Relato del descubrimiento y conquista del reino del Perú: Pedro Pizarro

RELACION DEL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE LOS REINOS DEL PIRU Y DEL GOUIERNO Y HORDEN QUE LOS NATURALES TENIAN Y TE. SOROS QUE EN ELLOS SE HALLARON Y DE LAS DEMAS COSAS QUE EN EL AN CUBCEDIDO HASTA EL DIA DESTA FECHA. FECHA POR PEDRO PICARRO CONQUISTADOR Y POBLADOR DESTOS DICHOS RREYNOS Y VE. ZINO DE LA CIUDAD DE AREQUIPA.

 

Año de 1771

            Relato del descubrimiento y conquista del reino del Perú

 

Capítulo Primero

En la ciudad de Panamá, ubicada en Tierra Firme, tres hombres destacados se unieron como compañeros en la empresa de conquistar y colonizar aquellas tierras: Don Francisco Pizarro, Don Diego de Almagro y el Padre Luque. Estos hombres tenían intereses comunes en las haciendas y encomiendas que gestionaban en la región. Entre ellos, el líder principal era Don Francisco Pizarro, a quien los gobernadores de Tierra Firme siempre designaban como capitán durante las expediciones de conquista. Don Diego de Almagro sobresalía como un excelente soldado y rastreador, capaz de seguir el rastro de un solo indígena a través de densos bosques, incluso si este le llevaba una legua de ventaja. Por su parte, el Padre Luque ejercía como vicario en Panamá en aquel tiempo y, junto con los otros dos, eran considerados entre los hombres más ricos de la región.

En aquel tiempo, en Tierra Firme, llegaron noticias de una provincia llamada el Perú, situada aproximadamente a doscientas leguas mar adentro desde la costa de Tierra Firme, en la región que hoy conocemos como el Perú. Esta provincia, aunque poco explorada, atrajo la atención de los tres hombres. Sin embargo, la conquista de esta región fue un desafío considerable debido a su terreno montañoso y a la naturaleza belicosa de sus habitantes, que utilizaban flechas envenenadas. Eran conocidos por vigilar de noche y por comerciar utilizando tambores. La tierra era escasamente poblada y de mala calidad.

Así que los tres compañeros mencionados acordaron embarcarse en la empresa de conquistar esta provincia llamada Perú. Después de consultar con Pedrarias de Ávila, quien en ese momento era el Gobernador de Tierra Firme, decidieron llevar a cabo la expedición, contando con la condición de que Pedrarias no debía contribuir con ningún dinero u otros recursos en ese momento, sino que los gastos serían cubiertos con lo que encontraran en la tierra, de lo cual él recibiría su parte por virtud de la compañía. Los tres compañeros aceptaron esta condición como una oportunidad para obtener la autorización necesaria, algo que de otra manera les habría sido difícil lograr. Una vez obtenida la licencia, nombraron a Don Francisco Pizarro como capitán general y a Don Diego de Almagro como segundo al mando. Se embarcaron y emprendieron su viaje de costa a costa.

Llegaron a la provincia mencionada del Perú, pero no lograron conquistarla debido a las dificultades previamente mencionadas. Decidieron entonces continuar su viaje de costa a costa. Durante este tiempo enfrentaron numerosos desafíos, incluyendo la muerte de muchos de sus hombres debido a la escasez de alimentos y enfermedades. La tierra estaba poblada por pocos indígenas, algunos de los cuales vivían en chozas construidas sobre árboles en manglares. Permanecieron en esta región durante más de dos años, enfrentando trabajos arduos y difíciles condiciones.

Después de este tiempo, llegaron exhaustos a las islas del Gallo y de la Borgoña, tan dañados que ya no podían avanzar más. En vista de esta situación, acordaron enviar a Don Diego de Almagro en un barco hacia Panamá, ya que Pedro de los Ríos, quien había llegado como Gobernador de Tierra Firme y estaba llevando a cabo investigaciones sobre las acciones de Pedrarias de Ávila, los había convocado. Una vez decidido esto, optaron por dejar a Don Francisco Pizarro en la isla de la Borgoña, temiendo que, si todos se marchaban, no les permitirían regresar. Así que el Marqués Don Francisco Pizarro se quedó en la isla mencionada con catorce hombres. Uno de ellos escribió una carta en un trozo de algodón para el Gobernador Pedro de los Ríos, diciendo: Muy magnífico señor Gobernador: “Mírelo bien por entero, que allá va el recogedor y acá queda el carnicero".

Una vez que Almagro llegó a Panamá con aquellos que deseaban partir, el Gobernador Pedro de los Ríos, al leer la carta, se negó a otorgar permiso para que la gente regresara a donde se encontraba Francisco Pizarro. Ante esta negativa, tanto Almagro como el Padre Luque realizaron numerosas solicitudes al Gobernador, expresando su preocupación por la seguridad de los que habían quedado en la isla. Tras estas instancias, el Gobernador finalmente concedió permiso para enviar gente a Francisco Pizarro, con la condición de que dentro de cuatro meses, una vez que la gente llegara a donde estaba Pizarro, estos debían regresar si no encontraban tierras adecuadas para poblar.

Una vez obtenida esta licencia, Diego de Almagro preparó la nave y la abasteció de víveres. Con algunos españoles, la envió bajo el mando de Bartolomé Pérez, un experimentado piloto que había participado en la conquista y exploración de los manglares. Cuando la nave llegó a la isla de la Borgoña, donde se encontraba el Marqués Francisco Pizarro con los compañeros que habían quedado atrás, fue recibida con gran alegría. Los que estaban en la isla estaban al borde del hambre y habían planeado subir a una canoa para dirigirse a Panamá, después de cinco meses de sufrimiento y enfrentamientos con los indígenas. Justo el día que tenían planeado partir, llegó el barco y, al subirse a él, emprendieron el viaje de costa a costa para explorar lo que les esperaba adelante.

Dios quiso que encontraran tierra firme: primero llegaron a la provincia de Puerto Viejo y luego al puerto de Tumbes, avanzando un poco más, donde obtuvieron información sobre la región, aunque no todo lo que más tarde descubrirían. Recogieron algunas ovejas y en algunas balsas encontraron cinturones de cuentas de oro y plata, así como ropa local, que guardaron como muestras para llevar a España como obsequio a Su Majestad. También capturaron tres o cuatro jóvenes indígenas, algunos de los cuales habían sido tomados en las balsas y otros que los indígenas les habían entregado para que se los comieran, creyendo erróneamente que los españoles consumían carne humana.

Después de dar muchas gracias a Dios Nuestro Señor por las bendiciones recibidas al descubrir una tierra tan rica y poblada, decidieron regresar a Tierra Firme para informar a Su Majestad sobre lo que habían descubierto, llevando consigo muestras de lo encontrado. Antes de partir, un español llamado Morillo decidió quedarse en la tierra sin permiso, mientras que otro, llamado Bocanegra, obtuvo licencia para quedarse. El pueblo más grande que encontraron fue Tumbes, y después de tomar nota de ello, emprendieron el viaje de regreso a Panamá.

En Panamá, encontraron a Pedro de los Ríos como Gobernador, ya que Pedrarias de Ávila, quien antes ocupaba ese cargo, se había trasladado a Nicaragua, una provincia que se había descubierto en ese tiempo. Francisco Pizarro y Diego de Almagro tuvieron la suerte de no encontrar a Pedrarias allí, ya que de lo contrario podría haberles arrebatado la empresa para sí mismo. Una vez llegados los dos compañeros, acordaron entre ellos y con el Padre Luque que Francisco Pizarro viajaría a España para solicitar el gobierno para él y para Diego de Almagro, mientras que el Padre Luque buscaría el obispado. Llevando consigo las muestras de la tierra que habían traído y dos indígenas para su sustento, Pizarro partió hacia España. Esto es todo lo que sé por lo que he escuchado, lo demás es de vista y algunas cosas de oídas, ya que es imposible estar en todos los lugares a la vez.

 

Capítulo 2. De la ida de don Francisco Pizarro a España para informar a Su Majestad sobre esta tierra y solicitar el gobierno, y después de que se lo concedieron, se embarcó en Sanlúcar y llegó a Nombre de Dios.

Una vez completado su viaje, Dios permitió que llegara a España en paz, donde se apresuró a presentarse ante Su Majestad, el Emperador Nuestro Señor, que en ese momento estaba en la ciudad de Toledo. Después de informarle sobre el descubrimiento, Su Majestad lo remitió al Consejo de Indias, presidido en ese momento por el Conde de Osorno. Francisco Pizarro solicitó lo acordado previamente con sus compañeros. Sin embargo, el Consejo le respondió que no era posible otorgar el gobierno a dos compañeros, ya que se había dado una situación similar en Santa Marta, donde dos compañeros se enfrentaron mortalmente. El Consejo expresó su deseo de que este tipo de situaciones se evitasen en el futuro, recordando el trágico destino de Diego de Almagro, quien, una vez nombrado gobernador, fue asesinado por otro compañero, desencadenando batallas y conflictos en este reino.

Después de insistir repetidamente en que se concediera la merced a ambos compañeros, Francisco Pizarro recibió la respuesta de que la pidiera para sí mismo, y si no, se otorgaría a otro. Viendo que no había espacio para lo que él quería y solicitaba, pidió que la merced se le hiciera a él, y así fue.

Una vez acordado con Su Majestad lo que debía hacer, se trasladó a la ciudad de Sevilla, donde se prepararon dos barcos y una goleta para traer la cantidad de hombres que se le había ordenado llevar, trescientos en total. Después de que los barcos estuvieran listos, embarcó con algunos hombres, aunque no con todos los que se le había mandado traer. Mientras esperaba en el puerto de Sanlúcar, le avisaron a Pizarro que vendrían a inspeccionar la cantidad de hombres que llevaba, y que si no se encontraba con la cantidad ordenada, se le impediría continuar su viaje.

Ante esta noticia, Pizarro se embarcó en la goleta mencionada y, a pesar del mal tiempo, logró salir del puerto de Sanlúcar y esperó en la isla de La Gomera. Cuando llegaron aquellos que venían a inspeccionar, al darse cuenta de que Pizarro ya se había marchado, capturaron los dos barcos que habían quedado. Se les hizo creer que el resto de la gente que faltaba estaba en la goleta. Después de unos días, con buen tiempo, los que habían quedado en los dos barcos zarparon del puerto de Sanlúcar, con Hernando Pizarro, el hermano de Francisco, al mando de ellos.

Siendo Dios servido de concedernos buen tiempo, como efectivamente lo hizo, llegamos a la isla de La Gomera, donde encontramos a Francisco Pizarro. Desde allí, todos juntos partimos con buen tiempo y nos dirigimos hacia el puerto de Santa Marta, donde Pedro de Lerma ejercía como gobernador. Allí nos persuadieron para que algunos de nuestros hombres se quedaran, difundiendo rumores de que íbamos hacia una tierra tan inhóspita que solo se podía encontrar comida en forma de serpientes, lagartos y perros. Esta noticia generó temor entre nuestra tripulación, y como resultado, algunos huyeron y decidieron quedarse en Santa Marta.

De Santa Marta navegamos hacia el puerto de Nombre de Dios. Enterado de la llegada de su compañero Francisco Pizarro, Diego de Almagro fue a recibirlo. Sin embargo, al darse cuenta de que Pizarro no traía la gobernación para ambos, como se había pactado previamente, a pesar de los esfuerzos y las gestiones realizadas por Pizarro ante Su Majestad para obtenerla, y de que Su Majestad había decidido otorgarla solo a uno de ellos, Almagro se disgustó.

 

Capítulo tercero. De la llegada a Nombre de Dios y de los acontecimientos entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro hasta que Pizarro se embarcó hacia el reino del Perú.

Una vez llegados al puerto de Nombre de Dios, Diego de Almagro se apoderó del dinero y los bienes que había reunido, y se negó a ayudar a Francisco Pizarro a preparar la flota y partir hacia estas tierras. Afirmó que, como no se había negociado lo acordado previamente, y que el dinero y los bienes que tenía eran suyos, ya que Pizarro había gastado su parte y más durante su viaje a España. El Padre Luque hizo lo mismo, ya que Pizarro no había logrado negociar el obispado como se había acordado, y Su Majestad se negaba a otorgárselo hasta conocer más sobre él. Esta situación causó mucha necesidad y algunas personas que Pizarro había traído murieron debido a la falta de recursos para realizar la expedición. En algunas ocasiones, terceras partes lograron conciliar a Pizarro y Almagro, pero Almagro terminaba abandonando el acuerdo. En una de estas ocasiones, Almagro visitó a Hernando Pizarro, que estaba enfermo, y discutieron sobre la expedición. Hernando le expresó su preocupación por dos de sus escuderos a quienes había traído caballos para que los acompañaran en la travesía, pero Almagro le aseguró que les proporcionaría un caballo a cada uno. Sin embargo, incumplió su palabra, lo que llevó a Hernando Pizarro a insultarlo, llamándolo cobarde y otras palabras despectivas.

Quería explicar esto para que se comprenda el origen de las pasiones y resentimientos entre Pizarro y Almagro, que han resultado en tantas batallas, muertes y desventuras en esta tierra. Los desafortunados compañeros Pizarro y Almagro no lograron asegurar ningún territorio en este reino y murieron en circunstancias desdichadas.

Mientras los asuntos estaban en este estado, Hernán Ponce de León llegó desde Nicaragua con dos barcos cargados de esclavos para vender en Panamá, junto con su compañero Hernando de Soto. Hernando Pizarro, al ver la llegada de Hernán Ponce, negoció con él para que fletara los dos barcos que había traído y así poder transportar a la gente a esta tierra, ya que la mayor necesidad que tenía para emprender la jornada eran barcos. Hernán Ponce aceptó la propuesta, obteniendo beneficios tanto para él como para su compañero Soto, y acordó que Hernando Pizarro y su hermano Francisco se comprometieran a pagar por los fletes. Además, si la tierra resultaba ser buena, acordaron que Hernando de Soto sería nombrado capitán y teniente de gobernador en el pueblo más importante que se fundara, y que a Hernán Ponce se le otorgaría un repartimiento de indios de los mejores que hubiera en el reino. El Marqués Francisco Pizarro y su hermano cumplieron con todo lo acordado.

Viendo Diego de Almagro cómo habían hecho este acuerdo y que podían llevar a cabo la expedición, decidió hacer las paces con Francisco Pizarro y su hermano Hernando, aunque estas amistades se forjaron con malas intenciones, como se vería más adelante.

 

Capítulo cuarto. De cómo Francisco Pizarro se embarcó en Panamá para la conquista de estos reinos del Perú y para descubrir lo que aún no se había visto.

Una vez completado lo mencionado anteriormente, Francisco Pizarro, junto con la gente que había llegado de España y algunos que se habían unido en Tierra Firme, aproximadamente doscientos hombres en total, se embarcó. Continuando su viaje, desembarcaron en la bahía de San Mateo, donde algunos hombres pusieron pie en tierra y los barcos siguieron su curso a lo largo de la costa. Finalmente, llegaron a un pueblo llamado Quaque, donde Dios fue servido de permitir que se encontraran con él. El descubrimiento de este pueblo y lo que encontraron en él sirvió para validar la existencia de la tierra y atrajo más gente hacia ella, como se explicará más adelante.

Una vez que llegaron a este pueblo de Quaque, lo hicieron de manera sorpresiva, sin que la gente del lugar tuviera conocimiento de su llegada. Si los habitantes hubieran estado advertidos, no habrían podido tomar la cantidad de oro y esmeraldas que encontraron allí. Después de capturar el pueblo, los nativos huyeron, y muy pocos pudieron ser alcanzados, ya que el pueblo estaba ubicado cerca de grandes y densas montañas, lo que dificultaba la persecución. Abandonaron todos sus bienes y pertenencias, que los españoles recogieron y juntaron, especialmente el oro y la plata, tal como se había ordenado y establecido, bajo pena de muerte para aquellos que desobedecieran esta instrucción. Debían reunir todo en montones para que el gobernador pudiera distribuirlo equitativamente entre todos, basándose en su posición, méritos y servicios. Esta orden se cumplió en toda la región durante la conquista, y aquellos que ocultaban oro o plata enfrentaban la muerte como castigo. Este temor evitó que alguien se atreviera a esconder metales preciosos, como se llegó a entender.

En cuanto a las esmeraldas, hubo gran confusión y sorpresa en algunas personas debido a su desconocimiento. Se dice que algunos que las reconocieron las guardaron en secreto. Sin embargo, muchos que obtuvieron esmeraldas de gran valor realizaron diversas pruebas para verificar su autenticidad: algunos las golpeaban con martillos sobre un yunque, argumentando que si eran esmeraldas no se romperían; mientras que otros las menospreciaban, pensando que eran vidrio. Aquellos que las reconocían las guardaban en silencio, como se cuenta que hizo un fraile llamado Reginaldo de Pedraza, un dominico que estaba entre los tres que Francisco Pizarro llevó de España, el más importante de ellos. Estas esmeraldas no se apreciaban en su justo valor al principio, ya que no se entendía su verdadera naturaleza ni se les daba importancia, hasta que más adelante se comprendió lo que realmente eran.

En este lugar se encontraron numerosas piezas de chaquira hechas de oro y plata, muchas coronas de oro que parecían imperiales y otras joyas, cuyo valor se estimó en más de doscientos mil castellanos. Desde este pueblo de Quaque, donde se hizo este descubrimiento, hasta Cajamarca, no se encontraron dos mil pesos de oro o plata juntos. Esto desanimó a muchas personas y las dejó muy descontentas.

Después de descubrir este tesoro, Francisco Pizarro envió a Nicaragua a un tal García de Aguilar en uno de los barcos de Hernán Ponce de León, llevando consigo algunas de las coronas de oro y otras piezas encontradas. El objetivo era mostrar la muestra de la riqueza hallada para animar a la gente de Nicaragua a venir a estas tierras. Esto tuvo éxito, ya que al ver la riqueza que trajo el barco, Hernando de Soto preparó sus barcos y se unió a la expedición con un grupo de aproximadamente cien hombres. En aquel tiempo, los capitanes y gobernadores no proporcionaban ayuda financiera a nadie, y cada uno se encargaba de financiar su propia expedición. Incluso pagaban los fletes a los propietarios de los barcos. Esta situación contrasta con la actualidad, donde a pesar de recibir ayuda financiera, muchos no están dispuestos a aventurarse en la exploración de nuevas tierras o en conflictos bélicos.

En este Quaque, se encontraron muchos colchones hechos de lana de ceiba, un árbol que los produce. Algunos españoles que dormían en ellos experimentaron la incomodidad de despertarse con miembros entumecidos; si un brazo o una pierna quedaban doblados al dormir, les resultaba muy difícil enderezarlos.

Este problema afectó a algunos, y se cree que fue el origen de una enfermedad que provocaba verrugas, extremadamente desagradable y dolorosa. Mucha gente sufrió intensos dolores, similares a los de las bubas, hasta que les aparecieron grandes verrugas por todo el cuerpo, algunas del tamaño de huevos. Estas verrugas, al reventar, liberaban sangre y pus, lo que requería que se cortaran y se aplicaran sustancias fuertes para extraer la raíz. También había verrugas más pequeñas, similares al sarampión, que cubrían todo el cuerpo. Pocos se libraron de esta enfermedad, aunque algunos la padecieron más gravemente que otros. Algunos sugirieron que esta enfermedad fue causada por pescados que los nativos de la provincia de Puerto Viejo dieron maliciosamente a los españoles.

Mientras estaban en este pueblo de Quaque, preparándose para continuar su viaje, llegó Sebastián de Benalcázar en una pequeña embarcación con unos treinta hombres, lo que provocó gran alegría entre el Marqués y su gente.

 

Capítulo quinto. De la salida de Quaque para la isla de La Puná y de lo que sucedió.

Preparándose lo más rápido posible, comenzaron a avanzar por la tierra de Puerto Viejo. Siguiendo sus jornadas, llegaron hasta tener noticia de la isla de la Puná. Embarcándose en los navíos, llegaron a ella, donde fueron recibidos en paz por el cacique de la isla. Estuvieron allí algunos días, pero luego el cacique conspiró para traicionar a los españoles y matarlos. Utilizó un ardid: solía venir con una gran danza ceremonial cuando visitaba al Marqués. Esta danza se entendía como una señal de paz, y así lo hizo, llegando con sus armas. Sin embargo, al final se descubrió su verdadera intención, y hubo una batalla con los españoles, en la que algunos soldados resultaron heridos, incluido Hernando Pizarro, quien recibió una herida en la pierna. Capturaron al cacique de la isla junto con algunos de sus principales, quienes permanecieron presos durante muchos días.

Enterados los indios de Tumbes de este incidente, vinieron bajo una paz fingida para vengarse de los de la isla de la Puná, con quienes habían tenido grandes guerras. Los de la Puná habían destruido y quemado Tumbes. Para vengarse, vinieron con la apariencia de la paz y rogaron al Marqués que le entregara al cacique Tumalá y sus principales para matarlos, prometiendo ser amigos de los cristianos si se llevaba a cabo. El Marqués, considerándolos amigos y queriendo mantener la paz, entregó algunos de los principales, a quienes los indígenas mataron en presencia de los españoles, decapitándolos. Al cacique principal no quiso entregárselo, y más tarde lo liberó cuando partieron de allí.

En esta isla se encontraron cinco vacas de la tierra excepcionalmente gordas, pero incapaces de reproducirse. Cuando las sacrificaron, no encontraron ni rastro de carne magra. En aquel entonces, un representante del Inca, designado como gobernador por él, estaba a cargo de Puerto Viejo, la isla y Tumbes. Sin embargo, desapareció poco antes de la llegada de los españoles, sin dejar ningún tipo de información.

En ese contexto, se descubrieron tres mujeres indígenas que habían sido criadas por dos españoles, Morillo y Bocanegra, quienes se quedaron en la isla cuando el Marqués Francisco Pizarro la descubrió y partió a España en busca del gobierno. Entre las pertenencias de estas mujeres, se encontró un pequeño papel escrito por Bocanegra, que rezaba: "A todos aquellos que lleguen a esta tierra, sepan que hay más plata y oro aquí que hierro en Vizcaya". La lectura de este mensaje llevó a muchos a creer, y lo expresaban abiertamente, que el Marqués Pizarro había plantado intencionalmente el mensaje para animar a la gente, que llegaba bastante descontenta por no encontrar otro Quaque.

Los habitantes de esta isla, así como los de Puerto Viejo y Tumbes, visten una indumentaria distintiva que incluye unos pequeños taparrabos. Los líderes y los indígenas de mayor estatus llevan cinturones tejidos con cuentas de oro y plata, de unos cuatro dedos de ancho o más, ajustados justo debajo de las caderas, que realzan su figura. Estos cinturones se llevan debajo de la vestimenta que los cubre. Algunas mujeres también usan estos cinturones, y los llevan en las muñecas, brazos y piernas, por encima de los tobillos. Su dieta incluye maíz, frijoles, pescado y otras legumbres, pero no crían ganado, y hasta Tumbes no se encontraron más recursos de los mencionados.

La gente de esta isla y de Tumbes se caracterizaba por ser belicosa en tiempos de guerra, y llevaban el cuello cortado un poco por debajo de la oreja como marca distintiva. Sus armas incluían hondas, dardos arrojadizos y macanas. Por otro lado, los habitantes de Puerto Viejo eran conocidos por practicar pecados considerados tabú, como la adoración de piedras, ídolos de madera e incluso, por mandato del Inca, al sol.

Así, mientras el Marqués permanecía en la isla mencionada, con muchos enfermos afectados por las mencionadas verrugas, a la espera de refuerzos para poder abandonar el lugar, Hernando de Soto llegó desde Nicaragua con la gente mencionada, a bordo de dos navíos. Este acontecimiento llenó de alegría a Marqués y a los que estaban con él, aunque ellos mismos no la experimentaron, pues al dejar el paraíso de Mahoma (Nicaragua), se encontraron con una isla desolada, escasa de alimentos y la mayoría de la gente enferma, sin rastro de oro o plata como habían encontrado previamente. Todos habrían preferido regresar de donde vinieron, de no ser por la negativa del capitán de la embarcación y la imposibilidad de los soldados.

 

Capítulo 6: De la partida de La Puná hacia Tumbes y los sucesos ocurridos

Mientras todos se preparaban para dirigirse hacia Tumbes desde La Puná, sucedió que el Tesorero de Su Majestad, Alonso Riquelme, al observar lo inhóspita y enfermiza que era la tierra hasta entonces, y por otras razones que prefirió mantener en secreto, decidió abandonar el lugar. Por lo tanto, en complicidad con el capitán de un pequeño barco, secretamente se embarcó una noche y partió. Enterado de esto, el Marqués se lanzó en uno de los dos barcos que estaban en el puerto y lo persiguió, alcanzándolo y obligándolo a regresar.

Una vez de vuelta, pocos días después, ordenó que se preparara a la gente. Se cargaron los caballos en los barcos y a la mayoría de la gente en algunas balsas, junto con algunos españoles y pertrechos, según parecía, bajo falsos pretextos de ayuda. Una vez que las balsas partieron de la isla con parte de la gente y el resto mencionado, las llevaron a unos islotes conocidos por ellos, donde las hicieron detenerse. Allí, mientras los españoles dormían en los islotes, los nativos desamarraban las balsas sigilosamente y, dejándolos atrás, los mataban más tarde, atacándolos con más hombres. Esto sucedió de esta manera con tres españoles, entre ellos Francisco Martín, hermano del Marqués Francisco Pizarro, y Alonso de Mesa, vecino de Cusco, y a mí me hubiera ocurrido lo mismo si no fuera porque Alonso de Mesa estaba gravemente enfermo de verrugas y se negó a abandonar la balsa en la que íbamos hacia el islote donde nos dejaron, mientras Francisco Martín y yo escapamos a tiempo. Cuando la marea subía, apenas quedaban sesenta pasos de tierra que no se sumergían en agua.

Mientras dormíamos, los indígenas intentaron hundir la potala de la balsa (así llamaban a una piedra que, atada a una cuerda, se lanzaba al mar como ancla), creyendo que Mesa estaba dormido para abandonarnos y matarlo a él. Sin embargo, dado el intenso dolor de las verrugas, Mesa estaba despierto y al ver lo que planeaban los indígenas, gritó. Al oír sus voces, Francisco Martín y yo nos despertamos y, comprendiendo la traición, capturamos al líder y a otros dos indígenas. Así pasamos toda la noche en vigilia.

Al día siguiente, nos marchamos de allí temprano por la mañana y, al llegar a la costa cerca de Tumbes, justo en el punto donde las olas rompían, los indígenas se lanzaron al agua y nos dejaron a merced de las olas, que nos arrojaron a la costa completamente empapados y casi ahogados. Una vez que los indígenas vieron que habíamos llegado a tierra, se apresuraron a nadar hacia la balsa que aún flotaba en medio de las olas y la tomaron, llevándose todo lo que teníamos, incluida la cámara del Marqués que estaba a bordo. En última instancia, nos dejaron solo con la ropa que llevábamos puesta, y también robaron a muchos otros que habían puesto sus pertenencias en las balsas, confiando en que los indígenas las llevarían a salvo, como le sucedió al capitán Soto y a otros.

Una vez que el Marqués llegó al puerto de Tumbes con los navíos y desembarcó la gente, se enteró de la rebelión en Tumbes y de lo que había ocurrido con las balsas. Esto sumió a todos en una profunda tristeza, algo realmente sorprendente, ya que Tumbes era el lugar del que se esperaba refugio y descanso. Al llegar al pueblo y encontrárselo completamente quemado, destruido y en ruinas (pues nunca se había reconstruido desde el incendio provocado por La Puná), los de Nicaragua lamentaron su suerte y maldecían a las personas y al Gobernador, diciendo que los habían llevado a tierras lejanas y deshabitadas, y maldiciendo también a Quaque por la falsa impresión que les había dado, ya que hasta ese momento en Tumbes no tenían idea de la dureza de la tierra.

En medio de esta confusión, ocurrió que un indígena de Tumbes se presentó buscando paz. Explicó al Marqués que él no había querido huir porque sabía lo que significaba la guerra, pues había estado en el Cusco, y le parecía que los españoles eran guerreros poderosos que conquistarían todo. Por esa razón, había decidido quedarse atrás. Solicitó al Marqués que no permitiera que le saquearan su casa. El Marqués le indicó que colocara una cruz en su vivienda y aseguró que ordenaría que no la tocaran.

Así, instruyó a Rodrigo Núñez, encargado de la distribución de alimentos y del registro de las ventas, para que emitiera un edicto prohibiendo el acceso a las casas marcadas con una cruz. Rodrigo tenía la responsabilidad de distribuir los alimentos que los indígenas traían en tiempos de paz. Ningún español se atrevía a entrar en las casas indígenas para tomar nada, bajo pena de ser públicamente humillado o castigado con el destierro o la muerte. Este protocolo se mantuvo hasta la llegada de don Pedro de Alvarado a estas tierras. La gente que él trajo provenía de Guatemala y fueron ellos quienes introdujeron el saqueo cuando los llevaron a Chile, como se detallará más adelante.

Viendo que Tumbes estaba en rebeldía y la gente tenía una gran necesidad de alimentos, el Marqués ordenó al capitán Soto que, con sesenta hombres a caballo, se dirigiera en busca de Chile Masa, el líder de Tumbes. Así lo hizo, pero durante su búsqueda, Soto y su grupo consideraron iniciar una especie de motín contra el Gobernador, simulando que iban hacia una provincia cercana a Quito. Algunos no estuvieron de acuerdo con este plan, y Juan de la Torre y otros desertaron, informando al Marqués Pizarro. Este último decidió disimular y fingir que no sabía nada.

Además, a partir de entonces, cuando Soto salía, el Marqués enviaba a sus dos hermanos, Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, con él. Mientras tanto, mientras Soto continuaba su búsqueda de Chile Masa, ocurrió que cuando la gente a caballo subía por una sierra escarpada, el propio Chile Masa se escondió en un monte cercano. Al ver que no podía escapar, decidió rendirse pacíficamente y envió un mensajero a Soto pidiendo perdón y ofreciéndose a rendirse. Soto lo aseguró de su seguridad y Chile Masa se entregó con sus principales y seguidores. Soto informó de esto al Gobernador, lo que generó gran alegría en el campamento.

Poco después, el cacique y sus seguidores llegaron al campamento, donde fueron recibidos cordialmente y se les aseguró que podían regresar a sus hogares sin temor.

De vuelta al indígena de Tumbes que se negó a huir y había estado en el Cusco, el Marqués lo convocó y, a través de un intérprete (uno de los jóvenes que mencioné anteriormente y que había sido llevado a España), llamado don Francisco, le preguntó sobre los dos españoles que mencioné anteriormente, quienes fueron asesinados por los indígenas poco antes de nuestra llegada a la tierra, uno en Tumbes y otro en Cinto. Cuando se le preguntó sobre el Cusco, el indígena explicó que era una ciudad grande donde residía el señor supremo, y que había mucha tierra cultivada, así como numerosas piezas de oro y plata y casas con techos de oro. El indígena afirmó esto como una verdad absoluta, aunque realmente estaba minimizando la realidad. Sin embargo, dado el alto nivel de desconfianza entre la gente, muchos no creyeron en su relato. En cambio, sugirieron que el Gobernador había manipulado al indígena para que diera esa información y así animar a la gente. Por lo tanto, la noticia sobre la riqueza de la tierra fue recibida con escepticismo y no se le dio crédito.

 

Capítulo 7: De la salida de Tumbes hacia Tangaralá y los acontecimientos

A pesar de la información proporcionada por el indígena, el Marqués Pizarro decidió seguir adelante en busca de noticias sobre los valles mencionados, como Pariñas, Tangaralá y Poechos. Él mismo, junto con la gente sana, partió hacia Poechos, llevando consigo a Hernando de Soto. A su hermano, Hernando Pizarro, lo dejó a cargo del resto de la gente enferma y los peones, para que los llevara en su seguimiento poco a poco.

Una vez que el Marqués Pizarro llegó a Poechos, recibió noticias sobre la provincia de Caxas y la expedición de Atahualpa hacia Cajamarca, donde estaba en conflicto con su hermano Huáscar, quien era el gobernante legítimo de la región en ese momento. Con esta nueva información, envió a Hernando de Soto con algunos hombres a caballo a Caxas para investigar quién era Atahualpa, qué tropas llevaba consigo y para explorar la provincia de Caxas, con instrucciones de regresar con un informe detallado.

Sin embargo, Hernando de Soto tardó más de lo esperado en su misión, lo que generó sospechas de que no estaba cumpliendo con sus órdenes, lo que ya había sucedido en Tumbes. Mientras el Marqués estaba preocupado por esta demora, Hernando Pizarro llegó con el resto de la gente mencionada.

Así, mientras las cosas estaban en este estado, ocurrió que ciertos españoles que se encontraban en La Chira, provenientes de Tumbes, fueron planeados para ser asesinados por los indígenas de la provincia de Tangaralá. Este complot fue descubierto gracias a una mujer indígena que pertenecía a Diego Palomino, un residente de Piura. Al ser informados por los españoles sobre el plan de asesinato, se refugiaron en una fortaleza que era considerada sagrada por los indígenas, donde adoraban a sus ídolos, y desde allí enviaron mensajeros al Marqués Pizarro pidiendo socorro. Una vez enterado, y con la llegada de Soto, quien trajo noticias sobre Atahualpa y la provincia de Caxas, la gente recibió algo de consuelo, aunque el temor persistía debido a la gran cantidad de información sobre las fuerzas de Atahualpa.

Por consiguiente, una vez que Hernando de Soto llegó, el Marqués se dirigió a La Chira con algunos hombres para socorrer a los españoles que se encontraban allí, dejando a Hernando Pizarro a cargo del resto de la gente como capitán general. Cuando el Marqués llegó al lugar donde estaban los españoles, convocó al cacique de La Chira y a otros líderes de Tangaralá, quienes, una vez confrontados, negaron su participación en el plan de asesinato al ser descubiertos.

Entonces, el Marqués condujo una investigación conjunta con los caciques, donde se confirmó que efectivamente habían planeado el asesinato de los españoles y se habían unido con ese propósito. Condenó a muerte a trece caciques, quienes fueron ejecutados por garrote y luego quemados. Después de este acto de justicia, el Marqués partió hacia Tangaralá, donde tenía la intención de fundar un nuevo pueblo, como así lo hizo. Luego se trasladó a Piura, donde actualmente está establecido, siendo este el primer pueblo fundado en este reino. Desde Tumbes hasta Piura, el Marqués repartió todos los pueblos e indígenas que encontró en su camino.

Mientras tanto, mientras Hernando Pizarro estaba en Poechos, Atahualpa, enterado de la presencia de los españoles, envió a un noble inca, conocido como Apo, disfrazado con el atuendo de los tallanes, para que se acercara a los cristianos, identificara al líder y evaluara la fuerza del grupo. Cuando el noble inca llegó a Poechos, los caciques locales se inquietaron y dejaron de servir a Hernando Pizarro y a los demás españoles allí presentes, temerosos de la respuesta de Atahualpa. Mientras tanto, el mensajero de Atahualpa, disfrazado de tallano y llevando un cesto de guayabas, una fruta local, se presentó ante Hernando Pizarro, aparentando estar allí para disculparse en nombre del cacique de Poechos por no haber servido adecuadamente.

Cuando el mensajero llegó, Hernando Pizarro, enfurecido, lo agarró por el traje tallano que llevaba y lo derribó al suelo, golpeándolo repetidamente. El indígena, disimulando su identidad, se cubrió para no ser reconocido. Este incidente fue relatado por el propio mensajero cuando más tarde se presentó ante el Marqués, como se explicará más adelante, y luego fue a informar a su señor sobre lo que había visto y lo que le había sucedido.

Una vez en Cajamarca, donde se encontraba Atahualpa, el mensajero informó que eran unos bárbaros barbudos que habían llegado del mar y que cabalgaban sobre unas bestias grandes como los carneros del Collao, las cuales son las más grandes de la región.

Mientras tanto, el Marqués, decidido a poblar Tangaralá, envió a su hermano Juan Pizarro con cincuenta hombres a caballo a Piura, donde debían permanecer en gran vigilancia, con muchos espías observando los movimientos de las tropas de Atahualpa, ya que temía que pudiera enviar algún ataque contra los españoles. El resto de la gente, junto con Hernando Pizarro, se dirigieron hacia Tangaralá. Una vez organizadas estas acciones, el Marqués Francisco Pizarro fundó el pueblo de Tangaralá, distribuyendo las tierras entre los colonos según lo establecido, aunque hubo disputas sobre quién tendría el control de Tumbes. Finalmente, esta ciudad recayó en el capitán Soto, ya que aún había dudas sobre la veracidad de la información sobre su riqueza. Sin embargo, Francisco de Isásaga decidió regresar a Santo Domingo, prometiendo una recompensa a quien pudiera alcanzarlo con noticias, y partió de regreso.

Los tallanos, por su parte, llevan unas camisetas y mantas tejidas con lana, decoradas con diversas labores. En sus cabezas, usan unos gorros que rodean su cabeza debajo de la barbilla, con unos flecos que llegan hasta la garganta y el pecho. Además, tienen los labios horadados cerca de la barbilla, donde insertan unas piezas redondas de oro y plata; pueden quitárselas y ponérselas según su voluntad, y estas piezas sirven para tapar los agujeros. Al igual que otros grupos mencionados anteriormente, adoran a los ídolos y al sol, por orden del Inca. También se encontraron depósitos de lagartijas secas destinadas como tributo al Inca en el Cusco, junto con otros objetos que ofrecían como tributo. La distancia desde Tangaralá hasta el Cusco es de casi trescientas leguas.

 

Capítulo Ocho: La partida de Tangaralá hacia Cajamarca y los acontecimientos

Después de que el Marqués realizara la distribución de tierras y la fundación de Tangaralá, dejó como teniente de gobernador a Antonio Navarro, Contador de Su Majestad. Los demás funcionarios, el Tesorero y el Oidor, permanecieron en el lugar. Una vez organizada toda la población, con solo los vecinos que se establecieron allí, partió hacia Cajamarca. Durante su marcha, el Marqués anunció entre los nativos su apoyo a Huáscar, el señor nativo del reino, quien se encontraba en desventaja, ya que los capitanes de Atahualpa, Quisquis y Challcochima, lo tenían bajo su control.

Mientras avanzaban por el camino, en Sarrán se encontraron con el mismo indio llamado Apo, a quien mencioné anteriormente en Poechos, donde Hernando Pizarro tuvo un enfrentamiento con él. Este indio llegó abiertamente en nombre de Atahualpa hacia el Marqués don Francisco Pizarro, portando algunos presentes como patos desollados y dos camisetas de tejido de plata y oro. Presentó estos obsequios al Marqués, diciendo que los enviaba Atahualpa, y su verdadero propósito era contar la cantidad de hombres españoles y evaluar sus fuerzas, desafiándolos y burlándose al pedirles que sacaran sus espadas.

Hubo un incidente en el que un español intentó hacer esto y el indio le agarró la barba, recibiendo a cambio varios bofetones por parte del español. Al enterarse de esto, el Marqués ordenó públicamente que nadie tocara al indio, sin importar lo que hiciera. Después de contar a los españoles, el indio regresó a informar a su señor Atahualpa sobre lo que había visto. Dijo que eran alrededor de ciento noventa españoles, incluyendo unos noventa a caballo, y los describió como ladrones haraganes, montados en unos extraños animales, como ya he mencionado. También aconsejó a Atahualpa que preparara muchas sogas para atarlos, ya que venían muy asustados, y que, si vieran la verdadera magnitud de su ejército, huirían.

Con esta información, Atahualpa se sintió seguro y no los consideró una amenaza, pues de lo contrario habría enviado gente a la subida de la sierra, un camino muy difícil y desconocido para los españoles, donde podría emboscarlos y matarlos o al menos hacerles huir. Todo esto fue permitido por la voluntad de Nuestro Señor, pues así decidió que los cristianos entraran en esta tierra.

Mientras el Marqués avanzaba en sus jornadas, al llegar al ascenso de la sierra, el temor abundaba. Existía el temor de una emboscada por parte de alguna gente que pudiera sorprenderlos. Una vez superado ese tramo, llegaron a Cajamarca, donde Atahualpa se encontraba en unos baños situados a poco más de media legua del asentamiento de Cajamarca, donde tenía su real, el cual al parecer albergaba más de cuarenta mil guerreros. En ese mismo día, el Marqués Francisco Pizarro envió a Hernando de Soto, acompañado por veinte hombres a caballo y un intérprete, para que fuera donde se encontraba Atahualpa y le comunicara que venía en nombre de Dios para predicarles, ofrecerles amistad y paz, invitándolo a reunirse con él.

Hernando de Soto llegó al lugar donde se encontraba Atahualpa, que era una pequeña construcción destinada al señor, junto con otros aposentos para su descanso y un gran estanque de agua, muy bien elaborado en cantería, alimentado por dos caños, uno de agua caliente y otro de agua fría, que se mezclaban para ajustar la temperatura, destinado para los baños del señor y sus mujeres, al que nadie más se atrevía a entrar so pena de muerte.

Cuando Hernando de Soto llegó, encontró a toda la gente preparada para la guerra, y Atahualpa estaba dentro de la pequeña construcción, sentado en su dúho, cubierto por una fina manta que le permitía ver a través de ella. Dos mujeres, una en cada extremo, estaban delante de él, cubriéndolo para que nadie lo viera, ya que era costumbre de algunos de estos señores no ser vistos por sus súbditos más que en raras ocasiones.

Cuando Soto se acercó a caballo con los demás, se le ordenó que bajara la manta, y escuchó todo lo que Soto le dijo según lo que se le había encomendado. La lengua, don Martinillo, uno de los jóvenes mencionados anteriormente, le tradujo el mensaje. Después de escuchar la embajada, Atahualpa instruyó a Hernando de Soto que regresara y dijera al Marqués y a los demás cristianos que él iría por la mañana donde ellos estaban. Les aseguró que compensaría el ultraje que habían cometido al tomar unas esteras de una habitación donde dormía su difunto padre, Huayna Cápac, y les pidió que reunieran todo lo que habían tomado y consumido desde la bahía de San Mateo hasta ese momento, para tenerlo listo cuando él llegara.

Después de escuchar las instrucciones de Atahualpa, Hernando de Soto se retiró y en una llanura cercana organizó un simulacro de combate con los hombres a caballo. En medio de este ejercicio, los jinetes se aproximaron a unos indios que estaban sentados, lo que causó que estos se levantaran de miedo.

Cuando Soto regresó a Cajamarca, Atahualpa ordenó la ejecución de los indios que se habían levantado de miedo, así como de sus caciques, mujeres y niños, con el fin de infundir temor en su gente y evitar que huyeran durante un enfrentamiento con los cristianos. Estas crueldades eran comunes entre él y sus capitanes, como se detallará más adelante.

Al recibir el informe de Soto, el Marqués quedó perturbado y pasó la noche en vela, temiendo lo peor. Durante esa misma noche, Atahualpa envió veinte mil indios bajo el mando de un capitán llamado Rumiñahui, con la misión de acechar a los españoles desde la retaguardia y atacarlos secretamente para capturarlos con cuerdas. Creía que, al ver la gran cantidad de su ejército, los españoles se dispersarían al día siguiente.

 

Capítulo 9: La llegada de Atahualpa a Cajamarca y lo sucedido

Después de pasar toda la noche en vela, como he mencionado antes, los españoles se encontraban llenos de temor debido a la gran cantidad de hombres que tenía el líder indígena, según informaron Soto y los demás testigos. Los españoles no estaban familiarizados con el estilo de combate ni con la determinación de estos indios, ya que hasta ese momento solo habían tenido enfrentamientos menores en Tumbes y La Puná, donde los adversarios no superaban los seiscientos.

Una vez que amaneció, el Marqués Francisco Pizarro organizó a su gente, dividiéndola en dos grupos de jinetes, asignando uno a Hernando Pizarro y otro a Hernando de Soto. Del mismo modo, dividió a la infantería en dos partes, liderando él mismo a uno de los grupos y confiando el otro a su hermano Juan Pizarro.

Además, ordenó a Pedro de Candia, acompañado por dos o tres soldados de infantería, subir a una pequeña fortaleza ubicada en la llanura de Cajamarca. Allí debían permanecer con un pequeño falconete que traían consigo, y en cuanto recibieran una señal desde el galpón, la cual sería dada cuando todos los indios y Atahualpa hubieran entrado en la plaza, debían disparar el cañón y hacer sonar las trompetas. Una vez que sonaran las trompetas, los jinetes saldrían rápidamente de un gran galpón donde estaban reunidos, junto con otros que pudieran unirse a ellos, ya que este galpón tenía varias puertas grandes que daban a la plaza, permitiendo que salieran a caballo con facilidad. Tanto Francisco Pizarro como su hermano Juan Pizarro estarían dentro del mismo galpón, preparados para salir junto con los jinetes. Todos permanecieron dentro del galpón para que los indios no pudieran ver cuántos eran ni qué tipo de tropas tenían, lo que generaría un mayor impacto cuando salieran todos juntos. Además, todos colocaron cascabeles en los arneses de sus caballos para causar más intimidación entre los indios.

Así, mientras los españoles permanecían ocultos en el galpón, una noticia llegó a Atahualpa a través de los indios que había enviado como espías. Se les informó que los españoles estaban todos reunidos dentro del galpón, aparentemente llenos de miedo, ya que ninguno se mostraba en la plaza. Esta información era verdadera, ya que muchos españoles, sin control de sí mismos, estaban tan asustados que incluso se orinaban. Al enterarse de esto, Atahualpa pidió comida y ordenó que todos sus hombres hicieran lo mismo.

Era costumbre de estos señores, y también de todos los nativos de este reino, comer por la mañana. Después de comer, los señores pasaban el día bebiendo y la tarde entera cenando muy poco, mientras que los trabajadores indígenas se dedicaban a sus labores.

Después de haber comido, alrededor de la hora de la misa mayor, Atahualpa comenzó a movilizar a su ejército hacia Cajamarca. Sus tropas se organizaron en escuadrones que cubrían los campos, mientras él mismo avanzaba en unas andas. Dos mil indios precedían su camino, limpiando el sendero por el que pasaba, mientras que la mitad de su ejército se desplegaba a cada lado, sin seguir una ruta marcada. Además, llevaba consigo al señor de Chincha en andas, lo cual era motivo de asombro para sus seguidores, ya que ningún otro líder indígena permitía que un igual llevara una carga o caminara descalzo delante de él. El brillo del oro y la plata que portaban era tan intenso que resultaba sorprendente bajo el sol. Delante de Atahualpa, muchos indios avanzaban cantando y bailando.

Este señor tardó aproximadamente desde la hora de la misa mayor hasta tres horas antes del anochecer en recorrer la media legua que separaba los baños donde se encontraba hasta Cajamarca.

Una vez que la gente llegó a la puerta de la plaza, los escuadrones comenzaron a entrar con grandes cantos, ocupando todo el espacio disponible. Al ver esto, el Marqués Francisco Pizarro envió al Padre Fray Vicente de Valverde, el primer obispo del Cusco, junto con Hernando de Aldana, un valiente soldado, y don Martinillo, intérprete, para que fueran a hablar con Atahualpa y le pidieran, en nombre de Dios y del Rey, que se sometiera a la ley de Nuestro Señor Jesucristo y al servicio de Su Majestad. El Marqués le aseguró que lo consideraba como un hermano y que no permitiría que le hicieran daño en su tierra.

Cuando el Padre se acercó a las andas donde estaba Atahualpa, le habló y predicó sobre los principios de nuestra fe, con la ayuda del intérprete. El Padre llevaba un breviario en las manos, donde leía lo que predicaba. Atahualpa le pidió el breviario, pero al no saber abrirlo, lo arrojó al suelo. Luego, llamó a Aldana y le ordenó que le entregara la espada. A pesar de que Aldana la mostró, se negó a dársela. Finalmente, Atahualpa les dijo que se fueran, llamándolos ladrones y amenazando con matarlos a todos.

Después de escuchar lo ocurrido, el Padre regresó y le contó al Marqués lo sucedido. Atahualpa, junto con su séquito y el señor de Chincha, entró en la plaza y notó que no había españoles a la vista. Al preguntar a sus capitanes sobre la ausencia de los cristianos, le respondieron que estaban escondidos por miedo.

El Marqués, al ver las dos andas sin saber cuál transportaba a Atahualpa, ordenó a su hermano Juan Pizarro que fuera con los soldados a una de ellas, mientras él iría a la otra. Luego, dieron la señal a Pedro de Candia, quien disparó el cañón. Al sonar las trompetas, los jinetes salieron rápidamente seguidos por los soldados de infantería. El estruendo del disparo, las trompetas y el galope de los caballos confundieron a los indígenas, permitiendo que los españoles los atacaran. El pánico entre los indios fue tan grande que, al intentar huir y no encontrar salida por la puerta, derribaron una sección de la pared que rodeaba la plaza, con una longitud de más de dos mil pasos y una altura de más de un estado. Los jinetes persiguieron a los indios hasta los baños, donde infligieron graves daños, los cuales podrían haber sido mayores de no haber oscurecido.

Una vez que el Marqués Francisco Pizarro y su hermano salieron, como se mencionó, con la infantería, el Marqués se encontró con las andas de Atahualpa. Su hermano, junto con el señor de Chincha, quien fue asesinado en el lugar, habría hecho lo mismo con Atahualpa si el Marqués no estuviera allí. Esto se debía a que no podían derribarlo de las andas, ya que, aunque los indios que las sostenían eran muertos, otros tomaban su lugar para sostenerlas. Hubo un largo enfrentamiento, durante el cual los españoles lucharon y mataron a muchos indios. En un momento de fatiga, un español intentó asestar un golpe mortal, pero el Marqués lo evitó, resultando herido en la mano por el español. En respuesta, el Marqués gritó: "¡Nadie hiera al indio bajo pena de muerte!". Al entender esto, siete u ocho españoles se abalanzaron hacia Atahualpa, agarrando un extremo de las andas y con esfuerzo, las voltearon a un lado, capturando así a Atahualpa. El Marqués lo llevó a su aposento y colocó guardias para custodiarlo tanto de día como de noche.

Entendiendo el mensaje, el Marqués ordenó que lo trajeran ante él para preguntarle directamente lo que decía. El hombre respondió conforme a su lengua nativa. Luego, el Marqués inquirió sobre la cantidad de oro y plata que estaría dispuesto a entregar. Atahualpa afirmó que llenaría una habitación con oro para el Marqués y dos veces el gran galpón donde los españoles se habían resguardado con plata, como pago por su rescate. Esta oferta impresionó enormemente a todos los presentes.

Después de esta afirmación, el Marqués, Francisco Pizarro, en consulta con sus capitanes, decidió llamar a un escribano para que certificara el acuerdo propuesto por el indígena. También indagó sobre el destinatario de este acuerdo, a lo que Atahualpa respondió que era para todos aquellos que participaron en su captura y en el desmantelamiento de su ejército en Cajamarca, que según él, eran alrededor de doscientos españoles. Este acto de declaración ante el escribano fue crucial en los eventos que llevaron a su posterior ejecución, como se explicará más adelante.

Una vez realizado este acuerdo, Atahualpa ordenó a sus capitanes que reunieran un gran tesoro y lo enviaran. Mientras estaba bajo esta disposición, el Marqués le preguntó por su hermano, Huáscar, y Atahualpa respondió que sus capitanes lo tenían prisionero. El Marqués ordenó que lo trajeran vivo y que no lo mataran, ya que, si lo hacían, él también moriría.

Regresando al caos causado por la derrota de los incas en Cajamarca, aquellos que lograron escapar se dirigieron hacia donde los capitanes de Atahualpa tenían preso a Huáscar. Allí, recibieron la noticia de que Atahualpa había sido asesinado por los cristianos. Esto sumió a los capitanes e indígenas en una gran confusión, pues habían maltratado a Huáscar durante su cautiverio. Lo mantenían con las manos atadas y no se habían aliado con él por temor a las represalias. Sin embargo, si lo hubieran liberado y se hubieran unido a él, habrían tenido la oportunidad de resistir. A pesar de la presencia limitada de los españoles, solo alrededor de doscientos en Cajamarca y hasta cien en Tangaralá, la liberación de Huáscar habría planteado una seria amenaza para la conquista española.

Mientras los capitanes estaban sumidos en la confusión, llegaron mensajeros de Atahualpa con noticias de que estaba vivo y del tesoro que había enviado, ordenando que reunieran todo el tesoro de la tierra y lo enviaran. Cuando Huáscar se enteró de esto, comentó despectivamente: "¿Dónde tiene ese perro de Atahualpa oro o plata para dar a los cristianos? ¿No sabe que todo es mío? Yo se lo daré a los cristianos, y a él lo matarán". Al enterarse de estos comentarios, Challcochima, el capitán general de Atahualpa, envió un mensajero secreto para informar a Atahualpa sobre lo que Huáscar había dicho, para que estuviera al tanto de sus intenciones.

Atahualpa, al recibir el mensaje de su capitán y las palabras de Huáscar, ideó un plan astuto. Un día, cuando el Marqués lo llamó para almorzar, como era costumbre, Atahualpa fingió estar llorando desconsoladamente. Cuando el Marqués lo vio en este estado, le preguntó qué le sucedía. Al principio, Atahualpa se resistió a decirlo, sollozando, pero finalmente el Marqués le ordenó que lo dijera. Atahualpa respondió: "Estoy así porque me vas a matar". El Marqués le aseguró que no lo haría y le pidió que hablara. Atahualpa entonces reveló que sus capitanes habían matado a su hermano Huáscar, y temía que el Marqués también lo matara por ello. El Marqués, sin entender la maniobra, le preguntó si era cierto que su hermano estaba muerto, a lo que Atahualpa respondió afirmativamente. Asegurándole que no tenía nada que temer, el Marqués prometió no hacerle daño ni matarlo.

Con su vida asegurada mediante esta cautela, Atahualpa inmediatamente envió un mensajero a Calcuchimac con la orden de matar a Huáscar. Así, Huáscar fue asesinado, algunos dicen en Guambos y otros en Huánuco, arrojándolo al río.

Una vez que la situación se estabilizó, Atahualpa ordenó a sus capitanes, Calcuchimac y Quisquis, que Calcuchimac se estableciera en Jauja con la mitad de las fuerzas, mientras Quisquis marchaba hacia Cusco con la otra mitad. Esta decisión se tomó después de la muerte de Atahualpa y de dos de sus hermanos, quienes habían buscado refugio con el Marqués Francisco Pizarro y habían sido capitanes de Huáscar.

Ahora, relataré la muerte de estos hermanos y la guerra entre Huáscar y Atahualpa, así como algunos detalles sobre la vida de Atahualpa y su gobierno.

Cuando estos dos hermanos estaban con el Marqués, uno llamado Huamán Tito y el otro Mayta Yupanqui, solicitaron permiso al Marqués Francisco Pizarro para ir al Cusco. El Marqués les advirtió que tuvieran cuidado y no fueran asesinados allí, pero ellos aseguraron que no temían, ya que eran nativos de la región y creían que no correrían peligro. A pesar de las advertencias, el Marqués les concedió el permiso para partir.

Sin embargo, Atahualpa se enteró de esto y advirtió al Marqués que no les diera permiso, ya que eran mal vistos en la zona y cualquier daño que sufrieran podría atribuirse a él. El Marqués transmitió esta advertencia a los hermanos, retrasando su partida durante algunos días. A pesar de todo, insistieron en ir y finalmente el Marqués les otorgó el permiso. Antes de partir, los hermanos solicitaron una espada al Marqués para protegerse, a lo que él accedió.

Sin embargo, Atahualpa volvió a insistir en que no los dejaran ir. Una vez que partieron, Atahualpa ordenó su asesinato, y así fue como fueron ejecutados estos dos hermanos.

 

Capítulo diez. De la guerra entre Atahualpa y Huáscar y otros acontecimientos

La guerra entre Atahualpa y Huáscar la relataré según lo escuché de muchos indios y señores principales de esta tierra.

En este reino había cinco señores Incas antes de la llegada de los españoles, quienes comenzaron a conquistar y someter esta tierra, convirtiéndose en reyes de toda ella. Antes de la dominación de estos señores, todo el territorio era un mosaico de pequeños señoríos independientes, aunque algunos señores tenían bajo su dominio algunos pueblos cercanos, aunque en menor escala, y por ende, estas guerras eran menos frecuentes.

Entonces, según cuentan los indios, el primer señor Inca se alzó. Algunos dicen que surgió de la isla de Titicaca, que se encuentra en una laguna en la región del Collao, con una circunferencia de unas sesenta leguas. Esta isla experimenta tormentas periódicas, similares a las del mar. En sus aguas salobres, se cría un pequeño pez de aproximadamente un palmo de longitud. La laguna desemboca en otra ubicada en la provincia de Carangas y Quillacas, casi tan grande como la primera. Aunque no se ha descubierto un desagüe visible, se entiende que el agua se filtra bajo tierra hacia el mar, dado el volumen significativo de agua que ingresa en la laguna.

En esa laguna se encuentra una isla llamada Titicaca, donde veneraban a una deidad femenina representada con una banda de oro en la cabeza y otra de plata en la cintura, de tamaño similar al de una mujer promedio. Se dice que esta deidad fue la que dio origen al primer señor de este reino, según la tradición indígena.

Sin embargo, otros indios afirman que este primer señor surgió de Tambo, ubicado en Condesuyo, a unas seis leguas del Cusco. Este primer Inca se llamaba Viracocha Inca, y se cree que los nombres Atahualpa y Huáscar no eran sus nombres originales, sino que fueron apodos despectivos otorgados por otros. Se dice que Viracocha Inca conquistó y sometió un territorio de alrededor de treinta leguas alrededor del Cusco, donde estableció su reino. De él descendió un hijo llamado Túpac Inca Yupanqui Pachacuti, quien expandió el territorio hasta alcanzar cien leguas, incluyendo Guaina Inca, Inca Amaru y otros sucesores que llegaron hasta Cajamarca.

Huayna Cápac, quien fue el quinto descendiente de Viracocha Inca, continuó la expansión del reino hasta Quito, mientras que sus capitanes extendieron el territorio hasta Chile y la bahía de San Mateo, cubriendo una distancia de más de mil leguas de extremo a extremo.

Estos señores tenían la costumbre de tomar a sus propias hermanas como esposas, argumentando que nadie las merecía excepto ellos mismos. Existía una línea de descendencia de estas hermanas que se conectaba directamente con la línea de los señores Incas, y los hijos de estas hermanas eran los herederos del reino, siempre el primogénito. Además de estas hermanas, los señores tenían a disposición a todas las hijas de los caciques del reino como concubinas, las cuales servían a las hermanas principales, que eran muchas más, llegando a ser más de cuatro mil. También tenían a su disposición a todas las mujeres indígenas que consideraban apropiadas, distribuidas entre estas hermanas principales, que eran numerosas.

La jerarquía que estas señoras tenían en servir a sus hermanos y esposos seguía un orden establecido: una de ellas servía durante una semana con las mujeres indígenas asignadas, y dormía con él junto a la mujer que ella misma elegía. Este patrón se repetía, con cada una de las hermanas sirviendo por turno hasta que llegaba nuevamente el turno de la primera. Estas hermanas residían en grandes corrales cercados, con múltiples habitaciones, guardias y porteros. No salían hasta que llegaba su turno, y mientras tanto, se dedicaban principalmente a bailes, fiestas y festines.

Estas señoras tenían acceso a todo lo que deseaban y se les concedía cualquier petición que hicieran. Durante la conquista de Quito por parte de Huayna Cápac, que según se dice, tardó más de diez años en completarse, Atahualpa se enamoró de una mujer indígena, hija del principal señor de la provincia de Quito. Después de la conquista, Huayna Cápac ordenó la construcción de una fortaleza en memoria de la victoria obtenida, una práctica común en todas las provincias conquistadas. Durante la construcción, estalló una epidemia de viruelas, una enfermedad nunca antes vista entre ellos, que causó la muerte de muchos indígenas.

Huayna Cápac estaba dedicado a sus ayunos habituales, una práctica en la que se retiraba a un aposento aislado y se abstenía de tener relaciones con mujeres, de consumir sal, ají o chicha durante un periodo de nueve días, y en ocasiones, tres días. Durante uno de estos ayunos, según cuentan, tres indios nunca antes vistos, de estatura muy baja como enanos, entraron en el lugar donde se encontraba el señor. Le dijeron: "Inca, hemos venido a llamarte". Al ver esta visión y escuchar sus palabras, Huayna Cápac gritó pidiendo ayuda a sus seguidores. Sin embargo, cuando estos llegaron, los tres extraños habían desaparecido sin dejar rastro, siendo solo Huayna Cápac quien los había visto. Al preguntar a sus seguidores sobre los enanos, estos respondieron que no los habían visto. Huayna Cápac, preocupado, mencionó: "Esto es señal de mi muerte". Poco después, enfermó de viruelas.

En ese estado crítico, enviaron mensajeros a Pachacamac utilizando un sistema de chasques, que consistía en postas situadas a una legua de distancia entre sí. Un indio corría esa distancia y, al llegar a la siguiente posta, transmitía el mensaje a gritos mientras el otro indio, que estaba esperando, escuchaba. De esta manera, el mensaje se transmitía rápidamente, permitiendo que la comunicación desde el Cusco hasta Quito, una distancia de casi quinientas leguas, se realizara en cinco días.

Los mensajeros fueron a Pachacamac para averiguar qué podían hacer por la salud de Huayna Cápac. Los hechiceros que consultaban al demonio a través de su ídolo recibieron la respuesta de que debían exponer al señor al sol, y que así se curaría. Sin embargo, al seguir este consejo y colocar a Huayna Cápac bajo el sol, el resultado fue contrario: el señor murió.

Los indios cuentan que Huayna Cápac era muy amigo de los pobres, los nobles de su reino, y les ordenaba que fueran especialmente cuidados en toda su tierra. Era descrito como afable con su gente, pero también grave en su autoridad. Se dice que bebía mucho más que tres indios juntos, pero nunca lo habían visto borracho. Cuando sus capitanes y principales le preguntaban cómo podía beber tanto sin embriagarse, él respondía que lo hacía por los pobres, a quienes sostenía con su consumo.

Si Huayna Cápac hubiera estado vivo cuando los españoles llegaron a esta tierra, habría sido imposible vencerlo, ya que era muy querido por sus súbditos. Había pasado una década desde su muerte cuando los españoles llegaron, y si la tierra no hubiera estado dividida por las guerras entre Huáscar y Atahualpa, tampoco habríamos podido entrar ni conquistarla, incluso con más de mil españoles, ya que en ese entonces era imposible reunir ni siquiera quinientos, debido a la escasez de hombres y la mala reputación que precedía a esta tierra.

Después de la muerte de Huayna Cápac, Huáscar, su hijo, fue elevado como señor, ya que le correspondía el reino que su padre dejó en el Cusco. Pasados algunos años, Atahualpa creció en importancia mientras residía en Quito, donde su padre lo había dejado, como mencioné anteriormente. Atahualpa se había vuelto muy poderoso y belicoso, lo que llevó a Huáscar a enviarle un mensaje pidiéndole que se uniera a él.

Cuando Huáscar envió emisarios para llamar a Atahualpa, este respondió que, dado que ya había un Inca gobernando en Quito, le sugirieran a su hermano que se uniera a él allí. A pesar de las advertencias de sus familiares de no hacerlo, ya que podrían surgir conflictos, Huáscar insistió dos veces más, pero Atahualpa respondió de la misma manera. Finalmente, en el tercer llamado, Atahualpa advirtió que, si no se cumplía con sus demandas, enviaría a buscar a Huáscar. Los familiares de Huáscar residentes en Quito, como mencioné previamente, le aconsejaron rebelarse y proclamarse soberano, pues tenían conocimiento de que los habitantes de esa ciudad eran los más valerosos del reino.

Una vez que Atahualpa vio el apoyo de sus familiares y de los cañaris que le ayudaron, se proclamó señor de ellos. Cuando Huáscar se enteró de la sublevación de su hermano, envió a sus capitanes con un ejército hacia Tumebamba, donde se libró una batalla entre ambos bandos. En ese enfrentamiento, Atahualpa fue capturado por los hombres de Huáscar y encerrado en una casa bajo guardia. Sin embargo, logró escapar una noche, afirmando que el sol lo había liberado, ya que, según la creencia, el sol era su padre (una creencia común entre los nobles que se consideraban hijos del sol). Atahualpa pudo evadir la vigilancia debido a la falta de atención de los guardias indígenas, que solían descuidarse a partir de la medianoche, como pudimos observar los españoles durante la conquista de esta tierra, especialmente en el área del Cusco.

Una vez libre, Atahualpa reunió más tropas y continuó obteniendo victorias. Se dice que Huáscar perdió el favor de su gente porque era demasiado serio y distante, y no se relacionaba con ellos como lo habían hecho los gobernantes anteriores, que a veces comían con ellos en la plaza. Sin embargo, otros afirman que la principal razón de su caída fue otra, como explicaré a continuación.

Estos señores tenían una ley y una costumbre particular: cuando uno de ellos moría, lo embalsamaban y lo envolvían en varias capas de telas delgadas. A estos cuerpos embalsamados les dejaban todo el séquito que habían tenido en vida, para que los sirvieran en la muerte como si aún estuvieran vivos. No se atrevían a tocar sus adornos de oro o plata ni ninguna de sus posesiones, ni tampoco a interferir con las pertenencias de aquellos que les servían o con las de la casa; más bien, les proporcionaban aún más, y asignaban provincias específicas para asegurar su sustento.

Cuando un nuevo gobernante asumía el cargo, solía rodearse de nuevos sirvientes y las vajillas utilizadas eran de madera o barro hasta que fueran reemplazadas por otras de oro o plata. Además, los nuevos líderes siempre buscaban expandir su riqueza, lo que contribuyó a la acumulación de tanto tesoro en esta tierra. Esto se debía a que, como mencioné anteriormente, quienes ascendían al poder siempre buscaban mejorar sus vajillas y construir casas más grandes. La mayor parte de la población, así como los tesoros y los gastos excesivos, estaban bajo el control de los difuntos, debido a una práctica donde cada difunto tenía asignado un líder indígena y una mujer indígena, quienes actuaban según los deseos de los difuntos.

Cuando sentían deseos de comer o beber, se creía que las almas de los difuntos también los experimentaban. Incluso se afirmaba que si deseaban visitar las moradas de otros fallecidos para participar en festividades, las almas de los muertos tenían ese mismo anhelo. Esta costumbre de que los difuntos se visitaran mutuamente era habitual, y se celebraban grandes fiestas y banquetes. A menudo, los vivos se unían a estas celebraciones en las casas de los fallecidos, y a su vez, las almas de los muertos visitaban a los vivos. Además, numerosas personas, tanto hombres como mujeres, manifestaban su deseo de servir a las almas de los difuntos, algo que no era rechazado por los vivos, pues todos gozaban de libertad para hacerlo. Estas almas solían contar con una gran cantidad de sirvientes, hombres y mujeres, ya que llevaban una vida de excesos, disfrutando de la comida y la bebida en abundancia.

Cuando llegamos por primera vez a Cusco, comprendí algo importante. El Marqués don Francisco Pizarro había enviado a don Diego de Almagro, a Hernando de Soto y a Manco Inca tras Quisquis, quien tenía dominada toda la región hasta Quito. Antes de partir, un capitán de Manco Inca, que iba a acompañarlo, se acercó al Marqués para pedirle un favor: que intercediera por él para que una parienta suya, que estaba bajo su servicio, se casara con él. El Marqués me encargó a mí, como intérprete, acompañar a don Martín para hacer esta petición en su nombre.

Pensé que íbamos a hablar con algún indígena vivo, pero nos llevaron ante el cuerpo de uno de los fallecidos, que estaba colocado sobre unas andas, tal como acostumbraban hacerlo. El intérprete habló en nombre del capitán, mientras que la mujer indígena estaba al otro lado, ambos sentados junto al difunto. Cuando nos acercamos, el intérprete transmitió el mensaje, y tras un momento de silencio, el indígena miró a la mujer (supongo que para conocer su opinión). Después de un breve instante, ambos respondieron afirmativamente, diciendo que el difunto había dado su consentimiento para que la mujer se casara con el capitán, ya que así lo quería el líder (así llamaban al Marqués).

Más tarde, de regreso en Huáscar, en un momento de ira, decidió que debía enterrar a todos los fallecidos y confiscar sus posesiones, argumentando que solo debería haber vivos, ya que poseían lo mejor de su reino. La mayoría de la élite estaba del lado de los fallecidos debido a sus numerosos vicios, por lo que empezaron a resentirse contra Huáscar y a criticar su liderazgo. Algunos decían que los capitanes que había enviado contra Atahualpa estaban siendo derrotados, mientras que otros se unían a él o desertaban. Esta situación facilitó la victoria de Atahualpa, ya que de otro modo él y su gente no habrían podido conquistar ni siquiera una ciudad, y mucho menos todo el reino. Así fue como Huáscar fue capturado por los capitanes de Atahualpa y luego ejecutado.

 

Capítulo once. La partida de Hernando Pizarro a Pachacamac y la muerte de Atahualpa

De vuelta en la prisión de Atahualpa, el Marqués lo mantenía detenido mientras esperaba que reuniera el tesoro que había prometido. También esperaba la llegada de más españoles a la tierra, ya que con los que tenía no se atrevía a avanzar, especialmente teniendo que custodiar a Atahualpa. Los naturales lo temían y obedecían, y el Marqués temía que si lo soltaba, podría haber una rebelión en el Cusco o que las multitudes se lanzaran contra los españoles en los numerosos pasos peligrosos que había, donde podrían ser masacrados.

En medio de esta situación, Atahualpa sugirió al Marqués que para acelerar la reunión del tesoro, era necesario enviar un capitán con tropas a Pachacamac. Afirmaba que este ídolo tenía más riqueza que la que él mismo había mandado traer. Había mandado llamar a los sacerdotes encargados de la veneración de la divinidad de Pachacamac y los tenía prisioneros, ordenándoles que construyeran otro santuario similar al que él había encargado. También pidió que le dieran dos españoles para enviarlos al Cusco y apresurar la llegada del tesoro.

Ante la petición de Atahualpa, el Marqués Francisco Pizarro envió rápidamente dos españoles al Cusco: Martín Bueno y Pedro Martín de Moguer, acompañados por un intérprete designado por Atahualpa, quien les garantizó su seguridad y ordenó que se les obedeciera en todo lo que pidieran.

Después de enviar a los primeros españoles, el Marqués decidió enviar a su hermano, Hernando Pizarro, a Pachacamac con cincuenta jinetes, con la instrucción de dirigirse luego a Jauja. La idea era persuadir con amabilidad y halagos a Challcochima, el principal capitán de Atahualpa, para que se uniera a ellos. Antes de partir, el Marqués habló con Atahualpa y le advirtió: "Quiero enviar a mi hermano a Pachacamac con algunos españoles. Si algún indígena se rebela contra ellos, te aseguro que lo mataré de inmediato. También quiero que vaya a Jauja y traiga a Challcochima, tu capitán, pues tengo curiosidad por conocerlo; me han dicho que es muy valiente". Atahualpa respondió: "Que vaya tu hermano, señor, y que no tema. Mientras yo esté vivo, nadie se atreverá a tocarlo. Además, que lleve consigo a los guardianes de Pachacamac, quienes le entregarán el tesoro para que lo traiga, tal como he ordenado".

Preparado Hernando Pizarro y su grupo para partir, se despidieron del Marqués. Entonces, Atahualpa ordenó que llamaran a los sacerdotes de Pachacamac y, en presencia del Marqués y su hermano, les dijo: "Id con este hermano del líder y dadle todo el tesoro que tenéis de Pachacamac, el ídolo. Si he ordenado hacer un santuario de oro, vosotros podéis llenar dos más, porque vuestro Pachacamac no es un dios verdadero, y aunque lo fuera, dadle, porque no lo es".

El Marqués, a través del intérprete, preguntó por qué Atahualpa había dicho eso sobre Pachacamac, ya que ellos lo consideraban su dios. Atahualpa respondió que era un mentiroso. El Marqués preguntó en qué había mentido, y Atahualpa contó varias historias donde las respuestas del ídolo resultaron falsas, demostrando así que era un engañador. Impresionado por su conocimiento, el Marqués comentó que sabía mucho. Atahualpa respondió que los mercaderes también sabían mucho. Ante esto, el Marqués afirmó que Pachacamac era el demonio que los engañaba y que Dios estaba en el cielo, compartiendo algunas enseñanzas de nuestra fe cristiana.

Después de esto, Hernando Pizarro partió con los guardianes del ídolo de Pachacamac. Sin embargo, al llegar allí, descubrieron que habían ocultado todo el tesoro. De lo que quedaba, enviaron alrededor de doscientos mil pesos. Luego, subieron a Jauja, donde encontraron a Challcochima, quien los recibió pacíficamente. En la plaza de Jauja, había muchas estacas clavadas con cabezas de indios en las puntas, algunas con lenguas, otras con manos y pies, mostrando las atrocidades que se habían cometido. Después de pasar algunos días en Jauja, Hernando Pizarro le pidió a Challcochima que se preparara para ir a ver a su señor Atahualpa con él, y él aceptó, ya que Atahualpa había dado la orden de hacerlo así.

Al regresar los dos españoles al Cusco, se encontraron con Quisquis, quien mostraba igual crueldad que su compañero Challcochima en Jauja. Estos dos españoles informaron que Quisquis tenía una peculiar costumbre: le traían muchos pájaros vivos sin tocarles las plumas, y una vez en su presencia, los soltaba para que volaran. Además, cuando se enfurecía con algún indígena, lo obligaba a comer tanto ají que terminaba por morir, sumando así a sus otras víctimas, entre ellas muchos capitanes e indígenas principales de la facción de Huáscar.

Después de recolectar un golpe de oro de Quisquis, el Marqués ordenó quitar algunas planchas de oro de las paredes exteriores de la Casa del Sol, que estaban encajadas en las piedras. También se llevaron un trono de oro encajado en una gran piedra que servía como asiento del sol, y una estatua de oro que tenían (esta última nunca había sido vista antes). Además, se tomaron algunas piezas de cerámica de oro y plata. El Marqués don Francisco Pizarro se quedó con este trono como una joya personal, valorado en veinte mil castellanos. Con todas estas riquezas, los españoles se dirigieron hacia Cajamarca.

Una vez de vuelta en Cajamarca, Hernando Pizarro y los dos españoles recibieron noticias de que don Diego de Almagro se dirigía desde Panamá con un contingente de hombres. En Puerto Viejo, se habían unido a él otros españoles que venían de Nicaragua, sumando en total poco más de cien hombres. Almagro se había quedado en Panamá cuando el Marqués partió hacia la conquista de esta tierra, esperando tener noticias sobre la riqueza y las oportunidades que ofrecía. Además, los Oficiales del Rey, que habían permanecido en Tangaralá, como ya se ha mencionado, también se dirigieron a Cajamarca.

Cuando Almagro y su grupo llegaron, Atahualpa se sintió perturbado y comprendió que su destino era la muerte. Un día, mientras comía con el Marqués, le preguntó cómo se distribuirían los indígenas entre los españoles. El Marqués le explicó que cada español recibiría un cacique, pero Atahualpa cuestionó si los españoles debían estar cada uno con su cacique. El Marqués le respondió que no, que en realidad se establecerían pueblos donde los españoles vivirían juntos. Al escuchar esto, Atahualpa predijo su propia muerte, advirtiendo al Marqués sobre cómo los cristianos debían tratar a los indígenas para poder someterlos: "Si das mil indígenas a un español, este debe matar a la mitad para poder controlarlos". Luego le dijo al Marqués que él sería ejecutado. A pesar de las garantías del Marqués de darle la provincia de Quito y dejar a los cristianos con la región de Cajamarca para dirigirse al Cusco, Atahualpa, astuto, se dio cuenta de que lo estaban engañando. Desarrolló una gran amistad con Hernando Pizarro, quien le prometió que no permitiría que lo mataran, llegando incluso a afirmar que no había visto a ningún español que pareciera un líder, excepto Hernando Pizarro.

Con las cosas en este estado, el Marqués don Francisco Pizarro decidió enviar a su hermano Hernando Pizarro a España con el tesoro destinado a Su Majestad. Cuando Atahualpa se enteró de la partida de Hernando Pizarro, lloró, anticipando su propia muerte. Esta triste premonición se hizo realidad cuando Hernando Pizarro partió y distribuyó el tesoro que se había acumulado: a los jinetes les correspondieron ocho mil pesos cada uno, mientras que a los soldados de a pie les tocaban cuatro mil pesos. Estas asignaciones se hicieron en partes enteras, aunque hubo algunos privilegiados que recibieron más, como algunos jinetes que obtuvieron una parte y media, y otros soldados de a pie que recibieron tres cuartas partes o incluso una parte entera y media. Almagro quería que él y su socio recibieran la mitad del tesoro, y que el resto de los españoles recibieran mil o dos mil pesos, pero el Marqués siempre actuó de manera cristiana, asegurándose de que a nadie se le quitara lo que realmente merecía.

Después de repartir el tesoro entre aquellos que estuvieron presentes en la captura de Atahualpa en Cajamarca, se decidió que aquellos que llegaran después no recibirían ninguna parte. Esto provocó una gran confusión entre los Oficiales del Rey y los seguidores de Almagro, quienes argumentaron que el tesoro que Atahualpa había prometido era incalculable, y que si se respetaba esta decisión, nunca recibirían nada. Entonces, los Oficiales y Almagro acordaron que Atahualpa debía morir, con la idea de que, una vez muerto, se pudiera anular la decisión tomada sobre el tesoro.

Le dijeron al Marqués don Francisco Pizarro que no convenía dejar vivir a Atahualpa, argumentando que si lo liberaban, perderían el favor del Rey y correrían el riesgo de perder la tierra, condenando a todos los españoles a la muerte. Aunque esta sugerencia estaba motivada por la malicia (como se ha mencionado), realmente era imposible ganar la tierra si Atahualpa fuera liberado. Sin embargo, el Marqués se negó a aceptar esta propuesta. Ante su negativa, los Oficiales insistieron, apelando al servicio a Su Majestad como su principal argumento.

Mientras tanto, surgió un chismoso llamado Felipillo, uno de los muchachos que el Marqués había llevado a España, quien estaba enamorado de una mujer de Atahualpa. Convenció al Marqués de que Atahualpa estaba organizando una gran reunión de gente para matar a los españoles en Caxas. Enterado de esto, el Marqués arrestó a Challcochima, quien estaba libre, y lo interrogó sobre esta supuesta reunión, aunque él negó todo. Sin embargo, Felipillo contradecía sus palabras, tergiversando las respuestas de los indígenas interrogados.

El Marqués decidió enviar a Soto a Caxas para verificar si realmente se estaba organizando una reunión de gente allí, ya que no quería matar a Atahualpa sin estar seguro. Almagro y los Oficiales, junto con el chismoso Felipillo, presionaron al Marqués con numerosos requerimientos, y con artimañas, lograron convencerlo de que Atahualpa debía morir. Aunque el Marqués era muy celoso del servicio a Su Majestad, lograron hacerlo temer por su propio prestigio, y en contra de su voluntad, sentenció a muerte a Atahualpa. Ordenó que lo ejecutaran por garrote y que luego quemaran su cuerpo, argumentando que había tenido relaciones con sus hermanas. Es evidente que estos señores tenían una comprensión limitada de la justicia, ya que condenaron al infiel sin siquiera haber sido evangelizado.

Atahualpa lloraba y suplicaba que no lo mataran, argumentando que ningún indígena en la tierra se movería sin su orden y que, al estar prisionero, no representaba ninguna amenaza. Además, ofreció pagar el doble de lo prometido en oro y plata. Vi al Marqués llorar de pesar por no poder salvarlo, pues temía las demandas y los riesgos que implicaba liberarlo.

Atahualpa había convencido a sus mujeres e indígenas de que, si no quemaban su cuerpo, él resucitaría como lo haría el sol, su padre.

Cuando lo llevaron para ser ejecutado, el Padre Fray Vicente de Valverde intentó convertirlo al cristianismo, pero Atahualpa dudó, ya que pensaba que si se convertía, lo quemarían. Al enterarse de que no sería quemado, aceptó ser bautizado y luego fue ejecutado por garrote. Al día siguiente, lo enterraron en la iglesia que los españoles tenían en Cajamarca.

Esto ocurrió antes de que Soto regresara con la noticia de que no había visto ni sabía nada, lo que causó gran pesar al Marqués y aún más a Soto, quien creía que Atahualpa debería haber sido enviado a España, y se ofreció a llevarlo en el barco. Era la mejor opción, ya que mantenerlo en la tierra era inconveniente, y se creía que no viviría muchos días más, siendo un líder muy querido y respetado entre los suyos. Ahora, compartiré algunas de las cosas que vi y escuché durante ese tiempo.

 

Capítulo 12. Del arte y persona de Atahualpa y de otras cosas que usaba

Atahualpa era un líder indígena bien formado y de buena apariencia. Tenía una constitución robusta pero no excesivamente corpulenta, con un rostro hermoso y serio, y unos ojos intensamente colorados. Cuando lo sacaron del poste donde fue ejecutado, sus seguidores cavaron la tierra donde habían estado sus pies, llevándola como reliquia.

Era muy temido por su propio pueblo. Recuerdo que el señor de Huaylas le pidió permiso para visitar su tierra, y Atahualpa se lo concedió, dándole un plazo para su partida y regreso. Sin embargo, el señor de Huaylas se retrasó un poco y, al regresar, temblaba tan intensamente que apenas podía mantenerse de pie frente a Atahualpa. Este último levantó ligeramente la cabeza y, con una sonrisa, le indicó que se retirara. Cuando lo llevaron a ejecutar, toda la gente presente en la plaza, compuesta por muchos naturales, se postró en el suelo, cayendo como si estuvieran borrachos.

Este indígena se servía de sus mujeres según la jerarquía que ya he mencionado. Tenía numerosos caciques a su lado: éstos esperaban afuera en un patio, y al llamar a alguno, este entraba descalzo donde él estaba. Al regresar del exterior, también debían entrar descalzos y cargados con una carga. Cuando su capitán Challcochima llegó con Hernando Pizarro y entraron para verlo, Challcochima ingresó descalzo y llevando una carga, luego se postró a sus pies y Pizarro los besó. Atahualpa, con un rostro sereno, le dijo: "Bienvenido, Challcochima", queriendo decir: "Bienvenido, buen Challcochima".

Este indígena solía adornar su cabeza con unos llamativos llautus, que son trenzas hechas de lana de colores. Estas trenzas tenían el grosor de medio dedo y una anchura de uno, formando una especie de corona redondeada que se ajustaba a la cabeza. En la parte frontal, llevaba una borla cosida al llauto, de aproximadamente una mano de ancho, confeccionada con lana de gran calidad y meticulosamente cortada para que fuera uniforme. Esta borla estaba ensartada en unos delicados cañutos de oro, que la sostenían en su lugar de manera muy sutil hasta la mitad de su longitud. La lana utilizada para esta borla era hilada y cuidadosamente tejida desde los cañutos hasta el punto donde descansaba sobre la frente, cubriendo completamente el llauto. La borla descendía hasta llegar justo por encima de las cejas, con un grosor de aproximadamente un dedo, ocupando toda la parte frontal de la cabeza. Todos estos señores llevaban el cabello corto, mientras que los orejones lo llevaban un poco más largo, como si estuviera peinado hacia atrás.

Este señor y sus parientes cercanos, los orejones principales, vestían ropas sumamente finas y suaves, al igual que sus esposas y hermanas. Estas prendas les eran proporcionadas por los señores. En contraste, los demás llevaban ropas más toscas. Él solía colocarse una manta sobre los hombros, sujetándola por debajo de la barbilla para cubrirse las orejas, especialmente una de ellas que tenía rota debido a un incidente con los seguidores de Huáscar, quienes se la quebraron al detenerlo.

Durante las comidas, mientras estas damas mencionadas le llevaban la comida y la disponían en pequeños y delgados platos verdes, este señor permanecía sentado en un pequeño taburete de madera, que tenía aproximadamente un palmo de altura y estaba adornado con una hermosa madera de color rojo. Siempre mantenían el taburete cubierto con una fina tela, incluso cuando él estaba sentado en él. Estos platos verdes mencionados se colocaban frente a él cuando quería comer, y allí le servían todo tipo de manjares, algunos en recipientes de oro, plata o barro. Él simplemente indicaba qué quería comer, y una de estas damas sostenía el plato en la mano mientras él comía.

Mientras él estaba comiendo de esa manera, conmigo presente, una gota de comida cayó sobre la vestimenta que llevaba puesta. Sin más, apartó a la india que le servía, se levantó y se retiró a su habitación para cambiar su atuendo. Al regresar, sacó una camiseta y una manta de color pardo oscuro. Acercándome a él, toqué la manta, que era más suave que la seda, y le pregunté: "Inca, ¿de qué está hecha esta tela tan suave?". Él me respondió: "Es de unos pájaros que merodean por la noche en Puerto Viejo y Tumbes, que muerden a los indios". Sin embargo, al profundizar, reveló que en realidad estaba hecha de pelo de murciélagos. Ante mi sorpresa por la cantidad necesaria de murciélagos para confeccionar una prenda, él explicó: "¿Qué más podrían hacer esos perros de Tumbes y Puerto Viejo sino recogerlos para hacer ropa para mi padre?". Resultó que estos murciélagos de esas áreas mordían a indios, españoles y caballos durante la noche, extrayendo una cantidad sorprendente de sangre. Esta revelación confirmó que la tela estaba hecha de lana de murciélagos, cuyo color era similar al de los animales, y se corroboró la existencia de una gran cantidad de ellos en Puerto Viejo, Tumbes y sus alrededores.

Un día, un indio vino a quejarse de que un español estaba confiscando prendas pertenecientes a Atahualpa. El Marqués me ordenó averiguar quién era y llamar al español para castigarlo. El indio me llevó a una choza donde había una gran cantidad de petacas, pero el español ya se había ido. El indio me explicó que de allí había tomado una prenda del señor. Al preguntarle qué contenían esas petacas, me mostró algunas que guardaban todo lo que Atahualpa había tocado con sus manos y luego descartado: desde los pequeños platos en los que había comido hasta los restos de comida o los huesos de las aves que había consumido, pasando por los restos de maíz que había manipulado. Me explicaron que guardaban estas cosas para quemarlas cada año, ya que consideraban que lo que tocaban los señores y los hijos del sol debía convertirse en cenizas y ser dispersado en el aire, sin que nadie pudiera tocarlo. Un líder con algunos indios estaba encargado de custodiar y recolectar estas pertenencias de las mujeres que servían a los señores.

Estos señores dormían en el suelo sobre grandes colchones de algodón y se cubrían con amplias mantas de lana. Nunca he visto en todo el Perú a un indio que se asemejara a Atahualpa, ni en su ferocidad ni en su autoridad.

Después de la muerte de Atahualpa, como mencioné anteriormente, había hecho creer a sus hermanas y esposas que, si no lo quemaban, volvería a este mundo. Algunas personas, junto con una de sus hermanas y algunas mujeres, se habían ahorcado, afirmando que iban al más allá para servir a Atahualpa. Quedaron dos hermanas que seguían llorando intensamente con tambores y cantando, recordando las hazañas de su esposo. Esperaron a que el Marqués saliera de su habitación y luego fueron al lugar donde solía estar Atahualpa. Me rogaron que las dejara entrar y, una vez dentro, comenzaron a llamar a Atahualpa, buscándolo en cada rincón, susurrando su nombre. Al ver que no recibían respuesta, se marcharon entre lágrimas. Les pregunté qué buscaban y me contaron su creencia. Yo las desilusioné, explicándoles que los muertos no regresan hasta el día del juicio final.

Era una costumbre entre estos indios que cada año las mujeres lloraran a sus esposos fallecidos, llevando sus prendas y armas delante de ellas, mientras otras mujeres cargaban mucha chicha detrás. Además, algunas tocaban tambores y cantaban las hazañas de los difuntos. Recorrían diferentes lugares donde los fallecidos habían estado en vida, y después de cansarse, se sentaban a beber. Una vez descansadas, retomaban el llanto hasta que se agotaba la chicha.

 

Capítulo 13. De la partida de Cajamarca hacia Jauja y del nombramiento de Túpac Huallpa como señor, y de lo que sucedió en el camino.

Después de la muerte de Atahualpa, el Marqués don Francisco Pizarro designó a Túpac Huallpa como señor, hijo de Guaina Capa y hermano de Huáscar, quien tenía derechos al señorío. Túpac Huallpa había visitado a Atahualpa cuando este estaba preso, simulando estar enfermo durante todo el tiempo que Atahualpa vivió, permaneciendo encerrado en una habitación por temor a ser asesinado, tal como les había sucedido a otros hermanos.

Una vez nombrado señor, Túpac Huallpa compartió una comida con Challcochima. Durante el banquete, Challcochima ofreció a Túpac Huallpa un vaso de chicha, como era habitual. Sin embargo, Challcochima había envenenado la bebida, lo que llevó a la muerte de Túpac Huallpa en Jauja después de aproximadamente siete u ocho meses. Los indígenas conocían hierbas con las que podían causar la muerte meses o incluso años después de su ingestión.

Tras el nombramiento de Túpac Huallpa como señor, el Marqués ordenó preparar a la gente para dirigirse a Jauja, prometiendo que todo el tesoro que encontraran a partir de entonces sería compartido por todos. Los que se habían unido a Almagro estaban satisfechos con esta decisión y se prepararon para la partida. Partieron de Cajamarca con el Marqués don Francisco Pizarro, toda la gente, Túpac Huallpa como nuevo señor y Challcochima con sus guardias, avanzando hasta llegar a Huamachuco.

Al llegar a Huamachuco, encontraron obstáculos para avanzar debido a que los indígenas no les permitían pasar, ya que Challcochima secretamente lo ordenaba. Challcochima  era temido en toda la región más que el propio Túpac Huallpa, por dos razones principales: primero, para disminuir la importancia de Atahualpa, argumentando que si ellos vinieran con él, los indígenas se unirían en su contra; segundo, para vengarse de algunos caciques con los que estaba enemistado, como se pudo evidenciar en una conversación con el Marqués, donde expresó su descontento por la falta de preparación de Túpac Huallpa: "Mira señor, qué poco caso hacen de Túpac Huallpa, pues no tienen aparejados los tambos ni proveídos; déjame a mí hacerlo y verás cómo todo estará bien provisto". El Marqués le concedió la autorización.

Con esta licencia, Challcochima convocó a todos los caciques de la región y les ordenó traer grandes piedras, una por cada cacique. Luego, las dispuso en un lugar según su criterio y ordenó a los caciques y líderes que se acostaran en el suelo con la cabeza sobre las piedras. Con otra piedra en sus manos, golpeó fuertemente la cabeza del primero, dejándolo gravemente herido, intentando hacer lo mismo con los demás. Al conocer este acto cruel, el Marqués ordenó que no se permitiera el paso adelante y así se descubrió la maldad de Challcochima. Desde entonces, hubo un mal ambiente en todos los tambos mientras él vivió, ya que no obedecían a Túpac Huallpa por temor a él.

Los habitantes de Cajamarca, Huamachuco y sus alrededores son personas dispuestas, con cuellos largos y llevan madejas de color rojo alrededor de las cabezas, como los otros mencionados anteriormente. Adoraban a los ídolos, teniendo al sol como el principal por orden de los Incas, quienes veneraban al sol.

Continuamos nuestro viaje hasta llegar a Huaylas, donde encontramos a una gente peculiar, pues se decía que comían la semilla que la mujer arrojaba cuando se unían con ella. Estos también tienen cuellos largos y llevan rodetes en las cabezas, llamados pillos, además de hondas blancas alrededor.

De ahí, nos dirigimos a los Atavillos, Tarma y Bonbón, otra provincia. Estos llevan mantas pintadas de amarillo y rojo. Llegamos a Jauja, donde hubo un encuentro con los guerreros que Challcochima había dejado cuando fue a Cajamarca, quienes huyeron y prendieron fuego a un gran almacén y otros depósitos de alimentos. Incendiaron el almacén para ocultar cierto tesoro de oro que había dentro. Después del incendio, se encontraron algunos cántaros de oro, plata y vasos, aunque se supo que otra parte del tesoro la habían enviado a Lunahuaná para esconderla. Estos guerreros se retiraron hacia el Cusco para unirse a Quisquis, aunque hubo enfrentamientos en el camino, como contaré más adelante.

Una vez en el valle de Jauja, el Marqués decidió detenerse algunos días para que la gente descansara y para evaluar el potencial del lugar como sitio de asentamiento, con la intención de fundar un pueblo. Este sería el segundo pueblo fundado en el reino, aunque más tarde se trasladaría a Lima debido a su cercanía al puerto. Durante estos días, Túpac Huallpa falleció a causa de los venenos que Challcochima le había dado en Cajamarca, como ya se ha mencionado.

Tras el descanso, el Marqués decidió dejar algunos españoles en Jauja y así lo hizo, aunque no fundó el pueblo en ese momento, sino que lo hizo más tarde cuando regresó del Cusco. Después de tomar esta decisión, organizó a la gente que continuaría con él hacia el Cusco. Ordenó a Soto que avanzara con un grupo ligero y que le informara constantemente sobre lo que encontrara en el camino. Así, nos separamos y cada grupo continuó su camino.

Los habitantes de Jauja se dividen en dos grupos: los Jaujas y las guancas. Ambos grupos tienen cuellos largos y usan una especie de corona en la cabeza, cortada alrededor del cuello. Los Jaujas llevan bandas rojas alrededor de sus cabezas, con un ancho de aproximadamente una mano, mientras que las guancas las llevan negras. Su lengua es el quechuasimi, que era la lengua común ordenada por el señor que se hablara generalmente, ya que cada provincia tenía sus propios idiomas diferentes. La lengua de los señores y orejones era la más refinada, mientras que la de Puerto Viejo tenía un tono particularmente agudo, similar al chillido de los gatos. La diferencia entre el quechuasimi de las guancas y el que se hablaba comúnmente era similar a la diferencia entre el portugués y el castellano, es decir, entre los Jaujas y las guancas.

Al otro lado de esta provincia, más hacia abajo, se encuentran los chachapoyas, una gente de guerra conocida por llevar las cabezas rapadas en diferentes partes, y se les consideraba ladrones. Se dice que las mujeres de esta comunidad suelen ser notablemente hermosas. Me contaron que Atahualpa le dijo un día al Marqués que en esta región había una sierra donde de vez en cuando prendían fuego a una pequeña montaña que había en ella, y después de que el fuego se extinguía, encontraban plata derretida en su interior. Este fenómeno fue una de las razones por las cuales el Marqués don Francisco Pizarro no había recibido aún su título nobiliario, ya que esperaba obtenerlo en esta provincia o en la de Huánuco, planeando intercambiar a los indígenas que vivían allí, con el consentimiento de Su Majestad. Atahualpa mencionó que esta sierra estaba ubicada donde había mencionado anteriormente, o en los Guancachupachos; aunque no estoy seguro en qué provincia exactamente dijo que se encontraba, creo recordar que mencionó que estaba en los chachapoyas.

 

Capítulo 14. De la partida de Jauja hacia el Cusco y de los acontecimientos hasta su entrada.

Después de salir de Jauja en dirección al Cusco, como ya mencioné, yendo Soto adelante, continuamos nuestro viaje. En Vilcas, Soto se encontró con una fuerza de guerra local en una colina que ascendía hacia la entrada de la ciudad. Hubo un enfrentamiento en el que los españoles dispersaron a los indígenas, causando algunas bajas entre ellos. Soto informó inmediatamente al Marqués sobre lo sucedido. Este último ordenó a Soto que esperara antes de entrar en el Cusco, unas tres o cuatro jornadas, pero Soto no obedeció esta orden. Este desacato nos puso a todos en peligro, ya que Soto, con intenciones cuestionables, intentaba llegar al Cusco antes que el Marqués.

Pronto, se supo que en Vilcaconga, a unas diez leguas del Cusco, toda la fuerza de guerra local estaba reunida, esperándonos para entablar una batalla. Este lugar era estratégico para ellos debido a una empinada sierra que debíamos ascender, más de una legua de extensión. Los indígenas creían que una vez que los caballos subieran, estarían cansados y serían más vulnerables que en terreno llano. Este plan casi tiene éxito si no fuera por la intervención divina. Al enterarse de las intenciones de Soto, uno de los soldados que lo acompañaban informó al Marqués. Recibimos esta noticia cerca del río de Abancay.

Una vez que el Marqués tuvo conocimiento de esto, ordenó a don Diego de Almagro que lo persiguiera y lo detuviera donde lo alcanzara. Preparó a toda la gente disponible para acompañar a Almagro, quedándose él con un pequeño grupo de entre veinte y veinticinco hombres, la mayoría a pie, para custodiar a Challcochima. Si la tierra no estuviera dividida entre los indígenas, todos habríamos perecido allí.

Cuando Almagro partió, Soto recibió noticias de su avance y, para mantener su plan, apresuró el paso, fingiendo con la gente que llevaba que tenían prisa por tomar el paso de Vilcaconga antes de que los indígenas se reunieran, a pesar de que llevaban meses juntos allí. Al enterarse de esto, Almagro aumentó el ritmo, sin detenerse ni de día ni de noche para alcanzar a Soto. Sin embargo, Soto se apresuró tanto que agotó a los caballos. A pesar de la fatiga, no quiso descansar al pie de la colina para evitar ser alcanzado por Almagro, que estaba cerca. Decidió ascender la colina con los caballos cansados, y a mitad de la subida, los indígenas los atacaron y los rodearon de tal manera que incluso pudieron agarrar las colas de los caballos. Durante el enfrentamiento, cinco españoles murieron y muchos caballos resultaron heridos. Si no hubiera sido por la llegada de la noche, es probable que todos hubieran sido asesinados. La situación era tan caótica que algunos españoles rezagados huyeron hacia el campamento de los indígenas, confundiéndolo con el de los españoles.

Esa misma noche, don Diego de Almagro llegó al pie de la colina y, al no encontrar a Soto, sin detenerse, ascendió con sus hombres, que estaban igualmente agotados que los que habían ido con Soto. Una vez en la cima, alrededor de la medianoche, ni los cristianos ni los indios sabían dónde estaban los demás, ya que los indios esperaban a que amaneciera para atacar a Soto y dispersarlo, y eso habría sucedido si Almagro no hubiera llegado a tiempo.

Al encontrarse en la cima, Almagro ordenó que se tocara una trompeta, a cargo de Pedro de Alconchel. Cuando sonó, los españoles que estaban con Soto se alegraron, ya que estaban en una situación difícil, y se dirigieron hacia donde estaba Almagro. La trompeta se tocó varias veces para que los españoles rezagados, cansados y rezagados, pudieran ubicar el campamento cristiano.

Una vez que los indios de guerra oyeron la trompeta y reconocieron el socorro que había llegado, se retiraron a un cerro cercano a su escondite sin temor a los españoles. En ese momento, los que estaban en mayor peligro eran los que habían quedado con el Marqués, ya que los indios, al darse cuenta de esto, podrían haberlos atacado sin problemas.

En Vilcaconga, todos esperaron al Marqués, quien ya se encontraba en Apurímac, donde recibió un mensajero enviado por Almagro para informarle de lo sucedido.

Ahora, pasando a lo que encontramos de oro y plata en este camino, en Andahuaylas encontramos una gran cantidad de plata chafalonía, es decir, piezas pequeñas. Estas se dejaron allí y luego se llevaron a Jauja, donde se fundieron en otras piezas, aunque en menor cantidad debido a lo que quedó de Andahuaylas. También encontramos unos tablones de plata bajando de Curamba, en un llano donde había un pueblo de mamaconas. Al llegar a este lugar, que estaba desierto porque toda la gente se había marchado, el Marqués se detuvo para comer, y me ordenó entrar en las casas a buscar comida. Fue entonces cuando, buscando maíz, encontré estos tablones de plata, que medían veinte pies de largo, uno de ancho y tres dedos de grosor. Informé al Marqués, y él y los demás entraron a verlos. Los indios explicaron que los estaban llevando a Trujillo para construir una casa para su ídolo llamado Achimo. Más tarde se encontró la portada de esta casa, que se vendió por noventa mil castellanos.

En Vilcas, encontramos en un buhío redondo ciertas angarillas que contenían cántaros y planchas de oro. Se decía que esto estaba destinado para llevar a Atahualpa y a lo que se había ordenado para Huaylas, pero al morir, todo lo que quedaba sin voz quedaba abandonado allí.

Recuerdo también que un día, mientras el Marqués comía con Atahualpa, llegaron noticias desde Chile de que se estaban trayendo seiscientas angarillas de tejidos de oro para lo que él había ordenado. Al preguntarle el Marqués cuánto sería esa cantidad, Atahualpa respondió: "Será un montón tan alto como esta mesa".

Continuando nuestro camino, llegamos a Apurímac (que significa "el señor que habla"), donde tuvimos un encuentro con el demonio. Sucedió que ante un español llamado Francisco Martín, a quien Mango Inca tenía preso durante su levantamiento, Mango Inca hizo que el demonio hablara delante de él. Francisco Martín afirmó haber escuchado la voz del demonio respondiendo a Mango Inca como si fuera su dios.

En Apurímac, encontramos un buhío muy adornado, con un palo grueso en su interior, más ancho que un hombre corpulento y lleno de marcas desgastadas. Este palo estaba cubierto de sangre de los sacrificios que le ofrecían. Llevaba un cinturón de oro que lo rodeaba por completo, con dos grandes protuberancias de oro en la parte frontal, similares a los senos de una mujer, soldadas en el cinturón. Estaba vestido con ropas muy delicadas, con muchos adornos de oro, similares a alfileres que usaban las mujeres del reino. También colgaban pequeños cascabeles de sus extremidades, los cuales las mujeres utilizaban para sujetar sus mantas. A los lados de este palo grande, había otros más pequeños en fila, que ocupaban todo el espacio de un lado a otro. Estos palos también estaban bañados en sangre y vestidos con mantas, sembrando la impresión de estatuas de mujeres.

Decían que el demonio, llamado Apurímac, les hablaba a través de este palo mayor. Una señora llamada Azarpay, hermana de los Incas, era la guardiana de este ídolo. Más tarde, se lanzó desde un precipicio alto hacia el río de Apurímac, tapándose la cabeza y llamando al Apurímac, el ídolo al que ella serviría.

En esta tierra, los indios tenían ídolos que llamaban guacas. Entre los más importantes estaban Guanacaure en el Cusco, uno en la laguna del Collao llamado Titicaca, el mencionado Apurímac, y en Trujillo, Achimo, donde llevaron los tablones. Pero sobre todos estos, consideraban a Pachacamac como el más importante, que significa "el que toma toda la tierra" para ellos. Otros ídolos numerosos aparecían ante ellos, ya que los mencionados anteriormente eran considerados sus principales ídolos.

El palo que mencioné estuvo bajo la responsabilidad del Factor Diego Núñez de Mercado, quien tenía encomendados a esos indios, y se rumoraba que le pagaron doce mil pesos por él. La mujer que mencioné que se despeñó lo hizo para recuperarlo, en un momento en que Mercado estaba a cargo del Cusco.

Retomando la historia de los capitanes don Diego de Almagro y Soto, que estaban en Vilcaconga con la gente esperando al Marqués, una vez que Francisco Pizarro llegó a Vilcaconga, donde lo esperaban, todos juntos partieron hacia la ciudad del Cusco.

Una vez llegados a Jaquijahuana, cuatro leguas antes del Cusco, un hijo de Huayna Cápac llamado Manco Inca se presentó ante el Marqués Francisco Pizarro en señal de paz. Afirmaba que el señorío le pertenecía, y Pizarro le prometió considerarlo y darle su respuesta en el Cusco, lo cual cumplió. Sin embargo, los nativos preferían que Pizarro los gobernara directamente y no nombrara a ningún señor, lo cual habría sido mejor, dado lo que luego hizo este indígena, como se explicará más adelante.

En este lugar, Jaquijahuana, se descubrieron las traiciones de Challcochima hacia los españoles, así como sus intentos de emboscar a la gente de guerra en los pasos ya mencionados, donde hubo enfrentamientos. También se supo de los hechizos que había lanzado sobre Túpac Huallpa. Por estas razones y por el peligro que representaba si se liberaba, Pizarro y sus capitanes decidieron ejecutarlo. Así que aquí mismo, en Jaquijahuana, fue donde murió.

Cuando lo llevaban para ser ejecutado, Challcochima gritaba a viva voz llamando a su compañero Quisquis, preguntándole cómo permitía que lo mataran, ya que creía que él lo escuchaba, dado que se sabía que la gente de guerra de Quisquis estaba en los cerros de Jaquijahuana. Así fue como murió este capitán Challcochima. Era un indio robusto, de miembros gruesos, de tez morena y muy valiente.

Recuerdo que cuando este indio estaba en la plaza de Cajamarca, en una ocasión don Diego de Almagro salió a caballo de la posada del Marqués, y al verlo, para asustarlo, puso las piernas al caballo, dirigiéndolo hacia él. Challcochima permaneció inmóvil sin moverse, aunque el caballo llegó a ponerle la herradura encima de la cabeza. Todos culparon a Almagro por no haberlo atropellado. Era un indio muy cruel.

De ahí partimos hacia el Cusco. Contar los depósitos que había en este valle y desde allí hasta el Cusco de todas las cosas que se tributaban al señor en todo el reino era una tarea asombrosa. Desde Tumbes hasta allí había unas cuatrocientas leguas, y parecía imposible terminar de contar todo lo que había, desde las conchas marinas rojas que traían de Tumbes para hacer delicados recipientes hasta todas las demás cosas que se pueden imaginar que existían en estos reinos.

Una legua antes de llegar al Cusco, en un llano que llamaron Guacauara (que significa batalla) debido a un enfrentamiento que tuvieron allí con la gente de Quisquis, que estaba en una ladera junto al llano, se produjo un encuentro en el que algunos caballos resultaron muertos o heridos. El Marqués pasó la noche en el llano con mucha vigilancia, ya que era tarde para entrar en el Cusco.

En medio de la noche, hubo un alboroto y una confusión entre la gente indígena debido a unos caballos que se soltaron. Como no entendían lo que ocurría, temieron que los indios de guerra que estaban en la ladera atacaran, lo que habría causado mucho daño. Los aliados naturales que estaban con los españoles se abrazaron a ellos, pensando que Quisquis y su gente habían atacado. El alboroto duró un tiempo considerable hasta que se entendió lo que estaba sucediendo. Quisquis y los indios de guerra, al escuchar las voces, creyeron que los españoles se lanzaban sobre ellos y se retiraron esa noche. Al día siguiente, no apareció ninguno de ellos.

Una vez amaneció, el Marqués dividió la gente en tres partes: una iba adelante descubriendo, otra iba en retaguardia, y él, junto con el resto de la gente y la infantería, se ubicó en medio. De esta manera, ingresamos al Cusco. La multitud que salió a vernos era tan grande que los campos estaban llenos.

El Marqués hizo que la gente acampara alrededor de la plaza, estableciendo su propio alojamiento en Caxana, unos aposentos que habían pertenecido a Guaina Capa. Sus hermanos, Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro, se alojaron en otros cercanos a estos. Almagro se alojó en unos aposentos cercanos a la iglesia, que hoy en día es la iglesia mayor. Soto se alojó en Arnarocancha, unos aposentos que pertenecían a los antiguos Yngas y estaban en la otra parte de la plaza. El resto de la gente se alojó en un gran galpón cerca de la plaza y en Hatuncancha, un gran recinto que tenía una sola entrada por la plaza y estaba ocupado por las mamaconas, con muchos aposentos dentro. Todos los españoles se alojaron en estos lugares, ya que el Marqués ordenó que se anunciara que ningún español debía atreverse a entrar en las casas de los nativos para tomar algo.

 

Capítulo 15: La riqueza del Cusco y las ceremonias de los nativos

Era sorprendente la cantidad de personas que habitaban en el Cusco, sus costumbres despertaban admiración. La mayoría de ellos estaban dedicados al culto de sus difuntos, como ya he mencionado anteriormente. Cada día, los sacaban a la plaza y los acomodaban en filas según su antigüedad. Allí, los sirvientes y las criadas compartían comida y bebida con ellos. Para los difuntos, encendían hogueras con leña cuidadosamente cortada y seca, donde quemaban los alimentos que les ofrecían.

Frente a estos difuntos, colocaban grandes recipientes de oro, plata o barro, donde vertían la chicha que les ofrecían como ofrenda, invitándose mutuamente, tanto los difuntos entre sí como los vivos a los difuntos, y viceversa.

Una vez llenos estos recipientes, los vertían sobre una piedra redonda, ubicada en el centro de la plaza y rodeada por una pequeña piscina, donde se consumía a través de canales subterráneos. Esta piedra estaba recubierta de oro y tenía una tapa decorada con un diseño tejido, que la protegía durante la noche.

También sacaban un pequeño paquete cubierto, que afirmaban era el sol, llevado por un indígena que ejercía como sacerdote, vestido con una túnica que le llegaba hasta debajo de la espinilla, con flecos anchos de aproximadamente una mano de ancho, decorados en todo su contorno. Los flecos eran enteros, no cortados. Acompañaban a este individuo otros dos, también designados como guardianes del sol. Estos dos llevaban cada uno una asta en la mano, un poco más larga que una alabarda, en las cuales estaban incrustadas porras o hachas de oro. Las astas estaban cubiertas con fundas de lana, sin mangas, que las envolvían completamente, llegando hasta abajo. Además, estas astas estaban adornadas con cintas de oro alrededor. Los indígenas afirmaban que estas eran las armas del sol.

Para colocar este objeto que afirmaban ser el sol, disponían en el centro de la plaza un pequeño asiento adornado con mantas de plumas ricamente pintadas. Aquí colocan el objeto, con un individuo sosteniendo un hacha a cada lado, ambos con el hacha en la mano derecha. Siguiendo el mismo ritual que utilizaban para alimentar a los difuntos, también le ofrecían comida y bebida al sol.

Cuando terminaban de alimentar al sol, un indígena se levantaba y daba un grito que todos escuchaban. Al escucharlo, todos los presentes, tanto en la plaza como fuera de ella, se sentaban. En un silencio total, sin hablar, toser o moverse, esperaban hasta que se consumiera la comida que habían colocado en el fuego, el cual ardía rápidamente debido a la sequedad de la leña. Las cenizas resultantes de estos fuegos eran depositadas en el mismo recipiente ubicado en el centro de la plaza, una piedra redonda similar a un pezón, donde también vertían la chicha.

Este sol tenía numerosos guardianes, criados a manera de sacerdotes. Entre ellos destacaba uno que era el más importante, como un obispo, al cual todos obedecían; se llamaba Vilaoma. Era el líder de la jerarquía de estos señores de los reinos. Residían en unas enormes casas de piedra finamente labrada, rodeadas por una alta y bien construida muralla de piedra. En la parte delantera de esta muralla, incrustada en las piedras, había una franja de láminas de oro, de más de un palmo de ancho. En lo más alto de la muralla, sobre la puerta única, había un relieve especial. En un pequeño patio interior se encontraba una roca, ya mencionada, a modo de trono, con incrustaciones de oro que la cubrían, y que posteriormente trasladaron a Cajamarca. Aquí, situaban al sol cuando no salía a la plaza durante el día, y por la noche lo guardaban en un pequeño aposento, muy bien decorado y chapado en oro por encima.

En estas casas también vivían muchas mujeres, quienes afirmaban ser esposas del sol, pretendiendo conservar su virginidad y pureza, aunque en realidad mantenían relaciones con los criados y guardianes del sol, que eran numerosos.

Frente al aposento donde descansaba el sol, tenían construido un pequeño jardín, similar a una gran era, donde cultivaban maíz en su temporada. Lo regaban manualmente con agua que traían para el sol. Durante las celebraciones anuales, que tenían lugar tres veces al año coincidiendo con la siembra, la cosecha y los solsticios, llenaban este jardín con réplicas de cañas de maíz, con sus mazorcas y hojas doradas, guardadas especialmente para estas ocasiones.

En este recinto donde estaba situado el sol, más de doscientas mujeres, hijas de nobles indígenas, dormían cotidianamente en el suelo. El objeto que representaba al sol se colocaba en un alto y lujoso trono, adornado con abundante plumaje iridiscente, mientras ellas pretendían ser esposas del sol y afirmaban que este se unía a ellas.

Ahora hablaré sobre estas mujeres, llamadas mamaconas. Este término era común entre el linaje de los orejones, una distinguida clase de personas, especialmente aquellos que llevaban el cabello corto, aunque había otros que lo llevaban largo, sin cortarlo nunca. Aunque decían que eran parientes entre sí, su origen se remontaba a dos hermanos, uno de los cuales adoptó la costumbre de cortarse el cabello, y el otro lo llevaba largo. Los que adoptaron el corte de pelo corto eran los líderes de este reino, y se consideraba que sus hijos e hijas tenían un estatus más elevado.

Desde que eran jóvenes, tenían la libertad de elegir a quién servir y adoptar el apellido de su elección. Desde pequeños, sus padres los destinaban al servicio del sol, del señor reinante o de alguno de los difuntos mencionados anteriormente. Aquellos dedicados al sol vivían en casas grandes y amuralladas, donde las mujeres se ocupaban de hacer chicha, una bebida elaborada a partir de maíz, que bebían como nosotros bebemos vino, y de preparar la comida tanto para el sol como para aquellos que lo servían.

Durante la noche, todas estas mujeres estaban recluidas, sin salir de los recintos y casas fortificadas. Contaban con numerosos porteros que las custodiaban, y solo había una puerta de acceso. En estas casas y recintos, ningún hombre podía pasar la noche bajo pena de muerte. Villac Umu, quien tenía autoridad sobre todas las disposiciones y rituales, le hubiera condenado a muerte, ya que todas le obedecían y temían en sus ceremonias y rituales. Durante el día, estas mujeres, llamadas mamaconas, tenían permiso para salir, pero durante la noche permanecían dentro de los recintos.

Aquellas que estaban destinadas al servicio residían en lugares igualmente protegidos, con puertas y porteros que las vigilaban. Se ocupaban de las mismas tareas que las mujeres dedicadas al sol y también servían a las hermanas de los Incas. Las mujeres encargadas del servicio a los difuntos tenían más libertad, ya que, aunque estaban confinadas en sus hogares, no estaban tan restringidas como las mencionadas anteriormente.

En todo el extenso reino del Perú, existía esta orden de mamaconas. En cada provincia, se congregaban en la provincia principal, llevando allí todas las hijas de los indígenas principales. Incluso en los pueblos más pequeños, disponían de casas de reclusión para acoger a las niñas que nacían de todos los indígenas cuando alcanzaban la edad de diez años. Estas niñas se dedicaban a ayudar en las labores agrícolas para el sol y el Inca, así como en la confección de prendas finas para los señores, principalmente hilando lana, ya que la tejeduría la realizaban los hombres. Además, ellas se encargaban de preparar la chicha para los indígenas que cultivaban las tierras del sol y del Inca, así como para las guarniciones militares que pasaban por la región, proporcionándoles alimento y esta bebida.

El sistema para proporcionar esposas a los indígenas y renovar estas mamaconas consistía en que cada año, el gobernador designado por el Inca en cada provincia, llamado orejón, reunía a todas estas mamaconas en la plaza. Aquellas que ya eran mayores y estaban listas para casarse, se les permitía elegir a sus esposos entre los hombres de su propio pueblo. El gobernador convocaba a los indígenas y les preguntaba con qué mujeres querían casarse. Siguiendo este sistema, cada año se casaban las mujeres mayores, retirando a las más jóvenes de diez años, como mencioné anteriormente.

Si alguna de estas mujeres, llamadas mamaconas, destacaba por su belleza, era enviada al señor. Este era una práctica común en todo el reino del Perú.

Estas mujeres se sostenían mediante la comida que recolectaban para el señor. En cada pueblo, sembraban y almacenaban alimentos, y de algunas regiones llevaban parte de la cosecha al Cusco. Si la distancia lo requería, lo hacían anualmente para evitar pérdidas, distribuyendo la comida entre los naturales y ordenándoles que, al recolectar la nueva cosecha, devolvieran una cantidad igual al almacén como reposición. Estos almacenes también servían para abastecer de alimentos a las guarniciones militares que pasaban por los pueblos, sin afectar las reservas de los habitantes locales. También tenían almacenes de ropa y calzado, así como armas, adecuados a las necesidades de las provincias, para proveer a las fuerzas militares que pasaban, junto con otras necesidades básicas.

Los gobernadores provinciales se encargaban de administrar todo esto y de enviar al Cusco la parte de estas contribuciones que se les ordenaba llevar. Además, se encargaban de distribuir tierras entre los naturales de su jurisdicción, asignando a cada indígena la cantidad de tierra necesaria y regulando el uso del agua para el riego, especialmente en las zonas donde se practicaba la irrigación, muy común en la mayoría del reino, incluso en las zonas de montaña donde llueve. Utilizaban canales de irrigación para arar y sembrar las tierras, que luego quedaban expuestas a las lluvias. Esto era especialmente común en las zonas de montaña.

Estos gobernadores tenían la responsabilidad de supervisar el número de indígenas nacidos en su jurisdicción. También se encargaban de la extracción de oro y plata de aquellos que tenían minas en su distrito, así como de la recolección de hojas de coca, una planta preciada que los indígenas masticaban y utilizaban en sus rituales religiosos. Aunque afirmaban que la coca les quitaba el hambre, la sed y el cansancio, en realidad no lo hacía, según lo que escuché de Atahualpa y Manco Inca. Esta planta era altamente valorada porque era usada por los señores y aquellos a quienes se les otorgaba, no de manera común, sino como un honor.

En resumen, estos gobernadores tenían la responsabilidad y el control sobre todos los aspectos de la vida de los indígenas en sus distritos, manteniendo la paz y la justicia. Inspeccionaban regularmente los pueblos para asegurarse de que los indígenas no poseyeran más de lo que se les había asignado: no podían tener más hijos de diez años, ni poseer oro, plata o ropa fina a menos que se lo otorgara el señor como reconocimiento por un servicio notable. Tampoco podían poseer más ganado de diez cabezas sin la autorización del señor, y esta autorización se otorgaba a los caciques, quienes, en el mejor de los casos, recibían permiso para poseer hasta cincuenta o, en casos excepcionales, cien cabezas de ganado.

Recuerdo que cuando llegamos al Cusco, un indígena de Cajamarca se me acercó y me contó que desde que tuvo la edad suficiente para cargar peso, junto con otros indígenas de su pueblo, había transportado dos cargas de maíz en dos ocasiones, cada una equivalente a media hanega, ya que estos nativos utilizaban medidas de plata y madera para medir las provisiones, apenas más grandes que las nuestras. Desde Cajamarca hasta el Cusco hay unas doscientas leguas de camino muy accidentado a través de la sierra. Cuando le pregunté qué comían durante este largo viaje, me explicó que les proporcionaban comida en los pueblos por donde pasaban si les faltaba, pero que las cargas que llevaban debían llegar intactas al Cusco bajo pena de muerte. Una vez allí, depositaban las provisiones en almacenes asignados para los habitantes de Cajamarca, y así procedían con todas las demás contribuciones tributarias.

Los yungas transportaban estos tributos y provisiones hasta la sierra para depositarlos en almacenes que tenían preparados. Los yungas son valles cercanos al mar, de clima cálido donde apenas llueve, solo una llovizna ligera, y no necesitan casas, solo cobertizos hechos con cañas y esteras de enea. Mientras que en los yungas es invierno, en la sierra es verano, y viceversa, lo que crea una marcada diferencia de clima a solo una o dos leguas de distancia. Esta variación de temperatura es asombrosa: salir de los llanos y entrar en la sierra significa cambiar de estación.

Los llanos son principalmente desiertos, excepto donde los ríos de la sierra desembocan en el mar, donde se encuentran los asentamientos humanos. Cuando es verano en la sierra, hace mucho frío y hay heladas, mientras que en invierno la temperatura de la tierra es más templada, al contrario de lo que ocurre en España.

Los indígenas de las regiones cercanas a estos depósitos en la sierra recogen los suministros y los llevan al Cusco. Los yungas visten ropa ligera de algodón, tanto hombres como mujeres, con los hombres llevando el cabello largo y algunas mujeres adornándolo con trenzas y cintas alrededor de la cabeza.

Ahora contaré sobre lo que encontramos en el Cusco cuando entramos. Había una cantidad impresionante de almacenes que contenían tanto ropa fina como más rudimentaria, además de depósitos de asientos, comida, coca y plumas. Entre las plumas, había depósitos de una variedad tornasolada que parecía oro fino, así como otras de tonos verdosos dorados. Las plumas eran extremadamente pequeñas, de aves apenas más grandes que cigarras, a las que llamaban pájaros tomines. Estas aves solo criaban plumas en sus pechos, en una cantidad asombrosa que se enhebraba en hilo de algodón alrededor de corazones de maguey, formando trozos de más de un palmo de largo que se guardaban en petacas. Con estas plumas se confeccionaban vestidos que causaban asombro por la abundancia de este material tornasolado.

Además de estas, había muchas otras plumas de diferentes colores destinadas a la confección de ropas que solo vestían los señores y señoras en tiempos de fiesta. También se encontraban mantas hechas de chaquira, de oro y plata, formando pequeñas cuentas tan delicadas que parecía increíble cómo estaban hechas, ya que no se veía ningún hilo, asemejando una red muy apretada. Estas prendas eran para las señoras.

Había almacenes de zapatos con suelas de cabuya y empeines de lana muy fina de muchos colores, similares a medio-zapatos flamencos, pero que cubrían más del pie. No puedo describir todos los almacenes de ropa y géneros que había, ya que el reino producía una cantidad asombrosa de diferentes materiales.

También había depósitos de barras de cobre para las minas, así como sacos y cuerdas, además de vasos y platos de plata. Hablar del oro y la plata que encontramos allí sería asombroso, aunque luego entendí que no lo valoraban tanto como pensaba, ya que lo mejor lo habían escondido.

Voy a relatar algunas de las piezas notables que se encontraron ocultas, además de lo que se descubrió luego en los depósitos entre las mamaconas. Se descubrieron doce huevos de oro y plata, hechos con una precisión y tamaño tan realista que parecía increíble. También se hallaron cántaros, mitad de barro y mitad de oro, con el oro tan perfectamente incrustado en el barro que, aunque se llenaran de agua, no se derramaba ni una gota, y estaban tan bien elaborados que era asombroso de ver.

Además, se encontró una figura de oro que causó gran pesar entre los indígenas, ya que decían que representaba al primer señor que conquistó esa tierra. También se hallaron zapatos hechos de oro, similares a los que solían usar las mujeres, es decir, medio-zapatos. Había langostas de oro, reproducciones de las que se encuentran en el mar, así como muchos vasos decorados con figuras de abejas, serpientes, e incluso arañas y lagartijas, todas esculpidas con gran detalle.

Esto se encontró en una cueva grande situada fuera del Cusco, entre unas rocas, y aunque eran piezas tan excepcionales, no las enterraron como otros tesoros muy grandes de los que se había oído hablar, y que, más tarde, se supo que estaban enterrados, según algunos indígenas.

Recuerdo hoy dos o tres indígenas que contaron historias interesantes: uno se acercó a un criado del Marqués llamado Francisco Maldonado y le dijo que en Vilcaconga, en una quebrada cercana, habían llevado mil cargas de planchas de oro para esconderlas, las cuales Huáscar planeaba usar para revestir su casa. Sin embargo, este indígena desapareció sin dejar rastro luego de que Maldonado se lo contara al Marqués.

Otro indígena contó que Almagro había matado a Juan Picarro en el Cusco durante un altercado, siendo este hermano de los Yngas. Este hombre, a petición de Manco Inca, le había confiado a un tal Simón Xuárez que detrás de la fortaleza del Cusco, en una llanura, había una bóveda subterránea donde estaban enterradas más de cuatro mil cargas de oro y plata. Se dijo que, temiendo por su vida, Simón Xuárez informó a Almagro sobre lo que sabía el indígena, lo que finalmente resultó en su muerte. Se rumoreó que Manco Inca había instigado el asesinato, asegurando que le mostraría el tesoro a Almagro. Sin embargo, una vez muerto el indígena, se descubrió que estas afirmaciones eran falsas.

También se cuenta que Almagro mató a otro hermano de este Inca, llamado Atosxopa, enviando a cuatro españoles que, durante la noche, le propinaron puñaladas. Se mencionaron nombres como Balboa, Sosa, Pérez y otro que no quedó claro, todos ellos supuestamente actuando bajo la influencia de Manco Inca. Se rumoreaba que Manco Inca estaba intentando eliminar a todos sus hermanos para evitar futuras disputas y asegurar su propia posición de poder, ya que tenía planes de rebelarse y no quería ningún rival vivo que pudiera ser usado por los españoles como líder. Además, procuró la colaboración de don Diego de Almagro para eliminar a estos dos hermanos restantes, ya que solo quedaba uno llamado Pablo, quien, al ser bastardo y muy joven, no era considerado una amenaza. Posteriormente, Almagro se llevó a Pablo consigo a Chile. Se entendió que estas acciones de Almagro se llevaron a cabo mientras él era lugarteniente del Marqués en el Cusco, en busca de ganarse la amistad de Manco Inca y obtener su apoyo para su pretensión de gobernar el Cusco, tras haber recibido noticias de que se le había otorgado la merced por parte de Su Majestad.

Los nativos escondían estos tesoros mediante un método difícil de descubrir. Reunían a un grupo necesario de personas y llevaban los tesoros a una ubicación cercana al lugar donde serían enterrados. Allí dejaban entre cincuenta y cien indígenas, dependiendo del tamaño del tesoro. Luego, ordenaban a los demás que se fueran. Con el grupo restante, liderado por uno o dos nobles, parientes de los reyes locales, trasladaban los tesoros al lugar de entierro. Una vez escondidos y bien tapados, llevaban a esos mismos indígenas a un lugar apartado donde se colgaban de los árboles, o bien los mataban directamente, sin dejar ni uno solo vivo, aunque fuera un solo Inca, llegando incluso a cien o más indígenas. Este respeto extremo hacia los Yngas hacía que los nativos obedecieran sin cuestionar las órdenes de ahorcamiento o ejecución, lo que hace casi imposible descubrir los tesoros escondidos en este reino.

La fortaleza que se encontraba sobre el Cusco era extraordinariamente robusta y estaba completamente cercada por muros de piedra labrada y dos torres muy altas. Las piedras utilizadas para la construcción de este muro eran tan grandes y gruesas que parecía imposible haberlas colocado manualmente; algunas eran tan anchas como pequeños cofres y tenían un grosor de más de una brazada, estaban tan bien encajadas que ni siquiera la punta de un alfiler podía penetrar entre las juntas. El recinto estaba completamente amurallado y reforzado con estacas puntiagudas.

Había una gran cantidad de habitaciones dentro de la fortaleza, suficientes para albergar a más de diez mil indígenas. Todos estos aposentos estaban llenos de armas: lanzas, flechas, dardos, mazas, escudos grandes que podrían proteger a cien indígenas debajo de uno, y muchos cascos que se colocaban en la cabeza hechos de cañas muy tejidas y resistentes. Además, había numerosas literas donde los señores podían descansar. La fortaleza estaba custodiada por muchos indígenas que también vigilaban los depósitos de armas y se encargaban de reparar los techos y habitaciones durante la temporada de lluvias. Esta fortaleza era prácticamente inexpugnable y resistente, aunque carecía de agua y tenía una compleja red de laberintos y habitaciones que resultaban difíciles de explorar completamente.

La vida en el Cusco estaba impregnada de música y celebración. Durante las noches, el sonido de tambores resonaba por todas partes, mientras los vivos y los muertos bailaban, cantaban y bebían. Esta era una práctica común entre los señores, señoras y orejones, aunque no tanto entre los demás indígenas naturales, salvo en algunas fiestas especiales organizadas en sus propios pueblos bajo la supervisión de los orejones que los gobernaban. Los señores de esta tierra solían justificar la constante ocupación de los naturales en el trabajo, argumentando que era beneficioso para ellos, ya que los consideraban perezosos y holgazanes, y creían que al mantenerlos trabajando se mantenían sanos.

Los orejones, como se les llamaba a estos nobles, tenían rituales especiales para convertirse en tales. Cada año, reunían a sus hijos de diez años y los vestían con camisetas y mantas cortas, junto con zapatos de paja. Durante varios días, ayunaban, evitando la sal, el ají y la chicha, y se dirigían a un cerro cerca del Cusco, donde adoraban a un ídolo de piedra llamado Guanacaure. La competencia estaba en quién llegaba primero al ídolo, lo que otorgaba mayor estatus.

Durante aproximadamente treinta días, los jóvenes orejones daban vueltas alrededor del Guanacaure. Luego, en un ritual, les horadaban las orejas y les colocaban discos. Inicialmente, les insertaban palitos delgados en las orejas, aumentando gradualmente su grosor hasta que pudieran acomodar discos redondos de juncos locales, grandes como aros. Este proceso incluía cortar la carne de la oreja cada día para permitir que creciera. Algunos orejones llegaban a tener orejas tan grandes que les llegaban hasta los hombros, y aquellos con orejas más grandes eran considerados más nobles entre ellos.

Después de este proceso, celebraban con grandes bailes en la plaza, sosteniendo una gruesa maroma de oro que cruzaba la plaza, aunque esta nunca se encontró.

Durante las festividades y eventos especiales, los orejones ordenaban que todos los indios que habitaban en el Cusco salieran de la ciudad, excepto los orejones y aquellos de su misma casta. Nadie debía quedarse en los alrededores de la ciudad durante estos tiempos.

Se colocaba a indios porteros y guardias en todos los caminos que salían de la ciudad del Cusco. Estos caminos estaban distribuidos en cuatro direcciones: Collasuyo, Chinchaysuyo, Condesuyo y Andesuyo. La función de estos guardias era asegurarse de que ningún indio llevara consigo oro, plata o ropa fina, a menos que el Inca se la hubiera dado. Si alguien llevaba estos objetos sin permiso, los guardias lo mataban.

Los orejones mostraban una inclinación notable hacia la lujuria y el consumo excesivo de alcohol. Tenían relaciones sexuales con las hermanas e incluso con las esposas de sus padres. Algunos llegaban al extremo de mantener relaciones con sus propias madres e hijas. Borrachos, cometían actos de depravación y desenfreno, sin importarles los límites morales. Eran arrogantes y se consideraban superiores a los demás. Tenían la costumbre de tomar como esposas a las mujeres que habían pertenecido a sus padres o hermanos si estos fallecían. Además de estas perversiones, cometían muchas otras maldades que no se pueden enumerar debido a su cantidad.

 

Capítulo 16: Los movimientos del Marqués don Francisco Pizarro tras Quisquis, capitán de Atahualpa

Retomando el relato después de unos días de descanso y de asegurar la lealtad de los naturales bajo el mando de Mango Inca, convocados por el Marqués para este propósito, se encargó a Almagro y a Hernando de Soto, con cien hombres, la misión de seguir a Quisquis y su tropa que se dirigían hacia Quito, arrasando el territorio. Su objetivo era proteger a los españoles que se habían quedado en Jauja, para evitar que fueran atacados y asesinados. Simultáneamente, se encomendó a Manco Inca la tarea de movilizar a los guerreros locales para apoyar a los españoles.

Mientras tanto, el Marqués permaneció en Cusco con aproximadamente cien españoles, dedicados a recolectar todo el oro y plata disponible para distribuirlo entre los que seguían a Quisquis y los que se quedaban. Se llevó a cabo una distribución equitativa: se asignaron tres mil pesos a quienes iban a caballo, seis mil pesos en total, y otros tres mil a los que marchaban a pie. Este reparto se realizó siguiendo el mismo procedimiento establecido en Cajamarca, como se ha mencionado anteriormente.

Una vez completada la distribución y asignado a cada uno su parte, el Marqués decidió fundar la ciudad del Cusco, que ahora se erige en toda su magnificencia. Para fomentar la permanencia de la población en este lugar, anunció públicamente que aquellos que deseasen convertirse en vecinos debían presentarse ante el secretario para ser registrados y declarar sus derechos de propiedad sobre las tierras que conocieran. Esta medida tenía como objetivo incentivar la permanencia de gente en el Cusco, a pesar de los riesgos y desafíos que enfrentaban debido a la escasez de población española y la presencia de numerosos nativos hostiles. En consecuencia, el Marqués realizó repartimientos generosos de tierras y recursos entre las provincias y los solicitantes, sin establecer encomiendas como requería la autoridad real, sino otorgando depósitos provisionales con la posibilidad de revisión posterior, como sucedió cuando Antonio Picado asumió como secretario en lugar de Sancho, su predecesor, quien a su vez sucedió a Francisco López de Jerez, oriundo de Sevilla.

Una vez completada esta distribución y fundada la ciudad del Cusco, se prepararon para regresar a Jauja y establecer un asentamiento allí, tras haber recibido informes preliminares sobre la región del Collao por parte de dos españoles enviados previamente: Diego de Agüero y Pedro Martín de Moguer.

La gente del Collao habita en una región fría, rodeada de lagunas como las que mencioné anteriormente, características de estas provincias. En lugares como Quillacas y Carangas, donde el clima es extremadamente frío, no es posible cultivar maíz ni trigo debido a las condiciones climáticas adversas. Sin embargo, los indígenas siembran una gran cantidad de papas, que crecen en forma de tubérculos en la tierra. También cosechan unas raíces llamadas ocas, que son largas y gruesas, de aproximadamente el tamaño de un dedo o más. Además, recolectan una semilla conocida como quinua, que crece en arbustos similares a la ceniza pero de mayor altura. Esta semilla es muy pequeña y la siembran en los momentos adecuados, pero a menudo se ve afectada por las heladas.

Además de cultivar papas, los habitantes del Collao también consumen maíz proveniente de los valles hacia el Mar del Sur y otras regiones ubicadas en los Andes, en dirección a la Mar del Norte. Obtienen este maíz a cambio de lana y ganado, ya que en el Collao cuentan con abundantes recursos de este tipo. Se dedican especialmente al pastoreo de ganado, aprovechando los extensos pastizales y despoblados de la región. En estos lugares deshabitados, se encuentran una gran cantidad de ganado salvaje, como guanacos y vicuñas, que son similares al ganado doméstico. Los guanacos son grandes y tienen poca lana, mientras que las vicuñas son más pequeñas pero poseen una lana muy fina, que se utiliza para confeccionar ropa para los señores. Este ganado salvaje es extremadamente ágil y rápido, tanto que pocos perros, por más veloces que sean, pueden alcanzarlos. Los indígenas del Collao se encargan de cuidar estos animales para evitar que los cazadores locales los maten. Además de los mamíferos, en estas zonas también se encuentran aves como perdices y patos de agua, que son similares a sus contrapartes europeas, con plumaje de tonos neutros en lugar de patas y picos coloreados.

Cada año, los habitantes del Collao organizaban rodeos para capturar vicuñas y guanacos, de los cuales obtenían lana para confeccionar ropa destinada a los señores locales. Después de esquilar a estos animales, se secaba la carne al sol sin sal, dejándola muy delgada para el consumo de los señores, mientras que las pieles se dejaban libres. Estos rodeos eran una práctica común en los despoblados de la región y se realizaban por orden de los señores, quienes a menudo presenciaban estos eventos y disfrutaban de ellos como una forma de entretenimiento. Esta costumbre de organizar rodeos era habitual en todo el reino.

Los indígenas del Collao son conocidos por su estilo de vida peculiar. Muchos de ellos participaban en prácticas abominables, como la homosexualidad y la idolatría, y se dedicaban a numerosos actos inmorales. Vestían ropas de lana gruesa y tenían el cabello largo y enredado, tanto hombres como mujeres. Los habitantes de las diferentes regiones alrededor de la laguna tenían estilos distintivos: algunos llevaban grandes gorros de lana en forma de mortero, mientras que otros adornaban sus gorros con colores brillantes. Los Charcas, por otro lado, llevaban el cabello trenzado y utilizaban pequeñas redes alrededor de sus cabezas, hechas con cordones de lana roja, con un cordón que caía bajo la barbilla.

Casi todos los habitantes del Collao hablaban una lengua común, con la excepción de los Charcas, que tenían algunas diferencias lingüísticas, al igual que otros grupos dispersos. Sin embargo, en general, compartían un idioma similar. En esta región, había una gran cantidad de plateros y artesanos hábiles, quienes residían principalmente en el Cusco. Los nativos de este reino eran fácilmente distinguibles por sus vestimentas, ya que cada provincia tenía su propio estilo, considerando vergonzoso usar trajes de otras regiones.

 

Capítulo 17. La partida del Marqués del Cusco para fundar un pueblo de españoles en Jauja, que luego se trasladó a Lima.

Después de su partida del Cusco, el Marqués se dirigió a Jauja con el fin de establecer un pueblo español en esa región. Allí se encontró con Soto y Mango Inca, quienes ya habían regresado después de dispersar la fuerza militar liderada por Quisquis. Los españoles persiguieron a los rebeldes hasta los Atavillos, donde Quisquis logró escapar con algunos pocos indígenas, huyendo hacia Quito, donde fue posteriormente asesinado por los nativos locales, ya que los españoles nunca pudieron capturarlo.

Mientras tanto, Don Diego de Almagro, acompañado por algunos españoles, se dirigió a Quito al recibir noticias de que don Pedro de Alvarado había desembarcado en Puerto Viejo con quinientos hombres procedentes de Guatemala, y que se dirigía hacia Quito atravesando las montañas desde Puerto Viejo. En Quito, se encontraba Sebastián de Benalcázar con un grupo de hombres que había reunido por orden del Marqués, procedentes de Tangaralá, quienes se habían unido después de la fundación de Nicaragua. Benalcázar había sido enviado desde Cajamarca por el Marqués, con instrucciones de reclutar a la gente que pudiera encontrar y ocupar la tierra en nombre del Marqués, ante el temor de que algún otro capitán ocupara la provincia de Quito, aprovechando su aparente falta de población española.

Cuando Diego de Almagro llegó a Quito, recibió noticias de que don Pedro de Alvarado estaba cerca. Almagro envió mensajeros para informar a Alvarado de que Quito estaba poblada por orden de su compañero, don Francisco Pizarro, y le pidió que no causara problemas en la región para evitar quejas ante Su Majestad. Al enterarse de que Pizarro tenía sometido todo el reino y había establecido varios pueblos, Alvarado se reunió con Almagro y acordaron que este último le pagaría los gastos de la expedición y le dejaría la gente, mientras Alvarado regresaría a Guatemala. Se pusieron de acuerdo en una suma de noventa mil pesos y, una vez hecho el acuerdo, Almagro le entregó la gente que traía consigo. Luego, ambos regresaron juntos a Pachacamac con toda la gente que los acompañaba.

Entonces, de vuelta al Marqués, quien se encontraba en Jauja supervisando la fundación del asentamiento, distribuyó a los indígenas locales y fundó el pueblo de Jauja. Esta acción la llevó a cabo antes de tener conocimiento del acuerdo alcanzado con don Pedro de Alvarado. Decidió establecer esta población para mantener el control sobre la región montañosa, ya que la presencia española en la zona era limitada y había preocupación de posibles levantamientos entre los habitantes serranos, que eran numerosos. Una vez completada esta población, envió a Soto de regreso al Cusco, nombrándolo teniente en esa ciudad, y también envió a Mango Inca para que acompañara a Soto en su viaje de regreso.

Una vez hecho esto, el Marqués sintió el deseo de visitar Pachacamac y Chincha, lugares que le tenían un gran aprecio. Reuniendo a veinte hombres, partió hacia allá, dejando a Gabriel de Rosas como su lugarteniente en Jauja, quien recientemente había llegado de Nicaragua. Cuando el Marqués llegó a Pachacamac, permaneció allí durante algunos días antes de dirigirse a Chincha. Mientras estaba en Chincha, Gabriel de Rosas le escribió informándole que la tierra estaba inquieta y que había peligro de disturbios, instándolo a regresar rápidamente a Jauja. Después de recibir estas cartas, el Marqués partió de inmediato. Viajando por el valle de Lunahuaná, regresó a Jauja, donde fue recibido con beneplácito por los españoles y donde los indígenas se tranquilizaron.

Mientras tanto, llegó un mensajero de Almagro, enviado desde Quito después de los acuerdos con don Pedro de Alvarado, para informar al Marqués sobre los términos y acuerdos alcanzados. Este mensajero era Diego de Agüero, quien había acompañado a Almagro. Enterado de la buena disposición de su compañero y de la llegada de quinientos soldados españoles, el Marqués dejó de temer a los nativos y decidió trasladarse al pueblo de Jauja, que actualmente es la ciudad de los Reyes. Desde allí, se estableció en Pachacamac, donde esperó la llegada de don Pedro de Alvarado y don Diego de Almagro. Posteriormente, envió exploradores para evaluar el lugar donde se establecería la futura ciudad de los Reyes en el valle de Lima, donde finalmente la fundó. Durante este tiempo, llegaron don Diego de Almagro y don Pedro de Alvarado, junto con toda la gente que había llegado al reino. Después de su llegada, se celebraron grandes fiestas y torneos de justas. Cuando don Pedro de Alvarado se sintió descansado, a pesar de haber perdido la mitad de su dinero ante Almagro, se embarcó y regresó a Guatemala, dejando a toda su gente en la tierra. El Marqués, por su parte, se trasladó a Lima y fundó la ciudad de los Reyes, que es la Lima actual.

 

Capítulo 18: Cómo Francisco Pizarro envió a Diego de Almagro al Cusco con sus poderes y lo que sucedió.

Después de la fundación de la ciudad de los Reyes, Francisco Pizarro otorgó poder a su compañero, Diego de Almagro, tal como él lo tenía, y lo envió a la ciudad del Cusco para que residiera allí y asignara indígenas a las personas que considerara apropiadas. Una vez que Diego de Almagro recibió este poder, partió hacia el Cusco llevando consigo la mayor parte de la gente que había traído Pedro de Alvarado. Entre ellos, acompañaban a Almagro caballeros como Vítores de Alvarado, entre otros. Almagro asignó a algunos chachapoyas y a otros les dio tierras cerca de Puerto Viejo. También llevó consigo a Achimo, en el valle donde se fundaría Trujillo. Después de despachar a Almagro, Pedro de Alvarado partió para fundar Trujillo y brindar apoyo a algunos de los que habían llegado con él. Sin embargo, algunos de estos hombres, al ver que el Reino del Perú les parecía insuficiente, decidieron unirse a Almagro para dirigirse a Chile, con la esperanza de encontrar un nuevo Perú allí.

Cuando Diego de Almagro llegó al Cusco con la mencionada compañía, encontró la ciudad en paz. Pronto recibió noticias de que Su Majestad le había otorgado la gobernación de los territorios más allá de los límites establecidos por Francisco Pizarro.

Mientras esperaba los despachos, los compañeros de Diego de Almagro lo persuadieron de que el Cusco caía dentro de los límites de su gobernación. Enterados de esto, Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, sus hermanos, que se encontraban en el Cusco, instaron a sus amigos —que eran numerosos— a no permitir las pretensiones de los seguidores de Alvarado y Almagro. Almagro, al escuchar rumores de que Juan Pizarro se estaba preparando para interceptar los despachos de su gobernación, también convocó a sus seguidores, aunque se rumoreaba que su verdadero propósito era tomar el control del Cusco. Aprovechando su posición como corregidor, Soto se alineó con Almagro, y un día llegó a la posada donde se encontraba Juan Pizarro con sus amigos, y lo encarceló, pero no tomó medidas similares contra Diego de Almagro.

Esta acción llevó a un enfrentamiento verbal entre Juan Pizarro y Soto, durante el cual Juan Pizarro intentó atacar a Soto con una lanza mientras huía. Sin embargo, gracias a la intervención de los amigos y seguidores de Almagro, se evitó una confrontación más violenta. En medio de la confusión, tanto los seguidores de Juan Pizarro como los de Almagro se armaron y se enfrentaron en la plaza. La situación estuvo a punto de desembocar en un enfrentamiento mortal, pero la intervención de Gómez de Alvarado, un caballero enviado por Pedro de Alvarado, logró evitarlo. Gómez se interpuso entre las dos facciones, montado a caballo y con una lanza, instando a ambas partes a considerar el servicio a Dios y al rey.

Tras esta intervención, las dos partes se retiraron a sus respectivas posadas, pero siguieron en guardia hasta que llegó la noticia de que Francisco Pizarro estaba poblado en Trujillo.

Durante este período, se rumoreó que Diego de Almagro había matado a los hermanos de Manco Inca, como ya se había mencionado, debido a que estos últimos lo favorecían y apoyaban en sus malas intenciones y objetivos. Si Juan Pizarro no hubiera contado con tantos aliados como tuvo, se cree que Almagro habría tomado el control del Cusco.

Enterado de estos acontecimientos, el Marqués, después de establecerse en Trujillo y enterarse del alboroto en el Cusco, llegó rápidamente. Una vez allí, él y su compañero Almagro se reconciliaron y acordaron que Almagro se dirigiría a Chile, ya que en ese momento se tenía mucha información sobre esa región y se creía que sería tan próspera como el Perú. Acordaron solemnemente ser amigos y no enfrentarse entre sí, y si Almagro no encontraba tierras adecuadas para colonizar en Chile, debía regresar y informar al Marqués, quien partiría con él de su propia gobernación.

 

Capítulo 19. De la partida de don Diego de Almagro a Chile y el saqueo del Cusco y lo que sucedió en él

Una vez acordado esto, Diego de Almagro se preparó y, junto con la gente de Pedro de Alvarado y algunos recién llegados a la tierra, emprendió su viaje hacia Chile. El día en que partió de Cusco, una parte de la ciudad se incendió, y lo mismo sucedió en todo el Collao, la región que atravesaron. Esta gente, proveniente de Guatemala y de la expedición de Pedro de Alvarado, saqueaba y destruía todo a su paso, como habían hecho en sus anteriores conquistas en Guatemala. Ellos fueron los primeros en introducir el saqueo (que en nuestro lenguaje común es robar), mientras que durante la expedición con el Marqués, nadie se atrevía a tomar ni siquiera una mazorca de maíz sin permiso.

Después de que don Diego de Almagro partió hacia Chile, el Marqués del Valle decidió emprender reformas en el Cusco, aumentando la población y dejando a su hermano Juan Pizarro como teniente de gobernador en la ciudad. Mientras tanto, él regresó a la ciudad de los Reyes, y en ese momento, Hernando de Soto partió hacia España.

Con la partida de Almagro a Chile y el regreso del Marqués a la ciudad de los Reyes, Mango Inca decidió rebelarse. Tras negociaciones fallidas con los nativos, comenzaron a matar a algunos españoles que estaban dispersos visitando a los indios en sus encomiendas. Una noche, Mango Inca decidió abandonar el Cusco y escapar. Juan Pizarro recibió información sobre esto a través de espías que había colocado, debido a las sospechas que había generado por las muertes de los españoles y el malestar en la población del Cusco.

Enterado de la fuga del Inca, Juan Pizarro cabalgó con cincuenta hombres y, gracias a la información sobre la ruta que había tomado Mango Inca, lo persiguió a galope tendido. Con gran suerte, logró alcanzarlo a tres leguas del Cusco, cerca de Mohína, en dirección al Collao, donde lo capturó y lo llevó de regreso preso al Cusco. Si no hubiera sido capturado en ese momento, los españoles en el Cusco habrían enfrentado graves consecuencias, ya que la mayoría de los cristianos habían salido a visitar a los indios en sus encomiendas, confiados en la seguridad de la situación, especialmente después de la partida de Almagro hacia Chile con un gran contingente. Mango Inca había elegido el momento oportuno para rebelarse, aprovechando la distancia de Almagro, quien había entrado en los despoblados entre esa región y Chile, que se extienden por más de doscientas leguas en algunas áreas.

Una vez que Mango Inca estaba bajo custodia con guardias vigilándolo, Hernando Pizarro regresó de España, tras la exitosa entrega del tesoro a Su Majestad, tras la toma de Cajamarca. Al llegar a la ciudad de los Reyes, el Marqués don Francisco Pizarro lo envió al Cusco, otorgándole sus poderes, sin destituir a su hermano Juan Pizarro del cargo de corregidor, pero concediendo autoridad sobre él a Hernando Pizarro.

Cuando Hernando Pizarro llegó al Cusco, buscó ganarse la amistad de Manco Inca, y lo consiguió liberándolo y halagándolo. También confiaba en que, con los españoles que había llevado al Cusco y los que llegaron después de la prisión del Inca, este no se atrevería a seguir con su plan de rebelión. Tras ser liberado, Mango Inca permaneció unos días y luego solicitó permiso a Hernando Pizarro para buscar una estatuilla de oro que supuestamente estaba enterrada en algún lugar. Hernando Pizarro se lo concedió, y después de ocho días, Mango Inca regresó con una pequeña estatuilla de oro, de aproximadamente una vara de altura, y se la entregó a Hernando Pizarro. Sin embargo, poco después, volvió a pedir permiso para ir en busca de otro ídolo de oro macizo que decía estar en Yucay. Tras recibir el permiso, partió pero no regresó. En su lugar, comenzó a levantarse en rebelión, y los indios y nobles que habían quedado en el Cusco, incluidas las mamaconas, lo siguieron.

Manco Inca se refugió en los Andes, una región de imponentes montañas, densos bosques y difíciles pasos que impedían el acceso a caballo. Desde allí, envió numerosos capitanes incas para reclutar a todos los naturales dispuestos a tomar las armas y unirse a su causa. Su objetivo era cercar el Cusco y eliminar a los españoles que aún permanecían en la ciudad.

Al enterarse de esto, Hernando Pizarro se percató de que se estaba congregando gente en Yucay y envió a su hermano Juan Pizarro con sesenta jinetes para desbaratar esa reunión. Cuando llegamos, del otro lado de un gran río en Yucay, encontramos alrededor de diez mil guerreros incas que creían que no podríamos cruzar el río. Juan Pizarro, al ver esto, ordenó que todos nos lanzáramos al agua con los caballos. Él lideró el camino y nosotros lo seguimos, cruzando a nado el río y atacando a los guerreros incas, dispersándolos. Los incas se retiraron a los altos cerros, donde los caballos no podían llegar. Pasamos tres o cuatro días allí.

Hernando Pizarro nos llamó urgentemente, advirtiéndonos sobre una gran concentración de gente que se dirigía hacia el Cusco. Cuando regresamos, encontramos numerosos contingentes de gente que se establecían en los terrenos áridos circundantes al Cusco, esperando a que todos se reunieran. Una vez llegados, se establecieron en las llanuras y en las alturas, cubriendo toda la región. La multitud era tan numerosa que parecía un manto oscuro que envolvía la ciudad del Cusco en un radio de media legua. Por la noche, los numerosos fuegos daban la impresión de un cielo estrellado en una noche despejada. La algarabía y el estruendo eran tan intensos que todos estábamos asombrados por la magnitud del momento.

Entonces, con toda la gente que el Inca había reunido, que según lo que se entendió y lo que los indios dijeron, sumaban doscientos mil guerreros, comenzaron a cercar el Cusco. Un día, al amanecer, empezaron a prender fuego por todas partes en la ciudad. Utilizando este fuego, lograron ganar gran parte del pueblo, construyendo barricadas y obstáculos en las calles para impedir que los españoles salieran.

Los españoles nos refugiamos en la plaza, en las casas cercanas a ella, como Hatuncancha (donde nos alojamos cuando ingresamos al Cusco por primera vez), así como en Amarucancha, Caxana y algunas tiendas, ya que los indios habían tomado y quemado todo lo demás del pueblo. Para incendiar estas casas donde estábamos refugiados, los indios idearon un plan. Recogían piedras redondas y las calentaban en el fuego hasta que quedaban al rojo vivo, luego las envolvían en algodón y las lanzaban con hondas a las casas, provocando incendios sin necesidad de entrar en contacto directo. También utilizaban flechas encendidas para prender fuego a las casas de paja, que se inflamaban fácilmente.

En medio de esta confusión, Hernando Pizarro dividió a la gente a caballo en tres partes, nombrando a tres capitanes para liderarlas: a Gonzalo Pizarro, su hermano, le dio una parte; a Gabriel de Rojas, otra; y a Hernán Ponce de León, la tercera. Los indios nos tenían tan acorralados y en tan caótica situación que realmente fue un milagro que Nuestro Señor nos librara de sus manos. A pesar de la gran cantidad de guerreros indígenas y de que éramos pocos españoles, apenas doscientos en total, de los cuales solo setenta eran jinetes que combatían, ya que los demás representaban a la población civil y los infantes de marina tenían poco impacto, pues los indios los despreciaban y un indígena podía neutralizar a varios soldados españoles a pie, ya que eran muy ágiles y podían lanzar flechas a distancia. Antes de que un español pudiera acercarse lo suficiente para contraatacar, los indios se habían retirado a una distancia segura. Además, como eran numerosos, pudieron vencer a los españoles exhaustos. Temían especialmente a los jinetes, ya que podían alcanzarlos y derribarlos mientras pasaban junto a ellos. Nuestro Señor tuvo misericordia de nosotros al librarnos de esta gran cantidad de enemigos en un terreno tan hostil, permitiéndonos salir airosos de esta situación.

Por lo tanto, Hernando Pizarro decidió que la infantería, aprovechándose también de la caballería para este propósito, ya que la mayoría de la infantería era débil y estaba en mal estado, debería trabajar de noche con algunos líderes designados para este fin, como Pedro del Barco, Diego Méndez y Francisco de Villacastín. Su tarea era desmantelar las barricadas que los indios construían durante el día y destruir algunos andenes con la ayuda de los indios amigos que aún estaban sirviendo a los españoles, así como con la colaboración de cincuenta o sesenta cañaris, enemigos de Mango Inca por su lealtad a Quisquis. Esto permitiría que los caballos salieran a pelear durante el día, aunque esta estrategia tuvo poco éxito en ese momento.

El Cusco está ubicado en un valle entre dos quebradas, por donde fluyen dos pequeños arroyos cuando llueve, mientras que uno de ellos siempre corre junto a la plaza, aunque con poca agua. Los pedazos de tierra llana entre las montañas y el Cusco estaban rodeados de andenes de piedra, construidos a diferentes niveles. Algunos de estos andenes tenían piedras clavadas en la pared, formando una especie de escalera, que los indígenas utilizaban para subir y bajar. Estos andenes estaban diseñados de esta manera para evitar que el agua los destruyera, ya que se sembraba maíz en todos ellos, y estaban rodeados de piedras según el nivel del suelo.

El Cusco está adosado a una montaña, especialmente en la parte donde se encuentra la fortaleza. Por este lado, los indios descendían hasta cerca de unas casas junto a la plaza, que pertenecían a Gonzalo Pizarro y a su hermano Juan Pizarro, desde donde nos causaban mucho daño. Utilizaban hondas para arrojar piedras a la plaza, y no podíamos detenerlos debido a que esta parte, como mencioné, era empinada y se encontraba en un callejón estrecho que los indios habían tomado y nadie podía subir por allí sin ser atacado.

En medio de esta angustia, con los indios lanzando alaridos y tocando trompetas y tambores tan fuertes que parecía que la tierra temblaba, Hernando Pizarro y los capitanes se reunían frecuentemente para decidir qué hacer. Algunos sugerían abandonar la ciudad y huir, mientras que otros proponían refugiarnos en Hatuncancha, un recinto muy grande donde todos podríamos resguardarnos, ya que, como he mencionado antes, solo tenía una puerta y estaba rodeado por muros de piedra muy altos. Ninguna de estas opciones era viable, ya que si salíamos del Cusco, seríamos emboscados en el camino debido a los peligrosos pasos y montañas, y si nos refugiábamos en Hatuncancha, seríamos cercados por los indios con maderas y piedras debido a su gran número. Sin embargo, Hernando Pizarro nunca consideró abandonar la ciudad y les decía que todos debíamos estar preparados para morir defendiendo el Cusco.

En estas discusiones participaban Hernando Pizarro, sus hermanos, Gabriel de Rojas, Hernán Ponce de León y el Tesorero Riquelme.

Después de varias reuniones, Hernando Pizarro decidió que era necesario tomar la fortaleza, que era el punto desde donde más daño nos estaban haciendo, como mencioné anteriormente. Al principio no se consideró ocuparla antes de que los indios la tomaran, ni se comprendía el alcance del daño que nos causarían desde allí. Una vez tomada la decisión, se puso en marcha el plan. Se ordenó a los jinetes que se prepararan con sus armas para tomar la fortaleza, y se designó a Juan Pizarro, su hermano, como líder, junto con los otros capitanes mencionados anteriormente. Mientras tanto, Hernando Pizarro se quedó en el Cusco con la infantería, reuniéndolos a todos donde él estaba.

Sin embargo, un día antes de la partida, ocurrió un incidente. Desde un andén, lanzaron una piedra grande que golpeó a un soldado llamado Pedro del Barco en la cabeza, dejándolo inconsciente. Al ver esto, Juan Pizarro, que estaba cerca, corrió en su ayuda, pero recibió un fuerte golpe en la mandíbula con otra piedra. Esto resultó en una lesión significativa. Quería mencionar este incidente porque será relevante para lo que sucederá después.

Después de partir, los jinetes, con Juan Pizarro liderando la expedición, nos dirigimos hacia la fortaleza. Ascendimos por un estrecho camino que serpenteaba junto a la ladera de la montaña, con un profundo barranco a un lado. Desde esa ladera, los indios nos atacaban con piedras y flechas, y el camino estaba lleno de baches y hoyos cavados. Aquí enfrentamos numerosos obstáculos y peligros, deteniéndonos constantemente para esperar a que los pocos aliados indígenas que nos acompañaban, ni siquiera llegaban a cien, repararan el camino y taparan los hoyos.

Una vez arriba, tras mucho esfuerzo, alcanzamos un pequeño claro cerca del lugar donde nos emboscaron por primera vez al entrar en el Cusco. Desde allí, rodeamos unas pequeñas colinas y pasos peligrosos entre las quebradas, con el objetivo de llegar a la parte llana de la fortaleza, donde se encuentra la puerta principal y la entrada. Durante este trayecto, tuvimos varios enfrentamientos con los indios en las quebradas, estando a punto de capturar a dos españoles que cayeron de sus caballos.

Una vez en el llano cerca de la entrada, nos encontramos con una barrera tan sólida y bien defendida que, a pesar de nuestros intentos por entrar en dos ocasiones, nos vimos obligados a retroceder, con algunos de nuestros caballos heridos en el proceso. Los capitanes decidieron entonces esperar hasta la medianoche para lanzar un nuevo ataque, ya que a esa hora los indios suelen estar somnolientos y medio dormidos.

Mientras tanto, en el Cusco, Hernando Pizarro y los soldados a pie se mantuvieron juntos en la puerta de su alojamiento, ubicado en la plaza en unas casas conocidas como Caxana. Los indios, al ver esto, comenzaron a moverse por las calles y casas, creyendo que estábamos abandonando la ciudad. No entendían por qué Hernando Pizarro y los demás permanecían allí, junto a la puerta de su alojamiento. Estaban desconcertados hasta que nos vieron aparecer por un lado de la fortaleza, desde donde dominábamos y podíamos ver todo el pueblo del Cusco. En ese momento comprendieron nuestras intenciones. Si los indios hubieran actuado y Dios no hubiera intervenido, podrían haber matado a Hernando Pizarro y a los que estaban con él antes de que pudiéramos volver a socorrerlos.

Así que mientras esperábamos aquí, aproximadamente a la mitad de la noche, Juan Pizarro y los que estaban con él, llegada la medianoche, Juan Pizarro ordenó a su hermano Gonzalo Pizarro y a los demás capitanes que entraran con la mitad de la caballería, que desmontaron, mientras que el resto permanecía a caballo para ir en su ayuda por detrás. Juan Pizarro se quedó con los jinetes, ya que no podía usar una armadura en su cabeza debido a la herida que le habían infligido en la mandíbula el día anterior.

Una vez que los soldados a pie entraron, comenzaron a desbaratar la primera puerta, que estaba bloqueada con una barricada de piedra seca. Una vez derribada, comenzaron a avanzar por un estrecho callejón. Pero al llegar a otra barricada que protegía otra puerta más adelante, los indios los detectaron y comenzaron a arrojar tantas piedras que cubrían el suelo. Esto hizo que los españoles se detuvieran y retrocedieran. Ante esto, un español gritó a Juan Pizarro que los hombres se estaban desanimando y retrocediendo.

Juan Pizarro, tomando una adarga en el brazo, se lanzó hacia adelante, ordenándonos a los jinetes que lo siguiéramos, y así lo hicimos. Con la llegada de Juan Pizarro y los que lo acompañaban a caballo, la otra barricada y puerta fueron conquistadas, y pudimos ingresar hasta un patio dentro de la fortaleza. Desde un gran terrado que había a un lado del patio, los indios nos lanzaban tantas piedras y flechas que no podíamos avanzar. Juan Pizarro, con algunos de los que se habían desmontado, se dirigió hacia ese terrado para hacer subir a algunos españoles y desalojar a los indios. Mientras luchaban para subir, Juan Pizarro descuidó cubrir su cabeza con la adarga, y una pedrada le golpeó en la cabeza, rompiendo su casco. Aunque herido, continuó luchando con los indios y los españoles hasta que se ganó el terrado.

Una vez tomado el terrado, lo bajaron al Cusco por un camino agreste que descendía desde una puerta falsa de la fortaleza hasta el Cusco, llegando cerca de las casas donde Hernando Pizarro vivía. Los guerreros indígenas que custodiaban este camino corto y difícil abandonaron sus posiciones después de que los españoles entraron en el patio de la fortaleza y tomaron el terrado, permitiendo así el descenso de Juan Pizarro hacia la posada, que era la misma de su hermano Hernando Pizarro.

Viendo Hernando Pizarro el desastre en el que se encontraba su hermano y la situación en la que quedaba la toma de la fortaleza, subió rápidamente por el mismo camino corto que había usado su hermano, dejando a Graviel de Rojas en el Cusco. Una vez allí, Hernando Pizarro llegó justo cuando comenzaba a amanecer. Pasamos todo ese día y otro más combatiendo a los indios que se habían atrincherado en los dos cubos altos. Estos no podían ser conquistados sino por medio de la sed, ya que estábamos esperando a que se les acabara el agua que tenían en el patio y no tenían tiempo para reponerla debido a que pensaban que no podríamos tomar la fortaleza. Así que estuvimos aquí durante dos o tres días, hasta que la sed los debilitó y comenzaron a desmayarse y caerse de las paredes más altas, algunos tratando de huir, otros intentando quitarse la vida y algunos rindiéndose. De esta manera, se tomó el primer cubo.

Al llegar al otro cubo, tenían a un orejón como capitán, tan valiente que podría compararse con los antiguos romanos. Este orejón llevaba una adarga en un brazo, una espada en la mano y una porra en la otra extremidad de la adarga, además de un morrión en la cabeza. Estas armas las había obtenido de los españoles que habían muerto en los caminos, junto con muchas otras que los indios tenían en su poder. Este orejón, al que llamaban Tito Cusi Gualpa según lo que se decía, se movía de un lado a otro en lo alto del cubo, impidiendo que los españoles que intentaban subir con escalas lo hicieran, y matando a los indios que se rendían o descendían del cubo, golpeándolos con la porra hasta hacerles pedazos la cabeza. Cuando sus compañeros le avisaban de que algún español estaba subiendo por alguna parte, se lanzaba hacia él como un león, con la espada en la mano y la adarga lista para el combate. Viendo esto, Hernando Pizarro ordenó colocar tres o cuatro escalas para que, mientras él se enfrentaba a uno, los demás pudieran subir por otras, ya que los indios que acompañaban a este orejón estaban casi todos rendidos y debilitados, siendo él el único que aún luchaba. Hernando Pizarro instruyó a los españoles que subían a no matar a este capitán orejón, sino capturarlo con vida, bajo juramento de no dañarlo si se rendía. Así, subiendo los españoles por las escalas, lograron capturar este cubo, ya que el orejón no pudo atender todas las partes y los indios de guerra ya estaban exhaustos y rendidos, confiando en la promesa de Hernando Pizarro de no matar a los que se rindieran.

Al ver que habían conquistado el fuerte, el orejón, tapándose la cabeza y el rostro con la manta que llevaba como capa, arrojó sus armas y se lanzó desde el cubo, que tenía más de cincuenta estados de altura, y así pereció. Hernando Pizarro lamentó mucho no haberlo capturado con vida.

Una vez tomada esta fortaleza, Hernando Pizarro dejó aquí a treinta hombres de a pie bajo el mando de un capitán llamado Juan Ortiz, natural de Toledo, proveyéndolos de agua y comida en abundancia, fortaleciendo uno de los dos cubos donde se alojaban, y dejándoles las ballestas y arcabuces que teníamos (que eran pocos). Los demás nos retiramos al Cusco. Esta captura de la fortaleza hizo que los indios de guerra se desviaran un poco, abandonando la parte de la ciudad que tenían tomada hacia la fortaleza.

De esta manera estuvimos más de dos meses bajo presión, desbaratando algunos andenes por la noche para que los caballos pudieran subir a ellos, ya que de noche se retiraban a los lugares más fuertes y seguros. Aunque este retiro era hacia algunos andenes fortificados, este comportamiento de retirada comenzó después de la captura de la fortaleza, ya que antes no se replegaban.

 

Capítulo 20: Después de la Toma de la Fortaleza

Voy a narrar algunos sucesos que ocurrieron tras la toma de la fortaleza. Cuando Graviel de Rojas salió para inspeccionar su cuartel en la parte de Andesuyo, justo a la salida del pueblo, recibió un flechazo en las fosas nasales que le atravesó hasta el paladar. En una calle cercana, Alonso de Toro y otros dos compañeros que lo acompañaban fueron atacados por una lluvia de dardos y piedras lanzados por los indígenas desde las paredes. Derribados de sus caballos y medio sepultados bajo los escombros, necesitaron la ayuda de indígenas amigos para ser rescatados, estando al borde de la muerte.

Mientras tanto, Pedro Pizarro cumplía con su guardia en un amplio andén, impidiendo que los indígenas avanzaran, acompañado por dos compañeros desde la mañana hasta el mediodía, según el protocolo establecido. Al descansar y alimentar a su caballo, Hernán Ponce de León, su capitán, se acercó a él cerca de su alojamiento. Le pidió que se detuviera a comer y enviara su caballo a descansar, tomando prestado el de Alonso de Mesa, quien estaba indispuesto ese día, para que Pizarro continuara con la guardia hasta la noche, ya que no tenía a quién enviar. Pizarro accedió, tomó algunos bocados y el caballo de Alonso de Mesa, y regresó al largo andén donde se encontraban Francisco Maldonado, Juan Clemente y Francisco de la Puente. Al verlo regresar, Maldonado le preguntó por qué volvía, y al enterarse de la situación, le sugirió que se quedara allí con sus dos compañeros, que habían reemplazado a otros dos, mientras él se encargaba de repartir las guardias de la noche y se disponía a comer.

Este Maldonado fue el mismo que Gonzalo Picarro envió como mensajero a Su Majestad cuando estaba en alzamiento. En medio de estas conversaciones sobre la partida de Maldonado, los indígenas de guerra se acercaron mucho a ellos. Maldonado y los demás se lanzaron al ataque antes de que Pedro Pizarro descendiera de un andén donde estaba hablando con ellos. Sin percatarse de unos grandes hoyos adelante que estaban tapados, Maldonado cayó en uno de ellos con su caballo. Pedro Pizarro se lanzó hacia adelante por unas sendas que los indios dejaban entre hoyo y hoyo, resistiendo y apartando a los indios. Gracias a esto, Maldonado logró salir del hoyo, aunque tanto él como su caballo quedaron heridos, y se dirigió hacia el Cusco.

Mientras tanto, los otros compañeros quedaron atrás y los indios se acercaban peligrosamente, haciendo gestos provocativos. En ese momento, Pedro Pizarro dijo a los dos compañeros: "Ataquemos a estos indios y alcancemos a algunos, ya que los hoyos quedan atrás", sin darse cuenta de unos pequeños hoyos al final del andén, apenas lo suficientemente grandes para que los pies o las manos de los caballos cayeran. Colocando las piernas para protegerse de los indios, los tres se lanzaron al ataque, pero los dos compañeros regresaron al puesto desde la mitad del andén. Pedro Pizarro siguió adelante, luchando contra los indios hasta llegar al final del andén. Al intentar dar la vuelta, el caballo cayó en los hoyos mencionados, arrojando a Pedro Pizarro.

Entonces, al ver caído a Pedro Pizarro, los indios de guerra se abalanzaron sobre él. Uno de ellos tomó las riendas del caballo y comenzó a llevárselo. Pero Pedro Pizarro, levantándose rápidamente, empuñó su espada y con su adarga en el brazo, atacó al indio que llevaba al caballo, dándole una estocada mortal en el pecho que lo derribó sin vida.

Con el caballo ahora suelto y los indios lanzando muchas piedras, el animal comenzó a huir hacia el lugar donde se encontraban los otros dos compañeros. Mientras tanto, los indios cercaban a Pedro Pizarro con sus hondas, lanzándole piedras y lanzas. Pedro Pizarro se defendía con su adarga y espada, repeliendo los ataques de los indios y causando heridas e incluso muertes en su contra.

Al ver a Pedro Pizarro sin su caballo, los dos compañeros corrieron en su ayuda. Abriéndose paso entre los numerosos indios que lo rodeaban, llegaron hasta donde él estaba peleando. Entre los dos caballos, lo tomaron en medio y le pidieron que se aferrara a los estribos. Así, lo sacaron a pie entre los caballos, pero la multitud de indios que los rodeaba era tan grande que no podían avanzar fácilmente.

Pedro Pizarro, exhausto por la intensa pelea y el cansancio, ya no podía correr. Les pidió a sus compañeros que se detuvieran, sintiéndose ahogado, pero expresó su preferencia por morir luchando que rendirse. Entonces, se detuvo y volvió a enfrentarse a los indios, mientras los compañeros a caballo intentaban hacer lo mismo sin poder apartarlos, dada la ferocidad del enfrentamiento.

Los indios, creyendo que habían capturado a Pedro Pizarro, lanzaron un grito estruendoso en todas direcciones, como solían hacer cuando lograban capturar a un español o a un caballo.

Entonces, al escuchar el estruendo, Graviel de Rojas, quien estaba recorriendo su cuartel con diez hombres a caballo, se dirigió hacia el lugar del tumulto con su grupo. Su llegada proporcionó el tan necesario socorro a Pedro Pizarro y a los demás, quienes estaban siendo fuertemente atacados con lanzas y piedras. Si no hubiera estado bien armado, Pedro Pizarro habría sido asesinado sin duda. Fue la intervención de Nuestro Señor Dios y el aumento de sus fuerzas lo que le permitieron resistir y continuar la lucha.

Otro soldado, Garcí Martín, recibió una pedrada en un ojo que se lo dejó gravemente herido. Cristóbal de Cisneros fue desmontado de su caballo por los indios, quedando inconsciente en el suelo. Logramos socorrerlo, pero los indios mutilaron las manos y los pies del caballo. Juan Vázquez de Osuna, un buen soldado, lo rescató llevándolo a su propio caballo, ya que Cisneros no podía subir por sí mismo.

Un hombre llamado Mangio Serra, mientras subía por un andén empinado, perdió el equilibrio y cayó de su caballo. Los indios aprovecharon la oportunidad para capturarlo, mutilándole también las manos y los pies, como solían hacer con todos los caballos que capturaban en combate.

Pasado algún tiempo desde los incidentes mencionados y con los indios alejándose del Cusco para regresar a sus tierras y sembrar, ya que se acercaba la temporada, apareció un grupo de indios sobre una sierra llamada Carmenga. Algunos de nosotros salimos a recoger leña y nos arrojaron un costal que contenía cabezas humanas secas y numerosas cartas. Uno de nuestros indios recogió el costal, pensando que contenía otra cosa, pero al abrirlo descubrimos lo que contenía, junto con un jubileo que se dirigía hacia la región y noticias sobre la toma de La Goleta y Túnez.

Este acto fue llevado a cabo por orden del Inca, siguiendo el consejo de un español que estaba preso. Este español le dijo al Inca que nos afectaría ver las cabezas de los muertos, por lo que decidió enviar el costal junto con el jubileo y las noticias.

Durante este levantamiento del Inca, se estima que más de trescientos españoles perdieron la vida en los caminos y pueblos, incluyendo a algunos capitanes que el Marqués enviaba como refuerzo al Cusco con escasa tropa, como fue el caso en Jauja, donde murieron el capitán Alonso de Gaete y Diego Picarro junto con la gente que los acompañaba. Además, varios grupos de personas que viajaban solas fueron asesinados, de diez en diez o de seis en seis. En este mismo trayecto, capturaron a un español llamado Francisco Martín, que estaba con ellos en ese momento.

En el Cusco ocurrió un milagro durante la furia del cerco, que dejó a muchos indios atónitos. Ellos tenían la intención de incendiar nuestra iglesia, argumentando que si lo lograban, nos matarían a todos. En medio de esto, una piedra o flecha incendiaria impactó en la iglesia, que estaba construida con paja, y comenzó a arder. Sin embargo, de forma inexplicable, el fuego se extinguió por sí solo, sin que nadie lo apagara. Muchos de nosotros fuimos testigos de este hecho, que coincidió con el debilitamiento de los indios y la escasez de alimentos, tras cuatro meses de asedio y enfrentamientos.

Debido a esto, los indios comenzaron a abandonar el cerco y regresar a sus tierras, a pesar de las órdenes de sus capitanes, ya que tenían que preparar sus campos para la siembra. Posteriormente, supimos que un capitán llamado Huallpa Roca, que había estado en la fortaleza y había salido con la guarnición, junto con parte de las fuerzas que estaban sitiando el Cusco, se unió a Manco Inca y marchó hacia la ciudad de los Reyes (Lima), con la intención de eliminar a los españoles que estaban allí con el Marqués don Francisco Pizarro. Manco Inca pensaba que si lograban matar a los españoles en Lima, los que estábamos en el Cusco nos rendiríamos por hambre y dificultades. Se dice que pusieron cerco a Lima y estuvieron algunos días, pero al ser una región de tierras bajas y poco saludables para los serranos, se retiraron después de poco tiempo al ver que no podían vencer a los españoles.

Desde que comenzaron a sitiar la fortaleza hasta que finalmente la ganamos, habría pasado aproximadamente un mes, más o menos. Durante este tiempo, enfrentamos las mayores tormentas y peligros. Cuando los indios nos atacaron desde todas partes y comenzaron a prender fuego, dos españoles se escondieron entre la paja que quitábamos de los refugios para evitar ser quemados. Estos españoles se ocultaron, creyendo que los indios nos habían vencido. Hernando Pizarro castigó a uno de ellos, y al otro intentó ahorcarlo, pero finalmente, tras ser suplicado, decidió perdonarlo.

Otros españoles decidieron huir hacia los indios. Uno de ellos fue llevado ante Manco Inca, quien estaba en Tambo en ese momento. A él y a Francisco Martín, que estaba bajo la custodia del Inca, se les mantuvo bajo vigilancia, pero no fueron ejecutados. Se creía que Francisco Martín decía la verdad en sus declaraciones y respuestas.

Desde que tomamos la fortaleza hasta que los indios levantaron el cerco, habrían pasado alrededor de cuatro meses, como ya he mencionado. Durante este tiempo, grupos de indios iban y venían, observando desde las alturas de los cerros. Mantuvieron esta vigilancia durante algún tiempo, mientras los orejones y otros guerreros permanecían en Tambo con el líder fortificado, esperando a que los indios terminaran de sembrar y cambiara el gobierno. Decían que volverían en verano para sitiar nuevamente el Cusco.

Este Tambo se encuentra a unas cuatro leguas del Cusco, en dirección a los Andes, cerca de Yucay. Lo menciono porque hay otro Tambo en Condesuyo, del cual eran naturales los señores y reyes de este reino, según afirmaban, aunque había otra opinión entre algunos que provenían de Titicaca, como ya he mencionado.

Entonces, en esta situación, Hernando Pizarro decidió enviar a quince hombres a caballo a Lima, con la misión de partir secretamente desde una provincia llamada los Canches durante la noche. Su objetivo era informar al Marqués don Francisco Pizarro de nuestra situación y solicitar ayuda. Sin embargo, se comprendió que enviar a estos quince hombres, que eran algunos de los mejores y más valientes jinetes de guerra que teníamos, representaba un riesgo. Por un lado, su ausencia debilitaría nuestras fuerzas en la guerra. Por otro lado, si los indios los capturaban, podrían intensificar sus ataques contra los que quedaban en el Cusco.

Así que, preparados y listos para partir, Don Alonso Enríquez de Guzmán y el Tesorero Alonso Riquelme, junto con otros líderes principales, se reunieron y presentaron una petición a Hernando Pizarro para que no enviara a los quince hombres. Argumentaron que si los enviaba, el Cusco estaría en peligro y la autoridad de Su Majestad sería desafiada, ya que estos hombres representaban lo mejor de nuestra fuerza. Por lo tanto, aquí están los nombres de aquellos que estaban preparados para partir: Juan de Pancorbo, Alonso de Mesa, Juan Valdivieso, Pedro Pizarro, Hernando de Aldana, Alonso de Toro, Juan Julio de Hojeda, Francisco de Cárdenas, Escacena, Miguel Cornejo, Francisco de Solar, Tomás Vázquez, Juan Román, Juan de Figueroa y Francisco Rodríguez de Villafuerte.

En retrospectiva, Don Alonso Enríquez, el Tesorero Riquelme y los demás que se opusieron a la salida de estos hombres tenían razón, ya que estos hombres eran de suma importancia para la guerra y la defensa del Cusco.

Tras escuchar la petición, Hernando Pizarro cambió de opinión, reconociendo la sabiduría de la solicitud. Por lo tanto, decidimos quedarnos y seguir sosteniendo la guerra durante algunos días más, hasta que finalmente los indios de guerra nos dejaron, como he mencionado anteriormente.

Sin embargo, mientras estábamos en esta situación, comenzamos a enfrentar escasez de alimentos, especialmente de carne. Entonces, Hernando Pizarro decidió enviar a Graviel de Rojas con sesenta hombres hacia Pomacanchi, una provincia ubicada hacia el Collao, a unas trece o catorce leguas del Cusco. La misión era buscar ganado y alimentos en la región de Canches y regresar rápidamente con lo que encontraran.

Preparados para la tarea, Rojas y los demás partieron. Estuvimos fuera durante unos treinta o veinticinco días, durante los cuales reunimos hasta dos mil cabezas de ganado. Regresamos al Cusco con nuestra preciada carga sin encontrar ningún impedimento en el camino. A lo lejos, los indios se congregaban en las alturas de las colinas, desde donde nos lanzaban gritos que no podíamos responder.

Después de regresar al Cusco y descansar unos días, nos prepararon nuevamente para acompañar a Hernán Ponce de León. Nos dirigimos a Condesuyo con el propósito de quemar algunos pueblos y castigar a la gente responsable de haber matado a los primeros cristianos en esa región. Se había llamado a Simón Juárez, quien tenía indios en la zona, junto con otros, prometiéndoles tributos si venían a ver sus pueblos. Sin embargo, esto resultó ser un engaño, y acabaron matando a diez españoles. Por tanto, nuestro objetivo era castigar esta acción y obtener algo de comida. Acompañamos al capitán mencionado y estuvimos allí durante algunos días, aunque no logramos encontrar a nadie a quien castigar. A pesar de ello, pudimos recolectar algo de comida antes de regresar.

Durante nuestra estancia en Condesuyo, el Inca convocó a una reunión de gente en Jaquijahuana y en Chinchero, que se encontraba a unas cuatro leguas del Cusco en dirección a donde él se encontraba. Hernando Pizarro se enteró de esto a través de algunos exploradores que enviaba constantemente al campo. Envió a su hermano, Gonzalo Pizarro, para que los atacara antes de que terminaran de reunirse y vinieran hacia el Cusco. Gonzalo Pizarro salió y logró sorprender a una parte de la gente que se dirigía hacia Chinchero, donde lograron alcanzar a algunos indios y desbaratarlos. Sin embargo, al enfrentarse al gran contingente de gente reunida en Jaquijahuana, fueron presionados de tal manera que tuvieron que retroceder hacia el Cusco. Los indios los perseguían, cansándolos tanto que llegaban a agarrar las colas de los caballos. Muy fatigados y en grave peligro, algunos yanaconas amigos llegaron huyendo para alertar a Hernando Pizarro sobre el gran peligro en el que se encontraba su hermano.

Al enterarse de la situación, Hernando Pizarro hizo repicar las campanas para convocar a la gente. Reunió a algunos hombres a caballo y salió con ellos para socorrer a su hermano y a los que estaban con él. A galope y trote, avanzó más de una legua fuera del Cusco, donde vio a los españoles en gran peligro, ya que los caballos apenas podían avanzar y los indios los rodeaban por todas partes. Hernando Pizarro y sus hombres llegaron al lugar y con su intervención, los indios se desconcertaron y dispersaron, liberando a los españoles que estaban en apuros. Con este rescate, los fatigados españoles recuperaron el ánimo y todos juntos regresaron al Cusco. Este fue un momento crítico en el que estuvimos al borde de perderlo todo.

Después del regreso de Hernán Ponce, nos tomamos un tiempo para descansar y prepararnos para atacar Tambo, donde el Inca había fortificado su posición. Dado que Tambo estaba cerca y reunía gente que enviaba de vez en cuando al Cusco y sus alrededores para molestar nuestros pastizales, nos organizamos para enfrentarlo.

Una vez listos, partimos hacia Tambo, dejando a Graviel de Rojas en el Cusco con la gente más débil. Al llegar, encontramos que Tambo estaba tan fortificado que daba miedo. Su ubicación estaba protegida por altos andenes de gran altura y robusta construcción. Solo tenía una entrada, situada junto a una sierra muy escarpada, y estaba llena de guerreros preparados para defenderla, con numerosas galgas dispuestas en lo alto para arrojar objetos sobre los españoles en caso de intentar entrar.

La puerta misma era imponente, con gruesos muros de piedra y barro, y solo un pequeño agujero por donde un indio podía entrar arrastrándose. Cerca del pueblo, el río Yucay se estrechaba en esa parte, formando un paso angosto y profundo, rodeado de altos y robustos andenes. Además, justo delante de Tambo, había un pequeño llano antes de la entrada fortificada, cercano al mencionado río.

Una vez cruzado el río y asegurado el llano frente a Tambo, intentamos avanzar hacia la entrada. Sin embargo, la defensa fue feroz; lanzaron tantas galgas, piedras y flechas que, incluso si hubiéramos sido muchos más españoles, habríamos sido aniquilados. Durante este enfrentamiento, perdimos un caballo y varios españoles resultaron heridos.

Ante nuestro asalto, los indios comenzaron a evacuar gente y pertenencias por una empinada y densa ladera que parecía más bien un hormiguero.

Después de intentar tomar el fuerte y el pueblo varias veces, nos vimos obligados a retirarnos ante la feroz resistencia de los indios. Permanecimos así durante todo el día, enfrentándonos a ellos hasta la puesta del sol, cuando sin previo aviso, nos arrojaron al río desde el llano donde estábamos, dejándonos en una situación aún más vulnerable.

Ante el engaño de los indios y la imposibilidad de capturar el pueblo, Hernando Pizarro ordenó la retirada. Con la llegada de la noche, dividió a la tropa, enviando a algunos a pie adelante, mientras él y otros se mantenían en el medio. A su hermano, Gonzalo Pizarro, junto con unos pocos a caballo, les encomendó quedarse en retaguardia. Así, nos retiramos, pero al cruzar el río, los indios nos atacaron con furia, utilizando hachas encendidas, y mataron a algunos de nuestros compañeros de servicio, a quienes no pudimos socorrer.

Estos indios, cuando están en posición de victoria, son como demonios enloquecidos, pero cuando huyen, se comportan como gallinas asustadas. En este caso, al ver nuestra retirada, continuaron persiguiéndonos con gran determinación.

Después de esa noche de retirada, nos refugiamos en un pueblo deshabitado llamado Maray, situado en lo alto de la colina que desciende hacia el valle de Yucay. Desde allí, todo el terreno era llano hasta la entrada del Cusco.

De vuelta en el Cusco, seguía siendo habitual enviar grupos de seis u ocho jinetes para explorar los alrededores. En una de estas salidas hacia Jaquijahuana para obtener información sobre los movimientos de los indios, Gonzalo Pizarro salió con seis hombres a caballo, entre ellos Pedro Pizarro, Alonso de Toro, Diego de Narváez, Beltrán del Conde, Francisco de Cárdenas y Juan López. Mientras patrullaban, presenciaron cómo un gran grupo de indios de guerra cruzaba un llano cerca de Allaxa, antes de llegar a Jaquijahuana.

Al verlos en el llano, montaron a caballo y los alcanzaron justo cuando empezaban a subir una colina donde se encontraba un pueblo llamado Circa. Aprovechando la ladera por donde ascendían, los hicieron retroceder al llano. De los mil indios que se estima que eran, solo unos pocos lograron escapar, mientras que muchos fueron muertos o capturados y llevados de vuelta al Cusco. Una vez allí, Hernando Pizarro ordenó que les cortaran las manos derechas a todos los indios capturados, y después de amputadas, los dejaron en libertad. Esta acción, según los indios, infundió un gran temor en la población local, lo que los disuadió de aventurarse en los llanos.

Hernando Pizarro, ante la escasez de maíz, instruyó a su hermano Gonzalo Pizarro para que se dirigiera a Jaquijahuana con treinta hombres a caballo. Su tarea era proteger a los indios amigos que iban al Cusco en busca de comida, ya que en Jaquijahuana había una gran cantidad de maíz. Se estableció un sistema en el que seis jinetes partían de Jaquijahuana hacia el Cusco cada día, protegiendo a los indios que llevaban la comida. De manera simultánea, otros seis jinetes partían del Cusco hacia Jaquijahuana, recorriendo dos leguas, hasta que ambos grupos se encontraban. Permanecían juntos hasta el atardecer, momento en el que regresaban cada uno a su punto de partida. Este procedimiento se implementó para garantizar la seguridad de los indios aliados que viajaban en busca de comida.

Un día, mientras estábamos de guardia, salimos seis hombres, incluyendo a Pedro de Hinojosa (quien luego sería General en esta tierra), Lucas Martínez, Miguel Cornejo, Juan Flores, Pedro Pizarro y Francisco de Cárdenas. Estábamos vigilando junto a una quebrada (donde Hernando Machicao construyó un molino más tarde). Cuando nos disponíamos a partir en parejas, Miguel Cornejo y Pedro Pizarro quedaron rezagados. Mientras caminábamos, escuchamos a los indios amigos gritar "aucas, aucas", que en su lengua significa indios de guerra. Todos nos giramos para ver qué sucedía y vimos a la gente de guerra oculta entre dos cerros, avanzando por la quebrada. Como no vimos nada inusual, pensamos que nuestros amigos estaban jugando entre ellos. Continuamos avanzando lentamente, pero apenas habíamos recorrido diez pasos cuando escuchamos a los indios de guerra atacando a nuestros amigos con porras, golpeándolos en la cabeza y matándolos. Rápidamente, corrimos hacia ellos, pero solo pudimos capturar a dos o tres indios: Miguel Cornejo mató a uno, Pedro Pizarro a otro, y Pedro de Hinojosa mató a otro que quedó atrapado. El resto de los indios huyó hacia las colinas cercanas, fuera de nuestro alcance. Con eso, regresamos al Cusco.

Durante el aprieto inicial del cerco, siempre estábamos alerta, todas las noches, y el poco tiempo que descansábamos lo hacíamos armados, con los caballos ensillados y atados, porque el ruido que hacían los indios era tan intenso que, a menos que estuviéramos extremadamente cansados, no podíamos conciliar el sueño. Además, mientras los indios estuvieran cerca, montábamos guardia todas las noches en nuestros cuarteles, y después de que se retiraban, solo podíamos permitirnos dormir con cierta tranquilidad una noche sí y otra no. Este patrón persistió durante unos seis meses, hasta que Almagro regresó de Chile, como contaré más adelante.

Ahora voy a hablar sobre el Marqués don Francisco Pizarro y sus hermanos, así como de don Diego de Almagro y algunas de sus características. También mencionaré a algunos conquistadores cuyos nombres recuerdo, junto con las tierras que conquistaron.

El Marqués don Francisco Pizarro era hijo de Gonzalo Pizarro, conocido como el Tuerto, quien fue capitán de hombres de armas de Navarra y natural de Trujillo. Era un hombre de gran rectitud y fiel al servicio de Su Majestad. Alto, de constitución delgada, con un rostro digno y una barba escasa, era valiente y decidido en su accionar, además de ser una persona de gran sinceridad. Tenía la costumbre de decir "no" cuando se le pedía algo, argumentando que lo hacía para no faltar a su palabra. Sin embargo, a pesar de sus negativas, solía cumplir con lo solicitado si no había ningún inconveniente.

Recuerdo una mañana en la que un conquistador esperaba afuera de la posada del Marqués don Francisco Pizarro para solicitarle algunos indios de Huaytará (indios que luego pertenecerían a Francisco de Cárdenas, vecino de Huamanga). El Marqués tenía la costumbre de levantarse una hora antes del amanecer, o a más tardar, al amanecer.

Mientras este conquistador, cuyo nombre no recuerdo, lo aguardaba, el Marqués salió de su posada en Jauja para dirigirse a la de su secretario, Pero Sancho. Cuando este hombre se le acercó y le pidió comida, el Marqués le respondió: "No quiero. ¿No escuchaste el pregón que se hizo? ¿Por qué no te sentaste entonces?". El hombre explicó: "Señor, quería partir hacia Castilla y por eso no me senté; pero ahora he vuelto". Sin embargo, el Marqués insistió en su negativa, diciendo que no tenía nada que darle.

El hombre persistió, pidiéndole que le diera algunos indios de Huaytará. El Marqués repitió su negativa. Mientras caminaban hacia la posada de su secretario, el Marqués volvió sobre sus pasos y preguntó al hombre qué necesitaba. El hombre respondió que los indios de Huaytará aún no habían sido entregados. Entonces el Marqués ordenó: "Tómalos y ve a hacer el depósito".

Quería mencionar esto para resaltar su generosidad y disposición a ayudar.

Don Diego de Almagro, por el contrario, solía decir "sí" a todos, pero cumplía con pocos. Nunca se le encontró con deudas, aunque afirmaba ser de Almagro. Era un hombre de comportamiento poco refinado, con una lengua afilada que trataba mal a aquellos que lo acompañaban cuando se enojaba, incluso si eran caballeros. Debido a esto, el Marqués nunca confiaba en él para liderar grupos, ya que sus compañeros lo seguían con desgana. A pesar de su estatura baja, era valiente en la guerra y generoso en el gasto, aunque rara vez otorgaba favores, y cuando lo hacía, eran de naturaleza mundana y no siempre a quienes se lo merecían.

El Marqués tenía tres hermanos: Hernando Pizarro, Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro. Hernando era de buen porte, valiente, inteligente y animoso, aunque un poco torpe en la equitación. Juan era valiente, animoso, noble, generoso y accesible. Gonzalo era valiente, aunque poco instruido, tenía un rostro agradable y una barba bien cuidada; era compacto y no muy alto, pero muy hábil a caballo y un buen hombre en general.

Hernando de Soto era de baja estatura, pero hábil en la guerra contra los indios, valiente y amigable con sus soldados. Se dice que era natural de Badajoz. Fue el mismo Soto que se aventuró hacia la Florida como gobernador.

Graviel de Rosas se destacaba por su cautela en la guerra y tenía una apariencia respetable. Se decía que era uno de los buenos de la familia Rosas.

Hernán Ponce de León era un hombre bien preparado, cauteloso y no especialmente hábil a caballo. Se consideraba a sí mismo como un hidalgo y era un soldado competente y bien informado.

Juan de Pancorbo, residente del Cusco y natural de Pancorbo, era conocido por su valentía. Alonso de Mesa, también del Cusco y originario de Toledo, destacaba como un soldado competente. Juan Valdivieso, oriundo de Toro y también residente del Cusco, era apreciado por su destreza en la guerra y se le consideraba un hidalgo.

Pedro Pizarro, de los destacados Pizarro de Extremadura, nacido en Toledo, se unió al Marqués don Francisco Pizarro como paje a los quince años y demostró su valía en la guerra desde los dieciocho. Residió en Jauja, luego en el Cusco, y actualmente en Arequipa.

Hernando de Aldana, de Toledo y residente del Cusco, se destacó como un valiente en la guerra y se consideraba a sí mismo un hidalgo. Alonso de Toro, de Trujillo y también del Cusco, mostró habilidades en la guerra. Juan Julio de Hojeda, residente del Cusco, se consideraba hidalgo y era respetado por su valentía en la guerra.

Francisco de Cárdenas, de Huamanga, era hábil tanto a caballo como en la guerra. Francisco de Castenda, conocido por sus habilidades en la guerra, era de la región del Condado y tenía indios a su cargo. Miguel Cornejo, de Salamanca, demostró su destreza tanto a caballo como en combate, residiendo en el Cusco y luego en Arequipa.

Francisco de Solar, residente del Cusco, se destacó en la guerra y a caballo. Tomás Vázquez, del Condado y residente del Cusco, era hábil tanto a caballo como en combate. Juan Román, residente del Cusco, demostró su valía en la guerra. Juan de Figueroa, también residente del Cusco, destacó en la guerra y a caballo. Francisco Rodríguez de Villafuerte, residente del Cusco y después de Arequipa, fue hábil tanto a caballo como en la guerra.

Podría mencionar muchos otros, pero para no extenderme demasiado, he hablado de estos porque destacaron como hombres excepcionales en la guerra, especialmente en un momento tan peligroso como el viaje desde el Cusco hasta Lima, cuando la tierra estaba en revuelta y los caminos eran peligrosos.

En el cerco del Cusco, había setenta hombres destacados en la guerra, según el refrán que decía Hernando Pizarro, que con ellos se atrevería a enfrentarse a tres veces su número. De estos, se seleccionaron los quince que mencioné, y de estos quince, hoy en día, solo tres están vivos: Pedro Pizarro, residente de Arequipa, Juan de Pancorbo y Alonso de Mesa, ambos del Cusco.

Voy a retomar el relato sobre la guerra. Mientras estábamos en el Cusco, como mencioné anteriormente, salíamos cada semana seis hombres a caballo para patrullar el campo y averiguar si venía refuerzo desde Lima. En una ocasión, Gonzalo Pizarro salió con seis hombres a caballo y capturó a dos indios. A través de ellos, recibimos noticias de que don Diego de Almagro venía desde Chile con toda la gente que había llevado, lo cual no debería haber hecho, ya que su regreso desencadenó conflictos en este reino y fue el inicio de las batallas que se libraron aquí. Esto provocó la llegada de muchos pretendientes con pocos méritos, quienes se disputaron lo mejor de la tierra, dejando a los desafortunados conquistadores con lo peor y más arruinado, como explicaré más adelante junto con las causas.

También nos enteramos, a través de estos indios, de que en Jauja había un capitán con tropas, que más tarde descubrimos que era Alonso de Alvarado. Había salido de Lima para socorrer el Cusco, pero debido a las influencias de Antonio Picado, el secretario que lo nombró capitán en lugar de Pedro de Lerma, quien originalmente había sido designado para liderar la expedición, Alvarado prometió no abandonar Jauja sin dejar a Picado los indios pacíficos yauyos que este tenía en encomienda. Sin embargo, Alvarado no comprendía que hasta que la rebelión liderada por Mango Inca no fuera sofocada, era imposible garantizar la paz en ninguna provincia.

Alvarado permaneció en Jauja con este propósito durante cuatro o cinco meses, lo que permitió que Almagro entrara en el Cusco antes que él. Si Alvarado hubiera llegado primero y hubiera encontrado a Hernando Pizarro con una fuerza española considerable, como hubiera ocurrido si Alvarado hubiera llegado antes, Almagro no se habría atrevido a hacer lo que hizo cuando llegó al Cusco. Esto habría evitado su muerte y habría impedido que se desencadenaran tantas batallas y desgracias en la tierra como las que siguieron.

 

Capítulo 21. El regreso de don Diego de Almagro desde Chile, su llegada a Urcos, y la captura de Hernando Pizarro, y lo ocurrido entre Hernando Pizarro y don Diego de Almagro.

Recibimos pronto noticias de que Almagro y su gente habían llegado a Urcos, a seis leguas del Cusco. Se iniciaron conversaciones a través de mensajeros indígenas con Manco Inca, quien era su aliado, como ya he mencionado anteriormente, gracias a los dos hermanos que a petición suya habían dicho que mataron a Hernando Pizarro antes de que partiera hacia Chile.

Entonces, Almagro envió a un hombre llamado Ruy Díaz como mensajero a Manco Inca, rogándole que se uniera a ellos en paz, dado que eran amigos. Cuando Ruy Díaz llegó ante Mango Inca, fue recibido con cordialidad. Durante dos días, Mango Inca lo mantuvo a su lado, haciéndole preguntas sobre Almagro, su gente y otros asuntos. Al tercer día, según relataba Ruy Díaz, Manco Inca le planteó una pregunta intrigante: "Dime, Ruy Díaz, si yo entregara al rey un tesoro muy grande, ¿expulsaría a todos los españoles de este reino?". Ruy Díaz le respondió: "¿Qué tanto estarías dispuesto a dar, Inca?". Mango Inca entonces ordenó traer una hanega de maíz y la hizo esparcir en el suelo. De ese montón, tomó un solo grano y dijo: "Todo el oro y la plata que los españoles han encontrado equivale a este grano. En comparación, lo que aún no han encontrado es más grande que toda esta hanega de maíz".

El maíz es un alimento fundamental para los nativos de estas tierras. Los habitantes de las regiones bajas, principalmente, lo cocinan, mientras que los de las regiones montañosas lo tuestan o lo cocinan poco, lo que causa cierta confusión en España, donde se consume principalmente en forma de harina de trigo.

Ruy Díaz le dijo a Manco Inca: "Aunque entregues al rey todos los cerros de oro y plata, no expulsará a los españoles de esta tierra". Al escuchar esto, Mango Inca respondió: "Ve y dile a Almagro que vaya donde quiera, porque yo estoy dispuesto a morir, junto con toda mi gente, para defender a los cristianos".

Después de salir de Tambo, Ruy Díaz se encontró con Almagro a media legua de distancia, quien iba a encontrarse con el Inca según lo acordado. Cuando Almagro llegó a Yucay, fue emboscado por un gran contingente militar, pero logró escapar y reunirse con sus hombres en Urcos. Desde allí, regresaron al Cusco, mientras que la fuerza que Almagro dejó en Urcos fortificó las defensas en las colinas y en la entrada del pueblo.

Una vez enterado Hernando Pizarro de la llegada de Almagro a Urcos, sin entender los acuerdos que este tenía con el Inca ni haber ido a encontrarse con él en Yucay desde Urcos, quedó en un estado de desconcierto. Durante las negociaciones entre el Inca y Almagro, que resultaron ser engañosas por parte del primero, ya que buscaba aprovechar la división entre los españoles para atacarlos por sorpresa, los indígenas se mantenían en paz con Almagro y su grupo. Esto permitió a Hernando Pizarro seguir el camino que había elegido, ya que de haber estado en guerra, habría sido imposible avanzar sin ser emboscado y aniquilado por completo.

Entonces, Hernando Pizarro ordenó que toda la gente que lo acompañaba se preparara para dirigirse a Urcos y verificar si la noticia sobre la llegada de Almagro era cierta, así como para entender la razón por la cual se habían detenido allí en lugar de dirigirse directamente al Cusco.

Una vez que llegamos a un llano antes de la entrada a Urcos, después de algunos enfrentamientos con los indígenas que estaban en guerra en el camino, algunos hombres de Almagro salieron cautelosos y listos para la batalla para hablar con Hernando Pizarro. Ellos le informaron que Almagro no estaba en Urcos, ya que se había ido a encontrarse con el Inca. Fue entonces cuando Hernando Pizarro comprendió la verdadera intención de Almagro, que era tomar el Cusco por la fuerza, rompiendo así el juramento que había hecho con su compañero, el Marqués. A pesar de que Almagro tenía la oportunidad de establecerse en los Charcas, Arequipa e incluso en Chile, no lo hizo, alegando que no quería disminuir sus fuerzas. Sin embargo, ahora se entendía que su verdadero propósito era regresar con más poder para tomar el Cusco, tal como finalmente hizo.

Hernando Pizarro, junto con los tres que lo acompañaban, decidió regresar al Cusco sin detenerse, preocupado de que don Diego de Almagro, desde Yucay, llegara al Cusco antes que ellos.

Al llegar al Cusco, descubrieron que Almagro aún no había salido de Yucay. Al día siguiente, por la mañana, se reunieron sobre el Cusco los que habían quedado en Urcos y los que habían ido con Almagro. Hernando Pizarro podría haber desbaratado a los españoles que se habían quedado en Urcos si hubiera querido, pero confiaba en que Almagro respetaría el juramento que había hecho con su compañero, el Marqués don Francisco Pizarro. Además, para evitar problemas con Su Majestad, decidió no intervenir, aunque estaba consciente de las malas intenciones de Almagro.

Después de reunir a su gente, don Diego de Almagro estableció su campamento en unos andenes cerca del Cusco, donde ahora se encuentra el monasterio del bienaventurado San Francisco. Antes de su llegada, y mientras estaba en ese lugar, Hernando Pizarro envió a hablar con él para sugerirle que se estableciera en la mitad del Cusco, mientras que él y su gente ocuparían la otra mitad. Además, propuso enviar un mensajero al Marqués don Francisco Pizarro para informarle sobre la llegada de Almagro y coordinar el estado y la ubicación de él y su gente. Sin embargo, Almagro rechazó esta propuesta y exigió que Hernando Pizarro le entregara el Cusco libremente. A pesar de los numerosos mensajes y negociaciones por parte de Hernando Pizarro, quedó claro que Almagro no estaba dispuesto a llegar a ningún acuerdo que no implicara la entrega total del Cusco. Hernando Pizarro comprendió que no podía interferir en la determinación y la voluntad de Almagro.

Mientras estaban en estas negociaciones, acordaron una tregua para organizar lo mencionado anteriormente. Sin embargo, durante el período de tregua, y antes de que expirara el tiempo acordado, don Diego de Almagro, en una noche, al son del tambor y el pífano, irrumpió en el Cusco desde tres direcciones diferentes. Tomaron la ciudad sin encontrar resistencia y, una vez dentro de la plaza, don Diego de Almagro y sus hombres principales se dirigieron hacia la casa donde vivía Hernando Pizarro con la intención de arrestarlo. Hernando Pizarro se encontraba en un granero con algunos amigos cuando esto sucedió.

Entiendo, un "galpón" es un espacio amplio y largo, con una entrada en un extremo llamada "culata", desde donde se puede ver todo lo que hay dentro, ya que la entrada es tan ancha como la distancia entre las paredes y llega hasta el techo, dejando toda el área abierta. Estos galpones solían ser utilizados por los indígenas para celebrar sus festividades y ceremonias. Algunos de estos galpones tenían las entradas cerradas y muchas puertas en el centro, todas orientadas hacia un lado. Eran espacios muy amplios y sin obstáculos, completamente abiertos y claros.

Entonces, mientras Hernando Pizarro se encontraba en este galpón, en medio de las casas donde vivía, escuchó el ruido de la entrada que hizo Almagro en el Cusco con su gente. Hernando Pizarro y los hombres armados que estaban con él salieron y se colocaron en la puerta del galpón. Cuando Almagro y su gente intentaron arrestarlo, se desencadenó una feroz pelea que duró mucho tiempo. A pesar de que los hombres que estaban con Hernando Pizarro eran pocos en número, lograron resistir y no les permitieron entrar. Hernando Pizarro contaba con unos veinte hombres, mientras que Almagro tenía más de trescientos. La falta de apoyo de Hernán Ponce de León, Gabriel de Rosas y otros conspiradores debilitó la posición de Hernando Pizarro y sus amigos. Además, debido a las treguas que habían acordado, Hernando Pizarro creyó que estarían a salvo. Esta combinación de factores permitió que Almagro entrara en el Cusco sin enfrentar una resistencia más feroz, lo que podría haber resultado en una gran pérdida de vidas.

Mientras Hernando Pizarro seguía luchando en la puerta del galpón, Almagro, al ver que Hernando Pizarro no mostraba señales de rendición, ordenó que se prendiera fuego al galpón donde se encontraba. Este galpón, construido de paja, comenzó a arder y se desmoronaba gradualmente bajo el peso del fuego. A pesar de la situación desesperada, Hernando Pizarro se negaba a rendirse, incluso cuando algunos de los suyos resultaron heridos por las saetas disparadas por la gente de Almagro. Sin embargo, cuando el fuego amenazaba con caer sobre él, y después de que le advirtieran sobre las graves consecuencias si continuaba resistiéndose, Hernando Pizarro finalmente se entregó a la prisión.

Almagro entregó a Hernando Pizarro a uno de sus capitanes, llamado Rodrigo Orgóñez, junto con algunos de sus amigos en quienes más confiaba. Lo llevaron a las "casas del sol", que eran más sólidas y mejor defendidas, donde lo retuvieron durante algunos días. Luego, prepararon un cubo en Caxana, unas casas que pertenecían al Marqués don Francisco Pizarro y donde Hernando Pizarro estaba cuando lo capturaron. Reforzaron este cubo, cerrando ventanas y puertas, dejando solo un pequeño postigo por donde pudiera pasar un hombre. Una vez preparado, lo metieron dentro y tapiaron el cubo. Estas casas tenían dos cubos, uno en cada esquina de la cuadra. Estaban construidos con piedra labrada y eran muy sólidos, con forma redonda y cubiertos con una paja colocada de manera peculiar, de modo que el alero de la paja sobresalía de la pared, proporcionando refugio a los jinetes que rondaban cuando llovía. Estas casas pertenecían a Guaina Capa. Los indígenas de guerra quemaron estos cubos con flechas y piedras encendidas cuando sitiaron la ciudad. La paja era tan densa que tardó varios días en quemarse completamente. Habían reforzado estos cubos con tierra y madera gruesa en la parte superior, como almenas. Hernando Pizarro estaba encerrado en uno de estos cubos.

 

Capítulo 22: Los Sucesos Después de la Captura de Hernando Pizarro por los Seguidores de Diego de Almagro

Al día siguiente de la captura de Hernando Pizarro, los partidarios de Almagro mostraron una actitud desconcertante. No nos reconocían como aliados, a nosotros, los que estábamos bajo el mando de Hernando Pizarro, sirviendo lealmente a Su Majestad en la defensa del Cusco contra los nativos. Don Diego de Almagro y sus capitanes ordenaron desarmar a aquellos sospechosos de simpatizar con nosotros y con Hernando Pizarro, así como confiscar sus caballos. Entre los detenidos se encontraban amigos y familiares cercanos de Hernando Pizarro, como su hermano Gonzalo Pizarro, Pedro Pizarro, Alonso de Toro, Francisco de Solar, Francisco de Cárdenas, Gaspar Jara, y otros más. Estos individuos fueron mantenidos bajo custodia durante varios días, a veces liberándolos temporalmente y otras volviendo a arrestarlos, a excepción de Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, quienes permanecieron detenidos hasta más adelante, como se explicará más adelante.

Así pues, mientras tanto, Alonso de Alvarado llegó a Cochacaxa y al río de Abancay, ubicados a unas veinte leguas aproximadamente al sur del Cusco. Este río de Abancay, como se mencionó anteriormente, es imposible de cruzar durante el invierno y en verano requiere un gran esfuerzo. Al enterarse aquí Alonso de Alvarado de la entrada de don Diego de Almagro en el Cusco y de la captura de Hernando Pizarro, decidió detenerse en este lugar de Cochacaxa, que se encuentra en un cerro elevado, donde hay una pequeña llanura. En esta llanura se forma también una pequeña laguna, lo que le da el nombre a este lugar de Cochacaxa. Desde este cerro y la laguna, desciende una corriente de agua hasta el río de Abancay, que está a casi una legua de distancia.

Después de enterarse de lo ocurrido en el Cusco, Alonso de Alvarado, dejando el campamento y la gente en Cochacaxa, descendió hacia el puente de Abancay sobre el río. Aquí estableció puestos de avanzada tanto en el paso del vado como en el puente mismo. Él y sus hombres se mantuvieron vigilantes en estos puntos estratégicos, mientras enviaba a cincuenta jinetes a caballo para informar al Marqués don Francisco Pizarro sobre la situación y su posición actual. Les ordenó que se dirigieran hacia los Llanos por La Nazca, un camino seguro que atravesaba terreno llano y escasamente poblado, asegurando así un viaje sin contratiempos.

Así que, como mencioné anteriormente, Picado transfirió las tropas de Pedro de Lerma a Alonso de Alvarado, ya que Picado, como secretario, tenía una influencia considerable sobre el Marqués y se hacía cumplir su voluntad. Esta situación causó muchos problemas en la región, como explicaré más adelante. Debido a estos eventos, Pedro de Lerma se sentía agraviado en su interior por haber sido destituido de su cargo de general y verlo entregado a Alonso de Alvarado. Tenía muchos partidarios en el campamento y entre las figuras prominentes.

Viendo la oportunidad de vengarse de la afrenta sufrida, Lerma conspiró con sus aliados para escribir a Almagro, instándolo a atacarlos. Le aseguraron que le proporcionarían las tropas que acompañaban a Alonso de Alvarado y lo entregarían prisionero. Aunque Almagro había recibido noticias sobre la llegada de Alonso de Alvarado, no se había atrevido a enfrentarlo. Parecía que Alvarado tenía una fuerza considerable y Almagro no quería enfrentarse a él en un terreno tan desfavorable.

Sin embargo, cuando Almagro se enteró de la discordia en el campamento de Alvarado y del plan de Lerma, decidió actuar. Reunió a sus partidarios, confiscó los caballos y armas de aquellos que no le eran leales, incluidos los mencionados anteriormente, y los encarceló, dejando a Gabriel de Rosas como su lugarteniente. Luego, partió con todo su ejército y algunos de los que estaban en el Cusco y simpatizaban con su causa. Dejó una guarnición para custodiar a los prisioneros y se dirigió hacia Abancay, informando a Pedro de Lerma y sus seguidores sobre su marcha y prometiéndoles grandes recompensas.

Después de enterarse de la partida de Almagro, Pedro de Lerma y sus aliados fingieron lealtad al Marqués, procurando ser ubicados en el vado para destacarse en su servicio. Una vez logrado esto, informaron a Almagro de la situación, instándolo a atacar el puente mientras ellos atacaban el vado, asegurándole que encontraría el camino despejado. Almagro aceptó el plan y pasó el día luchando en el puente contra algunos arcabuceros y ballesteros. Durante la pelea, las fuerzas de Almagro mataron a tres hombres de Alvarado, incluyendo a un caballero llamado don Francisco.

Al caer la noche, Almagro hizo grandes fogatas frente al puente, simulando establecer su campamento allí y prepararse para un ataque frontal. Mientras dejaba a algunos hombres para simular ocupar el puente, el resto de sus fuerzas se retiraron secretamente hacia el vado. Una vez cruzado sin contratiempos, a pesar de la resistencia inicial de algunos desprevenidos, Almagro capturó a los hombres que custodiaban el puente y, sin darles cuartel, atacó a los que estaban en el campamento, hiriendo a varios y tomando prisionero a Alonso de Alvarado.

Luego avanzó hacia Cochacaxa, donde también capturó a la gente que estaba allí, quienes se quejaban de haber sido saqueados y despojados de sus pertenencias. Después de asegurar a sus prisioneros, Almagro regresó al Cusco con toda su tropa, algunos de forma voluntaria y otros a regañadientes, llevando consigo a Alonso de Alvarado bajo estricta custodia. Al llegar al Cusco, encarceló a Alonso de Alvarado junto con Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, manteniéndolos a los tres bajo vigilancia.

Esta fue la primera batalla y toma del Cusco en el Perú, marcada por saqueos y maltratos que muchos hoy en día lamentan. En esta batalla, se dice que varios fueron humillados, entre ellos Pedro de Lerma, quien golpeó a un tal Pedro de Samaniego en el campo. Posteriormente, Samaniego se vengó, matando a Lerma durante la batalla de las Salinas.

Después de estos acontecimientos, don Diego de Almagro decidió dirigirse hacia el Inca, quien se encontraba fortificado en Tambo y contaba con el apoyo de algunas tropas del Cusco, de Alonso de Alvarado y de las que Almagro había traído de Chile. Para esta empresa, nombró a Rodrigo Orgóñez como general y marcharon hacia Tambo.

Antes de atacar, enviaron un mensaje al Inca, ofreciéndole la paz si se rendía, pero advirtiéndole que de lo contrario, se enfrentaría a la guerra. Ante la perspectiva de la abrumadora cantidad de fuerzas que se aproximaban, el Inca decidió retirarse hacia los Andes.

Los Andes son unas montañas densamente pobladas, con altos bosques que reciben lluvias durante todo el año, en mayor o menor medida. En algunas partes de estas montañas, hay pequeñas comunidades indígenas, tan escasas que hasta ahora se han avistado menos de doscientos individuos. Estos indígenas se dedican principalmente al cultivo de una planta llamada coca, que es altamente valorada y apreciada entre ellos y utilizada tradicionalmente por sus líderes, como ya he mencionado anteriormente.

En la actualidad, muchos españoles han comenzado a cultivar esta planta, ya que su comercio puede generar ingresos significativos. Se estima que cada año se realizan transacciones por más de seiscientos millones de pesos en coca, lo que ha enriquecido a muchos. Sin embargo, es importante que este enriquecimiento no tenga repercusiones negativas en las almas de las personas, ya que se dice que aquellos que se aventuran en el comercio de la coca en los Andes pueden sufrir enfermedades graves, como un mal en la nariz similar al mal de San Antón. Aunque existen algunos remedios para aliviarlo, al final, esta enfermedad a menudo resulta fatal.

Esto afecta a todos los indígenas que ingresan a la región, incluso a aquellos que no son nativos de los Andes, e incluso algunos de los que nacen allí pueden verse afectados por esta enfermedad. Esta es una de las razones por las cuales hay tan poca población en estas áreas. Además, en estas tierras de los Andes, abundan las serpientes venenosas y las grandes boas, algunas de las cuales han atacado a personas y les han causado la muerte.

El terreno también es agreste, con montañas muy altas y profundas quebradas, lo que dificulta la vida en esta región.

Esta enfermedad afecta a todos los indígenas que ingresan a la región, incluso a aquellos que no son naturales de los Andes y, sorprendentemente, a algunos que nacen y crecen allí. Este mal es una de las razones por las cuales la población en estas áreas es tan escasa. Además, en estas tierras andinas, abundan las víboras y las serpientes de gran tamaño, y se han registrado casos en los que estas criaturas han atacado a personas, causándoles la muerte.

El terreno en los Andes es áspero y está lleno de montañas muy altas y profundas quebradas. Esto hace que la región sea difícil de atravesar y que haya muchos pasos peligrosos que requieren un gran esfuerzo para transitar, incluso después de arduas tareas de acondicionamiento. Incluso si se logra introducir caballos en estas áreas, no se pueden aprovechar hasta que se haya cruzado toda la montaña, ya que en algunas partes se forman pequeñas llanuras entre las montañas. Estas montañas se inclinan hacia el Mar del Norte.

Cuando Rodrigo Orgóñez llegó a Tambo con la considerable fuerza que dirigía, calculada en más de quinientos hombres, el Inca no se atrevió a enfrentarlos en su posición fortificada. Al darse cuenta de que el Inca había huido, Orgóñez y sus hombres decidieron perseguirlo, alcanzándolo finalmente junto con su séquito en un pueblo llamado Viticos. Durante esta persecución, capturaron a muchos de sus seguidores y confiscaron su equipaje, incluso atravesando terrenos difíciles y superando obstáculos.

En el transcurso de esta acción, lograron aprehender a dos españoles que estaban con el Inca: Francisco Martín, mencionado anteriormente, y otro individuo que se había escapado del Cusco. Almagro, furioso con el fugitivo, estuvo a punto de ahorcarlo, pero finalmente, debido a las súplicas de otros, decidió perdonarlo. Por su parte, el Inca Mango Yupanqui se adentró en los densos bosques, cruzando un río profundo sobre una cuerda en una canasta. Después de pasar, cortaron la cuerda para evitar su persecución, y aunque algunos de sus seguidores pudieron escapar con él, no discutiré su destino en este momento, sino más adelante.

Una vez que la expedición dirigida por Almagro regresó, Rodrigo Orgóñez y sus capitanes emprendieron el camino de vuelta hacia el Cusco. Durante su campaña, habían conseguido un botín valioso, incluyendo provisiones, indígenas y armamento que los nativos habían capturado de los españoles que habían fallecido en enfrentamientos anteriores, así como otros objetos de valor.

 

Capítulo 23: La Expedición de Don Diego de Almagro contra Don Francisco Pizarro en la Ciudad de los Reyes y los Acontecimientos entre Pizarro y Almagro.

Después de un breve período de descanso, Don Diego de Almagro y sus capitanes decidieron dirigirse hacia Lima para enfrentarse a Don Francisco Pizarro. Almagro planeaba sorprenderlo con una fuerza reducida y penetrar en los dominios de Lima, argumentando que desde allí se obstaculizaba su autoridad. Este plan se basaba en la creencia de Almagro de que tendría suficiente apoyo, ya que había reclutado a más de trescientos hombres en Chile, además de los seguidores que ya tenía, incluyendo a Alonso de Alvarado y sesenta partidarios en el Cusco, entre los cuales se encontraban figuras importantes como el Tesorero Alonso Riquelme y el Factor Diego Núñez de Mercado.

Sin embargo, este plan no salió como Almagro había previsto. Debido a los malos tratos infligidos por Almagro a los que estaban en el Cusco y a los que había capturado durante la campaña contra Alonso de Alvarado, muchos de sus seguidores desertaron y se pasaron al bando del Marqués Don Francisco Pizarro, de veinte en veinte, de diez en diez.

Así, partiendo Almagro con una fuerza considerable de más de setecientos hombres, llevó consigo a Hernando Pizarro en prisión. Dejó a Gonzalo Pizarro, su hermano, y a Alonso de Alvarado, presos en el mismo lugar donde él había estado detenido. En otro recinto, mantuvo bajo custodia a Pedro Pizarro, Alonso de Toro, Francisco de Cárdenas (conocido como el de Huamanga) y Gaspar Jara, tapándolos y asegurándolos.

Es importante destacar que estos nombres, Pedro Pizarro, Alonso de Toro y Francisco de Cárdenas, son los mismos que se han mencionado repetidamente hasta ahora en la narración, ya que no había otras personas con esos nombres en el reino en ese momento, ni ha habido desde entonces.

Almagro dejó a Graviel de Rojas como teniente de gobernador, confiándole la importante tarea de custodiar a los prisioneros. Sin embargo, antes de su partida, tuvo un altercado con un caballero que había traído consigo desde Chile, llamado Lorenzo de Aldana. La disputa surgió cuando Aldana le pidió a Almagro un préstamo de un millón de pesos para prepararse para acompañarlo, como había hecho con otros, como Diego de Alvarado y Gómez de Alvarado. Almagro respondió que no tenía nada que darle. Aldana argumentó: "Bien ve Vuestra Señoría que venimos desgastados y perdidos (como vinieron otros), y dado que Vuestra Señoría ha dado a otros, es justo que me proporcione algo de ayuda para poder unirme a usted en esta expedición". Al parecer, Almagro, en un acceso de ira, respondió: "Quedaos, que sin Mari Aldana haremos la guerra".

Al sentirse agraviado por la respuesta de Almagro, Lorenzo de Aldana decidió quedarse, y eventualmente recibió el pago prometido. Después de que Almagro se marchara con Hernando Pizarro, Aldana se acercó a algunos de sus amigos en el Cusco, así como a aquellos que se sentían agraviados por la entrada de Almagro en la ciudad. Los convocó para ayudarlo a liberar a los prisioneros que Almagro había dejado atrás. Después de ganar algunas voluntades, Aldana se comunicó secretamente con Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado. Una noche, los guardias que custodiaban a los prisioneros fueron sobornados por los amigos de Aldana. Estos guardias abrieron dos ventanas que daban a la plaza desde los cubículos donde estaban encerrados los prisioneros. Una vez liberados, más de cincuenta amigos de Aldana los estaban esperando. Aprovecharon la oportunidad para apoderarse de algunos caballos y armas (ya que Almagro se había llevado la mayoría), y también capturaron a Rojas, el teniente de gobernador designado por Almagro.

Ese mismo día en que fueron liberados, Aldana y los otros fugitivos se apresuraron a prepararse, temiendo que Almagro pudiera enterarse antes de que fueran interceptados. Sin embargo, Almagro había tomado otro camino hacia Nazca, mientras que Gonzalo Pizarro, Alvarado y sus seguidores optaron por un camino que los llevaba hacia el interior de la tierra, rumbo a Huamanga y luego a Jauja, antes de finalmente dirigirse hacia Lima. Cuando llegaron a la ciudad, el Marqués Pizarro los recibió con gran alegría, mientras que Almagro, al enterarse, se retiró a Chincha, a treinta leguas de distancia de Lima, sintiendo pesar por la situación.

Mientras se encontraban en Chincha, se organizaron conciertos diplomáticos, con la intermediación del Licenciado Gaspar de Espinosa en representación de Almagro, y del Marqués Francisco de Godoy, acompañado por el religioso Francisco de Boadilla, Provincial de los Mercedarios. Estos acordaron que Almagro y el Marqués se encontrarían en Mala, un valle ubicado entre Lima y Chincha, que prácticamente divide el camino en unas treinta leguas. Con este fin, el Marqués partió de Lima con setecientos hombres listos para el combate, estableciendo su campamento en Chilca, a unas diez leguas al sur de la ciudad de los Reyes. Desde allí, seleccionó a doce hombres de su confianza, a quienes llevó consigo a Mala, donde se acordó el encuentro. Cada líder debía ir acompañado por otros doce hombres. En el campo, el Marqués dejó a su hermano Gonzalo Pizarro como general.

Una vez que el Marqués partió, Gonzalo Pizarro marchó con todo su ejército siguiéndolo, alcanzando el río de Mala. Se ocultaron en los bosques cercanos al río, y colocaron a cincuenta arcabuceros emboscados entre los cañaverales, en la orilla opuesta del río, hacia Chincha. Este era el punto donde se esperaba que Almagro llegara remontando el río, fuera del camino real. Por su parte, se dice que Almagro también trajo consigo a todo su ejército, ocultándose detrás de una colina antes de llegar al asentamiento de Mala.

El Marqués llegó primero que Almagro al lugar designado para el encuentro. Cuando Almagro llegó al río, desmontó de su caballo, y los arcabuceros emboscados del Marqués estuvieron a punto de dispararle para matarlo. Sin embargo, Gonzalo Pizarro ordenó que no lo hicieran, ya que en ese momento estaba con ellos. Después de desmontar, Almagro se dirigió con los doce hombres que lo acompañaban hacia el tambo donde se encontraba el Marqués.

Los tambos, así llamados por los indios, eran aposentos que se encontraban en todas las provincias y pueblos, construidos por orden de los reyes de este reino para que él y sus capitanes se alojaran cuando viajaban por sus tierras.

Al llegar Almagro al tambo donde el Marqués lo esperaba, se encontraron y hablaron, aunque no con el mismo afecto de otras ocasiones, pues estaban resentidos: el Marqués por la afrenta que había sufrido su familia, y Almagro por la desconfianza que había sembrado, especialmente cuando se reconciliaron en Cusco tras las disputas con Juan Pizarro. En ese momento de reconciliación en el Cusco, habían llorado juntos, como era su costumbre en largas ausencias. Sin embargo, ahora las cosas eran diferentes, y esto se debía a los malos consejeros que Almagro había adquirido, especialmente aquellos que llegaron con don Pedro de Alvarado desde Nicaragua. Fueron ellos quienes avivaron el fuego de la discordia en el Perú, mientras que los demás llegados de Nicaragua y otras partes eran personas pacíficas y tranquilas.

En esta situación, el Marqués podría haber optado por arrestar o incluso matar a Almagro con relativa facilidad, ya que contaba con más hombres y arcabuceros que él. Almagro solo disponía de unos quince o veinte arcabuceros, mientras que el Marqués contaba con ochenta o más, una fuerza considerable que en ese momento no tenía par en el reino. No faltaban quienes instaban a Gonzalo Pizarro a aprovechar esta oportunidad, recordándole cómo Almagro había roto las treguas y sugiriendo que él debería hacer lo mismo, dada la ventaja que tenían.

Sin embargo, cuando el Marqués fue informado de estas sugerencias, ordenó a su hermano que no tomara medidas drásticas, ya que no lo consideraría su hermano si rompía la palabra que había dado a los representantes de Almagro. Francisco Pizarro era conocido por su firmeza en cumplir sus promesas.

Después de intercambiar quejas y disculpas, Almagro regresó a Chincha, mientras que el Marqués alojó a su gente en el valle de Mala. Le advirtió a Almagro que si no liberaba a su hermano Hernando Pizarro, a quien tenía prisionero, lo perseguiría hasta quitarle la vida. Así, avanzó con sus tropas hasta llegar al Guarco, un valle ubicado a seis leguas de Chincha, donde se encontraba Almagro. Allí, los intermediarios volvieron a negociar entre don Diego de Almagro y el Marqués Francisco Pizarro. Finalmente, acordaron que Almagro liberaría a Hernando Pizarro para apaciguar la situación y buscar otros medios de resolución. Almagro aceptó y liberó a Hernando Pizarro.

Después de ser liberado, el Marqués propuso a don Diego de Almagro que poblara los Charcas y Arequipa, y que proporcionara alimento a la gente que lo acompañaba, ya que estos lugares contaban con recursos suficientes y eran estratégicos, aunque en ese momento no se conocían las minas de Potosí y Porco, cerca de los Charcas. Posteriormente, el Marqués fundaría los Charcas, como se explicará más adelante. Además, sugirió que permanecieran en estos lugares con la gente que habían traído hasta que se recibiera una respuesta real para establecer los límites de cada región. Sin embargo, Almagro se negó y exigió el control del Cusco. El Marqués no aceptó esta propuesta porque el Cusco era el centro de conocimiento y riqueza en la región, lo que finalmente desencadenaría conflictos y pérdidas de vidas para ambos y para muchos otros españoles en los años siguientes.

Ante la falta de acuerdo, Almagro comenzó a retirarse, con el Marqués siguiéndolo de cerca. Esta persecución continuó hasta que Almagro se refugió en Huaytará, ya en la sierra, con el Marqués en su búsqueda. Hubo algunos encuentros entre sus fuerzas, aunque no llegaron a ser violentos. En un páramo antes de llegar a Huaytará, un lugar extremadamente frío y cubierto de nieve, estuvieron casi al alcance visual uno del otro. Con la esperanza de que la gran cantidad de nieve dificultara el avance del Marqués y sus hombres, Almagro decidió reagruparse en un valle llamado Yca, ubicado a unas cuarenta leguas de la ciudad de los Reyes y el valle de Lima. Mientras tanto, Almagro se dirigió rápidamente hacia el Cusco.

 

Capítulo 24: De las acciones del Marqués Francisco Pizarro y de Diego de Almagro, y los eventos hasta la batalla de las Salinas.

Una vez en Yca, el Marqués Francisco Pizarro reorganizó a toda su tropa y, confiándola a Hernando Pizarro y sus oficiales, le ordenó que persiguiera a Diego de Almagro y su gente hasta expulsarlos de los límites del Cusco. Hernando Pizarro partió con su hermano Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado, y otros capitanes como Pedro de Castro, Diego de Urbina, y Pedro de Valdivia como maese de campo, junto con otros capitanes y unos ochocientos hombres a caballo y a pie, incluyendo ochenta arcabuceros. Después de esta encomienda, el Marqués regresó a la ciudad de los Reyes en Lima, mientras Hernando Pizarro ascendió por La Nazca hacia la sierra.

Una vez que Hernando Pizarro subió por Nazca hacia la provincia de Soras, tuvo que atravesar numerosos despoblados y senderos difíciles para evitar que Almagro pudiera prever su ruta y preparar emboscadas en puntos estratégicos. También evitó cruzar dos grandes ríos, el Abancay y el Apurímac, que desembocan en el océano Atlántico.

Durante sus jornadas, Hernando Pizarro mantuvo en secreto sus movimientos, lo que dificultó que Almagro, quien se encontraba en el Cusco reorganizando sus fuerzas, pudiera anticipar sus movimientos y bloquear su avance hacia el valle del Cusco. Hernando Pizarro realizaba maniobras sorpresivas, cambiando de dirección sin previo aviso, lo que confundía a sus seguidores y a sus adversarios por igual. Esta táctica también se empleó para evitar que le destruyeran un puente sobre el río Aycha, ubicado a unas diez leguas al este del Cusco, en dirección al Collao.

Antes de llegar al puente, Hernando Pizarro avistó a doscientos hombres a caballo, a unas doce o trece leguas de distancia. Sin que nadie más lo supiera, Hernando envió a su hermano Gonzalo Pizarro con estos hombres, ordenándoles que avanzaran sin descanso, día y noche, para asegurar el puente de Aycha y evitar que fuera destruida antes de que el resto del ejército llegara.

Los indígenas solían construir estos puentes utilizando una técnica peculiar: tejían gruesas redes de varas, similares a mimbre, que tenían más de dos palmos de ancho y se extendían desde una orilla del río hasta la otra, con algunas varas adicionales colocadas como barandillas a ambos lados. Luego, colocaban grandes piedras como soportes en ambos extremos del puente, y atravesaban estas redes con gruesas vigas para reforzarlas. Sobre estas vigas, colocan otras varas más delgadas y las tejían firmemente para formar una superficie sólida sobre la cual la gente y los caballos podían caminar con seguridad. Además, agregaban barandillas más altas a los lados para proporcionar protección adicional y evitar que quienes cruzaban cayeran al agua. Estos puentes estaban tan bien construidos que permitían el paso seguro de personas y caballos.

Así que Gonzalo Pizarro partió con el grupo designado, mientras Hernando Pizarro permanecía en el campamento con el resto de las tropas, aparentando que no tenían intención de moverse en otra dirección. Gonzalo y los hombres que lo acompañaban cruzaron el río que conduce a Abancay, casi a nado, y continuaron sin detenerse hasta llegar al río y el puente de Aycha, que conecta con Apurímac. Para su alivio, encontraron el puente intacto y en buenas condiciones. Se establecieron allí para protegerla hasta que Hernando Pizarro llegara con el resto de las tropas.

Una vez que llegamos a nuestro destino, Almagro recibió noticias de nuestra llegada y preparó a sus hombres para enfrentarse a Hernando Pizarro. Aunque Almagro contaba con más de ochocientos hombres, solo disponía de unos veinte arcabuces. Cuando Hernando Pizarro llegó, cruzamos el puente y nos dirigimos hacia el valle, a unas dos leguas al sur del Cusco.

Al enterarse de nuestra llegada, Almagro reunió a su ejército y avanzó hacia las Salinas, a media legua al sur del Cusco, donde eligió un lugar estratégico junto a una ladera en el camino real del Collao. En este sitio, había un pequeño terreno llano, con un pantano al otro lado del camino. Aquí, Almagro dispuso a sus hombres en formación, con escuadrones listos para el combate. Además, colocó al capitán a caballo Vasco de Guevara, natural de Toledo, al mando, con la orden de atacar a la infantería y los arcabuceros de Hernando Pizarro.

Al amanecer, Hernando Pizarro organizó sus escuadrones, dividiendo a los de a caballo en dos partes, de manera que pudieran atacar de forma separada si fuera necesario, pero también reunirse si lo requerían las circunstancias. Una parte fue entregada a Diego de Rojas, un capitán presente en la batalla, mientras que la otra parte fue asignada al Mariscal Alvarado. Hernando y su hermano Gonzalo Pizarro lideraron la vanguardia de los jinetes, mientras que dos capitanes se encargaron de la infantería: Pedro de Castro, un portugués a cargo de los arcabuceros, y Diego de Urbina, responsable de la piquera.

Mientras avanzaban en formación, el capitán de los arcabuceros, Castro, reconoció la ciénaga y decidió internarse en ella con su gente. Desde allí, comenzó a disparar contra las tropas de Vasco de Guevara. Este último intentó avanzar hacia ellos, pero al darse cuenta de que la ciénaga dificultaba su avance, decidió retirarse y unirse al escuadrón donde se encontraba don Diego de Almagro. Viendo que todas las fuerzas a caballo de Almagro estaban concentradas en un solo escuadrón, los hombres de Hernando Pizarro también se unieron en uno solo. Hernando Pizarro entonces lanzó un ataque contra las tropas de Almagro, y tras un enfrentamiento prolongado, las fuerzas de Almagro finalmente huyeron del campo de batalla, mientras que don Diego de Almagro se retiró con algunos de sus hombres hacia la fortaleza.

La gente de Hernando Pizarro persiguió a Almagro y lo capturó, llevándolo de regreso al Cusco, donde Hernando lo encarceló en el mismo calabozo donde Almagro había mantenido presos a más de treinta hombres, muchos de los cuales eran aliados de Hernando Pizarro. Estos prisioneros estaban bajo la custodia de Noguerol de Ulloa, un residente de Arequipa. Después de liberar a estos prisioneros, Hernando Pizarro encarceló a Almagro en el mismo lugar y lo sometió a juicio, que culminó con su ejecución mediante decapitación después de varios meses.

En la batalla de las Salinas, más de cien hombres perdieron la vida de ambos bandos, y muchos resultaron heridos. Entre los fallecidos se encontraba Rodrigo Orgóñez, el capitán general de Almagro. Hernando Pizarro ordenó que los bienes capturados a los seguidores de Almagro fueran devueltos a sus propietarios en Chile, mediante un bando público, como una medida de justicia y respeto hacia ellos.

 

Capítulo 25: De los acontecimientos tras el regreso de Hernando Pizarro tras la ejecución de Diego de Almagro y su partida hacia España.

Después de la muerte de Almagro, el Cusco se encontraba lleno de hombres tanto partidarios de Almagro como de Pizarro. En aquel tiempo, no existían los repartimientos de indios como los hay ahora, y estos eran otorgados solo a los conquistadores y exploradores que habían contribuido significativamente a la colonización de la tierra.

Hernando Pizarro decidió otorgarle licencia a Pedro de Candia, uno de los primeros exploradores y conquistadores del reino, para que liderara una expedición hacia los Andes. Candia había expresado su deseo de explorar esta región durante mucho tiempo, ya que tenía noticias de una provincia rica y poblada más allá de las montañas, hacia el Mar del Norte. Esta provincia había sido mencionada en varias ocasiones, pero aún no se había logrado acceder a ella.

Viendo la gran cantidad de hombres sin medios de subsistencia en el Cusco, Hernando Pizarro autorizó la expedición solicitada por Candia y lo nombró general. Candia reunió a trescientos hombres y más, y con ellos se adentró hacia los Andes desde el Cusco, en busca de esta misteriosa provincia.

En su intento por encontrar un paso hacia las montañas, Pedro de Candia y su expedición se vieron obstaculizados por la abrupta geografía de la región, caracterizada por imponentes montañas. Decidieron entonces seguir la cordillera de montañas a través de un área deshabitada que conducía hacia los indígenas Canches, ubicados al principio del Collao. Allí detuvieron su avance, pero al no encontrar otro camino viable en el Perú, surgieron tensiones entre la tropa de Candia y un individuo llamado Pedro de Mesa, un mulato que Hernando Pizarro había designado como capitán de artillería debido a su valentía y experiencia en Italia. Se rumoreaba que Mesa había incitado un motín entre los hombres de Candia.

Cuando Hernando Pizarro se enteró del motín, partió de inmediato con sus aliados en busca de Candia y su gente. Los alcanzaron en un pueblo de Canches llamado Cangallo, ubicado a catorce leguas del Cusco. Allí, capturaron a Mesa y a otros, y aunque mataron a Mesa y a otro soldado, lograron despojar a Candia de su tropa, entregándola a Peranzúles, un vecino local. Candia fue enviado de regreso al Cusco, donde residía. En este reino, solíamos y seguimos llamando vecinos a los encomenderos de los indios.

Peranzúles, junto con la gente proporcionada por Hernando Pizarro, avanzó por el Collao y penetró en los Andes a través de un pueblo llamado Ayauirigama. Allí, encontraron un sendero que les permitió atravesar las montañas. Sin embargo, una vez superadas las montañas, llegaron a áreas deshabitadas donde casi la mitad de la gente que los acompañaba pereció por falta de alimentos.

Continuando su marcha, se encontraron con un río muy caudaloso que les resultó imposible cruzar, incluso sin los materiales necesarios para construir balsas. Ante esta situación, se vieron obligados a regresar. Durante el viaje de ida y vuelta, más de la mitad de la gente murió de hambre, dejando una estela de tragedia en su camino.

Después de enterarse de la prisión y muerte de su compañero, don Diego de Almagro, el Marqués don Francisco Pizarro se dirigió hacia el Cusco. A su llegada, se enteró de que desde el desaguadero en adelante, en la provincia del Collao, toda la región estaba inundada.

Este desaguadero se encuentra cerca de un pueblo llamado Cepita, que pertenece a la provincia de Chucuito, bajo la corona de Su Majestad. El desaguadero se origina en la laguna de Titicaca y desemboca en otra laguna en las provincias de Carangas y Aullagas, que es casi tan grande como la del Collao. El desaguadero es muy profundo, con más de dos picas de profundidad, y ancho casi como el tiro de un arcabuz. Han construido un puente para cruzarlo, hecho de balsas de enea. Estas balsas, que son como nuestros barcos pero más planas y pequeñas, flotan sobre el agua y están unidas por cuerdas de enea que las mantienen juntas, formando un puente similar al de Sevilla, que está hecho sobre barcos.

Una vez que el Marqués Francisco Pizarro se dio cuenta de que la región aún estaba en rebelión, decidió enviar a su hermano, Gonzalo Pizarro, con doscientos hombres para pacificar y conquistar la zona. Mientras se dirigían hacia el desaguadero mencionado, encontraron a la gente de guerra del otro lado, quienes estaban esperando allí confiados en su seguridad debido a que el puente estaba roto.

Cuando los españoles llegaron, unos diez o doce de ellos se lanzaron al agua con sus caballos para cruzar el desaguadero. Sin embargo, debido a la gran profundidad y amplitud del desaguadero, así como a la presencia de abundante limo, hierbas y juncos en las orillas, los caballos quedaron atrapados y no pudieron salir. Tanto los caballos como sus jinetes se ahogaron, mientras que los indígenas, lanzando numerosas pedradas, contribuyeron a su fatal destino.

Viendo Gonzalo Pizarro la dificultad para cruzar, buscó la ayuda de algunos amigos indígenas de su lado para construir algunas balsas. Una vez terminadas, un grupo de españoles cruzó el desaguadero por la noche y sorprendió a los indígenas, haciéndolos huir. Esto permitió a los españoles asegurar la ubicación del puente, ya que los indígenas la mantenían cerca de donde estaban.

Cuando los españoles lograron asegurar el puente, la llevaron al otro lado y cruzaron con éxito. Avanzaron hacia un valle llamado Cochabamba, donde se había reunido mucha gente de guerra. Allí, Gonzalo Pizarro y su gente fueron sitiados y enfrentaron un gran peligro. Enterado de la situación, el Marqués envió a Hernando Pizarro con refuerzos. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro permaneció cercado hasta la llegada de su hermano.

Una vez que Hernando Pizarro llegó, los indígenas levantaron el cerco y los cristianos pudieron continuar conquistando y pacificando la región del Collao y los Charcas. Durante este tiempo, Hernando Pizarro descubrió las minas de Porco y se apoderó de la rica veta de plata que se encontraba allí. Estas minas, junto con las de Tarapacá, en la región de Yungas, a una legua y media del Mar del Sur, proporcionaban plata para los reyes de la región. Mientras tanto, las minas de Potosí solo fueron explotadas por los españoles, aunque los nativos ya habían realizado algunas pruebas en ellas.

Con la tierra asegurada, Hernando Pizarro y su hermano regresaron al Cusco. El Marqués decidió entonces que Hernando Pizarro viajara a España, mientras que Gonzalo Pizarro se ocuparía de Mango Inca, que estaba escondido en los Andes.

 

Capítulo 26. Sobre las minas existentes en este reino y las que los naturales trabajaban

Las minas de plata y oro en el reino eran una parte crucial de su riqueza. Cuando los españoles llegaron, los incas ya estaban explotando minas como las de Porco, así como otras que Hernando Pizarro descubrió y tomó. Estos asentamientos mineros, donde se encontraban estas vetas de metales preciosos, eran numerosos, y con el tiempo se descubrieron aún más.

Sin embargo, había un problema significativo con muchas de estas minas: tendían a inundarse rápidamente. Aunque producían una cantidad considerable de plata, su explotación era difícil debido a este inconveniente. Como resultado, algunas de estas minas permanecían sin explotar.

Otro lugar importante donde se extraía plata era Tarapacá, llamado así por un pueblo ubicado a nueve leguas de las minas. Estas minas se encontraban en áreas de arenales y estaban a una distancia considerable del agua dulce, lo que dificultaba su operación en ciertos lugares debido a la falta de acceso a este recurso vital.

El metal de plata en estas minas es muy rico, ya que lo más que se ha extraído de ellas es plata de alta pureza, y algunos incluso sugieren que contiene una mezcla de oro. No se ha encontrado una veta fija. Hay tantos afloramientos a modo de vetas en un radio de diez leguas alrededor de lo que se ha explorado, como venas tiene una hoja de parra. En todas partes donde se excava, se extrae metal de plata, siendo uno más rico que el otro. Sin embargo, debido a la gran escasez de agua que padecen, no se ha podido explorar ni descubrir la verdadera riqueza que contienen estas minas. Se tiene noticia de una veta que los indios mantienen tapada, la cual afirman que pertenecía al Sol y tiene un ancho de dos pies, completamente compuesta de plata fina. Esto se comprendió a través de lo que relataré a continuación.

Lucas Martínez Vegaso, vecino de Arequipa y uno de los conquistadores de este reino, trabajaba en estas minas porque tenía a su cargo el pueblo de Tarapacá como encomienda. Mientras laboraba en una cueva de donde anteriormente se extraía plata para el Inca, descubrió unas extrañas formaciones redondas, similares a papas o bolas de tierra, conocidas localmente como papas, un alimento común entre los nativos del Collao, como ya he mencionado. Estas papas de plata se encontraban dispersas entre la tierra, con pesos que variaban desde doscientos hasta incluso un quintal en algunas ocasiones. Su extracción conllevaba grandes costos, y estas papas de plata parecían aparecer en la cueva de forma periódica, como si se generaran allí.

Resulta que Pedro Pizarro, quien tenía a su cargo los indios de su encomienda cerca de estas minas, escuchó acerca de un indígena que conocía la ubicación de unas minas más ricas que las que Lucas Martínez estaba explotando. Al emprender la búsqueda, encontró unas excavaciones que los indios solían trabajar en tiempos antiguos, a solo dos tiros de arcabuz de donde Lucas Martínez estaba trabajando. Al preguntar a los indios qué extraían de allí, dijeron que cobre, pero mentían. Al explorar una pequeña excavación que los indios habían dejado de lado, a poco más de dos palmos bajo tierra, descubrieron unas piedras que parecían adoquines. Al golpear estas piedras con un martillo, se extrajeron más de tres mil pesos en pedazos de plata blanca de alta ley, que emergían al romper el adoquín con un mazo, revelando una capa delgada de plata. Convencido de que había encontrado la veta rica, Pedro Picarro invirtió más de veinte mil pesos en esta mina, perforando dieciocho estados de roca viva, pero no encontró más plata.

Entonces, cuando Lucas Martínez se enteró de esta plata que inicialmente había encontrado Pedro Picarro, pensando que era la veta del sol, amenazó a los caciques de Tarapacá, quienes estaban bajo su encomienda, diciéndoles que los mataría porque no le habían mostrado esa mina que Pedro Picarro había encontrado. Los caciques, creyendo que Lucas Martínez iba en serio, le aseguraron que no se preocupara, que esa mina no era la verdaderamente rica, y que ellos le mostrarían la auténtica veta del sol que ya había sido mencionada. Explicaron que no se habían atrevido a revelarla porque sus chamanes les habían advertido que todos morirían y sus árboles y cosechas se secarían si lo hacían. Lucas Martínez los alentó, diciéndoles que los chamanes mentían.

Cuando los caciques estaban decididos a mostrarle la mina, un día antes de partir, ocurrió un eclipse solar. Los indígenas, interpretando esto como una señal de que el sol se había enfadado por haberles descubierto su mina, se negaron a seguir adelante, temiendo que todos morirían si revelaban la mina. Aunque Lucas Martínez trató de calmarlos, diciéndoles que tales fenómenos solares ocurrían de vez en cuando, los indígenas seguían temerosos.

Mientras iban por el camino hacia la mina, ocurrió un fuerte terremoto. Viendo el eclipse solar y sintiendo el temblor de la tierra, los indígenas afirmaron que incluso si los mataban, no revelarían la ubicación de la mina. Y así lo hicieron, nunca accedieron a mostrarla. Este suceso tuvo lugar durante el gobierno de Vaca de Castro. Además, en esta región de Tarapacá, hay grandes riquezas mineras ocultas debido a la escasez de agua y leña, lo que impide su exploración, mientras que los indígenas solían extraer oro en Chuquiabo, donde hoy se encuentra la ciudad de La Paz, y en otros lugares, aunque no entraré en detalles para no alargar este relato.

 

Capítulo 27: La partida de Hernando Picarro a España y la expedición de Gonzalo Pizarro en busca de Manco Inca en los Andes.

Así que Hernando Picarro se preparó para su partida a España y, una vez listo, partió del Cusco. El Marqués don Francisco Picarro, su hermano, lo acompañó junto con una gran cantidad de personas que lo seguían. Salieron hasta una legua afuera del Cusco, llegando a la llanada conocida como la Guacauara, donde anteriormente se había dado un encuentro cuando ingresamos al Cusco, como ya he mencionado antes.

Despidiéndose Hernando Pizarro de su hermano el Marqués, le expresó: "Mire Vuestra Señoría, que yo me voy a España y que el remedio de todos nosotros, después de Dios, está en Vuestra Señoría. Digo esto porque los de Chile andan muy desaforados, y si yo no me fuera no habría de qué temer (¡y Hernando Pizarro decía la verdad, porque temblaban de él!). Vuestra Señoría debe hacer amigos entre los principales, proporcionándoles alimentos y sustento a aquellos que lo deseen, pero no permita que se reúnan diez personas juntas en un radio de cincuenta leguas alrededor de donde esté Vuestra Señoría, porque si los deja unirse, lo matarán a él, y si a Vuestra Señoría lo matan, mis negocios se verán afectados, y de Vuestra Señoría no quedará memoria".

Estas palabras las pronunció Hernando Pizarro en voz alta para que todos las oyéramos. Luego, abrazando al Marqués, su hermano, se despidió de él y emprendió su viaje. Hernando Pizarro le dio estos consejos al Marqués, como hombre sabio que era, porque había intentado hacerse amigo de los hombres principales de Chile, ofreciéndoles encomiendas de indios, pero ellos no lo aceptaron ni quisieron. Por eso, ninguno de aquellos principales se acercaba a menos de cincuenta leguas de donde residía Hernando Pizarro.

Al no tomar el Marqués el consejo de su hermano, los de Chile terminaron por matarlo.

Después de la partida de Hernando Picarro, como se ha mencionado, el Marqués ordenó el alistamiento de trescientos de los hombres más experimentados en la guerra, junto con sus capitanes, y nombró a Gonzalo Pizarro como general para liderar la expedición en busca del Inca en los Andes. Una vez alistados, partimos y avanzamos por los Andes hasta donde nuestros caballos pudieron llegar, allí los dejamos con una parte de la guardia, y continuamos a pie hacia adelante, donde habíamos recibido información de que el Inca Manco se había fortificado.

Mientras avanzábamos por caminos difíciles y ásperos durante varios días a pie, finalmente, estábamos cerca del fuerte donde se encontraba el Manco Inca. En un día en particular, cuando nos aproximábamos, Gonzalo Pizarro tomó la delantera, con Pedro Pizarro siguiéndolo de cerca, y detrás de él, Pedro del Barco, y así sucesivamente, ya que el camino era estrecho y solo podíamos avanzar uno detrás del otro. Cuando estábamos cerca del fuerte, rodeados por las imponentes y densas montañas de la región, no lo habíamos avistado aún debido a la geografía del lugar.

Mientras continuábamos caminando en esta formación, Gonzalo Pizarro sintió una piedrecilla entrar en su alpargata y molestar su pie.

Después de descalzarse para sacarse la piedra, Gonzalo Pizarro ordenó que detuvieran a la gente. Dado que todos estaban uno detrás del otro, instruyó a Pedro del Barco para que avanzara gradualmente con el grupo mientras él se ocupaba de su calzado. Mientras Pedro del Barco y el resto de la gente avanzaban, encontraron dos puentes recién construidos para cruzar dos pequeños ríos que atravesaban el camino. Sin darse cuenta de que estos puentes habían sido colocados deliberadamente para atraer a los españoles hacia una emboscada preparada por los indios, Pedro del Barco y el grupo continuaron avanzando.

Pedro del Barco fue negligente al no darse cuenta de que los enemigos habían construido puentes para facilitar el paso de los españoles, lo que resultó ser un engaño. Sin detenerse, él y el resto del grupo pasaron los puentes y avanzaron hacia una ladera suave y sin árboles que descendía de una montaña alta. Esta área sin árboles tenía aproximadamente cien pasos de ancho, y al final de esta sección, el terreno volvía a ser boscoso y denso. Paralelo a esta montaña y a la barranca, fluían los dos arroyos donde los indios habían construido los puentes.

Mientras Pedro del Barco y su grupo avanzaban, sin ver a ningún indio debido a que todos estaban emboscados y ocultos, comenzaron a descender por una ladera empinada y peligrosa. En algunos tramos, tuvieron que avanzar gateando y agarrándose con las manos para evitar caer, ya que unos treinta o cuarenta españoles ya habían pasado por allí antes. Desde lo alto de la sierra, los indios emboscados arrojaron muchas galgas, que son grandes piedras que se dejan rodar desde lo alto con gran fuerza, destrozando todo a su paso.

Estas galgas causaron estragos, matando a cinco españoles y despedazándolos, arrojándolos al río. Los que habían avanzado más y se adentraron en el monte se encontraron con numerosos arqueros indígenas que comenzaron a dispararles flechas y herirlos. Si no hubieran encontrado un camino angosto por el cual lanzarse al río, habrían sido todos asesinados, ya que no podían enfrentarse a los indios que estaban ocultos en el monte. En este enfrentamiento, muchos españoles resultaron heridos y cinco perdieron la vida.

Cuando Gonzalo Pizarro llegó, encontró que el camino y la montaña estaban en caos y que habíamos escapado pocos o ninguno. Más adelante, era imposible avanzar debido a los malos pasos que encontramos. En el camino por donde debíamos pasar, encontramos una peña empinada que medía tres estados de altura, y para subir a ella, había una escalera de un grueso madero. Encima de esta peña, los indios habían construido una barrera de piedra y habían dejado muchas piedras sueltas grandes para arrojarlas a los que intentaran subir. Tres indios defendían este paso desde arriba, impidiendo que los españoles avanzaran. Si intentábamos retroceder, los indios lanzarían las grandes piedras desde arriba.

Además, si los indios no se hubieran apresurado a arrojar las piedras y nos hubieran permitido avanzar más en la angostura del camino, pocos de nosotros habríamos escapado. Todo esto fue parte de un plan improvisado, y si los indios no se hubieran movido tan rápidamente para arrojar las piedras y nos hubieran permitido avanzar más antes de hacerlo, habríamos estado en una situación aún más peligrosa.

Después de presenciar el desastre que nos había ocurrido, Gonzalo Pizarro decidió retirarse debido a la gran cantidad de heridos y el miedo que había entre muchos de los soldados. Además, comprendió que los indios que esperaban allí estaban en una posición segura. Marcando los pasos peligrosos de la sierra por los que podríamos retroceder y pasar, esperamos allí hasta la medianoche.

Entonces, colocando a todos los heridos al frente y quedándose él mismo al final, Gonzalo Pizarro ordenó a Pedro Pizarro que fuera detrás de él, y así comenzamos a retirarnos, regresando al lugar donde habíamos dejado al rey y los caballos. Desde allí, envió un mensajero al Marqués don Francisco Pizarro, informándole sobre lo sucedido y pidiéndole que enviara más tropas.

Después de enterarse el Marqués del desastre, envió más tropas. Una vez que llegaron, Gonzalo Pizarro decidió regresar al lugar donde el Inca Manco se encontraba, confiado en su seguridad. A la entrada de la angostura mencionada, los indios habían construido una barricada de piedra, desde donde nos disparaban con cuatro o cinco arcabuces que habían capturado a los españoles. Sin embargo, al no saber cómo manejar los arcabuces, no nos causaban daño, ya que las balas caían al salir del cañón.

Cuando llegamos allí una mañana, cien de nuestros mejores soldados fueron preparados para subir por una montaña densa en una sierra alta, con el objetivo de rodear a los indios por la espalda y tomarlos por sorpresa. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro y la mitad de las tropas enfrentaban abiertamente al fuerte donde se encontraba Manco Inca. Secretamente, el resto de las tropas ascendieron por la montaña sin ser detectados por los indios. Mientras continuábamos nuestros ataques para capturar el fuerte, al atardecer y más tarde, los españoles alcanzaron la cima de la montaña desde donde Manco Inca dirigía sus operaciones.

Una vez que los indios vieron a los españoles descender por el camino, enviaron un mensaje urgente a Manco Inca en el fuerte. Cuando él se enteró, tres indios lo agarraron por los brazos y lo llevaron a través del río que corría junto al fuerte, internándose en los bosques. Los demás indios que estaban allí se dispersaron y huyeron en diferentes direcciones, escondiéndose en los montes.

Al ver que los indios huían, nos apresuramos hacia el fuerte, pero no encontramos a ningún indio allí. No teníamos idea de que el Inca Manco había cruzado el río y huido al bosque, así que todos subimos por el camino creyendo que los españoles que habían subido ya lo habían encontrado. Esta confusión evitó que lo capturáramos, ya que pensábamos que estaría en el fuerte. Si hubiéramos sabido que estaba allí, habríamos buscado más diligentemente. Pero el Inca Manco aprovechó esta oportunidad para alejarse y esconderse en los bosques con algunos de sus seguidores. A pesar de que lo buscamos durante más de dos meses en vano, nunca pudimos encontrarlo. Finalmente, regresamos al Cusco con algunos prisioneros, entre ellos una mujer que el Manco Inca apreciaba mucho, esperando que a través de ella pudiera lograrse la paz.

Esta mujer, a quien el Marqués mandó matar después en Yucay, haciéndola azotar con varas y flechar, sufrió tal cruel destino por una burla que Manco Inca le hizo, la cual contaré aquí. Entiendo que por esta crueldad, y por otra hermana del Inca a la que mandó matar en Lima, cuando los indios sitiaron la ciudad, llamada Azarpay, me parece que Nuestro Señor castigó al Marqués con el fin que tuvo. Y a Almagro lo castigó por los hermanos del Inca que mandó ejecutar, como ya he relatado.

Pues así fue que estando el Marqués en Arequipa, con la intención de fundar el pueblo de españoles que luego estableció allí, recibió la noticia de que Manco Inca había enviado mensajeros al Cusco para decirle que fuera a Yucay, donde le esperaba en señal de paz. Enterado el Marqués de esta noticia, partió sin llevar a cabo la fundación del pueblo. Al llegar al Cusco, eligió a doce hombres selectos, ya que así lo había solicitado el Inca, que quería que fueran solo tres o cuatro, con la intención de engañar y posiblemente matar al Marqués. Sospechando de esta trampa, el Marqués seleccionó a doce hombres, incluyendo a su hermano Gonzalo Pizarro. También llevó consigo a la mujer de Manco Inca, de quien ya he hablado. Se dirigió a Yucay y desde allí envió mensajeros al Inca, quien le aseguró que saldría en son de paz.

Mientras estaban en esto, un indio llegó para informar al Marqués que Manco Inca ya estaba cerca. Ante esta noticia, el Marqués envió un hacha exótica con un esclavo negro y algunos regalos como muestra de buena voluntad.

Mientras esto ocurría, cierta tropa de guerra enviada por Manco Inca para emboscar al Marqués, interceptó al esclavo negro y al hacha, y los mataron junto con algunos de los indios que los acompañaban. Sin embargo, algunos indios amigos lograron escapar y avisaron al Marqués sobre la muerte del esclavo, la hacha y los otros indios. Enfurecido por este hecho, el Marqués ordenó la ejecución de la mujer de Manco Inca. La ataron a un poste y la azotaron con cañas hasta que murió a causa de los golpes de las cañas y las flechas. Los españoles presentes en el lugar comentaron que esta mujer nunca pronunció una palabra ni se quejó, soportando el dolor y la muerte en silencio. Es realmente sorprendente que una mujer no expresara ningún lamento ni hiciera ningún movimiento ante el dolor de las heridas y la muerte.

El Marqués, por lo tanto, ordenó en Lima la ejecución de otra mujer indígena, quien era hermana de Atahualpa y se llamaba Asarpay, como ya he mencionado anteriormente. Cuando mataron a Atahualpa, Asarpay llegó hasta Jauja con su hermano Túpac Huallpa. Después de la muerte de Túpac Huallpa, el Contador de Su Majestad, Antonio Navarro, solicitó a esta mujer al Marqués don Francisco Pizarro, creyendo que de ella podría obtener un gran tesoro. Realmente, podría haberlo hecho, ya que era una de las mujeres más importantes del reino y estaba muy valorada entre los nativos.

Después de enterarse de que el Marqués quería entregarla al Contador Navarro, esta mujer desapareció una noche y regresó a Cajamarca. En ese momento, Melchor Verdugo estaba en Cajamarca con algunos españoles. Al saber de la presencia de esta señora, la capturó y la llevó a Lima, donde la entregó al Marqués. Mientras la tenía en su residencia, los indígenas vinieron a sitiar Lima. La hermana de esta mujer, llamada doña Inés, quien también era conocida como doña Francisca, y que sentía envidia de ella por ser más importante, le dijo al Marqués que los indígenas no se irían si no la mataba. Sin pensarlo más, ordenó que la estrangularan y la mataran, en lugar de simplemente embarcarla en un barco y expulsarla de la tierra.

Es importante destacar la falta de consideración y la injusticia en el trato hacia estas dos mujeres, quienes fueron asesinadas sin justificación, a pesar de ser mujeres y no tener culpa alguna. Antes de pasar por alto esto, compartiré una práctica que estos líderes del reino tenían para mantener contenta a la gente de guerra y evitar que extrañaran demasiado sus tierras durante las largas ausencias.

Así es, estos líderes solían llevar a sus campos y ejércitos a muchas mujeres solteras, hijas de orejones, caciques y principales de la tierra, porque entre los indios no se consideraba mal que las hijas no fueran doncellas, ni se las reprendía hasta que se casaban. Entonces, como mencioné, con muchas de estas mujeres acompañando a sus padres y hermanos en la guerra, tenían la costumbre de que todas las noches, excepto cuando llovía, estas mujeres y también los jóvenes se reunían en el campo y formaban muchos círculos, separándose unos de otros a cierta distancia. Tomándose de las manos, los hombres con las mujeres, y viceversa, formaban un círculo cerrado y cantaban a viva voz mientras caminaban alrededor.

Así es, estos bailes se escuchaban desde lejos, y acudían a ellos todas las mujeres libres y los jóvenes solteros, excluyendo a los orejones, cada provincia igualmente. Mientras estaban en estos círculos, cantando y bailando como mencioné, solían los hombres sacar a las mujeres con las que estaban tomados de la mano, separándose un poco del grupo para estar juntos, y después regresaban al baile una vez cumplido su deseo. Este era un comportamiento común entre todos, cada uno siguiendo sus propias inclinaciones. Con esta práctica y el consumo de bebidas, ya que dondequiera que fueran les proporcionaban grandes cantidades de chicha, la gente de guerra estaba contenta y no extrañaban sus tierras. Además, para esta gente de guerra, como mencioné anteriormente, los Incas tenían grandes depósitos de comida en todas las provincias, así como de ropa y todo lo necesario para su bienestar.

Entonces, una vez que regresamos del encuentro con el Inca, como mencioné antes, el Marqués decidió fundar dos pueblos: la villa de La Plata en los Charcas y Arequipa, reduciendo los extensos repartimientos que había concedido para tener más vecinos.

En esa época, Antonio Picado, el secretario del Marqués, causó mucho daño a muchas personas en esta población y repartimientos. Dado que el Marqués no sabía leer ni escribir, confiaba en él y seguía sus consejos ciegamente. Por lo tanto, Picado causó mucho mal en estos reinos, destruyendo a aquellos que no cumplían con sus deseos, incluso si tenían méritos. Su comportamiento provocó que los habitantes de Chile desarrollaran un gran odio hacia el Marqués, lo que eventualmente llevó a su muerte. Picado quería que todos lo reverenciaran, pero los chilenos no le prestaban atención, lo que lo llevó a perseguirlos. Finalmente, los chilenos actuaron como lo hicieron debido a esto. Acompañando a Picado estaba don Pedro de Alvarado, quien también tuvo un papel en el gobierno del Perú junto al Marqués Francisco Pizarro y los conquistadores. Sin embargo, los conquistadores, confiando en los servicios que habían prestado a Su Majestad en la conquista de este reino, no respetaban ni consideraban a Picado como él quería. Esto llevó a una división entre los conquistadores, y aquellos que estaban a favor del Marqués recibían mejores tratos a expensas de los que habían conquistado y ganado el reino con tanto esfuerzo y sacrificio. La justicia divina se manifestó cuando Picado fue torturado y decapitado en la plaza de la ciudad de Reyes, y su memoria fue borrada, como un intento de quitarle a aquellos que habían conquistado y ganado este reino con tanto esfuerzo y sacrificio.

Entonces, el Marqués Francisco Pizarro, al darse cuenta de que Manco Inca lo había engañado en Yucay, como se ha mencionado, regresó al Cusco y estableció la población, fundando la villa de La Plata y la ciudad de Arequipa. En este proceso, quitó lo mejor que tenían los conquistadores y lo entregó a los amigos de Picado y a los recién llegados de España que se encontraron en la batalla de las Salinas, del lado del Marqués. Es importante destacar que esta "toma" se refiere a la distribución de los recursos y la tierra que originalmente habían sido asignados a los conquistadores. Cuando el Marqués y los españoles entraron por primera vez en el Cusco para fundar la ciudad española, se repartieron todos los indios de la región para aquellos que permanecieran y poblaran en ella, ya que estaban arriesgando mucho al hacerlo. Luego, quitó a estos primeros asignados y pobló los dos nuevos asentamientos, La Plata y Arequipa, dejando lo peor y menos para aquellos a quienes originalmente se les había asignado. Todo esto se hizo siguiendo el consejo de su secretario. Amen.

 

Capítulo 28. De la vuelta del Marqués a Los Reyes, y de su muerte y de lo que hicieron los de Chile que le mataron, y venida de Vaca de Castro y batalla de Chupas.

Después de fundar estos dos pueblos, el Marqués Francisco Pizarro regresó a la ciudad de Los Reyes, donde permaneció algunos días. Durante este tiempo, los chilenos se reunieron en esta ciudad, aparentemente para esperar a Vaca de Castro, quien venía como juez de residencia para tomar medidas contra el Marqués. Los chilenos esperaban que si Vaca de Castro no ejecutaba a Pizarro y no les entregaba la tierra, lo matarían tanto a él como al Marqués.

Pues aconteció que embarcado Vaca de Castro en Panamá para venir a esta tierra, tuvo un viaje tan desafortunado en el mar que tuvo que desembarcar en Buenaventura. Aunque le llamo "Buena" Ventura, para aquel que viene al Perú y termina tomando puerto allí en contra de su voluntad, como le sucedió a Vaca de Castro, le espera una muy mala fortuna. Desembarcado en este puerto, Vaca de Castro se dirigió a Quito, lo cual lo llevó muy lejos de la ciudad de Los Reyes, casi trescientas leguas.

Visto por los de Chile la gran demora de Vaca de Castro, y habiendo tenido noticias de que se había embarcado y partido de Panamá sin saberse a dónde había arribado, creyeron y sospecharon que había muerto. Así, los de Chile acordaron matar al Marqués y a sus amigos, y alzarse con el reino. Se atrevieron a hacer esto al ver al Marqués solo y sin guardia, y que su hermano Gonzalo Pizarro había ido a descubrir el gran río que va por los Andes a desembocar en el Mar del Norte, haciendo la entrada por Quito.

Cuando Francisco de Orellana, el tuerto, y el Padre Gaspar de Carvajal salieron al Mar del Norte en un bergantín que Gonzalo Pizarro había mandado construir en este río, enviándolos a ellos para que fueran poco a poco por el río, descubriéndolo y aguardándole, mientras Gonzalo Pizarro iba ribera del río por la montaña con la gente, este Orellana y los que iban con él se amotinaron. Sin esperarlo, se fueron y salieron al Mar del Norte.

Mientras tanto, Gonzalo Pizarro y sus hombres anduvieron perdidos por esas montañas algunos meses, padeciendo gran hambre y trabajos, sin hallar tierra poblada. Finalmente, dieron la vuelta a Quito.

Entonces, volviendo a los de Chile, quienes desconocían el paradero de Vaca de Castro, decidieron actuar con determinación. Planearon atacar al Marqués un domingo, durante la misa, con la intención de acabar con él. Sin embargo, la noche anterior, un clérigo llamado Alonso de Enao se acercó sigilosamente al secretario Picado para advertirle: "Mañana, cuando el Marqués vaya a misa, los de Chile tienen planeado matarlo a él, a vos y a sus amigos. Alguien me lo confesó en confesión y he venido a avisaros".

Al conocer esta conspiración, Picado no dudó en informar al Marqués. Este, con firmeza, respondió: "Ese clérigo busca su propio beneficio. Ya os he dicho, Picado, que su cabeza protegerá la mía".

Entonces, el Marqués expresó esto porque desde hacía más de seis meses, desde el Cusco y otras partes, le advertían que los de Chile planeaban reunirse en Lima para matarlo. Esta información era tan pública que incluso un vecino del Cusco llamado Gregoria de Setiel, mientras estaba con sus indígenas, recibió la noticia de su cacique: "Te informo que los de Chile planean matar al apo macho", como así lo llamaban en ese reino (apo lo usan ellos para referirse a señor, y macho para alguien mayor). Al preguntarle cómo lo sabía, el cacique respondió: "Mi guaca me lo dijo" (guaca es donde creen que el demonio les habla). Su amo desconfió y le dijo: "Ve, estás mintiendo". Entonces el indígena dijo: "Si quieres, ven conmigo a mi guaca y verás cómo lo dice". El vecino acompañó a su cacique al lugar donde estaba la guaca y, al hablar con ella, le preguntó: "Tú me dijiste que quieren matar al apo macho, dilo delante de mi amo". El vecino contaba que escuchó una voz que respondió al indígena: "Es verdad, te dije que quieren matarlo". Sorprendido, el hombre escribió al Marqués lo que había escuchado. Así que a todos los que le decían o escribían algo similar, el Marqués respondía: "Su cabeza protegerá la mía", y prefería tener cincuenta amigos y criados, como muchos se ofrecían.

Entonces, después de escuchar lo que Picado le había dicho, esa noche el Marqués envió a llamar al doctor Juan Velázquez, su teniente de gobernador, y a Francisco de Chaves, un vecino de Lima. Consultando con ellos sobre qué hacer, Juan Velázquez le dijo: "No tema, Vuestra Señoría. Mientras yo tenga esta vara en la mano, nadie se atreverá". Tenía tanta confianza en su salud como para pronunciar estas palabras, pero lamentablemente él y el obispo fueron posteriormente asesinados por los indígenas de La Puná mientras huían de los de Chile. Este obispo era Fray Vicente de Valverde, el primer obispo del Cusco y del reino.

En esta consulta, el Marqués, Chaves y Velázquez acordaron que al día siguiente, domingo, el Marqués no asistiría a misa, fingiendo estar enfermo y recibiendo la misa en casa. Por la tarde, ordenarían a los vecinos que se reunieran a caballo y fueran a la posada del hijo de don Diego de Almagro, también llamado así como su padre, donde se celebraban todas las reuniones y acuerdos. Una vez decidido esto, el doctor Juan Velázquez y Chaves regresaron a sus posadas.

Así que llegó la mañana, los de Chile se encontraban en la posada de don Diego, al menos algunos de los que tenían que salir a pie e ir a la iglesia. Esa noche, secretamente, algunos de ellos habían entrado en la posada de don Diego de Almagro, ubicada junto a la iglesia mayor, donde el Marqués asistiría a misa. Todos los de Chile, más de doscientos, estaban alerta para acudir en masa en caso de algún alboroto.

Entonces, siendo la hora de la misa y al notar que el Marqués no salía, enviaron a un padre vizcaíno (que más tarde estuvo mucho tiempo con Centeno) para averiguar por qué el Marqués no asistía a la misa. Resultó que el Marqués envió a pedir a un clérigo que le dijera misa. Este padre vizcaíno se ofreció para hacerlo. Después de este clérigo, se dice que los de Chile enviaron a Juan Ortiz de Zárate, un vecino de los Charcas y hermano de Lope de Mendieta (quien se hizo rico en España), junto con un tal Ramiro de Valdés, un hombre de mala reputación, para ver qué estaba haciendo el Marqués y por qué no asistía a misa. Los de Chile afirmaron más tarde que Juan Ortiz y Valdés habían sido descubiertos espiándolos, y así lo cantaron después: "Ortizico fue la espía y Valdés de este mal que hecho es".

Entonces, alertados los que estaban escondidos en la casa de don Diego de Almagro, afirmaron que Juan de Rada, don Diego y los demás habían acordado salir uno a uno de manera discreta para dispersar la reunión y negar cualquier participación si se les preguntaba. Mientras estaban en este acuerdo, se cuenta que a un hombre llamado Pedro de San Millán, de los Bocudos de Segovia, no muy valiente pero de carácter tranquilo, le sobrevino un impulso repentino y abrió la puerta que estaba cerrada, saliendo a la calle armado con un escudo abrazado, ya que todos esperaban que el Marqués ingresara a misa. Una vez abierta la puerta por San Millán, este se lanzó a la calle y, gritando, dijo: "¡Salid todos y vamos a matar al Marqués, y si no, yo diré cómo estábamos planeando hacerlo!". Al ver los que estaban dentro, incluido Juan de Rada, que habían sido descubiertos con la salida de San Millán, todos salieron tras él, gritando "¡Muerte a los traidores!", y se dirigieron hacia la posada del Marqués, donde el Marqués estaba conversando con el doctor Juan Velázquez, Francisco de Chaves y su hermano Francisco Martín de Alcántara, y en la sala donde se encontraban había más de cuarenta hombres.

Entonces, al escuchar los gritos, un criado del Marqués, llamado Tordoya, salió para ver qué sucedía, pero aquí lo mataron. Al ver la gente de Chile aproximándose y otros muchos que se unían, regresó corriendo al Marqués gritando: "¡Señor, los de Chile vienen a matar a Vuestra Señoría!". Al escuchar esto, el Marqués le dijo a Francisco de Chaves, un caballero de Trujillo que estuvo casado con María de Escobar: "Señor Chaves, cierra esa puerta y guárdamela mientras me armo".

Se dice que Chaves actuó con malas intenciones: sabía que el Marqués don Francisco Pizarro lo dejaba como Gobernador en un testamento que había hecho estando enfermo, en ausencia de su hermano Gonzalo Pizarro. Con esta malicia, creyendo que quedaría como Gobernador, abrió la puerta que estaba cerrada de la sala y salió, pensando que los de Chile no lo matarían, pues él nunca les había sido contrario.

Al salir al pequeño corredor frente a la puerta, para bajar unas escaleras, los rebeldes chilenos subían precisamente por esa escalera. Allí se toparon con Chaves, quien les dijo: "No a los amigos". Pero Juan de Rada, que iba a la delantera, hizo una señal con la mirada a los que venían detrás para que lo matasen. Y así lo hicieron, dándole muchas estocadas en medio de las escaleras.

Entonces, los que quedaban en la sala, junto con el doctor Juan Velázquez, se dirigieron hacia una puerta, y desde allí a un corredor que daba al río. A través de las ventanas de ese corredor, se arrojaron y comenzaron a huir, algunos por un lado y otros por otro, dejando al Marqués solo en su cámara, junto con su hermano Francisco Martín y el paje Tordoya.

Pues al entrar los de Chile, se abalanzaron sobre Francisco Martín, quien estaba junto a la puerta de la cámara con Tordoya. Al escuchar que ya entraban, el Marqués salió con unas coracinas medio abrochadas para ayudar a su hermano. Pelearon con gran fuerza contra los de Chile, y a pesar de que estos estaban bien armados y ellos no lo estaban, lograron matar a dos de ellos. Sin embargo, al final, al estar solos y desarmados, y enfrentarse a muchos de Chile, recibieron tantas heridas que acabaron con la vida del Marqués, de su hermano y del paje. Durante todo este tiempo, el Marqués no recibió ningún socorro, y cuando finalmente empezaban a llegar los vecinos, la plaza ya estaba llena de gente de Chile, a caballo y a pie. Se dice que el Marqués murió pidiendo confesión, con la mano haciendo la señal de la cruz y colocándola en su boca.

Después de la muerte del Marqués, los de Chile se reunieron, sumando más de trescientos hombres, y otros se les unieron, alcanzando una cifra de más de quinientos. Capturaron a Picado y, enviando gente a Arequipa, en el camino entre La Nazca y Yca, en un lugar despoblado, apresaron al Factor Guillén Juárez de Carvajal y a Pedro Pizarro, quienes se dirigían a Lima. En Lima, detuvieron a Diego de Agüero y a otros amigos del Marqués. Se apropiaron de todas las armas y caballos disponibles en la ciudad y sus alrededores.

Encargaron la fabricación de arcabuces a un maestro que residía en Lima, a quien habían descubierto con astucia a través de un capellán de don Diego. Este último le había pedido al maestro que fabricara un arcabuz para la caza, y su intención, según dijeron después, era asegurarse de que no negara su habilidad, ya que estaban buscando quién pudiera fabricar arcabuces. Con este pretexto, utilizaron al clérigo para averiguar entre los herreros de Lima quién sabía fabricar arcabuces. Finalmente, hicieron arcabuces con él, los cuales llevaron consigo a las batallas y enfrentamientos que se produjeron en la región.

Resumiré brevemente los acontecimientos, aunque he estado presente en todas ellas sirviendo a Su Majestad bajo su estandarte real, excepto en la expedición a Quito. En esa ocasión, no participé debido a que Gonzalo Pizarro me había despojado de mis indios y me había desterrado a Charcas porque no quise seguirlo. Además, he sabido de otros cronistas que tratan sobre estas expediciones, aprovechándose de las personas que estuvieron presentes en ellas con dos propósitos: informarse sobre lo sucedido y buscar su inclusión en la crónica, sobornándolos con sumas considerables para ser mencionados de manera destacada en sus escritos. Se dice que Pedro Cieza de León llevó a cabo esto en una crónica que intentó basar en relatos, y creo que tuvo muy poco conocimiento de primera mano, ya que personalmente no lo conozco, a pesar de ser uno de los primeros en llegar a este reino. Sin embargo, todo lo que escribo en este documento es fruto de lo que he visto y comprendido, salvo el primer descubrimiento, como mencioné antes, hasta que el Marqués don Francisco Pizarro solicitó la gobernación.

Entonces, volviendo a los de Chile que se encontraban en Lima preparándose con armas y arcabuces, relataré lo que hicieron los vecinos y autoridades en las ciudades. Hacía poco tiempo que el Marqués don Francisco Pizarro había otorgado licencia a Pero Álvarez Holguín, un caballero de Cáceres, para reclutar hasta cien hombres y llevar a cabo la expedición hacia los chunchos, en los Andes y las montañas que ya he mencionado. Mientras Holguín estaba en el Collao con unos treinta hombres reclutados, recibió la noticia de la muerte del Marqués y decidió dirigirse hacia el Cusco con los hombres que tenía y algunos otros que se le unieron tras enterarse de la muerte del Marqués.

Al llegar al Cusco, fue recibido con gran alegría por los vecinos y soldados presentes, quienes lo reconocieron como su capitán. Inmediatamente, enviaron cartas a la ciudad de Arequipa y a la villa de La Plata en los Charcas, informándoles que habían nombrado a Pero Álvarez Holguín como su capitán y pidiéndoles que se unieran al Cusco para celebrar una reunión y resistir a los de Chile. Urgieron a que se unieran con prontitud, antes de que los de Chile se enteraran.

Después de recibir esta noticia, todos los vecinos de Arequipa se reunieron y se dirigieron al Cusco, donde nombraron a Garcilaso de la Vega como su capitán. De manera similar, los habitantes de la villa de La Plata hicieron lo mismo, eligiendo a Peranzúles como su líder. Una vez unidos, bajo el liderazgo de Pero Álvarez Holguín, se dirigieron juntos hacia Jauja, con la intención de encontrarse con Alonso de Alvarado, quien se encontraba en los Chachapoyas con sesenta hombres listos para la guerra. Desde allí, planeaban seguir en busca de Vaca de Castro.

Entonces, volviendo a los de Chile que se encontraban en Lima, decidieron ejecutar a los prisioneros que tenían bajo su custodia. Entre ellos se encontraban Don Gómez de Luna, Juan Ortiz de Guzmán, un Chaves (sobrino de Francisco de Chaves), Luis de Ribera, Pedro Pizarro, Alonso de Manjarrés, Espinosa, Antonio Navarro y el secretario Picado. Estaban decididos a llevar a cabo estas ejecuciones y estaban muy indignados porque el obispo Fray Vicente de Valverde y el doctor Velázquez habían logrado escapar. Como mencioné anteriormente, fueron asesinados por los indios de la isla de La Puná mientras huían en una balsa, al igual que Valdivieso, a quien ya he mencionado.

Mientras estaban en este debate sobre la ejecución de los prisioneros, llegó el Licenciado Rodrigo Niño, quien había regresado de España. Después de consultar con él, los de Chile decidieron no llevar a cabo las ejecuciones planeadas, ya que les aconsejó que eso los haría parecer tiranos y en contra de la autoridad de Su Majestad. Además, les recordó que la muerte del Marqués no había sido motivada por la pasión que tenían por la muerte de Almagro. Por lo tanto, decidieron no matar a los prisioneros y en su lugar intentaron ganárselos como aliados, lo cual lograron en la mayoría de los casos, excepto en cinco personas en quienes no confiaron: Luis de Ribera, Pedro Pizarro, Manjarrés, Antonio Navarro y Espinosa.

A estos cinco los trasladaron a un barco perteneciente a un capitán llamado Pero Gómez, colocándoles guardias armados a bordo y ordenando al capitán que los llevara al puerto de Arequipa. Sin embargo, los prisioneros lograron sobornar al capitán con quinientos ducados que Pedro Pizarro tenía en un documento contra el Veedor García de Saucedo. Una noche, el capitán les quitó las cadenas y les proporcionó armas, permitiéndoles escapar con el barco. Desembarcaron en Trujillo y se dirigieron en busca de Vaca de Castro.

Después de abandonar la idea de matar a los prisioneros mencionados anteriormente, los de Chile dirigieron su furia hacia el secretario Picado y un individuo llamado Antonio de Orihuela, originario de Salamanca.

Mientras se preparaban para partir hacia Jauja en busca de Pero Álvarez Holguín, surgieron disputas internas entre ellos sobre quién debería liderar. En medio de estas tensiones, Juan de Rada arrestó a un capitán llamado Francisco Chaves, quien era partidario de los de Chile, junto con otro individuo llamado Bachiller Enríquez y un soldado que había participado en el intento de asesinato del Marqués. Una noche, los llevaron al mar y los metieron en un barco. A Bachiller Enríquez y a Chaves les dieron garrote y los arrojaron al mar, mientras que al soldado lo desterraron, y más tarde cambió de nombre para evitar represalias.

Juan de Rada destacaba como una figura prominente entre los de Chile en ese momento, seguido por Juan Balsa, ambos antiguos criados de don Diego de Almagro. A pesar de la presencia de muchos caballeros importantes entre ellos, como un hermano de don Diego de Alvarado, quien luego fue asesinado en el Cusco por temor a sus ambiciones, ya que se sospechaba que quería tomar el control y eliminar al hijo de don Diego de Almagro, quien era considerado como su líder, aunque no tuviera autoridad real.

Después de la muerte de los mencionados, Juan de Rada y los hombres de Chile partieron de Lima con unos quinientos hombres, pero antes de llegar a Jauja, algunos de ellos desertaron, incluyendo al Factor Guillén Juárez y su hermano, el Licenciado Benito Suárez de Carvajal, y a Pablo de Meneses. A medida que se aproximaban a Jauja, recibieron noticias de que Pero Álvarez Holguín había pasado apresuradamente dos días antes, evitando a los de Chile para evitar un enfrentamiento ya que no contaba con suficientes hombres para enfrentarlos. Entonces, Peráluarez y la gente del Cusco pasaron sin ser molestados y se unieron a Alonso de Alvarado en una provincia llamada Huaraz, desde donde enviaron mensajeros a Vaca de Castro, quien se sabía que estaba en Piura.

Volviendo a los de Chile, Juan de Rada estaba sufriendo por una herida en la pierna que había recibido al intentar atacar al Marqués en una escalera donde cayó. Después de enterarse de que no podían alcanzar a la gente del Cusco, Juan de Rada se sintió tan angustiado al comprender su derrota que se dice que su pierna se hinchó y quedó paralizado. Llegaron a Jauja donde, poco después, Juan de Rada falleció, dejando a Cristóbal de Sotelo como líder principal junto con Juan Balsa.

Una vez en Jauja, enviaron al hermano de Diego de Alvarado con hombres para que corrieran toda la costa, saquearan todo lo que encontraran en Arequipa y regresaran al Cusco, donde planeaban rearmarse y reclutar más tropas. Cumplieron con su plan, fabricando armas de cobre y tres falconetes, y reuniendo más de doscientos arcabuces. Cuando Alvarado regresó al Cusco desde Arequipa, fue asesinado bajo engaño, haciéndolo llamar para hablar con él Don Diego de Almagro el Mozo. Al entrar en su aposento, fue atacado por unos soldados que lo apuñalaron hasta matarlo.

Después de prepararse bien con todo lo que necesitaban, partieron en busca de Vaca de Castro. Cuando Vaca de Castro se enteró de la gente que estaba en Huaraz y de la que había llegado de Puerto Viejo, Quito, Piura y otras partes, comprendió que tenían suficientes fuerzas para enfrentarse a los de Chile. Nosotros nos dirigimos desde Piura, donde nos encontramos con los que habíamos salido del barco, y acortando las jornadas, llegamos a Huaraz. Vaca de Castro descansó allí algunos días y, una vez que preparó a la gente, partimos hacia Huamanga. Al llegar a Huamanga, recibimos noticias de que don Diego de Almagro venía en nuestra búsqueda, y estaba cerca. El Licenciado Vaca de Castro decidió salir a su encuentro, y ordenó que saliéramos todos con él. Nos dirigimos a establecer nuestro campamento en unos llanos cerca de unas colinas altas de Chupas, como se les llamaba.

Estando aquí, enviando corredores cada día, recibimos noticias de que venían a darnos batalla. Pareció que, después de observar el campo de Vaca de Castro desde lo alto de estas colinas, decidieron retirarse. Así que, escaramuceando con nuestros hombres, se fueron retirando. Vaca de Castro comprendió su intención y marchó con todo su ejército hacia ellos, subiendo a las colinas. Una hora antes de que se pusiera el sol, comenzó la batalla, y duró hasta que ya estaba oscuro, porque los escuadrones de caballería se mezclaron unos con otros y pelearon sin reconocer una victoria clara durante más de una hora y media. Descansaban unos y otros, estando mezclados, para recuperar el aliento y volver a pelear. Estuvimos peleando así hasta que anocheció, y nuestra infantería cantó victoria, lo que desanimó a los de caballería del bando de Almagro, que estaban divididos en dos partes peleando con otros dos escuadrones de caballería de nuestro lado. Estuvimos en peligro de perdernos, pero Vaca de Castro sacó cuarenta hombres escogidos de dos de nuestras banderas de caballería para que quedaran en su guarda y evitaran que los de Chile dividieran nuestras fuerzas. Aunque los de Chile vieron estas dos banderas divididas, se dirigieron hacia ellas creyendo que estaba allí Vaca de Castro. Nos vimos obligados a correr más peligro y esfuerzo con estas dos banderas, y así, como digo, descansamos tres o cuatro veces. Cuando el escuadrón grande de nuestra caballería e infantería cantó victoria, nuestras banderas y capitanes pasaron por los enemigos dejándolos intactos, ya que estaban muy bien armados y eran la élite de los de Chile, aunque habíamos matado casi todos los caballos. Como no podíamos herirlos directamente debido a su armadura, apuntábamos a los caballos, y así matamos e herimos a casi todos.

Pues resultó que cuando cantamos victoria, Vaca de Castro, que estaba en una ladera con los cuarenta hombres que había escogido, observando la batalla, al escuchar la victoria de su gente, vino corriendo. Como ya había oscurecido y creyendo que se unía a los suyos, entró en el escuadrón de los de Chile. Las dos banderas que mencioné habían pasado por ellos sin poder desbaratarlos. Reconocido por los de Chile como Vaca de Castro, empezaron a atacarlo con gran furia, hiriendo y matando a algunos de los hombres de Vaca de Castro y obligándolos a salir de entre ellos a regañadientes. Vaca de Castro se unió entonces a los suyos, que ya estaban reunidos en un escuadrón, y al intentar enfrentarse a los de Chile que los habían maltratado, estos ya se habían ido y huido. Vistos que quedaban solos y que todos los demás de su parte ya estaban dispersados y huidos, el capitán de la caballería de Chile era un joven valiente llamado Hernando de Saavedra.

Después de haber ganado esta victoria, Vaca de Castro partió hacia Huamanga al día siguiente por la mañana, enviando a algunos capitanes adelante para recoger a los de Chile que se habían refugiado en iglesias y monasterios de Huamanga para esconderse. Don Diego de Almagro el moco tomó el camino hacia el Cusco y se dirigió hacia allí. Enterado de esto, Vaca de Castro envió un capitán con cincuenta hombres a seguirlo, y en el Cusco lo alcanzaron y lo prendieron. Otro capitán, Diego Méndez, se fue con cuatro hombres desde esta ubicación hacia Manco Inca, y acercándose a ellos con amistad y manteniéndolos en su compañía, luego los indujeron a matar a Manco Inca por engaño. Le asestaron puñaladas con un cuchillo que llevaban escondido, ya que no les permitían portar armas. Estos españoles cometieron este acto porque encontraron la oportunidad después de que Manco Inca enviara un capitán con la fuerza militar que tenía a cierta área. Resultó que este capitán regresó con la fuerza militar el día en que habían asesinado a Manco Inca, y mató a los españoles que habían perpetrado el asesinato, ya que de lo contrario, Diego Méndez y los demás habrían escapado.

Una vez que Vaca de Castro llegó a Huamanga con la victoria que había obtenido en las lomas de Chupas, aquí se llevó a cabo la justicia sobre los más culpables, llegando incluso a ejecutar a hasta treinta hombres y desterrando a muchos otros. Algunos lograron escapar y no pudieron ser atrapados. En esta batalla de Chupas murieron más de doscientos hombres de ambos bandos, incluido el general Peráluarez Holguín. Los de Chile sumaban alrededor de quinientos, quizás un poco más, y contaban con doscientos cincuenta arcabuceros y tres falconetes que lanzaban proyectiles como un huevo. Todos los jinetes estaban equipados con armaduras de cobre, plata y otras armas. Eran extremadamente bien armados y mostraban gran belicosidad y valentía. Vaca de Castro lideraba a unos setecientos hombres, incluyendo aproximadamente trescientos arcabuceros, aunque su tropa estaba mal armada debido al robo de armas por parte de los de Chile y al poco tiempo que tuvieron para equiparse adecuadamente.

Después de este castigo, Vaca de Castro se dirigió hacia el Cusco. Una vez allí, hizo justicia sobre don Diego de Almagro el moco y otros implicados. Pasó algún tiempo ocupado en asuntos de gobierno, hasta que recibió noticias de la llegada de Gonzalo Pizarro desde Quito con hasta veinte hombres. Preocupado por su llegada, convocó a sus amigos y cuando Gonzalo Pizarro llegó al Cusco con solo cuatro o cinco hombres (los demás los había dejado atrás), Vaca de Castro lo recibió cordialmente. Después de algunos días, Gonzalo Pizarro solicitó permiso para visitar unos indios que tenía en los Charcas, y al obtenerlo, partió con tres o cuatro de sus criados. Mientras tanto, Vaca de Castro se fue hacia Lima, donde en el camino recibió noticias de la llegada del virrey Blasco Núñez Vela.

 

Capítulo 29: Las provincias de este reino

Ahora describiré las provincias de esta tierra de manera concisa. Puerto Viejo constituye una provincia; luego está la isla de La Puná; seguida por Tumbes, Solana y Pariñas como otra entidad; Tangaralá, La Chira, y Poechos conforman una unidad; después vienen Piura, Sarrán, Motupe, Cinto, y otros pequeños valles que se extienden hasta Chimo, donde ahora está establecida Trujillo, formando otra región; luego, hasta cerca de Lima, donde hay varios valles, se considera una sola provincia; Lima, Pachacámac, Chincha, Yca, Nazca, hasta Hacarí se agrupan en otra; desde Hacarí hasta Tambo se delinea otra zona; y desde Tambo hasta Pica se constituye otra entidad. Todo esto corresponde a la costa del Mar del Sur. Algunas de estas provincias tienen una extensión de más de cien leguas y son en su mayoría despobladas; otras tienen sesenta, cincuenta o cuarenta leguas, con muchas áreas desérticas y deshabitadas entre valle y valle.

Ahora pasaré a describir las provincias de la sierra: Quito es una provincia extensa; le siguen los Cañaris, Tomebamba y Caxas como otra unidad; luego están Cajamarca, Huamachuco y los Guambos formando otra provincia; Huaylas es otra entidad; luego Tarma, Ataquillos y Bonbón constituyen otra provincia; seguida por Soras y Rucanas, otra entidad; después Chachapoyas forma su propia provincia; Huncachupachos es otra entidad; luego está Huamanga como otra provincia; desde Jauja hasta el Cusco, encontramos la provincia de Andahuaylas, otra conocida como Parcos, habitada por orejones; también están las de Vilcas, y varios valles hasta llegar al Cusco, como Abancay, Apurímac, Tambo y Jaquijahuana, formando prácticamente una sola región.

Salidos del Cusco, hay una provincia llamada Mohína; desde el Cusco hasta Mohína hay unas cuatro leguas de valle, todo poblado por orejones tanto a un lado como al otro. Condesuyo es otra provincia, muy extensa y densamente poblada, con tierras fértiles. A pesar de llevar el nombre de Condesuyo en su totalidad, en esta provincia se encuentran diferentes vestimentas y costumbres. Tiene una extensión de más de sesenta leguas y se encuentra en la sierra hacia el Mar del Sur.

Salida de esta Mohína mencionada, hay otros pueblos de orejones hasta adentrarse en la provincia de Canches. Esta provincia de Canches abarca unas veinte y dos leguas. Luego se llega a la provincia del Collao, que tiene más de sesenta leguas. Al lado de esta provincia se encuentran los Carangas; y también está la provincia de Quillacas, que limita con ella. Junto a esta viene otra provincia llamada los Charcas; luego está Amparaes, y otra denominada los Chichas. Desde aquí se parte hacia el despoblado que conduce a Chile y a Tucumán. Hacia el Mar del Norte se encuentra la provincia de los Andes, una cordillera muy extensa, poblada en algunas partes pero con poca densidad de población.

Todas estas provincias mencionadas estaban divididas y nombradas por el Inca en cuatro partes. La primera y más importante, con mayor población y mejores condiciones, la llamaban Chinchaysuyo, nombrada así por el pueblo de Chincha. Según Atahualpa, cuando el Marqués le preguntó por qué llevaba en andas al señor de Chincha mientras todos los otros señores del reino parecían cargados y descalzos delante de él, dijo que el señor de Chincha antiguamente era el mayor señor de los Llanos, que enviaba solo desde su pueblo cien mil balsas al mar, y que era muy amigo suyo. Por la grandeza de Chincha, nombraron esta región como Chinchaysuyo, que se extiende desde el Cusco hasta Quito, cubriendo casi cuatrocientas leguas. Otra parte la llamaron Condesuyo, una provincia que contiene otras hacia el Mar del Sur, llamada así porque los indígenas de esta región se llaman condes. La tercera parte fue llamada Collasuyo, porque los indígenas de esta región se llaman collas. Esta provincia incluye otras mencionadas hasta el Mar del Sur. Desde Mohína hasta los Chichas, donde comienza el despoblado hacia Chile, tiene una longitud de más de ciento cincuenta leguas. La cuarta provincia, llamada Andesuyo, abarca todas las montañas desde Puerto Viejo hasta el río de la Plata, incluyendo una provincia llamada Tucumán, que tiene una longitud de más de quinientas leguas. Llamaron a esta cordillera Andesuyo hacia el Mar del Norte porque los indígenas que viven en estas montañas se llaman andes, y de aquí tomaron los apellidos y nombres que dieron a Chinchaysuyo, Andesuyo, Condesuyo y Collasuyo. Cada provincia tenía lenguas casi iguales, aunque con pequeñas diferencias.

 

Capítulo 30: La llegada de Blasco Núñez Vela a estos reinos y el levantamiento de Gonzalo Pizarro, y la llegada del presidente Gasca y la captura de Gonzalo Pizarro

Al volver a la llegada de Blasco Núñez Vela a este reino como virrey, provocó un gran temor en todo el territorio debido a las medidas que tomaba contra los residentes y habitantes del reino. Sus acciones, ampliamente divulgadas y perseguidas en cada lugar que visitaba, desencadenaron un levantamiento en todo el reino. La mirada de la mayoría se posó en Gonzalo Pizarro para liderar la resistencia y solicitar una solución ante las medidas de Blasco Núñez Vela. Por tanto, se comunicaron con él desde todas las ciudades y pueblos, solicitándole su liderazgo.

Mientras Gonzalo Pizarro se encontraba en uno de sus pueblos llamado Chaquilla, los habitantes de la ciudad de La Plata le enviaron un mensaje para pedirle que se convirtiera en el procurador general de estos reinos y abogara por las demandas contra Blasco Núñez Vela, así como otros asuntos que debían ser discutidos entre ellos. Al entender la voluntad de los residentes de este reino, Gonzalo Pizarro envió a Diego Centeno y al General Pedro de Hinojosa al Cusco para verificar las demandas y lo que habían escrito, y también para traer unos falconetes que Vaca de Castro había dejado en Huamanga. Una vez completada esta tarea, Pizarro partió hacia el Cusco, donde fue designado como capitán y procurador.

Y en medio de estos acontecimientos, Blasco Núñez Vela entró en la ciudad de Los Reyes. Al enterarse del alboroto en el reino y la entrada de Gonzalo Pizarro en el Cusco, arrestó a Vaca de Castro, culpándolo injustamente y afirmando que él había sido la causa del levantamiento de Gonzalo Pizarro. Sin embargo, la verdadera causa de todo fue la falta de prudencia de Blasco Núñez Vela al divulgar más de lo debido sus medidas contra los vecinos.

Cuando el virrey Blasco Núñez Vela se dio cuenta de que Gonzalo Pizarro estaba reuniendo gente, envió a algunos capitanes para reclutar hombres y traerlos de vuelta, como Gerónimo de Villegas, quien reclutó hombres para Pizarro y se unió a él. También envió al Tesorero Manuel de Espinal a Arequipa para llevarse a los vecinos, algunos de los cuales aceptaron, como Pedro Pizarro, Gómez de León, Alonso Rodríguez Picado, Luis de León y Juan Flores, mientras que otros se unieron a Gonzalo Pizarro. Cuando estos hombres llegaron a Lima, descubrieron que los oidores habían arrestado al virrey Blasco Núñez Vela por la muerte del Factor Guillén Juárez de Carvajal, quien había sido asesinado por un grupo de hombres que se habían unido a Gonzalo Pizarro.

Entendiendo Gonzalo Pizarro la prisión del virrey, que se enteró en Vilcas, se dirigió hacia la ciudad de los Reyes. Al ver la gran cantidad de personas que se le unían, llegó a la ciudad de los Reyes y se proclamó gobernador. Prendió a todos los vecinos que habían apoyado a Blasco Núñez Vela y ahorcó a tres antes de que llegara Carvajal, su maese de campo, quienes fueron Pedro del Barco, Martín de Florencia y otro vecino de Huamanga; a todos los demás los mantuvo presos.

Sin embargo, Vaca de Castro logró escapar en un barco donde estaba preso, lo cual enfureció a Gonzalo Pizarro, quien ordenó matar a todos los prisioneros, entre ellos el Licenciado Benito Suárez de Carvajal, Vasco de Guevara, Alonso de Cáceres, Pedro Pizarro, Melchor Verdugo, Juan Flores, Alonso Rodríguez Picado y otros cuyos nombres no recuerdo. Carvajal, su maese de campo, fue enviado para llevar a cabo las ejecuciones. Este, junto con un verdugo y ciertos arcabuceros que nos mantuvieron vigilados, ordenó que se llamaran sacerdotes para que nos confesaran. El primero al que ordenó confesar fue al Licenciado Carvajal. Mientras tanto, llegó un paje de Gonzalo Pizarro para llamar a Carvajal y se dice que le dijo que no nos mataran, pues después nos contaron que, aunque había ordenado a Carvajal que nos matara, él se arrepintió y consideró que sería una gran crueldad matar a tantos. Cuando Carvajal llegó, se dice que Gonzalo Pizarro le dijo: "Me parece, Carvajal, que sería una gran crueldad matar a tantos. ¿Qué opinas?", a lo que Carvajal respondió: "Así es como Vuestra Señoría lo dice: sería mejor hacer amigos de algunos de ellos y quitarles a otros sus indios y desterrarlos". Esto le pareció bien a Gonzalo Pizarro, quien respondió: "Pues hacedlo así, Carvajal, como os parezca".

A la mañana siguiente, cuando los soldados de Gonzalo Pizarro vieron que ninguno de nosotros había sido ejecutado en la plaza, se quedaron perplejos porque habían escuchado la orden de Gonzalo Pizarro de no matarnos.

Carvajal entonces desterró a Vasco de Guevara a Huamanga, a Pedro Pizarro, a Luis de León y a Alonso Rodríguez Picado a la villa de La Plata, y a otros a los Chachapoyas. A algunos los llevó consigo, despojándoles de sus indios. Luego partió en busca de Blasco Núñez Vela (quien se había liberado antes de la entrada de Gonzalo Pizarro en Lima), designando corregidores de su confianza en todos los pueblos. Dejó a Lorenzo de Aldama como corregidor en Lima, a Alonso de Toro en el Cusco y envió a Francisco de Almendras a los Charcas, con Diego Centeno para ayudarle. Una vez que Almendras llegó a los Charcas, llevando a Pedro Pizarro, a Luis de León, a Alonso Rodríguez Picado y a Rodrigo de Esquivel como prisioneros desterrados (como ya he mencionado), designó a Diego Centeno como alcalde por Gonzalo Pizarro. Además, destituyó a Don Gómez de Luna de su cargo, a pesar de ser servidor de Su Majestad, desterró a Lope de Mendoza y a otros cuatro vecinos, incluyendo a Francisco Retamoso, Pedro de Vivanco, Hernando de Aldana y a Luis Perdomo.

Gonzalo Pizarro siguió al virrey Blasco Núñez Vela hasta Quito y más allá, pero al no poder alcanzarlo, regresó a Quito, donde esperó hasta que el virrey Blasco Núñez Vela, con una fuerza reunida, regresó. Creyendo que muchos de los seguidores de Gonzalo Pizarro se unirían al virrey cuando vieran su ejército, este último decidió enfrentarse a Gonzalo Pizarro en Quito. Sin embargo, Gonzalo Pizarro lo derrotó y lo mató. Después de dejar a Pedro de Puelles como general en Quito, regresó a la ciudad de los Reyes, enviando al General Hinojosa a Panamá con tropas y habiendo enviado primero a un hombre llamado Hernando Machicao. También envió a Nicaragua a un hombre llamado Juan Alonso Palomino.

Mientras tanto, cuando Francisco de Almendras, quien estaba en la villa de La Plata, regresó, Diego Centeno decidió cambiar de bando y servir a Su Majestad. Después de discutir con los desterrados y comunicarse por cartas con Lope de Mendoza, acordaron prender a Almendras y levantar la bandera en nombre de Su Majestad. Obtuvieron permiso para que Mendoza y los demás regresaran, y una mañana, Centeno, junto con algunos de nosotros, fue a la posada de Almendras antes de que se levantara y entró diciendo: "Tenemos noticias de Gonzalo Pizarro". Almendras le preguntó: "¿Son buenas, hermano?", ya que eran muy buenos amigos, habiendo Almendras ayudado a Centeno en el pasado. Centeno se acercó a la cama de Almendras, fingiendo llevar una carta, y entonces lo arrestó, diciéndole: "¡Eres arrestado por el rey!". Almendras preguntó: "¿Por quién?". Centeno respondió: "Por el rey". Almendras, desconcertado, preguntó: "¿A mí, hermano? ¿Dónde está nuestra amistad?". Luego, los demás que acompañaban a Centeno lo arrestaron y lo llevaron a la posada de Centeno, donde le cortaron la cabeza, así como a otro partidario de Gonzalo Pizarro.

Alzada la bandera por Su Majestad, con hasta cien hombres que se unieron a nosotros, llegamos a Chucuito y nos detuvimos allí, esperando que se nos uniera más gente. Cuando Alonso de Toro, corregidor del Cusco, recibió la noticia, reunió trescientos hombres y marchó hacia nosotros. Centeno, al enterarse de la llegada de Toro, comenzó a retirarse y huir, y Toro nos persiguió hasta dispersarnos, unos por un lado y otros por otro. Centeno, con unos cuarenta hombres que lograron seguirlo, se adentró en los despoblados y provincias de los Chichas, mientras que Toro regresó al Cusco. Centeno volvió a salir y, tras reunir algo de gente, se estableció en Paria.

Gonzalo Pizarro, al enterarse del levantamiento de Centeno, envió a Carvajal, quien venía de camino desde Quito, y cuando llegó a los Reyes, Carvajal reunió a algunos hombres y se dirigió al Cusco. Al saber que Centeno estaba en Paria, Carvajal reunió cuatrocientos hombres y marchó hacia él, persiguiéndolo y obligándolo a huir. Centeno regresó hacia Arequipa y Carvajal lo persiguió hasta despojarlo de toda su gente. En este enfrentamiento, Carvajal ahorcó a más de veinte personas.

Centeno y un Luis de Ribera se ocultaron en unas colinas, mientras que los demás nos dispersamos, cada uno buscando dónde esconderse para salvar nuestras vidas. Aunque algunos fueron capturados y ahorcados, como Alonso Pérez Castillejo, vecino de los Charcas, y Luis de León, vecino de Arequipa, quienes fueron capturados en Huamanga y ejecutados, y en la ciudad de Arequipa mataron a dos más, incluyendo a Alonso de Ávila, quien era alcalde por Gonzalo Pizarro y fue el responsable de sus ejecuciones.

Mientras tanto, Carvajal fue a los Charcas y se encontró con un grupo de personas que habían salido del río de La Plata, liderado por Felipe Gutiérrez y Francisco de Mendoza, un caballero de los Bustos de Extremadura. Mataron a Mendoza por abandonar la expedición del río de La Plata, ya que no les permitía partir. Lope de Mendoza, quien estaba con Centeno y era su maese de campo, junto con cuatro o cinco hombres, había huido hacia los Chichas y se encontró con este grupo que salía del río de La Plata. Convenció a este grupo para que lo ayudara a enfrentarse a Carvajal, y juntos, dirigidos por Lope de Mendoza, se dirigieron hacia Carvajal, quien ya estaba cerca de la villa de La Plata.

Carvajal recibió noticias de esta reunión, que contaba con hasta doscientos hombres. Tras evaluar la situación, Carvajal decidió actuar y reunió a su gente, preparándolos para el enfrentamiento. Aunque su fuerza era apenas un poco mayor que la de Lope de Mendoza, Carvajal avanzó hacia él, refugiado en el valle de Pocona debido a su fortaleza natural. Hubo un encuentro entre ambos grupos, y Carvajal estuvo en grave peligro, pues si los hombres de Mendoza lo hubieran atacado con determinación, podrían haberlo derrotado. Sin embargo, con astucia, Carvajal logró vencerlos y desbaratarlos, matando a Lope de Mendoza y ahorcando a muchos otros, dispersándolos así. Luego, regresó a la villa de La Plata, dejando a Alonso de Mendoza como capitán. Carvajal se dirigió entonces en busca de Gonzalo Pizarro, quien se encontraba en Lima con un gran temor, debido a la noticia de la llegada del presidente Gasca y su toma del mando de la armada.

La noticia de la llegada del presidente Gasca se difundió por toda la región, lo que impulsó a los partidarios de Su Majestad a unirse y salir en poblado. Arequipa se levantó en favor de Su Majestad, arrestando a Lucas Martínez Vegaso, quien era corregidor de Gonzalo Pizarro. Este fue el primer pueblo en ondear la bandera en favor de Su Majestad tras la llegada del presidente Gasca.

Después de estos acontecimientos, Centeno y Luis de Ribera abandonaron su escondite y, sin pasar por Arequipa, se reunieron con algunos amigos en Hatuncana, un pueblo indígena situado a treinta leguas del Cusco. Desde allí, se comunicaron con otros amigos en el Cusco, quienes les aseguraron que se unirían a ellos para servir a Su Majestad. Centeno logró reunir hasta treinta amigos y, con ellos, se dirigió al Cusco. Una noche, entraron en la ciudad y la mayoría de la gente se les unió, siguiendo el plan previamente acordado entre ellos y el corregidor, Alonso de Hinojosa, un vecino del Cusco, quien decidió honrar a Centeno con la ayuda de sus seguidores.

Al mismo tiempo, en Arequipa y sus alrededores, nos reunimos aquellos que estábamos huidos y nos dirigimos a Arequipa. Todos juntos salimos hacia Chucuito para esperar a Centeno, quien llegó con hasta doscientos hombres que había reunido allí. Luego, nos dirigimos juntos hacia el desaguadero para fortificarnos. Mientras estábamos allí, Alonso de Mendoza, a quien Carvajal había dejado en la villa de La Plata, ondeó la bandera en favor de Su Majestad y se unió a nosotros.

Después de esta reunión, Gonzalo Pizarro partió de Lima, perdiendo a la élite de su gente que se había escapado, y vino en nuestra búsqueda. Nos enfrentamos en Guarina, donde nos derrotó por falta de liderazgo, ya que Centeno estaba enfermo y no participó en la batalla. Con la astucia de Carvajal, fuimos vencidos, a pesar de que nuestros jinetes habían superado a los de Gonzalo Pizarro. Carvajal, con su infantería, había desbaratado la nuestra. Viendo que nuestros jinetes estaban causando problemas a los suyos, reunió a cien arcabuceros y les ordenó que se unieran al escuadrón de jinetes, ya que estábamos todos mezclados, y que se centraran en Gonzalo Pizarro mientras disparaban contra los demás. Con la entrada de estos arcabuceros en nuestras filas, muchos fueron heridos y muertos, y a pesar de nuestra reticencia, fuimos derrotados. Se estima que murieron casi quinientos hombres de ambos bandos: de los partidarios de Gonzalo Pizarro, se dice que no quedaron cien hombres sanos; éramos más de setecientos seguidores de Centeno y hasta quinientos de Pizarro.

Tras esta victoria, Gonzalo Pizarro regresó al Cusco, enviando a Carvajal, su maese de campo, a Arequipa para saquearla y matar a quienes pudiera capturar, así como llevarse a todas las mujeres de los vecinos que eran sus opositores al Cusco, lo cual cumplió.

Durante esta incursión, el presidente Gasca ya estaba en esta región, en Jauja, y al enterarse del desastre de Centeno, reunió gente de todas partes. Nosotros, los supervivientes de Guarina, nos unimos a él, y juntos, alrededor de ochocientos hombres, nos dirigimos al Cusco en busca de Gonzalo Pizarro. Pasamos por muchos problemas, especialmente por ser época de invierno, y estuvimos al borde del desastre al cruzar un puente que construimos sobre el río que desemboca en Apurímac. Si Gonzalo Pizarro hubiera enviado a Juan de Acosta con doscientos hombres para atacarnos después de que algunos de nosotros hubiéramos cruzado, como se rumoreaba que quería hacer, podríamos haber sido derrotados o puestos en apuros. Sin embargo, algunos hombres que huían de Juan de Acosta hacia el campo del presidente Gasca nos alertaron de su llegada. Si Acosta hubiera avanzado sin detenerse, podría haber capturado hasta cien hombres que ya habíamos cruzado, pero al parecer, al notar que algunos habían escapado, decidió dar media vuelta. Se dice que Carvajal le informó a Gonzalo Pizarro: "Señor, nuestro Juan de Acosta ha fallado; estos hombres están advertidos. Me parece que Vuestra Señoría debería retirarse del Collao y dejarme cien hombres, los que yo elija, mientras yo me retiro a la vista de este capellán" (así llamaba a Gasca). Se dice que Gonzalo Pizarro no confiaba lo suficiente en él como para enviarlo al puente.

Gonzalo Pizarro salió a Jaquijahuana con toda su gente y nos esperó en un llano junto a un cerro alto por donde pasaríamos. Pero, por algún designio divino, cometió un error estratégico al retirarse a un llano cerca de una ciénaga, creyendo que nuestro ejército lo atacaría desde allí. Esta posición le daba cierta ventaja y la oportunidad de aprovechar su artillería. Cuando descendimos al llano, el presidente Gasca ordenó que formáramos nuestros escuadrones y que permaneciéramos quietos hasta que ellos nos atacaran. Sin embargo, Carvajal notó que habíamos descubierto su estratagema y perdió el ánimo, al igual que su gente. Algunos de ellos se pasaron al campo del presidente, mientras que otros huyeron. Aprovechando esta oportunidad, atacamos y capturamos a Gonzalo Pizarro, a Carvajal y a todos sus capitanes. Fueron derrotados y la región quedó sometida al servicio de Su Majestad.

Gonzalo Pizarro tuvo algunas oportunidades para someterse al servicio de Su Majestad, pero por su falta de sabiduría no lo hizo, a pesar de los consejos de Carvajal. Se dice que el Licenciado Diego Vásquez de Cepeda lo impidió, ya que estaba tan culpable como él.

 

Capítulo 31: Las acciones del presidente Gasca tras la muerte de Gonzalo Pizarro y sus capitanes.

Una vez terminada la guerra liderada por Gonzalo Pizarro, el presidente Gasca procedió a distribuir las tierras, asignando aquellos territorios que habían quedado vacíos a quienes habían sufrido bajo el yugo de los tiranos, y premiando especialmente a quienes habían seguido fielmente a Pizarro. Este enfoque ha generado una proliferación de pretendientes sin méritos en este reino. Al perdonar los delitos de aquellos que ya habían sido beneficiados con lo mejor, se ha dado lugar a que otros soliciten y pretendan lo que no merecen como recompensa por su mera presencia en el reino, sin merecer permanecer en él.

 

Capítulo 32: Francisco de Carvajal, el maese de campo de Gonzalo Pizarro, y sus acciones en este reino.

Ahora, describiré algunas de las acciones de Francisco de Carvajal, el maese de campo de Gonzalo Pizarro. A Carvajal le otorgaron tierras en estas tierras sin méritos previos; era un hombre muy elocuente, capaz de hablar de manera discreta y agradable para quienes lo escuchaban. Poseía una naturaleza astuta, cruel, y tenía un profundo entendimiento de la guerra.

A Carvajal le sucedió que, estando de camino para regresar a España con algunos fondos que había acumulado, partió del Cusco hacia la ciudad de Los Reyes con la intención de embarcarse. Sin embargo, al llegar, se encontró con la orden de Blasco Núñez Vela, el próximo Virrey, de no permitir que nadie abandonara la tierra hasta su llegada. Consciente de la agitación que se vivía en el reino con la llegada de Blasco Núñez Vela y la inquietud de Gonzalo Pizarro, Carvajal entendió la gravedad de la situación y la necesidad de abandonar el país. Al no poder hacerlo desde la ciudad de Los Reyes, se enteró de que en Arequipa había un barco perteneciente a un tal Baltasar Rodríguez y decidió dirigirse allí para intentar salir de la tierra. Al llegar a Arequipa, se alojó en casa de Pedro Pizarro y le pidió que hablara con Baltasar Rodríguez, el capitán del barco, ofreciéndole mil pesos para que lo llevara a Panamá sin hacer escala en ningún otro puerto. Después de hablar con el dueño de la nave y ofrecerle dos mil quinientos pesos, Carvajal instó a Pedro Pizarro a hablar de su parte ofreciendo tres mil pesos. A pesar de los intentos, Baltasar Rodríguez se negó a aceptar el trato, ya que había prometido mantener en secreto su fidelidad a Gonzalo Pizarro. Pedro Pizarro informó a Carvajal de que no había forma de salir del país, ya que el capitán le había respondido que incluso si le ofreciera diez mil pesos, no lo llevaría consigo. En efecto, el capitán había rechazado la oferta, molesto con Pedro Pizarro por intentar contravenir los intereses de Gonzalo Pizarro, a quien había prometido lealtad.

Estando comiendo Carvajal, el Licenciado García de León y Pedro Pizarro, cuando Carvajal ya terminaba, volvió a preguntar a Pedro Pizarro: "Señor, decidme: ¿qué os dijo el maestre?". Pedro Pizarro le respondió: "Ya os he dicho, señor, que no quiere". Dijo Carvajal: "¿Que no quiere, señor?", y diciendo estas palabras, tomó una taza de vino que tenía delante, la bebió y dio un suspiro al terminarla, y dijo: "¿Así que el maestre no quiere llevarme? Pues yo juro que os haré a Gonzalo un nuevo Gonzalo, tal que los nacidos se espanten y los por nacer tengan qué contar. ¡Señor Pedro Pizarro, prepárense! ¡Prepárense! Porque me quiero ir al Cusco, pues el virrey pregunta por mí. ¿Acaso Gonzalo Pizarro me envía a buscar? Me quiero ir donde él está".

Y era cierto que Gonzalo Pizarro había despachado desde el Cusco a Pero Alonso de Hinojosa (que después fue general de La Gasca), y lo envió, como digo, con cincuenta de a caballo para que viniera a Arequipa a apresar a Carvajal, pues tenía noticias de que estaba allí, y que se llevara todas las armas y caballos que encontrara en Arequipa, si los vecinos no quisieran ir con él.

Carvajal se fue de su posada y dijo a Pedro Pizarro, su huésped: "Preparaos, señor, porque os digo que han de venir por vos y por todos los vecinos". Este Carvajal era tan sabio que decían que tenía un familiar.

Salido pues Carvajal de Arequipa, no había andado cuatro leguas cuando se topó con Hinojosa y los demás que venían en su búsqueda. Este hospedaje que Pedro Pizarro brindó a Carvajal, después de Dios, le salvó la vida, porque Carvajal estuvo dos veces en posición de matarlo, y en la segunda le dijo: "Señor, ya estamos a mano. ¡Por vida de tal! Que, si otra vez os tengo en mis manos, solo Dios os dará la vida".

Este Pedro Pizarro aquí nombrado, por servir a Su Majestad, desaprovechó muchos ofrecimientos que, al principio, cuando Gonzalo Pizarro empezó a revelarse, le hizo prometiéndole que lo haría su capitán y sería el más preeminente en su campo. Pedro Pizarro pospuso y dejó todo por servir a su rey y señor. Así, Gonzalo Pizarro estuvo a punto de matarlo en la ciudad de Los Reyes, y solo por ruego de Carvajal, su maestre de campo, no lo mató. Lo desterró a Charcas, le quitó los indios, perdió más de treinta mil pesos, y a lo último aventuró su honra, habiendo puesto muchas veces la vida en juego, todo por servir a su rey y señor, negando su nombre y sangre.

Este Carvajal fue responsable de la muerte de numerosas personas, incluyendo a un clérigo, un fraile y una mujer casada, quien era la esposa del capitán Gerónimo de Villegas. La mujer fue asesinada porque hablaba en contra de su bando. Respecto al fraile, después de la batalla de Guarina, lo ahorcó utilizando una piedra que sobresalía de una de las tumbas de los nativos en el Collao. Los nativos en esta región usaban tumbas altas y anchas, algunas tan altas como dos picas. Colgó al fraile de una de estas tumbas y llamó a Gonzalo Pizarro para mostrarle lo que había hecho. Cuando Gonzalo Pizarro llegó y vio al fraile ahorcado, le recriminó a Carvajal, diciéndole: "¡Maldito seas, Carvajal! ¿Cómo has podido hacer esto?". A lo que Carvajal respondió: "Este fraile era un mensajero muy eficiente, llevaba cartas del campo del capellán al del centeno verde, y ahora es hora de que descanse un poco". Se dice que por la misma razón, Carvajal también mató al clérigo.

Recuerdo que mientras Carvajal perseguía a Centeno, quien escapaba de Paria hacia Chuquisaca, estaban prácticamente uno frente al otro. Carvajal capturó a un soldado de José de Centeno llamado Pedro Vidal, cuyo caballo se había cansado durante las escaramuzas. Lo llevaron prisionero a pasar la noche en un puerto desolado y nevado llamado Sacaca. Allí, Carvajal ordenó que desnudaran al soldado y lo ataran de pies y manos junto a su tienda. Lo dejaron así toda la noche, tendido sobre unos carámbanos de agua helada, y la helada fue muy intensa durante toda la noche.

El soldado, torturado por el frío y el hielo, gritaba en voz alta insultando a Carvajal, llamándolo borracho, tirano y otras deshonras, tratando de provocarlo para que lo matara. Carvajal, siendo tan cruel como era, no podía dormir con los gritos y los insultos del soldado. Pasó toda la noche soportando sus gritos y afrentas. A la mañana siguiente, ordenó que estrangularan al soldado y lo mataron.

Carvajal murió como un pagano, porque según cuentan (yo no quise verlo, ya que le había prometido no volver a verlo después de nuestra última conversación), mientras lo llevaban a ser ejecutado, el sacerdote que lo acompañaba le recomendaba encomendarse a Dios y recitar el Padrenuestro y el Ave María. Se dice que Carvajal pronunció esas palabras, pero no dijo nada más.

 

Capítulo 33: Del papel y el comportamiento de las mujeres nativas en el reino del Perú, y del método que tenían los nativos para jurar lealtad a los reyes que elegían.

Ahora hablaré sobre las mujeres nativas de este reino, es decir, las indígenas. Eran sumisas a sus maridos, tanto así que las mujeres de las montañas llevaban cargas al igual que los hombres, transportando tributos hacia donde los señores indicaban. A veces, mientras llevaban cargas, daban a luz en el camino. Cuando esto ocurría, se apartaban del camino y se dirigían hacia donde había agua para lavar al bebé y a sí mismas. Luego, tomaban al recién nacido y lo colocaban sobre la carga que llevaban, y continuaban su camino. Presencié este hecho en varias ocasiones.

Las mujeres casadas que acompañaban a sus maridos en la guerra llevaban la comida de estos, así como las ollas e incluso algunas llevaban chicha, una bebida fermentada elaborada a partir de maíz, similar al vino. Con este maíz hacían pan, chicha, vinagre y miel, además de servir como alimento para los caballos. Estas mujeres cargadas llegaban tan rápido como sus maridos y se ocupaban de preparar la comida al instante.

La alimentación básica de los indígenas incluía el maíz mencionado anteriormente, junto con hierbas, papas y otras legumbres que recolectaban. También consumían pequeños pescados que se criaban en los ríos de la sierra. La carne era un alimento poco común, reservado principalmente para los señores y aquellos a quienes ellos decidían darla.

Las hijas de los señores y reyes de esta tierra, y sus parientes, que eran numerosos ya que casi todos los nobles tenían vínculos familiares con el señor, eran tratadas con gran deferencia. Estas hijas, llamadas "coyas", que significa "queridas señoras", eran llevadas en hombros, algunas en andas y otras en hamacas. Las hamacas eran mantas sujetadas a cañas gruesas, cuidadosamente colocadas para que las señoras descansaran sobre ellas, cubiertas con mantas. Eran atendidas con gran esmero y se les proporcionaba todo lo que necesitaban.

Las mujeres comunes y corrientes guardaban castidad con respecto a sus maridos después del matrimonio, aunque antes de eso, los padres no se preocupaban si eran buenas o malas (como mencioné anteriormente), ni lo consideraban una deshonra entre ellos. Algunas de estas mujeres, especialmente entre las hijas de los nobles, tenían una mayor libertad.

Los señores tenían una casa donde sacrificaban ganado local a diario, distribuyendo la carne entre todas las señoras y nobles principales. Aunque el ganado local se multiplicaba lentamente, debido a que todo pertenecía al señor y nadie podía tomarlo sin su permiso. Este ganado se usaba tanto como carga como para obtener carne cuando era necesario.

Estas señoras de las que he hablado eran muy cuidadosas con su apariencia, especialmente con sus largos cabellos negros que llevaban sobre los hombros, los cuales procuraban mantener limpios y largos. Se enorgullecían de su belleza, y casi todas las hijas de los señores y nobles lo eran. Entre las mujeres comunes, las guancas, chachapoyas y cañaris eran consideradas las más hermosas y elegantes; el resto de las mujeres de este reino solían ser más gruesas y, aunque no eran ni hermosas ni feas, tenían un aspecto bastante común. La gente de este reino del Perú tenía una tez blanca y trigueña. Los señores y señoras eran aún más blancos, casi como los españoles. Recuerdo haber visto en esta tierra a una mujer indígena y a un niño indígena que, siendo blancos y rubios, apenas se consideraban indígenas. Ellos afirmaban ser hijos de los ídolos.

Recuerdo haber escuchado a un noble de esta tierra, hace unos diez años aproximadamente, antes de que los españoles entráramos en ella, en Apurímac, un ídolo que los indios tenían a doce leguas del Cusco, con el cual hablaban. Este ídolo les ordenó que todos los señores se reunieran, ya que quería hablarles. Cuando estuvieron reunidos, les dijo: "Deben saber que viene un pueblo barbudo que los juzgará. Por lo tanto, quiero decirles que coman, beban y gasten todo lo que tienen, porque cuando ellos lleguen, no encontrarán nada y no tendrán nada que darles". Esta historia me la contó un anciano noble, quien lo había escuchado con sus propios oídos.

La ceremonia que los nativos de este reino tenían para jurar lealtad a los reyes que sucedían, a quienes llamaban "Capac", era la siguiente: todos los señores se reunían en una plaza con el señor elegido como rey Capac sentado en su trono en medio de ellos. Primero lo hacían los orejones, seguidos por los señores de los pueblos y los indios subyugados por ellos. Uno por uno, se acercaban al señor descalzos, llevando pequeñas plumas en las manos. Inclinaban las palmas hacia el rostro del señor, haciendo reverencias, y movían las plumas frente a su rostro. Luego, entregaban las plumas a un señor que estaba de pie junto al rey, quien las recogía todas. Después de que todas las plumas fueran entregadas, estas se quemaban. También juraban por el sol, inclinándose hacia él, y por la tierra, prometiendo ser leales y servir en todo lo que se les mandara. Las plumas con las que juraban se llamaban "tocto" y provenían de aves que se criaban en las tierras frías y despobladas, conocidas como "yuco" o "guallatas". Presencié esta ceremonia en el Cusco cuando los nativos aclamaron a Mango Inca como su señor, aunque en realidad querían que el Marqués Francisco Pizarro lo fuera, ya que había conquistado la tierra de un tirano, tal como lo fue Atahualpa. Sin embargo, el Marqués rechazó la oferta al entender que Su Majestad no estaría de acuerdo, y creo que conquistó justamente esta tierra al derrotar a un tirano como Atahualpa, quien la tenía bajo su dominio cuando los españoles llegaron a este reino.

 

Capítulo 34: De los precios de los caballos, armas, herrajes y otras mercancías que se vendían en estos reinos al momento de la conquista, y de una caza de ganado montés, conocido por los indígenas como "chaco", que se llevó a cabo en Jauja.

Un caballo bueno valía entre cuatro mil y cinco mil pesos de oro, mientras que uno de menor calidad se vendía por tres mil o dos mil pesos. Una herradura pesada costaba lo mismo que su peso en plata, al igual que los clavos, los cuales equivalían a su peso en oro. Una vara de paño se vendía por veinte pesos, mientras que una de seda alcanzaba los treinta. Una cota de malla costaba entre trescientos y cuatrocientos pesos, dependiendo de su calidad, y una camisa se vendía por veinte pesos. Una espada tenía un valor de cien pesos. Estos eran los precios habituales en aquella época.

Recuerdo haber presenciado cómo Hernán Sánchez Morillo pagó quinientos pesos de oro por una cuartilla de vino, que equivalía a un cuarto de arroba. Además, vi a este mismo individuo ganar doce mil pesos de oro en una sola apuesta en el juego de bolas, sacando dos bolas sin necesidad de dar en la esquina, con cada bola valiendo mil pesos. En total fueron doce apuestas, y quien perdió fue Rodrigo Orgóñez. En estos juegos, las ganancias y pérdidas eran comunes y podían alcanzar los treinta o cuarenta mil pesos en una sola sesión.

Se llevó a cabo una cacería en Jauja en presencia de don Francisco Pizarro, don Diego de Almagro y sus capitanes. El señor que gobernaba en ese momento en este reino era Mango Inca. La caza se organizó en un valle, donde se enviaron muchos indígenas para ahuyentar a los animales y reunirlos en el valle. Los indígenas comenzaron a juntar el ganado donde se les indicaba, formando un círculo al agarrarse de las manos unos a otros y reuniendo así todo el ganado montés en un solo lugar. A esto lo llamaban "chaco".

Se estimó que se mataron alrededor de once mil cabezas de ganado montés, que incluían ciervos, zorros, perdices y leones, como ya he mencionado antes. La mayor parte de esta cantidad correspondía al ganado montés nativo de la región. He querido informar sobre esto porque son hechos destacados.

 

Capítulo 35: De los animales y aves de estos reinos, así como de las estaciones de verano e invierno y los diferentes climas, y también de las islas.

Hoy hablaré sobre algunos animales y aves que habitan en este reino, así como de una historia que me contó un prominente pescador, la cual parece una fábula. Le pregunté sobre unas islas de las que se tiene noticia en esta tierra, que según dicen se encuentran en un valle llamado Ilo, a veinticinco leguas de Arequipa hacia Chile.

En este reino, hay algunos animales como leones y zorras. Los leones pardos, por ejemplo, no suelen atacar a las personas, pero pueden causar estragos en el ganado. En una sola noche, uno de estos leones puede llegar a degollar cien reses de ganado menor. También hay otros leones conocidos como tigres, que habitan en las montañas y pueden atacar a las personas, siendo bastante peligrosos.

De las zorras contaré lo que oí y casi presencié un día mientras caminaba por unas lomas que bordean la costa de esta tierra. Estas lomas son pequeñas elevaciones donde cae una llovizna durante ciertas épocas del año, como mayo, junio, julio, agosto y septiembre, marcando el comienzo del invierno en las llanuras y el fin del invierno en la sierra, que va desde octubre hasta marzo. En estas lomas, crece una hierba escasa y poco nutritiva para el ganado, y se seca rápidamente debido a la naturaleza arenosa y cálida del suelo. Estas lomas a veces se acercan a la costa y otras veces se adentran dos o tres leguas tierra adentro, pero en su mayoría están cerca del mar.

Mientras caminaba por estas lomas con dos indígenas siguiéndome, uno de ellos se quedó rezagado. De repente, una zorra salió y comenzó a acechar al primer indígena, rodeándolo y siendo seguida por muchas más, según me contó el indígena que venía conmigo. De hecho, me dijo que eran más de veinte zorras las que se aproximaron, acosándolo tanto que comenzó a gritar desesperadamente. Afortunadamente, su compañero indígena que había quedado rezagado llegó a tiempo para salvarlo de las zorras, que lo habrían matado si no hubiera intervenido. Cuando los indígenas llegaron a donde yo estaba, me contaron lo sucedido, y el hombre que había sido atacado estaba visiblemente asustado. Estas zorras pueden matar a un carnero, oveja o cabra si los encuentran apartados del resto del rebaño.

En esta tierra hay unas aves llamadas gallinazas y otras conocidas como cóndores. Las gallinazas son similares a los milanos, de color negro con patas peladas y rojas. Son aves carroñeras y se alimentan de animales muertos. Es sorprendente encontrarlas en lugares donde crían, ya que son sucias y suelen alimentarse de carroña. Por otro lado, los cóndores son aves grandes, similares a los quebrantahuesos, pero de mayor tamaño. Cuando están hambrientos, se reúnen en bandadas y atacan al ganado montés e incluso al ganado manso. Los acosan hasta cansarlo y luego lo matan para alimentarse, principalmente atacando los ojos y la lengua. Incluso atacan a los terneros de seis o siete meses, hiriendo a las madres repetidamente hasta que estas abandonan a sus crías. En ocasiones, también matan a las llamas mayores cuando no tienen crías en las que alimentarse.

En el templo de Pachacamac, tenían la costumbre de colocar muchas cargas de sardinas pequeñas, similares a las anchovetas frescas, en una placa frente al templo. Esto lo hacían para alimentar a las gallinazas y cóndores, ya que creían que era una orden de su dios.

El templo de Pachacamac estaba cerca del mar, y la mayoría de los indígenas que vivían allí eran pescadores. El encargado del templo y señor del valle de Pachacamac se llamaba Sabá.

Los indígenas de esta tierra también conocen unos pájaros pequeños llamados chaiñas. Estos pájaros tienen un canto armonioso y suave, y en cuanto escuchan música de órgano o clavicordio, comienzan a cantar. Tienen el cuerpo de color amarillo y pardo, con las patas negras. Aunque pueden vivir en jaulas, suelen morir pronto, especialmente si se les saca de su entorno natural.

Ahora volviendo a la historia que mencioné, el líder de Ilo, llamado Pola, me contó que las islas realmente existían. Me dijo que las neblinas y la lluvia que llegaban a su tierra provenían de la abundancia de agua que llovía en esas islas. Cuando le pregunté cómo lo sabía, me respondió: "Debes saber, cristiano, que mis indios pescadores entran en el mar cuando llueve para atrapar lobos marinos y aves marinas que andan por la superficie. Estos animales huyen del agua y se acercan a nuestra tierra. Hay dos tipos de lobos marinos: uno de pelo suave como lana, que dicen viene de las islas, y otro con piel y pelo más áspero, que se encuentra cerca de esta tierra".

Un día, mientras un pescador de Pola pescaba un lobo marino, el animal tiró hacia las islas arrastrando la balsa y al indígena con ella. Allí encontraron a pescadores de las islas, quienes lo capturaron, pero al darse cuenta de que hablaban el mismo idioma, lo trataron bien y lo retuvieron durante un año. Después, lo dejaron regresar a su tierra, donde dio aviso de las islas. Sin embargo, mencionaron que durante ciertas épocas, la corriente en el mar es tan fuerte que les impide viajar hacia esas islas.

La información sobre estas islas es abundante entre los indígenas de la costa, desde Ilo hasta Tarapacá, y se dice que son muy ricas, como me comentó un principal de mi encomienda llamado don Martín Cañari, quien mencionó que se sirven en vasijas de plata y oro. Se cree que en el pasado, hubo intercambios entre los habitantes de estas islas y los de la tierra firme. Sin embargo, las fuertes corrientes marinas han dificultado la navegación hacia ellas, a menos que se pueda encontrar el momento adecuado cuando las aguas no fluyen con tanta fuerza desde el Estrecho hacia Panamá.

He querido hablar sobre estos animales, aves y zorras, ya que son más audaces para causar daño que los que conocemos en España.

Un español llamado Antón de Gatas lideró una expedición con cuarenta hombres por un valle llamado Cochabamba, que es una ruta hacia las montañas, para explorar la región. Encontraron ríos llenos de peces y pequeñas poblaciones. Avanzando más, desde la cima de una colina, vieron grandes fuegos y señales de poblaciones importantes. Sin embargo, decidieron no avanzar más y, al regresar de las montañas, vieron muchas aves grandes, incluyendo grullas, y otras tan grandes que se divisaban desde lejos. Además, avistaron un monstruo: de la cintura para abajo, tenía la forma de una cabra, y de la cintura para arriba, la de un hombre. Tenía un rostro achatado y unos cuernos pequeños en la cabeza. Después de observarlos por un momento, el monstruo huyó a gran velocidad, casi como si desapareciera ante sus ojos.

En la costa de Lima y Chincha, hay unos peces que se asemejan a patos de agua, pero son más pequeños. Son peces porque nunca salen del mar ni vuelan. Tienen alas pequeñas, así como pico, pies y cuerpo similar al de un pato. En su cuerpo, tienen unas plumas muy pequeñas, parecidas a escamas. Estos peces emiten un canto bajo el agua, que suena como un gemido muy doloroso. Recuerdo haber visto uno en Chincha cuando llegamos por primera vez a esa zona.

 

Capítulo 36: Las frutas que se encuentran en este reino del Perú.

¿Conoces las guayabas? Estas frutas tienen un color que recuerda al mango, aunque algunas son verdes. Son deliciosas, con una pulpa y cáscara delgadas por fuera, de un grosor similar al de una moneda real. En su interior, la pulpa es de un tono rojizo, mientras que en las verdes es blanca, mezclada con pequeñas y duras semillas que se ingieren junto con la pulpa. Se pueden comer tanto con cáscara como sin ella; algunas son muy dulces y otras un poco ácidas. Tienen un tamaño que varía entre las manzanas grandes y pequeñas. Esta fruta es refrescante y de fácil digestión.

Otra fruta que los indígenas llaman cachun y que nosotros, los españoles, hemos nombrado pepino debido a su sabor similar, especialmente cuando están verdes. Algunas son redondas como manzanas, otras son alargadas y puntiagudas, tan largas como un pepino de Castilla e incluso más grandes. Los redondos suelen ser más dulces, pero todos tienen un sabor dulce y suave. Su madurez es tan exquisita y dulce que no se puede encontrar nada mejor, ya que al ponerla en la boca proporciona un sabor más dulce que el azúcar, deshaciéndose rápidamente como agua al masticarla. Tienen una textura similar al papel al quitarse la piel exterior, y una vez retirada, no se puede desear nada más. En verano, esta fruta es refrescante y, debido a su delicadeza, no causa malestar estomacal.

Hay otra fruta llamada palta, que aquí nosotros hemos denominado pera debido a su forma y color verde, similar al de una pera grande. Su cáscara, si se come, amarga como la de una granada. Sin embargo, su carne interior es extremadamente suave, tan cremosa que se deshace en la boca como la mantequilla de vaca, y además es saludable. Contiene una semilla grande, casi del tamaño de un huevo, pero esta semilla no es útil ya que amarga.

Otra fruta son las lúcumas: tienen el tamaño de una naranja o incluso más grandes, con un color verde que tiende ligeramente al amarillo. Tienen una pulpa firme y una cáscara que se asemeja a una cáscara de cebolla. Pueden ser consumidas con o sin pelar. Dentro de las lúcumas hay semillas que se parecen en forma y color a las castañas; algunas frutas tienen dos, tres o cuatro de estas semillas. Al cortar la lúcuma por el pedúnculo, se revela una especie de núcleo duro. Son un poco difíciles de digerir, aunque algunos dicen que pueden ayudar con la digestión si se consumen en exceso.

En algunas partes, hay plátanos en gran abundancia.

Otra fruta son las guabas: son largas, de más de un palmo de longitud, y tienen una forma que recuerda a un garbanzo, lo que indica la presencia de la fruta dentro. Tienen cuatro esquinas y dentro de ellas hay semillas cubiertas con una pulpa blanca parecida al algodón; es dulce al paladar, y una vez retirada la carne exterior, queda la semilla similar a la de un garbanzo. Estas semillas están presentes en toda la fruta, como mencioné. Sin embargo, las semillas no son útiles, excepto para que los indígenas laven su ropa con ellas, ya que las utilizan como un jabón molido.

Además, hay otra fruta que aquí llamamos ciruelas; tienen una pequeña cantidad de carne amarilla y unas semillas duras en su interior. La cantidad de carne es limitada, pero dulce.

Otra fruta son las achupallas, que nosotros llamamos piñas debido a su apariencia similar. Son tan grandes como melones y tienen un sabor agrio dulce, agradable al comerlas cuando están maduras, pero muy ácido si no lo están. Se cortan en rodajas y se pueden comer así, remojadas en agua para suavizar el sabor ácido.

La guanábana es otra fruta, ancha y grande como un melón pero más plana. Tiene un sabor agridulce y una cáscara verde, con semillas negras dentro del tamaño de una uña.

La granadilla, con su forma y cáscara similar a las adormideras, contiene una pulpa mezclada con pequeñas semillas negras, con un sabor agridulce.

También hay raíces que se consumen como frutas, llamadas camotes porque crecen bajo tierra y tienen ramas fuera de ella, aunque en las islas se les llama patatas. Ya se pueden encontrar en España.

Las yucas son otra variedad, largas, de un palmo y medio o dos de largo. Se pueden asar o cocer, y en la isla de Santo Domingo y otros lugares se hacen tortas similares al pan con ellas, con un sabor y textura que recuerdan a aserraduras de madera amasadas.

También hay raíces más pequeñas llamadas maníes, del tamaño de media haba, con una cáscara encima y granos dentro, parecidos a los garbanzos pero más largos. Se pueden comer tostados o cocidos, y tienen un sabor dulce.

Los indígenas llaman ollucos a otras raíces, del tamaño de una pera grande y de forma alargada, con algunos puntos blancos. Son muy dulces al comer, y algunos son blancos con un sabor similar a la zanahoria.

Finalmente, hay otra raíz llamada asipa, del tamaño de una pera grande y con forma ahusada y ancha. Tiene un sabor dulce y acuoso, y es muy refrescante y agradable al comer.

Todas estas frutas y raíces que mencioné se cultivan en tierras cálidas de las yungas, como ya he mencionado, ya que en la sierra no se produce ninguna de ellas, excepto en algunos valles muy profundos y cálidos.

El guayabo es un árbol grande, robusto y resistente. El pepino es una planta pequeña y arbustiva, similar en apariencia a la albahaca pero un poco más grande. Se siembra a partir de ramas porque no produce semillas, excepto un pequeño corazón en el centro que parece ser semillas muy pequeñas, y solo tiene la capacidad de producir cada año. Después de cosechar los pepinos de estas ramas, se arrancan y se dividen en muchas partes, y luego se plantan en la tierra. Aunque la rama que se planta sea muy pequeña, crece y se vuelve muy grande y frondosa, produciendo muchos pepinos. El árbol de las paltas, que llamamos pera, es un árbol muy grande y grueso. El árbol de la lúcuma también es grande, grueso y de crecimiento lento. El plátano, ya conocido, se cultiva ampliamente.

El árbol de la guaba es muy alto, grande y con muchas ramas. El árbol de las ciruelas es también grande. Las achupallas, que llamamos piñas, crecen en una especie de cardo pequeño, un poco más alto que un palmo del suelo. Las granadillas trepan por los árboles, como las calabazas, pero alcanzan mucha altura.

 

Capítulo 37: El alzamiento de don Sebastián.

Hace unos años, alrededor de dos, quizás un poco más, don Sebastián se alzó en la villa de La Plata, en la provincia de los Charcas, donde mató al general Pedro de Hinojosa y a su teniente, Alonso de Castro. En este levantamiento también estuvo presente Egas de Guzmán y dos caballeros de la familia Tello. El alzamiento duró alrededor de diez días, ya que pronto los propios amigos de don Sebastián y los demás implicados lo mataron, incluyendo a un tal Godínez, quien había sido su maese de campo. Fue precisamente este Godínez, con la ayuda de otros amigos, quien acabó con la vida de don Sebastián. Los oidores de la ciudad de Los Reyes ordenaron al mariscal Alonso de Alvarado y al fiscal Juan Fernández que investigaran y castigaran a los culpables.

 

Capítulo 38: El alzamiento de Francisco Hernández y sus acciones.

Durante la investigación, se encontraron pruebas de culpabilidad contra Francisco Hernández Girón. Al enterarse de esto, Francisco Hernández decidió alzarse, como efectivamente lo hizo, aunque anteriormente había intentado rebelarse en el Cusco. Juan de Saavedra, el corregidor en ese momento, lo arrestó junto con los vecinos que le habían ayudado, y lo envió a la ciudad de Los Reyes, donde quedó bajo custodia. Los oidores decidieron disimular su caso y lo enviaron de vuelta a su casa en el Cusco. Finalmente, Francisco Hernández decidió alzarse nuevamente cuando Gil Ramírez de Ávalos era el corregidor.

Una noche, durante una boda de Alonso de Loaysa, un vecino del Cusco, Gil Ramírez fue avisado por uno de sus alguaciles de que había arcabuceros congregándose en la casa de Francisco Hernández. Ordenó al alguacil que fuera a investigar. Al salir por la puerta donde se celebraba la boda y donde todos los vecinos y el corregidor estaban cenando juntos, Francisco Hernández entró con varios soldados armados con arcabuces. Cuando llegó donde estaban cenando, atacó, matando a Juan Alonso Palomino y a otro individuo. Gil Ramírez, el corregidor, se refugió en una habitación, desde donde suplicó por su vida, habiéndole dado Francisco Hernández su palabra de no hacerle daño, promesa que cumplió al enviarlo a la ciudad de Los Reyes.

Muchas personas se unieron a Francisco Hernández, más de seiscientos hombres, y si el mariscal Alonso de Alvarado no estuviera en los Charcas castigando a don Sebastián, se le habrían unido más de mil quinientos.

Francisco Hernández envió gente tanto a Arequipa como a Huamanga. En Arequipa, había un Licenciado Carvajal como corregidor, quien había tomado las medidas necesarias una vez que se enteró del levantamiento. Sin embargo, los oidores consideraron que este Licenciado no era adecuado para liderar en tiempos de guerra, por lo que lo destituyeron y nombraron a Gerónimo de Villegas en su lugar, una elección que resultó ser desafortunada.

Villegas siguió el mismo patrón que había seguido con el virrey Blasco Núñez Vela: convocó a todos los soldados y hombres de guerra en su casa y luego llamó a los vecinos, junto con algunos arcabuceros. Una vez que los tuvo reunidos, propuso la idea de nombrar a Francisco Hernández como procurador, con el fin de evitar que los recién llegados saquearan la ciudad. Con el temor a perder sus vidas, los vecinos accedieron a la propuesta de Villegas.

Todo esto ocurrió al mediodía. Al anochecer de ese día, Pedro Pizarro, Diego de Peralta, Juan de Hinojosa y Miguel Cornejo, junto con algunos de sus amigos, huyeron y se dirigieron al puerto de Arequipa, donde abordaron un barco que estaba anclado y lo enviaron a los oidores. Ellos mismos continuaron por tierra para servir a Su Majestad, dejando atrás a sus esposas e hijos a merced de los rebeldes, quienes llegaron a Arequipa cuatro días después.

Una vez llegados a la ciudad de Los Reyes, los oidores se encontraban en una gran necesidad de fondos para reclutar tropas. Pedro Pizarro, el mencionado aquí, prestó a Su Majestad y a los oidores en su nombre dieciséis mil pesos para que pudieran reclutar hombres, dada la urgente necesidad que tenían.

Por otro lado, Tomás Vázquez llegó a Arequipa y saqueó todo lo que pudo encontrar antes de dirigirse hacia la costa. Luego, se adentró en un valle llamado Acarí, que se encuentra a unas ochenta leguas de Arequipa en dirección a la ciudad de Los Reyes. Desde allí, ascendió a la sierra para encontrarse con Francisco Hernández en Huamanga, como habían acordado previamente para dirigirse juntos hacia la ciudad de Los Reyes.

Así, Francisco Hernández se dirigió primero a Jauja y luego descendió hacia Pachacámac. Cuando los oidores se enteraron de su presencia, trasladaron su campamento a un lugar a una legua fuera de la ciudad, en una chacra propiedad de los frailes dominicos. Desde allí, avanzaron hacia adelante, cerca de un gran canal. Cuando los oidores supieron que Francisco Hernández había llegado a Pachacámac, a unas cuatro leguas de la ciudad de Los Reyes, enviaron cincuenta hombres a caballo bajo el mando del maese de campo Pablo de Meneses para reconocer la ubicación del enemigo. En este encuentro, cerca del valle de Pachacámac, un soldado fue capturado, mientras que Diego de Silva se pasó al bando de los leales a Francisco Hernández. Esa misma noche, más de cincuenta hombres que acompañaban a Francisco Hernández se unieron al campamento real, lo que llevó a Francisco Hernández a no atreverse a librar batalla y a retirarse hacia la costa. Cada día, más personas se les unían y se unían al campamento real.

Ante esta situación, los oidores organizaron un contingente de sesenta hombres y nos ordenaron seguir a Francisco Hernández bajo el mando de Pablo de Meneses, con la misión de recoger y proteger a aquellos que huían de su bando.

Mientras íbamos tras él, nos fuimos agrupando tanto que en una jornada estábamos unos junto a otros. Llegamos a alcanzarlos en un valle llamado Yca, una región montañosa que distaba unas cuarenta leguas de la ciudad de Los Reyes. Ese día, ellos habían entrado en el valle, y Pablo de Meneses decidió enfrentarlos allí mismo esa noche, ya que tenía consigo más de ochenta hombres que se habían separado y huido de Francisco Hernández. Si Pablo de Meneses hubiera actuado conforme a lo acordado, habría capturado y dispersado a Francisco Hernández, como después supimos.

Al entrar en el valle, estaban agotados y hambrientos debido a que no habían descansado ni conseguido comida hasta entonces. Por ello, la gente se dispersó por el valle en busca de alimento, y al no tener noticias de nuestra llegada, se descuidaron, a pesar de tener puestos guardias y centinelas. Aprovechando la accidentada geografía del valle y contando con guías que conocían bien la zona, pudimos acercarnos a ellos y atacar sus guardias sin ser detectados.

Una vez que llegamos al río al inicio del valle, Pablo de Meneses se mostró indeciso y no se atrevió a enfrentarse a los enemigos. En medio de esta situación, decidió enviar a buscar maíz al valle para alimentar a los caballos exhaustos que llevábamos consigo. Un soldado que se había unido a nosotros después de huir del campo de Francisco Hernández se ofreció a guiar a un pueblo cercano donde podríamos conseguir maíz sin ser detectados por los enemigos. Pablo de Meneses, confiando en sus palabras, lo envió junto con otros tres de nuestros hombres para que trajeran algo de maíz.

Sin embargo, una vez que se fueron, este soldado que había desertado de nuestro bando para unirse a Francisco Hernández, aprovechó la oportunidad para escapar de los tres hombres que lo acompañaban y corrió a informar a Francisco Hernández sobre nuestra presencia. Cuando nuestros hombres regresaron e informaron a Pablo de Meneses sobre la fuga de este individuo, decidimos retirarnos y retroceder hacia unas colinas y un asentamiento de un pueblo llamado Villacurí, que quedaba a unas cinco o seis leguas hacia atrás desde este valle donde estábamos. En este lugar, Francisco Hernández ya se encontraba establecido.

Pablo de Meneses dejó a tres hombres a caballo para que vigilaran desde un cerro cercano al río hasta que amaneciera, observando si Francisco Hernández salía del valle o realizaba alguna acción. Los designados para esta tarea fueron López Martín, Caxas y Gabriel de Cifuentes. Se les instruyó que permanecieran allí hasta mediodía y luego se retiraran hacia Villacurí, donde les esperaríamos.

Durante su vigilancia hasta el mediodía sin ver movimiento alguno, decidieron adentrarse en el valle para alimentar a sus caballos y comprobar si Francisco Hernández había avanzado. Ya al caer la tarde, Francisco Hernández y su gente salieron del valle en busca nuestra, creyendo que estábamos cerca, en unas áreas arenosas fuera del valle.

Justo en ese momento, Lope Martín junto con sus dos compañeros, después de alimentar a los caballos, se encontraron con el grupo de Francisco Hernández, que buscaban activamente. Al ser avistados, trataron de escapar montados en sus caballos. Sin embargo, el caballo de Lope Martín tropezó en una colina de arena, siendo capturado allí mismo. Gabriel de Cifuentes y Caxas lograron huir, pero como la noche se cerraba y todo estaba rodeado de arenales, no pudieron encontrar el camino de regreso para alertarnos, y terminaron perdiéndose.

Una vez capturado Lope Martín, Francisco Hernández lo interrogó sobre nuestra ubicación, cuántos éramos y cualquier otro detalle que quisiera saber. Después de obtener la información que deseaba, le cortaron la cabeza y se dirigieron hacia nosotros. Estuvieron a punto de alcanzarnos a menos de una legua de distancia, pero aparentemente se desorientaron en el camino y decidieron esperar hasta el amanecer. Por suerte para nosotros, cuando amaneció, se encontraron en mitad del camino, lo que les impidió sorprendernos mientras dormíamos y probablemente nos hubieran matado a todos, ya que Pablo de Meneses, al dejar solo a tres hombres, había descuidado la vigilancia.

Mientras estábamos en ese lugar, uno de nuestros soldados salió a buscar maíz y desde una altura divisó a Francisco Hernández y su ejército en un llano frente a nosotros. Rápidamente nos preparamos y montamos a caballo, y luchamos mientras nos retirábamos juntos durante más de tres leguas. Finalmente, Francisco Hernández y su gente nos alcanzaron, desorganizándonos y matando a algunos, además de capturar a otros. Por suerte para mí, cuando mi caballo recibió un disparo de arcabuz y murió, un esclavo negro que llevaba adelante en un mulo vino en mi rescate. Monté el mulo y logré escapar, cruzando una colina de arena.

Después de esta victoria, Francisco Hernández se retiró a La Nazca, un valle que se encuentra a sesenta leguas de Lima. Permaneció allí durante más de un mes, reorganizándose. Mientras tanto, el ejército real se estableció en Chincha, a treinta leguas de Lima, donde esperaron hasta que Francisco Hernández se adentró en la sierra, al enterarse de la llegada de Alonso de Alvarado con ochocientos hombres en su búsqueda.

Francisco Hernández intentó eludir a Alvarado adentrándose en zonas despobladas, pero el Mariscal lo persiguió. Durante la persecución, Francisco Hernández logró pasar junto al Mariscal y se dirigió hacia el Cusco. Sin embargo, Alvarado lo alcanzó en un río llamado Chuquinga. Una vez allí, Alvarado, sin dar descanso a su gente, atacó a Francisco Hernández en un fuerte donde este se había refugiado con su ejército. A pesar de estar en una posición desfavorable, Francisco Hernández logró vencer al Mariscal y a su ejército, asegurando así una victoria inesperada. Después de esta batalla, Francisco Hernández se dirigió al Cusco, donde se reorganizó nuevamente.

Después de la derrota del Mariscal y su gente, los oidores se prepararon para enfrentar a Francisco Hernández. Nombraron a Pablo de Meneses como general y a don Pedro Portocarrero como maese de campo. Reunieron a toda la gente disponible y marcharon hacia el Cusco. Sin embargo, cuando llegaron, Francisco Hernández ya se había dirigido hacia Collao. Los persiguieron hasta un lugar llamado Pucará, donde esperaron al ejército real. Una vez que llegaron, establecieron su campamento junto a un río, a la vista de Francisco Hernández pero a una distancia segura. Desde aquí, se libraban escaramuzas diarias, en las cuales Francisco Hernández demostraba su habilidad táctica.

Mientras tanto, Francisco Hernández planeaba un ataque sorpresa contra el campamento de Su Majestad, pero los oidores recibieron información al respecto. Decidieron cambiar de ubicación esa noche, dejando atrás un tambor con algunos españoles y negros en el sitio original para simular que el campamento seguía allí. Cuando Francisco Hernández y su gente llegaron y escucharon el tambor, creyeron que estaban en el lugar correcto y se lanzaron al ataque. Sin embargo, al descubrir el engaño, se dirigieron hacia el verdadero campamento de Su Majestad, donde comenzó un enfrentamiento con disparos de arcabuces y fuego de artillería. Durante la refriega, algunos de los seguidores de Francisco Hernández se pasaron al bando de Su Majestad, lo que provocó que él y su gente se desanimaran. Al día siguiente, Tomás Vázquez y Juan de Piedrahita, capitanes de Francisco Hernández, se pasaron al bando de Su Majestad tras recibir un perdón secreto de los oidores. Ante esta situación, Francisco Hernández decidió huir con unos sesenta hombres, sus seguidores más leales. Esta fuga marcó el fin de su rebelión, ya que fueron perseguidos y capturados, y muchos de ellos fueron ejecutados. Francisco Hernández fue arrestado en Jauja, después de haber causado la muerte de muchas personas durante su período de tiranía.

Después de eso, ha habido algunos levantamientos secretos durante el mandato del presidente Lope García de Castro. Espero sinceramente que estos disturbios se hayan extinguido para siempre, porque si surgiera alguno debido a nuestros pecados, sería tan destructivo que superaría en maldad a todas las rebeliones pasadas en esta tierra. La experiencia acumulada aquí nos enseña el gran mal que causaría un levantamiento.

Esto es lo que ha sucedido en este reino desde que entré en él, cuando el Marqués Francisco Pizarro llegó desde España hace unos cuarenta y dos años, aproximadamente, para continuar la conquista y exploración de estas tierras más allá de Tumbes, que él había descubierto anteriormente. Posteriormente, él fue a solicitar la Gobernación a Su Majestad, momento en el que, como he mencionado antes, me uní a él.

Lo que he escrito aquí, excepto el descubrimiento hasta Tumbes, que el Marqués Francisco Pizarro había realizado previamente, como ya he declarado al principio; y he comprendido y presenciado algunas cosas sobre los nativos de este reino, que he descrito aquí.

Todo lo que está escrito aquí ocurrió así y es verdad, sin añadir ni componer nada. Me atreví a escribir esta historia porque quienes me conocen saben que soy un amigo de la verdad y siempre la trato con sinceridad, por lo que todo lo que está escrito aquí es absolutamente verídico.

Concluyo este escrito el año de 1561, a siete días del mes de febrero.

Autor: Pedro Pizarro

Fin

Compilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez 

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