Relato del descubrimiento y conquista del reino del Perú: Pedro Pizarro
RELACION
DEL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE LOS REINOS DEL PIRU Y DEL GOUIERNO Y HORDEN
QUE LOS NATURALES TENIAN Y TE. SOROS QUE EN ELLOS SE HALLARON Y DE LAS DEMAS
COSAS QUE EN EL AN CUBCEDIDO HASTA EL DIA DESTA FECHA. FECHA POR PEDRO PICARRO CONQUISTADOR
Y POBLADOR DESTOS DICHOS RREYNOS Y VE. ZINO DE LA CIUDAD DE AREQUIPA.
Año de
1771
Relato del descubrimiento y conquista del reino del Perú
Capítulo Primero
En la
ciudad de Panamá, ubicada en Tierra Firme, tres hombres destacados se unieron
como compañeros en la empresa de conquistar y colonizar aquellas tierras: Don
Francisco Pizarro, Don Diego de Almagro y el Padre Luque. Estos hombres tenían
intereses comunes en las haciendas y encomiendas que gestionaban en la región.
Entre ellos, el líder principal era Don Francisco Pizarro, a quien los
gobernadores de Tierra Firme siempre designaban como capitán durante las
expediciones de conquista. Don Diego de Almagro sobresalía como un excelente
soldado y rastreador, capaz de seguir el rastro de un solo indígena a través de
densos bosques, incluso si este le llevaba una legua de ventaja. Por su parte,
el Padre Luque ejercía como vicario en Panamá en aquel tiempo y, junto con los
otros dos, eran considerados entre los hombres más ricos de la región.
En
aquel tiempo, en Tierra Firme, llegaron noticias de una provincia llamada el
Perú, situada aproximadamente a doscientas leguas mar adentro desde la costa de
Tierra Firme, en la región que hoy conocemos como el Perú. Esta provincia,
aunque poco explorada, atrajo la atención de los tres hombres. Sin embargo, la
conquista de esta región fue un desafío considerable debido a su terreno
montañoso y a la naturaleza belicosa de sus habitantes, que utilizaban flechas
envenenadas. Eran conocidos por vigilar de noche y por comerciar utilizando
tambores. La tierra era escasamente poblada y de mala calidad.
Así
que los tres compañeros mencionados acordaron embarcarse en la empresa de
conquistar esta provincia llamada Perú. Después de consultar con Pedrarias de Ávila,
quien en ese momento era el Gobernador de Tierra Firme, decidieron llevar a
cabo la expedición, contando con la condición de que Pedrarias no debía
contribuir con ningún dinero u otros recursos en ese momento, sino que los
gastos serían cubiertos con lo que encontraran en la tierra, de lo cual él
recibiría su parte por virtud de la compañía. Los tres compañeros aceptaron
esta condición como una oportunidad para obtener la autorización necesaria,
algo que de otra manera les habría sido difícil lograr. Una vez obtenida la
licencia, nombraron a Don Francisco Pizarro como capitán general y a Don Diego
de Almagro como segundo al mando. Se embarcaron y emprendieron su viaje de
costa a costa.
Llegaron
a la provincia mencionada del Perú, pero no lograron conquistarla debido a las
dificultades previamente mencionadas. Decidieron entonces continuar su viaje de
costa a costa. Durante este tiempo enfrentaron numerosos desafíos, incluyendo
la muerte de muchos de sus hombres debido a la escasez de alimentos y enfermedades.
La tierra estaba poblada por pocos indígenas, algunos de los cuales vivían en
chozas construidas sobre árboles en manglares. Permanecieron en esta región
durante más de dos años, enfrentando trabajos arduos y difíciles condiciones.
Después
de este tiempo, llegaron exhaustos a las islas del Gallo y de la Borgoña, tan
dañados que ya no podían avanzar más. En vista de esta situación, acordaron
enviar a Don Diego de Almagro en un barco hacia Panamá, ya que Pedro de los
Ríos, quien había llegado como Gobernador de Tierra Firme y estaba llevando a
cabo investigaciones sobre las acciones de Pedrarias de Ávila, los había
convocado. Una vez decidido esto, optaron por dejar a Don Francisco Pizarro en
la isla de la Borgoña, temiendo que, si todos se marchaban, no les permitirían
regresar. Así que el Marqués Don Francisco Pizarro se quedó en la isla
mencionada con catorce hombres. Uno de ellos escribió una carta en un trozo de
algodón para el Gobernador Pedro de los Ríos, diciendo: Muy magnífico señor
Gobernador: “Mírelo bien por entero, que allá va el recogedor y acá queda el
carnicero".
Una
vez que Almagro llegó a Panamá con aquellos que deseaban partir, el Gobernador
Pedro de los Ríos, al leer la carta, se negó a otorgar permiso para que la
gente regresara a donde se encontraba Francisco Pizarro. Ante esta negativa,
tanto Almagro como el Padre Luque realizaron numerosas solicitudes al
Gobernador, expresando su preocupación por la seguridad de los que habían
quedado en la isla. Tras estas instancias, el Gobernador finalmente concedió
permiso para enviar gente a Francisco Pizarro, con la condición de que dentro
de cuatro meses, una vez que la gente llegara a donde estaba Pizarro, estos
debían regresar si no encontraban tierras adecuadas para poblar.
Una
vez obtenida esta licencia, Diego de Almagro preparó la nave y la abasteció de
víveres. Con algunos españoles, la envió bajo el mando de Bartolomé Pérez, un
experimentado piloto que había participado en la conquista y exploración de los
manglares. Cuando la nave llegó a la isla de la Borgoña, donde se encontraba el
Marqués Francisco Pizarro con los compañeros que habían quedado atrás, fue
recibida con gran alegría. Los que estaban en la isla estaban al borde del
hambre y habían planeado subir a una canoa para dirigirse a Panamá, después de
cinco meses de sufrimiento y enfrentamientos con los indígenas. Justo el día
que tenían planeado partir, llegó el barco y, al subirse a él, emprendieron el
viaje de costa a costa para explorar lo que les esperaba adelante.
Dios
quiso que encontraran tierra firme: primero llegaron a la provincia de Puerto
Viejo y luego al puerto de Tumbes, avanzando un poco más, donde obtuvieron
información sobre la región, aunque no todo lo que más tarde descubrirían.
Recogieron algunas ovejas y en algunas balsas encontraron cinturones de cuentas
de oro y plata, así como ropa local, que guardaron como muestras para llevar a
España como obsequio a Su Majestad. También capturaron tres o cuatro jóvenes
indígenas, algunos de los cuales habían sido tomados en las balsas y otros que
los indígenas les habían entregado para que se los comieran, creyendo
erróneamente que los españoles consumían carne humana.
Después
de dar muchas gracias a Dios Nuestro Señor por las bendiciones recibidas al
descubrir una tierra tan rica y poblada, decidieron regresar a Tierra Firme
para informar a Su Majestad sobre lo que habían descubierto, llevando consigo
muestras de lo encontrado. Antes de partir, un español llamado Morillo decidió
quedarse en la tierra sin permiso, mientras que otro, llamado Bocanegra, obtuvo
licencia para quedarse. El pueblo más grande que encontraron fue Tumbes, y
después de tomar nota de ello, emprendieron el viaje de regreso a Panamá.
En
Panamá, encontraron a Pedro de los Ríos como Gobernador, ya que Pedrarias de
Ávila, quien antes ocupaba ese cargo, se había trasladado a Nicaragua, una
provincia que se había descubierto en ese tiempo. Francisco Pizarro y Diego de
Almagro tuvieron la suerte de no encontrar a Pedrarias allí, ya que de lo
contrario podría haberles arrebatado la empresa para sí mismo. Una vez llegados
los dos compañeros, acordaron entre ellos y con el Padre Luque que Francisco
Pizarro viajaría a España para solicitar el gobierno para él y para Diego de
Almagro, mientras que el Padre Luque buscaría el obispado. Llevando consigo las
muestras de la tierra que habían traído y dos indígenas para su sustento,
Pizarro partió hacia España. Esto es todo lo que sé por lo que he escuchado, lo
demás es de vista y algunas cosas de oídas, ya que es imposible estar en todos
los lugares a la vez.
Capítulo
2.
De la ida de don Francisco Pizarro a España para informar a Su Majestad sobre
esta tierra y solicitar el gobierno, y después de que se lo concedieron, se
embarcó en Sanlúcar y llegó a Nombre de Dios.
Una vez
completado su viaje, Dios permitió que llegara a España en paz, donde se
apresuró a presentarse ante Su Majestad, el Emperador Nuestro Señor, que en ese
momento estaba en la ciudad de Toledo. Después de informarle sobre el
descubrimiento, Su Majestad lo remitió al Consejo de Indias, presidido en ese
momento por el Conde de Osorno. Francisco Pizarro solicitó lo acordado
previamente con sus compañeros. Sin embargo, el Consejo le respondió que no era
posible otorgar el gobierno a dos compañeros, ya que se había dado una
situación similar en Santa Marta, donde dos compañeros se enfrentaron
mortalmente. El Consejo expresó su deseo de que este tipo de situaciones se
evitasen en el futuro, recordando el trágico destino de Diego de Almagro,
quien, una vez nombrado gobernador, fue asesinado por otro compañero,
desencadenando batallas y conflictos en este reino.
Después
de insistir repetidamente en que se concediera la merced a ambos compañeros,
Francisco Pizarro recibió la respuesta de que la pidiera para sí mismo, y si
no, se otorgaría a otro. Viendo que no había espacio para lo que él quería y
solicitaba, pidió que la merced se le hiciera a él, y así fue.
Una
vez acordado con Su Majestad lo que debía hacer, se trasladó a la ciudad de
Sevilla, donde se prepararon dos barcos y una goleta para traer la cantidad de
hombres que se le había ordenado llevar, trescientos en total. Después de que
los barcos estuvieran listos, embarcó con algunos hombres, aunque no con todos
los que se le había mandado traer. Mientras esperaba en el puerto de Sanlúcar,
le avisaron a Pizarro que vendrían a inspeccionar la cantidad de hombres que
llevaba, y que si no se encontraba con la cantidad ordenada, se le impediría
continuar su viaje.
Ante
esta noticia, Pizarro se embarcó en la goleta mencionada y, a pesar del mal
tiempo, logró salir del puerto de Sanlúcar y esperó en la isla de La Gomera.
Cuando llegaron aquellos que venían a inspeccionar, al darse cuenta de que
Pizarro ya se había marchado, capturaron los dos barcos que habían quedado. Se
les hizo creer que el resto de la gente que faltaba estaba en la goleta.
Después de unos días, con buen tiempo, los que habían quedado en los dos barcos
zarparon del puerto de Sanlúcar, con Hernando Pizarro, el hermano de Francisco,
al mando de ellos.
Siendo
Dios servido de concedernos buen tiempo, como efectivamente lo hizo, llegamos a
la isla de La Gomera, donde encontramos a Francisco Pizarro. Desde allí, todos
juntos partimos con buen tiempo y nos dirigimos hacia el puerto de Santa Marta,
donde Pedro de Lerma ejercía como gobernador. Allí nos persuadieron para que
algunos de nuestros hombres se quedaran, difundiendo rumores de que íbamos
hacia una tierra tan inhóspita que solo se podía encontrar comida en forma de
serpientes, lagartos y perros. Esta noticia generó temor entre nuestra
tripulación, y como resultado, algunos huyeron y decidieron quedarse en Santa
Marta.
De
Santa Marta navegamos hacia el puerto de Nombre de Dios. Enterado de la llegada
de su compañero Francisco Pizarro, Diego de Almagro fue a recibirlo. Sin
embargo, al darse cuenta de que Pizarro no traía la gobernación para ambos,
como se había pactado previamente, a pesar de los esfuerzos y las gestiones
realizadas por Pizarro ante Su Majestad para obtenerla, y de que Su Majestad
había decidido otorgarla solo a uno de ellos, Almagro se disgustó.
Capítulo
tercero. De la llegada a Nombre de Dios y de los acontecimientos
entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro hasta que Pizarro se embarcó hacia
el reino del Perú.
Una
vez llegados al puerto de Nombre de Dios, Diego de Almagro se apoderó del
dinero y los bienes que había reunido, y se negó a ayudar a Francisco Pizarro a
preparar la flota y partir hacia estas tierras. Afirmó que, como no se había
negociado lo acordado previamente, y que el dinero y los bienes que tenía eran
suyos, ya que Pizarro había gastado su parte y más durante su viaje a España.
El Padre Luque hizo lo mismo, ya que Pizarro no había logrado negociar el
obispado como se había acordado, y Su Majestad se negaba a otorgárselo hasta
conocer más sobre él. Esta situación causó mucha necesidad y algunas personas
que Pizarro había traído murieron debido a la falta de recursos para realizar
la expedición. En algunas ocasiones, terceras partes lograron conciliar a
Pizarro y Almagro, pero Almagro terminaba abandonando el acuerdo. En una de
estas ocasiones, Almagro visitó a Hernando Pizarro, que estaba enfermo, y
discutieron sobre la expedición. Hernando le expresó su preocupación por dos de
sus escuderos a quienes había traído caballos para que los acompañaran en la
travesía, pero Almagro le aseguró que les proporcionaría un caballo a cada uno.
Sin embargo, incumplió su palabra, lo que llevó a Hernando Pizarro a
insultarlo, llamándolo cobarde y otras palabras despectivas.
Quería
explicar esto para que se comprenda el origen de las pasiones y resentimientos
entre Pizarro y Almagro, que han resultado en tantas batallas, muertes y
desventuras en esta tierra. Los desafortunados compañeros Pizarro y Almagro no
lograron asegurar ningún territorio en este reino y murieron en circunstancias
desdichadas.
Mientras
los asuntos estaban en este estado, Hernán Ponce de León llegó desde Nicaragua
con dos barcos cargados de esclavos para vender en Panamá, junto con su
compañero Hernando de Soto. Hernando Pizarro, al ver la llegada de Hernán
Ponce, negoció con él para que fletara los dos barcos que había traído y así
poder transportar a la gente a esta tierra, ya que la mayor necesidad que tenía
para emprender la jornada eran barcos. Hernán Ponce aceptó la propuesta,
obteniendo beneficios tanto para él como para su compañero Soto, y acordó que
Hernando Pizarro y su hermano Francisco se comprometieran a pagar por los
fletes. Además, si la tierra resultaba ser buena, acordaron que Hernando de
Soto sería nombrado capitán y teniente de gobernador en el pueblo más
importante que se fundara, y que a Hernán Ponce se le otorgaría un
repartimiento de indios de los mejores que hubiera en el reino. El Marqués
Francisco Pizarro y su hermano cumplieron con todo lo acordado.
Viendo
Diego de Almagro cómo habían hecho este acuerdo y que podían llevar a cabo la
expedición, decidió hacer las paces con Francisco Pizarro y su hermano
Hernando, aunque estas amistades se forjaron con malas intenciones, como se
vería más adelante.
Capítulo
cuarto. De cómo Francisco Pizarro se embarcó en Panamá para la
conquista de estos reinos del Perú y para descubrir lo que aún no se había
visto.
Una
vez completado lo mencionado anteriormente, Francisco Pizarro, junto con la
gente que había llegado de España y algunos que se habían unido en Tierra
Firme, aproximadamente doscientos hombres en total, se embarcó. Continuando su
viaje, desembarcaron en la bahía de San Mateo, donde algunos hombres pusieron
pie en tierra y los barcos siguieron su curso a lo largo de la costa.
Finalmente, llegaron a un pueblo llamado Quaque, donde Dios fue servido de
permitir que se encontraran con él. El descubrimiento de este pueblo y lo que
encontraron en él sirvió para validar la existencia de la tierra y atrajo más
gente hacia ella, como se explicará más adelante.
Una
vez que llegaron a este pueblo de Quaque, lo hicieron de manera sorpresiva, sin
que la gente del lugar tuviera conocimiento de su llegada. Si los habitantes
hubieran estado advertidos, no habrían podido tomar la cantidad de oro y
esmeraldas que encontraron allí. Después de capturar el pueblo, los nativos
huyeron, y muy pocos pudieron ser alcanzados, ya que el pueblo estaba ubicado
cerca de grandes y densas montañas, lo que dificultaba la persecución.
Abandonaron todos sus bienes y pertenencias, que los españoles recogieron y
juntaron, especialmente el oro y la plata, tal como se había ordenado y
establecido, bajo pena de muerte para aquellos que desobedecieran esta
instrucción. Debían reunir todo en montones para que el gobernador pudiera
distribuirlo equitativamente entre todos, basándose en su posición, méritos y
servicios. Esta orden se cumplió en toda la región durante la conquista, y
aquellos que ocultaban oro o plata enfrentaban la muerte como castigo. Este
temor evitó que alguien se atreviera a esconder metales preciosos, como se
llegó a entender.
En
cuanto a las esmeraldas, hubo gran confusión y sorpresa en algunas personas
debido a su desconocimiento. Se dice que algunos que las reconocieron las
guardaron en secreto. Sin embargo, muchos que obtuvieron esmeraldas de gran
valor realizaron diversas pruebas para verificar su autenticidad: algunos las
golpeaban con martillos sobre un yunque, argumentando que si eran esmeraldas no
se romperían; mientras que otros las menospreciaban, pensando que eran vidrio.
Aquellos que las reconocían las guardaban en silencio, como se cuenta que hizo
un fraile llamado Reginaldo de Pedraza, un dominico que estaba entre los tres
que Francisco Pizarro llevó de España, el más importante de ellos. Estas
esmeraldas no se apreciaban en su justo valor al principio, ya que no se
entendía su verdadera naturaleza ni se les daba importancia, hasta que más
adelante se comprendió lo que realmente eran.
En
este lugar se encontraron numerosas piezas de chaquira hechas de oro y plata,
muchas coronas de oro que parecían imperiales y otras joyas, cuyo valor se
estimó en más de doscientos mil castellanos. Desde este pueblo de Quaque, donde
se hizo este descubrimiento, hasta Cajamarca, no se encontraron dos mil pesos
de oro o plata juntos. Esto desanimó a muchas personas y las dejó muy
descontentas.
Después
de descubrir este tesoro, Francisco Pizarro envió a Nicaragua a un tal García
de Aguilar en uno de los barcos de Hernán Ponce de León, llevando consigo
algunas de las coronas de oro y otras piezas encontradas. El objetivo era
mostrar la muestra de la riqueza hallada para animar a la gente de Nicaragua a
venir a estas tierras. Esto tuvo éxito, ya que al ver la riqueza que trajo el
barco, Hernando de Soto preparó sus barcos y se unió a la expedición con un
grupo de aproximadamente cien hombres. En aquel tiempo, los capitanes y
gobernadores no proporcionaban ayuda financiera a nadie, y cada uno se
encargaba de financiar su propia expedición. Incluso pagaban los fletes a los
propietarios de los barcos. Esta situación contrasta con la actualidad, donde a
pesar de recibir ayuda financiera, muchos no están dispuestos a aventurarse en
la exploración de nuevas tierras o en conflictos bélicos.
En
este Quaque, se encontraron muchos colchones hechos de lana de ceiba, un árbol
que los produce. Algunos españoles que dormían en ellos experimentaron la
incomodidad de despertarse con miembros entumecidos; si un brazo o una pierna
quedaban doblados al dormir, les resultaba muy difícil enderezarlos.
Este
problema afectó a algunos, y se cree que fue el origen de una enfermedad que
provocaba verrugas, extremadamente desagradable y dolorosa. Mucha gente sufrió
intensos dolores, similares a los de las bubas, hasta que les aparecieron
grandes verrugas por todo el cuerpo, algunas del tamaño de huevos. Estas
verrugas, al reventar, liberaban sangre y pus, lo que requería que se cortaran
y se aplicaran sustancias fuertes para extraer la raíz. También había verrugas
más pequeñas, similares al sarampión, que cubrían todo el cuerpo. Pocos se
libraron de esta enfermedad, aunque algunos la padecieron más gravemente que
otros. Algunos sugirieron que esta enfermedad fue causada por pescados que los
nativos de la provincia de Puerto Viejo dieron maliciosamente a los españoles.
Mientras
estaban en este pueblo de Quaque, preparándose para continuar su viaje, llegó
Sebastián de Benalcázar en una pequeña embarcación con unos treinta hombres, lo
que provocó gran alegría entre el Marqués y su gente.
Capítulo
quinto. De la salida de Quaque para la isla de La Puná y de lo que
sucedió.
Preparándose
lo más rápido posible, comenzaron a avanzar por la tierra de Puerto Viejo.
Siguiendo sus jornadas, llegaron hasta tener noticia de la isla de la Puná.
Embarcándose en los navíos, llegaron a ella, donde fueron recibidos en paz por
el cacique de la isla. Estuvieron allí algunos días, pero luego el cacique
conspiró para traicionar a los españoles y matarlos. Utilizó un ardid: solía
venir con una gran danza ceremonial cuando visitaba al Marqués. Esta danza se
entendía como una señal de paz, y así lo hizo, llegando con sus armas. Sin
embargo, al final se descubrió su verdadera intención, y hubo una batalla con
los españoles, en la que algunos soldados resultaron heridos, incluido Hernando
Pizarro, quien recibió una herida en la pierna. Capturaron al cacique de la
isla junto con algunos de sus principales, quienes permanecieron presos durante
muchos días.
Enterados
los indios de Tumbes de este incidente, vinieron bajo una paz fingida para
vengarse de los de la isla de la Puná, con quienes habían tenido grandes
guerras. Los de la Puná habían destruido y quemado Tumbes. Para vengarse,
vinieron con la apariencia de la paz y rogaron al Marqués que le entregara al
cacique Tumalá y sus principales para matarlos, prometiendo ser amigos de los cristianos
si se llevaba a cabo. El Marqués, considerándolos amigos y queriendo mantener
la paz, entregó algunos de los principales, a quienes los indígenas mataron en
presencia de los españoles, decapitándolos. Al cacique principal no quiso
entregárselo, y más tarde lo liberó cuando partieron de allí.
En
esta isla se encontraron cinco vacas de la tierra excepcionalmente gordas, pero
incapaces de reproducirse. Cuando las sacrificaron, no encontraron ni rastro de
carne magra. En aquel entonces, un representante del Inca, designado como
gobernador por él, estaba a cargo de Puerto Viejo, la isla y Tumbes. Sin
embargo, desapareció poco antes de la llegada de los españoles, sin dejar
ningún tipo de información.
En ese
contexto, se descubrieron tres mujeres indígenas que habían sido criadas por
dos españoles, Morillo y Bocanegra, quienes se quedaron en la isla cuando el
Marqués Francisco Pizarro la descubrió y partió a España en busca del gobierno.
Entre las pertenencias de estas mujeres, se encontró un pequeño papel escrito
por Bocanegra, que rezaba: "A todos aquellos que lleguen a esta tierra,
sepan que hay más plata y oro aquí que hierro en Vizcaya". La lectura de
este mensaje llevó a muchos a creer, y lo expresaban abiertamente, que el
Marqués Pizarro había plantado intencionalmente el mensaje para animar a la
gente, que llegaba bastante descontenta por no encontrar otro Quaque.
Los
habitantes de esta isla, así como los de Puerto Viejo y Tumbes, visten una
indumentaria distintiva que incluye unos pequeños taparrabos. Los líderes y los
indígenas de mayor estatus llevan cinturones tejidos con cuentas de oro y
plata, de unos cuatro dedos de ancho o más, ajustados justo debajo de las
caderas, que realzan su figura. Estos cinturones se llevan debajo de la
vestimenta que los cubre. Algunas mujeres también usan estos cinturones, y los
llevan en las muñecas, brazos y piernas, por encima de los tobillos. Su dieta
incluye maíz, frijoles, pescado y otras legumbres, pero no crían ganado, y
hasta Tumbes no se encontraron más recursos de los mencionados.
La
gente de esta isla y de Tumbes se caracterizaba por ser belicosa en tiempos de
guerra, y llevaban el cuello cortado un poco por debajo de la oreja como marca
distintiva. Sus armas incluían hondas, dardos arrojadizos y macanas. Por otro
lado, los habitantes de Puerto Viejo eran conocidos por practicar pecados
considerados tabú, como la adoración de piedras, ídolos de madera e incluso,
por mandato del Inca, al sol.
Así,
mientras el Marqués permanecía en la isla mencionada, con muchos enfermos
afectados por las mencionadas verrugas, a la espera de refuerzos para poder
abandonar el lugar, Hernando de Soto llegó desde Nicaragua con la gente
mencionada, a bordo de dos navíos. Este acontecimiento llenó de alegría a Marqués
y a los que estaban con él, aunque ellos mismos no la experimentaron, pues al
dejar el paraíso de Mahoma (Nicaragua), se encontraron con una isla desolada,
escasa de alimentos y la mayoría de la gente enferma, sin rastro de oro o plata
como habían encontrado previamente. Todos habrían preferido regresar de donde
vinieron, de no ser por la negativa del capitán de la embarcación y la
imposibilidad de los soldados.
Capítulo
6:
De la partida de La Puná hacia Tumbes y los sucesos ocurridos
Mientras
todos se preparaban para dirigirse hacia Tumbes desde La Puná, sucedió que el
Tesorero de Su Majestad, Alonso Riquelme, al observar lo inhóspita y enfermiza
que era la tierra hasta entonces, y por otras razones que prefirió mantener en
secreto, decidió abandonar el lugar. Por lo tanto, en complicidad con el
capitán de un pequeño barco, secretamente se embarcó una noche y partió.
Enterado de esto, el Marqués se lanzó en uno de los dos barcos que estaban en
el puerto y lo persiguió, alcanzándolo y obligándolo a regresar.
Una
vez de vuelta, pocos días después, ordenó que se preparara a la gente. Se
cargaron los caballos en los barcos y a la mayoría de la gente en algunas
balsas, junto con algunos españoles y pertrechos, según parecía, bajo falsos
pretextos de ayuda. Una vez que las balsas partieron de la isla con parte de la
gente y el resto mencionado, las llevaron a unos islotes conocidos por ellos,
donde las hicieron detenerse. Allí, mientras los españoles dormían en los
islotes, los nativos desamarraban las balsas sigilosamente y, dejándolos atrás,
los mataban más tarde, atacándolos con más hombres. Esto sucedió de esta manera
con tres españoles, entre ellos Francisco Martín, hermano del Marqués Francisco
Pizarro, y Alonso de Mesa, vecino de Cusco, y a mí me hubiera ocurrido lo mismo
si no fuera porque Alonso de Mesa estaba gravemente enfermo de verrugas y se
negó a abandonar la balsa en la que íbamos hacia el islote donde nos dejaron,
mientras Francisco Martín y yo escapamos a tiempo. Cuando la marea subía,
apenas quedaban sesenta pasos de tierra que no se sumergían en agua.
Mientras
dormíamos, los indígenas intentaron hundir la potala de la balsa (así llamaban
a una piedra que, atada a una cuerda, se lanzaba al mar como ancla), creyendo
que Mesa estaba dormido para abandonarnos y matarlo a él. Sin embargo, dado el
intenso dolor de las verrugas, Mesa estaba despierto y al ver lo que planeaban
los indígenas, gritó. Al oír sus voces, Francisco Martín y yo nos despertamos
y, comprendiendo la traición, capturamos al líder y a otros dos indígenas. Así
pasamos toda la noche en vigilia.
Al día
siguiente, nos marchamos de allí temprano por la mañana y, al llegar a la costa
cerca de Tumbes, justo en el punto donde las olas rompían, los indígenas se
lanzaron al agua y nos dejaron a merced de las olas, que nos arrojaron a la
costa completamente empapados y casi ahogados. Una vez que los indígenas vieron
que habíamos llegado a tierra, se apresuraron a nadar hacia la balsa que aún
flotaba en medio de las olas y la tomaron, llevándose todo lo que teníamos,
incluida la cámara del Marqués que estaba a bordo. En última instancia, nos
dejaron solo con la ropa que llevábamos puesta, y también robaron a muchos otros
que habían puesto sus pertenencias en las balsas, confiando en que los
indígenas las llevarían a salvo, como le sucedió al capitán Soto y a otros.
Una
vez que el Marqués llegó al puerto de Tumbes con los navíos y desembarcó la
gente, se enteró de la rebelión en Tumbes y de lo que había ocurrido con las
balsas. Esto sumió a todos en una profunda tristeza, algo realmente
sorprendente, ya que Tumbes era el lugar del que se esperaba refugio y
descanso. Al llegar al pueblo y encontrárselo completamente quemado, destruido
y en ruinas (pues nunca se había reconstruido desde el incendio provocado por
La Puná), los de Nicaragua lamentaron su suerte y maldecían a las personas y al
Gobernador, diciendo que los habían llevado a tierras lejanas y deshabitadas, y
maldiciendo también a Quaque por la falsa impresión que les había dado, ya que
hasta ese momento en Tumbes no tenían idea de la dureza de la tierra.
En
medio de esta confusión, ocurrió que un indígena de Tumbes se presentó buscando
paz. Explicó al Marqués que él no había querido huir porque sabía lo que
significaba la guerra, pues había estado en el Cusco, y le parecía que los
españoles eran guerreros poderosos que conquistarían todo. Por esa razón, había
decidido quedarse atrás. Solicitó al Marqués que no permitiera que le saquearan
su casa. El Marqués le indicó que colocara una cruz en su vivienda y aseguró
que ordenaría que no la tocaran.
Así,
instruyó a Rodrigo Núñez, encargado de la distribución de alimentos y del
registro de las ventas, para que emitiera un edicto prohibiendo el acceso a las
casas marcadas con una cruz. Rodrigo tenía la responsabilidad de distribuir los
alimentos que los indígenas traían en tiempos de paz. Ningún español se atrevía
a entrar en las casas indígenas para tomar nada, bajo pena de ser públicamente
humillado o castigado con el destierro o la muerte. Este protocolo se mantuvo
hasta la llegada de don Pedro de Alvarado a estas tierras. La gente que él
trajo provenía de Guatemala y fueron ellos quienes introdujeron el saqueo
cuando los llevaron a Chile, como se detallará más adelante.
Viendo
que Tumbes estaba en rebeldía y la gente tenía una gran necesidad de alimentos,
el Marqués ordenó al capitán Soto que, con sesenta hombres a caballo, se
dirigiera en busca de Chile Masa, el líder de Tumbes. Así lo hizo, pero durante
su búsqueda, Soto y su grupo consideraron iniciar una especie de motín contra
el Gobernador, simulando que iban hacia una provincia cercana a Quito. Algunos
no estuvieron de acuerdo con este plan, y Juan de la Torre y otros desertaron,
informando al Marqués Pizarro. Este último decidió disimular y fingir que no
sabía nada.
Además,
a partir de entonces, cuando Soto salía, el Marqués enviaba a sus dos hermanos,
Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, con él. Mientras tanto, mientras Soto
continuaba su búsqueda de Chile Masa, ocurrió que cuando la gente a caballo
subía por una sierra escarpada, el propio Chile Masa se escondió en un monte
cercano. Al ver que no podía escapar, decidió rendirse pacíficamente y envió un
mensajero a Soto pidiendo perdón y ofreciéndose a rendirse. Soto lo aseguró de
su seguridad y Chile Masa se entregó con sus principales y seguidores. Soto
informó de esto al Gobernador, lo que generó gran alegría en el campamento.
Poco
después, el cacique y sus seguidores llegaron al campamento, donde fueron
recibidos cordialmente y se les aseguró que podían regresar a sus hogares sin
temor.
De
vuelta al indígena de Tumbes que se negó a huir y había estado en el Cusco, el
Marqués lo convocó y, a través de un intérprete (uno de los jóvenes que
mencioné anteriormente y que había sido llevado a España), llamado don
Francisco, le preguntó sobre los dos españoles que mencioné anteriormente,
quienes fueron asesinados por los indígenas poco antes de nuestra llegada a la
tierra, uno en Tumbes y otro en Cinto. Cuando se le preguntó sobre el Cusco, el
indígena explicó que era una ciudad grande donde residía el señor supremo, y
que había mucha tierra cultivada, así como numerosas piezas de oro y plata y
casas con techos de oro. El indígena afirmó esto como una verdad absoluta,
aunque realmente estaba minimizando la realidad. Sin embargo, dado el alto
nivel de desconfianza entre la gente, muchos no creyeron en su relato. En
cambio, sugirieron que el Gobernador había manipulado al indígena para que
diera esa información y así animar a la gente. Por lo tanto, la noticia sobre
la riqueza de la tierra fue recibida con escepticismo y no se le dio crédito.
Capítulo
7:
De la salida de Tumbes hacia Tangaralá y los acontecimientos
A
pesar de la información proporcionada por el indígena, el Marqués Pizarro
decidió seguir adelante en busca de noticias sobre los valles mencionados, como
Pariñas, Tangaralá y Poechos. Él mismo, junto con la gente sana, partió hacia
Poechos, llevando consigo a Hernando de Soto. A su hermano, Hernando Pizarro,
lo dejó a cargo del resto de la gente enferma y los peones, para que los
llevara en su seguimiento poco a poco.
Una
vez que el Marqués Pizarro llegó a Poechos, recibió noticias sobre la provincia
de Caxas y la expedición de Atahualpa hacia Cajamarca, donde estaba en
conflicto con su hermano Huáscar, quien era el gobernante legítimo de la región
en ese momento. Con esta nueva información, envió a Hernando de Soto con
algunos hombres a caballo a Caxas para investigar quién era Atahualpa, qué
tropas llevaba consigo y para explorar la provincia de Caxas, con instrucciones
de regresar con un informe detallado.
Sin
embargo, Hernando de Soto tardó más de lo esperado en su misión, lo que generó
sospechas de que no estaba cumpliendo con sus órdenes, lo que ya había sucedido
en Tumbes. Mientras el Marqués estaba preocupado por esta demora, Hernando
Pizarro llegó con el resto de la gente mencionada.
Así,
mientras las cosas estaban en este estado, ocurrió que ciertos españoles que se
encontraban en La Chira, provenientes de Tumbes, fueron planeados para ser
asesinados por los indígenas de la provincia de Tangaralá. Este complot fue
descubierto gracias a una mujer indígena que pertenecía a Diego Palomino, un
residente de Piura. Al ser informados por los españoles sobre el plan de
asesinato, se refugiaron en una fortaleza que era considerada sagrada por los
indígenas, donde adoraban a sus ídolos, y desde allí enviaron mensajeros al
Marqués Pizarro pidiendo socorro. Una vez enterado, y con la llegada de Soto,
quien trajo noticias sobre Atahualpa y la provincia de Caxas, la gente recibió
algo de consuelo, aunque el temor persistía debido a la gran cantidad de
información sobre las fuerzas de Atahualpa.
Por
consiguiente, una vez que Hernando de Soto llegó, el Marqués se dirigió a La
Chira con algunos hombres para socorrer a los españoles que se encontraban
allí, dejando a Hernando Pizarro a cargo del resto de la gente como capitán
general. Cuando el Marqués llegó al lugar donde estaban los españoles, convocó
al cacique de La Chira y a otros líderes de Tangaralá, quienes, una vez
confrontados, negaron su participación en el plan de asesinato al ser
descubiertos.
Entonces,
el Marqués condujo una investigación conjunta con los caciques, donde se
confirmó que efectivamente habían planeado el asesinato de los españoles y se
habían unido con ese propósito. Condenó a muerte a trece caciques, quienes
fueron ejecutados por garrote y luego quemados. Después de este acto de
justicia, el Marqués partió hacia Tangaralá, donde tenía la intención de fundar
un nuevo pueblo, como así lo hizo. Luego se trasladó a Piura, donde actualmente
está establecido, siendo este el primer pueblo fundado en este reino. Desde
Tumbes hasta Piura, el Marqués repartió todos los pueblos e indígenas que
encontró en su camino.
Mientras
tanto, mientras Hernando Pizarro estaba en Poechos, Atahualpa, enterado de la
presencia de los españoles, envió a un noble inca, conocido como Apo,
disfrazado con el atuendo de los tallanes, para que se acercara a los
cristianos, identificara al líder y evaluara la fuerza del grupo. Cuando el
noble inca llegó a Poechos, los caciques locales se inquietaron y dejaron de
servir a Hernando Pizarro y a los demás españoles allí presentes, temerosos de
la respuesta de Atahualpa. Mientras tanto, el mensajero de Atahualpa,
disfrazado de tallano y llevando un cesto de guayabas, una fruta local, se
presentó ante Hernando Pizarro, aparentando estar allí para disculparse en
nombre del cacique de Poechos por no haber servido adecuadamente.
Cuando
el mensajero llegó, Hernando Pizarro, enfurecido, lo agarró por el traje
tallano que llevaba y lo derribó al suelo, golpeándolo repetidamente. El
indígena, disimulando su identidad, se cubrió para no ser reconocido. Este
incidente fue relatado por el propio mensajero cuando más tarde se presentó
ante el Marqués, como se explicará más adelante, y luego fue a informar a su
señor sobre lo que había visto y lo que le había sucedido.
Una
vez en Cajamarca, donde se encontraba Atahualpa, el mensajero informó que eran
unos bárbaros barbudos que habían llegado del mar y que cabalgaban sobre unas
bestias grandes como los carneros del Collao, las cuales son las más grandes de
la región.
Mientras
tanto, el Marqués, decidido a poblar Tangaralá, envió a su hermano Juan Pizarro
con cincuenta hombres a caballo a Piura, donde debían permanecer en gran
vigilancia, con muchos espías observando los movimientos de las tropas de
Atahualpa, ya que temía que pudiera enviar algún ataque contra los españoles.
El resto de la gente, junto con Hernando Pizarro, se dirigieron hacia
Tangaralá. Una vez organizadas estas acciones, el Marqués Francisco Pizarro
fundó el pueblo de Tangaralá, distribuyendo las tierras entre los colonos según
lo establecido, aunque hubo disputas sobre quién tendría el control de Tumbes.
Finalmente, esta ciudad recayó en el capitán Soto, ya que aún había dudas sobre
la veracidad de la información sobre su riqueza. Sin embargo, Francisco de Isásaga
decidió regresar a Santo Domingo, prometiendo una recompensa a quien pudiera
alcanzarlo con noticias, y partió de regreso.
Los
tallanos, por su parte, llevan unas camisetas y mantas tejidas con lana,
decoradas con diversas labores. En sus cabezas, usan unos gorros que rodean su
cabeza debajo de la barbilla, con unos flecos que llegan hasta la garganta y el
pecho. Además, tienen los labios horadados cerca de la barbilla, donde insertan
unas piezas redondas de oro y plata; pueden quitárselas y ponérselas según su
voluntad, y estas piezas sirven para tapar los agujeros. Al igual que otros
grupos mencionados anteriormente, adoran a los ídolos y al sol, por orden del
Inca. También se encontraron depósitos de lagartijas secas destinadas como
tributo al Inca en el Cusco, junto con otros objetos que ofrecían como tributo.
La distancia desde Tangaralá hasta el Cusco es de casi trescientas leguas.
Capítulo
Ocho: La partida de Tangaralá hacia Cajamarca y los
acontecimientos
Después
de que el Marqués realizara la distribución de tierras y la fundación de
Tangaralá, dejó como teniente de gobernador a Antonio Navarro, Contador de Su
Majestad. Los demás funcionarios, el Tesorero y el Oidor, permanecieron en el
lugar. Una vez organizada toda la población, con solo los vecinos que se
establecieron allí, partió hacia Cajamarca. Durante su marcha, el Marqués
anunció entre los nativos su apoyo a Huáscar, el señor nativo del reino, quien
se encontraba en desventaja, ya que los capitanes de Atahualpa, Quisquis y Challcochima,
lo tenían bajo su control.
Mientras
avanzaban por el camino, en Sarrán se encontraron con el mismo indio llamado
Apo, a quien mencioné anteriormente en Poechos, donde Hernando Pizarro tuvo un
enfrentamiento con él. Este indio llegó abiertamente en nombre de Atahualpa
hacia el Marqués don Francisco Pizarro, portando algunos presentes como patos
desollados y dos camisetas de tejido de plata y oro. Presentó estos obsequios
al Marqués, diciendo que los enviaba Atahualpa, y su verdadero propósito era
contar la cantidad de hombres españoles y evaluar sus fuerzas, desafiándolos y
burlándose al pedirles que sacaran sus espadas.
Hubo
un incidente en el que un español intentó hacer esto y el indio le agarró la
barba, recibiendo a cambio varios bofetones por parte del español. Al enterarse
de esto, el Marqués ordenó públicamente que nadie tocara al indio, sin importar
lo que hiciera. Después de contar a los españoles, el indio regresó a informar
a su señor Atahualpa sobre lo que había visto. Dijo que eran alrededor de
ciento noventa españoles, incluyendo unos noventa a caballo, y los describió
como ladrones haraganes, montados en unos extraños animales, como ya he
mencionado. También aconsejó a Atahualpa que preparara muchas sogas para
atarlos, ya que venían muy asustados, y que, si vieran la verdadera magnitud de
su ejército, huirían.
Con
esta información, Atahualpa se sintió seguro y no los consideró una amenaza,
pues de lo contrario habría enviado gente a la subida de la sierra, un camino
muy difícil y desconocido para los españoles, donde podría emboscarlos y
matarlos o al menos hacerles huir. Todo esto fue permitido por la voluntad de
Nuestro Señor, pues así decidió que los cristianos entraran en esta tierra.
Mientras
el Marqués avanzaba en sus jornadas, al llegar al ascenso de la sierra, el
temor abundaba. Existía el temor de una emboscada por parte de alguna gente que
pudiera sorprenderlos. Una vez superado ese tramo, llegaron a Cajamarca, donde
Atahualpa se encontraba en unos baños situados a poco más de media legua del
asentamiento de Cajamarca, donde tenía su real, el cual al parecer albergaba
más de cuarenta mil guerreros. En ese mismo día, el Marqués Francisco Pizarro
envió a Hernando de Soto, acompañado por veinte hombres a caballo y un
intérprete, para que fuera donde se encontraba Atahualpa y le comunicara que
venía en nombre de Dios para predicarles, ofrecerles amistad y paz, invitándolo
a reunirse con él.
Hernando
de Soto llegó al lugar donde se encontraba Atahualpa, que era una pequeña
construcción destinada al señor, junto con otros aposentos para su descanso y
un gran estanque de agua, muy bien elaborado en cantería, alimentado por dos
caños, uno de agua caliente y otro de agua fría, que se mezclaban para ajustar
la temperatura, destinado para los baños del señor y sus mujeres, al que nadie
más se atrevía a entrar so pena de muerte.
Cuando
Hernando de Soto llegó, encontró a toda la gente preparada para la guerra, y
Atahualpa estaba dentro de la pequeña construcción, sentado en su dúho,
cubierto por una fina manta que le permitía ver a través de ella. Dos mujeres,
una en cada extremo, estaban delante de él, cubriéndolo para que nadie lo
viera, ya que era costumbre de algunos de estos señores no ser vistos por sus
súbditos más que en raras ocasiones.
Cuando
Soto se acercó a caballo con los demás, se le ordenó que bajara la manta, y
escuchó todo lo que Soto le dijo según lo que se le había encomendado. La
lengua, don Martinillo, uno de los jóvenes mencionados anteriormente, le
tradujo el mensaje. Después de escuchar la embajada, Atahualpa instruyó a
Hernando de Soto que regresara y dijera al Marqués y a los demás cristianos que
él iría por la mañana donde ellos estaban. Les aseguró que compensaría el
ultraje que habían cometido al tomar unas esteras de una habitación donde
dormía su difunto padre, Huayna Cápac, y les pidió que reunieran todo lo que
habían tomado y consumido desde la bahía de San Mateo hasta ese momento, para
tenerlo listo cuando él llegara.
Después
de escuchar las instrucciones de Atahualpa, Hernando de Soto se retiró y en una
llanura cercana organizó un simulacro de combate con los hombres a caballo. En
medio de este ejercicio, los jinetes se aproximaron a unos indios que estaban
sentados, lo que causó que estos se levantaran de miedo.
Cuando
Soto regresó a Cajamarca, Atahualpa ordenó la ejecución de los indios que se
habían levantado de miedo, así como de sus caciques, mujeres y niños, con el
fin de infundir temor en su gente y evitar que huyeran durante un
enfrentamiento con los cristianos. Estas crueldades eran comunes entre él y sus
capitanes, como se detallará más adelante.
Al
recibir el informe de Soto, el Marqués quedó perturbado y pasó la noche en
vela, temiendo lo peor. Durante esa misma noche, Atahualpa envió veinte mil
indios bajo el mando de un capitán llamado Rumiñahui, con la misión de acechar
a los españoles desde la retaguardia y atacarlos secretamente para capturarlos
con cuerdas. Creía que, al ver la gran cantidad de su ejército, los españoles
se dispersarían al día siguiente.
Capítulo
9:
La llegada de Atahualpa a Cajamarca y lo sucedido
Después
de pasar toda la noche en vela, como he mencionado antes, los españoles se
encontraban llenos de temor debido a la gran cantidad de hombres que tenía el
líder indígena, según informaron Soto y los demás testigos. Los españoles no
estaban familiarizados con el estilo de combate ni con la determinación de
estos indios, ya que hasta ese momento solo habían tenido enfrentamientos
menores en Tumbes y La Puná, donde los adversarios no superaban los
seiscientos.
Una
vez que amaneció, el Marqués Francisco Pizarro organizó a su gente,
dividiéndola en dos grupos de jinetes, asignando uno a Hernando Pizarro y otro
a Hernando de Soto. Del mismo modo, dividió a la infantería en dos partes,
liderando él mismo a uno de los grupos y confiando el otro a su hermano Juan
Pizarro.
Además,
ordenó a Pedro de Candia, acompañado por dos o tres soldados de infantería,
subir a una pequeña fortaleza ubicada en la llanura de Cajamarca. Allí debían
permanecer con un pequeño falconete que traían consigo, y en cuanto recibieran
una señal desde el galpón, la cual sería dada cuando todos los indios y
Atahualpa hubieran entrado en la plaza, debían disparar el cañón y hacer sonar
las trompetas. Una vez que sonaran las trompetas, los jinetes saldrían
rápidamente de un gran galpón donde estaban reunidos, junto con otros que
pudieran unirse a ellos, ya que este galpón tenía varias puertas grandes que
daban a la plaza, permitiendo que salieran a caballo con facilidad. Tanto
Francisco Pizarro como su hermano Juan Pizarro estarían dentro del mismo
galpón, preparados para salir junto con los jinetes. Todos permanecieron dentro
del galpón para que los indios no pudieran ver cuántos eran ni qué tipo de
tropas tenían, lo que generaría un mayor impacto cuando salieran todos juntos.
Además, todos colocaron cascabeles en los arneses de sus caballos para causar
más intimidación entre los indios.
Así,
mientras los españoles permanecían ocultos en el galpón, una noticia llegó a
Atahualpa a través de los indios que había enviado como espías. Se les informó
que los españoles estaban todos reunidos dentro del galpón, aparentemente
llenos de miedo, ya que ninguno se mostraba en la plaza. Esta información era
verdadera, ya que muchos españoles, sin control de sí mismos, estaban tan
asustados que incluso se orinaban. Al enterarse de esto, Atahualpa pidió comida
y ordenó que todos sus hombres hicieran lo mismo.
Era
costumbre de estos señores, y también de todos los nativos de este reino, comer
por la mañana. Después de comer, los señores pasaban el día bebiendo y la tarde
entera cenando muy poco, mientras que los trabajadores indígenas se dedicaban a
sus labores.
Después
de haber comido, alrededor de la hora de la misa mayor, Atahualpa comenzó a
movilizar a su ejército hacia Cajamarca. Sus tropas se organizaron en
escuadrones que cubrían los campos, mientras él mismo avanzaba en unas andas.
Dos mil indios precedían su camino, limpiando el sendero por el que pasaba,
mientras que la mitad de su ejército se desplegaba a cada lado, sin seguir una
ruta marcada. Además, llevaba consigo al señor de Chincha en andas, lo cual era
motivo de asombro para sus seguidores, ya que ningún otro líder indígena
permitía que un igual llevara una carga o caminara descalzo delante de él. El
brillo del oro y la plata que portaban era tan intenso que resultaba
sorprendente bajo el sol. Delante de Atahualpa, muchos indios avanzaban
cantando y bailando.
Este
señor tardó aproximadamente desde la hora de la misa mayor hasta tres horas
antes del anochecer en recorrer la media legua que separaba los baños donde se
encontraba hasta Cajamarca.
Una
vez que la gente llegó a la puerta de la plaza, los escuadrones comenzaron a
entrar con grandes cantos, ocupando todo el espacio disponible. Al ver esto, el
Marqués Francisco Pizarro envió al Padre Fray Vicente de Valverde, el primer
obispo del Cusco, junto con Hernando de Aldana, un valiente soldado, y don
Martinillo, intérprete, para que fueran a hablar con Atahualpa y le pidieran,
en nombre de Dios y del Rey, que se sometiera a la ley de Nuestro Señor
Jesucristo y al servicio de Su Majestad. El Marqués le aseguró que lo
consideraba como un hermano y que no permitiría que le hicieran daño en su
tierra.
Cuando
el Padre se acercó a las andas donde estaba Atahualpa, le habló y predicó sobre
los principios de nuestra fe, con la ayuda del intérprete. El Padre llevaba un
breviario en las manos, donde leía lo que predicaba. Atahualpa le pidió el
breviario, pero al no saber abrirlo, lo arrojó al suelo. Luego, llamó a Aldana
y le ordenó que le entregara la espada. A pesar de que Aldana la mostró, se
negó a dársela. Finalmente, Atahualpa les dijo que se fueran, llamándolos
ladrones y amenazando con matarlos a todos.
Después
de escuchar lo ocurrido, el Padre regresó y le contó al Marqués lo sucedido.
Atahualpa, junto con su séquito y el señor de Chincha, entró en la plaza y notó
que no había españoles a la vista. Al preguntar a sus capitanes sobre la
ausencia de los cristianos, le respondieron que estaban escondidos por miedo.
El
Marqués, al ver las dos andas sin saber cuál transportaba a Atahualpa, ordenó a
su hermano Juan Pizarro que fuera con los soldados a una de ellas, mientras él
iría a la otra. Luego, dieron la señal a Pedro de Candia, quien disparó el
cañón. Al sonar las trompetas, los jinetes salieron rápidamente seguidos por
los soldados de infantería. El estruendo del disparo, las trompetas y el galope
de los caballos confundieron a los indígenas, permitiendo que los españoles los
atacaran. El pánico entre los indios fue tan grande que, al intentar huir y no
encontrar salida por la puerta, derribaron una sección de la pared que rodeaba
la plaza, con una longitud de más de dos mil pasos y una altura de más de un
estado. Los jinetes persiguieron a los indios hasta los baños, donde
infligieron graves daños, los cuales podrían haber sido mayores de no haber oscurecido.
Una
vez que el Marqués Francisco Pizarro y su hermano salieron, como se mencionó,
con la infantería, el Marqués se encontró con las andas de Atahualpa. Su
hermano, junto con el señor de Chincha, quien fue asesinado en el lugar, habría
hecho lo mismo con Atahualpa si el Marqués no estuviera allí. Esto se debía a
que no podían derribarlo de las andas, ya que, aunque los indios que las
sostenían eran muertos, otros tomaban su lugar para sostenerlas. Hubo un largo
enfrentamiento, durante el cual los españoles lucharon y mataron a muchos
indios. En un momento de fatiga, un español intentó asestar un golpe mortal,
pero el Marqués lo evitó, resultando herido en la mano por el español. En
respuesta, el Marqués gritó: "¡Nadie hiera al indio bajo pena de muerte!".
Al entender esto, siete u ocho españoles se abalanzaron hacia Atahualpa,
agarrando un extremo de las andas y con esfuerzo, las voltearon a un lado,
capturando así a Atahualpa. El Marqués lo llevó a su aposento y colocó guardias
para custodiarlo tanto de día como de noche.
Entendiendo
el mensaje, el Marqués ordenó que lo trajeran ante él para preguntarle
directamente lo que decía. El hombre respondió conforme a su lengua nativa.
Luego, el Marqués inquirió sobre la cantidad de oro y plata que estaría
dispuesto a entregar. Atahualpa afirmó que llenaría una habitación con oro para
el Marqués y dos veces el gran galpón donde los españoles se habían resguardado
con plata, como pago por su rescate. Esta oferta impresionó enormemente a todos
los presentes.
Después
de esta afirmación, el Marqués, Francisco Pizarro, en consulta con sus
capitanes, decidió llamar a un escribano para que certificara el acuerdo
propuesto por el indígena. También indagó sobre el destinatario de este
acuerdo, a lo que Atahualpa respondió que era para todos aquellos que
participaron en su captura y en el desmantelamiento de su ejército en
Cajamarca, que según él, eran alrededor de doscientos españoles. Este acto de
declaración ante el escribano fue crucial en los eventos que llevaron a su
posterior ejecución, como se explicará más adelante.
Una
vez realizado este acuerdo, Atahualpa ordenó a sus capitanes que reunieran un
gran tesoro y lo enviaran. Mientras estaba bajo esta disposición, el Marqués le
preguntó por su hermano, Huáscar, y Atahualpa respondió que sus capitanes lo
tenían prisionero. El Marqués ordenó que lo trajeran vivo y que no lo mataran,
ya que, si lo hacían, él también moriría.
Regresando
al caos causado por la derrota de los incas en Cajamarca, aquellos que lograron
escapar se dirigieron hacia donde los capitanes de Atahualpa tenían preso a
Huáscar. Allí, recibieron la noticia de que Atahualpa había sido asesinado por
los cristianos. Esto sumió a los capitanes e indígenas en una gran confusión,
pues habían maltratado a Huáscar durante su cautiverio. Lo mantenían con las
manos atadas y no se habían aliado con él por temor a las represalias. Sin
embargo, si lo hubieran liberado y se hubieran unido a él, habrían tenido la
oportunidad de resistir. A pesar de la presencia limitada de los españoles,
solo alrededor de doscientos en Cajamarca y hasta cien en Tangaralá, la
liberación de Huáscar habría planteado una seria amenaza para la conquista
española.
Mientras
los capitanes estaban sumidos en la confusión, llegaron mensajeros de Atahualpa
con noticias de que estaba vivo y del tesoro que había enviado, ordenando que
reunieran todo el tesoro de la tierra y lo enviaran. Cuando Huáscar se enteró
de esto, comentó despectivamente: "¿Dónde tiene ese perro de Atahualpa oro
o plata para dar a los cristianos? ¿No sabe que todo es mío? Yo se lo daré a
los cristianos, y a él lo matarán". Al enterarse de estos comentarios, Challcochima,
el capitán general de Atahualpa, envió un mensajero secreto para informar a
Atahualpa sobre lo que Huáscar había dicho, para que estuviera al tanto de sus
intenciones.
Atahualpa,
al recibir el mensaje de su capitán y las palabras de Huáscar, ideó un plan
astuto. Un día, cuando el Marqués lo llamó para almorzar, como era costumbre,
Atahualpa fingió estar llorando desconsoladamente. Cuando el Marqués lo vio en
este estado, le preguntó qué le sucedía. Al principio, Atahualpa se resistió a
decirlo, sollozando, pero finalmente el Marqués le ordenó que lo dijera.
Atahualpa respondió: "Estoy así porque me vas a matar". El Marqués le
aseguró que no lo haría y le pidió que hablara. Atahualpa entonces reveló que
sus capitanes habían matado a su hermano Huáscar, y temía que el Marqués
también lo matara por ello. El Marqués, sin entender la maniobra, le preguntó
si era cierto que su hermano estaba muerto, a lo que Atahualpa respondió
afirmativamente. Asegurándole que no tenía nada que temer, el Marqués prometió
no hacerle daño ni matarlo.
Con su
vida asegurada mediante esta cautela, Atahualpa inmediatamente envió un mensajero
a Calcuchimac con la orden de matar a Huáscar. Así, Huáscar fue asesinado,
algunos dicen en Guambos y otros en Huánuco, arrojándolo al río.
Una
vez que la situación se estabilizó, Atahualpa ordenó a sus capitanes, Calcuchimac
y Quisquis, que Calcuchimac se estableciera en Jauja con la mitad de las
fuerzas, mientras Quisquis marchaba hacia Cusco con la otra mitad. Esta
decisión se tomó después de la muerte de Atahualpa y de dos de sus hermanos,
quienes habían buscado refugio con el Marqués Francisco Pizarro y habían sido
capitanes de Huáscar.
Ahora,
relataré la muerte de estos hermanos y la guerra entre Huáscar y Atahualpa, así
como algunos detalles sobre la vida de Atahualpa y su gobierno.
Cuando
estos dos hermanos estaban con el Marqués, uno llamado Huamán Tito y el otro
Mayta Yupanqui, solicitaron permiso al Marqués Francisco Pizarro para ir al Cusco.
El Marqués les advirtió que tuvieran cuidado y no fueran asesinados allí, pero
ellos aseguraron que no temían, ya que eran nativos de la región y creían que
no correrían peligro. A pesar de las advertencias, el Marqués les concedió el
permiso para partir.
Sin
embargo, Atahualpa se enteró de esto y advirtió al Marqués que no les diera
permiso, ya que eran mal vistos en la zona y cualquier daño que sufrieran podría
atribuirse a él. El Marqués transmitió esta advertencia a los hermanos,
retrasando su partida durante algunos días. A pesar de todo, insistieron en ir
y finalmente el Marqués les otorgó el permiso. Antes de partir, los hermanos
solicitaron una espada al Marqués para protegerse, a lo que él accedió.
Sin
embargo, Atahualpa volvió a insistir en que no los dejaran ir. Una vez que
partieron, Atahualpa ordenó su asesinato, y así fue como fueron ejecutados
estos dos hermanos.
Capítulo
diez. De la guerra entre Atahualpa y Huáscar y otros
acontecimientos
La
guerra entre Atahualpa y Huáscar la relataré según lo escuché de muchos indios
y señores principales de esta tierra.
En
este reino había cinco señores Incas antes de la llegada de los españoles,
quienes comenzaron a conquistar y someter esta tierra, convirtiéndose en reyes
de toda ella. Antes de la dominación de estos señores, todo el territorio era
un mosaico de pequeños señoríos independientes, aunque algunos señores tenían
bajo su dominio algunos pueblos cercanos, aunque en menor escala, y por ende,
estas guerras eran menos frecuentes.
Entonces,
según cuentan los indios, el primer señor Inca se alzó. Algunos dicen que
surgió de la isla de Titicaca, que se encuentra en una laguna en la región del
Collao, con una circunferencia de unas sesenta leguas. Esta isla experimenta
tormentas periódicas, similares a las del mar. En sus aguas salobres, se cría
un pequeño pez de aproximadamente un palmo de longitud. La laguna desemboca en
otra ubicada en la provincia de Carangas y Quillacas, casi tan grande como la
primera. Aunque no se ha descubierto un desagüe visible, se entiende que el
agua se filtra bajo tierra hacia el mar, dado el volumen significativo de agua
que ingresa en la laguna.
En esa
laguna se encuentra una isla llamada Titicaca, donde veneraban a una deidad
femenina representada con una banda de oro en la cabeza y otra de plata en la
cintura, de tamaño similar al de una mujer promedio. Se dice que esta deidad
fue la que dio origen al primer señor de este reino, según la tradición
indígena.
Sin
embargo, otros indios afirman que este primer señor surgió de Tambo, ubicado en
Condesuyo, a unas seis leguas del Cusco. Este primer Inca se llamaba Viracocha
Inca, y se cree que los nombres Atahualpa y Huáscar no eran sus nombres
originales, sino que fueron apodos despectivos otorgados por otros. Se dice que
Viracocha Inca conquistó y sometió un territorio de alrededor de treinta leguas
alrededor del Cusco, donde estableció su reino. De él descendió un hijo llamado
Túpac Inca Yupanqui Pachacuti, quien expandió el territorio hasta alcanzar cien
leguas, incluyendo Guaina Inca, Inca Amaru y otros sucesores que llegaron hasta
Cajamarca.
Huayna
Cápac, quien fue el quinto descendiente de Viracocha Inca, continuó la expansión
del reino hasta Quito, mientras que sus capitanes extendieron el territorio
hasta Chile y la bahía de San Mateo, cubriendo una distancia de más de mil
leguas de extremo a extremo.
Estos
señores tenían la costumbre de tomar a sus propias hermanas como esposas,
argumentando que nadie las merecía excepto ellos mismos. Existía una línea de
descendencia de estas hermanas que se conectaba directamente con la línea de
los señores Incas, y los hijos de estas hermanas eran los herederos del reino,
siempre el primogénito. Además de estas hermanas, los señores tenían a
disposición a todas las hijas de los caciques del reino como concubinas, las
cuales servían a las hermanas principales, que eran muchas más, llegando a ser
más de cuatro mil. También tenían a su disposición a todas las mujeres
indígenas que consideraban apropiadas, distribuidas entre estas hermanas
principales, que eran numerosas.
La
jerarquía que estas señoras tenían en servir a sus hermanos y esposos seguía un
orden establecido: una de ellas servía durante una semana con las mujeres
indígenas asignadas, y dormía con él junto a la mujer que ella misma elegía.
Este patrón se repetía, con cada una de las hermanas sirviendo por turno hasta
que llegaba nuevamente el turno de la primera. Estas hermanas residían en
grandes corrales cercados, con múltiples habitaciones, guardias y porteros. No
salían hasta que llegaba su turno, y mientras tanto, se dedicaban
principalmente a bailes, fiestas y festines.
Estas
señoras tenían acceso a todo lo que deseaban y se les concedía cualquier
petición que hicieran. Durante la conquista de Quito por parte de Huayna Cápac,
que según se dice, tardó más de diez años en completarse, Atahualpa se enamoró
de una mujer indígena, hija del principal señor de la provincia de Quito.
Después de la conquista, Huayna Cápac ordenó la construcción de una fortaleza
en memoria de la victoria obtenida, una práctica común en todas las provincias
conquistadas. Durante la construcción, estalló una epidemia de viruelas, una
enfermedad nunca antes vista entre ellos, que causó la muerte de muchos
indígenas.
Huayna
Cápac estaba dedicado a sus ayunos habituales, una práctica en la que se
retiraba a un aposento aislado y se abstenía de tener relaciones con mujeres,
de consumir sal, ají o chicha durante un periodo de nueve días, y en ocasiones,
tres días. Durante uno de estos ayunos, según cuentan, tres indios nunca antes
vistos, de estatura muy baja como enanos, entraron en el lugar donde se
encontraba el señor. Le dijeron: "Inca, hemos venido a llamarte". Al
ver esta visión y escuchar sus palabras, Huayna Cápac gritó pidiendo ayuda a
sus seguidores. Sin embargo, cuando estos llegaron, los tres extraños habían
desaparecido sin dejar rastro, siendo solo Huayna Cápac quien los había visto.
Al preguntar a sus seguidores sobre los enanos, estos respondieron que no los
habían visto. Huayna Cápac, preocupado, mencionó: "Esto es señal de mi
muerte". Poco después, enfermó de viruelas.
En ese
estado crítico, enviaron mensajeros a Pachacamac utilizando un sistema de
chasques, que consistía en postas situadas a una legua de distancia entre sí.
Un indio corría esa distancia y, al llegar a la siguiente posta, transmitía el
mensaje a gritos mientras el otro indio, que estaba esperando, escuchaba. De
esta manera, el mensaje se transmitía rápidamente, permitiendo que la
comunicación desde el Cusco hasta Quito, una distancia de casi quinientas
leguas, se realizara en cinco días.
Los
mensajeros fueron a Pachacamac para averiguar qué podían hacer por la salud de
Huayna Cápac. Los hechiceros que consultaban al demonio a través de su ídolo
recibieron la respuesta de que debían exponer al señor al sol, y que así se
curaría. Sin embargo, al seguir este consejo y colocar a Huayna Cápac bajo el
sol, el resultado fue contrario: el señor murió.
Los
indios cuentan que Huayna Cápac era muy amigo de los pobres, los nobles de su
reino, y les ordenaba que fueran especialmente cuidados en toda su tierra. Era
descrito como afable con su gente, pero también grave en su autoridad. Se dice
que bebía mucho más que tres indios juntos, pero nunca lo habían visto
borracho. Cuando sus capitanes y principales le preguntaban cómo podía beber
tanto sin embriagarse, él respondía que lo hacía por los pobres, a quienes
sostenía con su consumo.
Si
Huayna Cápac hubiera estado vivo cuando los españoles llegaron a esta tierra,
habría sido imposible vencerlo, ya que era muy querido por sus súbditos. Había
pasado una década desde su muerte cuando los españoles llegaron, y si la tierra
no hubiera estado dividida por las guerras entre Huáscar y Atahualpa, tampoco
habríamos podido entrar ni conquistarla, incluso con más de mil españoles, ya
que en ese entonces era imposible reunir ni siquiera quinientos, debido a la
escasez de hombres y la mala reputación que precedía a esta tierra.
Después
de la muerte de Huayna Cápac, Huáscar, su hijo, fue elevado como señor, ya que
le correspondía el reino que su padre dejó en el Cusco. Pasados algunos años,
Atahualpa creció en importancia mientras residía en Quito, donde su padre lo
había dejado, como mencioné anteriormente. Atahualpa se había vuelto muy
poderoso y belicoso, lo que llevó a Huáscar a enviarle un mensaje pidiéndole
que se uniera a él.
Cuando
Huáscar envió emisarios para llamar a Atahualpa, este respondió que, dado que
ya había un Inca gobernando en Quito, le sugirieran a su hermano que se uniera
a él allí. A pesar de las advertencias de sus familiares de no hacerlo, ya que
podrían surgir conflictos, Huáscar insistió dos veces más, pero Atahualpa
respondió de la misma manera. Finalmente, en el tercer llamado, Atahualpa
advirtió que, si no se cumplía con sus demandas, enviaría a buscar a Huáscar.
Los familiares de Huáscar residentes en Quito, como mencioné previamente, le
aconsejaron rebelarse y proclamarse soberano, pues tenían conocimiento de que
los habitantes de esa ciudad eran los más valerosos del reino.
Una
vez que Atahualpa vio el apoyo de sus familiares y de los cañaris que le
ayudaron, se proclamó señor de ellos. Cuando Huáscar se enteró de la sublevación
de su hermano, envió a sus capitanes con un ejército hacia Tumebamba, donde se
libró una batalla entre ambos bandos. En ese enfrentamiento, Atahualpa fue
capturado por los hombres de Huáscar y encerrado en una casa bajo guardia. Sin
embargo, logró escapar una noche, afirmando que el sol lo había liberado, ya
que, según la creencia, el sol era su padre (una creencia común entre los
nobles que se consideraban hijos del sol). Atahualpa pudo evadir la vigilancia
debido a la falta de atención de los guardias indígenas, que solían descuidarse
a partir de la medianoche, como pudimos observar los españoles durante la
conquista de esta tierra, especialmente en el área del Cusco.
Una
vez libre, Atahualpa reunió más tropas y continuó obteniendo victorias. Se dice
que Huáscar perdió el favor de su gente porque era demasiado serio y distante,
y no se relacionaba con ellos como lo habían hecho los gobernantes anteriores,
que a veces comían con ellos en la plaza. Sin embargo, otros afirman que la
principal razón de su caída fue otra, como explicaré a continuación.
Estos
señores tenían una ley y una costumbre particular: cuando uno de ellos moría,
lo embalsamaban y lo envolvían en varias capas de telas delgadas. A estos
cuerpos embalsamados les dejaban todo el séquito que habían tenido en vida,
para que los sirvieran en la muerte como si aún estuvieran vivos. No se
atrevían a tocar sus adornos de oro o plata ni ninguna de sus posesiones, ni
tampoco a interferir con las pertenencias de aquellos que les servían o con las
de la casa; más bien, les proporcionaban aún más, y asignaban provincias
específicas para asegurar su sustento.
Cuando
un nuevo gobernante asumía el cargo, solía rodearse de nuevos sirvientes y las
vajillas utilizadas eran de madera o barro hasta que fueran reemplazadas por
otras de oro o plata. Además, los nuevos líderes siempre buscaban expandir su
riqueza, lo que contribuyó a la acumulación de tanto tesoro en esta tierra.
Esto se debía a que, como mencioné anteriormente, quienes ascendían al poder
siempre buscaban mejorar sus vajillas y construir casas más grandes. La mayor
parte de la población, así como los tesoros y los gastos excesivos, estaban
bajo el control de los difuntos, debido a una práctica donde cada difunto tenía
asignado un líder indígena y una mujer indígena, quienes actuaban según los
deseos de los difuntos.
Cuando
sentían deseos de comer o beber, se creía que las almas de los difuntos también
los experimentaban. Incluso se afirmaba que si deseaban visitar las moradas de
otros fallecidos para participar en festividades, las almas de los muertos
tenían ese mismo anhelo. Esta costumbre de que los difuntos se visitaran
mutuamente era habitual, y se celebraban grandes fiestas y banquetes. A menudo,
los vivos se unían a estas celebraciones en las casas de los fallecidos, y a su
vez, las almas de los muertos visitaban a los vivos. Además, numerosas
personas, tanto hombres como mujeres, manifestaban su deseo de servir a las
almas de los difuntos, algo que no era rechazado por los vivos, pues todos gozaban
de libertad para hacerlo. Estas almas solían contar con una gran cantidad de
sirvientes, hombres y mujeres, ya que llevaban una vida de excesos, disfrutando
de la comida y la bebida en abundancia.
Cuando
llegamos por primera vez a Cusco, comprendí algo importante. El Marqués don
Francisco Pizarro había enviado a don Diego de Almagro, a Hernando de Soto y a
Manco Inca tras Quisquis, quien tenía dominada toda la región hasta Quito.
Antes de partir, un capitán de Manco Inca, que iba a acompañarlo, se acercó al
Marqués para pedirle un favor: que intercediera por él para que una parienta
suya, que estaba bajo su servicio, se casara con él. El Marqués me encargó a
mí, como intérprete, acompañar a don Martín para hacer esta petición en su
nombre.
Pensé
que íbamos a hablar con algún indígena vivo, pero nos llevaron ante el cuerpo
de uno de los fallecidos, que estaba colocado sobre unas andas, tal como
acostumbraban hacerlo. El intérprete habló en nombre del capitán, mientras que
la mujer indígena estaba al otro lado, ambos sentados junto al difunto. Cuando
nos acercamos, el intérprete transmitió el mensaje, y tras un momento de
silencio, el indígena miró a la mujer (supongo que para conocer su opinión).
Después de un breve instante, ambos respondieron afirmativamente, diciendo que
el difunto había dado su consentimiento para que la mujer se casara con el
capitán, ya que así lo quería el líder (así llamaban al Marqués).
Más
tarde, de regreso en Huáscar, en un momento de ira, decidió que debía enterrar
a todos los fallecidos y confiscar sus posesiones, argumentando que solo
debería haber vivos, ya que poseían lo mejor de su reino. La mayoría de la
élite estaba del lado de los fallecidos debido a sus numerosos vicios, por lo
que empezaron a resentirse contra Huáscar y a criticar su liderazgo. Algunos
decían que los capitanes que había enviado contra Atahualpa estaban siendo
derrotados, mientras que otros se unían a él o desertaban. Esta situación
facilitó la victoria de Atahualpa, ya que de otro modo él y su gente no habrían
podido conquistar ni siquiera una ciudad, y mucho menos todo el reino. Así fue
como Huáscar fue capturado por los capitanes de Atahualpa y luego ejecutado.
Capítulo
once.
La partida de Hernando Pizarro a Pachacamac y la muerte de Atahualpa
De
vuelta en la prisión de Atahualpa, el Marqués lo mantenía detenido mientras
esperaba que reuniera el tesoro que había prometido. También esperaba la
llegada de más españoles a la tierra, ya que con los que tenía no se atrevía a
avanzar, especialmente teniendo que custodiar a Atahualpa. Los naturales lo
temían y obedecían, y el Marqués temía que si lo soltaba, podría haber una
rebelión en el Cusco o que las multitudes se lanzaran contra los españoles en
los numerosos pasos peligrosos que había, donde podrían ser masacrados.
En
medio de esta situación, Atahualpa sugirió al Marqués que para acelerar la
reunión del tesoro, era necesario enviar un capitán con tropas a Pachacamac.
Afirmaba que este ídolo tenía más riqueza que la que él mismo había mandado
traer. Había mandado llamar a los sacerdotes encargados de la veneración de la
divinidad de Pachacamac y los tenía prisioneros, ordenándoles que construyeran
otro santuario similar al que él había encargado. También pidió que le dieran
dos españoles para enviarlos al Cusco y apresurar la llegada del tesoro.
Ante
la petición de Atahualpa, el Marqués Francisco Pizarro envió rápidamente dos
españoles al Cusco: Martín Bueno y Pedro Martín de Moguer, acompañados por un
intérprete designado por Atahualpa, quien les garantizó su seguridad y ordenó
que se les obedeciera en todo lo que pidieran.
Después
de enviar a los primeros españoles, el Marqués decidió enviar a su hermano,
Hernando Pizarro, a Pachacamac con cincuenta jinetes, con la instrucción de
dirigirse luego a Jauja. La idea era persuadir con amabilidad y halagos a Challcochima,
el principal capitán de Atahualpa, para que se uniera a ellos. Antes de partir,
el Marqués habló con Atahualpa y le advirtió: "Quiero enviar a mi hermano
a Pachacamac con algunos españoles. Si algún indígena se rebela contra ellos,
te aseguro que lo mataré de inmediato. También quiero que vaya a Jauja y traiga
a Challcochima, tu capitán, pues tengo curiosidad por conocerlo; me han dicho
que es muy valiente". Atahualpa respondió: "Que vaya tu hermano,
señor, y que no tema. Mientras yo esté vivo, nadie se atreverá a tocarlo.
Además, que lleve consigo a los guardianes de Pachacamac, quienes le entregarán
el tesoro para que lo traiga, tal como he ordenado".
Preparado
Hernando Pizarro y su grupo para partir, se despidieron del Marqués. Entonces,
Atahualpa ordenó que llamaran a los sacerdotes de Pachacamac y, en presencia
del Marqués y su hermano, les dijo: "Id con este hermano del líder y dadle
todo el tesoro que tenéis de Pachacamac, el ídolo. Si he ordenado hacer un
santuario de oro, vosotros podéis llenar dos más, porque vuestro Pachacamac no
es un dios verdadero, y aunque lo fuera, dadle, porque no lo es".
El
Marqués, a través del intérprete, preguntó por qué Atahualpa había dicho eso
sobre Pachacamac, ya que ellos lo consideraban su dios. Atahualpa respondió que
era un mentiroso. El Marqués preguntó en qué había mentido, y Atahualpa contó
varias historias donde las respuestas del ídolo resultaron falsas, demostrando
así que era un engañador. Impresionado por su conocimiento, el Marqués comentó
que sabía mucho. Atahualpa respondió que los mercaderes también sabían mucho.
Ante esto, el Marqués afirmó que Pachacamac era el demonio que los engañaba y
que Dios estaba en el cielo, compartiendo algunas enseñanzas de nuestra fe
cristiana.
Después
de esto, Hernando Pizarro partió con los guardianes del ídolo de Pachacamac.
Sin embargo, al llegar allí, descubrieron que habían ocultado todo el tesoro.
De lo que quedaba, enviaron alrededor de doscientos mil pesos. Luego, subieron
a Jauja, donde encontraron a Challcochima, quien los recibió pacíficamente. En
la plaza de Jauja, había muchas estacas clavadas con cabezas de indios en las
puntas, algunas con lenguas, otras con manos y pies, mostrando las atrocidades
que se habían cometido. Después de pasar algunos días en Jauja, Hernando Pizarro
le pidió a Challcochima que se preparara para ir a ver a su señor Atahualpa con
él, y él aceptó, ya que Atahualpa había dado la orden de hacerlo así.
Al
regresar los dos españoles al Cusco, se encontraron con Quisquis, quien
mostraba igual crueldad que su compañero Challcochima en Jauja. Estos dos
españoles informaron que Quisquis tenía una peculiar costumbre: le traían
muchos pájaros vivos sin tocarles las plumas, y una vez en su presencia, los
soltaba para que volaran. Además, cuando se enfurecía con algún indígena, lo
obligaba a comer tanto ají que terminaba por morir, sumando así a sus otras
víctimas, entre ellas muchos capitanes e indígenas principales de la facción de
Huáscar.
Después
de recolectar un golpe de oro de Quisquis, el Marqués ordenó quitar algunas
planchas de oro de las paredes exteriores de la Casa del Sol, que estaban
encajadas en las piedras. También se llevaron un trono de oro encajado en una
gran piedra que servía como asiento del sol, y una estatua de oro que tenían
(esta última nunca había sido vista antes). Además, se tomaron algunas piezas
de cerámica de oro y plata. El Marqués don Francisco Pizarro se quedó con este
trono como una joya personal, valorado en veinte mil castellanos. Con todas
estas riquezas, los españoles se dirigieron hacia Cajamarca.
Una
vez de vuelta en Cajamarca, Hernando Pizarro y los dos españoles recibieron
noticias de que don Diego de Almagro se dirigía desde Panamá con un contingente
de hombres. En Puerto Viejo, se habían unido a él otros españoles que venían de
Nicaragua, sumando en total poco más de cien hombres. Almagro se había quedado
en Panamá cuando el Marqués partió hacia la conquista de esta tierra, esperando
tener noticias sobre la riqueza y las oportunidades que ofrecía. Además, los
Oficiales del Rey, que habían permanecido en Tangaralá, como ya se ha
mencionado, también se dirigieron a Cajamarca.
Cuando
Almagro y su grupo llegaron, Atahualpa se sintió perturbado y comprendió que su
destino era la muerte. Un día, mientras comía con el Marqués, le preguntó cómo
se distribuirían los indígenas entre los españoles. El Marqués le explicó que
cada español recibiría un cacique, pero Atahualpa cuestionó si los españoles
debían estar cada uno con su cacique. El Marqués le respondió que no, que en
realidad se establecerían pueblos donde los españoles vivirían juntos. Al
escuchar esto, Atahualpa predijo su propia muerte, advirtiendo al Marqués sobre
cómo los cristianos debían tratar a los indígenas para poder someterlos:
"Si das mil indígenas a un español, este debe matar a la mitad para poder
controlarlos". Luego le dijo al Marqués que él sería ejecutado. A pesar de
las garantías del Marqués de darle la provincia de Quito y dejar a los
cristianos con la región de Cajamarca para dirigirse al Cusco, Atahualpa,
astuto, se dio cuenta de que lo estaban engañando. Desarrolló una gran amistad
con Hernando Pizarro, quien le prometió que no permitiría que lo mataran,
llegando incluso a afirmar que no había visto a ningún español que pareciera un
líder, excepto Hernando Pizarro.
Con
las cosas en este estado, el Marqués don Francisco Pizarro decidió enviar a su
hermano Hernando Pizarro a España con el tesoro destinado a Su Majestad. Cuando
Atahualpa se enteró de la partida de Hernando Pizarro, lloró, anticipando su
propia muerte. Esta triste premonición se hizo realidad cuando Hernando Pizarro
partió y distribuyó el tesoro que se había acumulado: a los jinetes les
correspondieron ocho mil pesos cada uno, mientras que a los soldados de a pie
les tocaban cuatro mil pesos. Estas asignaciones se hicieron en partes enteras,
aunque hubo algunos privilegiados que recibieron más, como algunos jinetes que
obtuvieron una parte y media, y otros soldados de a pie que recibieron tres
cuartas partes o incluso una parte entera y media. Almagro quería que él y su
socio recibieran la mitad del tesoro, y que el resto de los españoles recibieran
mil o dos mil pesos, pero el Marqués siempre actuó de manera cristiana,
asegurándose de que a nadie se le quitara lo que realmente merecía.
Después
de repartir el tesoro entre aquellos que estuvieron presentes en la captura de
Atahualpa en Cajamarca, se decidió que aquellos que llegaran después no
recibirían ninguna parte. Esto provocó una gran confusión entre los Oficiales
del Rey y los seguidores de Almagro, quienes argumentaron que el tesoro que
Atahualpa había prometido era incalculable, y que si se respetaba esta
decisión, nunca recibirían nada. Entonces, los Oficiales y Almagro acordaron
que Atahualpa debía morir, con la idea de que, una vez muerto, se pudiera
anular la decisión tomada sobre el tesoro.
Le
dijeron al Marqués don Francisco Pizarro que no convenía dejar vivir a
Atahualpa, argumentando que si lo liberaban, perderían el favor del Rey y
correrían el riesgo de perder la tierra, condenando a todos los españoles a la
muerte. Aunque esta sugerencia estaba motivada por la malicia (como se ha mencionado),
realmente era imposible ganar la tierra si Atahualpa fuera liberado. Sin
embargo, el Marqués se negó a aceptar esta propuesta. Ante su negativa, los
Oficiales insistieron, apelando al servicio a Su Majestad como su principal
argumento.
Mientras
tanto, surgió un chismoso llamado Felipillo, uno de los muchachos que el
Marqués había llevado a España, quien estaba enamorado de una mujer de
Atahualpa. Convenció al Marqués de que Atahualpa estaba organizando una gran
reunión de gente para matar a los españoles en Caxas. Enterado de esto, el
Marqués arrestó a Challcochima, quien estaba libre, y lo interrogó sobre esta
supuesta reunión, aunque él negó todo. Sin embargo, Felipillo contradecía sus
palabras, tergiversando las respuestas de los indígenas interrogados.
El
Marqués decidió enviar a Soto a Caxas para verificar si realmente se estaba
organizando una reunión de gente allí, ya que no quería matar a Atahualpa sin
estar seguro. Almagro y los Oficiales, junto con el chismoso Felipillo,
presionaron al Marqués con numerosos requerimientos, y con artimañas, lograron
convencerlo de que Atahualpa debía morir. Aunque el Marqués era muy celoso del
servicio a Su Majestad, lograron hacerlo temer por su propio prestigio, y en
contra de su voluntad, sentenció a muerte a Atahualpa. Ordenó que lo ejecutaran
por garrote y que luego quemaran su cuerpo, argumentando que había tenido
relaciones con sus hermanas. Es evidente que estos señores tenían una
comprensión limitada de la justicia, ya que condenaron al infiel sin siquiera
haber sido evangelizado.
Atahualpa
lloraba y suplicaba que no lo mataran, argumentando que ningún indígena en la
tierra se movería sin su orden y que, al estar prisionero, no representaba
ninguna amenaza. Además, ofreció pagar el doble de lo prometido en oro y plata.
Vi al Marqués llorar de pesar por no poder salvarlo, pues temía las demandas y
los riesgos que implicaba liberarlo.
Atahualpa
había convencido a sus mujeres e indígenas de que, si no quemaban su cuerpo, él
resucitaría como lo haría el sol, su padre.
Cuando
lo llevaron para ser ejecutado, el Padre Fray Vicente de Valverde intentó
convertirlo al cristianismo, pero Atahualpa dudó, ya que pensaba que si se
convertía, lo quemarían. Al enterarse de que no sería quemado, aceptó ser
bautizado y luego fue ejecutado por garrote. Al día siguiente, lo enterraron en
la iglesia que los españoles tenían en Cajamarca.
Esto
ocurrió antes de que Soto regresara con la noticia de que no había visto ni
sabía nada, lo que causó gran pesar al Marqués y aún más a Soto, quien creía
que Atahualpa debería haber sido enviado a España, y se ofreció a llevarlo en
el barco. Era la mejor opción, ya que mantenerlo en la tierra era
inconveniente, y se creía que no viviría muchos días más, siendo un líder muy
querido y respetado entre los suyos. Ahora, compartiré algunas de las cosas que
vi y escuché durante ese tiempo.
Capítulo
12.
Del arte y persona de Atahualpa y de otras cosas que usaba
Atahualpa
era un líder indígena bien formado y de buena apariencia. Tenía una constitución
robusta pero no excesivamente corpulenta, con un rostro hermoso y serio, y unos
ojos intensamente colorados. Cuando lo sacaron del poste donde fue ejecutado,
sus seguidores cavaron la tierra donde habían estado sus pies, llevándola como
reliquia.
Era
muy temido por su propio pueblo. Recuerdo que el señor de Huaylas le pidió
permiso para visitar su tierra, y Atahualpa se lo concedió, dándole un plazo
para su partida y regreso. Sin embargo, el señor de Huaylas se retrasó un poco
y, al regresar, temblaba tan intensamente que apenas podía mantenerse de pie
frente a Atahualpa. Este último levantó ligeramente la cabeza y, con una
sonrisa, le indicó que se retirara. Cuando lo llevaron a ejecutar, toda la
gente presente en la plaza, compuesta por muchos naturales, se postró en el
suelo, cayendo como si estuvieran borrachos.
Este
indígena se servía de sus mujeres según la jerarquía que ya he mencionado.
Tenía numerosos caciques a su lado: éstos esperaban afuera en un patio, y al
llamar a alguno, este entraba descalzo donde él estaba. Al regresar del
exterior, también debían entrar descalzos y cargados con una carga. Cuando su
capitán Challcochima llegó con Hernando Pizarro y entraron para verlo, Challcochima
ingresó descalzo y llevando una carga, luego se postró a sus pies y Pizarro los
besó. Atahualpa, con un rostro sereno, le dijo: "Bienvenido, Challcochima",
queriendo decir: "Bienvenido, buen Challcochima".
Este
indígena solía adornar su cabeza con unos llamativos llautus, que son trenzas
hechas de lana de colores. Estas trenzas tenían el grosor de medio dedo y una
anchura de uno, formando una especie de corona redondeada que se ajustaba a la
cabeza. En la parte frontal, llevaba una borla cosida al llauto, de
aproximadamente una mano de ancho, confeccionada con lana de gran calidad y
meticulosamente cortada para que fuera uniforme. Esta borla estaba ensartada en
unos delicados cañutos de oro, que la sostenían en su lugar de manera muy sutil
hasta la mitad de su longitud. La lana utilizada para esta borla era hilada y
cuidadosamente tejida desde los cañutos hasta el punto donde descansaba sobre
la frente, cubriendo completamente el llauto. La borla descendía hasta llegar
justo por encima de las cejas, con un grosor de aproximadamente un dedo,
ocupando toda la parte frontal de la cabeza. Todos estos señores llevaban el
cabello corto, mientras que los orejones lo llevaban un poco más largo, como si
estuviera peinado hacia atrás.
Este
señor y sus parientes cercanos, los orejones principales, vestían ropas
sumamente finas y suaves, al igual que sus esposas y hermanas. Estas prendas
les eran proporcionadas por los señores. En contraste, los demás llevaban ropas
más toscas. Él solía colocarse una manta sobre los hombros, sujetándola por
debajo de la barbilla para cubrirse las orejas, especialmente una de ellas que
tenía rota debido a un incidente con los seguidores de Huáscar, quienes se la
quebraron al detenerlo.
Durante
las comidas, mientras estas damas mencionadas le llevaban la comida y la
disponían en pequeños y delgados platos verdes, este señor permanecía sentado
en un pequeño taburete de madera, que tenía aproximadamente un palmo de altura
y estaba adornado con una hermosa madera de color rojo. Siempre mantenían el
taburete cubierto con una fina tela, incluso cuando él estaba sentado en él.
Estos platos verdes mencionados se colocaban frente a él cuando quería comer, y
allí le servían todo tipo de manjares, algunos en recipientes de oro, plata o
barro. Él simplemente indicaba qué quería comer, y una de estas damas sostenía
el plato en la mano mientras él comía.
Mientras
él estaba comiendo de esa manera, conmigo presente, una gota de comida cayó
sobre la vestimenta que llevaba puesta. Sin más, apartó a la india que le
servía, se levantó y se retiró a su habitación para cambiar su atuendo. Al
regresar, sacó una camiseta y una manta de color pardo oscuro. Acercándome a
él, toqué la manta, que era más suave que la seda, y le pregunté: "Inca,
¿de qué está hecha esta tela tan suave?". Él me respondió: "Es de
unos pájaros que merodean por la noche en Puerto Viejo y Tumbes, que muerden a
los indios". Sin embargo, al profundizar, reveló que en realidad estaba
hecha de pelo de murciélagos. Ante mi sorpresa por la cantidad necesaria de
murciélagos para confeccionar una prenda, él explicó: "¿Qué más podrían
hacer esos perros de Tumbes y Puerto Viejo sino recogerlos para hacer ropa para
mi padre?". Resultó que estos murciélagos de esas áreas mordían a indios,
españoles y caballos durante la noche, extrayendo una cantidad sorprendente de
sangre. Esta revelación confirmó que la tela estaba hecha de lana de
murciélagos, cuyo color era similar al de los animales, y se corroboró la
existencia de una gran cantidad de ellos en Puerto Viejo, Tumbes y sus
alrededores.
Un
día, un indio vino a quejarse de que un español estaba confiscando prendas
pertenecientes a Atahualpa. El Marqués me ordenó averiguar quién era y llamar
al español para castigarlo. El indio me llevó a una choza donde había una gran
cantidad de petacas, pero el español ya se había ido. El indio me explicó que
de allí había tomado una prenda del señor. Al preguntarle qué contenían esas
petacas, me mostró algunas que guardaban todo lo que Atahualpa había tocado con
sus manos y luego descartado: desde los pequeños platos en los que había comido
hasta los restos de comida o los huesos de las aves que había consumido,
pasando por los restos de maíz que había manipulado. Me explicaron que
guardaban estas cosas para quemarlas cada año, ya que consideraban que lo que
tocaban los señores y los hijos del sol debía convertirse en cenizas y ser
dispersado en el aire, sin que nadie pudiera tocarlo. Un líder con algunos
indios estaba encargado de custodiar y recolectar estas pertenencias de las
mujeres que servían a los señores.
Estos
señores dormían en el suelo sobre grandes colchones de algodón y se cubrían con
amplias mantas de lana. Nunca he visto en todo el Perú a un indio que se
asemejara a Atahualpa, ni en su ferocidad ni en su autoridad.
Después
de la muerte de Atahualpa, como mencioné anteriormente, había hecho creer a sus
hermanas y esposas que, si no lo quemaban, volvería a este mundo. Algunas
personas, junto con una de sus hermanas y algunas mujeres, se habían ahorcado,
afirmando que iban al más allá para servir a Atahualpa. Quedaron dos hermanas
que seguían llorando intensamente con tambores y cantando, recordando las
hazañas de su esposo. Esperaron a que el Marqués saliera de su habitación y
luego fueron al lugar donde solía estar Atahualpa. Me rogaron que las dejara
entrar y, una vez dentro, comenzaron a llamar a Atahualpa, buscándolo en cada
rincón, susurrando su nombre. Al ver que no recibían respuesta, se marcharon
entre lágrimas. Les pregunté qué buscaban y me contaron su creencia. Yo las
desilusioné, explicándoles que los muertos no regresan hasta el día del juicio
final.
Era
una costumbre entre estos indios que cada año las mujeres lloraran a sus
esposos fallecidos, llevando sus prendas y armas delante de ellas, mientras
otras mujeres cargaban mucha chicha detrás. Además, algunas tocaban tambores y
cantaban las hazañas de los difuntos. Recorrían diferentes lugares donde los
fallecidos habían estado en vida, y después de cansarse, se sentaban a beber.
Una vez descansadas, retomaban el llanto hasta que se agotaba la chicha.
Capítulo
13.
De la partida de Cajamarca hacia Jauja y del nombramiento de Túpac Huallpa como
señor, y de lo que sucedió en el camino.
Después
de la muerte de Atahualpa, el Marqués don Francisco Pizarro designó a Túpac
Huallpa como señor, hijo de Guaina Capa y hermano de Huáscar, quien tenía
derechos al señorío. Túpac Huallpa había visitado a Atahualpa cuando este
estaba preso, simulando estar enfermo durante todo el tiempo que Atahualpa
vivió, permaneciendo encerrado en una habitación por temor a ser asesinado, tal
como les había sucedido a otros hermanos.
Una
vez nombrado señor, Túpac Huallpa compartió una comida con Challcochima. Durante
el banquete, Challcochima ofreció a Túpac Huallpa un vaso de chicha, como era
habitual. Sin embargo, Challcochima había envenenado la bebida, lo que llevó a
la muerte de Túpac Huallpa en Jauja después de aproximadamente siete u ocho
meses. Los indígenas conocían hierbas con las que podían causar la muerte meses
o incluso años después de su ingestión.
Tras
el nombramiento de Túpac Huallpa como señor, el Marqués ordenó preparar a la
gente para dirigirse a Jauja, prometiendo que todo el tesoro que encontraran a
partir de entonces sería compartido por todos. Los que se habían unido a
Almagro estaban satisfechos con esta decisión y se prepararon para la partida.
Partieron de Cajamarca con el Marqués don Francisco Pizarro, toda la gente, Túpac
Huallpa como nuevo señor y Challcochima con sus guardias, avanzando hasta
llegar a Huamachuco.
Al
llegar a Huamachuco, encontraron obstáculos para avanzar debido a que los
indígenas no les permitían pasar, ya que Challcochima secretamente lo ordenaba.
Challcochima era temido en toda la
región más que el propio Túpac Huallpa, por dos razones principales: primero,
para disminuir la importancia de Atahualpa, argumentando que si ellos vinieran
con él, los indígenas se unirían en su contra; segundo, para vengarse de
algunos caciques con los que estaba enemistado, como se pudo evidenciar en una
conversación con el Marqués, donde expresó su descontento por la falta de
preparación de Túpac Huallpa: "Mira señor, qué poco caso hacen de Túpac
Huallpa, pues no tienen aparejados los tambos ni proveídos; déjame a mí hacerlo
y verás cómo todo estará bien provisto". El Marqués le concedió la
autorización.
Con
esta licencia, Challcochima convocó a todos los caciques de la región y les
ordenó traer grandes piedras, una por cada cacique. Luego, las dispuso en un
lugar según su criterio y ordenó a los caciques y líderes que se acostaran en
el suelo con la cabeza sobre las piedras. Con otra piedra en sus manos, golpeó
fuertemente la cabeza del primero, dejándolo gravemente herido, intentando hacer
lo mismo con los demás. Al conocer este acto cruel, el Marqués ordenó que no se
permitiera el paso adelante y así se descubrió la maldad de Challcochima. Desde
entonces, hubo un mal ambiente en todos los tambos mientras él vivió, ya que no
obedecían a Túpac Huallpa por temor a él.
Los
habitantes de Cajamarca, Huamachuco y sus alrededores son personas dispuestas,
con cuellos largos y llevan madejas de color rojo alrededor de las cabezas,
como los otros mencionados anteriormente. Adoraban a los ídolos, teniendo al
sol como el principal por orden de los Incas, quienes veneraban al sol.
Continuamos
nuestro viaje hasta llegar a Huaylas, donde encontramos a una gente peculiar,
pues se decía que comían la semilla que la mujer arrojaba cuando se unían con ella.
Estos también tienen cuellos largos y llevan rodetes en las cabezas, llamados
pillos, además de hondas blancas alrededor.
De
ahí, nos dirigimos a los Atavillos, Tarma y Bonbón, otra provincia. Estos
llevan mantas pintadas de amarillo y rojo. Llegamos a Jauja, donde hubo un
encuentro con los guerreros que Challcochima había dejado cuando fue a
Cajamarca, quienes huyeron y prendieron fuego a un gran almacén y otros
depósitos de alimentos. Incendiaron el almacén para ocultar cierto tesoro de
oro que había dentro. Después del incendio, se encontraron algunos cántaros de
oro, plata y vasos, aunque se supo que otra parte del tesoro la habían enviado
a Lunahuaná para esconderla. Estos guerreros se retiraron hacia el Cusco para
unirse a Quisquis, aunque hubo enfrentamientos en el camino, como contaré más
adelante.
Una
vez en el valle de Jauja, el Marqués decidió detenerse algunos días para que la
gente descansara y para evaluar el potencial del lugar como sitio de
asentamiento, con la intención de fundar un pueblo. Este sería el segundo
pueblo fundado en el reino, aunque más tarde se trasladaría a Lima debido a su
cercanía al puerto. Durante estos días, Túpac Huallpa falleció a causa de los
venenos que Challcochima le había dado en Cajamarca, como ya se ha mencionado.
Tras
el descanso, el Marqués decidió dejar algunos españoles en Jauja y así lo hizo,
aunque no fundó el pueblo en ese momento, sino que lo hizo más tarde cuando
regresó del Cusco. Después de tomar esta decisión, organizó a la gente que
continuaría con él hacia el Cusco. Ordenó a Soto que avanzara con un grupo
ligero y que le informara constantemente sobre lo que encontrara en el camino.
Así, nos separamos y cada grupo continuó su camino.
Los
habitantes de Jauja se dividen en dos grupos: los Jaujas y las guancas. Ambos
grupos tienen cuellos largos y usan una especie de corona en la cabeza, cortada
alrededor del cuello. Los Jaujas llevan bandas rojas alrededor de sus cabezas,
con un ancho de aproximadamente una mano, mientras que las guancas las llevan negras.
Su lengua es el quechuasimi, que era la lengua común ordenada por el señor que
se hablara generalmente, ya que cada provincia tenía sus propios idiomas
diferentes. La lengua de los señores y orejones era la más refinada, mientras
que la de Puerto Viejo tenía un tono particularmente agudo, similar al chillido
de los gatos. La diferencia entre el quechuasimi de las guancas y el que se
hablaba comúnmente era similar a la diferencia entre el portugués y el
castellano, es decir, entre los Jaujas y las guancas.
Al
otro lado de esta provincia, más hacia abajo, se encuentran los chachapoyas,
una gente de guerra conocida por llevar las cabezas rapadas en diferentes
partes, y se les consideraba ladrones. Se dice que las mujeres de esta
comunidad suelen ser notablemente hermosas. Me contaron que Atahualpa le dijo
un día al Marqués que en esta región había una sierra donde de vez en cuando
prendían fuego a una pequeña montaña que había en ella, y después de que el
fuego se extinguía, encontraban plata derretida en su interior. Este fenómeno
fue una de las razones por las cuales el Marqués don Francisco Pizarro no había
recibido aún su título nobiliario, ya que esperaba obtenerlo en esta provincia
o en la de Huánuco, planeando intercambiar a los indígenas que vivían allí, con
el consentimiento de Su Majestad. Atahualpa mencionó que esta sierra estaba
ubicada donde había mencionado anteriormente, o en los Guancachupachos; aunque
no estoy seguro en qué provincia exactamente dijo que se encontraba, creo
recordar que mencionó que estaba en los chachapoyas.
Capítulo
14.
De la partida de Jauja hacia el Cusco y de los acontecimientos hasta su
entrada.
Después
de salir de Jauja en dirección al Cusco, como ya mencioné, yendo Soto adelante,
continuamos nuestro viaje. En Vilcas, Soto se encontró con una fuerza de guerra
local en una colina que ascendía hacia la entrada de la ciudad. Hubo un
enfrentamiento en el que los españoles dispersaron a los indígenas, causando
algunas bajas entre ellos. Soto informó inmediatamente al Marqués sobre lo
sucedido. Este último ordenó a Soto que esperara antes de entrar en el Cusco,
unas tres o cuatro jornadas, pero Soto no obedeció esta orden. Este desacato
nos puso a todos en peligro, ya que Soto, con intenciones cuestionables,
intentaba llegar al Cusco antes que el Marqués.
Pronto,
se supo que en Vilcaconga, a unas diez leguas del Cusco, toda la fuerza de
guerra local estaba reunida, esperándonos para entablar una batalla. Este lugar
era estratégico para ellos debido a una empinada sierra que debíamos ascender,
más de una legua de extensión. Los indígenas creían que una vez que los
caballos subieran, estarían cansados y serían más vulnerables que en terreno
llano. Este plan casi tiene éxito si no fuera por la intervención divina. Al
enterarse de las intenciones de Soto, uno de los soldados que lo acompañaban
informó al Marqués. Recibimos esta noticia cerca del río de Abancay.
Una
vez que el Marqués tuvo conocimiento de esto, ordenó a don Diego de Almagro que
lo persiguiera y lo detuviera donde lo alcanzara. Preparó a toda la gente
disponible para acompañar a Almagro, quedándose él con un pequeño grupo de
entre veinte y veinticinco hombres, la mayoría a pie, para custodiar a Challcochima.
Si la tierra no estuviera dividida entre los indígenas, todos habríamos
perecido allí.
Cuando
Almagro partió, Soto recibió noticias de su avance y, para mantener su plan,
apresuró el paso, fingiendo con la gente que llevaba que tenían prisa por tomar
el paso de Vilcaconga antes de que los indígenas se reunieran, a pesar de que
llevaban meses juntos allí. Al enterarse de esto, Almagro aumentó el ritmo, sin
detenerse ni de día ni de noche para alcanzar a Soto. Sin embargo, Soto se
apresuró tanto que agotó a los caballos. A pesar de la fatiga, no quiso
descansar al pie de la colina para evitar ser alcanzado por Almagro, que estaba
cerca. Decidió ascender la colina con los caballos cansados, y a mitad de la
subida, los indígenas los atacaron y los rodearon de tal manera que incluso
pudieron agarrar las colas de los caballos. Durante el enfrentamiento, cinco
españoles murieron y muchos caballos resultaron heridos. Si no hubiera sido por
la llegada de la noche, es probable que todos hubieran sido asesinados. La
situación era tan caótica que algunos españoles rezagados huyeron hacia el
campamento de los indígenas, confundiéndolo con el de los españoles.
Esa
misma noche, don Diego de Almagro llegó al pie de la colina y, al no encontrar
a Soto, sin detenerse, ascendió con sus hombres, que estaban igualmente
agotados que los que habían ido con Soto. Una vez en la cima, alrededor de la
medianoche, ni los cristianos ni los indios sabían dónde estaban los demás, ya
que los indios esperaban a que amaneciera para atacar a Soto y dispersarlo, y
eso habría sucedido si Almagro no hubiera llegado a tiempo.
Al
encontrarse en la cima, Almagro ordenó que se tocara una trompeta, a cargo de
Pedro de Alconchel. Cuando sonó, los españoles que estaban con Soto se alegraron,
ya que estaban en una situación difícil, y se dirigieron hacia donde estaba
Almagro. La trompeta se tocó varias veces para que los españoles rezagados,
cansados y rezagados, pudieran ubicar el campamento cristiano.
Una
vez que los indios de guerra oyeron la trompeta y reconocieron el socorro que
había llegado, se retiraron a un cerro cercano a su escondite sin temor a los
españoles. En ese momento, los que estaban en mayor peligro eran los que habían
quedado con el Marqués, ya que los indios, al darse cuenta de esto, podrían
haberlos atacado sin problemas.
En
Vilcaconga, todos esperaron al Marqués, quien ya se encontraba en Apurímac,
donde recibió un mensajero enviado por Almagro para informarle de lo sucedido.
Ahora,
pasando a lo que encontramos de oro y plata en este camino, en Andahuaylas
encontramos una gran cantidad de plata chafalonía, es decir, piezas pequeñas.
Estas se dejaron allí y luego se llevaron a Jauja, donde se fundieron en otras
piezas, aunque en menor cantidad debido a lo que quedó de Andahuaylas. También
encontramos unos tablones de plata bajando de Curamba, en un llano donde había
un pueblo de mamaconas. Al llegar a este lugar, que estaba desierto porque toda
la gente se había marchado, el Marqués se detuvo para comer, y me ordenó entrar
en las casas a buscar comida. Fue entonces cuando, buscando maíz, encontré
estos tablones de plata, que medían veinte pies de largo, uno de ancho y tres
dedos de grosor. Informé al Marqués, y él y los demás entraron a verlos. Los
indios explicaron que los estaban llevando a Trujillo para construir una casa
para su ídolo llamado Achimo. Más tarde se encontró la portada de esta casa,
que se vendió por noventa mil castellanos.
En
Vilcas, encontramos en un buhío redondo ciertas angarillas que contenían cántaros
y planchas de oro. Se decía que esto estaba destinado para llevar a Atahualpa y
a lo que se había ordenado para Huaylas, pero al morir, todo lo que quedaba sin
voz quedaba abandonado allí.
Recuerdo
también que un día, mientras el Marqués comía con Atahualpa, llegaron noticias
desde Chile de que se estaban trayendo seiscientas angarillas de tejidos de oro
para lo que él había ordenado. Al preguntarle el Marqués cuánto sería esa
cantidad, Atahualpa respondió: "Será un montón tan alto como esta mesa".
Continuando
nuestro camino, llegamos a Apurímac (que significa "el señor que
habla"), donde tuvimos un encuentro con el demonio. Sucedió que ante un
español llamado Francisco Martín, a quien Mango Inca tenía preso durante su
levantamiento, Mango Inca hizo que el demonio hablara delante de él. Francisco
Martín afirmó haber escuchado la voz del demonio respondiendo a Mango Inca como
si fuera su dios.
En Apurímac,
encontramos un buhío muy adornado, con un palo grueso en su interior, más ancho
que un hombre corpulento y lleno de marcas desgastadas. Este palo estaba
cubierto de sangre de los sacrificios que le ofrecían. Llevaba un cinturón de
oro que lo rodeaba por completo, con dos grandes protuberancias de oro en la
parte frontal, similares a los senos de una mujer, soldadas en el cinturón.
Estaba vestido con ropas muy delicadas, con muchos adornos de oro, similares a
alfileres que usaban las mujeres del reino. También colgaban pequeños
cascabeles de sus extremidades, los cuales las mujeres utilizaban para sujetar sus
mantas. A los lados de este palo grande, había otros más pequeños en fila, que
ocupaban todo el espacio de un lado a otro. Estos palos también estaban bañados
en sangre y vestidos con mantas, sembrando la impresión de estatuas de mujeres.
Decían
que el demonio, llamado Apurímac, les hablaba a través de este palo mayor. Una
señora llamada Azarpay, hermana de los Incas, era la guardiana de este ídolo.
Más tarde, se lanzó desde un precipicio alto hacia el río de Apurímac,
tapándose la cabeza y llamando al Apurímac, el ídolo al que ella serviría.
En
esta tierra, los indios tenían ídolos que llamaban guacas. Entre los más
importantes estaban Guanacaure en el Cusco, uno en la laguna del Collao llamado
Titicaca, el mencionado Apurímac, y en Trujillo, Achimo, donde llevaron los
tablones. Pero sobre todos estos, consideraban a Pachacamac como el más
importante, que significa "el que toma toda la tierra" para ellos.
Otros ídolos numerosos aparecían ante ellos, ya que los mencionados
anteriormente eran considerados sus principales ídolos.
El
palo que mencioné estuvo bajo la responsabilidad del Factor Diego Núñez de
Mercado, quien tenía encomendados a esos indios, y se rumoraba que le pagaron
doce mil pesos por él. La mujer que mencioné que se despeñó lo hizo para recuperarlo,
en un momento en que Mercado estaba a cargo del Cusco.
Retomando
la historia de los capitanes don Diego de Almagro y Soto, que estaban en
Vilcaconga con la gente esperando al Marqués, una vez que Francisco Pizarro
llegó a Vilcaconga, donde lo esperaban, todos juntos partieron hacia la ciudad
del Cusco.
Una
vez llegados a Jaquijahuana, cuatro leguas antes del Cusco, un hijo de Huayna Cápac
llamado Manco Inca se presentó ante el Marqués Francisco Pizarro en señal de
paz. Afirmaba que el señorío le pertenecía, y Pizarro le prometió considerarlo
y darle su respuesta en el Cusco, lo cual cumplió. Sin embargo, los nativos
preferían que Pizarro los gobernara directamente y no nombrara a ningún señor,
lo cual habría sido mejor, dado lo que luego hizo este indígena, como se
explicará más adelante.
En
este lugar, Jaquijahuana, se descubrieron las traiciones de Challcochima hacia
los españoles, así como sus intentos de emboscar a la gente de guerra en los
pasos ya mencionados, donde hubo enfrentamientos. También se supo de los
hechizos que había lanzado sobre Túpac Huallpa. Por estas razones y por el
peligro que representaba si se liberaba, Pizarro y sus capitanes decidieron
ejecutarlo. Así que aquí mismo, en Jaquijahuana, fue donde murió.
Cuando
lo llevaban para ser ejecutado, Challcochima gritaba a viva voz llamando a su
compañero Quisquis, preguntándole cómo permitía que lo mataran, ya que creía
que él lo escuchaba, dado que se sabía que la gente de guerra de Quisquis
estaba en los cerros de Jaquijahuana. Así fue como murió este capitán Challcochima.
Era un indio robusto, de miembros gruesos, de tez morena y muy valiente.
Recuerdo
que cuando este indio estaba en la plaza de Cajamarca, en una ocasión don Diego
de Almagro salió a caballo de la posada del Marqués, y al verlo, para
asustarlo, puso las piernas al caballo, dirigiéndolo hacia él. Challcochima permaneció
inmóvil sin moverse, aunque el caballo llegó a ponerle la herradura encima de
la cabeza. Todos culparon a Almagro por no haberlo atropellado. Era un indio
muy cruel.
De ahí
partimos hacia el Cusco. Contar los depósitos que había en este valle y desde
allí hasta el Cusco de todas las cosas que se tributaban al señor en todo el
reino era una tarea asombrosa. Desde Tumbes hasta allí había unas cuatrocientas
leguas, y parecía imposible terminar de contar todo lo que había, desde las
conchas marinas rojas que traían de Tumbes para hacer delicados recipientes
hasta todas las demás cosas que se pueden imaginar que existían en estos
reinos.
Una
legua antes de llegar al Cusco, en un llano que llamaron Guacauara (que
significa batalla) debido a un enfrentamiento que tuvieron allí con la gente de
Quisquis, que estaba en una ladera junto al llano, se produjo un encuentro en
el que algunos caballos resultaron muertos o heridos. El Marqués pasó la noche
en el llano con mucha vigilancia, ya que era tarde para entrar en el Cusco.
En
medio de la noche, hubo un alboroto y una confusión entre la gente indígena
debido a unos caballos que se soltaron. Como no entendían lo que ocurría,
temieron que los indios de guerra que estaban en la ladera atacaran, lo que
habría causado mucho daño. Los aliados naturales que estaban con los españoles
se abrazaron a ellos, pensando que Quisquis y su gente habían atacado. El
alboroto duró un tiempo considerable hasta que se entendió lo que estaba
sucediendo. Quisquis y los indios de guerra, al escuchar las voces, creyeron
que los españoles se lanzaban sobre ellos y se retiraron esa noche. Al día
siguiente, no apareció ninguno de ellos.
Una
vez amaneció, el Marqués dividió la gente en tres partes: una iba adelante
descubriendo, otra iba en retaguardia, y él, junto con el resto de la gente y
la infantería, se ubicó en medio. De esta manera, ingresamos al Cusco. La
multitud que salió a vernos era tan grande que los campos estaban llenos.
El
Marqués hizo que la gente acampara alrededor de la plaza, estableciendo su
propio alojamiento en Caxana, unos aposentos que habían pertenecido a Guaina
Capa. Sus hermanos, Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro, se alojaron en otros
cercanos a estos. Almagro se alojó en unos aposentos cercanos a la iglesia, que
hoy en día es la iglesia mayor. Soto se alojó en Arnarocancha, unos aposentos
que pertenecían a los antiguos Yngas y estaban en la otra parte de la plaza. El
resto de la gente se alojó en un gran galpón cerca de la plaza y en
Hatuncancha, un gran recinto que tenía una sola entrada por la plaza y estaba
ocupado por las mamaconas, con muchos aposentos dentro. Todos los españoles se
alojaron en estos lugares, ya que el Marqués ordenó que se anunciara que ningún
español debía atreverse a entrar en las casas de los nativos para tomar algo.
Capítulo
15:
La riqueza del Cusco y las ceremonias de los nativos
Era
sorprendente la cantidad de personas que habitaban en el Cusco, sus costumbres
despertaban admiración. La mayoría de ellos estaban dedicados al culto de sus
difuntos, como ya he mencionado anteriormente. Cada día, los sacaban a la plaza
y los acomodaban en filas según su antigüedad. Allí, los sirvientes y las criadas
compartían comida y bebida con ellos. Para los difuntos, encendían hogueras con
leña cuidadosamente cortada y seca, donde quemaban los alimentos que les
ofrecían.
Frente
a estos difuntos, colocaban grandes recipientes de oro, plata o barro, donde vertían
la chicha que les ofrecían como ofrenda, invitándose mutuamente, tanto los
difuntos entre sí como los vivos a los difuntos, y viceversa.
Una
vez llenos estos recipientes, los vertían sobre una piedra redonda, ubicada en
el centro de la plaza y rodeada por una pequeña piscina, donde se consumía a
través de canales subterráneos. Esta piedra estaba recubierta de oro y tenía
una tapa decorada con un diseño tejido, que la protegía durante la noche.
También
sacaban un pequeño paquete cubierto, que afirmaban era el sol, llevado por un
indígena que ejercía como sacerdote, vestido con una túnica que le llegaba
hasta debajo de la espinilla, con flecos anchos de aproximadamente una mano de
ancho, decorados en todo su contorno. Los flecos eran enteros, no cortados.
Acompañaban a este individuo otros dos, también designados como guardianes del
sol. Estos dos llevaban cada uno una asta en la mano, un poco más larga que una
alabarda, en las cuales estaban incrustadas porras o hachas de oro. Las astas
estaban cubiertas con fundas de lana, sin mangas, que las envolvían
completamente, llegando hasta abajo. Además, estas astas estaban adornadas con
cintas de oro alrededor. Los indígenas afirmaban que estas eran las armas del
sol.
Para
colocar este objeto que afirmaban ser el sol, disponían en el centro de la
plaza un pequeño asiento adornado con mantas de plumas ricamente pintadas. Aquí
colocan el objeto, con un individuo sosteniendo un hacha a cada lado, ambos con
el hacha en la mano derecha. Siguiendo el mismo ritual que utilizaban para
alimentar a los difuntos, también le ofrecían comida y bebida al sol.
Cuando
terminaban de alimentar al sol, un indígena se levantaba y daba un grito que
todos escuchaban. Al escucharlo, todos los presentes, tanto en la plaza como fuera
de ella, se sentaban. En un silencio total, sin hablar, toser o moverse,
esperaban hasta que se consumiera la comida que habían colocado en el fuego, el
cual ardía rápidamente debido a la sequedad de la leña. Las cenizas resultantes
de estos fuegos eran depositadas en el mismo recipiente ubicado en el centro de
la plaza, una piedra redonda similar a un pezón, donde también vertían la
chicha.
Este
sol tenía numerosos guardianes, criados a manera de sacerdotes. Entre ellos
destacaba uno que era el más importante, como un obispo, al cual todos
obedecían; se llamaba Vilaoma. Era el líder de la jerarquía de estos señores de
los reinos. Residían en unas enormes casas de piedra finamente labrada,
rodeadas por una alta y bien construida muralla de piedra. En la parte
delantera de esta muralla, incrustada en las piedras, había una franja de
láminas de oro, de más de un palmo de ancho. En lo más alto de la muralla,
sobre la puerta única, había un relieve especial. En un pequeño patio interior
se encontraba una roca, ya mencionada, a modo de trono, con incrustaciones de
oro que la cubrían, y que posteriormente trasladaron a Cajamarca. Aquí,
situaban al sol cuando no salía a la plaza durante el día, y por la noche lo
guardaban en un pequeño aposento, muy bien decorado y chapado en oro por
encima.
En
estas casas también vivían muchas mujeres, quienes afirmaban ser esposas del
sol, pretendiendo conservar su virginidad y pureza, aunque en realidad
mantenían relaciones con los criados y guardianes del sol, que eran numerosos.
Frente
al aposento donde descansaba el sol, tenían construido un pequeño jardín,
similar a una gran era, donde cultivaban maíz en su temporada. Lo regaban
manualmente con agua que traían para el sol. Durante las celebraciones anuales,
que tenían lugar tres veces al año coincidiendo con la siembra, la cosecha y
los solsticios, llenaban este jardín con réplicas de cañas de maíz, con sus
mazorcas y hojas doradas, guardadas especialmente para estas ocasiones.
En
este recinto donde estaba situado el sol, más de doscientas mujeres, hijas de
nobles indígenas, dormían cotidianamente en el suelo. El objeto que
representaba al sol se colocaba en un alto y lujoso trono, adornado con
abundante plumaje iridiscente, mientras ellas pretendían ser esposas del sol y afirmaban
que este se unía a ellas.
Ahora
hablaré sobre estas mujeres, llamadas mamaconas. Este término era común entre
el linaje de los orejones, una distinguida clase de personas, especialmente
aquellos que llevaban el cabello corto, aunque había otros que lo llevaban
largo, sin cortarlo nunca. Aunque decían que eran parientes entre sí, su origen
se remontaba a dos hermanos, uno de los cuales adoptó la costumbre de cortarse
el cabello, y el otro lo llevaba largo. Los que adoptaron el corte de pelo
corto eran los líderes de este reino, y se consideraba que sus hijos e hijas
tenían un estatus más elevado.
Desde
que eran jóvenes, tenían la libertad de elegir a quién servir y adoptar el
apellido de su elección. Desde pequeños, sus padres los destinaban al servicio
del sol, del señor reinante o de alguno de los difuntos mencionados
anteriormente. Aquellos dedicados al sol vivían en casas grandes y amuralladas,
donde las mujeres se ocupaban de hacer chicha, una bebida elaborada a partir de
maíz, que bebían como nosotros bebemos vino, y de preparar la comida tanto para
el sol como para aquellos que lo servían.
Durante
la noche, todas estas mujeres estaban recluidas, sin salir de los recintos y
casas fortificadas. Contaban con numerosos porteros que las custodiaban, y solo
había una puerta de acceso. En estas casas y recintos, ningún hombre podía
pasar la noche bajo pena de muerte. Villac Umu, quien tenía autoridad sobre
todas las disposiciones y rituales, le hubiera condenado a muerte, ya que todas
le obedecían y temían en sus ceremonias y rituales. Durante el día, estas
mujeres, llamadas mamaconas, tenían permiso para salir, pero durante la noche
permanecían dentro de los recintos.
Aquellas
que estaban destinadas al servicio residían en lugares igualmente protegidos, con
puertas y porteros que las vigilaban. Se ocupaban de las mismas tareas que las
mujeres dedicadas al sol y también servían a las hermanas de los Incas. Las
mujeres encargadas del servicio a los difuntos tenían más libertad, ya que,
aunque estaban confinadas en sus hogares, no estaban tan restringidas como las
mencionadas anteriormente.
En
todo el extenso reino del Perú, existía esta orden de mamaconas. En cada
provincia, se congregaban en la provincia principal, llevando allí todas las
hijas de los indígenas principales. Incluso en los pueblos más pequeños,
disponían de casas de reclusión para acoger a las niñas que nacían de todos los
indígenas cuando alcanzaban la edad de diez años. Estas niñas se dedicaban a
ayudar en las labores agrícolas para el sol y el Inca, así como en la
confección de prendas finas para los señores, principalmente hilando lana, ya
que la tejeduría la realizaban los hombres. Además, ellas se encargaban de
preparar la chicha para los indígenas que cultivaban las tierras del sol y del
Inca, así como para las guarniciones militares que pasaban por la región,
proporcionándoles alimento y esta bebida.
El
sistema para proporcionar esposas a los indígenas y renovar estas mamaconas
consistía en que cada año, el gobernador designado por el Inca en cada
provincia, llamado orejón, reunía a todas estas mamaconas en la plaza. Aquellas
que ya eran mayores y estaban listas para casarse, se les permitía elegir a sus
esposos entre los hombres de su propio pueblo. El gobernador convocaba a los
indígenas y les preguntaba con qué mujeres querían casarse. Siguiendo este
sistema, cada año se casaban las mujeres mayores, retirando a las más jóvenes
de diez años, como mencioné anteriormente.
Si
alguna de estas mujeres, llamadas mamaconas, destacaba por su belleza, era
enviada al señor. Este era una práctica común en todo el reino del Perú.
Estas
mujeres se sostenían mediante la comida que recolectaban para el señor. En cada
pueblo, sembraban y almacenaban alimentos, y de algunas regiones llevaban parte
de la cosecha al Cusco. Si la distancia lo requería, lo hacían anualmente para
evitar pérdidas, distribuyendo la comida entre los naturales y ordenándoles
que, al recolectar la nueva cosecha, devolvieran una cantidad igual al almacén
como reposición. Estos almacenes también servían para abastecer de alimentos a
las guarniciones militares que pasaban por los pueblos, sin afectar las
reservas de los habitantes locales. También tenían almacenes de ropa y calzado,
así como armas, adecuados a las necesidades de las provincias, para proveer a
las fuerzas militares que pasaban, junto con otras necesidades básicas.
Los
gobernadores provinciales se encargaban de administrar todo esto y de enviar al
Cusco la parte de estas contribuciones que se les ordenaba llevar. Además, se
encargaban de distribuir tierras entre los naturales de su jurisdicción,
asignando a cada indígena la cantidad de tierra necesaria y regulando el uso
del agua para el riego, especialmente en las zonas donde se practicaba la
irrigación, muy común en la mayoría del reino, incluso en las zonas de montaña
donde llueve. Utilizaban canales de irrigación para arar y sembrar las tierras,
que luego quedaban expuestas a las lluvias. Esto era especialmente común en las
zonas de montaña.
Estos
gobernadores tenían la responsabilidad de supervisar el número de indígenas
nacidos en su jurisdicción. También se encargaban de la extracción de oro y
plata de aquellos que tenían minas en su distrito, así como de la recolección
de hojas de coca, una planta preciada que los indígenas masticaban y utilizaban
en sus rituales religiosos. Aunque afirmaban que la coca les quitaba el hambre,
la sed y el cansancio, en realidad no lo hacía, según lo que escuché de
Atahualpa y Manco Inca. Esta planta era altamente valorada porque era usada por
los señores y aquellos a quienes se les otorgaba, no de manera común, sino como
un honor.
En
resumen, estos gobernadores tenían la responsabilidad y el control sobre todos
los aspectos de la vida de los indígenas en sus distritos, manteniendo la paz y
la justicia. Inspeccionaban regularmente los pueblos para asegurarse de que los
indígenas no poseyeran más de lo que se les había asignado: no podían tener más
hijos de diez años, ni poseer oro, plata o ropa fina a menos que se lo otorgara
el señor como reconocimiento por un servicio notable. Tampoco podían poseer más
ganado de diez cabezas sin la autorización del señor, y esta autorización se
otorgaba a los caciques, quienes, en el mejor de los casos, recibían permiso
para poseer hasta cincuenta o, en casos excepcionales, cien cabezas de ganado.
Recuerdo
que cuando llegamos al Cusco, un indígena de Cajamarca se me acercó y me contó
que desde que tuvo la edad suficiente para cargar peso, junto con otros
indígenas de su pueblo, había transportado dos cargas de maíz en dos ocasiones,
cada una equivalente a media hanega, ya que estos nativos utilizaban medidas de
plata y madera para medir las provisiones, apenas más grandes que las nuestras.
Desde Cajamarca hasta el Cusco hay unas doscientas leguas de camino muy
accidentado a través de la sierra. Cuando le pregunté qué comían durante este
largo viaje, me explicó que les proporcionaban comida en los pueblos por donde
pasaban si les faltaba, pero que las cargas que llevaban debían llegar intactas
al Cusco bajo pena de muerte. Una vez allí, depositaban las provisiones en
almacenes asignados para los habitantes de Cajamarca, y así procedían con todas
las demás contribuciones tributarias.
Los
yungas transportaban estos tributos y provisiones hasta la sierra para
depositarlos en almacenes que tenían preparados. Los yungas son valles cercanos
al mar, de clima cálido donde apenas llueve, solo una llovizna ligera, y no
necesitan casas, solo cobertizos hechos con cañas y esteras de enea. Mientras
que en los yungas es invierno, en la sierra es verano, y viceversa, lo que crea
una marcada diferencia de clima a solo una o dos leguas de distancia. Esta
variación de temperatura es asombrosa: salir de los llanos y entrar en la
sierra significa cambiar de estación.
Los
llanos son principalmente desiertos, excepto donde los ríos de la sierra
desembocan en el mar, donde se encuentran los asentamientos humanos. Cuando es
verano en la sierra, hace mucho frío y hay heladas, mientras que en invierno la
temperatura de la tierra es más templada, al contrario de lo que ocurre en
España.
Los
indígenas de las regiones cercanas a estos depósitos en la sierra recogen los
suministros y los llevan al Cusco. Los yungas visten ropa ligera de algodón,
tanto hombres como mujeres, con los hombres llevando el cabello largo y algunas
mujeres adornándolo con trenzas y cintas alrededor de la cabeza.
Ahora
contaré sobre lo que encontramos en el Cusco cuando entramos. Había una
cantidad impresionante de almacenes que contenían tanto ropa fina como más
rudimentaria, además de depósitos de asientos, comida, coca y plumas. Entre las
plumas, había depósitos de una variedad tornasolada que parecía oro fino, así
como otras de tonos verdosos dorados. Las plumas eran extremadamente pequeñas,
de aves apenas más grandes que cigarras, a las que llamaban pájaros tomines.
Estas aves solo criaban plumas en sus pechos, en una cantidad asombrosa que se
enhebraba en hilo de algodón alrededor de corazones de maguey, formando trozos
de más de un palmo de largo que se guardaban en petacas. Con estas plumas se
confeccionaban vestidos que causaban asombro por la abundancia de este material
tornasolado.
Además
de estas, había muchas otras plumas de diferentes colores destinadas a la
confección de ropas que solo vestían los señores y señoras en tiempos de
fiesta. También se encontraban mantas hechas de chaquira, de oro y plata,
formando pequeñas cuentas tan delicadas que parecía increíble cómo estaban
hechas, ya que no se veía ningún hilo, asemejando una red muy apretada. Estas
prendas eran para las señoras.
Había
almacenes de zapatos con suelas de cabuya y empeines de lana muy fina de muchos
colores, similares a medio-zapatos flamencos, pero que cubrían más del pie. No
puedo describir todos los almacenes de ropa y géneros que había, ya que el
reino producía una cantidad asombrosa de diferentes materiales.
También
había depósitos de barras de cobre para las minas, así como sacos y cuerdas,
además de vasos y platos de plata. Hablar del oro y la plata que encontramos
allí sería asombroso, aunque luego entendí que no lo valoraban tanto como
pensaba, ya que lo mejor lo habían escondido.
Voy a
relatar algunas de las piezas notables que se encontraron ocultas, además de lo
que se descubrió luego en los depósitos entre las mamaconas. Se descubrieron
doce huevos de oro y plata, hechos con una precisión y tamaño tan realista que
parecía increíble. También se hallaron cántaros, mitad de barro y mitad de oro,
con el oro tan perfectamente incrustado en el barro que, aunque se llenaran de
agua, no se derramaba ni una gota, y estaban tan bien elaborados que era
asombroso de ver.
Además,
se encontró una figura de oro que causó gran pesar entre los indígenas, ya que
decían que representaba al primer señor que conquistó esa tierra. También se
hallaron zapatos hechos de oro, similares a los que solían usar las mujeres, es
decir, medio-zapatos. Había langostas de oro, reproducciones de las que se
encuentran en el mar, así como muchos vasos decorados con figuras de abejas,
serpientes, e incluso arañas y lagartijas, todas esculpidas con gran detalle.
Esto
se encontró en una cueva grande situada fuera del Cusco, entre unas rocas, y
aunque eran piezas tan excepcionales, no las enterraron como otros tesoros muy
grandes de los que se había oído hablar, y que, más tarde, se supo que estaban
enterrados, según algunos indígenas.
Recuerdo
hoy dos o tres indígenas que contaron historias interesantes: uno se acercó a
un criado del Marqués llamado Francisco Maldonado y le dijo que en Vilcaconga,
en una quebrada cercana, habían llevado mil cargas de planchas de oro para esconderlas,
las cuales Huáscar planeaba usar para revestir su casa. Sin embargo, este
indígena desapareció sin dejar rastro luego de que Maldonado se lo contara al
Marqués.
Otro
indígena contó que Almagro había matado a Juan Picarro en el Cusco durante un altercado,
siendo este hermano de los Yngas. Este hombre, a petición de Manco Inca, le
había confiado a un tal Simón Xuárez que detrás de la fortaleza del Cusco, en
una llanura, había una bóveda subterránea donde estaban enterradas más de
cuatro mil cargas de oro y plata. Se dijo que, temiendo por su vida, Simón
Xuárez informó a Almagro sobre lo que sabía el indígena, lo que finalmente
resultó en su muerte. Se rumoreó que Manco Inca había instigado el asesinato,
asegurando que le mostraría el tesoro a Almagro. Sin embargo, una vez muerto el
indígena, se descubrió que estas afirmaciones eran falsas.
También
se cuenta que Almagro mató a otro hermano de este Inca, llamado Atosxopa,
enviando a cuatro españoles que, durante la noche, le propinaron puñaladas. Se
mencionaron nombres como Balboa, Sosa, Pérez y otro que no quedó claro, todos
ellos supuestamente actuando bajo la influencia de Manco Inca. Se rumoreaba que
Manco Inca estaba intentando eliminar a todos sus hermanos para evitar futuras
disputas y asegurar su propia posición de poder, ya que tenía planes de
rebelarse y no quería ningún rival vivo que pudiera ser usado por los españoles
como líder. Además, procuró la colaboración de don Diego de Almagro para
eliminar a estos dos hermanos restantes, ya que solo quedaba uno llamado Pablo,
quien, al ser bastardo y muy joven, no era considerado una amenaza.
Posteriormente, Almagro se llevó a Pablo consigo a Chile. Se entendió que estas
acciones de Almagro se llevaron a cabo mientras él era lugarteniente del Marqués
en el Cusco, en busca de ganarse la amistad de Manco Inca y obtener su apoyo
para su pretensión de gobernar el Cusco, tras haber recibido noticias de que se
le había otorgado la merced por parte de Su Majestad.
Los
nativos escondían estos tesoros mediante un método difícil de descubrir.
Reunían a un grupo necesario de personas y llevaban los tesoros a una ubicación
cercana al lugar donde serían enterrados. Allí dejaban entre cincuenta y cien
indígenas, dependiendo del tamaño del tesoro. Luego, ordenaban a los demás que
se fueran. Con el grupo restante, liderado por uno o dos nobles, parientes de
los reyes locales, trasladaban los tesoros al lugar de entierro. Una vez
escondidos y bien tapados, llevaban a esos mismos indígenas a un lugar apartado
donde se colgaban de los árboles, o bien los mataban directamente, sin dejar ni
uno solo vivo, aunque fuera un solo Inca, llegando incluso a cien o más
indígenas. Este respeto extremo hacia los Yngas hacía que los nativos
obedecieran sin cuestionar las órdenes de ahorcamiento o ejecución, lo que hace
casi imposible descubrir los tesoros escondidos en este reino.
La
fortaleza que se encontraba sobre el Cusco era extraordinariamente robusta y
estaba completamente cercada por muros de piedra labrada y dos torres muy altas.
Las piedras utilizadas para la construcción de este muro eran tan grandes y
gruesas que parecía imposible haberlas colocado manualmente; algunas eran tan
anchas como pequeños cofres y tenían un grosor de más de una brazada, estaban
tan bien encajadas que ni siquiera la punta de un alfiler podía penetrar entre
las juntas. El recinto estaba completamente amurallado y reforzado con estacas
puntiagudas.
Había
una gran cantidad de habitaciones dentro de la fortaleza, suficientes para
albergar a más de diez mil indígenas. Todos estos aposentos estaban llenos de
armas: lanzas, flechas, dardos, mazas, escudos grandes que podrían proteger a
cien indígenas debajo de uno, y muchos cascos que se colocaban en la cabeza
hechos de cañas muy tejidas y resistentes. Además, había numerosas literas
donde los señores podían descansar. La fortaleza estaba custodiada por muchos
indígenas que también vigilaban los depósitos de armas y se encargaban de
reparar los techos y habitaciones durante la temporada de lluvias. Esta fortaleza
era prácticamente inexpugnable y resistente, aunque carecía de agua y tenía una
compleja red de laberintos y habitaciones que resultaban difíciles de explorar
completamente.
La
vida en el Cusco estaba impregnada de música y celebración. Durante las noches,
el sonido de tambores resonaba por todas partes, mientras los vivos y los
muertos bailaban, cantaban y bebían. Esta era una práctica común entre los
señores, señoras y orejones, aunque no tanto entre los demás indígenas
naturales, salvo en algunas fiestas especiales organizadas en sus propios
pueblos bajo la supervisión de los orejones que los gobernaban. Los señores de
esta tierra solían justificar la constante ocupación de los naturales en el
trabajo, argumentando que era beneficioso para ellos, ya que los consideraban
perezosos y holgazanes, y creían que al mantenerlos trabajando se mantenían
sanos.
Los
orejones, como se les llamaba a estos nobles, tenían rituales especiales para
convertirse en tales. Cada año, reunían a sus hijos de diez años y los vestían
con camisetas y mantas cortas, junto con zapatos de paja. Durante varios días,
ayunaban, evitando la sal, el ají y la chicha, y se dirigían a un cerro cerca
del Cusco, donde adoraban a un ídolo de piedra llamado Guanacaure. La
competencia estaba en quién llegaba primero al ídolo, lo que otorgaba mayor
estatus.
Durante
aproximadamente treinta días, los jóvenes orejones daban vueltas alrededor del
Guanacaure. Luego, en un ritual, les horadaban las orejas y les colocaban
discos. Inicialmente, les insertaban palitos delgados en las orejas, aumentando
gradualmente su grosor hasta que pudieran acomodar discos redondos de juncos
locales, grandes como aros. Este proceso incluía cortar la carne de la oreja
cada día para permitir que creciera. Algunos orejones llegaban a tener orejas
tan grandes que les llegaban hasta los hombros, y aquellos con orejas más grandes
eran considerados más nobles entre ellos.
Después
de este proceso, celebraban con grandes bailes en la plaza, sosteniendo una
gruesa maroma de oro que cruzaba la plaza, aunque esta nunca se encontró.
Durante
las festividades y eventos especiales, los orejones ordenaban que todos los
indios que habitaban en el Cusco salieran de la ciudad, excepto los orejones y
aquellos de su misma casta. Nadie debía quedarse en los alrededores de la
ciudad durante estos tiempos.
Se
colocaba a indios porteros y guardias en todos los caminos que salían de la
ciudad del Cusco. Estos caminos estaban distribuidos en cuatro direcciones:
Collasuyo, Chinchaysuyo, Condesuyo y Andesuyo. La función de estos guardias era
asegurarse de que ningún indio llevara consigo oro, plata o ropa fina, a menos
que el Inca se la hubiera dado. Si alguien llevaba estos objetos sin permiso,
los guardias lo mataban.
Los
orejones mostraban una inclinación notable hacia la lujuria y el consumo
excesivo de alcohol. Tenían relaciones sexuales con las hermanas e incluso con
las esposas de sus padres. Algunos llegaban al extremo de mantener relaciones
con sus propias madres e hijas. Borrachos, cometían actos de depravación y
desenfreno, sin importarles los límites morales. Eran arrogantes y se
consideraban superiores a los demás. Tenían la costumbre de tomar como esposas
a las mujeres que habían pertenecido a sus padres o hermanos si estos
fallecían. Además de estas perversiones, cometían muchas otras maldades que no
se pueden enumerar debido a su cantidad.
Capítulo
16:
Los movimientos del Marqués don Francisco Pizarro tras Quisquis, capitán de
Atahualpa
Retomando
el relato después de unos días de descanso y de asegurar la lealtad de los
naturales bajo el mando de Mango Inca, convocados por el Marqués para este
propósito, se encargó a Almagro y a Hernando de Soto, con cien hombres, la
misión de seguir a Quisquis y su tropa que se dirigían hacia Quito, arrasando
el territorio. Su objetivo era proteger a los españoles que se habían quedado
en Jauja, para evitar que fueran atacados y asesinados. Simultáneamente, se
encomendó a Manco Inca la tarea de movilizar a los guerreros locales para
apoyar a los españoles.
Mientras
tanto, el Marqués permaneció en Cusco con aproximadamente cien españoles,
dedicados a recolectar todo el oro y plata disponible para distribuirlo entre
los que seguían a Quisquis y los que se quedaban. Se llevó a cabo una
distribución equitativa: se asignaron tres mil pesos a quienes iban a caballo,
seis mil pesos en total, y otros tres mil a los que marchaban a pie. Este
reparto se realizó siguiendo el mismo procedimiento establecido en Cajamarca,
como se ha mencionado anteriormente.
Una
vez completada la distribución y asignado a cada uno su parte, el Marqués
decidió fundar la ciudad del Cusco, que ahora se erige en toda su
magnificencia. Para fomentar la permanencia de la población en este lugar,
anunció públicamente que aquellos que deseasen convertirse en vecinos debían
presentarse ante el secretario para ser registrados y declarar sus derechos de
propiedad sobre las tierras que conocieran. Esta medida tenía como objetivo
incentivar la permanencia de gente en el Cusco, a pesar de los riesgos y
desafíos que enfrentaban debido a la escasez de población española y la
presencia de numerosos nativos hostiles. En consecuencia, el Marqués realizó
repartimientos generosos de tierras y recursos entre las provincias y los
solicitantes, sin establecer encomiendas como requería la autoridad real, sino
otorgando depósitos provisionales con la posibilidad de revisión posterior,
como sucedió cuando Antonio Picado asumió como secretario en lugar de Sancho,
su predecesor, quien a su vez sucedió a Francisco López de Jerez, oriundo de
Sevilla.
Una
vez completada esta distribución y fundada la ciudad del Cusco, se prepararon
para regresar a Jauja y establecer un asentamiento allí, tras haber recibido
informes preliminares sobre la región del Collao por parte de dos españoles
enviados previamente: Diego de Agüero y Pedro Martín de Moguer.
La
gente del Collao habita en una región fría, rodeada de lagunas como las que
mencioné anteriormente, características de estas provincias. En lugares como
Quillacas y Carangas, donde el clima es extremadamente frío, no es posible
cultivar maíz ni trigo debido a las condiciones climáticas adversas. Sin
embargo, los indígenas siembran una gran cantidad de papas, que crecen en forma
de tubérculos en la tierra. También cosechan unas raíces llamadas ocas, que son
largas y gruesas, de aproximadamente el tamaño de un dedo o más. Además, recolectan
una semilla conocida como quinua, que crece en arbustos similares a la ceniza
pero de mayor altura. Esta semilla es muy pequeña y la siembran en los momentos
adecuados, pero a menudo se ve afectada por las heladas.
Además
de cultivar papas, los habitantes del Collao también consumen maíz proveniente
de los valles hacia el Mar del Sur y otras regiones ubicadas en los Andes, en
dirección a la Mar del Norte. Obtienen este maíz a cambio de lana y ganado, ya
que en el Collao cuentan con abundantes recursos de este tipo. Se dedican
especialmente al pastoreo de ganado, aprovechando los extensos pastizales y
despoblados de la región. En estos lugares deshabitados, se encuentran una gran
cantidad de ganado salvaje, como guanacos y vicuñas, que son similares al ganado
doméstico. Los guanacos son grandes y tienen poca lana, mientras que las
vicuñas son más pequeñas pero poseen una lana muy fina, que se utiliza para
confeccionar ropa para los señores. Este ganado salvaje es extremadamente ágil
y rápido, tanto que pocos perros, por más veloces que sean, pueden alcanzarlos.
Los indígenas del Collao se encargan de cuidar estos animales para evitar que
los cazadores locales los maten. Además de los mamíferos, en estas zonas
también se encuentran aves como perdices y patos de agua, que son similares a
sus contrapartes europeas, con plumaje de tonos neutros en lugar de patas y
picos coloreados.
Cada
año, los habitantes del Collao organizaban rodeos para capturar vicuñas y
guanacos, de los cuales obtenían lana para confeccionar ropa destinada a los
señores locales. Después de esquilar a estos animales, se secaba la carne al
sol sin sal, dejándola muy delgada para el consumo de los señores, mientras que
las pieles se dejaban libres. Estos rodeos eran una práctica común en los despoblados
de la región y se realizaban por orden de los señores, quienes a menudo
presenciaban estos eventos y disfrutaban de ellos como una forma de
entretenimiento. Esta costumbre de organizar rodeos era habitual en todo el
reino.
Los
indígenas del Collao son conocidos por su estilo de vida peculiar. Muchos de
ellos participaban en prácticas abominables, como la homosexualidad y la
idolatría, y se dedicaban a numerosos actos inmorales. Vestían ropas de lana
gruesa y tenían el cabello largo y enredado, tanto hombres como mujeres. Los
habitantes de las diferentes regiones alrededor de la laguna tenían estilos
distintivos: algunos llevaban grandes gorros de lana en forma de mortero,
mientras que otros adornaban sus gorros con colores brillantes. Los Charcas,
por otro lado, llevaban el cabello trenzado y utilizaban pequeñas redes
alrededor de sus cabezas, hechas con cordones de lana roja, con un cordón que
caía bajo la barbilla.
Casi
todos los habitantes del Collao hablaban una lengua común, con la excepción de
los Charcas, que tenían algunas diferencias lingüísticas, al igual que otros
grupos dispersos. Sin embargo, en general, compartían un idioma similar. En
esta región, había una gran cantidad de plateros y artesanos hábiles, quienes
residían principalmente en el Cusco. Los nativos de este reino eran fácilmente
distinguibles por sus vestimentas, ya que cada provincia tenía su propio
estilo, considerando vergonzoso usar trajes de otras regiones.
Capítulo
17.
La partida del Marqués del Cusco para fundar un pueblo de españoles en Jauja,
que luego se trasladó a Lima.
Después
de su partida del Cusco, el Marqués se dirigió a Jauja con el fin de establecer
un pueblo español en esa región. Allí se encontró con Soto y Mango Inca,
quienes ya habían regresado después de dispersar la fuerza militar liderada por
Quisquis. Los españoles persiguieron a los rebeldes hasta los Atavillos, donde
Quisquis logró escapar con algunos pocos indígenas, huyendo hacia Quito, donde
fue posteriormente asesinado por los nativos locales, ya que los españoles
nunca pudieron capturarlo.
Mientras
tanto, Don Diego de Almagro, acompañado por algunos españoles, se dirigió a
Quito al recibir noticias de que don Pedro de Alvarado había desembarcado en
Puerto Viejo con quinientos hombres procedentes de Guatemala, y que se dirigía
hacia Quito atravesando las montañas desde Puerto Viejo. En Quito, se
encontraba Sebastián de Benalcázar con un grupo de hombres que había reunido
por orden del Marqués, procedentes de Tangaralá, quienes se habían unido
después de la fundación de Nicaragua. Benalcázar había sido enviado desde
Cajamarca por el Marqués, con instrucciones de reclutar a la gente que pudiera
encontrar y ocupar la tierra en nombre del Marqués, ante el temor de que algún
otro capitán ocupara la provincia de Quito, aprovechando su aparente falta de
población española.
Cuando
Diego de Almagro llegó a Quito, recibió noticias de que don Pedro de Alvarado
estaba cerca. Almagro envió mensajeros para informar a Alvarado de que Quito
estaba poblada por orden de su compañero, don Francisco Pizarro, y le pidió que
no causara problemas en la región para evitar quejas ante Su Majestad. Al
enterarse de que Pizarro tenía sometido todo el reino y había establecido varios
pueblos, Alvarado se reunió con Almagro y acordaron que este último le pagaría
los gastos de la expedición y le dejaría la gente, mientras Alvarado regresaría
a Guatemala. Se pusieron de acuerdo en una suma de noventa mil pesos y, una vez
hecho el acuerdo, Almagro le entregó la gente que traía consigo. Luego, ambos
regresaron juntos a Pachacamac con toda la gente que los acompañaba.
Entonces,
de vuelta al Marqués, quien se encontraba en Jauja supervisando la fundación
del asentamiento, distribuyó a los indígenas locales y fundó el pueblo de Jauja.
Esta acción la llevó a cabo antes de tener conocimiento del acuerdo alcanzado
con don Pedro de Alvarado. Decidió establecer esta población para mantener el
control sobre la región montañosa, ya que la presencia española en la zona era
limitada y había preocupación de posibles levantamientos entre los habitantes
serranos, que eran numerosos. Una vez completada esta población, envió a Soto
de regreso al Cusco, nombrándolo teniente en esa ciudad, y también envió a
Mango Inca para que acompañara a Soto en su viaje de regreso.
Una
vez hecho esto, el Marqués sintió el deseo de visitar Pachacamac y Chincha,
lugares que le tenían un gran aprecio. Reuniendo a veinte hombres, partió hacia
allá, dejando a Gabriel de Rosas como su lugarteniente en Jauja, quien
recientemente había llegado de Nicaragua. Cuando el Marqués llegó a Pachacamac,
permaneció allí durante algunos días antes de dirigirse a Chincha. Mientras
estaba en Chincha, Gabriel de Rosas le escribió informándole que la tierra
estaba inquieta y que había peligro de disturbios, instándolo a regresar
rápidamente a Jauja. Después de recibir estas cartas, el Marqués partió de
inmediato. Viajando por el valle de Lunahuaná, regresó a Jauja, donde fue
recibido con beneplácito por los españoles y donde los indígenas se
tranquilizaron.
Mientras
tanto, llegó un mensajero de Almagro, enviado desde Quito después de los
acuerdos con don Pedro de Alvarado, para informar al Marqués sobre los términos
y acuerdos alcanzados. Este mensajero era Diego de Agüero, quien había
acompañado a Almagro. Enterado de la buena disposición de su compañero y de la
llegada de quinientos soldados españoles, el Marqués dejó de temer a los
nativos y decidió trasladarse al pueblo de Jauja, que actualmente es la ciudad
de los Reyes. Desde allí, se estableció en Pachacamac, donde esperó la llegada
de don Pedro de Alvarado y don Diego de Almagro. Posteriormente, envió
exploradores para evaluar el lugar donde se establecería la futura ciudad de
los Reyes en el valle de Lima, donde finalmente la fundó. Durante este tiempo,
llegaron don Diego de Almagro y don Pedro de Alvarado, junto con toda la gente
que había llegado al reino. Después de su llegada, se celebraron grandes
fiestas y torneos de justas. Cuando don Pedro de Alvarado se sintió descansado,
a pesar de haber perdido la mitad de su dinero ante Almagro, se embarcó y
regresó a Guatemala, dejando a toda su gente en la tierra. El Marqués, por su
parte, se trasladó a Lima y fundó la ciudad de los Reyes, que es la Lima
actual.
Capítulo
18:
Cómo Francisco Pizarro envió a Diego de Almagro al Cusco con sus poderes y lo
que sucedió.
Después
de la fundación de la ciudad de los Reyes, Francisco Pizarro otorgó poder a su
compañero, Diego de Almagro, tal como él lo tenía, y lo envió a la ciudad del Cusco
para que residiera allí y asignara indígenas a las personas que considerara
apropiadas. Una vez que Diego de Almagro recibió este poder, partió hacia el Cusco
llevando consigo la mayor parte de la gente que había traído Pedro de Alvarado.
Entre ellos, acompañaban a Almagro caballeros como Vítores de Alvarado, entre
otros. Almagro asignó a algunos chachapoyas y a otros les dio tierras cerca de
Puerto Viejo. También llevó consigo a Achimo, en el valle donde se fundaría
Trujillo. Después de despachar a Almagro, Pedro de Alvarado partió para fundar
Trujillo y brindar apoyo a algunos de los que habían llegado con él. Sin
embargo, algunos de estos hombres, al ver que el Reino del Perú les parecía
insuficiente, decidieron unirse a Almagro para dirigirse a Chile, con la
esperanza de encontrar un nuevo Perú allí.
Cuando
Diego de Almagro llegó al Cusco con la mencionada compañía, encontró la ciudad
en paz. Pronto recibió noticias de que Su Majestad le había otorgado la
gobernación de los territorios más allá de los límites establecidos por
Francisco Pizarro.
Mientras
esperaba los despachos, los compañeros de Diego de Almagro lo persuadieron de
que el Cusco caía dentro de los límites de su gobernación. Enterados de esto,
Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, sus hermanos, que se encontraban en el Cusco,
instaron a sus amigos —que eran numerosos— a no permitir las pretensiones de
los seguidores de Alvarado y Almagro. Almagro, al escuchar rumores de que Juan
Pizarro se estaba preparando para interceptar los despachos de su gobernación,
también convocó a sus seguidores, aunque se rumoreaba que su verdadero propósito
era tomar el control del Cusco. Aprovechando su posición como corregidor, Soto
se alineó con Almagro, y un día llegó a la posada donde se encontraba Juan
Pizarro con sus amigos, y lo encarceló, pero no tomó medidas similares contra
Diego de Almagro.
Esta
acción llevó a un enfrentamiento verbal entre Juan Pizarro y Soto, durante el
cual Juan Pizarro intentó atacar a Soto con una lanza mientras huía. Sin
embargo, gracias a la intervención de los amigos y seguidores de Almagro, se
evitó una confrontación más violenta. En medio de la confusión, tanto los
seguidores de Juan Pizarro como los de Almagro se armaron y se enfrentaron en
la plaza. La situación estuvo a punto de desembocar en un enfrentamiento
mortal, pero la intervención de Gómez de Alvarado, un caballero enviado por
Pedro de Alvarado, logró evitarlo. Gómez se interpuso entre las dos facciones,
montado a caballo y con una lanza, instando a ambas partes a considerar el
servicio a Dios y al rey.
Tras
esta intervención, las dos partes se retiraron a sus respectivas posadas, pero
siguieron en guardia hasta que llegó la noticia de que Francisco Pizarro estaba
poblado en Trujillo.
Durante
este período, se rumoreó que Diego de Almagro había matado a los hermanos de
Manco Inca, como ya se había mencionado, debido a que estos últimos lo
favorecían y apoyaban en sus malas intenciones y objetivos. Si Juan Pizarro no
hubiera contado con tantos aliados como tuvo, se cree que Almagro habría tomado
el control del Cusco.
Enterado
de estos acontecimientos, el Marqués, después de establecerse en Trujillo y
enterarse del alboroto en el Cusco, llegó rápidamente. Una vez allí, él y su
compañero Almagro se reconciliaron y acordaron que Almagro se dirigiría a
Chile, ya que en ese momento se tenía mucha información sobre esa región y se
creía que sería tan próspera como el Perú. Acordaron solemnemente ser amigos y
no enfrentarse entre sí, y si Almagro no encontraba tierras adecuadas para
colonizar en Chile, debía regresar y informar al Marqués, quien partiría con él
de su propia gobernación.
Capítulo
19.
De la partida de don Diego de Almagro a Chile y el saqueo del Cusco y lo que
sucedió en él
Una
vez acordado esto, Diego de Almagro se preparó y, junto con la gente de Pedro
de Alvarado y algunos recién llegados a la tierra, emprendió su viaje hacia
Chile. El día en que partió de Cusco, una parte de la ciudad se incendió, y lo
mismo sucedió en todo el Collao, la región que atravesaron. Esta gente,
proveniente de Guatemala y de la expedición de Pedro de Alvarado, saqueaba y
destruía todo a su paso, como habían hecho en sus anteriores conquistas en
Guatemala. Ellos fueron los primeros en introducir el saqueo (que en nuestro
lenguaje común es robar), mientras que durante la expedición con el Marqués,
nadie se atrevía a tomar ni siquiera una mazorca de maíz sin permiso.
Después
de que don Diego de Almagro partió hacia Chile, el Marqués del Valle decidió
emprender reformas en el Cusco, aumentando la población y dejando a su hermano
Juan Pizarro como teniente de gobernador en la ciudad. Mientras tanto, él
regresó a la ciudad de los Reyes, y en ese momento, Hernando de Soto partió
hacia España.
Con la
partida de Almagro a Chile y el regreso del Marqués a la ciudad de los Reyes,
Mango Inca decidió rebelarse. Tras negociaciones fallidas con los nativos,
comenzaron a matar a algunos españoles que estaban dispersos visitando a los
indios en sus encomiendas. Una noche, Mango Inca decidió abandonar el Cusco y
escapar. Juan Pizarro recibió información sobre esto a través de espías que
había colocado, debido a las sospechas que había generado por las muertes de
los españoles y el malestar en la población del Cusco.
Enterado
de la fuga del Inca, Juan Pizarro cabalgó con cincuenta hombres y, gracias a la
información sobre la ruta que había tomado Mango Inca, lo persiguió a galope
tendido. Con gran suerte, logró alcanzarlo a tres leguas del Cusco, cerca de Mohína,
en dirección al Collao, donde lo capturó y lo llevó de regreso preso al Cusco.
Si no hubiera sido capturado en ese momento, los españoles en el Cusco habrían
enfrentado graves consecuencias, ya que la mayoría de los cristianos habían
salido a visitar a los indios en sus encomiendas, confiados en la seguridad de
la situación, especialmente después de la partida de Almagro hacia Chile con un
gran contingente. Mango Inca había elegido el momento oportuno para rebelarse,
aprovechando la distancia de Almagro, quien había entrado en los despoblados
entre esa región y Chile, que se extienden por más de doscientas leguas en
algunas áreas.
Una
vez que Mango Inca estaba bajo custodia con guardias vigilándolo, Hernando
Pizarro regresó de España, tras la exitosa entrega del tesoro a Su Majestad,
tras la toma de Cajamarca. Al llegar a la ciudad de los Reyes, el Marqués don
Francisco Pizarro lo envió al Cusco, otorgándole sus poderes, sin destituir a
su hermano Juan Pizarro del cargo de corregidor, pero concediendo autoridad
sobre él a Hernando Pizarro.
Cuando
Hernando Pizarro llegó al Cusco, buscó ganarse la amistad de Manco Inca, y lo
consiguió liberándolo y halagándolo. También confiaba en que, con los españoles
que había llevado al Cusco y los que llegaron después de la prisión del Inca,
este no se atrevería a seguir con su plan de rebelión. Tras ser liberado, Mango
Inca permaneció unos días y luego solicitó permiso a Hernando Pizarro para
buscar una estatuilla de oro que supuestamente estaba enterrada en algún lugar.
Hernando Pizarro se lo concedió, y después de ocho días, Mango Inca regresó con
una pequeña estatuilla de oro, de aproximadamente una vara de altura, y se la
entregó a Hernando Pizarro. Sin embargo, poco después, volvió a pedir permiso
para ir en busca de otro ídolo de oro macizo que decía estar en Yucay. Tras
recibir el permiso, partió pero no regresó. En su lugar, comenzó a levantarse
en rebelión, y los indios y nobles que habían quedado en el Cusco, incluidas
las mamaconas, lo siguieron.
Manco
Inca se refugió en los Andes, una región de imponentes montañas, densos bosques
y difíciles pasos que impedían el acceso a caballo. Desde allí, envió numerosos
capitanes incas para reclutar a todos los naturales dispuestos a tomar las
armas y unirse a su causa. Su objetivo era cercar el Cusco y eliminar a los
españoles que aún permanecían en la ciudad.
Al
enterarse de esto, Hernando Pizarro se percató de que se estaba congregando
gente en Yucay y envió a su hermano Juan Pizarro con sesenta jinetes para desbaratar
esa reunión. Cuando llegamos, del otro lado de un gran río en Yucay,
encontramos alrededor de diez mil guerreros incas que creían que no podríamos
cruzar el río. Juan Pizarro, al ver esto, ordenó que todos nos lanzáramos al
agua con los caballos. Él lideró el camino y nosotros lo seguimos, cruzando a
nado el río y atacando a los guerreros incas, dispersándolos. Los incas se
retiraron a los altos cerros, donde los caballos no podían llegar. Pasamos tres
o cuatro días allí.
Hernando
Pizarro nos llamó urgentemente, advirtiéndonos sobre una gran concentración de
gente que se dirigía hacia el Cusco. Cuando regresamos, encontramos numerosos
contingentes de gente que se establecían en los terrenos áridos circundantes al
Cusco, esperando a que todos se reunieran. Una vez llegados, se establecieron
en las llanuras y en las alturas, cubriendo toda la región. La multitud era tan
numerosa que parecía un manto oscuro que envolvía la ciudad del Cusco en un
radio de media legua. Por la noche, los numerosos fuegos daban la impresión de
un cielo estrellado en una noche despejada. La algarabía y el estruendo eran
tan intensos que todos estábamos asombrados por la magnitud del momento.
Entonces,
con toda la gente que el Inca había reunido, que según lo que se entendió y lo
que los indios dijeron, sumaban doscientos mil guerreros, comenzaron a cercar
el Cusco. Un día, al amanecer, empezaron a prender fuego por todas partes en la
ciudad. Utilizando este fuego, lograron ganar gran parte del pueblo,
construyendo barricadas y obstáculos en las calles para impedir que los
españoles salieran.
Los
españoles nos refugiamos en la plaza, en las casas cercanas a ella, como
Hatuncancha (donde nos alojamos cuando ingresamos al Cusco por primera vez),
así como en Amarucancha, Caxana y algunas tiendas, ya que los indios habían
tomado y quemado todo lo demás del pueblo. Para incendiar estas casas donde
estábamos refugiados, los indios idearon un plan. Recogían piedras redondas y
las calentaban en el fuego hasta que quedaban al rojo vivo, luego las envolvían
en algodón y las lanzaban con hondas a las casas, provocando incendios sin
necesidad de entrar en contacto directo. También utilizaban flechas encendidas
para prender fuego a las casas de paja, que se inflamaban fácilmente.
En
medio de esta confusión, Hernando Pizarro dividió a la gente a caballo en tres
partes, nombrando a tres capitanes para liderarlas: a Gonzalo Pizarro, su
hermano, le dio una parte; a Gabriel de Rojas, otra; y a Hernán Ponce de León,
la tercera. Los indios nos tenían tan acorralados y en tan caótica situación
que realmente fue un milagro que Nuestro Señor nos librara de sus manos. A
pesar de la gran cantidad de guerreros indígenas y de que éramos pocos
españoles, apenas doscientos en total, de los cuales solo setenta eran jinetes
que combatían, ya que los demás representaban a la población civil y los
infantes de marina tenían poco impacto, pues los indios los despreciaban y un
indígena podía neutralizar a varios soldados españoles a pie, ya que eran muy
ágiles y podían lanzar flechas a distancia. Antes de que un español pudiera
acercarse lo suficiente para contraatacar, los indios se habían retirado a una
distancia segura. Además, como eran numerosos, pudieron vencer a los españoles
exhaustos. Temían especialmente a los jinetes, ya que podían alcanzarlos y
derribarlos mientras pasaban junto a ellos. Nuestro Señor tuvo misericordia de
nosotros al librarnos de esta gran cantidad de enemigos en un terreno tan
hostil, permitiéndonos salir airosos de esta situación.
Por lo
tanto, Hernando Pizarro decidió que la infantería, aprovechándose también de la
caballería para este propósito, ya que la mayoría de la infantería era débil y
estaba en mal estado, debería trabajar de noche con algunos líderes designados
para este fin, como Pedro del Barco, Diego Méndez y Francisco de Villacastín.
Su tarea era desmantelar las barricadas que los indios construían durante el
día y destruir algunos andenes con la ayuda de los indios amigos que aún
estaban sirviendo a los españoles, así como con la colaboración de cincuenta o
sesenta cañaris, enemigos de Mango Inca por su lealtad a Quisquis. Esto
permitiría que los caballos salieran a pelear durante el día, aunque esta
estrategia tuvo poco éxito en ese momento.
El Cusco
está ubicado en un valle entre dos quebradas, por donde fluyen dos pequeños
arroyos cuando llueve, mientras que uno de ellos siempre corre junto a la
plaza, aunque con poca agua. Los pedazos de tierra llana entre las montañas y
el Cusco estaban rodeados de andenes de piedra, construidos a diferentes
niveles. Algunos de estos andenes tenían piedras clavadas en la pared, formando
una especie de escalera, que los indígenas utilizaban para subir y bajar. Estos
andenes estaban diseñados de esta manera para evitar que el agua los
destruyera, ya que se sembraba maíz en todos ellos, y estaban rodeados de piedras
según el nivel del suelo.
El Cusco
está adosado a una montaña, especialmente en la parte donde se encuentra la
fortaleza. Por este lado, los indios descendían hasta cerca de unas casas junto
a la plaza, que pertenecían a Gonzalo Pizarro y a su hermano Juan Pizarro,
desde donde nos causaban mucho daño. Utilizaban hondas para arrojar piedras a
la plaza, y no podíamos detenerlos debido a que esta parte, como mencioné, era
empinada y se encontraba en un callejón estrecho que los indios habían tomado y
nadie podía subir por allí sin ser atacado.
En
medio de esta angustia, con los indios lanzando alaridos y tocando trompetas y
tambores tan fuertes que parecía que la tierra temblaba, Hernando Pizarro y los
capitanes se reunían frecuentemente para decidir qué hacer. Algunos sugerían
abandonar la ciudad y huir, mientras que otros proponían refugiarnos en
Hatuncancha, un recinto muy grande donde todos podríamos resguardarnos, ya que,
como he mencionado antes, solo tenía una puerta y estaba rodeado por muros de piedra
muy altos. Ninguna de estas opciones era viable, ya que si salíamos del Cusco,
seríamos emboscados en el camino debido a los peligrosos pasos y montañas, y si
nos refugiábamos en Hatuncancha, seríamos cercados por los indios con maderas y
piedras debido a su gran número. Sin embargo, Hernando Pizarro nunca consideró
abandonar la ciudad y les decía que todos debíamos estar preparados para morir
defendiendo el Cusco.
En
estas discusiones participaban Hernando Pizarro, sus hermanos, Gabriel de
Rojas, Hernán Ponce de León y el Tesorero Riquelme.
Después
de varias reuniones, Hernando Pizarro decidió que era necesario tomar la
fortaleza, que era el punto desde donde más daño nos estaban haciendo, como
mencioné anteriormente. Al principio no se consideró ocuparla antes de que los
indios la tomaran, ni se comprendía el alcance del daño que nos causarían desde
allí. Una vez tomada la decisión, se puso en marcha el plan. Se ordenó a los
jinetes que se prepararan con sus armas para tomar la fortaleza, y se designó a
Juan Pizarro, su hermano, como líder, junto con los otros capitanes mencionados
anteriormente. Mientras tanto, Hernando Pizarro se quedó en el Cusco con la
infantería, reuniéndolos a todos donde él estaba.
Sin
embargo, un día antes de la partida, ocurrió un incidente. Desde un andén,
lanzaron una piedra grande que golpeó a un soldado llamado Pedro del Barco en
la cabeza, dejándolo inconsciente. Al ver esto, Juan Pizarro, que estaba cerca,
corrió en su ayuda, pero recibió un fuerte golpe en la mandíbula con otra
piedra. Esto resultó en una lesión significativa. Quería mencionar este
incidente porque será relevante para lo que sucederá después.
Después
de partir, los jinetes, con Juan Pizarro liderando la expedición, nos dirigimos
hacia la fortaleza. Ascendimos por un estrecho camino que serpenteaba junto a
la ladera de la montaña, con un profundo barranco a un lado. Desde esa ladera,
los indios nos atacaban con piedras y flechas, y el camino estaba lleno de
baches y hoyos cavados. Aquí enfrentamos numerosos obstáculos y peligros,
deteniéndonos constantemente para esperar a que los pocos aliados indígenas que
nos acompañaban, ni siquiera llegaban a cien, repararan el camino y taparan los
hoyos.
Una
vez arriba, tras mucho esfuerzo, alcanzamos un pequeño claro cerca del lugar
donde nos emboscaron por primera vez al entrar en el Cusco. Desde allí,
rodeamos unas pequeñas colinas y pasos peligrosos entre las quebradas, con el
objetivo de llegar a la parte llana de la fortaleza, donde se encuentra la
puerta principal y la entrada. Durante este trayecto, tuvimos varios
enfrentamientos con los indios en las quebradas, estando a punto de capturar a
dos españoles que cayeron de sus caballos.
Una
vez en el llano cerca de la entrada, nos encontramos con una barrera tan sólida
y bien defendida que, a pesar de nuestros intentos por entrar en dos ocasiones,
nos vimos obligados a retroceder, con algunos de nuestros caballos heridos en
el proceso. Los capitanes decidieron entonces esperar hasta la medianoche para
lanzar un nuevo ataque, ya que a esa hora los indios suelen estar somnolientos
y medio dormidos.
Mientras
tanto, en el Cusco, Hernando Pizarro y los soldados a pie se mantuvieron juntos
en la puerta de su alojamiento, ubicado en la plaza en unas casas conocidas
como Caxana. Los indios, al ver esto, comenzaron a moverse por las calles y
casas, creyendo que estábamos abandonando la ciudad. No entendían por qué
Hernando Pizarro y los demás permanecían allí, junto a la puerta de su
alojamiento. Estaban desconcertados hasta que nos vieron aparecer por un lado
de la fortaleza, desde donde dominábamos y podíamos ver todo el pueblo del Cusco.
En ese momento comprendieron nuestras intenciones. Si los indios hubieran
actuado y Dios no hubiera intervenido, podrían haber matado a Hernando Pizarro
y a los que estaban con él antes de que pudiéramos volver a socorrerlos.
Así
que mientras esperábamos aquí, aproximadamente a la mitad de la noche, Juan
Pizarro y los que estaban con él, llegada la medianoche, Juan Pizarro ordenó a
su hermano Gonzalo Pizarro y a los demás capitanes que entraran con la mitad de
la caballería, que desmontaron, mientras que el resto permanecía a caballo para
ir en su ayuda por detrás. Juan Pizarro se quedó con los jinetes, ya que no
podía usar una armadura en su cabeza debido a la herida que le habían infligido
en la mandíbula el día anterior.
Una
vez que los soldados a pie entraron, comenzaron a desbaratar la primera puerta,
que estaba bloqueada con una barricada de piedra seca. Una vez derribada,
comenzaron a avanzar por un estrecho callejón. Pero al llegar a otra barricada
que protegía otra puerta más adelante, los indios los detectaron y comenzaron a
arrojar tantas piedras que cubrían el suelo. Esto hizo que los españoles se
detuvieran y retrocedieran. Ante esto, un español gritó a Juan Pizarro que los
hombres se estaban desanimando y retrocediendo.
Juan
Pizarro, tomando una adarga en el brazo, se lanzó hacia adelante, ordenándonos
a los jinetes que lo siguiéramos, y así lo hicimos. Con la llegada de Juan
Pizarro y los que lo acompañaban a caballo, la otra barricada y puerta fueron
conquistadas, y pudimos ingresar hasta un patio dentro de la fortaleza. Desde un
gran terrado que había a un lado del patio, los indios nos lanzaban tantas
piedras y flechas que no podíamos avanzar. Juan Pizarro, con algunos de los que
se habían desmontado, se dirigió hacia ese terrado para hacer subir a algunos
españoles y desalojar a los indios. Mientras luchaban para subir, Juan Pizarro
descuidó cubrir su cabeza con la adarga, y una pedrada le golpeó en la cabeza,
rompiendo su casco. Aunque herido, continuó luchando con los indios y los
españoles hasta que se ganó el terrado.
Una vez
tomado el terrado, lo bajaron al Cusco por un camino agreste que descendía
desde una puerta falsa de la fortaleza hasta el Cusco, llegando cerca de las
casas donde Hernando Pizarro vivía. Los guerreros indígenas que custodiaban
este camino corto y difícil abandonaron sus posiciones después de que los
españoles entraron en el patio de la fortaleza y tomaron el terrado,
permitiendo así el descenso de Juan Pizarro hacia la posada, que era la misma
de su hermano Hernando Pizarro.
Viendo
Hernando Pizarro el desastre en el que se encontraba su hermano y la situación
en la que quedaba la toma de la fortaleza, subió rápidamente por el mismo
camino corto que había usado su hermano, dejando a Graviel de Rojas en el Cusco.
Una vez allí, Hernando Pizarro llegó justo cuando comenzaba a amanecer. Pasamos
todo ese día y otro más combatiendo a los indios que se habían atrincherado en
los dos cubos altos. Estos no podían ser conquistados sino por medio de la sed,
ya que estábamos esperando a que se les acabara el agua que tenían en el patio
y no tenían tiempo para reponerla debido a que pensaban que no podríamos tomar
la fortaleza. Así que estuvimos aquí durante dos o tres días, hasta que la sed
los debilitó y comenzaron a desmayarse y caerse de las paredes más altas, algunos
tratando de huir, otros intentando quitarse la vida y algunos rindiéndose. De
esta manera, se tomó el primer cubo.
Al
llegar al otro cubo, tenían a un orejón como capitán, tan valiente que podría
compararse con los antiguos romanos. Este orejón llevaba una adarga en un
brazo, una espada en la mano y una porra en la otra extremidad de la adarga,
además de un morrión en la cabeza. Estas armas las había obtenido de los
españoles que habían muerto en los caminos, junto con muchas otras que los
indios tenían en su poder. Este orejón, al que llamaban Tito Cusi Gualpa según
lo que se decía, se movía de un lado a otro en lo alto del cubo, impidiendo que
los españoles que intentaban subir con escalas lo hicieran, y matando a los
indios que se rendían o descendían del cubo, golpeándolos con la porra hasta
hacerles pedazos la cabeza. Cuando sus compañeros le avisaban de que algún
español estaba subiendo por alguna parte, se lanzaba hacia él como un león, con
la espada en la mano y la adarga lista para el combate. Viendo esto, Hernando
Pizarro ordenó colocar tres o cuatro escalas para que, mientras él se
enfrentaba a uno, los demás pudieran subir por otras, ya que los indios que
acompañaban a este orejón estaban casi todos rendidos y debilitados, siendo él
el único que aún luchaba. Hernando Pizarro instruyó a los españoles que subían
a no matar a este capitán orejón, sino capturarlo con vida, bajo juramento de
no dañarlo si se rendía. Así, subiendo los españoles por las escalas, lograron
capturar este cubo, ya que el orejón no pudo atender todas las partes y los
indios de guerra ya estaban exhaustos y rendidos, confiando en la promesa de
Hernando Pizarro de no matar a los que se rindieran.
Al ver
que habían conquistado el fuerte, el orejón, tapándose la cabeza y el rostro
con la manta que llevaba como capa, arrojó sus armas y se lanzó desde el cubo,
que tenía más de cincuenta estados de altura, y así pereció. Hernando Pizarro
lamentó mucho no haberlo capturado con vida.
Una
vez tomada esta fortaleza, Hernando Pizarro dejó aquí a treinta hombres de a
pie bajo el mando de un capitán llamado Juan Ortiz, natural de Toledo,
proveyéndolos de agua y comida en abundancia, fortaleciendo uno de los dos
cubos donde se alojaban, y dejándoles las ballestas y arcabuces que teníamos
(que eran pocos). Los demás nos retiramos al Cusco. Esta captura de la
fortaleza hizo que los indios de guerra se desviaran un poco, abandonando la
parte de la ciudad que tenían tomada hacia la fortaleza.
De
esta manera estuvimos más de dos meses bajo presión, desbaratando algunos
andenes por la noche para que los caballos pudieran subir a ellos, ya que de
noche se retiraban a los lugares más fuertes y seguros. Aunque este retiro era
hacia algunos andenes fortificados, este comportamiento de retirada comenzó después
de la captura de la fortaleza, ya que antes no se replegaban.
Capítulo
20:
Después de la Toma de la Fortaleza
Voy a
narrar algunos sucesos que ocurrieron tras la toma de la fortaleza. Cuando
Graviel de Rojas salió para inspeccionar su cuartel en la parte de Andesuyo,
justo a la salida del pueblo, recibió un flechazo en las fosas nasales que le
atravesó hasta el paladar. En una calle cercana, Alonso de Toro y otros dos
compañeros que lo acompañaban fueron atacados por una lluvia de dardos y
piedras lanzados por los indígenas desde las paredes. Derribados de sus
caballos y medio sepultados bajo los escombros, necesitaron la ayuda de
indígenas amigos para ser rescatados, estando al borde de la muerte.
Mientras
tanto, Pedro Pizarro cumplía con su guardia en un amplio andén, impidiendo que
los indígenas avanzaran, acompañado por dos compañeros desde la mañana hasta el
mediodía, según el protocolo establecido. Al descansar y alimentar a su
caballo, Hernán Ponce de León, su capitán, se acercó a él cerca de su
alojamiento. Le pidió que se detuviera a comer y enviara su caballo a
descansar, tomando prestado el de Alonso de Mesa, quien estaba indispuesto ese
día, para que Pizarro continuara con la guardia hasta la noche, ya que no tenía
a quién enviar. Pizarro accedió, tomó algunos bocados y el caballo de Alonso de
Mesa, y regresó al largo andén donde se encontraban Francisco Maldonado, Juan
Clemente y Francisco de la Puente. Al verlo regresar, Maldonado le preguntó por
qué volvía, y al enterarse de la situación, le sugirió que se quedara allí con
sus dos compañeros, que habían reemplazado a otros dos, mientras él se
encargaba de repartir las guardias de la noche y se disponía a comer.
Este
Maldonado fue el mismo que Gonzalo Picarro envió como mensajero a Su Majestad
cuando estaba en alzamiento. En medio de estas conversaciones sobre la partida
de Maldonado, los indígenas de guerra se acercaron mucho a ellos. Maldonado y
los demás se lanzaron al ataque antes de que Pedro Pizarro descendiera de un
andén donde estaba hablando con ellos. Sin percatarse de unos grandes hoyos
adelante que estaban tapados, Maldonado cayó en uno de ellos con su caballo.
Pedro Pizarro se lanzó hacia adelante por unas sendas que los indios dejaban
entre hoyo y hoyo, resistiendo y apartando a los indios. Gracias a esto,
Maldonado logró salir del hoyo, aunque tanto él como su caballo quedaron
heridos, y se dirigió hacia el Cusco.
Mientras
tanto, los otros compañeros quedaron atrás y los indios se acercaban
peligrosamente, haciendo gestos provocativos. En ese momento, Pedro Pizarro
dijo a los dos compañeros: "Ataquemos a estos indios y alcancemos a
algunos, ya que los hoyos quedan atrás", sin darse cuenta de unos pequeños
hoyos al final del andén, apenas lo suficientemente grandes para que los pies o
las manos de los caballos cayeran. Colocando las piernas para protegerse de los
indios, los tres se lanzaron al ataque, pero los dos compañeros regresaron al
puesto desde la mitad del andén. Pedro Pizarro siguió adelante, luchando contra
los indios hasta llegar al final del andén. Al intentar dar la vuelta, el
caballo cayó en los hoyos mencionados, arrojando a Pedro Pizarro.
Entonces,
al ver caído a Pedro Pizarro, los indios de guerra se abalanzaron sobre él. Uno
de ellos tomó las riendas del caballo y comenzó a llevárselo. Pero Pedro
Pizarro, levantándose rápidamente, empuñó su espada y con su adarga en el
brazo, atacó al indio que llevaba al caballo, dándole una estocada mortal en el
pecho que lo derribó sin vida.
Con el
caballo ahora suelto y los indios lanzando muchas piedras, el animal comenzó a
huir hacia el lugar donde se encontraban los otros dos compañeros. Mientras
tanto, los indios cercaban a Pedro Pizarro con sus hondas, lanzándole piedras y
lanzas. Pedro Pizarro se defendía con su adarga y espada, repeliendo los
ataques de los indios y causando heridas e incluso muertes en su contra.
Al ver
a Pedro Pizarro sin su caballo, los dos compañeros corrieron en su ayuda.
Abriéndose paso entre los numerosos indios que lo rodeaban, llegaron hasta
donde él estaba peleando. Entre los dos caballos, lo tomaron en medio y le
pidieron que se aferrara a los estribos. Así, lo sacaron a pie entre los
caballos, pero la multitud de indios que los rodeaba era tan grande que no
podían avanzar fácilmente.
Pedro
Pizarro, exhausto por la intensa pelea y el cansancio, ya no podía correr. Les
pidió a sus compañeros que se detuvieran, sintiéndose ahogado, pero expresó su
preferencia por morir luchando que rendirse. Entonces, se detuvo y volvió a
enfrentarse a los indios, mientras los compañeros a caballo intentaban hacer lo
mismo sin poder apartarlos, dada la ferocidad del enfrentamiento.
Los
indios, creyendo que habían capturado a Pedro Pizarro, lanzaron un grito
estruendoso en todas direcciones, como solían hacer cuando lograban capturar a
un español o a un caballo.
Entonces,
al escuchar el estruendo, Graviel de Rojas, quien estaba recorriendo su cuartel
con diez hombres a caballo, se dirigió hacia el lugar del tumulto con su grupo.
Su llegada proporcionó el tan necesario socorro a Pedro Pizarro y a los demás,
quienes estaban siendo fuertemente atacados con lanzas y piedras. Si no hubiera
estado bien armado, Pedro Pizarro habría sido asesinado sin duda. Fue la
intervención de Nuestro Señor Dios y el aumento de sus fuerzas lo que le
permitieron resistir y continuar la lucha.
Otro
soldado, Garcí Martín, recibió una pedrada en un ojo que se lo dejó gravemente
herido. Cristóbal de Cisneros fue desmontado de su caballo por los indios,
quedando inconsciente en el suelo. Logramos socorrerlo, pero los indios
mutilaron las manos y los pies del caballo. Juan Vázquez de Osuna, un buen
soldado, lo rescató llevándolo a su propio caballo, ya que Cisneros no podía
subir por sí mismo.
Un
hombre llamado Mangio Serra, mientras subía por un andén empinado, perdió el
equilibrio y cayó de su caballo. Los indios aprovecharon la oportunidad para
capturarlo, mutilándole también las manos y los pies, como solían hacer con
todos los caballos que capturaban en combate.
Pasado
algún tiempo desde los incidentes mencionados y con los indios alejándose del Cusco
para regresar a sus tierras y sembrar, ya que se acercaba la temporada,
apareció un grupo de indios sobre una sierra llamada Carmenga. Algunos de
nosotros salimos a recoger leña y nos arrojaron un costal que contenía cabezas
humanas secas y numerosas cartas. Uno de nuestros indios recogió el costal,
pensando que contenía otra cosa, pero al abrirlo descubrimos lo que contenía,
junto con un jubileo que se dirigía hacia la región y noticias sobre la toma de
La Goleta y Túnez.
Este
acto fue llevado a cabo por orden del Inca, siguiendo el consejo de un español
que estaba preso. Este español le dijo al Inca que nos afectaría ver las
cabezas de los muertos, por lo que decidió enviar el costal junto con el
jubileo y las noticias.
Durante
este levantamiento del Inca, se estima que más de trescientos españoles
perdieron la vida en los caminos y pueblos, incluyendo a algunos capitanes que
el Marqués enviaba como refuerzo al Cusco con escasa tropa, como fue el caso en
Jauja, donde murieron el capitán Alonso de Gaete y Diego Picarro junto con la
gente que los acompañaba. Además, varios grupos de personas que viajaban solas
fueron asesinados, de diez en diez o de seis en seis. En este mismo trayecto,
capturaron a un español llamado Francisco Martín, que estaba con ellos en ese
momento.
En el Cusco
ocurrió un milagro durante la furia del cerco, que dejó a muchos indios
atónitos. Ellos tenían la intención de incendiar nuestra iglesia, argumentando
que si lo lograban, nos matarían a todos. En medio de esto, una piedra o flecha
incendiaria impactó en la iglesia, que estaba construida con paja, y comenzó a
arder. Sin embargo, de forma inexplicable, el fuego se extinguió por sí solo,
sin que nadie lo apagara. Muchos de nosotros fuimos testigos de este hecho, que
coincidió con el debilitamiento de los indios y la escasez de alimentos, tras cuatro
meses de asedio y enfrentamientos.
Debido
a esto, los indios comenzaron a abandonar el cerco y regresar a sus tierras, a
pesar de las órdenes de sus capitanes, ya que tenían que preparar sus campos
para la siembra. Posteriormente, supimos que un capitán llamado Huallpa Roca,
que había estado en la fortaleza y había salido con la guarnición, junto con
parte de las fuerzas que estaban sitiando el Cusco, se unió a Manco Inca y
marchó hacia la ciudad de los Reyes (Lima), con la intención de eliminar a los españoles
que estaban allí con el Marqués don Francisco Pizarro. Manco Inca pensaba que
si lograban matar a los españoles en Lima, los que estábamos en el Cusco nos
rendiríamos por hambre y dificultades. Se dice que pusieron cerco a Lima y
estuvieron algunos días, pero al ser una región de tierras bajas y poco
saludables para los serranos, se retiraron después de poco tiempo al ver que no
podían vencer a los españoles.
Desde
que comenzaron a sitiar la fortaleza hasta que finalmente la ganamos, habría
pasado aproximadamente un mes, más o menos. Durante este tiempo, enfrentamos
las mayores tormentas y peligros. Cuando los indios nos atacaron desde todas
partes y comenzaron a prender fuego, dos españoles se escondieron entre la paja
que quitábamos de los refugios para evitar ser quemados. Estos españoles se
ocultaron, creyendo que los indios nos habían vencido. Hernando Pizarro castigó
a uno de ellos, y al otro intentó ahorcarlo, pero finalmente, tras ser
suplicado, decidió perdonarlo.
Otros
españoles decidieron huir hacia los indios. Uno de ellos fue llevado ante Manco
Inca, quien estaba en Tambo en ese momento. A él y a Francisco Martín, que
estaba bajo la custodia del Inca, se les mantuvo bajo vigilancia, pero no
fueron ejecutados. Se creía que Francisco Martín decía la verdad en sus
declaraciones y respuestas.
Desde
que tomamos la fortaleza hasta que los indios levantaron el cerco, habrían
pasado alrededor de cuatro meses, como ya he mencionado. Durante este tiempo,
grupos de indios iban y venían, observando desde las alturas de los cerros.
Mantuvieron esta vigilancia durante algún tiempo, mientras los orejones y otros
guerreros permanecían en Tambo con el líder fortificado, esperando a que los
indios terminaran de sembrar y cambiara el gobierno. Decían que volverían en
verano para sitiar nuevamente el Cusco.
Este
Tambo se encuentra a unas cuatro leguas del Cusco, en dirección a los Andes,
cerca de Yucay. Lo menciono porque hay otro Tambo en Condesuyo, del cual eran
naturales los señores y reyes de este reino, según afirmaban, aunque había otra
opinión entre algunos que provenían de Titicaca, como ya he mencionado.
Entonces,
en esta situación, Hernando Pizarro decidió enviar a quince hombres a caballo a
Lima, con la misión de partir secretamente desde una provincia llamada los
Canches durante la noche. Su objetivo era informar al Marqués don Francisco
Pizarro de nuestra situación y solicitar ayuda. Sin embargo, se comprendió que
enviar a estos quince hombres, que eran algunos de los mejores y más valientes
jinetes de guerra que teníamos, representaba un riesgo. Por un lado, su
ausencia debilitaría nuestras fuerzas en la guerra. Por otro lado, si los
indios los capturaban, podrían intensificar sus ataques contra los que quedaban
en el Cusco.
Así
que, preparados y listos para partir, Don Alonso Enríquez de Guzmán y el
Tesorero Alonso Riquelme, junto con otros líderes principales, se reunieron y
presentaron una petición a Hernando Pizarro para que no enviara a los quince
hombres. Argumentaron que si los enviaba, el Cusco estaría en peligro y la
autoridad de Su Majestad sería desafiada, ya que estos hombres representaban lo
mejor de nuestra fuerza. Por lo tanto, aquí están los nombres de aquellos que
estaban preparados para partir: Juan de Pancorbo, Alonso de Mesa, Juan
Valdivieso, Pedro Pizarro, Hernando de Aldana, Alonso de Toro, Juan Julio de
Hojeda, Francisco de Cárdenas, Escacena, Miguel Cornejo, Francisco de Solar,
Tomás Vázquez, Juan Román, Juan de Figueroa y Francisco Rodríguez de
Villafuerte.
En
retrospectiva, Don Alonso Enríquez, el Tesorero Riquelme y los demás que se
opusieron a la salida de estos hombres tenían razón, ya que estos hombres eran
de suma importancia para la guerra y la defensa del Cusco.
Tras
escuchar la petición, Hernando Pizarro cambió de opinión, reconociendo la
sabiduría de la solicitud. Por lo tanto, decidimos quedarnos y seguir
sosteniendo la guerra durante algunos días más, hasta que finalmente los indios
de guerra nos dejaron, como he mencionado anteriormente.
Sin
embargo, mientras estábamos en esta situación, comenzamos a enfrentar escasez
de alimentos, especialmente de carne. Entonces, Hernando Pizarro decidió enviar
a Graviel de Rojas con sesenta hombres hacia Pomacanchi, una provincia ubicada
hacia el Collao, a unas trece o catorce leguas del Cusco. La misión era buscar
ganado y alimentos en la región de Canches y regresar rápidamente con lo que
encontraran.
Preparados
para la tarea, Rojas y los demás partieron. Estuvimos fuera durante unos
treinta o veinticinco días, durante los cuales reunimos hasta dos mil cabezas
de ganado. Regresamos al Cusco con nuestra preciada carga sin encontrar ningún
impedimento en el camino. A lo lejos, los indios se congregaban en las alturas
de las colinas, desde donde nos lanzaban gritos que no podíamos responder.
Después
de regresar al Cusco y descansar unos días, nos prepararon nuevamente para
acompañar a Hernán Ponce de León. Nos dirigimos a Condesuyo con el propósito de
quemar algunos pueblos y castigar a la gente responsable de haber matado a los
primeros cristianos en esa región. Se había llamado a Simón Juárez, quien tenía
indios en la zona, junto con otros, prometiéndoles tributos si venían a ver sus
pueblos. Sin embargo, esto resultó ser un engaño, y acabaron matando a diez
españoles. Por tanto, nuestro objetivo era castigar esta acción y obtener algo
de comida. Acompañamos al capitán mencionado y estuvimos allí durante algunos
días, aunque no logramos encontrar a nadie a quien castigar. A pesar de ello,
pudimos recolectar algo de comida antes de regresar.
Durante
nuestra estancia en Condesuyo, el Inca convocó a una reunión de gente en
Jaquijahuana y en Chinchero, que se encontraba a unas cuatro leguas del Cusco
en dirección a donde él se encontraba. Hernando Pizarro se enteró de esto a
través de algunos exploradores que enviaba constantemente al campo. Envió a su
hermano, Gonzalo Pizarro, para que los atacara antes de que terminaran de
reunirse y vinieran hacia el Cusco. Gonzalo Pizarro salió y logró sorprender a
una parte de la gente que se dirigía hacia Chinchero, donde lograron alcanzar a
algunos indios y desbaratarlos. Sin embargo, al enfrentarse al gran contingente
de gente reunida en Jaquijahuana, fueron presionados de tal manera que tuvieron
que retroceder hacia el Cusco. Los indios los perseguían, cansándolos tanto que
llegaban a agarrar las colas de los caballos. Muy fatigados y en grave peligro,
algunos yanaconas amigos llegaron huyendo para alertar a Hernando Pizarro sobre
el gran peligro en el que se encontraba su hermano.
Al
enterarse de la situación, Hernando Pizarro hizo repicar las campanas para
convocar a la gente. Reunió a algunos hombres a caballo y salió con ellos para
socorrer a su hermano y a los que estaban con él. A galope y trote, avanzó más
de una legua fuera del Cusco, donde vio a los españoles en gran peligro, ya que
los caballos apenas podían avanzar y los indios los rodeaban por todas partes.
Hernando Pizarro y sus hombres llegaron al lugar y con su intervención, los
indios se desconcertaron y dispersaron, liberando a los españoles que estaban
en apuros. Con este rescate, los fatigados españoles recuperaron el ánimo y
todos juntos regresaron al Cusco. Este fue un momento crítico en el que
estuvimos al borde de perderlo todo.
Después
del regreso de Hernán Ponce, nos tomamos un tiempo para descansar y prepararnos
para atacar Tambo, donde el Inca había fortificado su posición. Dado que Tambo
estaba cerca y reunía gente que enviaba de vez en cuando al Cusco y sus
alrededores para molestar nuestros pastizales, nos organizamos para
enfrentarlo.
Una
vez listos, partimos hacia Tambo, dejando a Graviel de Rojas en el Cusco con la
gente más débil. Al llegar, encontramos que Tambo estaba tan fortificado que
daba miedo. Su ubicación estaba protegida por altos andenes de gran altura y
robusta construcción. Solo tenía una entrada, situada junto a una sierra muy
escarpada, y estaba llena de guerreros preparados para defenderla, con
numerosas galgas dispuestas en lo alto para arrojar objetos sobre los españoles
en caso de intentar entrar.
La
puerta misma era imponente, con gruesos muros de piedra y barro, y solo un
pequeño agujero por donde un indio podía entrar arrastrándose. Cerca del
pueblo, el río Yucay se estrechaba en esa parte, formando un paso angosto y
profundo, rodeado de altos y robustos andenes. Además, justo delante de Tambo,
había un pequeño llano antes de la entrada fortificada, cercano al mencionado
río.
Una
vez cruzado el río y asegurado el llano frente a Tambo, intentamos avanzar
hacia la entrada. Sin embargo, la defensa fue feroz; lanzaron tantas galgas,
piedras y flechas que, incluso si hubiéramos sido muchos más españoles,
habríamos sido aniquilados. Durante este enfrentamiento, perdimos un caballo y
varios españoles resultaron heridos.
Ante
nuestro asalto, los indios comenzaron a evacuar gente y pertenencias por una
empinada y densa ladera que parecía más bien un hormiguero.
Después
de intentar tomar el fuerte y el pueblo varias veces, nos vimos obligados a
retirarnos ante la feroz resistencia de los indios. Permanecimos así durante
todo el día, enfrentándonos a ellos hasta la puesta del sol, cuando sin previo
aviso, nos arrojaron al río desde el llano donde estábamos, dejándonos en una
situación aún más vulnerable.
Ante
el engaño de los indios y la imposibilidad de capturar el pueblo, Hernando
Pizarro ordenó la retirada. Con la llegada de la noche, dividió a la tropa,
enviando a algunos a pie adelante, mientras él y otros se mantenían en el
medio. A su hermano, Gonzalo Pizarro, junto con unos pocos a caballo, les
encomendó quedarse en retaguardia. Así, nos retiramos, pero al cruzar el río,
los indios nos atacaron con furia, utilizando hachas encendidas, y mataron a
algunos de nuestros compañeros de servicio, a quienes no pudimos socorrer.
Estos
indios, cuando están en posición de victoria, son como demonios enloquecidos,
pero cuando huyen, se comportan como gallinas asustadas. En este caso, al ver
nuestra retirada, continuaron persiguiéndonos con gran determinación.
Después
de esa noche de retirada, nos refugiamos en un pueblo deshabitado llamado
Maray, situado en lo alto de la colina que desciende hacia el valle de Yucay.
Desde allí, todo el terreno era llano hasta la entrada del Cusco.
De
vuelta en el Cusco, seguía siendo habitual enviar grupos de seis u ocho jinetes
para explorar los alrededores. En una de estas salidas hacia Jaquijahuana para
obtener información sobre los movimientos de los indios, Gonzalo Pizarro salió
con seis hombres a caballo, entre ellos Pedro Pizarro, Alonso de Toro, Diego de
Narváez, Beltrán del Conde, Francisco de Cárdenas y Juan López. Mientras
patrullaban, presenciaron cómo un gran grupo de indios de guerra cruzaba un
llano cerca de Allaxa, antes de llegar a Jaquijahuana.
Al
verlos en el llano, montaron a caballo y los alcanzaron justo cuando empezaban
a subir una colina donde se encontraba un pueblo llamado Circa. Aprovechando la
ladera por donde ascendían, los hicieron retroceder al llano. De los mil indios
que se estima que eran, solo unos pocos lograron escapar, mientras que muchos fueron
muertos o capturados y llevados de vuelta al Cusco. Una vez allí, Hernando
Pizarro ordenó que les cortaran las manos derechas a todos los indios
capturados, y después de amputadas, los dejaron en libertad. Esta acción, según
los indios, infundió un gran temor en la población local, lo que los disuadió
de aventurarse en los llanos.
Hernando
Pizarro, ante la escasez de maíz, instruyó a su hermano Gonzalo Pizarro para
que se dirigiera a Jaquijahuana con treinta hombres a caballo. Su tarea era
proteger a los indios amigos que iban al Cusco en busca de comida, ya que en
Jaquijahuana había una gran cantidad de maíz. Se estableció un sistema en el
que seis jinetes partían de Jaquijahuana hacia el Cusco cada día, protegiendo a
los indios que llevaban la comida. De manera simultánea, otros seis jinetes
partían del Cusco hacia Jaquijahuana, recorriendo dos leguas, hasta que ambos
grupos se encontraban. Permanecían juntos hasta el atardecer, momento en el que
regresaban cada uno a su punto de partida. Este procedimiento se implementó
para garantizar la seguridad de los indios aliados que viajaban en busca de
comida.
Un
día, mientras estábamos de guardia, salimos seis hombres, incluyendo a Pedro de
Hinojosa (quien luego sería General en esta tierra), Lucas Martínez, Miguel
Cornejo, Juan Flores, Pedro Pizarro y Francisco de Cárdenas. Estábamos
vigilando junto a una quebrada (donde Hernando Machicao construyó un molino más
tarde). Cuando nos disponíamos a partir en parejas, Miguel Cornejo y Pedro
Pizarro quedaron rezagados. Mientras caminábamos, escuchamos a los indios
amigos gritar "aucas, aucas", que en su lengua significa indios de
guerra. Todos nos giramos para ver qué sucedía y vimos a la gente de guerra
oculta entre dos cerros, avanzando por la quebrada. Como no vimos nada inusual,
pensamos que nuestros amigos estaban jugando entre ellos. Continuamos avanzando
lentamente, pero apenas habíamos recorrido diez pasos cuando escuchamos a los
indios de guerra atacando a nuestros amigos con porras, golpeándolos en la cabeza
y matándolos. Rápidamente, corrimos hacia ellos, pero solo pudimos capturar a
dos o tres indios: Miguel Cornejo mató a uno, Pedro Pizarro a otro, y Pedro de Hinojosa
mató a otro que quedó atrapado. El resto de los indios huyó hacia las colinas
cercanas, fuera de nuestro alcance. Con eso, regresamos al Cusco.
Durante
el aprieto inicial del cerco, siempre estábamos alerta, todas las noches, y el
poco tiempo que descansábamos lo hacíamos armados, con los caballos ensillados
y atados, porque el ruido que hacían los indios era tan intenso que, a menos
que estuviéramos extremadamente cansados, no podíamos conciliar el sueño.
Además, mientras los indios estuvieran cerca, montábamos guardia todas las
noches en nuestros cuarteles, y después de que se retiraban, solo podíamos
permitirnos dormir con cierta tranquilidad una noche sí y otra no. Este patrón
persistió durante unos seis meses, hasta que Almagro regresó de Chile, como
contaré más adelante.
Ahora
voy a hablar sobre el Marqués don Francisco Pizarro y sus hermanos, así como de
don Diego de Almagro y algunas de sus características. También mencionaré a
algunos conquistadores cuyos nombres recuerdo, junto con las tierras que
conquistaron.
El
Marqués don Francisco Pizarro era hijo de Gonzalo Pizarro, conocido como el
Tuerto, quien fue capitán de hombres de armas de Navarra y natural de Trujillo.
Era un hombre de gran rectitud y fiel al servicio de Su Majestad. Alto, de
constitución delgada, con un rostro digno y una barba escasa, era valiente y
decidido en su accionar, además de ser una persona de gran sinceridad. Tenía la
costumbre de decir "no" cuando se le pedía algo, argumentando que lo
hacía para no faltar a su palabra. Sin embargo, a pesar de sus negativas, solía
cumplir con lo solicitado si no había ningún inconveniente.
Recuerdo
una mañana en la que un conquistador esperaba afuera de la posada del Marqués
don Francisco Pizarro para solicitarle algunos indios de Huaytará (indios que
luego pertenecerían a Francisco de Cárdenas, vecino de Huamanga). El Marqués
tenía la costumbre de levantarse una hora antes del amanecer, o a más tardar,
al amanecer.
Mientras
este conquistador, cuyo nombre no recuerdo, lo aguardaba, el Marqués salió de
su posada en Jauja para dirigirse a la de su secretario, Pero Sancho. Cuando
este hombre se le acercó y le pidió comida, el Marqués le respondió: "No
quiero. ¿No escuchaste el pregón que se hizo? ¿Por qué no te sentaste
entonces?". El hombre explicó: "Señor, quería partir hacia Castilla y
por eso no me senté; pero ahora he vuelto". Sin embargo, el Marqués
insistió en su negativa, diciendo que no tenía nada que darle.
El
hombre persistió, pidiéndole que le diera algunos indios de Huaytará. El
Marqués repitió su negativa. Mientras caminaban hacia la posada de su
secretario, el Marqués volvió sobre sus pasos y preguntó al hombre qué
necesitaba. El hombre respondió que los indios de Huaytará aún no habían sido
entregados. Entonces el Marqués ordenó: "Tómalos y ve a hacer el
depósito".
Quería
mencionar esto para resaltar su generosidad y disposición a ayudar.
Don
Diego de Almagro, por el contrario, solía decir "sí" a todos, pero
cumplía con pocos. Nunca se le encontró con deudas, aunque afirmaba ser de
Almagro. Era un hombre de comportamiento poco refinado, con una lengua afilada
que trataba mal a aquellos que lo acompañaban cuando se enojaba, incluso si
eran caballeros. Debido a esto, el Marqués nunca confiaba en él para liderar
grupos, ya que sus compañeros lo seguían con desgana. A pesar de su estatura
baja, era valiente en la guerra y generoso en el gasto, aunque rara vez
otorgaba favores, y cuando lo hacía, eran de naturaleza mundana y no siempre a
quienes se lo merecían.
El
Marqués tenía tres hermanos: Hernando Pizarro, Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro.
Hernando era de buen porte, valiente, inteligente y animoso, aunque un poco
torpe en la equitación. Juan era valiente, animoso, noble, generoso y
accesible. Gonzalo era valiente, aunque poco instruido, tenía un rostro
agradable y una barba bien cuidada; era compacto y no muy alto, pero muy hábil
a caballo y un buen hombre en general.
Hernando
de Soto era de baja estatura, pero hábil en la guerra contra los indios,
valiente y amigable con sus soldados. Se dice que era natural de Badajoz. Fue
el mismo Soto que se aventuró hacia la Florida como gobernador.
Graviel
de Rosas se destacaba por su cautela en la guerra y tenía una apariencia
respetable. Se decía que era uno de los buenos de la familia Rosas.
Hernán
Ponce de León era un hombre bien preparado, cauteloso y no especialmente hábil a
caballo. Se consideraba a sí mismo como un hidalgo y era un soldado competente
y bien informado.
Juan
de Pancorbo, residente del Cusco y natural de Pancorbo, era conocido por su
valentía. Alonso de Mesa, también del Cusco y originario de Toledo, destacaba
como un soldado competente. Juan Valdivieso, oriundo de Toro y también
residente del Cusco, era apreciado por su destreza en la guerra y se le
consideraba un hidalgo.
Pedro
Pizarro, de los destacados Pizarro de Extremadura, nacido en Toledo, se unió al
Marqués don Francisco Pizarro como paje a los quince años y demostró su valía
en la guerra desde los dieciocho. Residió en Jauja, luego en el Cusco, y
actualmente en Arequipa.
Hernando
de Aldana, de Toledo y residente del Cusco, se destacó como un valiente en la
guerra y se consideraba a sí mismo un hidalgo. Alonso de Toro, de Trujillo y
también del Cusco, mostró habilidades en la guerra. Juan Julio de Hojeda,
residente del Cusco, se consideraba hidalgo y era respetado por su valentía en
la guerra.
Francisco
de Cárdenas, de Huamanga, era hábil tanto a caballo como en la guerra.
Francisco de Castenda, conocido por sus habilidades en la guerra, era de la
región del Condado y tenía indios a su cargo. Miguel Cornejo, de Salamanca,
demostró su destreza tanto a caballo como en combate, residiendo en el Cusco y
luego en Arequipa.
Francisco
de Solar, residente del Cusco, se destacó en la guerra y a caballo. Tomás
Vázquez, del Condado y residente del Cusco, era hábil tanto a caballo como en
combate. Juan Román, residente del Cusco, demostró su valía en la guerra. Juan
de Figueroa, también residente del Cusco, destacó en la guerra y a caballo.
Francisco Rodríguez de Villafuerte, residente del Cusco y después de Arequipa,
fue hábil tanto a caballo como en la guerra.
Podría
mencionar muchos otros, pero para no extenderme demasiado, he hablado de estos
porque destacaron como hombres excepcionales en la guerra, especialmente en un
momento tan peligroso como el viaje desde el Cusco hasta Lima, cuando la tierra
estaba en revuelta y los caminos eran peligrosos.
En el
cerco del Cusco, había setenta hombres destacados en la guerra, según el refrán
que decía Hernando Pizarro, que con ellos se atrevería a enfrentarse a tres
veces su número. De estos, se seleccionaron los quince que mencioné, y de estos
quince, hoy en día, solo tres están vivos: Pedro Pizarro, residente de
Arequipa, Juan de Pancorbo y Alonso de Mesa, ambos del Cusco.
Voy a
retomar el relato sobre la guerra. Mientras estábamos en el Cusco, como
mencioné anteriormente, salíamos cada semana seis hombres a caballo para
patrullar el campo y averiguar si venía refuerzo desde Lima. En una ocasión,
Gonzalo Pizarro salió con seis hombres a caballo y capturó a dos indios. A
través de ellos, recibimos noticias de que don Diego de Almagro venía desde
Chile con toda la gente que había llevado, lo cual no debería haber hecho, ya
que su regreso desencadenó conflictos en este reino y fue el inicio de las
batallas que se libraron aquí. Esto provocó la llegada de muchos pretendientes
con pocos méritos, quienes se disputaron lo mejor de la tierra, dejando a los
desafortunados conquistadores con lo peor y más arruinado, como explicaré más
adelante junto con las causas.
También
nos enteramos, a través de estos indios, de que en Jauja había un capitán con
tropas, que más tarde descubrimos que era Alonso de Alvarado. Había salido de
Lima para socorrer el Cusco, pero debido a las influencias de Antonio Picado,
el secretario que lo nombró capitán en lugar de Pedro de Lerma, quien
originalmente había sido designado para liderar la expedición, Alvarado
prometió no abandonar Jauja sin dejar a Picado los indios pacíficos yauyos que
este tenía en encomienda. Sin embargo, Alvarado no comprendía que hasta que la
rebelión liderada por Mango Inca no fuera sofocada, era imposible garantizar la
paz en ninguna provincia.
Alvarado
permaneció en Jauja con este propósito durante cuatro o cinco meses, lo que
permitió que Almagro entrara en el Cusco antes que él. Si Alvarado hubiera
llegado primero y hubiera encontrado a Hernando Pizarro con una fuerza española
considerable, como hubiera ocurrido si Alvarado hubiera llegado antes, Almagro
no se habría atrevido a hacer lo que hizo cuando llegó al Cusco. Esto habría
evitado su muerte y habría impedido que se desencadenaran tantas batallas y
desgracias en la tierra como las que siguieron.
Capítulo
21.
El regreso de don Diego de Almagro desde Chile, su llegada a Urcos, y la
captura de Hernando Pizarro, y lo ocurrido entre Hernando Pizarro y don Diego
de Almagro.
Recibimos
pronto noticias de que Almagro y su gente habían llegado a Urcos, a seis leguas
del Cusco. Se iniciaron conversaciones a través de mensajeros indígenas con Manco
Inca, quien era su aliado, como ya he mencionado anteriormente, gracias a los
dos hermanos que a petición suya habían dicho que mataron a Hernando Pizarro
antes de que partiera hacia Chile.
Entonces,
Almagro envió a un hombre llamado Ruy Díaz como mensajero a Manco Inca,
rogándole que se uniera a ellos en paz, dado que eran amigos. Cuando Ruy Díaz
llegó ante Mango Inca, fue recibido con cordialidad. Durante dos días, Mango
Inca lo mantuvo a su lado, haciéndole preguntas sobre Almagro, su gente y otros
asuntos. Al tercer día, según relataba Ruy Díaz, Manco Inca le planteó una
pregunta intrigante: "Dime, Ruy Díaz, si yo entregara al rey un tesoro muy
grande, ¿expulsaría a todos los españoles de este reino?". Ruy Díaz le
respondió: "¿Qué tanto estarías dispuesto a dar, Inca?". Mango Inca
entonces ordenó traer una hanega de maíz y la hizo esparcir en el suelo. De ese
montón, tomó un solo grano y dijo: "Todo el oro y la plata que los
españoles han encontrado equivale a este grano. En comparación, lo que aún no
han encontrado es más grande que toda esta hanega de maíz".
El
maíz es un alimento fundamental para los nativos de estas tierras. Los
habitantes de las regiones bajas, principalmente, lo cocinan, mientras que los
de las regiones montañosas lo tuestan o lo cocinan poco, lo que causa cierta
confusión en España, donde se consume principalmente en forma de harina de
trigo.
Ruy
Díaz le dijo a Manco Inca: "Aunque entregues al rey todos los cerros de
oro y plata, no expulsará a los españoles de esta tierra". Al escuchar
esto, Mango Inca respondió: "Ve y dile a Almagro que vaya donde quiera,
porque yo estoy dispuesto a morir, junto con toda mi gente, para defender a los
cristianos".
Después
de salir de Tambo, Ruy Díaz se encontró con Almagro a media legua de distancia,
quien iba a encontrarse con el Inca según lo acordado. Cuando Almagro llegó a
Yucay, fue emboscado por un gran contingente militar, pero logró escapar y
reunirse con sus hombres en Urcos. Desde allí, regresaron al Cusco, mientras
que la fuerza que Almagro dejó en Urcos fortificó las defensas en las colinas y
en la entrada del pueblo.
Una
vez enterado Hernando Pizarro de la llegada de Almagro a Urcos, sin entender
los acuerdos que este tenía con el Inca ni haber ido a encontrarse con él en
Yucay desde Urcos, quedó en un estado de desconcierto. Durante las
negociaciones entre el Inca y Almagro, que resultaron ser engañosas por parte
del primero, ya que buscaba aprovechar la división entre los españoles para
atacarlos por sorpresa, los indígenas se mantenían en paz con Almagro y su
grupo. Esto permitió a Hernando Pizarro seguir el camino que había elegido, ya
que de haber estado en guerra, habría sido imposible avanzar sin ser emboscado
y aniquilado por completo.
Entonces,
Hernando Pizarro ordenó que toda la gente que lo acompañaba se preparara para
dirigirse a Urcos y verificar si la noticia sobre la llegada de Almagro era
cierta, así como para entender la razón por la cual se habían detenido allí en
lugar de dirigirse directamente al Cusco.
Una
vez que llegamos a un llano antes de la entrada a Urcos, después de algunos
enfrentamientos con los indígenas que estaban en guerra en el camino, algunos
hombres de Almagro salieron cautelosos y listos para la batalla para hablar con
Hernando Pizarro. Ellos le informaron que Almagro no estaba en Urcos, ya que se
había ido a encontrarse con el Inca. Fue entonces cuando Hernando Pizarro
comprendió la verdadera intención de Almagro, que era tomar el Cusco por la
fuerza, rompiendo así el juramento que había hecho con su compañero, el
Marqués. A pesar de que Almagro tenía la oportunidad de establecerse en los
Charcas, Arequipa e incluso en Chile, no lo hizo, alegando que no quería
disminuir sus fuerzas. Sin embargo, ahora se entendía que su verdadero
propósito era regresar con más poder para tomar el Cusco, tal como finalmente
hizo.
Hernando
Pizarro, junto con los tres que lo acompañaban, decidió regresar al Cusco sin
detenerse, preocupado de que don Diego de Almagro, desde Yucay, llegara al Cusco
antes que ellos.
Al
llegar al Cusco, descubrieron que Almagro aún no había salido de Yucay. Al día
siguiente, por la mañana, se reunieron sobre el Cusco los que habían quedado en
Urcos y los que habían ido con Almagro. Hernando Pizarro podría haber
desbaratado a los españoles que se habían quedado en Urcos si hubiera querido,
pero confiaba en que Almagro respetaría el juramento que había hecho con su
compañero, el Marqués don Francisco Pizarro. Además, para evitar problemas con
Su Majestad, decidió no intervenir, aunque estaba consciente de las malas
intenciones de Almagro.
Después
de reunir a su gente, don Diego de Almagro estableció su campamento en unos
andenes cerca del Cusco, donde ahora se encuentra el monasterio del
bienaventurado San Francisco. Antes de su llegada, y mientras estaba en ese
lugar, Hernando Pizarro envió a hablar con él para sugerirle que se
estableciera en la mitad del Cusco, mientras que él y su gente ocuparían la
otra mitad. Además, propuso enviar un mensajero al Marqués don Francisco
Pizarro para informarle sobre la llegada de Almagro y coordinar el estado y la
ubicación de él y su gente. Sin embargo, Almagro rechazó esta propuesta y
exigió que Hernando Pizarro le entregara el Cusco libremente. A pesar de los
numerosos mensajes y negociaciones por parte de Hernando Pizarro, quedó claro
que Almagro no estaba dispuesto a llegar a ningún acuerdo que no implicara la
entrega total del Cusco. Hernando Pizarro comprendió que no podía interferir en
la determinación y la voluntad de Almagro.
Mientras
estaban en estas negociaciones, acordaron una tregua para organizar lo
mencionado anteriormente. Sin embargo, durante el período de tregua, y antes de
que expirara el tiempo acordado, don Diego de Almagro, en una noche, al son del
tambor y el pífano, irrumpió en el Cusco desde tres direcciones diferentes.
Tomaron la ciudad sin encontrar resistencia y, una vez dentro de la plaza, don
Diego de Almagro y sus hombres principales se dirigieron hacia la casa donde
vivía Hernando Pizarro con la intención de arrestarlo. Hernando Pizarro se
encontraba en un granero con algunos amigos cuando esto sucedió.
Entiendo,
un "galpón" es un espacio amplio y largo, con una entrada en un extremo
llamada "culata", desde donde se puede ver todo lo que hay dentro, ya
que la entrada es tan ancha como la distancia entre las paredes y llega hasta
el techo, dejando toda el área abierta. Estos galpones solían ser utilizados
por los indígenas para celebrar sus festividades y ceremonias. Algunos de estos
galpones tenían las entradas cerradas y muchas puertas en el centro, todas
orientadas hacia un lado. Eran espacios muy amplios y sin obstáculos,
completamente abiertos y claros.
Entonces,
mientras Hernando Pizarro se encontraba en este galpón, en medio de las casas
donde vivía, escuchó el ruido de la entrada que hizo Almagro en el Cusco con su
gente. Hernando Pizarro y los hombres armados que estaban con él salieron y se
colocaron en la puerta del galpón. Cuando Almagro y su gente intentaron
arrestarlo, se desencadenó una feroz pelea que duró mucho tiempo. A pesar de
que los hombres que estaban con Hernando Pizarro eran pocos en número, lograron
resistir y no les permitieron entrar. Hernando Pizarro contaba con unos veinte
hombres, mientras que Almagro tenía más de trescientos. La falta de apoyo de
Hernán Ponce de León, Gabriel de Rosas y otros conspiradores debilitó la
posición de Hernando Pizarro y sus amigos. Además, debido a las treguas que
habían acordado, Hernando Pizarro creyó que estarían a salvo. Esta combinación
de factores permitió que Almagro entrara en el Cusco sin enfrentar una
resistencia más feroz, lo que podría haber resultado en una gran pérdida de
vidas.
Mientras
Hernando Pizarro seguía luchando en la puerta del galpón, Almagro, al ver que
Hernando Pizarro no mostraba señales de rendición, ordenó que se prendiera
fuego al galpón donde se encontraba. Este galpón, construido de paja, comenzó a
arder y se desmoronaba gradualmente bajo el peso del fuego. A pesar de la
situación desesperada, Hernando Pizarro se negaba a rendirse, incluso cuando
algunos de los suyos resultaron heridos por las saetas disparadas por la gente
de Almagro. Sin embargo, cuando el fuego amenazaba con caer sobre él, y después
de que le advirtieran sobre las graves consecuencias si continuaba
resistiéndose, Hernando Pizarro finalmente se entregó a la prisión.
Almagro
entregó a Hernando Pizarro a uno de sus capitanes, llamado Rodrigo Orgóñez,
junto con algunos de sus amigos en quienes más confiaba. Lo llevaron a las
"casas del sol", que eran más sólidas y mejor defendidas, donde lo
retuvieron durante algunos días. Luego, prepararon un cubo en Caxana, unas
casas que pertenecían al Marqués don Francisco Pizarro y donde Hernando Pizarro
estaba cuando lo capturaron. Reforzaron este cubo, cerrando ventanas y puertas,
dejando solo un pequeño postigo por donde pudiera pasar un hombre. Una vez
preparado, lo metieron dentro y tapiaron el cubo. Estas casas tenían dos cubos,
uno en cada esquina de la cuadra. Estaban construidos con piedra labrada y eran
muy sólidos, con forma redonda y cubiertos con una paja colocada de manera
peculiar, de modo que el alero de la paja sobresalía de la pared,
proporcionando refugio a los jinetes que rondaban cuando llovía. Estas casas
pertenecían a Guaina Capa. Los indígenas de guerra quemaron estos cubos con
flechas y piedras encendidas cuando sitiaron la ciudad. La paja era tan densa
que tardó varios días en quemarse completamente. Habían reforzado estos cubos
con tierra y madera gruesa en la parte superior, como almenas. Hernando Pizarro
estaba encerrado en uno de estos cubos.
Capítulo
22:
Los Sucesos Después de la Captura de Hernando Pizarro por los Seguidores de
Diego de Almagro
Al día
siguiente de la captura de Hernando Pizarro, los partidarios de Almagro
mostraron una actitud desconcertante. No nos reconocían como aliados, a
nosotros, los que estábamos bajo el mando de Hernando Pizarro, sirviendo
lealmente a Su Majestad en la defensa del Cusco contra los nativos. Don Diego
de Almagro y sus capitanes ordenaron desarmar a aquellos sospechosos de
simpatizar con nosotros y con Hernando Pizarro, así como confiscar sus
caballos. Entre los detenidos se encontraban amigos y familiares cercanos de
Hernando Pizarro, como su hermano Gonzalo Pizarro, Pedro Pizarro, Alonso de
Toro, Francisco de Solar, Francisco de Cárdenas, Gaspar Jara, y otros más.
Estos individuos fueron mantenidos bajo custodia durante varios días, a veces
liberándolos temporalmente y otras volviendo a arrestarlos, a excepción de
Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, quienes permanecieron detenidos hasta más
adelante, como se explicará más adelante.
Así
pues, mientras tanto, Alonso de Alvarado llegó a Cochacaxa y al río de Abancay,
ubicados a unas veinte leguas aproximadamente al sur del Cusco. Este río de
Abancay, como se mencionó anteriormente, es imposible de cruzar durante el
invierno y en verano requiere un gran esfuerzo. Al enterarse aquí Alonso de
Alvarado de la entrada de don Diego de Almagro en el Cusco y de la captura de
Hernando Pizarro, decidió detenerse en este lugar de Cochacaxa, que se
encuentra en un cerro elevado, donde hay una pequeña llanura. En esta llanura
se forma también una pequeña laguna, lo que le da el nombre a este lugar de
Cochacaxa. Desde este cerro y la laguna, desciende una corriente de agua hasta
el río de Abancay, que está a casi una legua de distancia.
Después
de enterarse de lo ocurrido en el Cusco, Alonso de Alvarado, dejando el
campamento y la gente en Cochacaxa, descendió hacia el puente de Abancay sobre
el río. Aquí estableció puestos de avanzada tanto en el paso del vado como en
el puente mismo. Él y sus hombres se mantuvieron vigilantes en estos puntos
estratégicos, mientras enviaba a cincuenta jinetes a caballo para informar al
Marqués don Francisco Pizarro sobre la situación y su posición actual. Les
ordenó que se dirigieran hacia los Llanos por La Nazca, un camino seguro que
atravesaba terreno llano y escasamente poblado, asegurando así un viaje sin
contratiempos.
Así
que, como mencioné anteriormente, Picado transfirió las tropas de Pedro de
Lerma a Alonso de Alvarado, ya que Picado, como secretario, tenía una
influencia considerable sobre el Marqués y se hacía cumplir su voluntad. Esta situación
causó muchos problemas en la región, como explicaré más adelante. Debido a
estos eventos, Pedro de Lerma se sentía agraviado en su interior por haber sido
destituido de su cargo de general y verlo entregado a Alonso de Alvarado. Tenía
muchos partidarios en el campamento y entre las figuras prominentes.
Viendo
la oportunidad de vengarse de la afrenta sufrida, Lerma conspiró con sus
aliados para escribir a Almagro, instándolo a atacarlos. Le aseguraron que le
proporcionarían las tropas que acompañaban a Alonso de Alvarado y lo
entregarían prisionero. Aunque Almagro había recibido noticias sobre la llegada
de Alonso de Alvarado, no se había atrevido a enfrentarlo. Parecía que Alvarado
tenía una fuerza considerable y Almagro no quería enfrentarse a él en un
terreno tan desfavorable.
Sin
embargo, cuando Almagro se enteró de la discordia en el campamento de Alvarado
y del plan de Lerma, decidió actuar. Reunió a sus partidarios, confiscó los
caballos y armas de aquellos que no le eran leales, incluidos los mencionados
anteriormente, y los encarceló, dejando a Gabriel de Rosas como su
lugarteniente. Luego, partió con todo su ejército y algunos de los que estaban
en el Cusco y simpatizaban con su causa. Dejó una guarnición para custodiar a
los prisioneros y se dirigió hacia Abancay, informando a Pedro de Lerma y sus
seguidores sobre su marcha y prometiéndoles grandes recompensas.
Después
de enterarse de la partida de Almagro, Pedro de Lerma y sus aliados fingieron
lealtad al Marqués, procurando ser ubicados en el vado para destacarse en su
servicio. Una vez logrado esto, informaron a Almagro de la situación,
instándolo a atacar el puente mientras ellos atacaban el vado, asegurándole que
encontraría el camino despejado. Almagro aceptó el plan y pasó el día luchando
en el puente contra algunos arcabuceros y ballesteros. Durante la pelea, las
fuerzas de Almagro mataron a tres hombres de Alvarado, incluyendo a un
caballero llamado don Francisco.
Al
caer la noche, Almagro hizo grandes fogatas frente al puente, simulando
establecer su campamento allí y prepararse para un ataque frontal. Mientras
dejaba a algunos hombres para simular ocupar el puente, el resto de sus fuerzas
se retiraron secretamente hacia el vado. Una vez cruzado sin contratiempos, a
pesar de la resistencia inicial de algunos desprevenidos, Almagro capturó a los
hombres que custodiaban el puente y, sin darles cuartel, atacó a los que
estaban en el campamento, hiriendo a varios y tomando prisionero a Alonso de
Alvarado.
Luego
avanzó hacia Cochacaxa, donde también capturó a la gente que estaba allí,
quienes se quejaban de haber sido saqueados y despojados de sus pertenencias.
Después de asegurar a sus prisioneros, Almagro regresó al Cusco con toda su
tropa, algunos de forma voluntaria y otros a regañadientes, llevando consigo a
Alonso de Alvarado bajo estricta custodia. Al llegar al Cusco, encarceló a
Alonso de Alvarado junto con Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, manteniéndolos
a los tres bajo vigilancia.
Esta
fue la primera batalla y toma del Cusco en el Perú, marcada por saqueos y
maltratos que muchos hoy en día lamentan. En esta batalla, se dice que varios
fueron humillados, entre ellos Pedro de Lerma, quien golpeó a un tal Pedro de
Samaniego en el campo. Posteriormente, Samaniego se vengó, matando a Lerma
durante la batalla de las Salinas.
Después
de estos acontecimientos, don Diego de Almagro decidió dirigirse hacia el Inca,
quien se encontraba fortificado en Tambo y contaba con el apoyo de algunas
tropas del Cusco, de Alonso de Alvarado y de las que Almagro había traído de
Chile. Para esta empresa, nombró a Rodrigo Orgóñez como general y marcharon
hacia Tambo.
Antes
de atacar, enviaron un mensaje al Inca, ofreciéndole la paz si se rendía, pero
advirtiéndole que de lo contrario, se enfrentaría a la guerra. Ante la
perspectiva de la abrumadora cantidad de fuerzas que se aproximaban, el Inca
decidió retirarse hacia los Andes.
Los
Andes son unas montañas densamente pobladas, con altos bosques que reciben
lluvias durante todo el año, en mayor o menor medida. En algunas partes de
estas montañas, hay pequeñas comunidades indígenas, tan escasas que hasta ahora
se han avistado menos de doscientos individuos. Estos indígenas se dedican
principalmente al cultivo de una planta llamada coca, que es altamente valorada
y apreciada entre ellos y utilizada tradicionalmente por sus líderes, como ya
he mencionado anteriormente.
En la
actualidad, muchos españoles han comenzado a cultivar esta planta, ya que su
comercio puede generar ingresos significativos. Se estima que cada año se
realizan transacciones por más de seiscientos millones de pesos en coca, lo que
ha enriquecido a muchos. Sin embargo, es importante que este enriquecimiento no
tenga repercusiones negativas en las almas de las personas, ya que se dice que
aquellos que se aventuran en el comercio de la coca en los Andes pueden sufrir
enfermedades graves, como un mal en la nariz similar al mal de San Antón.
Aunque existen algunos remedios para aliviarlo, al final, esta enfermedad a
menudo resulta fatal.
Esto
afecta a todos los indígenas que ingresan a la región, incluso a aquellos que
no son nativos de los Andes, e incluso algunos de los que nacen allí pueden
verse afectados por esta enfermedad. Esta es una de las razones por las cuales
hay tan poca población en estas áreas. Además, en estas tierras de los Andes,
abundan las serpientes venenosas y las grandes boas, algunas de las cuales han
atacado a personas y les han causado la muerte.
El
terreno también es agreste, con montañas muy altas y profundas quebradas, lo
que dificulta la vida en esta región.
Esta
enfermedad afecta a todos los indígenas que ingresan a la región, incluso a
aquellos que no son naturales de los Andes y, sorprendentemente, a algunos que
nacen y crecen allí. Este mal es una de las razones por las cuales la población
en estas áreas es tan escasa. Además, en estas tierras andinas, abundan las
víboras y las serpientes de gran tamaño, y se han registrado casos en los que
estas criaturas han atacado a personas, causándoles la muerte.
El
terreno en los Andes es áspero y está lleno de montañas muy altas y profundas
quebradas. Esto hace que la región sea difícil de atravesar y que haya muchos
pasos peligrosos que requieren un gran esfuerzo para transitar, incluso después
de arduas tareas de acondicionamiento. Incluso si se logra introducir caballos
en estas áreas, no se pueden aprovechar hasta que se haya cruzado toda la
montaña, ya que en algunas partes se forman pequeñas llanuras entre las
montañas. Estas montañas se inclinan hacia el Mar del Norte.
Cuando
Rodrigo Orgóñez llegó a Tambo con la considerable fuerza que dirigía, calculada
en más de quinientos hombres, el Inca no se atrevió a enfrentarlos en su
posición fortificada. Al darse cuenta de que el Inca había huido, Orgóñez y sus
hombres decidieron perseguirlo, alcanzándolo finalmente junto con su séquito en
un pueblo llamado Viticos. Durante esta persecución, capturaron a muchos de sus
seguidores y confiscaron su equipaje, incluso atravesando terrenos difíciles y
superando obstáculos.
En el
transcurso de esta acción, lograron aprehender a dos españoles que estaban con
el Inca: Francisco Martín, mencionado anteriormente, y otro individuo que se
había escapado del Cusco. Almagro, furioso con el fugitivo, estuvo a punto de
ahorcarlo, pero finalmente, debido a las súplicas de otros, decidió perdonarlo.
Por su parte, el Inca Mango Yupanqui se adentró en los densos bosques, cruzando
un río profundo sobre una cuerda en una canasta. Después de pasar, cortaron la
cuerda para evitar su persecución, y aunque algunos de sus seguidores pudieron
escapar con él, no discutiré su destino en este momento, sino más adelante.
Una
vez que la expedición dirigida por Almagro regresó, Rodrigo Orgóñez y sus
capitanes emprendieron el camino de vuelta hacia el Cusco. Durante su campaña,
habían conseguido un botín valioso, incluyendo provisiones, indígenas y
armamento que los nativos habían capturado de los españoles que habían
fallecido en enfrentamientos anteriores, así como otros objetos de valor.
Capítulo
23:
La Expedición de Don Diego de Almagro contra Don Francisco Pizarro en la Ciudad
de los Reyes y los Acontecimientos entre Pizarro y Almagro.
Después
de un breve período de descanso, Don Diego de Almagro y sus capitanes
decidieron dirigirse hacia Lima para enfrentarse a Don Francisco Pizarro.
Almagro planeaba sorprenderlo con una fuerza reducida y penetrar en los
dominios de Lima, argumentando que desde allí se obstaculizaba su autoridad.
Este plan se basaba en la creencia de Almagro de que tendría suficiente apoyo,
ya que había reclutado a más de trescientos hombres en Chile, además de los
seguidores que ya tenía, incluyendo a Alonso de Alvarado y sesenta partidarios
en el Cusco, entre los cuales se encontraban figuras importantes como el
Tesorero Alonso Riquelme y el Factor Diego Núñez de Mercado.
Sin
embargo, este plan no salió como Almagro había previsto. Debido a los malos
tratos infligidos por Almagro a los que estaban en el Cusco y a los que había
capturado durante la campaña contra Alonso de Alvarado, muchos de sus
seguidores desertaron y se pasaron al bando del Marqués Don Francisco Pizarro,
de veinte en veinte, de diez en diez.
Así,
partiendo Almagro con una fuerza considerable de más de setecientos hombres,
llevó consigo a Hernando Pizarro en prisión. Dejó a Gonzalo Pizarro, su
hermano, y a Alonso de Alvarado, presos en el mismo lugar donde él había estado
detenido. En otro recinto, mantuvo bajo custodia a Pedro Pizarro, Alonso de
Toro, Francisco de Cárdenas (conocido como el de Huamanga) y Gaspar Jara,
tapándolos y asegurándolos.
Es
importante destacar que estos nombres, Pedro Pizarro, Alonso de Toro y
Francisco de Cárdenas, son los mismos que se han mencionado repetidamente hasta
ahora en la narración, ya que no había otras personas con esos nombres en el
reino en ese momento, ni ha habido desde entonces.
Almagro
dejó a Graviel de Rojas como teniente de gobernador, confiándole la importante
tarea de custodiar a los prisioneros. Sin embargo, antes de su partida, tuvo un
altercado con un caballero que había traído consigo desde Chile, llamado Lorenzo
de Aldana. La disputa surgió cuando Aldana le pidió a Almagro un préstamo de un
millón de pesos para prepararse para acompañarlo, como había hecho con otros,
como Diego de Alvarado y Gómez de Alvarado. Almagro respondió que no tenía nada
que darle. Aldana argumentó: "Bien ve Vuestra Señoría que venimos
desgastados y perdidos (como vinieron otros), y dado que Vuestra Señoría ha
dado a otros, es justo que me proporcione algo de ayuda para poder unirme a
usted en esta expedición". Al parecer, Almagro, en un acceso de ira,
respondió: "Quedaos, que sin Mari Aldana haremos la guerra".
Al
sentirse agraviado por la respuesta de Almagro, Lorenzo de Aldana decidió
quedarse, y eventualmente recibió el pago prometido. Después de que Almagro se
marchara con Hernando Pizarro, Aldana se acercó a algunos de sus amigos en el Cusco,
así como a aquellos que se sentían agraviados por la entrada de Almagro en la
ciudad. Los convocó para ayudarlo a liberar a los prisioneros que Almagro había
dejado atrás. Después de ganar algunas voluntades, Aldana se comunicó
secretamente con Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado. Una noche, los guardias
que custodiaban a los prisioneros fueron sobornados por los amigos de Aldana.
Estos guardias abrieron dos ventanas que daban a la plaza desde los cubículos
donde estaban encerrados los prisioneros. Una vez liberados, más de cincuenta
amigos de Aldana los estaban esperando. Aprovecharon la oportunidad para
apoderarse de algunos caballos y armas (ya que Almagro se había llevado la
mayoría), y también capturaron a Rojas, el teniente de gobernador designado por
Almagro.
Ese
mismo día en que fueron liberados, Aldana y los otros fugitivos se apresuraron
a prepararse, temiendo que Almagro pudiera enterarse antes de que fueran
interceptados. Sin embargo, Almagro había tomado otro camino hacia Nazca,
mientras que Gonzalo Pizarro, Alvarado y sus seguidores optaron por un camino
que los llevaba hacia el interior de la tierra, rumbo a Huamanga y luego a Jauja,
antes de finalmente dirigirse hacia Lima. Cuando llegaron a la ciudad, el
Marqués Pizarro los recibió con gran alegría, mientras que Almagro, al
enterarse, se retiró a Chincha, a treinta leguas de distancia de Lima,
sintiendo pesar por la situación.
Mientras
se encontraban en Chincha, se organizaron conciertos diplomáticos, con la
intermediación del Licenciado Gaspar de Espinosa en representación de Almagro,
y del Marqués Francisco de Godoy, acompañado por el religioso Francisco de
Boadilla, Provincial de los Mercedarios. Estos acordaron que Almagro y el
Marqués se encontrarían en Mala, un valle ubicado entre Lima y Chincha, que
prácticamente divide el camino en unas treinta leguas. Con este fin, el Marqués
partió de Lima con setecientos hombres listos para el combate, estableciendo su
campamento en Chilca, a unas diez leguas al sur de la ciudad de los Reyes.
Desde allí, seleccionó a doce hombres de su confianza, a quienes llevó consigo
a Mala, donde se acordó el encuentro. Cada líder debía ir acompañado por otros
doce hombres. En el campo, el Marqués dejó a su hermano Gonzalo Pizarro como
general.
Una
vez que el Marqués partió, Gonzalo Pizarro marchó con todo su ejército
siguiéndolo, alcanzando el río de Mala. Se ocultaron en los bosques cercanos al
río, y colocaron a cincuenta arcabuceros emboscados entre los cañaverales, en
la orilla opuesta del río, hacia Chincha. Este era el punto donde se esperaba
que Almagro llegara remontando el río, fuera del camino real. Por su parte, se
dice que Almagro también trajo consigo a todo su ejército, ocultándose detrás
de una colina antes de llegar al asentamiento de Mala.
El
Marqués llegó primero que Almagro al lugar designado para el encuentro. Cuando
Almagro llegó al río, desmontó de su caballo, y los arcabuceros emboscados del
Marqués estuvieron a punto de dispararle para matarlo. Sin embargo, Gonzalo
Pizarro ordenó que no lo hicieran, ya que en ese momento estaba con ellos.
Después de desmontar, Almagro se dirigió con los doce hombres que lo
acompañaban hacia el tambo donde se encontraba el Marqués.
Los
tambos, así llamados por los indios, eran aposentos que se encontraban en todas
las provincias y pueblos, construidos por orden de los reyes de este reino para
que él y sus capitanes se alojaran cuando viajaban por sus tierras.
Al
llegar Almagro al tambo donde el Marqués lo esperaba, se encontraron y
hablaron, aunque no con el mismo afecto de otras ocasiones, pues estaban
resentidos: el Marqués por la afrenta que había sufrido su familia, y Almagro
por la desconfianza que había sembrado, especialmente cuando se reconciliaron
en Cusco tras las disputas con Juan Pizarro. En ese momento de reconciliación
en el Cusco, habían llorado juntos, como era su costumbre en largas ausencias.
Sin embargo, ahora las cosas eran diferentes, y esto se debía a los malos
consejeros que Almagro había adquirido, especialmente aquellos que llegaron con
don Pedro de Alvarado desde Nicaragua. Fueron ellos quienes avivaron el fuego
de la discordia en el Perú, mientras que los demás llegados de Nicaragua y otras
partes eran personas pacíficas y tranquilas.
En
esta situación, el Marqués podría haber optado por arrestar o incluso matar a
Almagro con relativa facilidad, ya que contaba con más hombres y arcabuceros
que él. Almagro solo disponía de unos quince o veinte arcabuceros, mientras que
el Marqués contaba con ochenta o más, una fuerza considerable que en ese
momento no tenía par en el reino. No faltaban quienes instaban a Gonzalo
Pizarro a aprovechar esta oportunidad, recordándole cómo Almagro había roto las
treguas y sugiriendo que él debería hacer lo mismo, dada la ventaja que tenían.
Sin
embargo, cuando el Marqués fue informado de estas sugerencias, ordenó a su
hermano que no tomara medidas drásticas, ya que no lo consideraría su hermano
si rompía la palabra que había dado a los representantes de Almagro. Francisco
Pizarro era conocido por su firmeza en cumplir sus promesas.
Después
de intercambiar quejas y disculpas, Almagro regresó a Chincha, mientras que el
Marqués alojó a su gente en el valle de Mala. Le advirtió a Almagro que si no
liberaba a su hermano Hernando Pizarro, a quien tenía prisionero, lo
perseguiría hasta quitarle la vida. Así, avanzó con sus tropas hasta llegar al
Guarco, un valle ubicado a seis leguas de Chincha, donde se encontraba Almagro.
Allí, los intermediarios volvieron a negociar entre don Diego de Almagro y el
Marqués Francisco Pizarro. Finalmente, acordaron que Almagro liberaría a
Hernando Pizarro para apaciguar la situación y buscar otros medios de
resolución. Almagro aceptó y liberó a Hernando Pizarro.
Después
de ser liberado, el Marqués propuso a don Diego de Almagro que poblara los
Charcas y Arequipa, y que proporcionara alimento a la gente que lo acompañaba,
ya que estos lugares contaban con recursos suficientes y eran estratégicos,
aunque en ese momento no se conocían las minas de Potosí y Porco, cerca de los
Charcas. Posteriormente, el Marqués fundaría los Charcas, como se explicará más
adelante. Además, sugirió que permanecieran en estos lugares con la gente que
habían traído hasta que se recibiera una respuesta real para establecer los
límites de cada región. Sin embargo, Almagro se negó y exigió el control del Cusco.
El Marqués no aceptó esta propuesta porque el Cusco era el centro de
conocimiento y riqueza en la región, lo que finalmente desencadenaría
conflictos y pérdidas de vidas para ambos y para muchos otros españoles en los
años siguientes.
Ante
la falta de acuerdo, Almagro comenzó a retirarse, con el Marqués siguiéndolo de
cerca. Esta persecución continuó hasta que Almagro se refugió en Huaytará, ya
en la sierra, con el Marqués en su búsqueda. Hubo algunos encuentros entre sus
fuerzas, aunque no llegaron a ser violentos. En un páramo antes de llegar a Huaytará,
un lugar extremadamente frío y cubierto de nieve, estuvieron casi al alcance
visual uno del otro. Con la esperanza de que la gran cantidad de nieve
dificultara el avance del Marqués y sus hombres, Almagro decidió reagruparse en
un valle llamado Yca, ubicado a unas cuarenta leguas de la ciudad de los Reyes y
el valle de Lima. Mientras tanto, Almagro se dirigió rápidamente hacia el Cusco.
Capítulo
24:
De las acciones del Marqués Francisco Pizarro y de Diego de Almagro, y los
eventos hasta la batalla de las Salinas.
Una
vez en Yca, el Marqués Francisco Pizarro reorganizó a toda su tropa y,
confiándola a Hernando Pizarro y sus oficiales, le ordenó que persiguiera a
Diego de Almagro y su gente hasta expulsarlos de los límites del Cusco.
Hernando Pizarro partió con su hermano Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado, y otros
capitanes como Pedro de Castro, Diego de Urbina, y Pedro de Valdivia como maese
de campo, junto con otros capitanes y unos ochocientos hombres a caballo y a
pie, incluyendo ochenta arcabuceros. Después de esta encomienda, el Marqués
regresó a la ciudad de los Reyes en Lima, mientras Hernando Pizarro ascendió
por La Nazca hacia la sierra.
Una
vez que Hernando Pizarro subió por Nazca hacia la provincia de Soras, tuvo que
atravesar numerosos despoblados y senderos difíciles para evitar que Almagro
pudiera prever su ruta y preparar emboscadas en puntos estratégicos. También
evitó cruzar dos grandes ríos, el Abancay y el Apurímac, que desembocan en el
océano Atlántico.
Durante
sus jornadas, Hernando Pizarro mantuvo en secreto sus movimientos, lo que
dificultó que Almagro, quien se encontraba en el Cusco reorganizando sus
fuerzas, pudiera anticipar sus movimientos y bloquear su avance hacia el valle
del Cusco. Hernando Pizarro realizaba maniobras sorpresivas, cambiando de
dirección sin previo aviso, lo que confundía a sus seguidores y a sus
adversarios por igual. Esta táctica también se empleó para evitar que le
destruyeran un puente sobre el río Aycha, ubicado a unas diez leguas al este
del Cusco, en dirección al Collao.
Antes
de llegar al puente, Hernando Pizarro avistó a doscientos hombres a caballo, a
unas doce o trece leguas de distancia. Sin que nadie más lo supiera, Hernando
envió a su hermano Gonzalo Pizarro con estos hombres, ordenándoles que
avanzaran sin descanso, día y noche, para asegurar el puente de Aycha y evitar
que fuera destruida antes de que el resto del ejército llegara.
Los
indígenas solían construir estos puentes utilizando una técnica peculiar:
tejían gruesas redes de varas, similares a mimbre, que tenían más de dos palmos
de ancho y se extendían desde una orilla del río hasta la otra, con algunas
varas adicionales colocadas como barandillas a ambos lados. Luego, colocaban
grandes piedras como soportes en ambos extremos del puente, y atravesaban estas
redes con gruesas vigas para reforzarlas. Sobre estas vigas, colocan otras
varas más delgadas y las tejían firmemente para formar una superficie sólida
sobre la cual la gente y los caballos podían caminar con seguridad. Además,
agregaban barandillas más altas a los lados para proporcionar protección
adicional y evitar que quienes cruzaban cayeran al agua. Estos puentes estaban
tan bien construidos que permitían el paso seguro de personas y caballos.
Así
que Gonzalo Pizarro partió con el grupo designado, mientras Hernando Pizarro
permanecía en el campamento con el resto de las tropas, aparentando que no
tenían intención de moverse en otra dirección. Gonzalo y los hombres que lo
acompañaban cruzaron el río que conduce a Abancay, casi a nado, y continuaron
sin detenerse hasta llegar al río y el puente de Aycha, que conecta con Apurímac.
Para su alivio, encontraron el puente intacto y en buenas condiciones. Se
establecieron allí para protegerla hasta que Hernando Pizarro llegara con el
resto de las tropas.
Una
vez que llegamos a nuestro destino, Almagro recibió noticias de nuestra llegada
y preparó a sus hombres para enfrentarse a Hernando Pizarro. Aunque Almagro
contaba con más de ochocientos hombres, solo disponía de unos veinte arcabuces.
Cuando Hernando Pizarro llegó, cruzamos el puente y nos dirigimos hacia el
valle, a unas dos leguas al sur del Cusco.
Al
enterarse de nuestra llegada, Almagro reunió a su ejército y avanzó hacia las
Salinas, a media legua al sur del Cusco, donde eligió un lugar estratégico
junto a una ladera en el camino real del Collao. En este sitio, había un
pequeño terreno llano, con un pantano al otro lado del camino. Aquí, Almagro
dispuso a sus hombres en formación, con escuadrones listos para el combate.
Además, colocó al capitán a caballo Vasco de Guevara, natural de Toledo, al
mando, con la orden de atacar a la infantería y los arcabuceros de Hernando
Pizarro.
Al
amanecer, Hernando Pizarro organizó sus escuadrones, dividiendo a los de a
caballo en dos partes, de manera que pudieran atacar de forma separada si fuera
necesario, pero también reunirse si lo requerían las circunstancias. Una parte
fue entregada a Diego de Rojas, un capitán presente en la batalla, mientras que
la otra parte fue asignada al Mariscal Alvarado. Hernando y su hermano Gonzalo
Pizarro lideraron la vanguardia de los jinetes, mientras que dos capitanes se
encargaron de la infantería: Pedro de Castro, un portugués a cargo de los
arcabuceros, y Diego de Urbina, responsable de la piquera.
Mientras
avanzaban en formación, el capitán de los arcabuceros, Castro, reconoció la
ciénaga y decidió internarse en ella con su gente. Desde allí, comenzó a
disparar contra las tropas de Vasco de Guevara. Este último intentó avanzar
hacia ellos, pero al darse cuenta de que la ciénaga dificultaba su avance,
decidió retirarse y unirse al escuadrón donde se encontraba don Diego de
Almagro. Viendo que todas las fuerzas a caballo de Almagro estaban concentradas
en un solo escuadrón, los hombres de Hernando Pizarro también se unieron en uno
solo. Hernando Pizarro entonces lanzó un ataque contra las tropas de Almagro, y
tras un enfrentamiento prolongado, las fuerzas de Almagro finalmente huyeron
del campo de batalla, mientras que don Diego de Almagro se retiró con algunos
de sus hombres hacia la fortaleza.
La
gente de Hernando Pizarro persiguió a Almagro y lo capturó, llevándolo de
regreso al Cusco, donde Hernando lo encarceló en el mismo calabozo donde
Almagro había mantenido presos a más de treinta hombres, muchos de los cuales
eran aliados de Hernando Pizarro. Estos prisioneros estaban bajo la custodia de
Noguerol de Ulloa, un residente de Arequipa. Después de liberar a estos
prisioneros, Hernando Pizarro encarceló a Almagro en el mismo lugar y lo
sometió a juicio, que culminó con su ejecución mediante decapitación después de
varios meses.
En la
batalla de las Salinas, más de cien hombres perdieron la vida de ambos bandos,
y muchos resultaron heridos. Entre los fallecidos se encontraba Rodrigo
Orgóñez, el capitán general de Almagro. Hernando Pizarro ordenó que los bienes
capturados a los seguidores de Almagro fueran devueltos a sus propietarios en
Chile, mediante un bando público, como una medida de justicia y respeto hacia
ellos.
Capítulo
25:
De los acontecimientos tras el regreso de Hernando Pizarro tras la ejecución de
Diego de Almagro y su partida hacia España.
Después
de la muerte de Almagro, el Cusco se encontraba lleno de hombres tanto
partidarios de Almagro como de Pizarro. En aquel tiempo, no existían los
repartimientos de indios como los hay ahora, y estos eran otorgados solo a los
conquistadores y exploradores que habían contribuido significativamente a la
colonización de la tierra.
Hernando
Pizarro decidió otorgarle licencia a Pedro de Candia, uno de los primeros
exploradores y conquistadores del reino, para que liderara una expedición hacia
los Andes. Candia había expresado su deseo de explorar esta región durante
mucho tiempo, ya que tenía noticias de una provincia rica y poblada más allá de
las montañas, hacia el Mar del Norte. Esta provincia había sido mencionada en
varias ocasiones, pero aún no se había logrado acceder a ella.
Viendo
la gran cantidad de hombres sin medios de subsistencia en el Cusco, Hernando
Pizarro autorizó la expedición solicitada por Candia y lo nombró general.
Candia reunió a trescientos hombres y más, y con ellos se adentró hacia los
Andes desde el Cusco, en busca de esta misteriosa provincia.
En su
intento por encontrar un paso hacia las montañas, Pedro de Candia y su
expedición se vieron obstaculizados por la abrupta geografía de la región,
caracterizada por imponentes montañas. Decidieron entonces seguir la cordillera
de montañas a través de un área deshabitada que conducía hacia los indígenas
Canches, ubicados al principio del Collao. Allí detuvieron su avance, pero al
no encontrar otro camino viable en el Perú, surgieron tensiones entre la tropa
de Candia y un individuo llamado Pedro de Mesa, un mulato que Hernando Pizarro
había designado como capitán de artillería debido a su valentía y experiencia
en Italia. Se rumoreaba que Mesa había incitado un motín entre los hombres de
Candia.
Cuando
Hernando Pizarro se enteró del motín, partió de inmediato con sus aliados en
busca de Candia y su gente. Los alcanzaron en un pueblo de Canches llamado
Cangallo, ubicado a catorce leguas del Cusco. Allí, capturaron a Mesa y a
otros, y aunque mataron a Mesa y a otro soldado, lograron despojar a Candia de
su tropa, entregándola a Peranzúles, un vecino local. Candia fue enviado de
regreso al Cusco, donde residía. En este reino, solíamos y seguimos llamando
vecinos a los encomenderos de los indios.
Peranzúles,
junto con la gente proporcionada por Hernando Pizarro, avanzó por el Collao y
penetró en los Andes a través de un pueblo llamado Ayauirigama. Allí,
encontraron un sendero que les permitió atravesar las montañas. Sin embargo,
una vez superadas las montañas, llegaron a áreas deshabitadas donde casi la
mitad de la gente que los acompañaba pereció por falta de alimentos.
Continuando
su marcha, se encontraron con un río muy caudaloso que les resultó imposible
cruzar, incluso sin los materiales necesarios para construir balsas. Ante esta
situación, se vieron obligados a regresar. Durante el viaje de ida y vuelta,
más de la mitad de la gente murió de hambre, dejando una estela de tragedia en
su camino.
Después
de enterarse de la prisión y muerte de su compañero, don Diego de Almagro, el
Marqués don Francisco Pizarro se dirigió hacia el Cusco. A su llegada, se
enteró de que desde el desaguadero en adelante, en la provincia del Collao,
toda la región estaba inundada.
Este
desaguadero se encuentra cerca de un pueblo llamado Cepita, que pertenece a la
provincia de Chucuito, bajo la corona de Su Majestad. El desaguadero se origina
en la laguna de Titicaca y desemboca en otra laguna en las provincias de
Carangas y Aullagas, que es casi tan grande como la del Collao. El desaguadero
es muy profundo, con más de dos picas de profundidad, y ancho casi como el tiro
de un arcabuz. Han construido un puente para cruzarlo, hecho de balsas de enea.
Estas balsas, que son como nuestros barcos pero más planas y pequeñas, flotan
sobre el agua y están unidas por cuerdas de enea que las mantienen juntas,
formando un puente similar al de Sevilla, que está hecho sobre barcos.
Una
vez que el Marqués Francisco Pizarro se dio cuenta de que la región aún estaba
en rebelión, decidió enviar a su hermano, Gonzalo Pizarro, con doscientos
hombres para pacificar y conquistar la zona. Mientras se dirigían hacia el
desaguadero mencionado, encontraron a la gente de guerra del otro lado, quienes
estaban esperando allí confiados en su seguridad debido a que el puente estaba
roto.
Cuando
los españoles llegaron, unos diez o doce de ellos se lanzaron al agua con sus
caballos para cruzar el desaguadero. Sin embargo, debido a la gran profundidad
y amplitud del desaguadero, así como a la presencia de abundante limo, hierbas
y juncos en las orillas, los caballos quedaron atrapados y no pudieron salir.
Tanto los caballos como sus jinetes se ahogaron, mientras que los indígenas,
lanzando numerosas pedradas, contribuyeron a su fatal destino.
Viendo
Gonzalo Pizarro la dificultad para cruzar, buscó la ayuda de algunos amigos
indígenas de su lado para construir algunas balsas. Una vez terminadas, un
grupo de españoles cruzó el desaguadero por la noche y sorprendió a los
indígenas, haciéndolos huir. Esto permitió a los españoles asegurar la
ubicación del puente, ya que los indígenas la mantenían cerca de donde estaban.
Cuando
los españoles lograron asegurar el puente, la llevaron al otro lado y cruzaron
con éxito. Avanzaron hacia un valle llamado Cochabamba, donde se había reunido
mucha gente de guerra. Allí, Gonzalo Pizarro y su gente fueron sitiados y
enfrentaron un gran peligro. Enterado de la situación, el Marqués envió a
Hernando Pizarro con refuerzos. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro permaneció
cercado hasta la llegada de su hermano.
Una
vez que Hernando Pizarro llegó, los indígenas levantaron el cerco y los
cristianos pudieron continuar conquistando y pacificando la región del Collao y
los Charcas. Durante este tiempo, Hernando Pizarro descubrió las minas de Porco
y se apoderó de la rica veta de plata que se encontraba allí. Estas minas,
junto con las de Tarapacá, en la región de Yungas, a una legua y media del Mar
del Sur, proporcionaban plata para los reyes de la región. Mientras tanto, las
minas de Potosí solo fueron explotadas por los españoles, aunque los nativos ya
habían realizado algunas pruebas en ellas.
Con la
tierra asegurada, Hernando Pizarro y su hermano regresaron al Cusco. El Marqués
decidió entonces que Hernando Pizarro viajara a España, mientras que Gonzalo Pizarro
se ocuparía de Mango Inca, que estaba escondido en los Andes.
Capítulo
26.
Sobre las minas existentes en este reino y las que los naturales trabajaban
Las
minas de plata y oro en el reino eran una parte crucial de su riqueza. Cuando
los españoles llegaron, los incas ya estaban explotando minas como las de
Porco, así como otras que Hernando Pizarro descubrió y tomó. Estos
asentamientos mineros, donde se encontraban estas vetas de metales preciosos,
eran numerosos, y con el tiempo se descubrieron aún más.
Sin
embargo, había un problema significativo con muchas de estas minas: tendían a
inundarse rápidamente. Aunque producían una cantidad considerable de plata, su
explotación era difícil debido a este inconveniente. Como resultado, algunas de
estas minas permanecían sin explotar.
Otro
lugar importante donde se extraía plata era Tarapacá, llamado así por un pueblo
ubicado a nueve leguas de las minas. Estas minas se encontraban en áreas de
arenales y estaban a una distancia considerable del agua dulce, lo que
dificultaba su operación en ciertos lugares debido a la falta de acceso a este
recurso vital.
El
metal de plata en estas minas es muy rico, ya que lo más que se ha extraído de
ellas es plata de alta pureza, y algunos incluso sugieren que contiene una mezcla
de oro. No se ha encontrado una veta fija. Hay tantos afloramientos a modo de
vetas en un radio de diez leguas alrededor de lo que se ha explorado, como
venas tiene una hoja de parra. En todas partes donde se excava, se extrae metal
de plata, siendo uno más rico que el otro. Sin embargo, debido a la gran
escasez de agua que padecen, no se ha podido explorar ni descubrir la verdadera
riqueza que contienen estas minas. Se tiene noticia de una veta que los indios
mantienen tapada, la cual afirman que pertenecía al Sol y tiene un ancho de dos
pies, completamente compuesta de plata fina. Esto se comprendió a través de lo
que relataré a continuación.
Lucas
Martínez Vegaso, vecino de Arequipa y uno de los conquistadores de este reino,
trabajaba en estas minas porque tenía a su cargo el pueblo de Tarapacá como
encomienda. Mientras laboraba en una cueva de donde anteriormente se extraía
plata para el Inca, descubrió unas extrañas formaciones redondas, similares a
papas o bolas de tierra, conocidas localmente como papas, un alimento común
entre los nativos del Collao, como ya he mencionado. Estas papas de plata se
encontraban dispersas entre la tierra, con pesos que variaban desde doscientos
hasta incluso un quintal en algunas ocasiones. Su extracción conllevaba grandes
costos, y estas papas de plata parecían aparecer en la cueva de forma
periódica, como si se generaran allí.
Resulta
que Pedro Pizarro, quien tenía a su cargo los indios de su encomienda cerca de
estas minas, escuchó acerca de un indígena que conocía la ubicación de unas
minas más ricas que las que Lucas Martínez estaba explotando. Al emprender la
búsqueda, encontró unas excavaciones que los indios solían trabajar en tiempos
antiguos, a solo dos tiros de arcabuz de donde Lucas Martínez estaba trabajando.
Al preguntar a los indios qué extraían de allí, dijeron que cobre, pero
mentían. Al explorar una pequeña excavación que los indios habían dejado de
lado, a poco más de dos palmos bajo tierra, descubrieron unas piedras que
parecían adoquines. Al golpear estas piedras con un martillo, se extrajeron más
de tres mil pesos en pedazos de plata blanca de alta ley, que emergían al
romper el adoquín con un mazo, revelando una capa delgada de plata. Convencido
de que había encontrado la veta rica, Pedro Picarro invirtió más de veinte mil
pesos en esta mina, perforando dieciocho estados de roca viva, pero no encontró
más plata.
Entonces,
cuando Lucas Martínez se enteró de esta plata que inicialmente había encontrado
Pedro Picarro, pensando que era la veta del sol, amenazó a los caciques de
Tarapacá, quienes estaban bajo su encomienda, diciéndoles que los mataría
porque no le habían mostrado esa mina que Pedro Picarro había encontrado. Los
caciques, creyendo que Lucas Martínez iba en serio, le aseguraron que no se preocupara,
que esa mina no era la verdaderamente rica, y que ellos le mostrarían la
auténtica veta del sol que ya había sido mencionada. Explicaron que no se
habían atrevido a revelarla porque sus chamanes les habían advertido que todos
morirían y sus árboles y cosechas se secarían si lo hacían. Lucas Martínez los
alentó, diciéndoles que los chamanes mentían.
Cuando
los caciques estaban decididos a mostrarle la mina, un día antes de partir,
ocurrió un eclipse solar. Los indígenas, interpretando esto como una señal de
que el sol se había enfadado por haberles descubierto su mina, se negaron a
seguir adelante, temiendo que todos morirían si revelaban la mina. Aunque Lucas
Martínez trató de calmarlos, diciéndoles que tales fenómenos solares ocurrían
de vez en cuando, los indígenas seguían temerosos.
Mientras
iban por el camino hacia la mina, ocurrió un fuerte terremoto. Viendo el
eclipse solar y sintiendo el temblor de la tierra, los indígenas afirmaron que
incluso si los mataban, no revelarían la ubicación de la mina. Y así lo
hicieron, nunca accedieron a mostrarla. Este suceso tuvo lugar durante el
gobierno de Vaca de Castro. Además, en esta región de Tarapacá, hay grandes
riquezas mineras ocultas debido a la escasez de agua y leña, lo que impide su
exploración, mientras que los indígenas solían extraer oro en Chuquiabo, donde
hoy se encuentra la ciudad de La Paz, y en otros lugares, aunque no entraré en
detalles para no alargar este relato.
Capítulo
27:
La partida de Hernando Picarro a España y la expedición de Gonzalo Pizarro en
busca de Manco Inca en los Andes.
Así
que Hernando Picarro se preparó para su partida a España y, una vez listo,
partió del Cusco. El Marqués don Francisco Picarro, su hermano, lo acompañó
junto con una gran cantidad de personas que lo seguían. Salieron hasta una
legua afuera del Cusco, llegando a la llanada conocida como la Guacauara, donde
anteriormente se había dado un encuentro cuando ingresamos al Cusco, como ya he
mencionado antes.
Despidiéndose
Hernando Pizarro de su hermano el Marqués, le expresó: "Mire Vuestra
Señoría, que yo me voy a España y que el remedio de todos nosotros, después de
Dios, está en Vuestra Señoría. Digo esto porque los de Chile andan muy
desaforados, y si yo no me fuera no habría de qué temer (¡y Hernando Pizarro
decía la verdad, porque temblaban de él!). Vuestra Señoría debe hacer amigos
entre los principales, proporcionándoles alimentos y sustento a aquellos que lo
deseen, pero no permita que se reúnan diez personas juntas en un radio de
cincuenta leguas alrededor de donde esté Vuestra Señoría, porque si los deja
unirse, lo matarán a él, y si a Vuestra Señoría lo matan, mis negocios se verán
afectados, y de Vuestra Señoría no quedará memoria".
Estas
palabras las pronunció Hernando Pizarro en voz alta para que todos las
oyéramos. Luego, abrazando al Marqués, su hermano, se despidió de él y
emprendió su viaje. Hernando Pizarro le dio estos consejos al Marqués, como
hombre sabio que era, porque había intentado hacerse amigo de los hombres
principales de Chile, ofreciéndoles encomiendas de indios, pero ellos no lo
aceptaron ni quisieron. Por eso, ninguno de aquellos principales se acercaba a
menos de cincuenta leguas de donde residía Hernando Pizarro.
Al no tomar
el Marqués el consejo de su hermano, los de Chile terminaron por matarlo.
Después
de la partida de Hernando Picarro, como se ha mencionado, el Marqués ordenó el
alistamiento de trescientos de los hombres más experimentados en la guerra,
junto con sus capitanes, y nombró a Gonzalo Pizarro como general para liderar
la expedición en busca del Inca en los Andes. Una vez alistados, partimos y
avanzamos por los Andes hasta donde nuestros caballos pudieron llegar, allí los
dejamos con una parte de la guardia, y continuamos a pie hacia adelante, donde
habíamos recibido información de que el Inca Manco se había fortificado.
Mientras
avanzábamos por caminos difíciles y ásperos durante varios días a pie,
finalmente, estábamos cerca del fuerte donde se encontraba el Manco Inca. En un
día en particular, cuando nos aproximábamos, Gonzalo Pizarro tomó la delantera,
con Pedro Pizarro siguiéndolo de cerca, y detrás de él, Pedro del Barco, y así
sucesivamente, ya que el camino era estrecho y solo podíamos avanzar uno detrás
del otro. Cuando estábamos cerca del fuerte, rodeados por las imponentes y
densas montañas de la región, no lo habíamos avistado aún debido a la geografía
del lugar.
Mientras
continuábamos caminando en esta formación, Gonzalo Pizarro sintió una piedrecilla
entrar en su alpargata y molestar su pie.
Después
de descalzarse para sacarse la piedra, Gonzalo Pizarro ordenó que detuvieran a
la gente. Dado que todos estaban uno detrás del otro, instruyó a Pedro del
Barco para que avanzara gradualmente con el grupo mientras él se ocupaba de su
calzado. Mientras Pedro del Barco y el resto de la gente avanzaban, encontraron
dos puentes recién construidos para cruzar dos pequeños ríos que atravesaban el
camino. Sin darse cuenta de que estos puentes habían sido colocados
deliberadamente para atraer a los españoles hacia una emboscada preparada por
los indios, Pedro del Barco y el grupo continuaron avanzando.
Pedro
del Barco fue negligente al no darse cuenta de que los enemigos habían
construido puentes para facilitar el paso de los españoles, lo que resultó ser
un engaño. Sin detenerse, él y el resto del grupo pasaron los puentes y
avanzaron hacia una ladera suave y sin árboles que descendía de una montaña
alta. Esta área sin árboles tenía aproximadamente cien pasos de ancho, y al
final de esta sección, el terreno volvía a ser boscoso y denso. Paralelo a esta
montaña y a la barranca, fluían los dos arroyos donde los indios habían
construido los puentes.
Mientras
Pedro del Barco y su grupo avanzaban, sin ver a ningún indio debido a que todos
estaban emboscados y ocultos, comenzaron a descender por una ladera empinada y
peligrosa. En algunos tramos, tuvieron que avanzar gateando y agarrándose con
las manos para evitar caer, ya que unos treinta o cuarenta españoles ya habían
pasado por allí antes. Desde lo alto de la sierra, los indios emboscados
arrojaron muchas galgas, que son grandes piedras que se dejan rodar desde lo
alto con gran fuerza, destrozando todo a su paso.
Estas
galgas causaron estragos, matando a cinco españoles y despedazándolos,
arrojándolos al río. Los que habían avanzado más y se adentraron en el monte se
encontraron con numerosos arqueros indígenas que comenzaron a dispararles
flechas y herirlos. Si no hubieran encontrado un camino angosto por el cual lanzarse
al río, habrían sido todos asesinados, ya que no podían enfrentarse a los
indios que estaban ocultos en el monte. En este enfrentamiento, muchos
españoles resultaron heridos y cinco perdieron la vida.
Cuando
Gonzalo Pizarro llegó, encontró que el camino y la montaña estaban en caos y
que habíamos escapado pocos o ninguno. Más adelante, era imposible avanzar
debido a los malos pasos que encontramos. En el camino por donde debíamos
pasar, encontramos una peña empinada que medía tres estados de altura, y para
subir a ella, había una escalera de un grueso madero. Encima de esta peña, los
indios habían construido una barrera de piedra y habían dejado muchas piedras
sueltas grandes para arrojarlas a los que intentaran subir. Tres indios
defendían este paso desde arriba, impidiendo que los españoles avanzaran. Si
intentábamos retroceder, los indios lanzarían las grandes piedras desde arriba.
Además,
si los indios no se hubieran apresurado a arrojar las piedras y nos hubieran
permitido avanzar más en la angostura del camino, pocos de nosotros habríamos
escapado. Todo esto fue parte de un plan improvisado, y si los indios no se
hubieran movido tan rápidamente para arrojar las piedras y nos hubieran
permitido avanzar más antes de hacerlo, habríamos estado en una situación aún
más peligrosa.
Después
de presenciar el desastre que nos había ocurrido, Gonzalo Pizarro decidió
retirarse debido a la gran cantidad de heridos y el miedo que había entre
muchos de los soldados. Además, comprendió que los indios que esperaban allí
estaban en una posición segura. Marcando los pasos peligrosos de la sierra por
los que podríamos retroceder y pasar, esperamos allí hasta la medianoche.
Entonces,
colocando a todos los heridos al frente y quedándose él mismo al final, Gonzalo
Pizarro ordenó a Pedro Pizarro que fuera detrás de él, y así comenzamos a
retirarnos, regresando al lugar donde habíamos dejado al rey y los caballos.
Desde allí, envió un mensajero al Marqués don Francisco Pizarro, informándole
sobre lo sucedido y pidiéndole que enviara más tropas.
Después
de enterarse el Marqués del desastre, envió más tropas. Una vez que llegaron,
Gonzalo Pizarro decidió regresar al lugar donde el Inca Manco se encontraba,
confiado en su seguridad. A la entrada de la angostura mencionada, los indios
habían construido una barricada de piedra, desde donde nos disparaban con
cuatro o cinco arcabuces que habían capturado a los españoles. Sin embargo, al
no saber cómo manejar los arcabuces, no nos causaban daño, ya que las balas
caían al salir del cañón.
Cuando
llegamos allí una mañana, cien de nuestros mejores soldados fueron preparados
para subir por una montaña densa en una sierra alta, con el objetivo de rodear
a los indios por la espalda y tomarlos por sorpresa. Mientras tanto, Gonzalo
Pizarro y la mitad de las tropas enfrentaban abiertamente al fuerte donde se
encontraba Manco Inca. Secretamente, el resto de las tropas ascendieron por la
montaña sin ser detectados por los indios. Mientras continuábamos nuestros
ataques para capturar el fuerte, al atardecer y más tarde, los españoles
alcanzaron la cima de la montaña desde donde Manco Inca dirigía sus
operaciones.
Una
vez que los indios vieron a los españoles descender por el camino, enviaron un
mensaje urgente a Manco Inca en el fuerte. Cuando él se enteró, tres indios lo
agarraron por los brazos y lo llevaron a través del río que corría junto al
fuerte, internándose en los bosques. Los demás indios que estaban allí se
dispersaron y huyeron en diferentes direcciones, escondiéndose en los montes.
Al ver
que los indios huían, nos apresuramos hacia el fuerte, pero no encontramos a
ningún indio allí. No teníamos idea de que el Inca Manco había cruzado el río y
huido al bosque, así que todos subimos por el camino creyendo que los españoles
que habían subido ya lo habían encontrado. Esta confusión evitó que lo
capturáramos, ya que pensábamos que estaría en el fuerte. Si hubiéramos sabido
que estaba allí, habríamos buscado más diligentemente. Pero el Inca Manco
aprovechó esta oportunidad para alejarse y esconderse en los bosques con
algunos de sus seguidores. A pesar de que lo buscamos durante más de dos meses
en vano, nunca pudimos encontrarlo. Finalmente, regresamos al Cusco con algunos
prisioneros, entre ellos una mujer que el Manco Inca apreciaba mucho, esperando
que a través de ella pudiera lograrse la paz.
Esta
mujer, a quien el Marqués mandó matar después en Yucay, haciéndola azotar con
varas y flechar, sufrió tal cruel destino por una burla que Manco Inca le hizo,
la cual contaré aquí. Entiendo que por esta crueldad, y por otra hermana del
Inca a la que mandó matar en Lima, cuando los indios sitiaron la ciudad,
llamada Azarpay, me parece que Nuestro Señor castigó al Marqués con el fin que
tuvo. Y a Almagro lo castigó por los hermanos del Inca que mandó ejecutar, como
ya he relatado.
Pues
así fue que estando el Marqués en Arequipa, con la intención de fundar el
pueblo de españoles que luego estableció allí, recibió la noticia de que Manco
Inca había enviado mensajeros al Cusco para decirle que fuera a Yucay, donde le
esperaba en señal de paz. Enterado el Marqués de esta noticia, partió sin
llevar a cabo la fundación del pueblo. Al llegar al Cusco, eligió a doce
hombres selectos, ya que así lo había solicitado el Inca, que quería que fueran
solo tres o cuatro, con la intención de engañar y posiblemente matar al
Marqués. Sospechando de esta trampa, el Marqués seleccionó a doce hombres,
incluyendo a su hermano Gonzalo Pizarro. También llevó consigo a la mujer de
Manco Inca, de quien ya he hablado. Se dirigió a Yucay y desde allí envió
mensajeros al Inca, quien le aseguró que saldría en son de paz.
Mientras
estaban en esto, un indio llegó para informar al Marqués que Manco Inca ya
estaba cerca. Ante esta noticia, el Marqués envió un hacha exótica con un
esclavo negro y algunos regalos como muestra de buena voluntad.
Mientras
esto ocurría, cierta tropa de guerra enviada por Manco Inca para emboscar al
Marqués, interceptó al esclavo negro y al hacha, y los mataron junto con
algunos de los indios que los acompañaban. Sin embargo, algunos indios amigos
lograron escapar y avisaron al Marqués sobre la muerte del esclavo, la hacha y
los otros indios. Enfurecido por este hecho, el Marqués ordenó la ejecución de
la mujer de Manco Inca. La ataron a un poste y la azotaron con cañas hasta que
murió a causa de los golpes de las cañas y las flechas. Los españoles presentes
en el lugar comentaron que esta mujer nunca pronunció una palabra ni se quejó,
soportando el dolor y la muerte en silencio. Es realmente sorprendente que una
mujer no expresara ningún lamento ni hiciera ningún movimiento ante el dolor de
las heridas y la muerte.
El
Marqués, por lo tanto, ordenó en Lima la ejecución de otra mujer indígena,
quien era hermana de Atahualpa y se llamaba Asarpay, como ya he mencionado
anteriormente. Cuando mataron a Atahualpa, Asarpay llegó hasta Jauja con su
hermano Túpac Huallpa. Después de la muerte de Túpac Huallpa, el Contador de Su
Majestad, Antonio Navarro, solicitó a esta mujer al Marqués don Francisco
Pizarro, creyendo que de ella podría obtener un gran tesoro. Realmente, podría
haberlo hecho, ya que era una de las mujeres más importantes del reino y estaba
muy valorada entre los nativos.
Después
de enterarse de que el Marqués quería entregarla al Contador Navarro, esta
mujer desapareció una noche y regresó a Cajamarca. En ese momento, Melchor
Verdugo estaba en Cajamarca con algunos españoles. Al saber de la presencia de
esta señora, la capturó y la llevó a Lima, donde la entregó al Marqués.
Mientras la tenía en su residencia, los indígenas vinieron a sitiar Lima. La
hermana de esta mujer, llamada doña Inés, quien también era conocida como doña
Francisca, y que sentía envidia de ella por ser más importante, le dijo al
Marqués que los indígenas no se irían si no la mataba. Sin pensarlo más, ordenó
que la estrangularan y la mataran, en lugar de simplemente embarcarla en un
barco y expulsarla de la tierra.
Es
importante destacar la falta de consideración y la injusticia en el trato hacia
estas dos mujeres, quienes fueron asesinadas sin justificación, a pesar de ser
mujeres y no tener culpa alguna. Antes de pasar por alto esto, compartiré una
práctica que estos líderes del reino tenían para mantener contenta a la gente
de guerra y evitar que extrañaran demasiado sus tierras durante las largas
ausencias.
Así
es, estos líderes solían llevar a sus campos y ejércitos a muchas mujeres
solteras, hijas de orejones, caciques y principales de la tierra, porque entre
los indios no se consideraba mal que las hijas no fueran doncellas, ni se las
reprendía hasta que se casaban. Entonces, como mencioné, con muchas de estas
mujeres acompañando a sus padres y hermanos en la guerra, tenían la costumbre
de que todas las noches, excepto cuando llovía, estas mujeres y también los
jóvenes se reunían en el campo y formaban muchos círculos, separándose unos de
otros a cierta distancia. Tomándose de las manos, los hombres con las mujeres,
y viceversa, formaban un círculo cerrado y cantaban a viva voz mientras
caminaban alrededor.
Así
es, estos bailes se escuchaban desde lejos, y acudían a ellos todas las mujeres
libres y los jóvenes solteros, excluyendo a los orejones, cada provincia
igualmente. Mientras estaban en estos círculos, cantando y bailando como
mencioné, solían los hombres sacar a las mujeres con las que estaban tomados de
la mano, separándose un poco del grupo para estar juntos, y después regresaban
al baile una vez cumplido su deseo. Este era un comportamiento común entre
todos, cada uno siguiendo sus propias inclinaciones. Con esta práctica y el
consumo de bebidas, ya que dondequiera que fueran les proporcionaban grandes
cantidades de chicha, la gente de guerra estaba contenta y no extrañaban sus
tierras. Además, para esta gente de guerra, como mencioné anteriormente, los
Incas tenían grandes depósitos de comida en todas las provincias, así como de
ropa y todo lo necesario para su bienestar.
Entonces,
una vez que regresamos del encuentro con el Inca, como mencioné antes, el
Marqués decidió fundar dos pueblos: la villa de La Plata en los Charcas y
Arequipa, reduciendo los extensos repartimientos que había concedido para tener
más vecinos.
En esa
época, Antonio Picado, el secretario del Marqués, causó mucho daño a muchas
personas en esta población y repartimientos. Dado que el Marqués no sabía leer
ni escribir, confiaba en él y seguía sus consejos ciegamente. Por lo tanto,
Picado causó mucho mal en estos reinos, destruyendo a aquellos que no cumplían
con sus deseos, incluso si tenían méritos. Su comportamiento provocó que los
habitantes de Chile desarrollaran un gran odio hacia el Marqués, lo que
eventualmente llevó a su muerte. Picado quería que todos lo reverenciaran, pero
los chilenos no le prestaban atención, lo que lo llevó a perseguirlos.
Finalmente, los chilenos actuaron como lo hicieron debido a esto. Acompañando a
Picado estaba don Pedro de Alvarado, quien también tuvo un papel en el gobierno
del Perú junto al Marqués Francisco Pizarro y los conquistadores. Sin embargo,
los conquistadores, confiando en los servicios que habían prestado a Su
Majestad en la conquista de este reino, no respetaban ni consideraban a Picado
como él quería. Esto llevó a una división entre los conquistadores, y aquellos
que estaban a favor del Marqués recibían mejores tratos a expensas de los que
habían conquistado y ganado el reino con tanto esfuerzo y sacrificio. La
justicia divina se manifestó cuando Picado fue torturado y decapitado en la
plaza de la ciudad de Reyes, y su memoria fue borrada, como un intento de
quitarle a aquellos que habían conquistado y ganado este reino con tanto
esfuerzo y sacrificio.
Entonces,
el Marqués Francisco Pizarro, al darse cuenta de que Manco Inca lo había
engañado en Yucay, como se ha mencionado, regresó al Cusco y estableció la
población, fundando la villa de La Plata y la ciudad de Arequipa. En este
proceso, quitó lo mejor que tenían los conquistadores y lo entregó a los amigos
de Picado y a los recién llegados de España que se encontraron en la batalla de
las Salinas, del lado del Marqués. Es importante destacar que esta
"toma" se refiere a la distribución de los recursos y la tierra que
originalmente habían sido asignados a los conquistadores. Cuando el Marqués y
los españoles entraron por primera vez en el Cusco para fundar la ciudad
española, se repartieron todos los indios de la región para aquellos que
permanecieran y poblaran en ella, ya que estaban arriesgando mucho al hacerlo.
Luego, quitó a estos primeros asignados y pobló los dos nuevos asentamientos,
La Plata y Arequipa, dejando lo peor y menos para aquellos a quienes
originalmente se les había asignado. Todo esto se hizo siguiendo el consejo de
su secretario. Amen.
Capítulo
28.
De la vuelta del Marqués a Los Reyes, y de su muerte y de lo que hicieron los
de Chile que le mataron, y venida de Vaca de Castro y batalla de Chupas.
Después
de fundar estos dos pueblos, el Marqués Francisco Pizarro regresó a la ciudad
de Los Reyes, donde permaneció algunos días. Durante este tiempo, los chilenos
se reunieron en esta ciudad, aparentemente para esperar a Vaca de Castro, quien
venía como juez de residencia para tomar medidas contra el Marqués. Los
chilenos esperaban que si Vaca de Castro no ejecutaba a Pizarro y no les
entregaba la tierra, lo matarían tanto a él como al Marqués.
Pues
aconteció que embarcado Vaca de Castro en Panamá para venir a esta tierra, tuvo
un viaje tan desafortunado en el mar que tuvo que desembarcar en Buenaventura.
Aunque le llamo "Buena" Ventura, para aquel que viene al Perú y
termina tomando puerto allí en contra de su voluntad, como le sucedió a Vaca de
Castro, le espera una muy mala fortuna. Desembarcado en este puerto, Vaca de
Castro se dirigió a Quito, lo cual lo llevó muy lejos de la ciudad de Los
Reyes, casi trescientas leguas.
Visto
por los de Chile la gran demora de Vaca de Castro, y habiendo tenido noticias
de que se había embarcado y partido de Panamá sin saberse a dónde había
arribado, creyeron y sospecharon que había muerto. Así, los de Chile acordaron
matar al Marqués y a sus amigos, y alzarse con el reino. Se atrevieron a hacer
esto al ver al Marqués solo y sin guardia, y que su hermano Gonzalo Pizarro
había ido a descubrir el gran río que va por los Andes a desembocar en el Mar
del Norte, haciendo la entrada por Quito.
Cuando
Francisco de Orellana, el tuerto, y el Padre Gaspar de Carvajal salieron al Mar
del Norte en un bergantín que Gonzalo Pizarro había mandado construir en este
río, enviándolos a ellos para que fueran poco a poco por el río, descubriéndolo
y aguardándole, mientras Gonzalo Pizarro iba ribera del río por la montaña con
la gente, este Orellana y los que iban con él se amotinaron. Sin esperarlo, se
fueron y salieron al Mar del Norte.
Mientras
tanto, Gonzalo Pizarro y sus hombres anduvieron perdidos por esas montañas
algunos meses, padeciendo gran hambre y trabajos, sin hallar tierra poblada.
Finalmente, dieron la vuelta a Quito.
Entonces,
volviendo a los de Chile, quienes desconocían el paradero de Vaca de Castro,
decidieron actuar con determinación. Planearon atacar al Marqués un domingo,
durante la misa, con la intención de acabar con él. Sin embargo, la noche
anterior, un clérigo llamado Alonso de Enao se acercó sigilosamente al
secretario Picado para advertirle: "Mañana, cuando el Marqués vaya a misa,
los de Chile tienen planeado matarlo a él, a vos y a sus amigos. Alguien me lo
confesó en confesión y he venido a avisaros".
Al
conocer esta conspiración, Picado no dudó en informar al Marqués. Este, con
firmeza, respondió: "Ese clérigo busca su propio beneficio. Ya os he
dicho, Picado, que su cabeza protegerá la mía".
Entonces,
el Marqués expresó esto porque desde hacía más de seis meses, desde el Cusco y
otras partes, le advertían que los de Chile planeaban reunirse en Lima para
matarlo. Esta información era tan pública que incluso un vecino del Cusco
llamado Gregoria de Setiel, mientras estaba con sus indígenas, recibió la
noticia de su cacique: "Te informo que los de Chile planean matar al apo
macho", como así lo llamaban en ese reino (apo lo usan ellos para
referirse a señor, y macho para alguien mayor). Al preguntarle cómo lo sabía,
el cacique respondió: "Mi guaca me lo dijo" (guaca es donde creen que
el demonio les habla). Su amo desconfió y le dijo: "Ve, estás
mintiendo". Entonces el indígena dijo: "Si quieres, ven conmigo a mi
guaca y verás cómo lo dice". El vecino acompañó a su cacique al lugar
donde estaba la guaca y, al hablar con ella, le preguntó: "Tú me dijiste
que quieren matar al apo macho, dilo delante de mi amo". El vecino contaba
que escuchó una voz que respondió al indígena: "Es verdad, te dije que
quieren matarlo". Sorprendido, el hombre escribió al Marqués lo que había
escuchado. Así que a todos los que le decían o escribían algo similar, el
Marqués respondía: "Su cabeza protegerá la mía", y prefería tener
cincuenta amigos y criados, como muchos se ofrecían.
Entonces,
después de escuchar lo que Picado le había dicho, esa noche el Marqués envió a
llamar al doctor Juan Velázquez, su teniente de gobernador, y a Francisco de
Chaves, un vecino de Lima. Consultando con ellos sobre qué hacer, Juan
Velázquez le dijo: "No tema, Vuestra Señoría. Mientras yo tenga esta vara
en la mano, nadie se atreverá". Tenía tanta confianza en su salud como
para pronunciar estas palabras, pero lamentablemente él y el obispo fueron
posteriormente asesinados por los indígenas de La Puná mientras huían de los de
Chile. Este obispo era Fray Vicente de Valverde, el primer obispo del Cusco y
del reino.
En esta
consulta, el Marqués, Chaves y Velázquez acordaron que al día siguiente,
domingo, el Marqués no asistiría a misa, fingiendo estar enfermo y recibiendo
la misa en casa. Por la tarde, ordenarían a los vecinos que se reunieran a
caballo y fueran a la posada del hijo de don Diego de Almagro, también llamado
así como su padre, donde se celebraban todas las reuniones y acuerdos. Una vez
decidido esto, el doctor Juan Velázquez y Chaves regresaron a sus posadas.
Así
que llegó la mañana, los de Chile se encontraban en la posada de don Diego, al
menos algunos de los que tenían que salir a pie e ir a la iglesia. Esa noche,
secretamente, algunos de ellos habían entrado en la posada de don Diego de
Almagro, ubicada junto a la iglesia mayor, donde el Marqués asistiría a misa.
Todos los de Chile, más de doscientos, estaban alerta para acudir en masa en
caso de algún alboroto.
Entonces,
siendo la hora de la misa y al notar que el Marqués no salía, enviaron a un
padre vizcaíno (que más tarde estuvo mucho tiempo con Centeno) para averiguar
por qué el Marqués no asistía a la misa. Resultó que el Marqués envió a pedir a
un clérigo que le dijera misa. Este padre vizcaíno se ofreció para hacerlo.
Después de este clérigo, se dice que los de Chile enviaron a Juan Ortiz de Zárate,
un vecino de los Charcas y hermano de Lope de Mendieta (quien se hizo rico en
España), junto con un tal Ramiro de Valdés, un hombre de mala reputación, para
ver qué estaba haciendo el Marqués y por qué no asistía a misa. Los de Chile
afirmaron más tarde que Juan Ortiz y Valdés habían sido descubiertos
espiándolos, y así lo cantaron después: "Ortizico fue la espía y Valdés de
este mal que hecho es".
Entonces,
alertados los que estaban escondidos en la casa de don Diego de Almagro,
afirmaron que Juan de Rada, don Diego y los demás habían acordado salir uno a
uno de manera discreta para dispersar la reunión y negar cualquier
participación si se les preguntaba. Mientras estaban en este acuerdo, se cuenta
que a un hombre llamado Pedro de San Millán, de los Bocudos de Segovia, no muy
valiente pero de carácter tranquilo, le sobrevino un impulso repentino y abrió
la puerta que estaba cerrada, saliendo a la calle armado con un escudo
abrazado, ya que todos esperaban que el Marqués ingresara a misa. Una vez
abierta la puerta por San Millán, este se lanzó a la calle y, gritando, dijo:
"¡Salid todos y vamos a matar al Marqués, y si no, yo diré cómo estábamos
planeando hacerlo!". Al ver los que estaban dentro, incluido Juan de Rada,
que habían sido descubiertos con la salida de San Millán, todos salieron tras
él, gritando "¡Muerte a los traidores!", y se dirigieron hacia la
posada del Marqués, donde el Marqués estaba conversando con el doctor Juan
Velázquez, Francisco de Chaves y su hermano Francisco Martín de Alcántara, y en
la sala donde se encontraban había más de cuarenta hombres.
Entonces,
al escuchar los gritos, un criado del Marqués, llamado Tordoya, salió para ver
qué sucedía, pero aquí lo mataron. Al ver la gente de Chile aproximándose y
otros muchos que se unían, regresó corriendo al Marqués gritando: "¡Señor,
los de Chile vienen a matar a Vuestra Señoría!". Al escuchar esto, el
Marqués le dijo a Francisco de Chaves, un caballero de Trujillo que estuvo
casado con María de Escobar: "Señor Chaves, cierra esa puerta y guárdamela
mientras me armo".
Se
dice que Chaves actuó con malas intenciones: sabía que el Marqués don Francisco
Pizarro lo dejaba como Gobernador en un testamento que había hecho estando
enfermo, en ausencia de su hermano Gonzalo Pizarro. Con esta malicia, creyendo
que quedaría como Gobernador, abrió la puerta que estaba cerrada de la sala y
salió, pensando que los de Chile no lo matarían, pues él nunca les había sido
contrario.
Al
salir al pequeño corredor frente a la puerta, para bajar unas escaleras, los
rebeldes chilenos subían precisamente por esa escalera. Allí se toparon con
Chaves, quien les dijo: "No a los amigos". Pero Juan de Rada, que iba
a la delantera, hizo una señal con la mirada a los que venían detrás para que
lo matasen. Y así lo hicieron, dándole muchas estocadas en medio de las
escaleras.
Entonces,
los que quedaban en la sala, junto con el doctor Juan Velázquez, se dirigieron
hacia una puerta, y desde allí a un corredor que daba al río. A través de las
ventanas de ese corredor, se arrojaron y comenzaron a huir, algunos por un lado
y otros por otro, dejando al Marqués solo en su cámara, junto con su hermano
Francisco Martín y el paje Tordoya.
Pues
al entrar los de Chile, se abalanzaron sobre Francisco Martín, quien estaba
junto a la puerta de la cámara con Tordoya. Al escuchar que ya entraban, el
Marqués salió con unas coracinas medio abrochadas para ayudar a su hermano.
Pelearon con gran fuerza contra los de Chile, y a pesar de que estos estaban
bien armados y ellos no lo estaban, lograron matar a dos de ellos. Sin embargo,
al final, al estar solos y desarmados, y enfrentarse a muchos de Chile,
recibieron tantas heridas que acabaron con la vida del Marqués, de su hermano y
del paje. Durante todo este tiempo, el Marqués no recibió ningún socorro, y
cuando finalmente empezaban a llegar los vecinos, la plaza ya estaba llena de
gente de Chile, a caballo y a pie. Se dice que el Marqués murió pidiendo
confesión, con la mano haciendo la señal de la cruz y colocándola en su boca.
Después
de la muerte del Marqués, los de Chile se reunieron, sumando más de trescientos
hombres, y otros se les unieron, alcanzando una cifra de más de quinientos. Capturaron
a Picado y, enviando gente a Arequipa, en el camino entre La Nazca y Yca, en un
lugar despoblado, apresaron al Factor Guillén Juárez de Carvajal y a Pedro
Pizarro, quienes se dirigían a Lima. En Lima, detuvieron a Diego de Agüero y a
otros amigos del Marqués. Se apropiaron de todas las armas y caballos
disponibles en la ciudad y sus alrededores.
Encargaron
la fabricación de arcabuces a un maestro que residía en Lima, a quien habían
descubierto con astucia a través de un capellán de don Diego. Este último le
había pedido al maestro que fabricara un arcabuz para la caza, y su intención,
según dijeron después, era asegurarse de que no negara su habilidad, ya que
estaban buscando quién pudiera fabricar arcabuces. Con este pretexto,
utilizaron al clérigo para averiguar entre los herreros de Lima quién sabía
fabricar arcabuces. Finalmente, hicieron arcabuces con él, los cuales llevaron
consigo a las batallas y enfrentamientos que se produjeron en la región.
Resumiré
brevemente los acontecimientos, aunque he estado presente en todas ellas
sirviendo a Su Majestad bajo su estandarte real, excepto en la expedición a
Quito. En esa ocasión, no participé debido a que Gonzalo Pizarro me había
despojado de mis indios y me había desterrado a Charcas porque no quise seguirlo.
Además, he sabido de otros cronistas que tratan sobre estas expediciones,
aprovechándose de las personas que estuvieron presentes en ellas con dos
propósitos: informarse sobre lo sucedido y buscar su inclusión en la crónica,
sobornándolos con sumas considerables para ser mencionados de manera destacada
en sus escritos. Se dice que Pedro Cieza de León llevó a cabo esto en una
crónica que intentó basar en relatos, y creo que tuvo muy poco conocimiento de
primera mano, ya que personalmente no lo conozco, a pesar de ser uno de los
primeros en llegar a este reino. Sin embargo, todo lo que escribo en este
documento es fruto de lo que he visto y comprendido, salvo el primer
descubrimiento, como mencioné antes, hasta que el Marqués don Francisco Pizarro
solicitó la gobernación.
Entonces,
volviendo a los de Chile que se encontraban en Lima preparándose con armas y
arcabuces, relataré lo que hicieron los vecinos y autoridades en las ciudades.
Hacía poco tiempo que el Marqués don Francisco Pizarro había otorgado licencia
a Pero Álvarez Holguín, un caballero de Cáceres, para reclutar hasta cien
hombres y llevar a cabo la expedición hacia los chunchos, en los Andes y las
montañas que ya he mencionado. Mientras Holguín estaba en el Collao con unos
treinta hombres reclutados, recibió la noticia de la muerte del Marqués y
decidió dirigirse hacia el Cusco con los hombres que tenía y algunos otros que
se le unieron tras enterarse de la muerte del Marqués.
Al
llegar al Cusco, fue recibido con gran alegría por los vecinos y soldados
presentes, quienes lo reconocieron como su capitán. Inmediatamente, enviaron
cartas a la ciudad de Arequipa y a la villa de La Plata en los Charcas,
informándoles que habían nombrado a Pero Álvarez Holguín como su capitán y
pidiéndoles que se unieran al Cusco para celebrar una reunión y resistir a los
de Chile. Urgieron a que se unieran con prontitud, antes de que los de Chile se
enteraran.
Después
de recibir esta noticia, todos los vecinos de Arequipa se reunieron y se
dirigieron al Cusco, donde nombraron a Garcilaso de la Vega como su capitán. De
manera similar, los habitantes de la villa de La Plata hicieron lo mismo,
eligiendo a Peranzúles como su líder. Una vez unidos, bajo el liderazgo de Pero
Álvarez Holguín, se dirigieron juntos hacia Jauja, con la intención de
encontrarse con Alonso de Alvarado, quien se encontraba en los Chachapoyas con
sesenta hombres listos para la guerra. Desde allí, planeaban seguir en busca de
Vaca de Castro.
Entonces,
volviendo a los de Chile que se encontraban en Lima, decidieron ejecutar a los
prisioneros que tenían bajo su custodia. Entre ellos se encontraban Don Gómez
de Luna, Juan Ortiz de Guzmán, un Chaves (sobrino de Francisco de Chaves), Luis
de Ribera, Pedro Pizarro, Alonso de Manjarrés, Espinosa, Antonio Navarro y el
secretario Picado. Estaban decididos a llevar a cabo estas ejecuciones y
estaban muy indignados porque el obispo Fray Vicente de Valverde y el doctor
Velázquez habían logrado escapar. Como mencioné anteriormente, fueron
asesinados por los indios de la isla de La Puná mientras huían en una balsa, al
igual que Valdivieso, a quien ya he mencionado.
Mientras
estaban en este debate sobre la ejecución de los prisioneros, llegó el
Licenciado Rodrigo Niño, quien había regresado de España. Después de consultar
con él, los de Chile decidieron no llevar a cabo las ejecuciones planeadas, ya
que les aconsejó que eso los haría parecer tiranos y en contra de la autoridad
de Su Majestad. Además, les recordó que la muerte del Marqués no había sido
motivada por la pasión que tenían por la muerte de Almagro. Por lo tanto,
decidieron no matar a los prisioneros y en su lugar intentaron ganárselos como
aliados, lo cual lograron en la mayoría de los casos, excepto en cinco personas
en quienes no confiaron: Luis de Ribera, Pedro Pizarro, Manjarrés, Antonio
Navarro y Espinosa.
A
estos cinco los trasladaron a un barco perteneciente a un capitán llamado Pero
Gómez, colocándoles guardias armados a bordo y ordenando al capitán que los
llevara al puerto de Arequipa. Sin embargo, los prisioneros lograron sobornar
al capitán con quinientos ducados que Pedro Pizarro tenía en un documento
contra el Veedor García de Saucedo. Una noche, el capitán les quitó las cadenas
y les proporcionó armas, permitiéndoles escapar con el barco. Desembarcaron en
Trujillo y se dirigieron en busca de Vaca de Castro.
Después
de abandonar la idea de matar a los prisioneros mencionados anteriormente, los
de Chile dirigieron su furia hacia el secretario Picado y un individuo llamado
Antonio de Orihuela, originario de Salamanca.
Mientras
se preparaban para partir hacia Jauja en busca de Pero Álvarez Holguín,
surgieron disputas internas entre ellos sobre quién debería liderar. En medio
de estas tensiones, Juan de Rada arrestó a un capitán llamado Francisco Chaves,
quien era partidario de los de Chile, junto con otro individuo llamado
Bachiller Enríquez y un soldado que había participado en el intento de
asesinato del Marqués. Una noche, los llevaron al mar y los metieron en un
barco. A Bachiller Enríquez y a Chaves les dieron garrote y los arrojaron al
mar, mientras que al soldado lo desterraron, y más tarde cambió de nombre para
evitar represalias.
Juan
de Rada destacaba como una figura prominente entre los de Chile en ese momento,
seguido por Juan Balsa, ambos antiguos criados de don Diego de Almagro. A pesar
de la presencia de muchos caballeros importantes entre ellos, como un hermano
de don Diego de Alvarado, quien luego fue asesinado en el Cusco por temor a sus
ambiciones, ya que se sospechaba que quería tomar el control y eliminar al hijo
de don Diego de Almagro, quien era considerado como su líder, aunque no tuviera
autoridad real.
Después
de la muerte de los mencionados, Juan de Rada y los hombres de Chile partieron
de Lima con unos quinientos hombres, pero antes de llegar a Jauja, algunos de
ellos desertaron, incluyendo al Factor Guillén Juárez y su hermano, el
Licenciado Benito Suárez de Carvajal, y a Pablo de Meneses. A medida que se
aproximaban a Jauja, recibieron noticias de que Pero Álvarez Holguín había
pasado apresuradamente dos días antes, evitando a los de Chile para evitar un
enfrentamiento ya que no contaba con suficientes hombres para enfrentarlos.
Entonces, Peráluarez y la gente del Cusco pasaron sin ser molestados y se
unieron a Alonso de Alvarado en una provincia llamada Huaraz, desde donde
enviaron mensajeros a Vaca de Castro, quien se sabía que estaba en Piura.
Volviendo
a los de Chile, Juan de Rada estaba sufriendo por una herida en la pierna que
había recibido al intentar atacar al Marqués en una escalera donde cayó.
Después de enterarse de que no podían alcanzar a la gente del Cusco, Juan de
Rada se sintió tan angustiado al comprender su derrota que se dice que su
pierna se hinchó y quedó paralizado. Llegaron a Jauja donde, poco después, Juan
de Rada falleció, dejando a Cristóbal de Sotelo como líder principal junto con
Juan Balsa.
Una
vez en Jauja, enviaron al hermano de Diego de Alvarado con hombres para que
corrieran toda la costa, saquearan todo lo que encontraran en Arequipa y
regresaran al Cusco, donde planeaban rearmarse y reclutar más tropas.
Cumplieron con su plan, fabricando armas de cobre y tres falconetes, y
reuniendo más de doscientos arcabuces. Cuando Alvarado regresó al Cusco desde
Arequipa, fue asesinado bajo engaño, haciéndolo llamar para hablar con él Don
Diego de Almagro el Mozo. Al entrar en su aposento, fue atacado por unos
soldados que lo apuñalaron hasta matarlo.
Después
de prepararse bien con todo lo que necesitaban, partieron en busca de Vaca de
Castro. Cuando Vaca de Castro se enteró de la gente que estaba en Huaraz y de
la que había llegado de Puerto Viejo, Quito, Piura y otras partes, comprendió
que tenían suficientes fuerzas para enfrentarse a los de Chile. Nosotros nos
dirigimos desde Piura, donde nos encontramos con los que habíamos salido del
barco, y acortando las jornadas, llegamos a Huaraz. Vaca de Castro descansó
allí algunos días y, una vez que preparó a la gente, partimos hacia Huamanga.
Al llegar a Huamanga, recibimos noticias de que don Diego de Almagro venía en
nuestra búsqueda, y estaba cerca. El Licenciado Vaca de Castro decidió salir a
su encuentro, y ordenó que saliéramos todos con él. Nos dirigimos a establecer
nuestro campamento en unos llanos cerca de unas colinas altas de Chupas, como
se les llamaba.
Estando
aquí, enviando corredores cada día, recibimos noticias de que venían a darnos
batalla. Pareció que, después de observar el campo de Vaca de Castro desde lo
alto de estas colinas, decidieron retirarse. Así que, escaramuceando con
nuestros hombres, se fueron retirando. Vaca de Castro comprendió su intención y
marchó con todo su ejército hacia ellos, subiendo a las colinas. Una hora antes
de que se pusiera el sol, comenzó la batalla, y duró hasta que ya estaba
oscuro, porque los escuadrones de caballería se mezclaron unos con otros y
pelearon sin reconocer una victoria clara durante más de una hora y media.
Descansaban unos y otros, estando mezclados, para recuperar el aliento y volver
a pelear. Estuvimos peleando así hasta que anocheció, y nuestra infantería
cantó victoria, lo que desanimó a los de caballería del bando de Almagro, que
estaban divididos en dos partes peleando con otros dos escuadrones de
caballería de nuestro lado. Estuvimos en peligro de perdernos, pero Vaca de
Castro sacó cuarenta hombres escogidos de dos de nuestras banderas de
caballería para que quedaran en su guarda y evitaran que los de Chile
dividieran nuestras fuerzas. Aunque los de Chile vieron estas dos banderas
divididas, se dirigieron hacia ellas creyendo que estaba allí Vaca de Castro.
Nos vimos obligados a correr más peligro y esfuerzo con estas dos banderas, y
así, como digo, descansamos tres o cuatro veces. Cuando el escuadrón grande de
nuestra caballería e infantería cantó victoria, nuestras banderas y capitanes
pasaron por los enemigos dejándolos intactos, ya que estaban muy bien armados y
eran la élite de los de Chile, aunque habíamos matado casi todos los caballos.
Como no podíamos herirlos directamente debido a su armadura, apuntábamos a los
caballos, y así matamos e herimos a casi todos.
Pues
resultó que cuando cantamos victoria, Vaca de Castro, que estaba en una ladera
con los cuarenta hombres que había escogido, observando la batalla, al escuchar
la victoria de su gente, vino corriendo. Como ya había oscurecido y creyendo
que se unía a los suyos, entró en el escuadrón de los de Chile. Las dos
banderas que mencioné habían pasado por ellos sin poder desbaratarlos.
Reconocido por los de Chile como Vaca de Castro, empezaron a atacarlo con gran
furia, hiriendo y matando a algunos de los hombres de Vaca de Castro y
obligándolos a salir de entre ellos a regañadientes. Vaca de Castro se unió
entonces a los suyos, que ya estaban reunidos en un escuadrón, y al intentar enfrentarse
a los de Chile que los habían maltratado, estos ya se habían ido y huido.
Vistos que quedaban solos y que todos los demás de su parte ya estaban
dispersados y huidos, el capitán de la caballería de Chile era un joven
valiente llamado Hernando de Saavedra.
Después
de haber ganado esta victoria, Vaca de Castro partió hacia Huamanga al día
siguiente por la mañana, enviando a algunos capitanes adelante para recoger a
los de Chile que se habían refugiado en iglesias y monasterios de Huamanga para
esconderse. Don Diego de Almagro el moco tomó el camino hacia el Cusco y se
dirigió hacia allí. Enterado de esto, Vaca de Castro envió un capitán con
cincuenta hombres a seguirlo, y en el Cusco lo alcanzaron y lo prendieron. Otro
capitán, Diego Méndez, se fue con cuatro hombres desde esta ubicación hacia Manco
Inca, y acercándose a ellos con amistad y manteniéndolos en su compañía, luego
los indujeron a matar a Manco Inca por engaño. Le asestaron puñaladas con un
cuchillo que llevaban escondido, ya que no les permitían portar armas. Estos
españoles cometieron este acto porque encontraron la oportunidad después de que
Manco Inca enviara un capitán con la fuerza militar que tenía a cierta área.
Resultó que este capitán regresó con la fuerza militar el día en que habían
asesinado a Manco Inca, y mató a los españoles que habían perpetrado el
asesinato, ya que de lo contrario, Diego Méndez y los demás habrían escapado.
Una
vez que Vaca de Castro llegó a Huamanga con la victoria que había obtenido en
las lomas de Chupas, aquí se llevó a cabo la justicia sobre los más culpables,
llegando incluso a ejecutar a hasta treinta hombres y desterrando a muchos
otros. Algunos lograron escapar y no pudieron ser atrapados. En esta batalla de
Chupas murieron más de doscientos hombres de ambos bandos, incluido el general
Peráluarez Holguín. Los de Chile sumaban alrededor de quinientos, quizás un
poco más, y contaban con doscientos cincuenta arcabuceros y tres falconetes que
lanzaban proyectiles como un huevo. Todos los jinetes estaban equipados con
armaduras de cobre, plata y otras armas. Eran extremadamente bien armados y
mostraban gran belicosidad y valentía. Vaca de Castro lideraba a unos
setecientos hombres, incluyendo aproximadamente trescientos arcabuceros, aunque
su tropa estaba mal armada debido al robo de armas por parte de los de Chile y
al poco tiempo que tuvieron para equiparse adecuadamente.
Después
de este castigo, Vaca de Castro se dirigió hacia el Cusco. Una vez allí, hizo
justicia sobre don Diego de Almagro el moco y otros implicados. Pasó algún
tiempo ocupado en asuntos de gobierno, hasta que recibió noticias de la llegada
de Gonzalo Pizarro desde Quito con hasta veinte hombres. Preocupado por su
llegada, convocó a sus amigos y cuando Gonzalo Pizarro llegó al Cusco con solo
cuatro o cinco hombres (los demás los había dejado atrás), Vaca de Castro lo
recibió cordialmente. Después de algunos días, Gonzalo Pizarro solicitó permiso
para visitar unos indios que tenía en los Charcas, y al obtenerlo, partió con
tres o cuatro de sus criados. Mientras tanto, Vaca de Castro se fue hacia Lima,
donde en el camino recibió noticias de la llegada del virrey Blasco Núñez Vela.
Capítulo
29:
Las provincias de este reino
Ahora
describiré las provincias de esta tierra de manera concisa. Puerto Viejo
constituye una provincia; luego está la isla de La Puná; seguida por Tumbes,
Solana y Pariñas como otra entidad; Tangaralá, La Chira, y Poechos conforman
una unidad; después vienen Piura, Sarrán, Motupe, Cinto, y otros pequeños
valles que se extienden hasta Chimo, donde ahora está establecida Trujillo,
formando otra región; luego, hasta cerca de Lima, donde hay varios valles, se
considera una sola provincia; Lima, Pachacámac, Chincha, Yca, Nazca, hasta
Hacarí se agrupan en otra; desde Hacarí hasta Tambo se delinea otra zona; y
desde Tambo hasta Pica se constituye otra entidad. Todo esto corresponde a la
costa del Mar del Sur. Algunas de estas provincias tienen una extensión de más
de cien leguas y son en su mayoría despobladas; otras tienen sesenta, cincuenta
o cuarenta leguas, con muchas áreas desérticas y deshabitadas entre valle y
valle.
Ahora
pasaré a describir las provincias de la sierra: Quito es una provincia extensa;
le siguen los Cañaris, Tomebamba y Caxas como otra unidad; luego están
Cajamarca, Huamachuco y los Guambos formando otra provincia; Huaylas es otra
entidad; luego Tarma, Ataquillos y Bonbón constituyen otra provincia; seguida
por Soras y Rucanas, otra entidad; después Chachapoyas forma su propia
provincia; Huncachupachos es otra entidad; luego está Huamanga como otra
provincia; desde Jauja hasta el Cusco, encontramos la provincia de Andahuaylas,
otra conocida como Parcos, habitada por orejones; también están las de Vilcas,
y varios valles hasta llegar al Cusco, como Abancay, Apurímac, Tambo y Jaquijahuana,
formando prácticamente una sola región.
Salidos
del Cusco, hay una provincia llamada Mohína; desde el Cusco hasta Mohína hay
unas cuatro leguas de valle, todo poblado por orejones tanto a un lado como al
otro. Condesuyo es otra provincia, muy extensa y densamente poblada, con
tierras fértiles. A pesar de llevar el nombre de Condesuyo en su totalidad, en
esta provincia se encuentran diferentes vestimentas y costumbres. Tiene una
extensión de más de sesenta leguas y se encuentra en la sierra hacia el Mar del
Sur.
Salida
de esta Mohína mencionada, hay otros pueblos de orejones hasta adentrarse en la
provincia de Canches. Esta provincia de Canches abarca unas veinte y dos
leguas. Luego se llega a la provincia del Collao, que tiene más de sesenta
leguas. Al lado de esta provincia se encuentran los Carangas; y también está la
provincia de Quillacas, que limita con ella. Junto a esta viene otra provincia
llamada los Charcas; luego está Amparaes, y otra denominada los Chichas. Desde
aquí se parte hacia el despoblado que conduce a Chile y a Tucumán. Hacia el Mar
del Norte se encuentra la provincia de los Andes, una cordillera muy extensa,
poblada en algunas partes pero con poca densidad de población.
Todas
estas provincias mencionadas estaban divididas y nombradas por el Inca en
cuatro partes. La primera y más importante, con mayor población y mejores
condiciones, la llamaban Chinchaysuyo, nombrada así por el pueblo de Chincha.
Según Atahualpa, cuando el Marqués le preguntó por qué llevaba en andas al
señor de Chincha mientras todos los otros señores del reino parecían cargados y
descalzos delante de él, dijo que el señor de Chincha antiguamente era el mayor
señor de los Llanos, que enviaba solo desde su pueblo cien mil balsas al mar, y
que era muy amigo suyo. Por la grandeza de Chincha, nombraron esta región como
Chinchaysuyo, que se extiende desde el Cusco hasta Quito, cubriendo casi
cuatrocientas leguas. Otra parte la llamaron Condesuyo, una provincia que
contiene otras hacia el Mar del Sur, llamada así porque los indígenas de esta
región se llaman condes. La tercera parte fue llamada Collasuyo, porque los
indígenas de esta región se llaman collas. Esta provincia incluye otras
mencionadas hasta el Mar del Sur. Desde Mohína hasta los Chichas, donde
comienza el despoblado hacia Chile, tiene una longitud de más de ciento
cincuenta leguas. La cuarta provincia, llamada Andesuyo, abarca todas las
montañas desde Puerto Viejo hasta el río de la Plata, incluyendo una provincia
llamada Tucumán, que tiene una longitud de más de quinientas leguas. Llamaron a
esta cordillera Andesuyo hacia el Mar del Norte porque los indígenas que viven
en estas montañas se llaman andes, y de aquí tomaron los apellidos y nombres
que dieron a Chinchaysuyo, Andesuyo, Condesuyo y Collasuyo. Cada provincia
tenía lenguas casi iguales, aunque con pequeñas diferencias.
Capítulo
30:
La llegada de Blasco Núñez Vela a estos reinos y el levantamiento de Gonzalo
Pizarro, y la llegada del presidente Gasca y la captura de Gonzalo Pizarro
Al
volver a la llegada de Blasco Núñez Vela a este reino como virrey, provocó un
gran temor en todo el territorio debido a las medidas que tomaba contra los
residentes y habitantes del reino. Sus acciones, ampliamente divulgadas y
perseguidas en cada lugar que visitaba, desencadenaron un levantamiento en todo
el reino. La mirada de la mayoría se posó en Gonzalo Pizarro para liderar la
resistencia y solicitar una solución ante las medidas de Blasco Núñez Vela. Por
tanto, se comunicaron con él desde todas las ciudades y pueblos, solicitándole
su liderazgo.
Mientras
Gonzalo Pizarro se encontraba en uno de sus pueblos llamado Chaquilla, los
habitantes de la ciudad de La Plata le enviaron un mensaje para pedirle que se
convirtiera en el procurador general de estos reinos y abogara por las demandas
contra Blasco Núñez Vela, así como otros asuntos que debían ser discutidos
entre ellos. Al entender la voluntad de los residentes de este reino, Gonzalo
Pizarro envió a Diego Centeno y al General Pedro de Hinojosa al Cusco para
verificar las demandas y lo que habían escrito, y también para traer unos
falconetes que Vaca de Castro había dejado en Huamanga. Una vez completada esta
tarea, Pizarro partió hacia el Cusco, donde fue designado como capitán y
procurador.
Y en
medio de estos acontecimientos, Blasco Núñez Vela entró en la ciudad de Los
Reyes. Al enterarse del alboroto en el reino y la entrada de Gonzalo Pizarro en
el Cusco, arrestó a Vaca de Castro, culpándolo injustamente y afirmando que él
había sido la causa del levantamiento de Gonzalo Pizarro. Sin embargo, la verdadera
causa de todo fue la falta de prudencia de Blasco Núñez Vela al divulgar más de
lo debido sus medidas contra los vecinos.
Cuando
el virrey Blasco Núñez Vela se dio cuenta de que Gonzalo Pizarro estaba
reuniendo gente, envió a algunos capitanes para reclutar hombres y traerlos de
vuelta, como Gerónimo de Villegas, quien reclutó hombres para Pizarro y se unió
a él. También envió al Tesorero Manuel de Espinal a Arequipa para llevarse a
los vecinos, algunos de los cuales aceptaron, como Pedro Pizarro, Gómez de
León, Alonso Rodríguez Picado, Luis de León y Juan Flores, mientras que otros
se unieron a Gonzalo Pizarro. Cuando estos hombres llegaron a Lima,
descubrieron que los oidores habían arrestado al virrey Blasco Núñez Vela por
la muerte del Factor Guillén Juárez de Carvajal, quien había sido asesinado por
un grupo de hombres que se habían unido a Gonzalo Pizarro.
Entendiendo
Gonzalo Pizarro la prisión del virrey, que se enteró en Vilcas, se dirigió
hacia la ciudad de los Reyes. Al ver la gran cantidad de personas que se le
unían, llegó a la ciudad de los Reyes y se proclamó gobernador. Prendió a todos
los vecinos que habían apoyado a Blasco Núñez Vela y ahorcó a tres antes de que
llegara Carvajal, su maese de campo, quienes fueron Pedro del Barco, Martín de
Florencia y otro vecino de Huamanga; a todos los demás los mantuvo presos.
Sin
embargo, Vaca de Castro logró escapar en un barco donde estaba preso, lo cual
enfureció a Gonzalo Pizarro, quien ordenó matar a todos los prisioneros, entre
ellos el Licenciado Benito Suárez de Carvajal, Vasco de Guevara, Alonso de
Cáceres, Pedro Pizarro, Melchor Verdugo, Juan Flores, Alonso Rodríguez Picado y
otros cuyos nombres no recuerdo. Carvajal, su maese de campo, fue enviado para
llevar a cabo las ejecuciones. Este, junto con un verdugo y ciertos arcabuceros
que nos mantuvieron vigilados, ordenó que se llamaran sacerdotes para que nos
confesaran. El primero al que ordenó confesar fue al Licenciado Carvajal.
Mientras tanto, llegó un paje de Gonzalo Pizarro para llamar a Carvajal y se
dice que le dijo que no nos mataran, pues después nos contaron que, aunque
había ordenado a Carvajal que nos matara, él se arrepintió y consideró que
sería una gran crueldad matar a tantos. Cuando Carvajal llegó, se dice que
Gonzalo Pizarro le dijo: "Me parece, Carvajal, que sería una gran crueldad
matar a tantos. ¿Qué opinas?", a lo que Carvajal respondió: "Así es
como Vuestra Señoría lo dice: sería mejor hacer amigos de algunos de ellos y
quitarles a otros sus indios y desterrarlos". Esto le pareció bien a
Gonzalo Pizarro, quien respondió: "Pues hacedlo así, Carvajal, como os
parezca".
A la
mañana siguiente, cuando los soldados de Gonzalo Pizarro vieron que ninguno de
nosotros había sido ejecutado en la plaza, se quedaron perplejos porque habían
escuchado la orden de Gonzalo Pizarro de no matarnos.
Carvajal
entonces desterró a Vasco de Guevara a Huamanga, a Pedro Pizarro, a Luis de
León y a Alonso Rodríguez Picado a la villa de La Plata, y a otros a los
Chachapoyas. A algunos los llevó consigo, despojándoles de sus indios. Luego
partió en busca de Blasco Núñez Vela (quien se había liberado antes de la
entrada de Gonzalo Pizarro en Lima), designando corregidores de su confianza en
todos los pueblos. Dejó a Lorenzo de Aldama como corregidor en Lima, a Alonso
de Toro en el Cusco y envió a Francisco de Almendras a los Charcas, con Diego
Centeno para ayudarle. Una vez que Almendras llegó a los Charcas, llevando a
Pedro Pizarro, a Luis de León, a Alonso Rodríguez Picado y a Rodrigo de
Esquivel como prisioneros desterrados (como ya he mencionado), designó a Diego
Centeno como alcalde por Gonzalo Pizarro. Además, destituyó a Don Gómez de Luna
de su cargo, a pesar de ser servidor de Su Majestad, desterró a Lope de Mendoza
y a otros cuatro vecinos, incluyendo a Francisco Retamoso, Pedro de Vivanco,
Hernando de Aldana y a Luis Perdomo.
Gonzalo
Pizarro siguió al virrey Blasco Núñez Vela hasta Quito y más allá, pero al no
poder alcanzarlo, regresó a Quito, donde esperó hasta que el virrey Blasco
Núñez Vela, con una fuerza reunida, regresó. Creyendo que muchos de los
seguidores de Gonzalo Pizarro se unirían al virrey cuando vieran su ejército,
este último decidió enfrentarse a Gonzalo Pizarro en Quito. Sin embargo,
Gonzalo Pizarro lo derrotó y lo mató. Después de dejar a Pedro de Puelles como
general en Quito, regresó a la ciudad de los Reyes, enviando al General
Hinojosa a Panamá con tropas y habiendo enviado primero a un hombre llamado
Hernando Machicao. También envió a Nicaragua a un hombre llamado Juan Alonso
Palomino.
Mientras
tanto, cuando Francisco de Almendras, quien estaba en la villa de La Plata,
regresó, Diego Centeno decidió cambiar de bando y servir a Su Majestad. Después
de discutir con los desterrados y comunicarse por cartas con Lope de Mendoza,
acordaron prender a Almendras y levantar la bandera en nombre de Su Majestad.
Obtuvieron permiso para que Mendoza y los demás regresaran, y una mañana,
Centeno, junto con algunos de nosotros, fue a la posada de Almendras antes de
que se levantara y entró diciendo: "Tenemos noticias de Gonzalo
Pizarro". Almendras le preguntó: "¿Son buenas, hermano?", ya que
eran muy buenos amigos, habiendo Almendras ayudado a Centeno en el pasado.
Centeno se acercó a la cama de Almendras, fingiendo llevar una carta, y entonces
lo arrestó, diciéndole: "¡Eres arrestado por el rey!". Almendras
preguntó: "¿Por quién?". Centeno respondió: "Por el rey".
Almendras, desconcertado, preguntó: "¿A mí, hermano? ¿Dónde está nuestra
amistad?". Luego, los demás que acompañaban a Centeno lo arrestaron y lo
llevaron a la posada de Centeno, donde le cortaron la cabeza, así como a otro
partidario de Gonzalo Pizarro.
Alzada
la bandera por Su Majestad, con hasta cien hombres que se unieron a nosotros,
llegamos a Chucuito y nos detuvimos allí, esperando que se nos uniera más
gente. Cuando Alonso de Toro, corregidor del Cusco, recibió la noticia, reunió
trescientos hombres y marchó hacia nosotros. Centeno, al enterarse de la
llegada de Toro, comenzó a retirarse y huir, y Toro nos persiguió hasta dispersarnos,
unos por un lado y otros por otro. Centeno, con unos cuarenta hombres que
lograron seguirlo, se adentró en los despoblados y provincias de los Chichas,
mientras que Toro regresó al Cusco. Centeno volvió a salir y, tras reunir algo
de gente, se estableció en Paria.
Gonzalo
Pizarro, al enterarse del levantamiento de Centeno, envió a Carvajal, quien
venía de camino desde Quito, y cuando llegó a los Reyes, Carvajal reunió a
algunos hombres y se dirigió al Cusco. Al saber que Centeno estaba en Paria,
Carvajal reunió cuatrocientos hombres y marchó hacia él, persiguiéndolo y
obligándolo a huir. Centeno regresó hacia Arequipa y Carvajal lo persiguió
hasta despojarlo de toda su gente. En este enfrentamiento, Carvajal ahorcó a
más de veinte personas.
Centeno
y un Luis de Ribera se ocultaron en unas colinas, mientras que los demás nos
dispersamos, cada uno buscando dónde esconderse para salvar nuestras vidas.
Aunque algunos fueron capturados y ahorcados, como Alonso Pérez Castillejo,
vecino de los Charcas, y Luis de León, vecino de Arequipa, quienes fueron
capturados en Huamanga y ejecutados, y en la ciudad de Arequipa mataron a dos
más, incluyendo a Alonso de Ávila, quien era alcalde por Gonzalo Pizarro y fue
el responsable de sus ejecuciones.
Mientras
tanto, Carvajal fue a los Charcas y se encontró con un grupo de personas que
habían salido del río de La Plata, liderado por Felipe Gutiérrez y Francisco de
Mendoza, un caballero de los Bustos de Extremadura. Mataron a Mendoza por
abandonar la expedición del río de La Plata, ya que no les permitía partir.
Lope de Mendoza, quien estaba con Centeno y era su maese de campo, junto con
cuatro o cinco hombres, había huido hacia los Chichas y se encontró con este
grupo que salía del río de La Plata. Convenció a este grupo para que lo ayudara
a enfrentarse a Carvajal, y juntos, dirigidos por Lope de Mendoza, se
dirigieron hacia Carvajal, quien ya estaba cerca de la villa de La Plata.
Carvajal
recibió noticias de esta reunión, que contaba con hasta doscientos hombres.
Tras evaluar la situación, Carvajal decidió actuar y reunió a su gente,
preparándolos para el enfrentamiento. Aunque su fuerza era apenas un poco mayor
que la de Lope de Mendoza, Carvajal avanzó hacia él, refugiado en el valle de
Pocona debido a su fortaleza natural. Hubo un encuentro entre ambos grupos, y
Carvajal estuvo en grave peligro, pues si los hombres de Mendoza lo hubieran
atacado con determinación, podrían haberlo derrotado. Sin embargo, con astucia,
Carvajal logró vencerlos y desbaratarlos, matando a Lope de Mendoza y ahorcando
a muchos otros, dispersándolos así. Luego, regresó a la villa de La Plata,
dejando a Alonso de Mendoza como capitán. Carvajal se dirigió entonces en busca
de Gonzalo Pizarro, quien se encontraba en Lima con un gran temor, debido a la
noticia de la llegada del presidente Gasca y su toma del mando de la armada.
La
noticia de la llegada del presidente Gasca se difundió por toda la región, lo
que impulsó a los partidarios de Su Majestad a unirse y salir en poblado. Arequipa
se levantó en favor de Su Majestad, arrestando a Lucas Martínez Vegaso, quien
era corregidor de Gonzalo Pizarro. Este fue el primer pueblo en ondear la
bandera en favor de Su Majestad tras la llegada del presidente Gasca.
Después
de estos acontecimientos, Centeno y Luis de Ribera abandonaron su escondite y,
sin pasar por Arequipa, se reunieron con algunos amigos en Hatuncana, un pueblo
indígena situado a treinta leguas del Cusco. Desde allí, se comunicaron con
otros amigos en el Cusco, quienes les aseguraron que se unirían a ellos para
servir a Su Majestad. Centeno logró reunir hasta treinta amigos y, con ellos,
se dirigió al Cusco. Una noche, entraron en la ciudad y la mayoría de la gente
se les unió, siguiendo el plan previamente acordado entre ellos y el
corregidor, Alonso de Hinojosa, un vecino del Cusco, quien decidió honrar a
Centeno con la ayuda de sus seguidores.
Al
mismo tiempo, en Arequipa y sus alrededores, nos reunimos aquellos que
estábamos huidos y nos dirigimos a Arequipa. Todos juntos salimos hacia
Chucuito para esperar a Centeno, quien llegó con hasta doscientos hombres que
había reunido allí. Luego, nos dirigimos juntos hacia el desaguadero para
fortificarnos. Mientras estábamos allí, Alonso de Mendoza, a quien Carvajal
había dejado en la villa de La Plata, ondeó la bandera en favor de Su Majestad
y se unió a nosotros.
Después
de esta reunión, Gonzalo Pizarro partió de Lima, perdiendo a la élite de su
gente que se había escapado, y vino en nuestra búsqueda. Nos enfrentamos en
Guarina, donde nos derrotó por falta de liderazgo, ya que Centeno estaba
enfermo y no participó en la batalla. Con la astucia de Carvajal, fuimos
vencidos, a pesar de que nuestros jinetes habían superado a los de Gonzalo
Pizarro. Carvajal, con su infantería, había desbaratado la nuestra. Viendo que
nuestros jinetes estaban causando problemas a los suyos, reunió a cien
arcabuceros y les ordenó que se unieran al escuadrón de jinetes, ya que
estábamos todos mezclados, y que se centraran en Gonzalo Pizarro mientras disparaban
contra los demás. Con la entrada de estos arcabuceros en nuestras filas, muchos
fueron heridos y muertos, y a pesar de nuestra reticencia, fuimos derrotados.
Se estima que murieron casi quinientos hombres de ambos bandos: de los
partidarios de Gonzalo Pizarro, se dice que no quedaron cien hombres sanos;
éramos más de setecientos seguidores de Centeno y hasta quinientos de Pizarro.
Tras
esta victoria, Gonzalo Pizarro regresó al Cusco, enviando a Carvajal, su maese
de campo, a Arequipa para saquearla y matar a quienes pudiera capturar, así
como llevarse a todas las mujeres de los vecinos que eran sus opositores al Cusco,
lo cual cumplió.
Durante
esta incursión, el presidente Gasca ya estaba en esta región, en Jauja, y al
enterarse del desastre de Centeno, reunió gente de todas partes. Nosotros, los
supervivientes de Guarina, nos unimos a él, y juntos, alrededor de ochocientos
hombres, nos dirigimos al Cusco en busca de Gonzalo Pizarro. Pasamos por muchos
problemas, especialmente por ser época de invierno, y estuvimos al borde del
desastre al cruzar un puente que construimos sobre el río que desemboca en Apurímac.
Si Gonzalo Pizarro hubiera enviado a Juan de Acosta con doscientos hombres para
atacarnos después de que algunos de nosotros hubiéramos cruzado, como se
rumoreaba que quería hacer, podríamos haber sido derrotados o puestos en
apuros. Sin embargo, algunos hombres que huían de Juan de Acosta hacia el campo
del presidente Gasca nos alertaron de su llegada. Si Acosta hubiera avanzado
sin detenerse, podría haber capturado hasta cien hombres que ya habíamos
cruzado, pero al parecer, al notar que algunos habían escapado, decidió dar
media vuelta. Se dice que Carvajal le informó a Gonzalo Pizarro: "Señor,
nuestro Juan de Acosta ha fallado; estos hombres están advertidos. Me parece
que Vuestra Señoría debería retirarse del Collao y dejarme cien hombres, los
que yo elija, mientras yo me retiro a la vista de este capellán" (así
llamaba a Gasca). Se dice que Gonzalo Pizarro no confiaba lo suficiente en él
como para enviarlo al puente.
Gonzalo
Pizarro salió a Jaquijahuana con toda su gente y nos esperó en un llano junto a
un cerro alto por donde pasaríamos. Pero, por algún designio divino, cometió un
error estratégico al retirarse a un llano cerca de una ciénaga, creyendo que
nuestro ejército lo atacaría desde allí. Esta posición le daba cierta ventaja y
la oportunidad de aprovechar su artillería. Cuando descendimos al llano, el
presidente Gasca ordenó que formáramos nuestros escuadrones y que
permaneciéramos quietos hasta que ellos nos atacaran. Sin embargo, Carvajal
notó que habíamos descubierto su estratagema y perdió el ánimo, al igual que su
gente. Algunos de ellos se pasaron al campo del presidente, mientras que otros
huyeron. Aprovechando esta oportunidad, atacamos y capturamos a Gonzalo
Pizarro, a Carvajal y a todos sus capitanes. Fueron derrotados y la región
quedó sometida al servicio de Su Majestad.
Gonzalo
Pizarro tuvo algunas oportunidades para someterse al servicio de Su Majestad,
pero por su falta de sabiduría no lo hizo, a pesar de los consejos de Carvajal.
Se dice que el Licenciado Diego Vásquez de Cepeda lo impidió, ya que estaba tan
culpable como él.
Capítulo
31:
Las acciones del presidente Gasca tras la muerte de Gonzalo Pizarro y sus
capitanes.
Una
vez terminada la guerra liderada por Gonzalo Pizarro, el presidente Gasca
procedió a distribuir las tierras, asignando aquellos territorios que habían quedado
vacíos a quienes habían sufrido bajo el yugo de los tiranos, y premiando
especialmente a quienes habían seguido fielmente a Pizarro. Este enfoque ha
generado una proliferación de pretendientes sin méritos en este reino. Al
perdonar los delitos de aquellos que ya habían sido beneficiados con lo mejor,
se ha dado lugar a que otros soliciten y pretendan lo que no merecen como
recompensa por su mera presencia en el reino, sin merecer permanecer en él.
Capítulo
32:
Francisco de Carvajal, el maese de campo de Gonzalo Pizarro, y sus acciones en
este reino.
Ahora,
describiré algunas de las acciones de Francisco de Carvajal, el maese de campo
de Gonzalo Pizarro. A Carvajal le otorgaron tierras en estas tierras sin
méritos previos; era un hombre muy elocuente, capaz de hablar de manera
discreta y agradable para quienes lo escuchaban. Poseía una naturaleza astuta,
cruel, y tenía un profundo entendimiento de la guerra.
A
Carvajal le sucedió que, estando de camino para regresar a España con algunos
fondos que había acumulado, partió del Cusco hacia la ciudad de Los Reyes con
la intención de embarcarse. Sin embargo, al llegar, se encontró con la orden de
Blasco Núñez Vela, el próximo Virrey, de no permitir que nadie abandonara la
tierra hasta su llegada. Consciente de la agitación que se vivía en el reino
con la llegada de Blasco Núñez Vela y la inquietud de Gonzalo Pizarro, Carvajal
entendió la gravedad de la situación y la necesidad de abandonar el país. Al no
poder hacerlo desde la ciudad de Los Reyes, se enteró de que en Arequipa había
un barco perteneciente a un tal Baltasar Rodríguez y decidió dirigirse allí
para intentar salir de la tierra. Al llegar a Arequipa, se alojó en casa de
Pedro Pizarro y le pidió que hablara con Baltasar Rodríguez, el capitán del barco,
ofreciéndole mil pesos para que lo llevara a Panamá sin hacer escala en ningún
otro puerto. Después de hablar con el dueño de la nave y ofrecerle dos mil
quinientos pesos, Carvajal instó a Pedro Pizarro a hablar de su parte
ofreciendo tres mil pesos. A pesar de los intentos, Baltasar Rodríguez se negó
a aceptar el trato, ya que había prometido mantener en secreto su fidelidad a
Gonzalo Pizarro. Pedro Pizarro informó a Carvajal de que no había forma de
salir del país, ya que el capitán le había respondido que incluso si le
ofreciera diez mil pesos, no lo llevaría consigo. En efecto, el capitán había
rechazado la oferta, molesto con Pedro Pizarro por intentar contravenir los
intereses de Gonzalo Pizarro, a quien había prometido lealtad.
Estando
comiendo Carvajal, el Licenciado García de León y Pedro Pizarro, cuando
Carvajal ya terminaba, volvió a preguntar a Pedro Pizarro: "Señor,
decidme: ¿qué os dijo el maestre?". Pedro Pizarro le respondió: "Ya
os he dicho, señor, que no quiere". Dijo Carvajal: "¿Que no quiere,
señor?", y diciendo estas palabras, tomó una taza de vino que tenía
delante, la bebió y dio un suspiro al terminarla, y dijo: "¿Así que el
maestre no quiere llevarme? Pues yo juro que os haré a Gonzalo un nuevo
Gonzalo, tal que los nacidos se espanten y los por nacer tengan qué contar.
¡Señor Pedro Pizarro, prepárense! ¡Prepárense! Porque me quiero ir al Cusco,
pues el virrey pregunta por mí. ¿Acaso Gonzalo Pizarro me envía a buscar? Me
quiero ir donde él está".
Y era
cierto que Gonzalo Pizarro había despachado desde el Cusco a Pero Alonso de
Hinojosa (que después fue general de La Gasca), y lo envió, como digo, con
cincuenta de a caballo para que viniera a Arequipa a apresar a Carvajal, pues
tenía noticias de que estaba allí, y que se llevara todas las armas y caballos
que encontrara en Arequipa, si los vecinos no quisieran ir con él.
Carvajal
se fue de su posada y dijo a Pedro Pizarro, su huésped: "Preparaos, señor,
porque os digo que han de venir por vos y por todos los vecinos". Este
Carvajal era tan sabio que decían que tenía un familiar.
Salido
pues Carvajal de Arequipa, no había andado cuatro leguas cuando se topó con
Hinojosa y los demás que venían en su búsqueda. Este hospedaje que Pedro
Pizarro brindó a Carvajal, después de Dios, le salvó la vida, porque Carvajal
estuvo dos veces en posición de matarlo, y en la segunda le dijo: "Señor,
ya estamos a mano. ¡Por vida de tal! Que, si otra vez os tengo en mis manos,
solo Dios os dará la vida".
Este
Pedro Pizarro aquí nombrado, por servir a Su Majestad, desaprovechó muchos
ofrecimientos que, al principio, cuando Gonzalo Pizarro empezó a revelarse, le
hizo prometiéndole que lo haría su capitán y sería el más preeminente en su
campo. Pedro Pizarro pospuso y dejó todo por servir a su rey y señor. Así, Gonzalo
Pizarro estuvo a punto de matarlo en la ciudad de Los Reyes, y solo por ruego
de Carvajal, su maestre de campo, no lo mató. Lo desterró a Charcas, le quitó
los indios, perdió más de treinta mil pesos, y a lo último aventuró su honra,
habiendo puesto muchas veces la vida en juego, todo por servir a su rey y
señor, negando su nombre y sangre.
Este
Carvajal fue responsable de la muerte de numerosas personas, incluyendo a un
clérigo, un fraile y una mujer casada, quien era la esposa del capitán Gerónimo
de Villegas. La mujer fue asesinada porque hablaba en contra de su bando.
Respecto al fraile, después de la batalla de Guarina, lo ahorcó utilizando una
piedra que sobresalía de una de las tumbas de los nativos en el Collao. Los
nativos en esta región usaban tumbas altas y anchas, algunas tan altas como dos
picas. Colgó al fraile de una de estas tumbas y llamó a Gonzalo Pizarro para
mostrarle lo que había hecho. Cuando Gonzalo Pizarro llegó y vio al fraile
ahorcado, le recriminó a Carvajal, diciéndole: "¡Maldito seas, Carvajal!
¿Cómo has podido hacer esto?". A lo que Carvajal respondió: "Este
fraile era un mensajero muy eficiente, llevaba cartas del campo del capellán al
del centeno verde, y ahora es hora de que descanse un poco". Se dice que por
la misma razón, Carvajal también mató al clérigo.
Recuerdo
que mientras Carvajal perseguía a Centeno, quien escapaba de Paria hacia
Chuquisaca, estaban prácticamente uno frente al otro. Carvajal capturó a un
soldado de José de Centeno llamado Pedro Vidal, cuyo caballo se había cansado
durante las escaramuzas. Lo llevaron prisionero a pasar la noche en un puerto
desolado y nevado llamado Sacaca. Allí, Carvajal ordenó que desnudaran al
soldado y lo ataran de pies y manos junto a su tienda. Lo dejaron así toda la
noche, tendido sobre unos carámbanos de agua helada, y la helada fue muy
intensa durante toda la noche.
El
soldado, torturado por el frío y el hielo, gritaba en voz alta insultando a
Carvajal, llamándolo borracho, tirano y otras deshonras, tratando de provocarlo
para que lo matara. Carvajal, siendo tan cruel como era, no podía dormir con
los gritos y los insultos del soldado. Pasó toda la noche soportando sus gritos
y afrentas. A la mañana siguiente, ordenó que estrangularan al soldado y lo
mataron.
Carvajal
murió como un pagano, porque según cuentan (yo no quise verlo, ya que le había
prometido no volver a verlo después de nuestra última conversación), mientras
lo llevaban a ser ejecutado, el sacerdote que lo acompañaba le recomendaba
encomendarse a Dios y recitar el Padrenuestro y el Ave María. Se dice que
Carvajal pronunció esas palabras, pero no dijo nada más.
Capítulo
33:
Del papel y el comportamiento de las mujeres nativas en el reino del Perú, y
del método que tenían los nativos para jurar lealtad a los reyes que elegían.
Ahora
hablaré sobre las mujeres nativas de este reino, es decir, las indígenas. Eran
sumisas a sus maridos, tanto así que las mujeres de las montañas llevaban
cargas al igual que los hombres, transportando tributos hacia donde los señores
indicaban. A veces, mientras llevaban cargas, daban a luz en el camino. Cuando
esto ocurría, se apartaban del camino y se dirigían hacia donde había agua para
lavar al bebé y a sí mismas. Luego, tomaban al recién nacido y lo colocaban
sobre la carga que llevaban, y continuaban su camino. Presencié este hecho en
varias ocasiones.
Las
mujeres casadas que acompañaban a sus maridos en la guerra llevaban la comida
de estos, así como las ollas e incluso algunas llevaban chicha, una bebida
fermentada elaborada a partir de maíz, similar al vino. Con este maíz hacían
pan, chicha, vinagre y miel, además de servir como alimento para los caballos.
Estas mujeres cargadas llegaban tan rápido como sus maridos y se ocupaban de
preparar la comida al instante.
La
alimentación básica de los indígenas incluía el maíz mencionado anteriormente,
junto con hierbas, papas y otras legumbres que recolectaban. También consumían
pequeños pescados que se criaban en los ríos de la sierra. La carne era un
alimento poco común, reservado principalmente para los señores y aquellos a
quienes ellos decidían darla.
Las
hijas de los señores y reyes de esta tierra, y sus parientes, que eran
numerosos ya que casi todos los nobles tenían vínculos familiares con el señor,
eran tratadas con gran deferencia. Estas hijas, llamadas "coyas", que
significa "queridas señoras", eran llevadas en hombros, algunas en
andas y otras en hamacas. Las hamacas eran mantas sujetadas a cañas gruesas,
cuidadosamente colocadas para que las señoras descansaran sobre ellas,
cubiertas con mantas. Eran atendidas con gran esmero y se les proporcionaba
todo lo que necesitaban.
Las
mujeres comunes y corrientes guardaban castidad con respecto a sus maridos
después del matrimonio, aunque antes de eso, los padres no se preocupaban si
eran buenas o malas (como mencioné anteriormente), ni lo consideraban una
deshonra entre ellos. Algunas de estas mujeres, especialmente entre las hijas
de los nobles, tenían una mayor libertad.
Los
señores tenían una casa donde sacrificaban ganado local a diario, distribuyendo
la carne entre todas las señoras y nobles principales. Aunque el ganado local
se multiplicaba lentamente, debido a que todo pertenecía al señor y nadie podía
tomarlo sin su permiso. Este ganado se usaba tanto como carga como para obtener
carne cuando era necesario.
Estas
señoras de las que he hablado eran muy cuidadosas con su apariencia, especialmente
con sus largos cabellos negros que llevaban sobre los hombros, los cuales
procuraban mantener limpios y largos. Se enorgullecían de su belleza, y casi
todas las hijas de los señores y nobles lo eran. Entre las mujeres comunes, las
guancas, chachapoyas y cañaris eran consideradas las más hermosas y elegantes;
el resto de las mujeres de este reino solían ser más gruesas y, aunque no eran
ni hermosas ni feas, tenían un aspecto bastante común. La gente de este reino
del Perú tenía una tez blanca y trigueña. Los señores y señoras eran aún más
blancos, casi como los españoles. Recuerdo haber visto en esta tierra a una
mujer indígena y a un niño indígena que, siendo blancos y rubios, apenas se
consideraban indígenas. Ellos afirmaban ser hijos de los ídolos.
Recuerdo
haber escuchado a un noble de esta tierra, hace unos diez años aproximadamente,
antes de que los españoles entráramos en ella, en Apurímac, un ídolo que los
indios tenían a doce leguas del Cusco, con el cual hablaban. Este ídolo les
ordenó que todos los señores se reunieran, ya que quería hablarles. Cuando
estuvieron reunidos, les dijo: "Deben saber que viene un pueblo barbudo
que los juzgará. Por lo tanto, quiero decirles que coman, beban y gasten todo
lo que tienen, porque cuando ellos lleguen, no encontrarán nada y no tendrán
nada que darles". Esta historia me la contó un anciano noble, quien lo
había escuchado con sus propios oídos.
La
ceremonia que los nativos de este reino tenían para jurar lealtad a los reyes
que sucedían, a quienes llamaban "Capac", era la siguiente: todos los
señores se reunían en una plaza con el señor elegido como rey Capac sentado en
su trono en medio de ellos. Primero lo hacían los orejones, seguidos por los
señores de los pueblos y los indios subyugados por ellos. Uno por uno, se
acercaban al señor descalzos, llevando pequeñas plumas en las manos. Inclinaban
las palmas hacia el rostro del señor, haciendo reverencias, y movían las plumas
frente a su rostro. Luego, entregaban las plumas a un señor que estaba de pie
junto al rey, quien las recogía todas. Después de que todas las plumas fueran
entregadas, estas se quemaban. También juraban por el sol, inclinándose hacia
él, y por la tierra, prometiendo ser leales y servir en todo lo que se les
mandara. Las plumas con las que juraban se llamaban "tocto" y
provenían de aves que se criaban en las tierras frías y despobladas, conocidas
como "yuco" o "guallatas". Presencié esta ceremonia en el Cusco
cuando los nativos aclamaron a Mango Inca como su señor, aunque en realidad
querían que el Marqués Francisco Pizarro lo fuera, ya que había conquistado la
tierra de un tirano, tal como lo fue Atahualpa. Sin embargo, el Marqués rechazó
la oferta al entender que Su Majestad no estaría de acuerdo, y creo que
conquistó justamente esta tierra al derrotar a un tirano como Atahualpa, quien
la tenía bajo su dominio cuando los españoles llegaron a este reino.
Capítulo
34:
De los precios de los caballos, armas, herrajes y otras mercancías que se
vendían en estos reinos al momento de la conquista, y de una caza de ganado
montés, conocido por los indígenas como "chaco", que se llevó a cabo
en Jauja.
Un
caballo bueno valía entre cuatro mil y cinco mil pesos de oro, mientras que uno
de menor calidad se vendía por tres mil o dos mil pesos. Una herradura pesada
costaba lo mismo que su peso en plata, al igual que los clavos, los cuales
equivalían a su peso en oro. Una vara de paño se vendía por veinte pesos,
mientras que una de seda alcanzaba los treinta. Una cota de malla costaba entre
trescientos y cuatrocientos pesos, dependiendo de su calidad, y una camisa se
vendía por veinte pesos. Una espada tenía un valor de cien pesos. Estos eran
los precios habituales en aquella época.
Recuerdo
haber presenciado cómo Hernán Sánchez Morillo pagó quinientos pesos de oro por
una cuartilla de vino, que equivalía a un cuarto de arroba. Además, vi a este
mismo individuo ganar doce mil pesos de oro en una sola apuesta en el juego de
bolas, sacando dos bolas sin necesidad de dar en la esquina, con cada bola
valiendo mil pesos. En total fueron doce apuestas, y quien perdió fue Rodrigo
Orgóñez. En estos juegos, las ganancias y pérdidas eran comunes y podían
alcanzar los treinta o cuarenta mil pesos en una sola sesión.
Se
llevó a cabo una cacería en Jauja en presencia de don Francisco Pizarro, don
Diego de Almagro y sus capitanes. El señor que gobernaba en ese momento en este
reino era Mango Inca. La caza se organizó en un valle, donde se enviaron muchos
indígenas para ahuyentar a los animales y reunirlos en el valle. Los indígenas
comenzaron a juntar el ganado donde se les indicaba, formando un círculo al
agarrarse de las manos unos a otros y reuniendo así todo el ganado montés en un
solo lugar. A esto lo llamaban "chaco".
Se
estimó que se mataron alrededor de once mil cabezas de ganado montés, que
incluían ciervos, zorros, perdices y leones, como ya he mencionado antes. La
mayor parte de esta cantidad correspondía al ganado montés nativo de la región.
He querido informar sobre esto porque son hechos destacados.
Capítulo
35:
De los animales y aves de estos reinos, así como de las estaciones de verano e
invierno y los diferentes climas, y también de las islas.
Hoy
hablaré sobre algunos animales y aves que habitan en este reino, así como de
una historia que me contó un prominente pescador, la cual parece una fábula. Le
pregunté sobre unas islas de las que se tiene noticia en esta tierra, que según
dicen se encuentran en un valle llamado Ilo, a veinticinco leguas de Arequipa
hacia Chile.
En
este reino, hay algunos animales como leones y zorras. Los leones pardos, por
ejemplo, no suelen atacar a las personas, pero pueden causar estragos en el
ganado. En una sola noche, uno de estos leones puede llegar a degollar cien
reses de ganado menor. También hay otros leones conocidos como tigres, que
habitan en las montañas y pueden atacar a las personas, siendo bastante
peligrosos.
De las
zorras contaré lo que oí y casi presencié un día mientras caminaba por unas
lomas que bordean la costa de esta tierra. Estas lomas son pequeñas elevaciones
donde cae una llovizna durante ciertas épocas del año, como mayo, junio, julio,
agosto y septiembre, marcando el comienzo del invierno en las llanuras y el fin
del invierno en la sierra, que va desde octubre hasta marzo. En estas lomas,
crece una hierba escasa y poco nutritiva para el ganado, y se seca rápidamente
debido a la naturaleza arenosa y cálida del suelo. Estas lomas a veces se
acercan a la costa y otras veces se adentran dos o tres leguas tierra adentro,
pero en su mayoría están cerca del mar.
Mientras
caminaba por estas lomas con dos indígenas siguiéndome, uno de ellos se quedó
rezagado. De repente, una zorra salió y comenzó a acechar al primer indígena,
rodeándolo y siendo seguida por muchas más, según me contó el indígena que
venía conmigo. De hecho, me dijo que eran más de veinte zorras las que se
aproximaron, acosándolo tanto que comenzó a gritar desesperadamente.
Afortunadamente, su compañero indígena que había quedado rezagado llegó a
tiempo para salvarlo de las zorras, que lo habrían matado si no hubiera
intervenido. Cuando los indígenas llegaron a donde yo estaba, me contaron lo
sucedido, y el hombre que había sido atacado estaba visiblemente asustado.
Estas zorras pueden matar a un carnero, oveja o cabra si los encuentran
apartados del resto del rebaño.
En
esta tierra hay unas aves llamadas gallinazas y otras conocidas como cóndores.
Las gallinazas son similares a los milanos, de color negro con patas peladas y
rojas. Son aves carroñeras y se alimentan de animales muertos. Es sorprendente
encontrarlas en lugares donde crían, ya que son sucias y suelen alimentarse de
carroña. Por otro lado, los cóndores son aves grandes, similares a los quebrantahuesos,
pero de mayor tamaño. Cuando están hambrientos, se reúnen en bandadas y atacan
al ganado montés e incluso al ganado manso. Los acosan hasta cansarlo y luego
lo matan para alimentarse, principalmente atacando los ojos y la lengua.
Incluso atacan a los terneros de seis o siete meses, hiriendo a las madres
repetidamente hasta que estas abandonan a sus crías. En ocasiones, también
matan a las llamas mayores cuando no tienen crías en las que alimentarse.
En el
templo de Pachacamac, tenían la costumbre de colocar muchas cargas de sardinas
pequeñas, similares a las anchovetas frescas, en una placa frente al templo. Esto
lo hacían para alimentar a las gallinazas y cóndores, ya que creían que era una
orden de su dios.
El
templo de Pachacamac estaba cerca del mar, y la mayoría de los indígenas que
vivían allí eran pescadores. El encargado del templo y señor del valle de Pachacamac
se llamaba Sabá.
Los
indígenas de esta tierra también conocen unos pájaros pequeños llamados
chaiñas. Estos pájaros tienen un canto armonioso y suave, y en cuanto escuchan
música de órgano o clavicordio, comienzan a cantar. Tienen el cuerpo de color
amarillo y pardo, con las patas negras. Aunque pueden vivir en jaulas, suelen
morir pronto, especialmente si se les saca de su entorno natural.
Ahora
volviendo a la historia que mencioné, el líder de Ilo, llamado Pola, me contó
que las islas realmente existían. Me dijo que las neblinas y la lluvia que
llegaban a su tierra provenían de la abundancia de agua que llovía en esas
islas. Cuando le pregunté cómo lo sabía, me respondió: "Debes saber,
cristiano, que mis indios pescadores entran en el mar cuando llueve para
atrapar lobos marinos y aves marinas que andan por la superficie. Estos
animales huyen del agua y se acercan a nuestra tierra. Hay dos tipos de lobos
marinos: uno de pelo suave como lana, que dicen viene de las islas, y otro con
piel y pelo más áspero, que se encuentra cerca de esta tierra".
Un
día, mientras un pescador de Pola pescaba un lobo marino, el animal tiró hacia
las islas arrastrando la balsa y al indígena con ella. Allí encontraron a
pescadores de las islas, quienes lo capturaron, pero al darse cuenta de que
hablaban el mismo idioma, lo trataron bien y lo retuvieron durante un año.
Después, lo dejaron regresar a su tierra, donde dio aviso de las islas. Sin
embargo, mencionaron que durante ciertas épocas, la corriente en el mar es tan
fuerte que les impide viajar hacia esas islas.
La
información sobre estas islas es abundante entre los indígenas de la costa,
desde Ilo hasta Tarapacá, y se dice que son muy ricas, como me comentó un
principal de mi encomienda llamado don Martín Cañari, quien mencionó que se
sirven en vasijas de plata y oro. Se cree que en el pasado, hubo intercambios
entre los habitantes de estas islas y los de la tierra firme. Sin embargo, las
fuertes corrientes marinas han dificultado la navegación hacia ellas, a menos que
se pueda encontrar el momento adecuado cuando las aguas no fluyen con tanta
fuerza desde el Estrecho hacia Panamá.
He
querido hablar sobre estos animales, aves y zorras, ya que son más audaces para
causar daño que los que conocemos en España.
Un
español llamado Antón de Gatas lideró una expedición con cuarenta hombres por
un valle llamado Cochabamba, que es una ruta hacia las montañas, para explorar
la región. Encontraron ríos llenos de peces y pequeñas poblaciones. Avanzando
más, desde la cima de una colina, vieron grandes fuegos y señales de
poblaciones importantes. Sin embargo, decidieron no avanzar más y, al regresar
de las montañas, vieron muchas aves grandes, incluyendo grullas, y otras tan
grandes que se divisaban desde lejos. Además, avistaron un monstruo: de la
cintura para abajo, tenía la forma de una cabra, y de la cintura para arriba,
la de un hombre. Tenía un rostro achatado y unos cuernos pequeños en la cabeza.
Después de observarlos por un momento, el monstruo huyó a gran velocidad, casi como
si desapareciera ante sus ojos.
En la
costa de Lima y Chincha, hay unos peces que se asemejan a patos de agua, pero
son más pequeños. Son peces porque nunca salen del mar ni vuelan. Tienen alas
pequeñas, así como pico, pies y cuerpo similar al de un pato. En su cuerpo,
tienen unas plumas muy pequeñas, parecidas a escamas. Estos peces emiten un
canto bajo el agua, que suena como un gemido muy doloroso. Recuerdo haber visto
uno en Chincha cuando llegamos por primera vez a esa zona.
Capítulo
36:
Las frutas que se encuentran en este reino del Perú.
¿Conoces
las guayabas? Estas frutas tienen un color que recuerda al mango, aunque
algunas son verdes. Son deliciosas, con una pulpa y cáscara delgadas por fuera,
de un grosor similar al de una moneda real. En su interior, la pulpa es de un
tono rojizo, mientras que en las verdes es blanca, mezclada con pequeñas y
duras semillas que se ingieren junto con la pulpa. Se pueden comer tanto con
cáscara como sin ella; algunas son muy dulces y otras un poco ácidas. Tienen un
tamaño que varía entre las manzanas grandes y pequeñas. Esta fruta es
refrescante y de fácil digestión.
Otra
fruta que los indígenas llaman cachun y que nosotros, los españoles, hemos
nombrado pepino debido a su sabor similar, especialmente cuando están verdes.
Algunas son redondas como manzanas, otras son alargadas y puntiagudas, tan
largas como un pepino de Castilla e incluso más grandes. Los redondos suelen
ser más dulces, pero todos tienen un sabor dulce y suave. Su madurez es tan
exquisita y dulce que no se puede encontrar nada mejor, ya que al ponerla en la
boca proporciona un sabor más dulce que el azúcar, deshaciéndose rápidamente
como agua al masticarla. Tienen una textura similar al papel al quitarse la
piel exterior, y una vez retirada, no se puede desear nada más. En verano, esta
fruta es refrescante y, debido a su delicadeza, no causa malestar estomacal.
Hay
otra fruta llamada palta, que aquí nosotros hemos denominado pera debido a su
forma y color verde, similar al de una pera grande. Su cáscara, si se come,
amarga como la de una granada. Sin embargo, su carne interior es extremadamente
suave, tan cremosa que se deshace en la boca como la mantequilla de vaca, y
además es saludable. Contiene una semilla grande, casi del tamaño de un huevo,
pero esta semilla no es útil ya que amarga.
Otra
fruta son las lúcumas: tienen el tamaño de una naranja o incluso más grandes,
con un color verde que tiende ligeramente al amarillo. Tienen una pulpa firme y
una cáscara que se asemeja a una cáscara de cebolla. Pueden ser consumidas con
o sin pelar. Dentro de las lúcumas hay semillas que se parecen en forma y color
a las castañas; algunas frutas tienen dos, tres o cuatro de estas semillas. Al
cortar la lúcuma por el pedúnculo, se revela una especie de núcleo duro. Son un
poco difíciles de digerir, aunque algunos dicen que pueden ayudar con la
digestión si se consumen en exceso.
En
algunas partes, hay plátanos en gran abundancia.
Otra
fruta son las guabas: son largas, de más de un palmo de longitud, y tienen una
forma que recuerda a un garbanzo, lo que indica la presencia de la fruta
dentro. Tienen cuatro esquinas y dentro de ellas hay semillas cubiertas con una
pulpa blanca parecida al algodón; es dulce al paladar, y una vez retirada la
carne exterior, queda la semilla similar a la de un garbanzo. Estas semillas
están presentes en toda la fruta, como mencioné. Sin embargo, las semillas no
son útiles, excepto para que los indígenas laven su ropa con ellas, ya que las
utilizan como un jabón molido.
Además,
hay otra fruta que aquí llamamos ciruelas; tienen una pequeña cantidad de carne
amarilla y unas semillas duras en su interior. La cantidad de carne es
limitada, pero dulce.
Otra
fruta son las achupallas, que nosotros llamamos piñas debido a su apariencia
similar. Son tan grandes como melones y tienen un sabor agrio dulce, agradable
al comerlas cuando están maduras, pero muy ácido si no lo están. Se cortan en
rodajas y se pueden comer así, remojadas en agua para suavizar el sabor ácido.
La
guanábana es otra fruta, ancha y grande como un melón pero más plana. Tiene un
sabor agridulce y una cáscara verde, con semillas negras dentro del tamaño de
una uña.
La
granadilla, con su forma y cáscara similar a las adormideras, contiene una
pulpa mezclada con pequeñas semillas negras, con un sabor agridulce.
También
hay raíces que se consumen como frutas, llamadas camotes porque crecen bajo
tierra y tienen ramas fuera de ella, aunque en las islas se les llama patatas.
Ya se pueden encontrar en España.
Las
yucas son otra variedad, largas, de un palmo y medio o dos de largo. Se pueden
asar o cocer, y en la isla de Santo Domingo y otros lugares se hacen tortas
similares al pan con ellas, con un sabor y textura que recuerdan a aserraduras
de madera amasadas.
También
hay raíces más pequeñas llamadas maníes, del tamaño de media haba, con una
cáscara encima y granos dentro, parecidos a los garbanzos pero más largos. Se
pueden comer tostados o cocidos, y tienen un sabor dulce.
Los
indígenas llaman ollucos a otras raíces, del tamaño de una pera grande y de
forma alargada, con algunos puntos blancos. Son muy dulces al comer, y algunos
son blancos con un sabor similar a la zanahoria.
Finalmente,
hay otra raíz llamada asipa, del tamaño de una pera grande y con forma ahusada
y ancha. Tiene un sabor dulce y acuoso, y es muy refrescante y agradable al
comer.
Todas
estas frutas y raíces que mencioné se cultivan en tierras cálidas de las
yungas, como ya he mencionado, ya que en la sierra no se produce ninguna de
ellas, excepto en algunos valles muy profundos y cálidos.
El
guayabo es un árbol grande, robusto y resistente. El pepino es una planta
pequeña y arbustiva, similar en apariencia a la albahaca pero un poco más
grande. Se siembra a partir de ramas porque no produce semillas, excepto un
pequeño corazón en el centro que parece ser semillas muy pequeñas, y solo tiene
la capacidad de producir cada año. Después de cosechar los pepinos de estas
ramas, se arrancan y se dividen en muchas partes, y luego se plantan en la
tierra. Aunque la rama que se planta sea muy pequeña, crece y se vuelve muy
grande y frondosa, produciendo muchos pepinos. El árbol de las paltas, que
llamamos pera, es un árbol muy grande y grueso. El árbol de la lúcuma también
es grande, grueso y de crecimiento lento. El plátano, ya conocido, se cultiva
ampliamente.
El
árbol de la guaba es muy alto, grande y con muchas ramas. El árbol de las
ciruelas es también grande. Las achupallas, que llamamos piñas, crecen en una
especie de cardo pequeño, un poco más alto que un palmo del suelo. Las
granadillas trepan por los árboles, como las calabazas, pero alcanzan mucha
altura.
Capítulo
37:
El alzamiento de don Sebastián.
Hace
unos años, alrededor de dos, quizás un poco más, don Sebastián se alzó en la
villa de La Plata, en la provincia de los Charcas, donde mató al general Pedro
de Hinojosa y a su teniente, Alonso de Castro. En este levantamiento también
estuvo presente Egas de Guzmán y dos caballeros de la familia Tello. El
alzamiento duró alrededor de diez días, ya que pronto los propios amigos de don
Sebastián y los demás implicados lo mataron, incluyendo a un tal Godínez, quien
había sido su maese de campo. Fue precisamente este Godínez, con la ayuda de
otros amigos, quien acabó con la vida de don Sebastián. Los oidores de la
ciudad de Los Reyes ordenaron al mariscal Alonso de Alvarado y al fiscal Juan
Fernández que investigaran y castigaran a los culpables.
Capítulo
38:
El alzamiento de Francisco Hernández y sus acciones.
Durante
la investigación, se encontraron pruebas de culpabilidad contra Francisco
Hernández Girón. Al enterarse de esto, Francisco Hernández decidió alzarse,
como efectivamente lo hizo, aunque anteriormente había intentado rebelarse en
el Cusco. Juan de Saavedra, el corregidor en ese momento, lo arrestó junto con
los vecinos que le habían ayudado, y lo envió a la ciudad de Los Reyes, donde
quedó bajo custodia. Los oidores decidieron disimular su caso y lo enviaron de
vuelta a su casa en el Cusco. Finalmente, Francisco Hernández decidió alzarse
nuevamente cuando Gil Ramírez de Ávalos era el corregidor.
Una
noche, durante una boda de Alonso de Loaysa, un vecino del Cusco, Gil Ramírez
fue avisado por uno de sus alguaciles de que había arcabuceros congregándose en
la casa de Francisco Hernández. Ordenó al alguacil que fuera a investigar. Al
salir por la puerta donde se celebraba la boda y donde todos los vecinos y el
corregidor estaban cenando juntos, Francisco Hernández entró con varios
soldados armados con arcabuces. Cuando llegó donde estaban cenando, atacó,
matando a Juan Alonso Palomino y a otro individuo. Gil Ramírez, el corregidor,
se refugió en una habitación, desde donde suplicó por su vida, habiéndole dado
Francisco Hernández su palabra de no hacerle daño, promesa que cumplió al
enviarlo a la ciudad de Los Reyes.
Muchas
personas se unieron a Francisco Hernández, más de seiscientos hombres, y si el
mariscal Alonso de Alvarado no estuviera en los Charcas castigando a don
Sebastián, se le habrían unido más de mil quinientos.
Francisco
Hernández envió gente tanto a Arequipa como a Huamanga. En Arequipa, había un
Licenciado Carvajal como corregidor, quien había tomado las medidas necesarias
una vez que se enteró del levantamiento. Sin embargo, los oidores consideraron
que este Licenciado no era adecuado para liderar en tiempos de guerra, por lo
que lo destituyeron y nombraron a Gerónimo de Villegas en su lugar, una
elección que resultó ser desafortunada.
Villegas
siguió el mismo patrón que había seguido con el virrey Blasco Núñez Vela:
convocó a todos los soldados y hombres de guerra en su casa y luego llamó a los
vecinos, junto con algunos arcabuceros. Una vez que los tuvo reunidos, propuso
la idea de nombrar a Francisco Hernández como procurador, con el fin de evitar
que los recién llegados saquearan la ciudad. Con el temor a perder sus vidas,
los vecinos accedieron a la propuesta de Villegas.
Todo
esto ocurrió al mediodía. Al anochecer de ese día, Pedro Pizarro, Diego de
Peralta, Juan de Hinojosa y Miguel Cornejo, junto con algunos de sus amigos,
huyeron y se dirigieron al puerto de Arequipa, donde abordaron un barco que
estaba anclado y lo enviaron a los oidores. Ellos mismos continuaron por tierra
para servir a Su Majestad, dejando atrás a sus esposas e hijos a merced de los
rebeldes, quienes llegaron a Arequipa cuatro días después.
Una
vez llegados a la ciudad de Los Reyes, los oidores se encontraban en una gran
necesidad de fondos para reclutar tropas. Pedro Pizarro, el mencionado aquí,
prestó a Su Majestad y a los oidores en su nombre dieciséis mil pesos para que
pudieran reclutar hombres, dada la urgente necesidad que tenían.
Por
otro lado, Tomás Vázquez llegó a Arequipa y saqueó todo lo que pudo encontrar
antes de dirigirse hacia la costa. Luego, se adentró en un valle llamado Acarí,
que se encuentra a unas ochenta leguas de Arequipa en dirección a la ciudad de
Los Reyes. Desde allí, ascendió a la sierra para encontrarse con Francisco
Hernández en Huamanga, como habían acordado previamente para dirigirse juntos
hacia la ciudad de Los Reyes.
Así,
Francisco Hernández se dirigió primero a Jauja y luego descendió hacia
Pachacámac. Cuando los oidores se enteraron de su presencia, trasladaron su
campamento a un lugar a una legua fuera de la ciudad, en una chacra propiedad
de los frailes dominicos. Desde allí, avanzaron hacia adelante, cerca de un
gran canal. Cuando los oidores supieron que Francisco Hernández había llegado a
Pachacámac, a unas cuatro leguas de la ciudad de Los Reyes, enviaron cincuenta
hombres a caballo bajo el mando del maese de campo Pablo de Meneses para
reconocer la ubicación del enemigo. En este encuentro, cerca del valle de
Pachacámac, un soldado fue capturado, mientras que Diego de Silva se pasó al
bando de los leales a Francisco Hernández. Esa misma noche, más de cincuenta
hombres que acompañaban a Francisco Hernández se unieron al campamento real, lo
que llevó a Francisco Hernández a no atreverse a librar batalla y a retirarse
hacia la costa. Cada día, más personas se les unían y se unían al campamento
real.
Ante
esta situación, los oidores organizaron un contingente de sesenta hombres y nos
ordenaron seguir a Francisco Hernández bajo el mando de Pablo de Meneses, con
la misión de recoger y proteger a aquellos que huían de su bando.
Mientras
íbamos tras él, nos fuimos agrupando tanto que en una jornada estábamos unos
junto a otros. Llegamos a alcanzarlos en un valle llamado Yca, una región
montañosa que distaba unas cuarenta leguas de la ciudad de Los Reyes. Ese día,
ellos habían entrado en el valle, y Pablo de Meneses decidió enfrentarlos allí
mismo esa noche, ya que tenía consigo más de ochenta hombres que se habían
separado y huido de Francisco Hernández. Si Pablo de Meneses hubiera actuado
conforme a lo acordado, habría capturado y dispersado a Francisco Hernández,
como después supimos.
Al
entrar en el valle, estaban agotados y hambrientos debido a que no habían
descansado ni conseguido comida hasta entonces. Por ello, la gente se dispersó
por el valle en busca de alimento, y al no tener noticias de nuestra llegada,
se descuidaron, a pesar de tener puestos guardias y centinelas. Aprovechando la
accidentada geografía del valle y contando con guías que conocían bien la zona,
pudimos acercarnos a ellos y atacar sus guardias sin ser detectados.
Una
vez que llegamos al río al inicio del valle, Pablo de Meneses se mostró
indeciso y no se atrevió a enfrentarse a los enemigos. En medio de esta
situación, decidió enviar a buscar maíz al valle para alimentar a los caballos
exhaustos que llevábamos consigo. Un soldado que se había unido a nosotros
después de huir del campo de Francisco Hernández se ofreció a guiar a un pueblo
cercano donde podríamos conseguir maíz sin ser detectados por los enemigos.
Pablo de Meneses, confiando en sus palabras, lo envió junto con otros tres de
nuestros hombres para que trajeran algo de maíz.
Sin
embargo, una vez que se fueron, este soldado que había desertado de nuestro
bando para unirse a Francisco Hernández, aprovechó la oportunidad para escapar
de los tres hombres que lo acompañaban y corrió a informar a Francisco
Hernández sobre nuestra presencia. Cuando nuestros hombres regresaron e
informaron a Pablo de Meneses sobre la fuga de este individuo, decidimos
retirarnos y retroceder hacia unas colinas y un asentamiento de un pueblo
llamado Villacurí, que quedaba a unas cinco o seis leguas hacia atrás desde
este valle donde estábamos. En este lugar, Francisco Hernández ya se encontraba
establecido.
Pablo
de Meneses dejó a tres hombres a caballo para que vigilaran desde un cerro
cercano al río hasta que amaneciera, observando si Francisco Hernández salía
del valle o realizaba alguna acción. Los designados para esta tarea fueron López
Martín, Caxas y Gabriel de Cifuentes. Se les instruyó que permanecieran allí
hasta mediodía y luego se retiraran hacia Villacurí, donde les esperaríamos.
Durante
su vigilancia hasta el mediodía sin ver movimiento alguno, decidieron
adentrarse en el valle para alimentar a sus caballos y comprobar si Francisco
Hernández había avanzado. Ya al caer la tarde, Francisco Hernández y su gente
salieron del valle en busca nuestra, creyendo que estábamos cerca, en unas
áreas arenosas fuera del valle.
Justo
en ese momento, Lope Martín junto con sus dos compañeros, después de alimentar
a los caballos, se encontraron con el grupo de Francisco Hernández, que
buscaban activamente. Al ser avistados, trataron de escapar montados en sus
caballos. Sin embargo, el caballo de Lope Martín tropezó en una colina de
arena, siendo capturado allí mismo. Gabriel de Cifuentes y Caxas lograron huir,
pero como la noche se cerraba y todo estaba rodeado de arenales, no pudieron
encontrar el camino de regreso para alertarnos, y terminaron perdiéndose.
Una
vez capturado Lope Martín, Francisco Hernández lo interrogó sobre nuestra ubicación,
cuántos éramos y cualquier otro detalle que quisiera saber. Después de obtener
la información que deseaba, le cortaron la cabeza y se dirigieron hacia
nosotros. Estuvieron a punto de alcanzarnos a menos de una legua de distancia,
pero aparentemente se desorientaron en el camino y decidieron esperar hasta el
amanecer. Por suerte para nosotros, cuando amaneció, se encontraron en mitad
del camino, lo que les impidió sorprendernos mientras dormíamos y probablemente
nos hubieran matado a todos, ya que Pablo de Meneses, al dejar solo a tres
hombres, había descuidado la vigilancia.
Mientras
estábamos en ese lugar, uno de nuestros soldados salió a buscar maíz y desde
una altura divisó a Francisco Hernández y su ejército en un llano frente a
nosotros. Rápidamente nos preparamos y montamos a caballo, y luchamos mientras
nos retirábamos juntos durante más de tres leguas. Finalmente, Francisco
Hernández y su gente nos alcanzaron, desorganizándonos y matando a algunos,
además de capturar a otros. Por suerte para mí, cuando mi caballo recibió un
disparo de arcabuz y murió, un esclavo negro que llevaba adelante en un mulo
vino en mi rescate. Monté el mulo y logré escapar, cruzando una colina de
arena.
Después
de esta victoria, Francisco Hernández se retiró a La Nazca, un valle que se
encuentra a sesenta leguas de Lima. Permaneció allí durante más de un mes,
reorganizándose. Mientras tanto, el ejército real se estableció en Chincha, a
treinta leguas de Lima, donde esperaron hasta que Francisco Hernández se
adentró en la sierra, al enterarse de la llegada de Alonso de Alvarado con
ochocientos hombres en su búsqueda.
Francisco
Hernández intentó eludir a Alvarado adentrándose en zonas despobladas, pero el
Mariscal lo persiguió. Durante la persecución, Francisco Hernández logró pasar
junto al Mariscal y se dirigió hacia el Cusco. Sin embargo, Alvarado lo alcanzó
en un río llamado Chuquinga. Una vez allí, Alvarado, sin dar descanso a su
gente, atacó a Francisco Hernández en un fuerte donde este se había refugiado
con su ejército. A pesar de estar en una posición desfavorable, Francisco
Hernández logró vencer al Mariscal y a su ejército, asegurando así una victoria
inesperada. Después de esta batalla, Francisco Hernández se dirigió al Cusco,
donde se reorganizó nuevamente.
Después
de la derrota del Mariscal y su gente, los oidores se prepararon para enfrentar
a Francisco Hernández. Nombraron a Pablo de Meneses como general y a don Pedro
Portocarrero como maese de campo. Reunieron a toda la gente disponible y
marcharon hacia el Cusco. Sin embargo, cuando llegaron, Francisco Hernández ya
se había dirigido hacia Collao. Los persiguieron hasta un lugar llamado Pucará,
donde esperaron al ejército real. Una vez que llegaron, establecieron su
campamento junto a un río, a la vista de Francisco Hernández pero a una
distancia segura. Desde aquí, se libraban escaramuzas diarias, en las cuales
Francisco Hernández demostraba su habilidad táctica.
Mientras
tanto, Francisco Hernández planeaba un ataque sorpresa contra el campamento de
Su Majestad, pero los oidores recibieron información al respecto. Decidieron
cambiar de ubicación esa noche, dejando atrás un tambor con algunos españoles y
negros en el sitio original para simular que el campamento seguía allí. Cuando
Francisco Hernández y su gente llegaron y escucharon el tambor, creyeron que
estaban en el lugar correcto y se lanzaron al ataque. Sin embargo, al descubrir
el engaño, se dirigieron hacia el verdadero campamento de Su Majestad, donde
comenzó un enfrentamiento con disparos de arcabuces y fuego de artillería.
Durante la refriega, algunos de los seguidores de Francisco Hernández se pasaron
al bando de Su Majestad, lo que provocó que él y su gente se desanimaran. Al
día siguiente, Tomás Vázquez y Juan de Piedrahita, capitanes de Francisco
Hernández, se pasaron al bando de Su Majestad tras recibir un perdón secreto de
los oidores. Ante esta situación, Francisco Hernández decidió huir con unos
sesenta hombres, sus seguidores más leales. Esta fuga marcó el fin de su
rebelión, ya que fueron perseguidos y capturados, y muchos de ellos fueron
ejecutados. Francisco Hernández fue arrestado en Jauja, después de haber
causado la muerte de muchas personas durante su período de tiranía.
Después
de eso, ha habido algunos levantamientos secretos durante el mandato del
presidente Lope García de Castro. Espero sinceramente que estos disturbios se
hayan extinguido para siempre, porque si surgiera alguno debido a nuestros
pecados, sería tan destructivo que superaría en maldad a todas las rebeliones
pasadas en esta tierra. La experiencia acumulada aquí nos enseña el gran mal
que causaría un levantamiento.
Esto
es lo que ha sucedido en este reino desde que entré en él, cuando el Marqués
Francisco Pizarro llegó desde España hace unos cuarenta y dos años,
aproximadamente, para continuar la conquista y exploración de estas tierras más
allá de Tumbes, que él había descubierto anteriormente. Posteriormente, él fue
a solicitar la Gobernación a Su Majestad, momento en el que, como he mencionado
antes, me uní a él.
Lo que
he escrito aquí, excepto el descubrimiento hasta Tumbes, que el Marqués
Francisco Pizarro había realizado previamente, como ya he declarado al
principio; y he comprendido y presenciado algunas cosas sobre los nativos de
este reino, que he descrito aquí.
Todo
lo que está escrito aquí ocurrió así y es verdad, sin añadir ni componer nada.
Me atreví a escribir esta historia porque quienes me conocen saben que soy un
amigo de la verdad y siempre la trato con sinceridad, por lo que todo lo que
está escrito aquí es absolutamente verídico.
Concluyo
este escrito el año de 1561, a siete días del mes de febrero.
Autor:
Pedro Pizarro
Fin
Compilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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