Gonzalo Pizarro Viedma

Gonzalo Pizarro Viedma, nacido en Trujillo (Cáceres) en 1510 y fallecido en Jaquijahuana (Perú) el 10 de abril de 1548, desempeñó un papel destacado como capitán durante la conquista del Imperio de los Incas. Además, lideró la significativa rebelión de los encomenderos del Perú entre 1544 y 1548, oponiéndose al emperador Carlos V al ostentar el título de gobernador.

Gonzalo, el tercer hijo por vía paterna y el benjamín del conquistador del Imperio Incaico, fue fruto de la unión entre el capitán Gonzalo Pizarro El Largo y María de Viedma. Este último también tuvo dos hijas, Catalina y Graciana, con la misma mujer.

Según el testamento de su padre, otorgado en 1522, Gonzalo nació en Trujillo y mantuvo una estrecha relación con él, al igual que con su hermano mayor, Juan, y Hernando, el único hijo legítimo del capitán extremeño, destacado en las guerras de Italia.

El testamento de Gonzalo Pizarro El Largo, establecía la asignación de cuatro mil maravedíes para el vestuario de Gonzalo, cuando tenía doce años. Asimismo, encomendó a su hijo Hernando la responsabilidad de ubicarlo como paje en la casa de un personaje distinguido. La intención era que Gonzalo recibiera instrucción en modales, armas y, de ser posible, en letras. Rómulo Cúneo Vidal sugiere que esta disposición paterna se cumplió, ya que Gonzalo, al llegar a la adultez, demostró ser un caballero educado y un hábil jinete. Aunque su formación académica parece haber sido limitada, se destacó por su aguda inteligencia, aunque también era conocido por su obstinación y ambición.

En 1530, tras la obtención de la Capitulación de Toledo, Francisco Pizarro se dirigió a Trujillo en busca de voluntarios para emprender la aventura en las Indias. En ese momento, los tres hermanos Pizarro: Hernando, Juan y Gonzalo, se unieron bajo el estandarte de Francisco. También se sumó a la empresa Francisco Martín de Alcántara, hermano materno de Francisco Pizarro. El cronista Pedro Pizarro, familiar de los Pizarro trujillanos, describió a Gonzalo como valiente, con conocimientos limitados, buen aspecto, barba frondosa, de complexión compacta y estatura moderada, destacando su destreza como jinete. El Inca Garcilaso de la Vega, que conoció a Gonzalo en su infancia, expresó su simpatía por él y lo describió como un caballero apuesto, de salud robusta y gran resistencia a las adversidades, hábil tanto en la jineta como en la estradiota, además de ser un experto arcabucero y ballestero. Garcilaso también señaló que Gonzalo tenía habilidades artísticas, pintando con destreza con un arco de bodoques. Se le reconocía como la mejor lanza que había llegado al Nuevo Mundo, según la opinión general de aquellos que hablaban sobre los hombres famosos de la época.

No obstante, tras el fracaso de la rebelión liderada por Gonzalo contra el monarca y su posterior ejecución, las opiniones sobre él cambiaron drásticamente en el Perú. Epítetos despectivos abundaron para denigrar a quien durante mucho tiempo fue conocido como "el gran Gonzalo".

Los hermanos de Francisco Pizarro, entre los que se encontraba Gonzalo, no experimentaron los rigores de los viajes exploratorios en la conquista del Imperio Incaico. Su participación se hizo patente en momentos cruciales, como el desembarco en Tumbes y la posterior y arriesgada travesía por los Andes en búsqueda del inca Atahualpa, quien se encontraba en Cajamarca. En todas estas instancias, ya se vislumbraba el valor juvenil de Gonzalo, su fuerte personalidad y su habilidad para liderar.

El 15 de noviembre de 1532, durante la captura de Atahualpa, sobresalieron la destreza ecuestre de Gonzalo Pizarro y la fuerza de su brazo. Con botes de lanza, junto a unos pocos jinetes, logró romper las filas de los custodios y cargadores que rodeaban al soberano inca, posibilitando que los españoles a pie, incluido el líder de la expedición, Francisco Pizarro, capturaran a Atahualpa. Este acontecimiento estratégico resultó en la obtención de un valioso rehén, consolidando la posición de los conquistadores españoles.

En la distribución del rescate de Atahualpa en Cajamarca, según James Lockhart, Gonzalo Pizarro, al ser un hábil jinete, recibió 21/4 partes de oro y 21/8 de plata, convirtiéndolo en un hombre de considerable fortuna. Este capital se multiplicaría exponencialmente gracias a las encomiendas y minas otorgadas por su hermano, el gobernador Francisco Pizarro.

Después de la muerte de Atahualpa, la expedición hispana se dirigió al Cusco. En ese momento, Gonzalo aún no ostentaba el título de capitán, pero fue nombrado regidor junto a su hermano Juan. Algunos cronistas e historiadores, basados en fuentes primarias, sugieren que Juan y Gonzalo Pizarro eran hermanos de padre y madre, identificando a María Alonso como la madre común. Sin embargo, otra posibilidad también surge. En los últimos años de su vida, el capitán Gonzalo Pizarro El Largo compartió su vida con una mujer llamada María de Viedma, a quien dedicó palabras de gratitud y generosidad en su testamento. Esta circunstancia abre la posibilidad de que María de Viedma fuera la madre de Gonzalo, el destacado líder rebelde en el Perú. Aunque no contamos con suficientes documentos para descartar la opción de que ambos, Juan y Gonzalo, fueran hijos de María Alonso.

La fundación española del Cusco tuvo lugar el 23 de marzo de 1534. Justo antes de este acontecimiento crucial, el capitán Gabriel de Rojas llegó a la presencia de Francisco Pizarro con noticias inquietantes. Pedro de Alvarado, adelantado y gobernador de Guatemala, se encontraba con una flota de once barcos merodeando las costas del Perú. Ante esta amenaza, Pizarro y Almagro comprendieron la urgencia de bajar a la costa y tomar posesión de ella para evitar posibles maniobras ambiciosas de Alvarado.

En una hábil negociación liderada por Almagro, se logró un acuerdo con Alvarado. A cambio de cien mil castellanos de oro, Alvarado entregó las embarcaciones y permitió que los hombres que había traído se unieran a las filas de los socios Pizarro-Almagro. Este pacto estratégico no solo aseguró el control de la costa, sino que también fortaleció la posición de los conquistadores españoles en la región.

Mientras estas tensiones se desarrollaban en la costa, el Cusco quedó bajo el mando de Juan y Gonzalo Pizarro. Al regresar a la capital imperial, Almagro ostentaba el título de teniente de gobernador otorgado por Pizarro. Sin embargo, en el camino, Diego de Agüero le dio la grata noticia de que el Rey lo había nombrado gobernador de la Nueva Toledo (siendo Pizarro el gobernador de la Nueva Castilla), con el derecho de conquistar doscientas leguas al sur de la gobernación de Pizarro.

Cuando Almagro y sus seguidores llegaron al Cusco, Juan y Gonzalo se negaron a recibirlo y reconocer sus títulos. En este contexto, Almagro afirmó por primera vez que el Cusco estaba dentro de su gobernación, intensificando las tensiones y dejando entrever un inminente enfrentamiento armado entre los partidarios de Pizarro y los de Almagro. Sin embargo, en medio de esta situación tensa, Francisco Pizarro llegó al Cusco, logrando apaciguar los ánimos. Renovó su pacto con Almagro, quien inmediatamente comenzó los preparativos para su expedición a Chile. Este encuentro evitó temporalmente el conflicto armado, aunque las tensiones persistieron en el horizonte.

A finales de junio de 1535, las avanzadas de la expedición liderada por Almagro hacia Chile partieron del Cusco. La expedición estaba meticulosamente equipada, con la presencia destacada de Villac Umo, el Gran Sacerdote, y Paullu Inca, un hermano de Huáscar. La expedición contaba con numerosos indígenas cargadores y asistentes, evidenciando la considerable inversión financiera de Almagro en esta empresa. Mientras tanto, en el Cusco, Juan y Gonzalo Pizarro permanecían junto con un monarca títere designado por Francisco Pizarro, Manco Inca, también hermano de Huáscar. Manco Inca había desempeñado un papel crucial en la derrota definitiva de los generales leales al inca Atahualpa y, a pesar de su situación precaria, era reconocido como el legítimo soberano ante la población incaica.

Impulsados por la ambición, Juan y Gonzalo Pizarro exigían constantemente más oro a Manco Inca. Este último logró escapar del Cusco, pero fue capturado a pocas leguas de la ciudad por los españoles, quienes lo devolvieron cargado de cadenas. Los maltratos infligidos por Juan y Gonzalo Pizarro a Manco Inca fueron escandalosos. Hernando, el hermano mayor, adoptó una conducta similar al llegar a la capital inca, donde la hostilidad de los indígenas se convirtió rápidamente en una violenta rebelión cuando Manco Inca logró escapar exitosamente y lideró a miles de indígenas previamente alertados de manera sigilosa.

El 2 de mayo de 1536, las fuerzas incaicas lanzaron un feroz ataque contra el Cusco, defendido por un reducido contingente de españoles. Hernando Pizarro asumió el papel de líder principal de la pequeña hueste, con sus hermanos Juan y Gonzalo como lugartenientes. El asedio al Cusco fue extremadamente violento, mientras otras fuerzas incaicas descendían sobre Lima, donde se encontraba Francisco Pizarro. Pedro Pizarro, testigo del suceso, describió el ataque de los indígenas al Cusco: "Tanta era la multitud que acudió aquí que llenaron los campos, convirtiéndolos en un manto oscuro que se extendía media legua alrededor de la ciudad del Cusco. Y al caer la noche, la cantidad de hogueras era tal que el cielo se asemejaba a un firmamento despejado, adornado con innumerables estrellas.". Los españoles estuvieron en grave peligro de ser aniquilados, y Juan Pizarro perdió la vida al intentar escalar la fortaleza de Sacsayhuamán.

En este momento crítico, destacó la valentía y el liderazgo de Gonzalo Pizarro, quien con un pelotón de caballería atacaba una y otra vez a los indígenas, aunque estos ya habían perdido el temor inicial a los caballos. Después de meses de intensa lucha y sufrir numerosas bajas, los españoles del Cusco, casi exhaustos, lograron salvarse gracias al regreso de Almagro de su desastrosa expedición a Chile.

Sin embargo, surgió un nuevo problema. A pesar de salvar a sus compatriotas en el Cusco, Almagro y sus seguidores tomaron la ciudad el 8 de abril de 1537. Hernando y Gonzalo Pizarro fueron apresados, y Alonso de Alvarado, quien se dirigía al Cusco desde Lima con una expedición de socorro, también fue hecho prisionero por los almagristas en el puente de Abancay.

Se iniciaron entonces una serie de conferencias entre Almagro y Pizarro, marcadas por la desconfianza y la falta de sinceridad. El tema central de estas negociaciones era la delimitación de las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo. En este contexto, Almagro tomó la decisión de liberar a Hernando y Gonzalo, quienes descendieron de inmediato a la costa para reunirse con su hermano, el gobernador. Pronto, Almagro se percató de su error, un error que eventualmente le costaría la vida. Almagro y sus seguidores regresaron al Cusco, mientras que Hernando y Gonzalo Pizarro organizaron un ejército para enfrentarlos. Nada pudo evitar que las discrepancias entre Almagro y Pizarro se resolvieran mediante el conflicto armado.

El 5 de abril de 1538, en el campo de las Salinas, situado a media legua del Cusco, ambos ejércitos se avistaron. Almagro, enfermo y postrado en unas andas, dejó la dirección de su ejército en manos del mariscal Rodrigo Orgóñez. Al amanecer del 6 de abril, comenzó la feroz batalla. Hernando y Gonzalo lideraron valientemente a sus tropas, demostrando habilidades excepcionales con lanzas y espadas. Las fuerzas de Almagro fueron derrotadas, resultando en una gran matanza tanto en el campo de batalla como en el Cusco. Meses después, Almagro sería ejecutado por decapitación.

Gonzalo Pizarro destacó como uno de los conquistadores en la región de Charcas, donde recibió grandes encomiendas y minas. Sin embargo, su vida estuvo en grave peligro cuando, al liderar solo cuarenta jinetes y treinta hombres de a pie, fue cercado por varios miles de guerreros indígenas en Cochabamba. Superando grandes angustias, resistió hasta ser auxiliado por su hermano Hernando y una fuerza de cincuenta españoles. En marzo de 1538, se fundó la ciudad de la Plata, y pronto Potosí, su vecina, asombraría al mundo con sus riquezas de plata, de las cuales los Pizarro se beneficiaron plenamente. Este período marcó para Gonzalo una fugaz etapa de fama y poder.

Francisco Pizarro confió a su hermano Gonzalo la expedición descubridora del País de la Canela. Gonzalo, cumpliendo con el encargo fraternal, formó una hueste en el Cusco, bien provista con ciento ochenta soldados, cien caballos, 600 perros de guerra, numerosos cerdos y carneros, así como tres mil indios cargadores y esclavos negros para asegurar el suministro de alimentos. Los preparativos implicaron el gasto de 60.000 escudos de oro, una suma que suscitó numerosos comentarios por su cuantía. A principios de diciembre de 1540, los expedicionarios llegaron a Quito, donde Gonzalo fue bien recibido y reconocido como gobernador de la ciudad. En esta etapa, nuevos elementos se unieron a la expedición, siendo el más destacado Francisco de Orellana.

Gonzalo Pizarro y su expedición se dirigieron hacia la provincia de los Quijos, enfrentándose a una serie de problemas y adversidades. Experimentaron un terremoto, la erupción de un volcán, temperaturas extremadamente bajas y escasez de alimentos. Sin embargo, lo más preocupante fue la falta de un derrotero seguro. Llegaron al río Coca, al que llamaron Santa Ana, y Gonzalo ordenó la construcción de un bergantín llamado San Pedro, que fungió como refugio, hospital y depósito.

A medida que pasaban los días, la situación se volvía cada vez más desesperanzada. En este contexto, Gonzalo aceptó la propuesta de Francisco de Orellana. Orellana y algunos hombres partirían en el bergantín en busca de alimentos, con un plazo acordado de doce días para la misión. Sin embargo, Orellana nunca regresaría con Gonzalo y los demás compañeros. El 26 de diciembre de 1541, Orellana zarpó con cincuenta y siete hombres, y el cronista de su travesía fue fray Gaspar de Carbajal. Orellana descubriría el río Amazonas el 12 de febrero de 1542. Para algunos historiadores, su acción se considera una traición, ya que el 1 de marzo de 1542, utilizando argucias legalistas, rompió su dependencia de Gonzalo Pizarro y se puso directamente bajo la autoridad del monarca español.

En medio de la desesperación, Gonzalo Pizarro y sus hombres, cada vez más diezmados por las fatigas, lograron regresar a Quito. Desde Tumibamba, el 3 de agosto de 1542, escribió una carta al Emperador acusando a Orellana de traidor, responsabilizándolo por haberlos condenado a morir de hambre y diversas enfermedades. Además, informó que su hermano Francisco había sido asesinado por los almagristas el 26 de junio de 1541. En ese momento, el licenciado Cristóbal Vaca de Castro gobernaba la Nueva Castilla, quien no reconoció el título de gobernador de Quito otorgado a Gonzalo. Aunque perdió su cargo, seguía siendo, quizás, el encomendero más rico del Perú.

Las Leyes Nuevas, promulgadas en Barcelona el 20 de noviembre de 1542, establecieron el Virreinato del Perú e incluyeron normas que beneficiaban a los indígenas, liberándolos de trabajos extremadamente duros. También limitaban los abusos de los encomenderos, especificando que, a la muerte de estos, el beneficio no pasaría a sus esposas o hijos, sino que regresaría a la Corona. Cuando estas leyes llegaron al Nuevo Mundo, los encomenderos se levantaron en guerra, decididos a impedir de alguna manera su aplicación.

En el Perú, los primeros miembros de la Audiencia arribaron, seguidos por el virrey Blasco Núñez Vela, un hombre arrogante de carácter violento, incapaz de establecer concordias. La mayoría de los encomenderos peruanos dirigieron su atención hacia Gonzalo Pizarro, buscándolo como procurador general del Reino, con el propósito de solicitar al virrey la suspensión de las Ordenanzas, las cuales serían presentadas como "súplicas" ante el Monarca.

Los cabildos de diversas ciudades se reunieron y, de manera unánime, acordaron que Gonzalo, situado en sus propiedades en Chaqui, en las Charcas, sería su representante y defensor. No escaseaban los argumentos a favor: Gonzalo, hermano del marqués-gobernador, había ganado renombre por sus hazañas en la Conquista, siendo además el encomendero más acaudalado y el más perjudicado por las nuevas disposiciones. Aunque Gonzalo no aceptó de inmediato, finalmente se puso en marcha.

Dirigiéndose primero a La Plata y luego al Cusco, Gonzalo fue recibido de manera apoteósica. Mientras tanto, se organizaban recursos militares, se pagaba a los soldados menos afortunados, ondeaban estandartes y corrían rumores de que el virrey tenía la intención de ordenar la ejecución de Gonzalo.

Los sucesos tomaron un giro completamente inesperado cuando el virrey, envuelto en un acceso de furia, apuñaló a Illán Suárez de Carbajal, un anciano y respetado funcionario. En respuesta, los oidores dispusieron la captura del virrey, ordenando su envío a España bajo la custodia del oidor Juan Álvarez. Sin embargo, durante el trayecto hacia Paita, Núñez Vela logró persuadir al oidor para ser liberado el 7 de octubre de 1544.

Desde el primer momento, el virrey inició preparativos militares. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro ingresó a Lima como procurador general del Perú con la intención de entrevistarse con el virrey. En caso necesario, planeaba viajar a España para abogar ante el Emperador por la revisión de las Leyes Nuevas que tanto perjudicaban a la región. Pizarro envió una comisión a la metrópoli como gestión preliminar, mientras su ejército crecía de manera formidable. Unirse a su causa fue Francisco de Carbajal, un veterano militar conocido por sus crueldades y habilidades bélicas, quien asumió el crucial cargo de maestre de campo, siendo recordado en la historia como el "Demonio de los Andes".

El virrey se desplazó hasta Popayán y luego estableció su campamento en Quito para preparar su ejército. Gonzalo Pizarro y su hueste se dirigieron hacia él, y ambos ejércitos se enfrentaron en el campo de Iñaquito, cerca de Quito, el 18 de enero de 1546. La derrota del virrey fue completa, y un esclavo negro de Benito Suárez de Carbajal le cortó la cabeza, que fue exhibida en la punta de una lanza como un macabro trofeo.

La rebelión de Gonzalo Pizarro se extendió de 1544 a 1548, marcando un periodo crucial en la historia. Como líder, una de sus primeras acciones fue tomar el puerto de Panamá, restringiendo cualquier contacto no autorizado con España. Esta medida resultó en un significativo daño económico para la Corona, ya que las remesas de oro y plata hacia la Corte se suspendieron, privando a Carlos V de fondos considerables para sus campañas militares tras el triunfo de Mühlberg.

Para respaldar legalmente sus acciones, Gonzalo Pizarro contó con el apoyo del canónigo Juan Coronel y el fraile dominico fray Juan de la Magdalena, quienes colaboraron en la redacción de un tratado apologético titulado "De Bello Justo". Además, el oidor Diego Vásquez de Cepeda, un jurista de destacado talento, trabajó fervientemente en la justificación de los actos rebeldes.

Después de la victoria en Iñaquito, Gonzalo Pizarro continuó enviando procuradores a España, solicitando al Consejo de Indias la gobernación del Perú para él. Siguiendo el consejo de Francisco de Carbajal, incluso se planteó la posibilidad de casarse con una princesa inca para ganarse el favor de los indígenas. Sin embargo, también exploró una gestión más audaz al intentar que el Papa lo reconociera como rey del Perú. Ninguna de estas iniciativas tuvo éxito, y algunas ni siquiera se llevaron a cabo.

Ante la gravedad de la situación en el Perú, Carlos V solicitó a su hijo, el futuro Felipe II, que abordara el problema. En respuesta, Felipe II convocó en Valladolid a una junta de expertos en asuntos del Nuevo Mundo, quienes acertadamente designaron a un individuo de notable inteligencia, astucia y sólida formación jurídica: el licenciado Pedro de la Gasca, a quien se le otorgó el título de "Pacificador del Perú". En ese momento, España aún desconocía la muerte del virrey y los ambiciosos planes de Gonzalo.

La herramienta principal de Gasca consistía en una gran cantidad de Cédulas en blanco firmadas por el Emperador. Estos documentos le conferían el poder de perdonar delitos, otorgar prebendas y, en resumen, ganar adeptos para la causa real.

 

Aunque el trabajo de Gasca parecía progresar de manera pausada, en noviembre de 1546 logró que Pedro Alonso de Hinojosa le entregara la escuadra gonzalista en Panamá, asestándole así un fuerte golpe al rebelde. Desde España, podían desplazarse elementos militares sin dificultad para navegar en el Océano Pacífico. La noticia tuvo un impacto significativo en el Perú, provocando deserciones en las filas de la hueste pizarrista. Gasca distribuía indultos en abundancia, mientras sus espías se mantenían vigilantes en todos los rincones. Ante la amenaza inminente, Gonzalo y Carbajal tomaron la decisión de abandonar Lima y dirigirse hacia las Charcas, al enterarse de que el capitán Diego Centeno, otro encomendero opulento, se había alzado en favor del Rey, conquistado Arequipa y movilizado rápidamente un ejército numeroso y bien armado.

Con una hueste debilitada, Gonzalo se lanzó en busca de Centeno. Finalmente, ambos ejércitos se encontraron cara a cara el 20 de octubre de 1547 en los llanos de la Huarina, en el Collao. A pesar de que el ejército de Centeno superaba considerablemente al de Gonzalo en número de hombres, caballos y artillería, el maestre de campo de Gonzalo, Francisco de Carbajal, demostró su notable habilidad en el arte de la guerra. Confiando en sus arcabuceros, atrajo al enemigo y, cuando estuvo a la distancia adecuada, una lluvia de proyectiles desató el caos, infligiendo grandes bajas en las filas de Centeno. Acto seguido, Gonzalo, demostrando ser la mejor lanza que llegó al Perú, consolidó la victoria con un pelotón de jinetes.

La Batalla de Huarina fue un verdadero milagro para Gonzalo, atrayendo de nuevo a muchos que lo habían abandonado. Sin embargo, en la costa, Pedro de la Gasca continuaba ganando partidarios. Cuando tuvo suficientes fuerzas, emprendió el desafiante camino hacia la sierra. En Jauja, se enteró de la derrota en Huarina y procedió hacia Andahuaylas, donde estableció su cuartel general y siguió sumando seguidores. El ejército de Gasca se volvía cada vez más formidable: setecientos arcabuceros, quinientos piqueros y más de cuatrocientos jinetes.

Gonzalo Pizarro, al mando de cerca de mil soldados, llegó hasta el Lago Titicaca, pero decidió cambiar de rumbo hacia el Cusco. Su ánimo había cambiado. Francisco de Carbajal, conocido como "el Demonio de los Andes", percibió que la situación podría cambiar nuevamente y le recomendó a Gonzalo evitar el enfrentamiento. Como señala el historiador Guillermo Lohmann Villena, "Gonzalo Pizarro mostró una debilidad suprema en un líder: no tener los pies firmemente plantados en la realidad, al ignorar las convicciones inquebrantables que facilitaron el triunfo de Pedro de la Gasca: el sentimiento monárquico y el respeto a la institución, en tiempos en que Carlos V representaba la nítida imagen de la noción imperial como el legítimo representante histórico del poder: potestas y auctoritas".

Estos conceptos romanos hacen referencia a diferentes tipos de poder y autoridad:

El imperium era el poder absoluto de mando militar y civil, ejercido por los cónsules y procónsules. La potestas, por su parte, era el poder político respaldado por la capacidad de imponer decisiones a través de la coacción y la fuerza, propio de los magistrados nombrados por el Estado.

Sin embargo, la auctoritas representaba un poder moral basado en el reconocimiento, prestigio y sabiduría de ciertas personas, como los miembros del Senado y los juristas expertos en Derecho. Aunque sus opiniones no eran vinculantes legalmente, eran respetadas y seguidas debido a su reputación y conocimientos.

El equilibrio del Estado Romano descansaba en la interacción simbiótica entre la potestas y la auctoritas. Los magistrados (potestas) recurrían a los jurisconsultos (auctoritas) para interpretar las leyes de manera justa y apegada a la justicia, mientras que los juristas obtenían la oportunidad de aplicar sus conocimientos teóricos a casos prácticos reales. En resumen, mientras que la potestas representaba el poder legal impuesto por la fuerza, la auctoritas simbolizaba la autoridad moral ganada a través de la experiencia, el respeto y la sabiduría demostrada ante los demás.

A pesar de las advertencias, Gonzalo Pizarro persistió en buscar el enfrentamiento. Aprovechó el tiempo para que sus hombres descansaran y se fortalecieran en el Cusco. Evitando ser asediado dentro de la ciudad como en los días de Manco Inca, decidió acampar en la llanura de Jaquijahuana, cercana a la capital incaica. En vísperas de la batalla, Juan de Acosta, un valeroso capitán gonzalista, propuso a su líder la audaz estrategia de atacar con trescientos arcabuceros el campamento de Pedro de la Gasca durante la oscuridad de la noche, generando caos para desmoralizar al enemigo. Sin embargo, Gonzalo rechazó la propuesta.

En las primeras horas del 9 de abril de 1548, ambos bandos se prepararon para el combate. Los pequeños cañones de Gasca dispararon con precisión sobre las tiendas gonzalistas, mientras los cuerpos de jinetes, arcabuceros y piqueros se movían con exactitud matemática. Al observar esto, Francisco de Carbajal comentó: "O es el demonio o Pedro de la Valdivia quien dirige a esos hombres". En realidad, era Pedro de Valdivia, un excelente capitán con amplia experiencia en asuntos bélicos.

Lo que sucedió en Jaquijahuana no fue una verdadera batalla. En muy poco tiempo, las primeras deserciones comenzaron entre los gonzalistas. De manera continua, pequeños grupos corrían hacia el campo de Gasca en busca de perdón. A las once de la mañana, Gonzalo intentó un ataque desesperado, pero la artillería leal le infligió daños irreparables. El oidor Cepeda, consejero de Gonzalo, escapó a toda velocidad, al igual que muchos de sus capitanes. En menos de diez minutos, la infantería, los arcabuceros y los piqueros huyeron. Gonzalo Pizarro, dirigiéndose a uno de sus capitanes, Juan de Acosta, dijo: “Paréceme, Juan, que todos me dejan y desamparan'", a lo que Acosta respondió: "Ahora verá vuestra señoría quien lo ama y quiere bien.” “Bien lo veo, dijo Gonzalo", y a paso lento cruzó la llanura a caballo, una figura solitaria y resplandeciente, con la capa de terciopelo amarilla sobre los hombros, su armadura dorada y su casco emplumado reflejando los rayos del sol de la mañana. A mitad del camino, se encontró con Diego de Villavicencio, natural de Jerez de la Frontera, a quien le entregó la espada con estas palabras: "Soy el triste y desafortunado Gonzalo Pizarro, que ha llegado a rendirse a Su Majestad".

Francisco de Carvajal observó con creciente enojo la deserción gradual de los arcabuceros y piqueros, señalando: "Estos mis cabellicos, madre, dos a dos me los llevo el aire". Giró en su mula y se dirigió hacia el barranco del valle. Al presionar al animal para que subiera el terraplén empinado, este perdió el equilibrio y cayó sobre él, quedando atrapado. En pocos minutos, fue hecho prisionero.

Ante Gasca, Gonzalo intentó justificar su rebelión recordándole que él y sus hermanos habían asegurado el imperio inca para la Corona española. Gasca respondió que, aunque Su Majestad le había concedido al marqués bienes suficientes para elevarlos a él y a sus hermanos de la pobreza a la riqueza, Gonzalo no había mostrado gratitud. Además, señaló que, a pesar de que él no había contribuido al descubrimiento del Perú, su hermano, quien lo había hecho todo, siempre había demostrado reconocimiento, lealtad y respeto. Sin esperar una respuesta, ordenó a su mariscal que se lo llevara.

Gonzalo Pizarro fue entregado en custodia a Diego Centeno, quien lo trató con caballerosidad. A pesar de su derrota, el rebelde no mostró flaqueza en ningún momento. Mantuvo una serenidad auténtica, sin rastro de arrogancia. Durante muchas horas de la noche, compartió confesiones con un sacerdote, buscando fortaleza espiritual. Mientras tanto, se preparó la sentencia de muerte, que le fue leída al amanecer del 10 de abril de 1548. Se le condenó a morir por traidor a su Rey y señor natural, siendo decapitado.

El cronista Diego Fernández El Palentino relata que Gasca ordenó que la cabeza de Gonzalo fuera enviada a Lima y colocada dentro de una jaula en la Plaza Mayor. Diego Centeno, en un acto de respeto, pagó al verdugo para que no despojara a Gonzalo de sus ropas y sufragó el entierro de lo que quedaba de su cuerpo en la iglesia de la Merced, en el Cusco, donde también descansaban los restos de Diego de Almagro padre y su hijo del mismo nombre.

El Palentino agrega: "Se ordenó que se derribase la casa que en el Cusco tenía (Gonzalo) y la sembrasen de sal, y en ese lugar se colocara un letrero explicando la causa; aunque algunos sugirieron que se debían hacer cuartos y colocarlos en el camino del Cusco, el presidente (Gasca) no lo permitió por el respeto que se le debía al Marqués, su hermano. (Gonzalo) murió dignamente, expresando arrepentimiento por los errores cometidos contra Dios, su Rey y sus semejantes".

En el relato, la palabra "cuartos" se refiere a despedazar el cuerpo de una persona en cuatro partes. Era una forma cruel de ejecución que se utilizaba en la época colonial como castigo para algunos delitos graves, como la traición o la herejía.

En este caso, algunos de los presentes en la audiencia del juicio de Gonzalo Pizarro sugirieron que se le ejecutara de esta manera, como castigo por sus crímenes contra el rey y el pueblo. Sin embargo, el presidente Pedro de la Gasca se opuso a esta idea por dos motivos:

1. Respeto al linaje: Gonzalo Pizarro era hermano del Marqués Francisco Pizarro, conquistador del Perú. La Gasca, a pesar de condenar los actos de Gonzalo, consideraba que ejecutarle de una forma tan brutal sería una falta de respeto hacia su familia y su linaje noble.

2. Sentimiento religioso: La Gasca era un hombre profundamente religioso y consideraba que la muerte de un cristiano, incluso un criminal, debía ser digna y respetuosa. Creía que Gonzalo Pizarro merecía la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y recibir la gracia de Dios antes de morir.

En lugar de ser descuartizado, Gonzalo Pizarro fue decapitado, una forma de ejecución más noble y menos cruel. Se dice que murió con arrepentimiento de sus errores, lo que para La Gasca era lo más importante. 

Fin

Compilado y mejora por Lorenzo Basurto Rodríguez 

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