La descendencia y gobierno de los incas: Collapiña, Supno y otros Quipucamayoc
Durante
el gobierno del Licenciado Cristóbal Vaca de Castro en el reino del Perú, se
dedicó con gran diligencia a investigar la antigüedad de los indios de la
región y su origen, así como el de los incas, los antiguos señores de estos
reinos. Para ello, convocó a todos los ancianos incas del Cusco y sus
alrededores, buscando obtener información precisa sobre este asunto. Sin
embargo, a pesar de sus esfuerzos, las respuestas que recibió fueron muy
variadas y poco satisfactorias. Cada uno de los ancianos tenía su propia
versión de la historia, sin llegar a un consenso claro.
Ante
esta situación, los ancianos mencionaron la existencia de los "quipucamayoc",
quienes eran responsables de mantener registros del origen y los
acontecimientos durante el reinado de cada uno de los incas. Explicaron que
durante la llegada de los tiranos Calcuchimac y Quisquis, enviados por
Atahualpa Inca, estos destruyeron la tierra y mataron a los quipucamayoc,
quemando también los quipos (registros). Ante esta destrucción, se dijo que se
iniciarían de nuevo con el reinado de Túpac Yupanqui, al que llamaban Atahualpa
Inca. Sin embargo, algunos de los quipucamayoc sobrevivientes fueron
encontrados y llevados ante Vaca de Castro para ser interrogados.
Los
quipucamayoc desempeñaban el papel de historiadores o contadores de la razón, y
eran muchos en número. Su función principal consistía en llevar un registro
preciso utilizando quipos, tanto del origen y principio de los incas como de
cada uno de ellos en particular, desde el momento de su nacimiento hasta su
fallecimiento. Estaban obligados a rendir cuentas detalladas de todos los
acontecimientos ocurridos durante el reinado de cada señor inca.
Estos
registros incluían información sobre la edad de los incas al asumir el señorío,
la duración de su reinado y los eventos relevantes durante su gobierno. Además,
los quipucamayoc estaban encargados de enseñar a sus hijos y asegurarse de que
comprendieran la verdadera significación de cada símbolo en los quipos.
A
cambio de sus servicios, los quipucamayoc recibían una ración completa de
alimentos para cada mes del año, así como mujeres y criados para su asistencia.
Su única ocupación era mantener un meticuloso registro con sus quipos y
asegurarse de que estuvieran correctamente organizados con información
verídica.
Cuando
los quipucamayoc fueron convocados ante Vaca de Castro, se les permitió un
tiempo para preparar sus quipos y rendir cuentas. Se dispuso que fueran
interrogados por personas expertas en la interpretación de los quipos, como
Pedro Escalante, quien servía como intérprete de Vaca de Castro, junto con
otros individuos versados en la lengua general del reino. Estos intérpretes
iban registrando cuidadosamente lo que los quipucamayoc declaraban.
Las
cuentas presentadas por los quipucamayoc revelaron que los doce incas
legítimos, desde Manco Cápac hasta Huáscar, habían reinado durante un total de
cuatrocientos setenta y tres años y tres meses, contabilizados en meses y años
lunares. Este periodo no incluía a Atahualpa Inca ni a Manco Inca, cuyos
reinados fueron interrumpidos por la llegada de los españoles, sino únicamente
a los doce incas que gobernaron la tierra hasta ese momento.
Antes
de que los incas gobernaran el reino, los indígenas de toda la región vivían en
una especie de libertad general, ya que cada pueblo tenía sus propios curacas
que los dirigían, y los indios estaban muy sujetos a ellos. En general, vivían
sin ambiciones de dominar a otros. Sin embargo, mantenían guerras frecuentes
con sus vecinos por asuntos triviales, como cuando alguien cultivaba tierras
que no le pertenecían, pastaba ganado más allá de los límites establecidos o
cazaba animales en terrenos ajenos. Estas disputas por nimiedades a menudo
resultaban en conflictos violentos entre los pueblos, sin ninguna organización
formal.
Para
protegerse, cada pueblo construía una fortaleza en el cerro más cercano, con
muros altos que aún se pueden encontrar en las colinas. Las armas más comunes
utilizadas por los indígenas incluían hondas con las que lanzaban piedras,
lanzas con puntas de cobre, y mazas con cabezas de cobre o piedra tallada,
montadas en un Manco de unos cuatro palmos de largo. Aquellos que habitaban en
áreas cálidas y montañosas también usaban flechas, lanzas y macanas hechas de
palma. En las regiones montañosas, las galgas, que eran piedras lanzadas desde
lo alto, eran particularmente mortíferas y causaban estragos entre quienes
estaban debajo.
Los
indígenas tenían muchas guacas e ídolos a los que adoraban y en quienes
depositaban su fe y creencia, considerándolos como sus creadores. Para cada
ídolo, tenían hechiceros que actuaban como sacerdotes, encargados de realizar
sacrificios, ceremonias y ritos en su honor. Estos sacrificios incluían
corderos, conejos y otros alimentos, así como la hoja de coca, que era
fundamental en las prácticas religiosas y se quemaba como ofrenda a los ídolos.
El
noveno inca, Inga Yupangue, también conocido como Pachacuti Inga, fue el
responsable de introducir los sacrificios de niños y doncellas, como se
detallará más adelante.
Cuando
Manco Cápac Inga, el primer inca, salió de Pacaritambo, ubicado a cinco leguas
del Cusco, con sus seguidores, los quipucamayoc afirmaron que él era hijo del
Sol, nacido a través de una ventana de una casa, concebido por el rayo o el
resplandor solar que penetraba por la ventana. Según el relato, Manco Cápac
luego se dirigió a los altos de una montaña cercana al valle del Cusco,
llevando consigo a uno de los dos ancianos que lo habían criado y un ídolo de
piedra llamado Guanacaure. En ese lugar, erigieron un templo y un altar para el
ídolo, que fue venerado por los incas como una guaca principal y un enviado del
Sol. Los indígenas acudían en peregrinación para adorarlo y hacer sacrificios y
ofrendas en su honor.
Los
dos quipucamayoc, Callapiña y Supno, que se presentaron ante Vaca de Castro,
provenían de Pacaritambo. Informaron que sus padres y abuelos, quienes también
fueron quipucamayoc de los incas, les transmitieron la historia de que Manco
Cápac, el primer inca, era hijo de un curaca, un señor local de Pacaritambo,
cuyo nombre no se recordaba. Siendo aún un niño muy pequeño y tras la muerte de
su madre, Manco Cápac fue criado únicamente por su padre, quien por diversión o
cariño le decía que era hijo del Sol. Después de la muerte de su padre, el
joven Manco Cápac, de unos 10 a 12 años, siguió creyendo en esta historia,
alimentada por los ancianos de la casa, que eran sacerdotes de los ídolos de su
padre. Estos ancianos, junto con el resto de la familia, lo llamaban y trataban
como hijo del Sol, y él, sin conocer a su madre y por la repetición constante,
creyó en ello. Al llegar a los 18 o 20 años, Manco Cápac, animado por los
sacerdotes, comenzó a propagar la historia de que era hijo del Sol entre la
gente común. Los sacerdotes, para darle más crédito a esta idea, le aseguraron
que, según sus augurios, él y sus descendientes serían señores de la tierra. Con
este estímulo, Manco Cápac asumió este título y siguió adelante con
determinación.
Con
estos engaños y artimañas, Manco Cápac partió de Pacaritambo junto con los
ancianos sacerdotes y su familia, llevando consigo la guaca e ídolo llamado
Guanacaure. Se dirigieron hacia una serranía alta que dominaba el valle del
Cusco, y esa serranía posteriormente recibió el nombre del ídolo, Guanacaure,
debido a que este permaneció allí hasta la llegada de los cristianos al reino.
Una vez allí, Manco Cápac y su séquito construyeron una casita para el ídolo en
su tabernáculo.
Luego,
los dos sacerdotes del ídolo bajaron al valle del Cusco, donde vivían muchos
indígenas en varios pueblos, y proclamaron entre ellos que el Sol había enviado
a su hijo en forma humana como el Señor universal de la tierra. Dijeron que
ellos, como ministros y embajadores del Sol y de Guanacaure, venían a
ordenarles que adoraran y reconocieran a Manco Cápac como su señor universal,
so pena de ser castigados con una gran pestilencia enviada por el Sol. Los
sacerdotes también afirmaron que el Sol había enviado a Guanacaure como su
siervo y amigo para que todos lo adoraran y lo consideraran como su protector,
asegurando así una vida próspera y feliz en la tierra.
Mientras
los ancianos propagaban estas ideas en el valle, Manco Cápac envió mensajeros a
todos los habitantes del valle del Cusco con esta embajada. Los habitantes
quedaron muy impresionados y temerosos, y en medio de gran agitación, se
congregaron al día siguiente. Al amanecer, salieron todos para adorar a Manco
Cápac con sus ofrendas y dones, cada uno llevando lo que tenía y podía,
acompañados por los dos ancianos inventores de esta farsa.
En
la mañana en que los habitantes del valle del Cusco iban a adorarlo, Manco
Cápac se vistió con espléndidas prendas traídas de Pacaritambo: una camiseta
plateada decorada con almejas, una patena de oro en el pecho, una gran medalla
de oro en la cabeza, llamada canipo, brazaletes de plata en los brazos y una
abundante plumería de colores en la cabeza y en el traje. Además, su rostro
estaba adornado con colores brillantes. Al salir el Sol, Manco Cápac se colocó
frente al resplandor del sol, irradiado por las patenas y otras joyas que
llevaba consigo. Los indígenas, tan crédulos como eran, lo creyeron
verdaderamente como hijo del Sol y comenzaron a adorarlo como a un dios
mientras se acercaban.
El
ídolo Guanacaure, que también estaba presente, estaba adornado con ricas
vestimentas y mucha ornamentación de oro y plata, así como plumas de colores.
Estaba ubicado en un adoratorio hecho con ramas y árboles. Manco Cápac, que ya
conocía los nombres de los curacas y principales, los llamaba por sus nombres,
lo que asombraba a los indígenas. Les explicó que el Sol, su padre, lo enviaba
para su beneficio y el de toda la tierra, para mantener la paz y la
tranquilidad. Les ordenó que construyeran una casa para el Sol, su padre, en el
lugar donde actualmente se encuentra el convento de Santo Domingo, y otra para
él junto a ella. Los indígenas del valle inmediatamente pusieron manos a la
obra.
Manco
Cápac también ordenó que se difundiera la noticia de su llegada y la del ídolo
Guanacaure por toda la tierra, proclamándolo como el amparo y gobernante de
todos los seres vivos del mundo, como el Señor y líder principal. Los dos
ancianos sacerdotes de Guanacaure fueron por los pueblos vecinos para proclamar
la llegada del hijo del Sol y del ídolo Guanacaure, y lograron que toda la
región en un radio de diez leguas acudiera a rendirle obediencia a Manco Cápac
Inga y presentarle sus dones y ofrendas, reconociéndolo como Señor e hijo del
Sol.
Manco
Cápac fue el primero y el origen de los incas, que con astucia y habilidad
logró ser reconocido y se convirtió en señor sin necesidad de recurrir a la
guerra ni las armas. Gobernó sobre un área de diez leguas alrededor del Cusco.
Se casó con Mama Vaco y tuvo dos hijos varones con ella: el mayor, llamado
Cinche Roca Inga, quien sería su sucesor, y el menor, llamado Topa Auca Ylli.
Los descendientes de este último pertenecían al Ayllu Chima Panaca. Es
importante destacar que, en la sucesión de los incas, los hijos primogénitos y
legítimos heredaban el señorío, siguiendo la ley y la antigua costumbre. Los
matrimonios legítimos se celebraban con ceremonias específicas, aunque los
incas tenían numerosos hijos con concubinas, solo los hijos legítimos heredaban,
según su ley y costumbre. En ausencia de un hijo legítimo, el inca podía
designar a cualquier hijo natural como su sucesor. Las mujeres no participaban
en esta sucesión, ya que solo los varones podían heredar.
Sinchi
Roca sucedió a su padre Manco Cápac y mantuvo la misma creencia de ser hijo del
Sol. Fue el primero en comenzar a conquistar y extender su dominio a través de
la guerra, gobernando un área de hasta treinta leguas alrededor del Cusco. Sin
embargo, no pudo conquistar la provincia de Andahuaylas debido a su gran
población y unidad bajo un solo señor, y por el lado del Collao, no pudo
avanzar más allá del puerto de Vilcanota, defendido por los Canas y Canches. Se
casó con Mama Coca y tuvo dos hijos con ella: Lloque Yupanqui Inga, el
primogénito, y Mango Cápac, el menor. Los descendientes de este último
pertenecían al Ayllu Raorao Panaca. Reinó hasta una edad avanzada, superando
los setenta años.
Lloque
Yupanqui Inca sucedió a su padre Sinchi Roca. Durante su reinado, enfrentó
numerosas rebeliones de aquellos que pretendían heredar, y estuvo en peligro de
perder su dominio en varias ocasiones. Se casó con Mama Caba y tuvo tres hijos
con ella: Mayta Cápac Inca, Apo Conde Mayta y Apo Taca. Los descendientes de
los dos últimos pertenecían al Ayllu Chigua Yuin. Reinó durante más de
cincuenta años, consolidando lo que había heredado de sus padres.
A
Mayta Cápac Inca le sucedió su hijo Cápac Yupanqui Inca, quien enfrentó
constantes rebeliones de sus súbditos y no logró expandir su territorio debido
a las continuas guerras internas. Se casó con Mama Taocaray y tuvo dos hijos
varones con ella: Cápac Yupanqui Inca, quien lo sucedió, y Apo Tarco Guaman.
Los descendientes de este último pertenecían al Ayllu Uscamaitas. Reinó durante
cincuenta años.
Cápac
Yupanqui Inca sucedió a su padre y extendió su dominio hasta las regiones de
Vilcas, Soras, Aymaraes, Condesuyos y Parinacocha, sometiendo a los pueblos más
por temor que por voluntad. Los Collas de la región del Collao se sometieron
hasta Paucarcolla, influenciados por el poder del inca. Instituyó el culto al
Sol con gran veneración y comenzó a construir las casas del Sol en el Cusco
utilizando cantería. Se casó con Mama Chuqui Yllpay y tuvo cuatro hijos varones
con ella: Inca Roca, el mayor y sucesor, Apo Calla Humpiri, Apo Saca Inca y
Chima Chabin. Los descendientes de estos últimos pertenecían al Ayllu
Apomaytas. Reinó durante más de sesenta años.
Inca
Roca sucedió a su padre y mantuvo lo que había heredado sin lograr expandir su
territorio. Gobernó pacíficamente hasta una edad muy avanzada, superando los
ochenta años. Continuó las construcciones en honor al Sol y ordenó la creación
de casas para las mamaconas, mujeres dedicadas al servicio del Sol. Además,
estableció grandes campos de cultivo para garantizar la seguridad alimentaria
en tiempos de guerra o escasez. Se casó con Mama Micay y tuvo cuatro hijos,
siendo el mayor y sucesor Yahuar Huaca Inca. Los descendientes de los otros
tres hijos pertenecían al Ayllu Vicaquirao. Inca Roca fue especialmente devoto al
culto del Sol, más que ninguno de sus antepasados.
Después
de Inga Roca, sucedió Yahuar Huaca Inca, también conocido como Maita Yupangue
debido a su enfermedad ocular. Este inca fue militarmente activo y logró
someter vastas regiones, incluyendo la provincia de Condesuyos hasta la costa,
la provincia de Chucuito hasta el Desaguadero, y Omasuyo hasta Huancané. Se
casó con Mama Chicquia y tuvo seis hijos con ella, siendo el mayor Viracocha
Inga. Los descendientes de los hijos menores pertenecían al Ayllu Aucayllo
Panaca. Reinó durante poco más de cuarenta años.
Viracocha
Inga sucedió a su padre y extendió aún más el dominio incaico. Conquistó hasta
Paria, los Pacajes y Carangas, y obtuvo la sumisión de parte de los Charcas y
todo Humasuyo hasta Guarina. También conquistó territorios por la serranía
hasta lo que actualmente es el distrito de Huánuco y parte de Trujillo por el
camino de Quito.
Antes
de la era de los incas, en la región de los llanos y la costa, donde
actualmente se encuentra la ciudad de Trujillo, existía un gran señor llamado
Chimo Cápac. Este señor gobernaba desde Caxas y La Nazca hasta más allá de
Piura, e incluso se dice que su dominio llegaba hasta Puerto Viejo, donde
recibía tributos de esmeraldas y chaquiras de oro y plata. Chimo Cápac fue
considerado señor universal de la costa y era muy respetado y amado por sus
súbditos. Su linaje no experimentó guerras ni rebeliones, y su gobierno fue
pacífico durante muchos años. La gente de la costa, conocida como yungas,
estaba organizada bajo el liderazgo de mujeres, llamadas Tallapones o
Capullanas, aunque también había curacas de gran respeto. Estas mujeres eran
esposas de los curacas y tenían un papel dominante en la sociedad yungas.
Durante
el reinado de Viracocha Inca, el octavo inca, su imperio se extendió hasta las
alturas y las serranías cercanas a Chimo, la actual ciudad de Trujillo. Envió
emisarios a Chimo Cápac, el señor de los llanos, exigiéndole que reconociera su
autoridad y le rindiera homenaje con todas las provincias bajo su dominio.
Chimo Cápac, impresionado por la fama de Viracocha Inca como hijo del Sol y
conquistador de toda la tierra, se sintió turbado y temeroso, ya que nunca
había estado involucrado en guerras. Por temor a la cruel guerra prometida por
Viracocha Inca, Chimo Cápac aceptó reconocerlo como su señor y enviarle
tributos, incluyendo mujeres doncellas, joyas y otras riquezas de su tierra.
Viracocha
Inca, al ver la humildad de Chimo Cápac, decidió no despojarlo de su señorío,
sino más bien protegerlo y mantenerlo en su posición. Envió gobernadores y
guarniciones para asegurar su autoridad sobre la región y comenzó a implementar
el sistema de mitimaes, trasladando indígenas de estas provincias a otras
partes del imperio, como era costumbre entre los incas.
A
pesar de las dádivas y el trato amable de Viracocha Inca, el poder de Chimo
Cápac comenzó a declinar gradualmente bajo los sucesivos incas, hasta que
finalmente fue despojado de su señorío por Inca Yupangue, hijo y sucesor de
Viracocha Inca. Los incas posteriores acusaron a Chimo Cápac de traición y
borraron su memoria de la historia oficial del imperio. Desde el reinado de
Topa Inca en adelante, ya no se tuvo memoria de los descendientes de Chimo
Cápac, ya que aquellos que quedaron fueron dispersados y trasladados a otras
regiones como mitimaes.
Viracocha
Inga, cuyas conquistas y acciones continuamos aquí, fue el más grande de todos
sus ancestros. Fue un guerrero valiente y un líder militar consumado, y muchas
de sus disposiciones y órdenes aún se siguen observando en la actualidad. Su
primera orden fue la promulgación del quechua como lengua oficial en todo el
reino, desde el Cusco hacia abajo, debido a su claridad y facilidad de
comprensión, siendo la lengua más comúnmente entendida. Asimismo, ordenó que
los hijos de los curacas de todas las regiones del reino debían asistir al
Cusco para aprender esta lengua y recibir formación para ser futuros líderes y
gobernantes.
En
las regiones desde Canas y Canches hacia arriba hasta los Charcas y Condesuyos,
donde el quechua no era tan común, se estableció el aymara como lengua oficial.
También decretó que todos los indígenas, hombres y mujeres, debían llevar una
insignia en su vestimenta para identificar su lugar de origen, y que nadie
debía atreverse a usar la insignia de otro so pena de muerte.
Prohibió
que cualquier indígena contrajera matrimonio sin el consentimiento del curaca o
gobernador designado por el inca, con el objetivo de fomentar el mérito y el
trabajo duro para merecer una esposa y tierras de cultivo. Ordenó la
construcción de topos de lenguas en los caminos reales para medir distancias,
así como la instalación de mensajeros, los chasquis, en cada topo, con el fin
de garantizar una rápida comunicación en todo el imperio.
Estableció
que los curacas y principales debían compartir sus alimentos en la plaza
pública para asegurar que los viajeros, pobres y necesitados tuvieran acceso a
la comida. También ordenó la creación de grandes chácaras comunales en cada
pueblo para almacenar alimentos, y que los mitimaes recién llegados recibieran
ayuda de los nativos para construir sus casas y se les proporcionara ración de alimentos
durante dos años.
Viracocha
Inga fue un líder republicano y promulgó muchas otras disposiciones que, por
razones de brevedad, no se detallan aquí. Es importante destacar que muchas de
las reformas atribuidas a otros gobernantes posteriores en realidad fueron
iniciadas por él.
Cuando
los cristianos llegaron a este reino, los indígenas, impresionados por la
autoridad y la grandeza del cristianismo, no encontraron un nombre más elevado
y poderoso que llamarles que Viracochas. Este término no significa otra cosa
que "grandes soberanos", reflejando el respeto y la admiración que
tenían por ellos, y no tiene relación con la interpretación de algunos que
sugieren que se refiere a "hijos del mar".
Viracocha
Inga fue el más valiente y poderoso de todos los ingas, superando tanto a sus
antecesores como a sus descendientes. Con un vasto territorio bajo su dominio y
una población sumisa, sus hijos pudieron aumentar su legado con relativa
facilidad. Tuvo tres hijos con Mama Rondo Cayan: Inca Yupanqui, también conocido
como Pachacuti Inca, que significa "cambiador del tiempo"; Inca
Urcun; e Inca Maita. Los descendientes de los dos últimos provienen del Ayllu
Sucsu Panaca. Reinó por poco más de 70 años.
Pachacuti
Inca, o Inca Yupanqui, fue hijo y sucesor de Viracocha Inca. Conquistó extensas
tierras, desde el último rincón de los Charcas hasta los Chichas y Diaguitas,
abarcando todas las poblaciones de la Cordillera de los Andes y Carabaya, así
como la región costera de Tarapacá. Dominó todo lo que quedaba en la costa y
atrajo a su control las provincias de los Chunchos y Mojos, así como los Andes,
estableciendo fortalezas a lo largo del río Patite con guarniciones militares.
Además, fundó pueblos en Ayaviri, Cane y el valle de Apolo, en la provincia de
los Chunchos.
Pachacuti
Inca, o Inca Yupanqui, implementó importantes reformas durante su reinado.
Mejoró y amplió los caminos y tambos en todo el territorio, e incluso ordenó la
construcción de nuevos caminos y calzadas en lagunas y pantanos. También
reorganizó y reforzó la presencia de mitimaes, que eran grupos de población
trasladados para asegurar el control del territorio, una medida establecida por
sus predecesores.
Fue
durante su reinado que se introdujeron los sacrificios humanos como parte de
las prácticas religiosas, incluyendo el sacrificio de niños, mujeres y
doncellas, sin ninguna marca distintiva. Además, fue el primero en tomar a sus
hermanas como concubinas, una práctica que reformó y mantuvo con firmeza.
Después
de un largo reinado, Inca Yupanqui falleció, dejando como sucesor a Topa Inca Yupanqui,
quien conquistó la región de Chile personalmente, estableciendo numerosas
poblaciones con indios mitimaes y guarniciones de soldados peruanos. También
extendió su dominio hasta los límites de Quito, tanto en los llanos como en las
montañas.
Durante
su reinado, enfrentó algunas rebeliones internas que supo sofocar con mano
firme, incluso aplicando castigos severos a los líderes rebeldes, como
desollarlos y forrar los tambores con sus pieles como advertencia a otros.
Además, construyó numerosos pueblos en las montañas, fortaleció la ciudad del
Cusco y embelleció la Casa del Sol con revestimientos de oro, plata y piedras
preciosas.
Topa
Inca Yupanqui también fue el primero en tomar a su hermana como esposa
legítima, un acto que sus predecesores solo habían hecho con concubinas. Con
Mama Ocllo, tuvo dos hijos: Inti Cusi Vallpa, conocido como Guaina Capac Inca,
quien fue su sucesor, y Auqui Topa Inca. Estos dos hijos, junto con dos hijos
naturales, son los ancestros del Ayllu Capac Ayllu. Topa Inca Yupanqui reinó
hasta una avanzada edad, superando los 80 años.
Guaina
Capac Inca, también conocido como Inti Cusi Huallpa, fue un gobernante que
enfrentó numerosas rebeliones después de la muerte de su padre, Topa Inca Yupanqui.
Muchas provincias se levantaron contra el dominio de los Incas, resentidas por
la pérdida de sus libertades y el control impuesto por los hijos del Sol. Para
mantener la paz, Guaina Capac Inca emprendió una extensa serie de viajes por
todo el territorio del imperio, desde Chile hasta Quito, recorriendo tanto los
llanos como las montañas.
Después
de esta exhaustiva inspección, lideró una campaña militar hacia el norte,
reuniendo un gran ejército compuesto por indígenas de diversas regiones. Atacó
y conquistó Guayaquil, la isla de la Puná y las áreas circundantes,
estableciendo guarniciones para mantener el control. Luego, avanzó hacia Quito,
donde enfrentó una dura resistencia, pero finalmente logró someter la región,
un logro que ninguno de sus predecesores había conseguido.
Guaina
Capac Inca supervisó personalmente el gobierno de Quito y continuó
administrando todo el imperio, desde Chile hasta Quito, a través de los
gobernadores locales. Durante su reinado, el culto al Sol y la Luna se
fortaleció, convirtiéndose en una parte central de la religión incaica. Se
llevaron a cabo numerosos rituales y ceremonias, incluyendo sacrificios humanos
de niños, mujeres y doncellas, lo que demuestra una mayor intensificación del
culto religioso bajo su gobierno.
Sin
embargo, cabe destacar que estos sacrificios y prácticas religiosas fueron
finalmente abolidos con la llegada de los evangelios cristianos, que trajeron
una nueva perspectiva religiosa a la región y pusieron fin a estas antiguas
costumbres.
Durante
el tiempo en que Huayna Cápac Inca estaba ocupado en pacificar y gobernar
Quito, llegaron por primera vez los cristianos a la región, liderados por el
Marqués Francisco Pizarro. Estos fueron los primeros exploradores que llegaron
a la isla del Gallo, junto con otros que desembarcaron en el puerto de la
Chirac y recorrieron los pueblos cercanos. Al enterarse Huayna Cápac Inca de la
presencia de los cristianos en la tierra y recibir informes sobre ellos,
predijo que esto traería grandes cambios y dificultades. Mientras estaba
muriendo a causa de la viruela al año siguiente, aconsejó a su hijo Atahualpa
que se llevase bien con su hermano Huáscar Inca, y le advirtió sobre los
desafíos que enfrentaría debido a la llegada de personas nuevas y extrañas a la
tierra.
Huayna
Cápac Inca, también conocido como Inti Cusi Huallpa, estuvo casado con Raba
Ocllo, quien le dio un hijo varón, Topa Cusi Huallpa, o Huáscar Inca. Aunque
tuvo otros hijos con concubinas, aquí solo menciono a los legítimos según las
leyes y costumbres de su época. Al morir, dividió su reino entre sus dos hijos:
Atahualpa heredó Quito, mientras que Huáscar Inca recibió el resto de sus
dominios. Huáscar Inca, a su vez, se casó con Chuqui Huipa Coya, su hermana, y
tuvo dos hijos con ella, quienes fueron asesinados por los capitanes de
Atahualpa Inca, llamados Calcuchimac y Quisquis. Este trágico suceso marcó el
fin de la línea de los Incas, ya que Huáscar Inca no tuvo más descendencia.
Aunque hay quienes afirman que doña María Cusi Varcay fue hija de Huáscar Inca,
en realidad fue hija de Manco Inca, un rebelde que se alzó en la provincia de
Vilcabamba y fue derrotado por el capitán Diego Méndez.
Con
la muerte de Topa Cusi Huallpa, el último hijo sucesor de Huayna Cápac Inca, no
quedó ningún descendiente legítimo de los Incas en el Cusco ni en todo el reino
del Perú. Aunque Manco Inca era hijo de Huayna Cápac, nacido de una mujer de su
misma generación, fue considerado hijo de una concubina, no legítimo. Además,
Paullo Topac Inca fue fruto de la unión entre una hija del Señor de la
provincia de los Huaylas, llamada Añas Colque, y un Inca.
Tras
la muerte de Atahualpa Inca a manos de Francisco Pizarro y la extinción de la
línea de los Incas, es importante entender las antiguas leyes y costumbres que
regían la legitimidad en el imperio Inca.
Los
Incas tenían la costumbre de tomar como esposa legítima a una hija de un Señor
o persona principal. Estas jóvenes eran seleccionadas desde temprana edad y
criadas entre las mamaconas y los parientes del Inca. La elegida debía
demostrar inclinación, buen parecer, honestidad y un comportamiento digno de
una Señora. Esta ceremonia se realizaba siguiendo los rituales tradicionales.
Fue
hasta el décimo Inca, llamado Túpac Inca Yupanqui, que se casó con su hermana
Mama Ocllo, siendo el primero en hacerlo. Antes de él, esta práctica no se
había utilizado, aunque las esposas eran de la misma generación, no hermanas.
La
mujer seleccionada para ser la legítima esposa del Inca era mantenida en
estricto aislamiento en la casa de las mamaconas hasta que alcanzaba la edad y
tenía su primer periodo menstrual. En el momento en que esto ocurría,
coincidiendo con la primera conjunción lunar, se llevaban a cabo ceremonias
especiales. La joven era encerrada junto a algunas mamaconas y parientes
cercanos del Inca, quienes la acompañaban hasta que se avistaba la luna nueva
en otra conjunción. Durante los treinta días de reclusión, no se le permitía
ver ni el sol ni la luna, ni interactuar con ninguna otra persona aparte de las
que estaban con ella. Durante este tiempo, su dieta consistía únicamente en un
poco de maíz blanco mal cocido y agua fría.
Al
completar los treinta días de ayuno y penitencia, al amanecer del día siguiente
y coincidiendo con el cuarto creciente de la Luna, la sacaban de su reclusión y
la llevaban a la Fuente de Coricancha, ubicada en el huerto que actualmente se
encuentra en el Convento de Santo Domingo en la ciudad del Cusco. Allí,
acompañada de los principales Incas y sus parientes, la bañaban en las frías
aguas de la fuente y la vestían con una túnica blanca y roja preparada para la
ocasión. Al llegar al Inca, la joven le rendía homenaje con humildad, mientras
él la recibía con amor y agradecimiento al sol, junto con sus sacerdotes.
Luego, el Inca le calzaba unas sandalias ceremoniales y le ofrecía chicha en
vasos de oro, vertiendo una parte en el suelo en honor al Sol y otra en honor a
Guanacaure, la divinidad de los Incas.
Después,
traían dos corderos blancos sin mancha, de los cuales uno de los sacerdotes
extraía los corazones y los ofrecía al Sol y a Guanacaure. Luego, amontonaban
las plumas que todos tenían en sus manos sobre los corderos, y con oraciones
dirigidas por el pueblo, prendían fuego al montón en un sacrificio en honor al
Sol y a Guanacaure, por la larga vida y el bienestar del Inca y su esposa.
Después de esta ceremonia, a la joven se le daba un nuevo nombre, legitimando
así su estatus como esposa del Inca y futura madre de los herederos legítimos del
reino. Estos hijos, nacidos de estas esposas legítimas, eran considerados los
legítimos sucesores del trono y eran respetados como tales por todo el reino.
Continúan
los acontecimientos ocurridos entre los últimos Incas y los eventos que
siguieron a la llegada de los cristianos a la tierra. Todo comenzó cuando llegó
al Cusco la noticia de la muerte de Huayna Capac Inca, uno de los hijos que
había dejado en la ciudad, llamado Ninan Coyuchi. Este Inca, que había nacido
de una coya que era hermana y concubina de Huayna Capac Inca, se consideró
mayor de edad que Huáscar Inca y decidió proclamarse como el nuevo Inca y
Señor. Para respaldar su reclamo, contó con el apoyo de Auqui Topa Inca, el
legítimo hermano menor de Huayna Capac Inca, que había quedado en el Cusco como
gobernador.
Al
conocer los intentos de Ninan Coyuchi y la conspiración que tenía a su favor,
Auqui Topa Inca actuó con prontitud y determinación. Convocó rápidamente a
todos los principales Incas del Cusco y aseguró la posición de Huáscar Inca
como el legítimo gobernante, expulsando y castigando severamente a Ninan Coyuchi
y a sus partidarios.
Por
otro lado, Atahualpa Inca, quien había enviado emisarios y embajadores a Huáscar
Inca, le recordó que su padre, Huayna Capac Inca, en el momento de su muerte,
le había legado todo el territorio de Quito, que había pertenecido a sus
antepasados maternos. Atahualpa le pidió a Huáscar que respetara este legado,
ya que él ya estaba en posesión de dichas tierras. Sin embargo, la respuesta de
Huáscar Inca fue de furia y desdén; ordenó la ejecución de los embajadores,
excepto uno, a quien dejó vivo para llevar la noticia de su respuesta.
Ante
la respuesta violenta de Huáscar Inca, quien ordenó la muerte de sus
embajadores, Atahualpa Inca decidió actuar. Reunió a los antiguos capitanes que
habían servido a su padre, Huayna Cápac, y con su consejo organizó un gran
ejército para marchar hacia el Cusco. Entre estos capitanes se encontraban Calcuchimac,
nombrado capitán general, y Quisquis, quien ocupaba el cargo de maese de campo.
Juntos, lideraron a sus tropas saqueando y destruyendo la tierra a su paso
hasta llegar a los límites del Cusco.
Huáscar
Inca, a pesar de contar con el respaldo de los capitanes veteranos que habían
servido a su padre, carecía de experiencia y no escuchó sus consejos. Siguiendo
su propia voluntad, enfrentó al ejército de Atahualpa Inca y fue derrotado y
capturado. Los soldados de Atahualpa lo humillaron, vistiéndolo con ropas de
mujer, y lo llevaron de regreso al Cusco como prisionero.
Una
vez en el Cusco, los capitanes de Atahualpa Inca llevaron a cabo una brutal
represión contra los otros Incas que aún quedaban en la ciudad. Muchos fueron
asesinados, mientras que otros huyeron a las montañas y desiertos para escapar
de la persecución. Algunos de los más prominentes se refugiaron en las islas de
las lagunas del Collao, como Paullo Topa Inca, hijo de Huayna Cápac, y Manco
Inca, quien se escondió en los Andes de Gualla, mientras que otros buscaron
refugio en diferentes lugares.
Los
capitanes de Atahualpa Inca, siguiendo sus órdenes, intentaron erradicar a todos
los descendientes de los Incas. Después de perpetrar numerosas matanzas, se
valieron de engaños para atraer de vuelta a aquellos que habían huido.
Propagaron el rumor de que Atahualpa Inca les había ordenado tratar a los
descendientes de los Incas con gran honor y les ofrecieron seguridad y
provisiones. Muchos regresaron confiados, pero una vez reunidos, fueron
traicionados y acusados de conspirar contra Atahualpa Inca, a quien llamaban
Ticci Capac. Los capitanes llevaron a cabo otra masacre, matando a más de mil
personas, incluyendo mujeres y niños.
Después
de cometer estas atrocidades, los capitanes enviaron a Quito para informar a
Atahualpa Inca sobre lo ocurrido en el Cusco y sobre la captura de Huáscar
Inca.
Atahualpa
Inca, al enterarse de la captura de Huáscar Inca y de las atrocidades cometidas
en el Cusco, decidió marchar hacia la ciudad con un gran ejército, ordenando
que Huáscar Inca fuera llevado ante él como prisionero. Designó a Quisquis y
Yucra Huallpa como gobernadores interinos en el Cusco, con una guarnición de
soldados para mantener el orden.
Mientras
Atahualpa Inca se dirigía hacia el Cusco, los conquistadores españoles ya
estaban en la región y se encontraban en Cajamarca, donde tuvieron un encuentro
decisivo con el Marqués Francisco Pizarro y su expedición. Allí, Atahualpa Inca
fue capturado, como es ampliamente conocido. En su cautiverio, prometió pagar
un gran rescate en oro y plata al Marqués, aunque no pudo cumplir con la suma
acordada.
Con
Atahualpa Inca bajo su custodia, Pizarro recibió noticias sobre la riqueza del
Cusco y decidió enviar a dos caballeros prominentes, Hernando de Soto y Pedro
del Barco, para explorar la región y evaluar su potencial. Los caballeros
fueron escoltados por chasquis y llevaban consigo a Atahualpa Inca como rehén.
Estos fueron los primeros cristianos en ingresar al Cusco.
En
su camino, los caballeros se encontraron con Calcuchimac y otros capitanes de
Atahualpa Inca, quienes llevaban a Huáscar Inca como prisionero, maltratado y
vestido como mujer. Conmovidos por su estado, liberaron a Huáscar Inca de sus
cadenas y pasaron dos días conversando con él. Como mensajeros y embajadores,
no se atrevieron a volver con él hasta completar su misión. Durante sus
conversaciones, Huáscar Inca preguntó a los caballeros sobre la cantidad de oro
y plata que su hermano Atahualpa había prometido al Marqués. Los caballeros
explicaron la cantidad prometida, aunque no cumplida. Huáscar Inca señaló la
dificultad de su hermano para cumplir esa promesa debido a la falta de riqueza,
pero él prometió entregar la plaza del Cusco, llamándola Aucaypata, llena de
oro y plata, e incluso ofreció extraer más riquezas de la tierra mediante el
trabajo de los indígenas. Los caballeros continuaron su viaje dejando
instrucciones de que Huáscar Inca fuera tratado con dignidad y llevado ante los
españoles como un verdadero Señor e Inca, y fue transportado en unas lujosas
andas, como era la costumbre para su padre, Huayna Cápac Inca.
Los
capitanes de Atahualpa se detuvieron en el camino y enviaron mensajeros a
Cajamarca para informar a Atahualpa, quien estaba preso por el Marqués
Francisco Pizarro. Cuando los mensajeros le relataron lo sucedido con Huáscar
Inca y las conversaciones que había mantenido con los caballeros en el camino,
Atahualpa sintió una profunda tristeza y pesar por la situación de su hermano,
llegando incluso a considerar la posibilidad de escapar si se le daba la
oportunidad.
Los
cristianos que custodiaban a Atahualpa, al notar su gran angustia, informaron
al Marqués y a los demás capitanes sobre su estado. El Marqués, al visitarlo y
ver su aflicción, le preguntó la razón de su tristeza. Atahualpa respondió que
estaba profundamente apenado por la muerte de su hermano Huáscar Inca, quien
había fallecido de pena al ser apresado. Actuando con fingida tristeza, expresó
su pesar por haber perdido a su último familiar en la vida. El Marqués, sin
entender la artimaña, intentó consolarlo, diciéndole que la muerte era natural
y que ahora él era el único gobernante del reino. Le aconsejó que cumpliera con
su promesa de entregar oro y plata y que no se preocupara por lo demás.
Ante
la indiferencia mostrada hacia la muerte de Huáscar Inca, Atahualpa ordenó su
ejecución, así como la de todos los otros Incas que estaban bajo su custodia.
Los crueles capitanes de Atahualpa, encabezados por Calcuchimac, llevaron a
cabo el mandato de manera inmediata. Asesinaron a Huáscar Inca, a Mama Rauna
Ocllo, su madre, y a todos los demás Incas que estaban prisioneros junto a él,
además de muchas mujeres nobles de la costa inca, utilizando métodos
extremadamente crueles.
Después
de la muerte de Huáscar Inca, Atahualpa, aunque estaba preso por el Marqués
Pizarro, intentó organizar un asalto nocturno contra los cristianos, pero su
plan fue descubierto a tiempo y no se llevó a cabo. Se reveló también la
traición y la astucia con la que había ordenado la muerte de Huáscar Inca.
Debido a estos hechos, y para garantizar la seguridad del territorio, se
decidió hacer justicia con Atahualpa.
Se
convocó una reunión de capitanes para discutir el destino de Atahualpa, durante
la cual se evaluaron los daños sufridos por el reino y las severas crueldades
perpetradas contra los incas. Se llegó a la conclusión de que, dada la
peligrosidad y la crueldad de Atahualpa, era necesario castigarlo. Hubo cierto
desacuerdo entre los capitanes, ya que algunos, como el adelantado don Diego de
Almagro, abogaban por enviarlo a España en lugar de ejecutarlo. Sin embargo, la
mayoría decidió que debía ser ajusticiado en el Perú.
El
Padre Fray Vicente Valverde también estuvo de acuerdo con Almagro, ya que
consideraba que las atrocidades cometidas por Atahualpa se debían a su
condición de líder pagano, y que solo después de ser convertido al cristianismo
podría ser juzgado con justicia. Sin embargo, la decisión final fue la de
ejecutarlo, principalmente por la seguridad de los cristianos en la región, ya
que Atahualpa era considerado un hombre astuto y peligroso.
Con
la muerte de Huáscar Inca y la ejecución de Atahualpa, la tierra quedó sin un
líder claro. Por ello, el Marqués Pizarro decidió otorgar el liderazgo a un
hijo de Huayna Cápac Inca, llamado Topa Huallpa Inca, que había llegado de
Quito con Atahualpa. Sin embargo, Topa Huallpa Inca vivió poco tiempo después
de recibir el mando, ya que se rumoraba que fue envenenado por envidia,
posiblemente por Calcuchimac, quien deseaba el poder para sí mismo. A pesar de
los honores y la promesa de riquezas que se le habían otorgado, se descubrió
que Calcuchimac estaba involucrado en tramas y traiciones contra los
cristianos, lo que llevó a su arresto posteriormente.
Después
de la muerte de Topa Cussi Huallpa, conocido también como Huáscar Inca, hijo
sucesor de Huayna Capac Inca, no quedó ningún inca de la misma generación
legítima ni en el Cusco ni en todo el reino. Manco Inca, aunque hijo de Huayna
Capac, nació de una mujer de la misma generación, pero no de las legítimas,
sino de las concubinas. Del mismo modo, Paullo Topa Inca, aunque nacido de una
hija del señor de los Huaylas llamada Añas Collque, no fue producto de un
matrimonio legítimo.
Después
de la muerte de Atahualpa Inca a manos de Francisco Pizarro y con la generación
de los Incas prácticamente extinguida, la sierra se sumió en el caos. Los
cristianos, liderados por Pizarro, se enfrentaron a numerosos obstáculos en su
búsqueda de consolidar su dominio en la región. Al llegar a Limatambo, se
encontraron rodeados y bloqueados por los indígenas, quienes recibieron órdenes
de Quisquis y Yucra Huallpa, antiguos capitanes de Atahualpa Inca que quedaron
en el Cusco para gobernar la tierra. Estos líderes indígenas se oponían
firmemente a que los cristianos cruzaran la cuesta de Vilcaconga y estaban
decididos a defender su territorio.
Finalmente,
los cristianos lograron la victoria, aunque con grandes dificultades y pérdidas
humanas y de caballos, además de numerosos heridos. Paullo Topa Inca, hijo de
Huayna Capac Inca y Señor de estos reinos, destacó por su valentía, sabiduría y
respeto entre los pueblos indígenas. Cuando los conquistadores llegaron
victoriosos, Paullo Topa Inca se refugió junto con otros incas de su generación
en una isla en la laguna de Collao cerca de Copacabana, llamada Titicaca. Al
saber que los cristianos protegían a los incas y les habían tratado bien,
Paullo Topa Inca decidió salir de la isla y dirigirse al Cusco con otros incas
refugiados.
Dondequiera
que iba, Paullo Topa Inca era honrado y respetado en todas las provincias del
Collao y Charcas, incluyendo a los Chuiés y Chichas, quienes lo reconocían como
Señor debido a su linaje directo como hijo de Huayna Capac Inca, el antiguo
gobernante del reino. Tanto Francisco Pizarro como Diego de Almagro, los
líderes cristianos, lamentaron haber otorgado la autoridad y el título de inca
a Manco Inca cuando se dieron cuenta del valor y la influencia de Paullo Topa
Inca.
Paullo
Topa Inca era muy querido y respetado por todos los habitantes indígenas, así
como por los gobernantes y líderes del reino, quienes lo consideraban un
verdadero Señor.
Los
gobernadores, el marqués Francisco Pizarro y el adelantado Diego de Almagro,
decidieron que este último liderara la exploración del reino de Chile, llevando
consigo a Paullo Topa Inca para asegurar la región. Así, partieron juntos,
garantizando la seguridad de la tierra tanto en el camino hacia Chile como en
el regreso. Aunque otros incas también los acompañaron, como Vilaoma y
Aolarico, estos se separaron del grupo para unirse a Manco Inca. Sin embargo,
gracias a la presencia de Paullo Topa Inca, los cristianos pudieron viajar en
paz, recibiendo suministros y servicios de los indígenas a lo largo del camino,
a pesar de la agitación y la inquietud que reinaba en todo el reino.
Después
de veintidós meses, el adelantado Diego de Almagro regresó de Chile junto con
todo su contingente, incluyendo a Paullo Topa Inca. Encontraron la tierra en un
estado de revuelta generalizada debido al levantamiento dirigido por Manco
Inca, que había sitiado la ciudad del Cusco y causado la muerte de muchos
cristianos, incluyendo a Juan Pizarro, hermano del marqués, y al capitán
Francisco Mejía, entre otros. Ante la llegada de refuerzos desde Chile y la
presencia de Paullo Topa Inca, quien apoyaba a los cristianos, Manco Inca
levantó el cerco y se retiró al valle de Yucay y Tambo, donde continuó
hostigando a los cristianos durante más de dos años.
Para
comprender mejor el desenlace de los dos últimos incas, Paullo Topa y Manco
Inca, hijos de Huayna Capac Inca, es necesario explorar el levantamiento
general del reino contra los cristianos y las acciones individuales de cada uno
de ellos en esta coyuntura, así como identificar la causa detrás de tanto
sufrimiento y conflictos en la tierra.
El
levantamiento general en todo el reino del Perú y el cerco al Cusco por parte
de Manco Inca ocurrió después de que Diego de Almagro partió hacia Chile, con
la aprobación del marqués Francisco Pizarro. Mientras tanto, el marqués se
quedó en el Cusco con sus cuatro hermanos y Hernando Pizarro, quien acababa de
regresar de España después de llevar la parte del tesoro que le correspondía a
Su Majestad. Sin consideración por Diego de Almagro, los Pizarro procedieron a
repartir la tierra entre quienes permanecieron en el Cusco, a pesar de que se
sabía que la ciudad estaba dentro de los límites del territorio del adelantado
Diego de Almagro, desde los confines de Guamanga.
Después
de repartir la tierra, el marqués partió para completar la fundación de la
ciudad de los Reyes, trasladándola desde el Valle de Jauja, donde inicialmente
se había establecido. Dejó a Hernando Pizarro y Juan Pizarro, junto con otros
capitanes, como tenientes gobernadores en el Cusco, mientras que Gonzalo
Pizarro también se quedó con ellos.
Manco
Inca, quien recientemente había sido señor de toda la tierra y ahora se veía
despojado de su poder, se encontraba en una situación de pobreza, solo con
promesas vacías. Además, Hernando Pizarro le presionaba constantemente para que
le entregara riquezas y tesoros de oro y plata, recordándole la promesa que Huáscar
Inca había hecho a los dos caballeros que lo capturaron en el camino. Manco
Inca respondió que Huáscar Inca, como señor universal de la tierra, tenía el
poder para cumplir esa promesa, pero él no tenía autoridad sobre nada, ya que
el marqués había distribuido la tierra entre los encomenderos. A pesar de su
situación, Manco Inca prometió hacer todo lo posible para reunir recursos. En
ese momento, Paullo Topa Inca se encontraba en Chile con Diego de Almagro,
asegurando la tierra como se mencionó anteriormente.
Manco
Inca se vio muy apurado por las exigencias de Hernando Pizarro, quien le asignó
un gran almacén para llenarlo de plata y otro más pequeño para llenarlo de oro.
Aunque diariamente llegaban indios cargados con oro y plata, Manco Inca no les
prestaba atención, aparentando indiferencia, mientras se sentía muy molesto por
la presencia constante de guardias a su alrededor. Además de estas molestias,
poco antes había sido ultrajado por los pajes del marqués que se quedaron en el
Cusco, quienes se burlaban de los recipientes en los que bebía y abusaban de
las mujeres de su servicio en su presencia. Aunque se quejó de estas afrentas,
no se corrigió la situación, lo que le causó un gran pesar.
Desde
su prisión, Manco Inca comenzó a dar órdenes sobre lo que consideraba
conveniente, instruyendo a los indios para que estuvieran preparados cuando
fueran convocados. Mandó convocar a hombres aptos y selectos de toda la región
para la guerra. También ordenó a todos los curacas que dieran información sobre
los tesoros, riquezas, lugares sagrados y minas de oro y plata en sus
territorios, exigiendo que dijeran la verdad.
Manco
Inca asignó indios como sirvientes a los habitantes de la ciudad y envió
mujeres hermosas y entrenadas para que les mostraran tesoros y lugares sagrados
fuera de la ciudad. Los cristianos, viendo a los indios llegar cargados de
riquezas desde fuera de la ciudad, salían de noche para obtener información, a
pesar de que los gobernadores habían ordenado bajo pena de muerte que nadie
saliera sin su permiso, ya que esto dejaba la ciudad desprotegida. A pesar de
estas órdenes, algunos salían de noche en busca de riquezas movidos por la
codicia.
Manco
Inca, sintiéndose cada vez más molestado y presionado por Hernando Pizarro,
decidió mostrar una estatua de oro que representaba a Viracocha Inca,
asegurando tener noticias de que en los Lares se encontraban todos los ídolos y
estatuas de los incas pasados, así como una gran cantidad de vajilla de oro y
plata. Pidió permiso para ir en busca de estas riquezas y solicitó quince o
veinte hombres para acompañarlo.
Hernando
Pizarro fue cegado por la codicia y concedió a Manco Inca la licencia para ir a
los Lares sin la compañía de españoles. Dejó a los españoles de la ciudad con
la orden de matar a todos los que estuvieran fuera de la ciudad el día de la
conjunción de la luna, sin dejar ninguno con vida. Cumpliendo con esta orden,
todos los españoles que estaban fuera de la ciudad fueron asesinados.
Manco
Inca, sin embargo, estaba preparado y dando órdenes, por lo que regresó
inmediatamente al enterarse de la traición urdida por Hernando Pizarro. En ese
momento, un yanacona inca llamado Mayo Rimache, que servía a Pedro Alonso
Carrasco, descubrió la conspiración cuatro días antes de que se llevara a cabo.
Rimache informó a su amo sobre los planes de Manco Inca y advirtió que la
tierra de los indios pronto se levantaría en armas contra ellos.
Alonso
Carrasco llevó esta información a los gobernadores, incluyendo a Hernando
Pizarro. Sin embargo, Hernando, en un primer momento, se negó a creer la
advertencia y mostró la estatua de oro que Manco Inca le había entregado como
prueba de buena voluntad. Pero Alonso Carrasco insistió en que Manco Inca
estaba tramando una revuelta.
Finalmente,
Juan Pizarro intervino y se decidió enviar a Alonso Carrasco con treinta
hombres a caballo al valle de Yucay para investigar. Sin embargo, cuando
llegaron al valle, fueron emboscados por los indios y no pudieron salir. Ante
esta situación, se envió otro grupo de treinta hombres a caballo como refuerzo.
Los indios finalmente permitieron que este segundo grupo despejara el camino y
pudieran regresar con la información sobre lo sucedido.
La
ciudad del Cusco se vio asediada en una batalla feroz. Los indios, en grandes
escuadrones, atacaron con lanzas, flechas y hondas, lanzando piedras que
parecían lluvia sobre los cristianos. Mientras unos combatían, otros
incendiaban las casas y obstruían las calles con hoyos y palizadas para impedir
el avance de los caballos.
Los
cristianos se vieron obligados a refugiarse en la plaza y la iglesia mayor, así
como en el gran patio de la casa de Hernán Ponce de León, que daba a la plaza.
Mientras tanto, las demás casas de la ciudad eran presa de las llamas, y los
indios no escatimaban esfuerzos para destruir todo a su paso. La fortaleza
estaba rodeada de indios que descendían para combatir con lanzas, flechas y
piedras lanzadas con hondas.
La
ciudad quedó envuelta en humo durante cuarenta días a causa de los incendios,
dificultando la visión y provocando ahogamiento entre los combatientes. Los
indios peleaban con gran organización, relevándose constantemente para no dar
descanso a los cristianos. A pesar de los esfuerzos de estos últimos, que
formaron cuadrillas y emplearon arcabuces, ballestas y otras armas de fuego,
así como la ayuda de los yanaconas e indios amigos, la situación era
desesperada. La defensa se complicaba aún más debido a los numerosos hoyos excavados
en las calles por los indios, que dificultaban el movimiento de los cristianos.
Y
la mayor guerra que los cristianos tuvieron fue el hambre increíble que
pasaron, que perecían; porque los indios, con mucho cuidado, pusieron fuego en
las casas donde había mantenimientos y depósitos. Haciendo la guerra por todas
las vías tuvieron cercados a los cristianos más tiempo de trece meses;
maravillosamente fue Dios servido de sustentar, porque ellos ni los indios de
sus servicios y caballos no sabían de qué sustentar a los ochos meses, que ya
no sabían qué hacer. A este tiempo tan trabajoso, fue Dios servido que se
pasaron a los cristianos cuatro incas de los más principales que tuvo Manco
Inca, los cuales fueron Cayo Topa y don Felipe Cari Topa e Inca Paccac y Huallpa
Roca, cada uno de ellos con grandes cuadrillas de indios, los cuales dieron gran
consuelo a los cristianos, que después que se vieron con ellas y vista la
necesidad y hambre que pasaban, dieron orden de meter en la ciudad gran
cantidad de comida para el socorro y mantenimiento de los cristianos e indios
que estaban en ayuda y socorro de ellos, que fueron más de dos mil ánimas de
yanaconas y Cañaris y Chachapoyas de los que vinieron de Quito al saqueo del
Cusco, los cuales se quedaron por yanaconas de los españoles. A Manco Inca,
para el socorro de la gente de guerra que tenía en la fortaleza, habiéndole
traído de los Condesuyos y Cotabambas más de mil cabezas de ganado, de maíz y
otros mantenimientos, y estaban detenidos tres leguas del Cusco. Estos incas
como habían sido capitanes conocidos y principales de Manco Inca, con la gente
que llevaban, con mucha facilidad metieron de noche este socorro en la ciudad,
en nombre del inca, y ganando a los que lo traían; con que los cristianos se
sustentaron hasta que les vino el socorro de los que volvieron de Chile con el
adelantado de don Diego de Almagro, y hallaron la tierra alzada y el Cusco
cercado. Asimismo, Paullo Topa Inca volvió de Chile con el adelantado, siempre
en su compañía, asegurando la tierra con mucha lealtad.
Manco
Inca, al ver el socorro que vino de Chile, así como el capitán Alonso de
Alvarado que estaba en Abancay, donde había llegado con cuatrocientos hombres
enviados por el marqués para socorrer el Cusco y levantar el cerco, se retiró
al valle de Yucay y Tambo, donde estuvo más de dos años causando mucho daño en
la tierra, hasta que lo expulsaron de allí y se retiró a Vilcabamba con más de
setenta mil indios de guerra que había reunido y llevado consigo. Antes de su
entrada en Vilcabamba, Manco Inca había enviado mensajeros al adelantado cuando
este llegó a Urcos, que está a cinco leguas del Cusco. Manco Inca le pidió que
se acercara donde él estaba para encontrarse y darle explicaciones sobre el
alzamiento y lo ocurrido. Le solicitó que llevara consigo solo veinte hombres
principales. Sin embargo, el adelantado, desconfiado, llevó consigo trescientos
hombres bien preparados y también a Paullo Topa Inca, dejando al resto de su
gente en Urcos bajo el mando del capitán Pedro de los Ríos. El adelantado
permaneció en el valle de Yucay y Calca por más de treinta días, pero no pudo
encontrarse con Manco Inca. Como llevaba consigo una fuerza bien armada, el
Inca no se atrevió a esperarlo. Paullo Topa Inca, mientras tanto, iba
persuadiendo a los indios que seguían a Manco Inca para que lo abandonaran y
regresaran a sus tierras y casas en paz junto a los cristianos. Gracias a estas
y otras persuasiones, logró que muchos indios regresaran a sus hogares.
Después
de la batalla de las Salinas y la muerte del adelantado don Diego de Almagro,
por orden del marqués don Francisco Pizarro, Gonzalo Pizarro, su hermano,
ingresó a la Provincia de Vilcabamba en búsqueda de Manco Inca, con Paullo Topa
Inca y otros incas de paz, así como muchos indios amigos. Entraron quinientos
soldados muy bien equipados, con numerosos capitanes y líderes militares, con
el objetivo de conquistar a Manco Inca, quien se había retirado con más de
sesenta mil guerreros indígenas a su lado. Los cristianos avanzaron en su
jornada y enfrentaron muchos desafíos y encuentros con los indios de guerra. En
una madrugada, al pasar por una ladera de lajas y montañas peligrosas llamadas
Chuquillusca, los cristianos fueron emboscados por los indios. Desde los altos,
los indígenas lanzaron una gran cantidad de rocas sobre los cristianos,
bloqueando su paso. Los primeros cristianos que iban en la vanguardia, al
escuchar el estruendo de las rocas, huyeron hacia adelante creyendo que todos
los que venían detrás habían muerto. Los que estaban en el medio de la
formación se dispersaron hacia atrás, y así sucesivamente, hasta que llegaron a
una zona llana donde se reunieron aquellos que quedaban. Los que estaban en la
retaguardia, incluido el general Gonzalo Pizarro, junto con la mayoría de los
capitanes y Paullo Topa Inca, al darse cuenta de que más de la mitad de los
cristianos habían desaparecido, asumieron que estaban muertos. Los otros
cristianos que se encontraban en la otra mitad hicieron la misma suposición al
ver a sus compañeros hechos pedazos y al no tener noticias de los demás.
Gonzalo
Pizarro, junto con el consejo de los otros capitanes, decidió huir al ver a
numerosos indios hostiles y la difícil topografía del terreno, además de la
repentina pérdida de más de la mitad de su gente. Ante esta determinación de
los cristianos y los capitanes, Paullo Topa Inca intervino y les habló de esta
manera: "Señores apoes, repártanse, no permitan que tal idea cruce sus
mentes. No debemos tomar ninguna acción precipitada hasta que sepamos con
certeza qué ha sucedido con nuestros compañeros cristianos que faltan. No es
sabio abandonar nuestro puesto actual, porque es improbable que todos estén
muertos". A estas palabras, el capitán Villegas y otros expresaron su
opinión, argumentando: "Señores, hemos presenciado la terrible pérdida de
nuestros compañeros cristianos y no es prudente seguir el consejo de este inca.
No conocemos los pactos y acuerdos que tiene con Manco Inca, su hermano, a
quien probablemente esté más lealmente ligado que a nosotros. Será mejor
alejarnos antes de que suceda algo peor". Ante esto, Paullo Topa Inca
respondió: "Me sorprende, señores, que tengan tan poca confianza en mí, a
pesar de lo que he hecho y sigo haciendo en favor de los cristianos desde que
llegaron a este reino. Siempre he sido leal a ustedes, incluso yendo en contra
de mi propio pueblo, porque creo que es lo correcto ante Dios. Para asegurarse
de mi lealtad, pueden encadenarme y mantenerme bajo custodia hasta que sepamos
el destino de los demás cristianos que faltan. Y si llegan a sospechar de mí,
pueden matarme de inmediato como a un traidor, porque mi compromiso en esta
situación es tan grande como el de cualquiera de ustedes".
Gonzalo
Pizarro, reconociendo el valor del consejo de Paullo Topa Inca, decidió ponerle
guardias sin que él lo supiera, ya que consideraba que su presencia era de gran
importancia. En ese momento, Paullo Topa Inca era señor de cuatro mil indios
que lo acompañaban, y su ayuda fue invaluable, ya que sirvieron a los
cristianos siguiendo las órdenes de Paullo Topa Inca. Estos indios no solo
servían a los cristianos, sino que también exploraban la tierra, descubriendo
las emboscadas y trampas que los enemigos preparaban en cada paso, demostrando
así su fidelidad.
Paullo
Topa Inca envió inmediatamente mensajeros para buscar a los otros cristianos
desaparecidos, y estos mensajeros regresaron con la noticia de que solo treinta
y seis hombres habían sido encontrados muertos, destrozados por las trampas.
Esa misma noche, doce hombres heridos llegaron, habiendo sobrevivido escondidos
entre los riscos y peñas. Al amanecer, llegaron otros mensajeros con la noticia
de que más de doscientos hombres habían fortificado una posición en una llanura
en las montañas y bosques. Al amanecer, todos se reunieron para enfrentar
juntos la situación.
El
servicio prestado por Paullo Topa Inca fue de suma importancia y un gran
servicio a Su Majestad, ya que si los cristianos hubieran salido huyendo
divididos y desorganizados, como algunos capitanes planeaban hacer, los indios
fácilmente los habrían alcanzado y matado a todos, lo que habría permitido a
Manco Inca lanzarse sobre el Cusco con la multitud de indios de guerra que
tenía a su disposición en esa jornada. Sin embargo, Paullo Topa Inca logró
desarmar esa amenaza al lograr que la mayoría de la gente de guerra que
acompañaba a Manco Inca se desligara de él y regresara a sus hogares, dejándolo
con una fuerza mucho más reducida.
Manco
Inca se retiró hacia el interior de los Andes, evitando ser alcanzado, mientras
que Paullo Topa Inca, al regresar al Cusco después de esta jornada, pidió ser
bautizado, demostrando su profunda conversión a la fe católica. Fue bautizado
por el comendador Fray Juan Pérez Arriscado, y adoptó el nombre de don
Cristóbal Paullo Inca. También logró que su esposa, doña Catalina Toctoc Oxica,
descendiente del sexto inca, fuera bautizada y se casaron según los ritos de la
iglesia católica, teniendo dos hijos legítimos.
Además,
muchos otros incas principales, como don García Cayo Topa, don Felipe Cari
Topa, don Juan Paccac, don Juan Sona, y muchos más, también se convirtieron al
cristianismo y se casaron dentro de la iglesia. Paullo Topa Inca, como el
primer inca cristiano, construyó una iglesia dedicada a San Cristóbal junto a
su casa, donde estableció seis ermitaños que trabajaron durante seis años en la
conversión de los indios con su enseñanza y ejemplo piadoso.
Después
de la partida de los ermitaños debido a la agitación en el reino, don Cristóbal
Paullo Topa contrató a un capellán clérigo presbítero llamado el Padre Porras,
ofreciéndole un salario de mil pesos al año. Este capellán sirvió en la ermita durante
más de diez años, hasta que falleció en el cargo.
Los
primeros gobernadores de este reino, don Francisco Pizarro y el adelantado don
Diego de Almagro, reconocieron los grandes méritos y el valor de don Cristóbal
Paullo Inca. En consecuencia, le otorgaron la encomienda del partimiento de
Rauri y Atun Cana, junto con otros pueblos cercanos al Cusco en los Andes, con
una renta anual de doce mil pesos perpetuos, como consta en los archivos
antiguos de este reino. Posteriormente, el licenciado Gasca, presidente en la
repartición general de tierras, le renovó la encomienda por dos vidas, al igual
que a otros encomenderos del reino, ya que no tenía conocimiento de la merced
perpetua concedida previamente.
Don
Cristóbal Paullo Inca pasó el resto de sus días en la ciudad del Cusco, donde
falleció en el año cincuenta y uno, siendo un cristiano ejemplar. En su
testamento, destinó generosas limosnas para los necesitados, los hospitales y
demostró una gran caridad hacia los pobres y los huérfanos.
Don
Cristóbal Paullo Topa Inca dejó dos hijos legítimos: don Carlos Inquill Topa
Inca, quien heredó el mayorazgo, y don Felipe Inquill Topa, el hijo menor. Don
Carlos recibió una educación esmerada, caracterizada por la instrucción
religiosa y la cortesía. Fue conocido por su gran piedad y generosidad,
convirtiendo su hogar en un refugio para los necesitados y los huérfanos.
Gastaba todo lo que tenía en obras de caridad. Además, era habilidoso como
escribano, jinete y espadachín, y destacaba como músico. Contrajo matrimonio en
la Iglesia con doña María de Esquivel Amarilla, una distinguida dama nacida en
Trujillo, España, conocida por su devoción religiosa. Tuvieron un solo hijo,
don Melchor Carlos Inca, quien reside en España.
Es
importante destacar que de la descendencia de Huáscar Inca no sobrevivió ningún
hijo ni hija. Dos hijas que tuvo fueron asesinadas por los tiranos Calcuchimac
y Quisquis, frente a sus ojos, junto con la Coya Chuqui Huipa, su mujer y
hermana, madre de las hijas.
Después
de establecerse en la provincia de Vilcabamba y rebelarse contra los
cristianos, Manco Inca tuvo cuatro hijos varones en esa tierra: don Diego Saire
Topa, Tito Cussi Yupanqui, Topa Amaro y don Felipe Huallpa Tito. Don Felipe
falleció en los Reyes. Don Diego Saire Topa, salió de paz en el año 1557,
durante el gobierno del virrey don Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. El
virrey le otorgó una encomienda de diez mil pesos en indios. Don Diego fue
cristiano, se bautizó y contrajo matrimonio en la Iglesia con doña María Cussi
Varcay, su hermana. Sin embargo, murió apenas treinta días después de casarse,
dejando una hija llamada doña Beatriz, quien luego se casó con Martín García de
Loyola.
En
la provincia de Vilcabamba, quedaron tres hermanos más, hijos de Manco Inca:
Tito Cussi Yupanqui, quien gobernó esa provincia, y tras su muerte, Topa Amaro Inca
asumió el liderazgo. Sin embargo, este último fue capturado y sometido a juicio
en el Cusco por orden del virrey don Francisco de Toledo.
Huayna
Capac Inca también tuvo hijas con sus concubinas, algunas de las cuales se
casaron con españoles. Los gobernadores de este reino han proporcionado
generosamente alimentos a los hijos de estas uniones, tanto en la ciudad del
Cusco como en la de los Reyes.
En
ese tiempo, una gran cantidad de gente de España había acudido al Perú, atraída
por los tesoros y riquezas que se enviaron desde las regiones de Cajamarca. En
poco tiempo, toda la tierra se llenó de españoles. Aunque el adelantado don
Diego de Almagro llevó a Chile setecientos cuarenta hombres, en el Cusco y sus
alrededores quedaron más de ochocientos. Cuando Almagro regresó de Chile, solo
encontró en el Cusco a doscientos ocho hombres, excluyendo a los que llegaban
cada día. Además, la ciudad de los Reyes estaba poblada de españoles, y
continuamente llegaban barcos al puerto desde Panamá, México y Nicaragua, con
mucha gente, aparte de la que trajo el capitán Benalcázar y tenía establecida
en las poblaciones de Quito y otras regiones.
El
marqués don Francisco Pizarro, al ver que los indios intentaron cercar la
ciudad de los Reyes, comprendió que el Cusco y todo el reino del Perú estaban
en grave peligro. Aunque el cerco en los Reyes duró solo dos meses, ya que los
indios serranos no se atrevieron a prolongarlo, el marqués comenzó a enviar
ayuda al Cusco. Envió al capitán Gaete con ochenta hombres bien equipados, y
luego, a treinta días de su partida, dos barcos llegaron al puerto, uno de
México y otro de Panamá, con gente y caballos. También envió al capitán
Mogrovejo con ciento veinte hombres, y un mes después, al no recibir noticias
del Cusco ni de la situación general, envió otros ciento veinte con el capitán
Tapia.
Los
indios de la provincia de Jauja estaban tan hostiles hacia los cristianos que,
desde los primeros pueblos, los atacaban y perseguían hasta llegar al valle del
puente de Angoyaco, entre Acos y Picoy. Allí les tendían emboscadas y ataques
constantes, sin darles tregua hasta que no quedaba ningún cristiano con vida.
Los tres capitanes enviados por Pizarro fueron asesinados por separado, sin que
ninguno supiera de los demás hasta verse enfrentados a esos trances y peligros.
El
Marqués, al ver que cada día llegaba nueva gente, tenía preparado al Capitán
Lerma con otros cien hombres para partir al día siguiente. En ese momento
llegaron dos soldados que se habían escapado, uno de ellos era el capitán Diego
de Acosta y el otro Juan Ortega del Castillo. Habían sido capturados por los
indios de Jauja junto con otros soldados y caballos, y los llevaban al pueblo
de Jauja para ser sacrificados a sus huacas e ídolos. Los indios realizaban
sacrificios diarios de dos soldados y caballos, y para eso mantenían a los
prisioneros, aunque estuvieran gravemente heridos por los golpes recibidos.
Diego
y Juan, al verse en esa situación desesperada, encomendaron sus vidas a Nuestro
Señor y a la Virgen María. Desde el lugar donde estaban encerrados, vieron por
una ventana unos caballos en un corral destinados para el sacrificio. También
notaron que los indios encargados de su custodia estaban profundamente dormidos
y ebrios. Con gran valentía, saltaron por la ventana, ingresaron al corral,
ahuyentaron a los caballos y escaparon por la puerta, arrollando a los indios
que los vigilaban, quienes tenían sus lanzas apoyadas en las paredes. Luego se
lanzaron al río grande, arriesgando sus vidas en la huida.
Aunque
hubo gran revuelo entre los indios, al ser de noche y estar oscuro, no pudieron
ver por dónde escapaban. Por la gracia de Dios, los caballos los llevaron
nadando, y como todos los indios de esa provincia estaban en los tambos y en el
camino real, y no tenían puentes ni balsas en el río grande, no pudieron
seguirlos, ya que el río estaba crecido por ser invierno. Al amanecer, los
soldados encontraron un sendero que los llevaba hacia la costa, y en una
chácara, dentro de una choza, encontraron a dos indios, un anciano y un joven,
padre e hijo. Los soldados los capturaron y, mediante amenazas, halagos y
promesas, lograron que los indios los guiaran fuera de Pachacama y llegaran a
la ciudad de los Reyes, donde dieron la noticia de la muerte de los cristianos
que el Marqués había enviado en ayuda del Cusco. Estos dos soldados tuvieron
que ir a pie, ya que abandonaron los caballos en el camino debido a la
dificultad del terreno.
Al
recibir la noticia de que los tres capitanes y sus compañías de soldados
enviados al socorro del Cusco habían sido asesinados, el Marqués decidió enviar
al Capitán Alonso Alvarado, quien más tarde se convertiría en mariscal, con
cuatrocientos hombres bien equipados. A pesar de los ocho meses que les tomó
llegar al río de Abancay, donde se enfrentaron a la fuerza del invierno y a los
indios beligerantes, finalmente fueron rescatados por el adelantado don Diego
de Almagro, como se ha mencionado anteriormente. La pacificación de este reino
después del levantamiento general resultó en una gran pérdida de vidas, tanto
de indios como de españoles, debido a la intensa lucha que implicó. La
provincia de Condesuyos, que estuvo en rebelión durante más de cinco años,
sufrió una gran cantidad de bajas tanto entre los soldados como entre los
indígenas, hasta que capturaron a Vilaoma Inca, cuya influencia mantenía la
rebelión en esa región en favor de Manco Inca.
Otro
grave problema causado por este levantamiento general de los indígenas en este
reino fue que, debido a la guerra y la inestabilidad, durante más de tres años
no se sembraron cultivos de ningún tipo desde los límites de Cajamarca hacia
arriba. Los alimentos que quedaban en algunos depósitos, dedicados al sol y a
las huacas por el Inca, fueron quemados por los indios durante esta rebelión,
al igual que los pueblos y las casas. Como resultado de estos problemas, todos
los niños indígenas menores de seis o siete años murieron de hambre, al igual
que los ancianos y los impedidos.
Además,
durante más de otros cuatro años, no pudieron reanudar la siembra y la
producción agrícola debido a las devastadoras consecuencias del levantamiento
liderado por Manco Inca. En gran medida, los hermanos del Marqués, como Hernando
Pizarro y Juan Pizarro, así como los pajes del Marqués, fueron responsables de
estos sucesos, como se ha mencionado anteriormente. Sin embargo, Paullo Topa Inca
trabajó ardua y eficazmente en colaboración con los españoles para restaurar la
paz y la estabilidad en la tierra. Gracias a sus esfuerzos y su dedicación para
favorecer la reconciliación, logró que los indios regresaran a sus hogares y
tierras con sus familias, sembraran sus cultivos y reconstruyeran sus
comunidades. Reconociéndose como súbditos de nuestro Rey, en servicio de los
cristianos, abandonaron la guerra y la agitación impuestas por Manco Inca. Así,
toda la región pudo volver a la calma y la paz, como lo está en la actualidad,
gracias a Dios.
"Mi
señor, presento ante usted la genealogía y el origen de los incas, una
narrativa que, sin duda, supera cualquier mito sobre Tiahuanaco. Es una fábula
bien conocida, pero en lo que respecta al origen de este pueblo en esta tierra,
no podemos afirmar con certeza absoluta. Lo más verosímil es que hayan llegado
por tierra, dispersándose por diferentes rutas, como ocurre en las crónicas de
España que relatan la migración hacia aquel reino. El hecho de que este pueblo
haya sido más primitivo que otros no contradice la observación aguda que hizo
ayer, refiriéndose a los portugueses y a la mayoría de los españoles. Sabemos
que vivieron durante muchos años en diversos lugares, de manera rudimentaria,
en las montañas, alimentándose de raíces y hierbas, en chozas y cuevas
cubiertas de paja, construidas solo con ramas de árboles, y llevando una vida
desnuda y menos organizada que la de estos indígenas. Todo esto está
magistralmente documentado por Çacuto (Zacuto). Le doy las gracias por la copia
de la historia monárquica de Brito, la cual leí con gran placer. En mi opinión,
entre todas las obras que he leído en griego, latín, romance e italiano, pocas
se comparan y ninguna la supera. Que Dios le conceda muchos años más de vida
desde este convento, hoy 11 de marzo de 1608. Fr. Antonio (firma). A su
servicio, Pedro Ibáñez (escritura autógrafa)."
Relación de la descendencia: Gobierno y conquista de los incas
Por: Collapiña, Supno y otros Quipucamayoc
Relación de los Quipucamayos
Vaca de Castro
Fin
Compilado
y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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