otra cosa. A pesar de nuestros pecados, Dios no nos abandona y sigue favoreciéndonos hasta la muerte, para que podamos enmendarnos y reconocer siempre su gran poder, justicia y misericordia.

En el momento en que el Inca sitiaba el Cusco, la ciudad contaba con aproximadamente ciento cincuenta españoles. De estos, cien eran jinetes, hombres valientes y resueltos, mientras que los restantes cincuenta eran en su mayoría infantes, aunque había algunos peones seleccionados entre ellos, aunque en cantidad limitada. Al principio del asedio, muchos de estos hombres no eran aptos para la guerra, pero con el tiempo encontraron valor y determinación, volviéndose útiles para la defensa.

Los indígenas casi lograron capturar todo el Cusco utilizando una táctica ingeniosa: al tomar una calle, levantaban barricadas para impedir que los caballos y los españoles los atacaran. De esta manera, avanzaron desde la parte más empinada de la ciudad, cerca de las casas de Huáscar Inca, hasta la plaza central, donde se habían refugiado todos los españoles, abandonando sus hogares y propiedades debido a la presión de los indígenas, quienes no les daban oportunidad de recuperar nada. Los indígenas incendiaron toda la ciudad de una vez, ya que las casas estaban cubiertas de paja, lo que produjo una gran cantidad de humo que casi los sofoca, causándoles grandes dificultades. Si no fuera porque una parte de la plaza estaba despejada y no había casas, no podrían haber escapado. La Divina Providencia intervino para salvarlos del fuego y el humo, evitando una tragedia mayor.

Después de que el humo se disipó, los indígenas continuaron atacando durante ocho o diez días consecutivos. Sin embargo, los españoles se fortificaron y resistieron, lo que debilitó el ímpetu de los indígenas, quienes se retiraron a sus propias fortificaciones. Desde allí, los españoles, divididos en cuatro compañías para que unos descansaran mientras otros peleaban, gradualmente ganaron terreno contra los indígenas. Estos, siendo una fuerza inconstante, desorganizada y con poca capacidad estratégica, perdieron lo que habían ganado y se vieron obligados a abandonar el Cusco, refugiándose en las fortalezas y en las montañas que rodean la ciudad.

Los españoles se vieron tan agobiados durante este asedio que incluso consideraron abandonar la ciudad y dirigirse hacia Arequipa por los llanos, donde se encontraba el Marqués. Existía la preocupación sobre si el Marqués aún estaba vivo, ya que habían escuchado rumores de que todos los españoles habían sido exterminados. Estos rumores, difundidos por los indígenas bajo las órdenes del Inca, buscaban desmoralizar a los españoles y persuadirlos de rendirse. A pesar de la incertidumbre y la división entre los hermanos del Marqués, con Juan Pizarro, el capitán general, y Gonzalo Pizarro, su hermano, no estando completamente de acuerdo, el cabildo había decidido que sería conveniente socorrer al Marqués si estaba en peligro. Sin embargo, la dificultad residía en que los indígenas tenían el control de la fortaleza del Cusco y de las casas de Huáscar, consideradas prácticamente inexpugnables debido a la topografía natural que las favorecía y a los estrechos caminos que dificultaban el acceso para el combate.

El valiente capitán Juan Pizarro decidió llevar a cabo una estratagema audaz: hizo que la mayoría de la caballería se alejara de la ciudad, dejando un contingente en el Cusco para protegerla. Luego, simulando dirigirse hacia la Ciudad de los Reyes por el camino real del Inca, se desvió hacia la fortaleza. Aprovechando el descuido de los indígenas en la vigilancia de sus defensas, Juan Pizarro y sus hombres se infiltraron en la fortaleza y comenzaron a luchar junto a los defensores indígenas.

Con el apoyo de algunas ballestas y arcabuces, y con la valentía de su tropa, compuesta por soldados de calidad, los españoles resistieron durante tres días hasta que los indígenas finalmente abandonaron la fortaleza y huyeron. El Inca se retiró a un pueblo fortificado llamado Tambo, ubicado a seis leguas del Cusco, mientras que los españoles colocaron un capitán en la fortaleza, reforzando su posición con patrullas, medidas de seguridad y artillería. Esta victoria les brindó un gran alivio y renovó su esperanza de resistir a los indígenas.

Sin embargo, el Inca planeaba reunir un gran ejército de doscientos mil indígenas para lanzar un ataque aún más poderoso en cuanto llegara el verano. A pesar de esta amenaza, los refuerzos que se dirigían al Cusco ofrecían una esperanza considerable, ya que Almagro estaba en camino con cuatrocientos treinta hombres y Alonso de Alvarado lideraba quinientos soldados bien equipados y montados.

El Adelantado Almagro y su ejército, después de haber disfrutado de algún tiempo de paz en Arequipa, emprendieron el camino de regreso hacia el Cusco, que dista setenta leguas de esta provincia. Llegaron al Cusco dos meses antes que Alonso de Alvarado. El Inca expresó su alegría por la llegada de Almagro y le envió numerosos mensajeros y cartas para explicar las razones de su levantamiento, las cuales ya hemos mencionado, además de otras. Se quejaba amargamente de los abusos que sufría a manos de los vecinos del Cusco, alegando malos tratos, insultos y agresiones hacia él y sus mujeres. Respecto a Hernando Pizarro, mencionaba que este le había dado una gran cantidad de oro, pero al haber agotado sus donativos, decidió alzarse. Sin embargo, afirmaba que quería establecer la paz con Almagro porque lo consideraba un amigo y lo apreciaba mucho. Solicitó que Almagro enviara a un español amigo suyo para poder hablar con él.

Almagro envió a dos españoles y a un intérprete español que hablaba muy bien la lengua de los indígenas. Cuando llegaron al lugar, el Inca los recibió cordialmente. Sin embargo, desde el Cusco se enteraron de la correspondencia entre el Inca y Almagro, donde se discutía la posibilidad de un acuerdo de paz. Por ello, enviaron a un joven mulato con un mensaje para el Inca, advirtiéndole que bajo ninguna circunstancia aceptara la paz con Almagro, ya que el verdadero señor era el Marqués. También le enviaron una carta con el mismo mensaje. Al mostrarle la carta a los españoles de Almagro, el Inca expresó su desconfianza hacia las palabras del Cusco y ordenó que le cortaran la mano al mensajero. Los dos españoles cumplieron con la orden y el Inca quedó satisfecho con su actitud desafiante. Luego les indicó que volvieran con Almagro y le comunicaran que él y algunos de sus amigos querían reunirse con él en señal de paz, pero con la advertencia de que le cortaría la mano. Aunque los dos españoles regresaron, quedaron con la impresión de que el Inca actuaba con astucia y precaución, lo cual informaron a Almagro. Este decidió dividir su ejército en dos partes: una parte, la mejor equipada, lo acompañaría para encontrarse con el Inca en el valle del Yucay, mientras que la otra parte se quedaría acampada en el pueblo de Urcos, a seis leguas del Cusco.

Después de enterarse de que Almagro había dividido su ejército, los vecinos del Cusco salieron de la ciudad armados y dispuestos para la guerra y se dirigieron a Urcos. Cuando la gente de Almagro supo de su llegada, formaron dos escuadrones, uno de caballería y otro de infantería, y salieron de su campamento para enfrentarlos en un llano. Ambos grupos se encontraron y se interrogaron mutuamente, discutiendo varios temas. Los Pizarro intentaron persuadir a los hombres de Almagro para que se unieran a su bando, ofreciendo generosamente alimento y beneficios. Esta propuesta molestó al capitán del Adelantado, quien se sintió indignado. Si no hubiera sido porque la noche estaba cayendo y ya no podían verse entre sí, es probable que hubiera habido un enfrentamiento entre ellos.

Hernando Pizarro, temiendo que Almagro, que había ido al encuentro del Inca, intentara entrar en la ciudad, decidió regresar rápidamente al Cusco esa misma noche. Dio órdenes para que se defendiera la ciudad y se preparara para resistir a Almagro en caso de que intentara entrar, incluso si era solo uno de los vecinos quien lo hacía. Almagro entró en el valle de Yucay, donde esperaba encontrarse con el Inca. Este valle era muy fértil, atravesado por un río caudaloso que en invierno se volvía muy grande y difícil de cruzar. A ambos lados del valle se erguían grandes y altas montañas.

Almagro, al entrar en el valle, cruzó el río con dificultad con la ayuda de balsas y se estableció en un llano cerca de un pueblo con alojamientos pertenecientes al Inca. Tan pronto como el Inca se enteró de que Almagro había cruzado el río, envió algunas guarniciones de soldados por las alturas de las montañas. Mientras tanto, Almagro había enviado dos españoles al Inca pidiéndole que se reuniera con él, apelando a su supuesta amistad y afecto. Sin embargo, el Inca retuvo a los mensajeros, y cuando Almagro se sintió cercado por el Inca, intentó cruzar el río lo más rápido posible. A pesar de sus esfuerzos, los guerreros incas les dieron mucha prisa y les causaron daño. Almagro logró desanimarlos con algunas emboscadas en las que mató a varios incas.

Durante este enfrentamiento, los incas mataron el caballo del capitán general de Almagro, Rodrigo Orgóñez. Además, cuando Almagro capturó a cuatro vecinos del Cusco que habían venido a espiarlo, el Inca le ordenó que los matara de inmediato, pero Almagro se negó. El Inca entonces le envió un mensaje a Almagro, desestimando su supuesta amistad y advirtiéndole que él también sería su enemigo. El Inca era muy cauteloso y desplegó guarniciones en las montañas con la esperanza de desbaratar los planes de Almagro.

Finalmente, Almagro decidió regresar a su campamento y tomar el camino de vuelta hacia la ciudad del Cusco. Los vecinos de la ciudad, por orden de Hernando Pizarro, se armaron y se prepararon para cualquier eventualidad. Algunos vecinos, descontentos con Hernando Pizarro, se ofrecieron secretamente a Almagro.

El Adelantado avanzó por el valle del Cusco hacia donde había establecido su campamento. Después de detenerse a tres leguas de distancia, convocó a toda su gente para reunirse con él al día siguiente. Esa tarde, Hernando Pizarro le envió un mensaje informándole que estaba al tanto de su llegada. Le aseguró que, si Almagro venía como un vecino más, sería recibido con hospitalidad y servicio, pero si intentaba actuar como gobernador y hacer valer sus provisiones reales, Hernando Pizarro estaría listo para defenderse con la lanza en mano.

Almagro respondió indicando que venía en auxilio de la ciudad porque estaba bajo asedio, y también traía provisiones reales que lo nombraban gobernador de la ciudad, estableciendo que el territorio estaba dentro de sus límites. Propuso presentar estas provisiones ante el cabildo, y si el cabildo determinaba que debían cumplirse las órdenes del Rey, él no tendría motivo para oponerse. Con esta respuesta, los mensajeros se retiraron esa tarde.

Al día siguiente, temprano por la mañana, Almagro ordenó a su tropa, compuesta por cuatrocientos treinta hombres, divididos en dos batallones, que avanzaran hacia la ciudad. La mitad de ellos eran soldados de a pie y la otra mitad de caballería. Pasaron junto a la ciudad, rodeándola por un lado, y se dirigieron a acampar en la parte alta, cerca de la plaza del Cusco, donde hoy en día se encuentra el monasterio de San Francisco. La plaza estaba dividida por el tianguis y el río, pero era lo suficientemente estrecha como para cruzarla con facilidad con un arcabuz.

Hernando Pizarro tenía a toda la gente del Cusco preparada para resistir la entrada de Almagro en la ciudad. Cuando llegó el Adelantado, envió a dos personas de su campo al cabildo con las provisiones reales de gobernador, pidiendo que convocaran una reunión. A pesar de la oposición inicial de Hernando Pizarro, el cabildo accedió a reunirse. Después de examinar detenidamente las provisiones, respondieron de inmediato que, si el Cusco estaba dentro de los límites de la gobernación de Almagro, lo recibirían como gobernador, de acuerdo con las órdenes del Rey. Los solicitadores del Adelantado prometieron proporcionar suficiente evidencia al respecto, y el cabildo ordenó que se presentara dicha evidencia. Si resultaba ser suficiente, se comprometieron a cumplir con lo que el Rey había ordenado.

Los solicitadores del Adelantado también buscaron pilotos y marineros que estaban presentes en el cabildo y los presentaron como testigos. Tras esta investigación, se establecieron treguas con Hernando Pizarro, que fue solicitado por él y concedido por el Adelantado, con la condición de que no alterara la situación en la ciudad deshaciendo los puentes existentes ni fortificándose más de lo que ya estaba. Durante esos días, hubo fuertes lluvias, y el alojamiento del Adelantado y sus hombres se convirtió en un lodazal.

Una noche, se informó al Adelantado que Hernando Pizarro estaba ordenando la destrucción rápida de los puentes. Enterados de esto, los partidarios de Almagro se prepararon y atacaron la ciudad desde tres o cuatro direcciones. Con solo la protección de sus casas y la artillería que tenía en la puerta, Hernando Pizarro y su gente fueron fácilmente superados, y Almagro y sus seguidores entraron en la ciudad.

Después de entrar en las casas de Hernando Pizarro y rodearlo a él y a su hermano Gonzalo en un gran galpón construido durante la época del Inca, la lucha continuó durante más de dos horas. Hernando Pizarro se negaba rotundamente a rendirse, incluso ante las persuasiones y advertencias que recibía. Respondía que preferiría enfrentarse a su hermano Gonzalo antes de rendirse. Finalmente, el capitán Rodrigo Orgóñez ordenó prender fuego al galpón, y rápidamente se propagó un gran incendio. Ante el peligro, la mayoría de los vecinos y soldados que estaban con Hernando Pizarro huyeron del galpón. Con la llegada de los Almagros, Hernando y su hermano pidieron paz y fueron sacados con dificultad, sin sufrir ningún daño adicional.

Al día siguiente, Almagro convocó al regimiento y, después de completar la investigación sobre los límites territoriales, que ahora parecían suficientes, lo reconocieron como gobernador del Cusco. Inmediatamente, removió a los funcionarios de la ciudad que consideró necesarios y comenzó a gobernar. Hernando y Gonzalo Pizarro fueron detenidos en las casas del Sol, custodiados día y noche por una compañía de guardias.

Con este asunto resuelto, Almagro planeaba dirigirse hacia donde se encontraba el Inca para darle guerra, ya que se había dado cuenta de que el Inca estaba dilatando la negociación de paz enviando mensajeros con la promesa de su llegada. Sin embargo, cuando estaba a punto de partir, recibió noticias de que el Inca se había retirado hacia las montañas conocidas como los Andes, una región difícil de atravesar, especialmente para los caballos, lo que puso fin temporalmente a la conquista del Inca.

Almagro envió a algunos nativos a investigar el asentamiento fortificado de Tambo, donde el Inca había estado. Trajeron de vuelta dinero y una cantidad considerable de ropa de Castilla que el Inca había acumulado de los españoles a los que había mandado matar. Almagro decidió repartir esta ropa entre su gente, que se encontraba muy necesitada después del viaje desde Chile.

Este joven Mango Inca, señor del Cusco, al ascender al poder a una edad temprana, alrededor de los dieciocho años, se mostró extremadamente vengativo y cruel hacia los suyos. Esta actitud puede haber contribuido a que no destruyera a los españoles, ya que ordenó que todos los indígenas y mujeres indígenas que servían a los españoles fueran asesinados. Esta medida se debió a los abusos y robos que los nativos habían sufrido a manos de los españoles. Sin embargo, cuando los sirvientes indígenas descubrieron que el Inca también planeaba matarlos a ellos, se volvieron a los españoles en busca de protección y ayudaron en la guerra, proporcionando comida y forraje para los caballos.

El Mango Inca se volvió tan cruel que ninguno de sus hermanos sobrevivió a sus manos, ya que los mató a todos por desconfianza. Incluso llegó a matar a grandes cantidades de indígenas en ataques de ira. Esta crueldad hizo que los indígenas le temieran más a él que a los propios españoles, lo que probablemente contribuyó a que la tierra se inclinara más rápidamente hacia la paz.

Al enterarse de que los poderes del Inca estaban disminuyendo y de que se había retirado a las montañas, muchos nativos de la región aceptaron la paz fácilmente. Traían grandes cantidades de alimentos al Cusco y comenzaban a reconocer y servir a sus encomenderos como lo hacían antes. En este contexto, el Adelantado Almagro, que tenía consigo a Pablo Tupa Inca, el hermano orejón del Inca, decidió otorgarle la borla del Inca. Pablo Tupa era un indígena inteligente y disciplinado, a diferencia del Inca rebelde y cruel, quien no había perdonado a ninguno de sus hermanos. Almagro declaró a Pablo Tupa como el nuevo señor del Cusco, ya que el Inca había perdido su autoridad debido a su comportamiento tiránico y su disposición a matar a sus propios seguidores. Además, Pablo Tupa había demostrado su lealtad al Rey y su disposición para mantener la paz en la región, incluso durante el viaje y descubrimiento de Chile.

Mientras Almagro gobernaba el Cusco de esta manera, recibió información de Pablo Tupa sobre la llegada de un capitán con una gran cantidad de tropas, posiblemente quinientos hombres, tanto de infantería como de caballería, que se encontraban a unas veinte leguas del Cusco en el camino real. Al enterarse de esto, Almagro preparó a sus cuatrocientos hombres y se adelantó hacia el lugar donde se encontraba el capitán. A unas doce leguas del Cusco, los esperó en un paso difícil, el río y puente del Apurímac, con la intención de persuadirlos y asegurarse de que reconocieran su autoridad como gobernador del Rey. Su objetivo era evitar cualquier altercado que pudiera surgir y mantener la paz en la región.

Así fue, porque Almagro urdió que los Pizarro le escribieran instándolo a apresurarse para poder atraparlos más fácilmente con el ardid mencionado. Alonso de Alvarado, al recibir las cartas, estaba a punto de caer en la trampa si no fuera por un peón que se escapó del Cusco y le advirtió. Este peón le dijo que tuviera cuidado, ya que lo que los Pizarro le escribían era un engaño, pues estaban bajo arresto. Además, Almagro también planeaba atraparlos. Enterados de esto, los españoles, liderados por Alonso de Alvarado, se indignaron por el engaño de Almagro. Alonso de Alvarado ordenó fortificar el río y puente de Abancay para resistir cualquier intento de Almagro de tomarlos por sorpresa. Almagro, al enterarse de la fortificación, se movilizó hacia el río, pero encontró una fuerte resistencia que le impidió avanzar. Si ambos ejércitos se hubieran enfrentado en terreno llano, probablemente habría habido un enfrentamiento directo. Para evitar la confrontación, Almagro envió a cuatro o cinco caballeros para hablar con Alonso de Alvarado y pedirle que se dispersaran o se unieran a las fuerzas de los Pizarro.

Los mensajeros de Almagro encontraron una respuesta hostil por parte de los defensores de Alonso de Alvarado. Estos, al escuchar las provisiones, se negaron a prestar atención y pronunciaron insultos contra el Adelantado y sus enviados. En respuesta, Alonso de Alvarado ordenó la detención de los caballeros que habían ido a hablar con él, exigiendo que Almagro disolviera su campamento o se retirara del lugar. Ante esta situación, Almagro envió rápidamente a doce jinetes para informar al Marqués de lo que estaba ocurriendo. Almagro, al tener a los hermanos Pizarro presos y al planear su ejecución, intentaba complicar el asunto de la entrada al Cusco. Respondiendo a los enviados de Almagro, el Marqués anunció que esperaría su respuesta y se negó a liberar a los presos hasta que Almagro entregara a cambio a los hermanos Pizarro. Almagro regresó al Cusco al enterarse de que Alonso de Alvarado había partido rápidamente por otro camino, aparentemente para liberar a los hermanos del Marqués. Cuando se dio cuenta de que era una estratagema, Almagro se preparó nuevamente y regresó al río, donde solicitó negociaciones con Alonso de Alvarado. Este último pidió un alto el fuego para discutir cómo proceder, tanto para ganar tiempo como para lidiar con la posible disidencia en su propio campamento.

Los amigos de Almagro le aconsejaron que rompiera la tregua con Alvarado, destacando a ciertas personas influyentes en el campamento de Alvarado. Enterado de esto, Almagro terminó las treguas una tarde, advirtiendo a Alonso de Alvarado que si no le entregaban a los mensajeros o se retiraban, se vería obligado a romper la tregua debido al desacato a las provisiones reales y por retener a los enviados. Ambos bandos empezaron a utilizar la artillería y se amenazaron mutuamente, pero al tener el río de por medio, no podían hacerse daño. El terreno era áspero y solo se podía atravesar por el camino real de Huayna Cápac, con el río cruzado por un puente de cañas y un vado difícil, donde la infantería de Alvarado estaba bien fortificada.

Almagro ordenó que los indígenas naturales fueran azuzados con gritos y pedradas durante todo el día y la noche, manteniéndolos despiertos. Al amanecer, antes de que los contrarios pudieran reaccionar, hizo que su gente de caballería atacara el río y cruzara el vado con poca resistencia. Cuando los hombres de Alonso de Alvarado salieron a enfrentarlos, fueron rápidamente vencidos y capturados al amanecer. Almagro también capturó a Alonso de Alvarado y a los demás líderes. Luego, Almagro regresó al Cusco con su gente y devolvió las armas y los caballos a los Pizarro como gesto de amistad, pero esto no le benefició mucho.

Una vez en el Cusco, Almagro envió a trescientos hombres para combatir a Manco Inca, liderados por el capitán Rodrigo Orgóñez, su general. Pensaba que capturar y derrotar a Inca sería un gran avance en su causa, tanto ante el Rey como en la región. Rodrigo persiguió a Inca durante veinte leguas y capturó a toda su gente, pero Inca y su esposa lograron escapar. Aun así, Almagro habría capturado a Inca si la guerra entre los gobernadores no estuviera ya en marcha. Mientras perseguía a Inca, Almagro recibió un mensaje del Marqués, su colega, que se sentía agraviado por la incursión en el Cusco y la captura de sus capitanes.

El Marqués Pizarro utilizó una estratagema con el Adelantado Almagro, fingiendo estar dispuesto a negociar y dividir las gobernaciones, así como liberar a sus hermanos. Envió ciento cincuenta hombres al Cusco, algunos de los cuales tenían la tarea secreta de persuadir a Alonso de Alvarado, a los hermanos del Marqués y a otros partidarios de Almagro para que se unieran al Marqués y se escaparan. Esta estrategia dio sus frutos, ya que día a día más personas se unían al bando del Marqués, mientras que aquellos que permanecían con Almagro se mostraban renuentes a seguirle en la guerra, e incluso los vecinos del Cusco se resistían a servirle. Esto fue más perjudicial para Almagro que las derrotas sufridas en la entrada al Cusco y en la batalla de Abancay. Además, sus seguidores, envalentonados por sus éxitos previos, trataban con arrogancia a los derrotados, lo que contribuyó a su posterior desgracia y ruina.

Los mensajeros enviados por el Marqués al Adelantado Almagro fueron el Licenciado Espinosa, vecino de Tierra Firme, el Licenciado de la Gama, el factor Illan Suarez y un hombre llamado Hernán González, residente de la Ciudad de los Reyes, acompañados por otros cincuenta hombres o más. Almagro los recibió con alegría y comenzaron las negociaciones para capitular en virtud del poder otorgado por el Marqués. Sin embargo, estas negociaciones fracasaron repetidamente durante más de diez días. En la última capitulación, cuando todo parecía estar acordado y todos estaban contentos con los términos, Hernán González, que tenía un poder secreto sobre los demás, revocó todo lo negociado hasta ese momento al darse cuenta de la situación, deshaciendo así todo lo acordado.

El Adelantado Almagro fue informado sobre la precaución del Marqués, pero a pesar de ver cómo día a día más personas se le unían, no le dio mucha importancia. Por último, llegó un juez con los mensajeros, llamado Fuenmayor, nombrado por la Audiencia de Santo Domingo. Su función era intervenir en caso de que surgiera alguna disputa entre los gobernadores sobre las gobernaciones, y requerirles que evitaran los enfrentamientos y derramamientos de sangre.

Fuenmayor notificó al Adelantado Almagro que no debía salir del Cusco ni dirigirse a la Ciudad de los Reyes, como tenía planeado hacer bajo el pretexto de llevar el oro y la plata del Rey. Almagro reaccionó con mal humor y respondió de manera desagradable, haciendo caso omiso de la notificación. Argumentó que su intención era servir al Rey llevando el oro y la plata para su embarque, así como encontrarse con su compañero y entregarles a sus hermanos, además de ganarse los favores que los mensajeros que había enviado esperaban obtener. Almagro acusó a Fuenmayor de estar sobornado por el Marqués y de otros asuntos desagradables.

Con este último incidente, los mensajeros se fueron de vuelta a los llanos para informar al Marqués Pizarro sobre lo ocurrido en sus negociaciones.

Cuando Almagro disolvió el campamento de Alonso Alvarado, el Marqués, con más de cuatrocientos hombres, se encontraba en Nasca, a unas cincuenta o sesenta leguas de distancia del lugar donde ocurrió la disolución del campamento. Enterado de la acción de Almagro, y temiendo un enfrentamiento directo, el Marqués se retiró rápidamente a Lima junto con toda su tropa y aquellos que huían del Cusco.

El Marqués utilizó la artimaña de enviar mensajeros al Cusco para negociar con Almagro y tratar de atraer a su lado a parte de la tropa que lo acompañaba. Además, quería entender la disposición del campo de Almagro y así poder planear su estrategia para enfrentarlo y derrotarlo.

Los Pizarro que huían del Cusco hacia el Marqués difundían numerosas difamaciones sobre los Almagros, generando un fuerte resentimiento hacia ellos en toda la región. Esta campaña de desprestigio provocó que nadie quisiera unirse a Almagro, y muchos de sus hombres desertaron para unirse al bando del Marqués. A pesar de que Almagro llegó a tener mil doscientos hombres reunidos en el Cusco, nunca logró mantener un ejército de más de cuatrocientos, ya que la mayoría se le iba uniendo al Marqués Pizarro cada día.

Fin

Fina cortesía de Lorenzo Basurto Rodríguez.

domingo, 21 de abril de 2024

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