El Cusco Incaico: Esplendor y Transformación de la Capital del Tahuantinsuyo según Juan de Betanzos.
Al
sumergirse en las crónicas de los siglos XVI y XVII, uno se encuentra con el
asombroso impacto que Q'osqo, la capital del Tahuantinsuyo, dejó en los cronistas
de la época, quienes la consideraron el ombligo o centro del mundo andino.
Pedro Sancho la describió como tan grandiosa y hermosa que rivalizaría con las
ciudades de España, adornada con palacios donde residían exclusivamente los
aristócratas orejones, quienes se paseaban en andas como verdaderos señores de
la ciudad. Francisco de Jerez destacó sus amplias calles empedradas, cada una
provista de un caño de agua, mientras que el meticuloso Cieza de León relató
cómo la ciudad era mantenida con esmero, siendo la más importante del imperio
inca, con vecinos de otras provincias acudiendo en ciertas épocas para ayudar
en la edificación y limpieza de las calles.
Estas
impresiones elogiosas hacia el Cusco no son sorprendentes, dado que la sociedad
inca estaba fundamentalmente arraigada en la vida rural. Las ciudades, aunque
de dimensiones modestas en su mayoría, albergaban edificios estatales como los
depósitos qolqas y kallancas, los templos al estilo del Korikancha, los
conventos de las mamaconas y vírgenes del Sol, así como los palacios de los
gobernantes. Junto a ellos, se encontraban las viviendas de los servidores y
especialistas necesarios para el funcionamiento de la urbe, junto con las
residencias de los sacerdotes, militares y líderes, siempre vinculadas a las
panacas reales.
Es
innegable que, dentro de este contexto social, las ciudades irradiaban un
poderío propio, al concentrar el corazón del Incanato. Según la rica
información proporcionada por los cronistas, particularmente Cieza de León, se
vislumbran hasta tres categorías urbanas, siendo Cusco, Hátun Colla, Vilcas y
posiblemente Cajamarca las principales cabeceras de provincia, donde se
almacenaban y redistribuían los tributos según las necesidades del pueblo.
No
corresponde aquí adentrarse en la delimitación exacta de estos órdenes urbanos,
pero es importante subrayar que Cusco se erigía por encima de todas las demás
ciudades. No solo era la capital del Tahuantinsuyo y residencia de la nobleza,
sino que también poseía un carácter sagrado al albergar el Korikancha, el
templo más relevante del imperio dedicado al Inti, el Dios Sol. Además, servía
como panteón para los incas fallecidos y sus esposas, donde reposaban
momificados. La ciudad también acogía la residencia del Huillac Humo, una
figura papal, junto con sus sacerdotes, convirtiendo la bellísima cancha y la
plaza de Intípampa, donde se ubicaba el templo, en el equivalente incaico al
Vaticano, a donde acudían devotos de todos los rincones para realizar ofrendas
con profunda devoción.
Al
tratar de comprender la mentalidad de los conquistadores, hombres del
Renacimiento acostumbrados a las comodidades de las ciudades europeas, es fácil
imaginar la sorpresa que experimentaron al descubrir las sofisticadas
estructuras urbanas de Cusco. A diferencia de las formas de vida rurales de los
aborígenes, estas ciudades incaicas, algunas revestidas de oro y plata como el
Korikancha, se presentaban como oasis de civilización en medio de inhóspitos
territorios montañosos. Este contraste tan marcado sin duda avivó el entusiasmo
de los conquistadores y cronistas al evocar la grandeza de Cusco.
Entre
los cronistas, solo Garcilaso de la Vega, hijo de la propia ciudad, mostró una
admiración y pasión tan intensas por Cusco como Juan de Betanzos. Betanzos,
contemporáneo de ilustres cronistas como Cieza de León, Pedro Sancho, Francisco
de Jerez, Agustín de Zárate, Miguel de Estete, Pedro Pizarro y otros, se
destacó por su obra "Suma y narración de los incas", escrita en 1551
desde una óptica profundamente indigenista.
A
diferencia de muchos de sus contemporáneos, no se tiene constancia de que
Betanzos participara directamente en la conquista. Sin embargo, su inmersión
temprana en el estudio del quechua y su nombramiento como intérprete oficial
del gobernador Francisco Pizarro indican su profundo interés por la cultura
incaica. Antes de su llegada a Cusco, Betanzos ya había compuesto una
"Doctrina cristiana" y dos vocabularios que revelan su dedicación al
idioma y la cultura nativa.
La
vida temprana de Betanzos sigue siendo en gran medida un misterio. Se desconoce
cómo y cuándo llegó al Nuevo Mundo, así como su lugar de origen, aunque algunas
fuentes sugieren Galicia y otras Valladolid. Se sabe que ejerció como escribano
en la isla La Española o Santo Domingo en 1539 antes de trasladarse a Cusco en
1542. Allí, su dominio del quechua lo llevó a desempeñar un papel importante
como intérprete en las informaciones del gobernador Vaca de Castro, demostrando
su profundo compromiso con el estudio y comprensión de la cultura incaica.
El
momento exacto en el que Juan de Betanzos aprendió el quechua sigue siendo un
misterio. Según Jiménez de la Espada, podría haber sido durante un primer
encuentro en Cusco acompañando a Pizarro, aunque no figura entre los primeros
vecinos ni expedicionarios registrados en documentos de la época. Otra
posibilidad es que haya aprendido el idioma en la isla La Española,
posiblemente con fondos destinados por la corona para el conocimiento de las
lenguas indígenas.
Su
biógrafo, el padre Ángulo, supone que Betanzos llegaría a Cusco entre los
auxilios recibidos por Francisco Pizarro, cuando Manco Inca, último monarca
cusqueño, después de aliarse con los españoles, se levantó en su contra en 1536
y destruyó gran parte de la capital sagrada.
En
realidad, Betanzos gozó de la confianza del marqués Francisco Pizarro, quien le
entregó como esposa a doña Angelina Yupanqui, con la que Pizarro había tenido
dos hijos previamente, Juan y Francisco, antes de unirse a Inés Huaylas, de
quien nacieron otros dos hijos. Una de ellos fue doña Francisca, heredera de
Pizarro. La figura de Angelina estaba difuminada entre la descendencia de las
panacas reales cusqueñas, siendo confundida con Añas Kolke. Es el propio
Betanzos quien aclara que Angelina descendía de Yanque Yupangue, hijo del inca
del mismo nombre y hermano de Pachacútec; por lo tanto, era prima de Huáscar y
Atahualpa, y que su verdadero nombre era Cuxirimay Ocllo, que significa
"habla bonito". También cuenta que, tras un reencuentro entre su
padre y Atahualpa, Cuxirimay, cuando tenía unos diez años, fue llevada a Quito,
y que una vez que Atahualpa terminó de construir su palacio en esa ciudad, la
tomó como su coya o esposa principal. El mismo Betanzos alude igualmente a que
Francisco Pizarro la tomó para sí después, y que de ella nacieron los dos hijos
ya mencionados. Sobre este hecho, hay una carta del licenciado La Gasca al
Consejo de S.M. de 1548, en la que expone que el repartimiento de Yucay y la
coca de Avisca, con una renta de doce o trece mil pesos, no lo había proveído,
sino que solo le puso un depositario, hasta saber si podía darlo a un hijo de
don Francisco Pizarro, que tuvo con una india que era entonces mujer de un
Betanzos. Se trataba de un niño de nueve o diez años.
Entonces,
ese niño habría nacido alrededor de 1538, y su hermano un año antes o después.
Esto sugiere que hacia 1541 o 1542, Betanzos ya habría contraído matrimonio con
la ñusta imperial, coincidiendo perfectamente con su partida de La Española.
Es
evidente que, a partir de este matrimonio, el cronista Betanzos disfrutaría de
una posición privilegiada debido al estatus social de su esposa en Cusco. De
hecho, en una escritura pública firmada ante el escribano Díaz Baldeón en 1566,
Betanzos declara que ella llevó como dote una extensa hacienda. De esta unión
nació María Diez Yupanqui, ya que, como señala Villanueva Urteaga, el primer
apellido del cronista era Diez, aunque solo lo utilizaba en algunos documentos
oficiales, ya que en su obra y en la carta de Santo Domingo firma únicamente
como Betanzos.
El
encuentro de Betanzos con Cuxirimay profundizó enormemente su fascinación por
las formas culturales incaicas. Al frecuentar e integrarse en la nobleza de la
panaca real de Atahualpa, a la que pertenecía su esposa, tuvo la oportunidad
única de sumergirse en la historia personal del Incanato a través de los
relatos de amautas y quipucamayos. Por eso, en el prólogo de la "Suma y
narración...", Betanzos advierte que los hechos de los yngas capac cunas o
grandes señores de los territorios andinos fueron traducidos y recopilados
nuevamente por él, basándose en la versión de los propios naturales, lo que
resulta en una narrativa muy distinta a la de otros conquistadores.
Sin
duda, Betanzos tenía motivos sólidos para expresarse de esa manera. Además de dominar
perfectamente el quechua, se sentía profundamente conectado con las formas
culturales andinas, al punto de escribir una crónica de corte indígena sin ser
parte de este pueblo. De hecho, "Suma y narración..." es la única
obra de origen netamente hispano que puede ser clasificada dentro de esta
categoría de escritos.
Resulta
evidente que Juan de Betanzos fue uno de los primeros casos de aculturación en
el Perú, pero en sentido inverso a Garcilaso, ya que se convirtió en un
conquistador totalmente adaptado al mundo andino. Esta circunstancia
seguramente le otorgó la confianza del pueblo vencido. Por ejemplo, realizó
negociaciones para hacer salir al Inca Sayri Tupac de Vilcabamba por encargo
del virrey marqués de Cañete, una tarea que Garcilaso describió con gran pesar
al narrar el desmembramiento del poderoso imperio creado por los antepasados de
su madre, la princesa Isabel Chimpu Ocllo. También fue motivo por el cual el
penúltimo Inca de Vilcabamba, Tito Cussi Yupanqui, le otorgó poderes a Betanzos
para gestionar y legalizar su situación frente a la corona española.
Sin
embargo, su acercamiento a la sociedad indígena del Cusco no lo apartó de los
graves conflictos entre los españoles en su época. A pesar de ser más un hombre
de letras que belicoso, como lo demuestra su trabajo como escribano en Santo
Domingo y como intérprete en el Cusco, y su rápida y perfecta adquisición del
quechua, no pudo evitar involucrarse en la revuelta de Gonzalo Pizarro contra
las Leyes Nuevas de 1542. Incluso se dice que fue amigo y seguidor de Francisco
de Carvajal, el temible "demonio de los Andes".
A
pesar de su pasado, su participación en la rebelión fue bastante activa. Se le
comisionó la vigilancia del envío de soldados a Valdivia en Chile y se le
encargó llevar una carta de Juan de Acosta a Gonzalo Pizarro desde Trujillo
hasta Lima. Fue durante este viaje que fue capturado por el ejército de La
Gasca, momento que Betanzos aprovechó con inteligencia y habilidad para pasarse
a las tropas reales. Posteriormente, participó en la batalla de Xaquixahuana en
abril de 1548, que fue una batalla sin derramamiento de sangre.
Por
ello, el pacificador La Gasca premió a Betanzos en el reparto de Huaynarina,
otorgándole las haciendas de Yucay y Avisca, mencionadas anteriormente, junto con
una renta de cien pesos como reconocimiento por su ayuda en la pacificación del
Perú, entre otras cosas. Este reconocimiento se reflejó en el pueblo denominado
villa de Betanzos, que en 1587 tenía como corregidor a Vasco de Contreras y
contaba aún con ciento sesenta y cuatro indios tributarios.
Sin
embargo, no disponemos de muchos más detalles sobre la vida de Betanzos en el Cusco,
salvo que después del fallecimiento de Cuxirimay, se casó con Catalina Velasco,
con quien tuvo cuatro hijos. Las desavenencias con su hija María Yupanqui,
mencionadas por Villanueva Urteaga, y la fecha de su fallecimiento en 1576
siguen siendo aspectos poco conocidos.
Lo
que queda claro es que Betanzos siempre contó con el favor de los gobernantes.
Francisco Pizarro le entregó a su ñusta doña Angelina, Vaca de Castro lo
seleccionó, junto con Villacastín, otro vecino del Cusco, como intérprete y
redactor de informes, La Gasca le otorgó encomiendas, el marqués de Cañete,
segundo virrey, le encargó negociaciones con el Inca rebelde de Vilcabamba,
Sayri Tupac, y el gobernador López García de Castro le pidió que mediara en las
conversaciones que llevó a cabo con Tito Cussi Yupanqui.
En
efecto, fue el primer virrey Antonio de Mendoza quien encomendó a Betanzos
escribir sobre los incas en 1565, después de asumir su cargo el 23 de
septiembre de 1551. En ese momento, la reputación de Betanzos como quechuista e
intérprete ya estaba firmemente establecida. El virrey, con experiencia en el
gobierno de Nueva España, consideró crucial establecer una genealogía precisa
de los incas gobernantes del Tahuantinsuyo y aclarar sus formas de vida únicas
y novedosas. Nadie mejor que un lingüista casado con una ñusta podía llevar a
cabo esa tarea, por lo que el virrey se la encomendó a Betanzos poco después de
su llegada a Perú. De hecho, el propio autor indica en un capítulo que comenzó
a escribir la crónica en 1551.
Además
del encargo, se le instruyó a Betanzos que la crónica reflejara fielmente la
realidad incaica. Por esta razón, en el prólogo, Betanzos destaca la necesidad
de mantener el lenguaje de los nativos, sacrificando el estilo elegante y la
elocuencia requeridos para una obra destinada a ser leída por el virrey.
También se queja de la dificultad de entender a veces a los indígenas, ya que
hablaban en ocasiones de manera caprichosa o en sueños, pero él se esforzó por
transcribir sus relatos tal como los contaban. En efecto, muchas de estas
narraciones incluyen leyendas, poemas y canciones populares que Betanzos
recopiló para documentar las costumbres y las gestas bélicas de los monarcas
incas.
Según
Betanzos, para el Cusco incaico, Pachacútec, también conocido como Inca
Yupangue, es el verdadero creador del imperio. Hasta llegar a él, aunque
Betanzos detalla con precisión las leyendas sobre los orígenes del mundo andino
y del mismo Cusco, apenas menciona acontecimientos importantes en los gobiernos
de los monarcas anteriores. A partir de Pachacútec, la minuciosidad en el
relato se convierte en la principal característica, especialmente en lo que
respecta al Cusco.
Betanzos
escribe que Inga Yupangue, tras vencer a su padre Viracocha Inga y a Uscovilca,
líder de los chancas, salió a inspeccionar la urbe sagrada y descubrió que
estaba construida sobre ciénagas y manantiales. Las casas eran pequeñas, bajas
y mal construidas, y las calles carecían de orden y diseño. Al ver esta
situación, decidió realizar mejoras tanto en la ciudad como en las tierras de
cultivo circundantes.
En
un sistema teocrático donde el Inca era la encarnación de su dios, el Sol, y
del dios creador Viracochapachayachachic como su hijo, era lógico comenzar por
darle todo el esplendor posible al templo dedicado a la deidad y representarla
en una gran escultura o bulto, ante la cual se realizarían ofrendas y
sacrificios.
Garcilaso
de la Vega relata que en el altar mayor se encontraba una imagen del Sol hecha
de oro macizo, la cual fue jugada por el conquistador Mancio Sierra de
Leguizano en una noche de apuestas y la perdió.
Retomando
el relato de Betanzos, Pachacútec expuso su idea a los señores caciques de la
ciudad, quienes estuvieron de acuerdo. Luego, escogió el sitio y, utilizando un
cordel, él mismo midió y trazó la casa del Sol. Después, partió con su grupo
hacia un pueblo llamado Salu, ubicado a cinco leguas de distancia, donde se
extraían las piedras para la construcción, y señaló las necesarias. Así fue
como se construyó la gran y hermosa cancha que los españoles encontraron al
llegar al Cusco, conocida como Korikancha.
Es
importante señalar que anteriormente ya existía un templo conocido con el mismo
nombre, que había sido construido desde los tiempos del creador del
Tahuantinsuyo, Manco Capac, y adornado sucesivamente por sus descendientes.
Este hecho ha sido corroborado por excavaciones recientes, e incluso se sabe
que había otro templo que pertenecía a culturas anteriores, como han demostrado
los arqueólogos Barreda Murillo y Alfredo Valencia.
Sin
embargo, Pachacútec, como gran reformador del Incanato, y especialmente de su
capital, el Cusco, quiso transformarla en el corazón de un vasto imperio,
aglutinando a las diferentes etnias andinas. Por ello, deseaba que en el centro
de la ciudad se erigiera la casa más impresionante de su reino, y lo logró. Aún
hoy en día se pueden admirar los magníficos muros de piedra de diorita verde,
perfectamente pulidos y ensamblados sin necesidad de argamasa en las juntas.
Quizás en este momento se construyó también el famoso muro curvo, del cual John
Rowe sugiere que fue construido como un balcón para contener la pendiente del
terreno.
En
poco tiempo, según relata Betanzos, se completó la construcción del Korikancha,
con la colaboración de muchas personas de otras regiones, bajo la dirección de
Pachacútec y los señores orejones que lo acompañaban. Posteriormente,
Pachacútec ordenó traer quinientas doncellas para servir y cuidar el templo,
así como doscientos mozos yanaconas o criados, encargados de cultivar las
tierras asignadas para sustentar el templo. Todo esto estaba bajo la
supervisión de un anciano respetado y de buena reputación, que actuaba como
mayordomo del dios Sol, el Huillac Humo.
Diez
días después, después de llevar una gran cantidad de maíz, ovejas y corderos,
ropa fina y algunos niños y niñas, Pachacútec ordenó realizar un sacrificio al
Sol, conocido como Capacocha. Este ritual implicaba encender una gran hoguera
donde se arrojaban las ovejas y corderos, una vez sacrificados, junto con la
ropa fina y el maíz. Mientras tanto, los niños y niñas eran vestidos
lujosamente y emparejados como si fueran a casarse, y se les entregaba un ajuar
de oro como si fueran a vivir en sus propias casas, pero en lugar de eso, eran
enterrados vivos en el templo.
Además,
utilizando la sangre de los animales sacrificados, Pachacútec y los orejones
hicieron rayas en las paredes del templo con gran reverencia, estando
descalzos. También se aplicaron estas marcas a los nobles y a las mamaconas,
las sirvientas del templo.
El
pueblo también participó en el ritual, caminando descalzos y con la cabeza
inclinada frente a la hoguera mientras arrojaban un poco de maíz y coca para
ser quemados. Al salir el mayordomo del Sol, les pintaba las mismas marcas en
sus rostros con la sangre de los animales, simbolizando que estaban
purificados.
Desde
ese momento hasta que se completó la elaboración del bulto del Sol, Pachacútec
ordenó que todos ayunaran, absteniéndose de comer carne, pescado, ají,
verduras, sal y de mantener relaciones sexuales con mujeres. Únicamente se les
permitía consumir maíz crudo y beber chicha, una bebida elaborada también a
partir de maíz. Parece evidente que esta planta tenía un valor sagrado singular
en el contexto religioso incaico. Aquellos que quebrantaran el ayuno serían
sacrificados en la hoguera, cuyo fuego era avivado constantemente con maderas
labradas hasta que se completara la figura del Dios.
En
cuanto a la representación del Sol, Betanzos ofrece una descripción diferente a
la de otros historiadores, quienes, al igual que Garcilaso, la describen como
un gran disco radiante, similar al astro. Según nuestro cronista, basándose en
lo que escuchó de los nobles cuzqueños, la imagen se asemejaba más a un niño
desnudo, del tamaño y proporción de un año, tal como se le apareció a Inga
Yupangue antes de entrar en batalla por la posesión del Cusco. Esta imagen fue
encargada a plateros cuzqueños y elaborada en oro macizo. Una vez en el templo,
fue vestida con un rico traje de lana y oro, y en la cabeza se le colocó cierta
atadura con una borla, sin duda la mascapaycha, un distintivo ceremonial.
Betanzos
continúa narrando que una vez entronizado en un asiento de madera cubierto de
plumas, encendieron un fuego perpetuo en un brasero también de oro, y el
mayordomo inicialmente le ofreció pájaros, maíz y chicha para que el dios
comiera. Posteriormente, le preparaban guisos con manjares exquisitos, que
quemaban en otros braseros de plata mañana y tarde.
Sin
embargo, solo los incas y los orejones tenían acceso a la imagen del dios. El
pueblo adoraba al dios y realizaba sacrificios de animales en la plaza, donde
más tarde los españoles instalaron la roca, una piedra con forma de pan de
azúcar puntiaguda clavada en un hoyo. Antes de cerrarlo, los vecinos habían
depositado piezas de oro, y sobre la roca construyeron una pila de piedra, en
la que también enterraron figurillas de oro del tamaño de un dedo,
representando a los linajes de la ciudad desde su fundación por Manco Capac
hasta entonces. En el centro de la pila colocaron la simbólica piedra del Sol.
De
esta manera, Pachacútec, mucho después de Manco Inca, reinstauró el culto
solar, que era la base de su poder absoluto.
Una
vez completada esta tarea fundamental, Pachacútec decidió reorganizar el
espacio urbano del Cusco. Convocó a los principales caciques de la ciudad y les
ordenó enviar orejones a todas las provincias sujetas, con instrucciones de
hacer venir a la ciudad sagrada a sus poderosos señores para entrevistarse con
el monarca.
En
este punto es importante destacar que la sociedad incaica alcanzó un grado
notable de perfección. Se estableció una forma de vida en la que el Estado
protegía al individuo desde su nacimiento hasta su muerte. Se trató de un
régimen conocido como socialismo paternalista, en el cual el Inca ocupaba la
cúspide de una pirámide social estratificada en cinco clases de nobles o
privilegiados.
Estas
clases incluían a los miembros de las reales panacas, que comprendían hijos,
hermanos y otros descendientes del Inca; personas importantes de los valles
cercanos a Cusco; los curacas o jefes de las naciones conquistadas y anexadas;
los llamados incas de privilegio, que se destacaban en campañas militares o
eran expertos constructores; y los sacerdotes, encabezados por el Huillac Humo,
quienes se encargaban del buen funcionamiento y de las elaboradas ceremonias en
los templos, como las mencionadas anteriormente en el Korikancha.
Por
encima de todas estas clases se encontraba el consejo real, compuesto por el
Inca y los líderes supremos de los cuatro ayllus: Chinchaysuyo, Collasuyo,
Andesuyo y Condesuyo, que representaban las diferentes regiones del
Tahuantinsuyo. Precisamente este consejo fue convocado por Pachacútec, al que
hace referencia Betanzos, para llevar a cabo la reestructuración del Cusco.
Continúa
en la "Suma y narración..." que los líderes de las provincias,
conscientes del poder de Pachacútec, se presentaron lo más pronto posible ante
él. Una vez frente a él, Pachacútec les explicó que en aquellos momentos el Sol
les era propicio, por lo que debían aprovechar la oportunidad para reparar las
tierras, ya que más adelante la guerra les impediría hacerlo. Este período de Pachacútec
coincidió con una época de gran expansión, como relata detalladamente Betanzos.
Por ello, la tarea era urgente. El objetivo era lograr que la capital pudiera
sustentarse a sí misma, preparando tierras en las que ellos y sus descendientes
pudieran sembrar de forma perpetua.
Desde
tiempos ancestrales, una característica distintiva de las ciudades incas fue su
autoabastecimiento. Sin embargo, en el caso del Cusco, esto resultaba difícil
debido a las numerosas aguas subterráneas presentes en el núcleo urbano y a los
dos ríos que lo atravesaban, los cuales periódicamente inundaban la ciudad. Por
esta razón, Pachacútec decidió priorizar la construcción de acequias y tomas de
agua, utilizando muros de piedra. Aunque las obras comenzaron, avanzaban más lentamente
de lo esperado. Ante esta situación, Pachacútec volvió a convocar a los
caciques y les explicó la necesidad de tener depósitos en la ciudad para
almacenar una variedad de alimentos, como maíz, ají, frijoles, quinua, carnes
secas y otros productos alimenticios que solían consumir. Los líderes
asintieron, pero Pachacútec les indicó que estos envíos no debían ser
temporales, sino constantes, hasta que él ordenara lo contrario. Aunque
Pachacútec contaba con suficiente comida, no había lugares adecuados para
almacenarla, por lo que también solicitó la construcción de qolqas o depósitos
en las laderas de las sierras cercanas a la ciudad.
Los
trabajos llevaron cinco años en completarse, pero finalmente llegaron a su fin.
Como recompensa, Pachacútec distribuyó joyas entre los caciques, les otorgó dos
trajes a cada uno y les proporcionó señoras de su propio linaje, ya que creía
que al ser madres de sus herederos, nunca se rebelarían. Sin embargo, todo esto
solo fueron preparativos para asegurar que hubiera suficiente comida para
reconstruir el Cusco. Momentáneamente, ya que aquellos grandes señores
necesitaban descansar, Pachacútec los envió de regreso a sus tierras por un
año, instándoles a sembrar y evitar la ociosidad entre sus familias.
Mientras
tanto, el Inca también se tomó un descanso, dedicándose a la caza y a pasear
por la ciudad, imaginando dónde ubicaría los nuevos edificios. Lo primero que
decidieron reparar fueron las dos corrientes fluviales. Transcurrido el tiempo
estipulado, los caciques regresaron cargados con las provisiones solicitadas y
con muchos hombres dispuestos a trabajar.
Después
de llenar los almacenes, celebraron cinco días de fiestas, tras los cuales
Pachacútec les ordenó comenzar los trabajos desde el extremo de la ciudad, en
el lugar conocido como Pumachupan, que significa "cola del puma",
donde se unían los dos ríos, hasta el pueblo de Muyna, a cuatro leguas de
distancia. Las obras debían realizarse con piedra tosca y un barro especial
pegajoso que el agua no pudiera deshacer. Por supuesto, los caciques cumplieron
con las instrucciones de su soberano y llevaron a cabo los trabajos según lo
indicado.
Pachacútec
también consideró la necesidad de tener almacenes de ropa y mantas de cabuya
para todas las personas que venían de fuera. Con este propósito, organizó una
gran y lujosa fiesta en la plaza de Aucaypata, que abarcaba más de diez
hectáreas de extensión y era el lugar donde se celebraban ceremonias litúrgicas
y rituales de gran esplendor. Durante la fiesta, comunicó a los caciques esta
necesidad, explicando que las mantas tendrían cordeles en las puntas para que
los trabajadores pudieran atarlas al cuello y transportar las piedras y tierras
necesarias. En respuesta a esta petición, los caciques ordenaron que en sus
pueblos se reunieran hombres y mujeres en corrales para tejer mantas con la
lana que se les había entregado, y otros para confeccionar ropas. Una vez
terminadas, estas prendas fueron llevadas al Cusco y almacenadas en los
depósitos preparados previamente. Luego, se distribuyeron entre los
trabajadores que estaban fortaleciendo y consolidando la ciudad.
Según
Betanzos, las obras tardaron cuatro años en completarse, después de los cuales
se celebró una fiesta que duró un mes. Pachacútec estaba satisfecho: se habían
logrado sus dos principales objetivos, limpiar la ciudad y abastecerla de
provisiones.
Esta
política de preparación y almacenamiento también fue corroborada por el
cronista Sancho de la Hoz, uno de los primeros españoles que visitaron el Cusco
en 1534, quien afirmó que Sacsayhuamán era un depósito de armas, porras,
lanzas, arcos, flechas, hachas, escudos y otros suministros tanto bélicos como
de sustento para la sociedad cuzqueña.
Pachacútec,
quien según John Rowe ascendió al poder en 1438 y murió en 1471, transformó la
etnia fundada por Manco Capac en un pueblo conquistador, adquiriendo autoridad
gubernativa sobre las provincias anexionadas.
Según
la "Suma y narración..." de Betanzos, después de esto, Pachacútec
ordenó a los orejones realizar un censo preciso de las personas, a través de
sus llactacamayos o mayordomos, para determinar la cantidad de jóvenes solteros
y solteras en los pueblos. Una vez completado este censo, ordenó que se
realizaran matrimonios entre personas de diferentes provincias para fomentar el
crecimiento y la multiplicación en perfecta armonía. Además, él mismo casó a
los habitantes del Cusco, proporcionándoles ropas, mantas y ajuares de los
almacenes.
El
colectivismo dominaba casi todos los aspectos importantes de la vida
individual, desde los matrimonios pluralistas celebrados por el Inca o sus
representantes en ciertas épocas del año, hasta las tareas relacionadas con la
propiedad y el Estado, como el cultivo de las tierras familiares mediante la
reciprocidad igualitaria entre los miembros del mismo ayllu. En este sistema
pluralista, también se trabajaban las tierras del Inca y del Sol, es decir, las
propiedades del gobierno y la iglesia incaica. Además, existía la obligación
del "turno de la mita", o servicio al Estado durante tres meses al
año, durante los cuales algunos hombres de hasta cincuenta años se integraban
en los ejércitos y otros se dedicaban a la construcción de edificios públicos.
La
narración de Betanzos prosigue con la descripción de cómo Pachacútec dejó
descansar a los caciques durante dos años, período en el cual debían dedicarse
a cultivar sus tierras para abastecer adecuadamente al Cusco. Al finalizar este
tiempo, los caciques regresaron y comenzaron la reconstrucción de la ciudad.
Pachacútec dispuso inicialmente que todos los habitantes fueran trasladados
temporalmente a pueblos cercanos. Luego, se derribaron las viejas casas y se
nivelaron los terrenos. Con la ayuda de un cordel, se trazaron y midieron los
solares y las estructuras que se levantarían, para finalmente abrir los
cimientos y construir las nuevas viviendas.
Durante
veinte años, cincuenta mil hombres trabajaron en estas labores de
reconstrucción. Al término de este período, Pachacútec convocó a los
principales señores y a los demás residentes para repartir los edificios,
utilizando como guía la traza y la pintura previamente elaboradas en barro.
Además
de Betanzos, otros cronistas también destacan las construcciones realizadas por
Pachacútec, quien dotó al Imperio Inca de su máximo esplendor. Pedro Sarmiento
de Gamboa menciona que después de las fiestas, Pachacútec diseñó el pueblo
según sus planes originales, incluyendo las importantes calles que aún existían
cuando llegaron los españoles.
El
período de expansión del Imperio Inca, consolidado especialmente hacia 1540,
después de la victoria sobre los chancas, marcó un impulso constructivo notable.
Este proceso continuó durante los reinados de Tupac Inca Yupanqui y Huayna
Capac. En solo ochenta años, los incas tuvieron que encontrar soluciones
arquitectónicas y urbanísticas para un vasto territorio que abarcaba desde el
sur de Colombia hasta el río Biobío en Chile, pasando por el noroeste de
Argentina, Bolivia y Perú.
Para
gestionar esta empresa a gran escala, se utilizaron patrones arquitectónicos
estandarizados y se planificaron cuidadosamente desde la metrópoli, con la
ayuda de maquetas. Garcilaso de la Vega describe una de estas maquetas en el
pueblo de Muyna, mientras que Betanzos menciona una realizada para la Casa del
Sol, antes de abordar las de los edificios en Cusco.
El
profesor Luis A. Pardo realizó un estudio exhaustivo de una colección de estas
maquetas en el Museo de Arqueología de la Universidad de San Antonio Abad.
Estas representaciones incluían templos, fortalezas, palacios, viviendas
particulares, tumbas y huacas, todas elaboradas con piedra, granito y arcilla
cocida.
La
planificación previa y la adecuación a cada lugar fueron fundamentales para el
trazado de edificios precisos y perfectos en un terreno tan amplio y
accidentado. El uso constante de los mismos materiales, como el granito, el
pórfido, la andesita y la diorita, contribuyó a dar a las construcciones incas
un carácter repetitivo, lo que sorprendía a los viajeros y les hacía pensar que
todas habían sido hechas por una sola mano.
Betanzos
relata que Pachacútec asignó a los señores de su linaje los edificios ubicados
en la parte baja del Cusco, formando así el barrio noble. En el centro de este
barrio se encontraba la plaza de Aucaypata, actualmente conocida como plaza de
Armas, que siempre ha sido el corazón de la ciudad. Alrededor de esta plaza se
erigieron los palacios públicos y privados, caracterizados por sus muros
sobrios adornados únicamente con hornacinas trapezoidales.
Entre
estos palacios se encontraban el Acllahuasi, la casa de las vírgenes del Sol,
el Korikancha, las residencias de los monarcas fallecidos y el propio palacio
de Pachacútec, conocido como el palacio de Casana. Este último se situaba entre
las actuales calles de Procuradores, Plateros y Saphi. El palacio tenía una
altura de ocho metros y medio, siendo de piedra hasta los dos metros y medio,
luego continuaba con adobe. Según Cieza de León, estaba rodeado de hermosos
jardines que representaban animales y aves propias de la fauna peruana.
Por
otro lado, Sarmiento de Gamboa menciona que Pachacútec expandió el espacio
físico de la ciudad y le dio forma triangular, o mejor dicho, de puma, el
animal sagrado de la mitología incaica. Este diseño se delimitó por los cursos
de los riachuelos Saphi y Tullumayu, con la cola en la conjunción de ambos, en
un lugar llamado Pumachupan. La cabeza de este diseño se completaría en el
reinado de su sucesor, Tupac Inca Yupanqui, con la creación de Sacsayhuamán.
Esta forma urbana descrita por Betanzos en el siglo XIX fue confirmada por el
viajero Squier y posteriormente por el arquitecto Gasparini.
Más
allá del centro urbano, se desarrollaron los barrios habitados por los
habitantes de las principales provincias sometidas al imperio, combinados con
los descendientes del linaje de Alcaviza, la etnia originaria del valle. Según
Betanzos, esta etnia fue desplazada a las afueras, a un lugar llamado Caya
Ucache, para mantener la pureza étnica en la ciudad y evitar la mezcla con
otras poblaciones.
Pachacútec
tenía la ambición de convertir al Cusco en la ciudad más destacada de su
territorio. Los cronistas notaron que en ella no vivían personas pobres y que
estaba llena de palacios. Las calles, trazadas en forma de cruz, eran muy
rectas, todas empedradas y con un canal de agua en el medio revestido de
piedra. Sin embargo, presentaban la limitación de ser angostas, permitiendo el
paso de solo dos caballos a la vez.
Además,
Pachacútec ordenó la construcción de relojes solares en forma de pirámides de
piedra, colocados en cerros altos y orientados hacia el sol naciente y el
poniente. Estos relojes permitían a la gente conocer el curso del sol y
determinar cuándo sembrar y cosechar.
Betanzos
considera a Pachacútec no solo como el artífice del moderno Cusco, sino también
como el auténtico creador del Imperio Inca. Lo describe como un líder
excepcional, dotado de habilidades como urbanista, arquitecto y legislador.
Atribuye a Pachacútec la promulgación de leyes que regirían la vida del pueblo
incaico, comparándolo con el legendario legislador ateniense Solón.
Betanzos
relata que, tras regresar de pacificar el Collao, Pachacútec decidió descansar
en el sagrado recinto del Cusco durante un año. Durante este tiempo, recorrió
los barrios de la ciudad durante diez días, entrando sin previo aviso en las
casas de sus súbditos. También se disfrazaba y caminaba por las calles de noche
para observar lo que ocurría. De esta manera, pudo conocer de primera mano los
vicios de su gente y supuso que estos problemas también podrían existir en
otras ciudades del imperio.
Como
consecuencia de estas observaciones, decidió poner orden en todo el reino.
Convocó a los principales orejones del Cusco y les expuso los aspectos
negativos que había observado, promulgando luego una serie de ordenanzas para
regular diversos aspectos de la vida material, social y moral del pueblo inca.
Entre
estas ordenanzas, se encontraban disposiciones relacionadas con el cuidado y la
limpieza de la ciudad, la asignación de repartimientos de ganado y lanas para
el abastecimiento, y normativas sobre la vida urbana. Específicamente, Betanzos
menciona medidas relacionadas con la prostitución.
Pachacútec
ordenó establecer una casa en las afueras del Cusco, donde habría un grupo de
mujeres tomadas en las guerras, consideradas públicas y pagadas. Los hombres
solteros podían visitar esta casa para evitar buscar relaciones con mujeres
casadas o mamaconas (mujeres que servían en la casa del Inca). Si un hombre
casado era descubierto en la casa, sería atado de pies y manos en la plaza
pública, donde los parientes de su esposa lo vituperarían, y su esposa sería
retirada de él por un tiempo.
En
el caso de que una mujer quedara embarazada mientras ejercía este cometido y
estaba en la casa, el hijo sería llamado churi, lo que significaba "del
común". Esto se debía a la creencia de que, si dos o tres hombres dormían
con una mujer en un corto período y ella quedaba embarazada, se consideraba que
el hijo había sido engendrado por todos ellos.
Además
de las disposiciones relacionadas con la prostitución, Pachacútec emitió otras
ordenanzas para cuidar de los niños nacidos en circunstancias particulares. Por
ejemplo, dispuso que se asignaran nodrizas de otros pueblos y provincias para
criar a los niños que nacieran en estas casas, cuyas madres habían fallecido.
También
ordenó a las personas responsables del cuidado de la ciudad que colocaran paja
debajo de los puentes de los ríos, cerca del agua, para que aquellos niños
nacidos de manera secreta por mamaconas, mujeres o hijas de orejones no fueran
asesinados. De esta manera, cuando las madres dieran a luz durante la noche,
podrían dejar a los recién nacidos en estos lugares designados. Cuando las
rondas preguntaran por la persona que llevaba al niño, simplemente responderían
que lo estaban llevando para colocarlo debajo del puente, sin indagar más sobre
su identidad o a qué casa pertenecía. Los guardianes debían revisar cada mañana
si había niños abandonados en estas áreas.
Todos
los niños abandonados bajo estas circunstancias eran entregados a las nodrizas
mencionadas, quienes los criaban como si fueran propios. Cuando crecían, se les
enviaba a trabajar en el cultivo de la coca en los valles. Estas disposiciones
muestran el gran respeto de Pachacútec por la vida humana, aunque derivaban de
considerar al individuo como una unidad de producción para el Estado,
protegiéndolo desde su nacimiento hasta la muerte a cambio de tributaciones en
especies o trabajo.
Además,
Pachacútec instituyó que los niños comenzaran a ayudar a sus padres en sus
labores desde los cinco años, y que comenzaran a entrenarse en el uso de armas
para participar en guerras a partir de los quince años. Las niñas, por otro
lado, aprenderían tareas agrícolas y también a cocinar desde esa edad temprana.
Betanzos
atribuyó a la organización de Pachacútec muchos aspectos importantes, como el
mantenimiento de correos o postas, la imposición de la lengua general del Cusco,
llamada rumisumi, en todas las provincias conquistadas, el funcionamiento de
tambos o posadas para los soldados, la disciplina militar, los tributos que
debían pagar los ciudadanos, el funcionamiento de las casas del Sol y sus
vírgenes, las inspecciones a todos los territorios por parte de los orejones
principales, y otros detalles fundamentales en la vida cotidiana.
Para
Betanzos, el Cusco no solo era el centro administrativo y dirigente del vasto
Tahuantinsuyo, sino también un magnífico escenario de numerosas fiestas y
ceremonias auspiciadas por el gobierno. Se ha mencionado el control minucioso
del estado sobre la población, registrado por los quipucamayos en sus quipus.
La vida de los runas, o personas comunes, estaba planificada en todos sus
aspectos importantes, lo que dejaba poco margen para la toma de decisiones
individuales, salvo en asuntos particulares. Además, era extremadamente difícil
ascender en el escalafón social, lo que convertía al pueblo inca en una
sociedad altamente jerarquizada y controlada, casi como si fuera una sociedad
robotizada.
Los
líderes del imperio incaico comprendían la importancia de romper la rutina
diaria de sus ciudadanos. ¿Qué mejor manera de hacerlo que organizando
numerosas festividades financiadas por el Estado, donde la comida, la bebida y
la danza eran el centro de atención?
Hablando
de la transformación urbana del Cusco, se observa cómo Pachacútec incorporaba
estas celebraciones entre las arduas labores de la ciudad. Además de estas
festividades, que podríamos considerar circunstanciales, había un calendario
extenso que incluía ceremonias dedicadas a las deidades del Korikancha, a los
Incas difuntos, a los guerreros victoriosos, entre otros eventos. Sin duda, el
Inti Raymi, una ceremonia dedicada al sol y al ordenamiento de la nobleza inca,
destacaba entre todas. En esta festividad, se ponían a prueba las habilidades
físicas de los jóvenes que aspiraban a ser armados caballeros, todo ello en
medio de rigurosos ayunos. A pesar de la prohibición por parte de la corona
española en 1551, estas celebraciones continuaron celebrándose clandestinamente
en los pueblos. Incluso en la actualidad, el Inti Raymi sigue siendo un
espectáculo magnífico que vale la pena presenciar cada año el 24 de junio, en
el impresionante escenario de Sacsayhuamán.
Después
de Pachacútec, le siguió su hijo Tupac Inca Yupanqui. Este monarca mantuvo la
política expansionista de su padre. En el Cusco, su contribución más
significativa fue la construcción de una fortaleza, ya que comprendió que la
magnificencia de los edificios no era suficiente sin una defensa adecuada. Por
ello, decidió erigir una fortaleza inexpugnable con piedras similares a las
utilizadas en los palacios cuzqueños.
El
lugar elegido fue Sacsayhuamán Urco. Con la participación de diez mil
trabajadores y seis años de arduo trabajo, se extrajeron piedras de canteras en
Oma, Salu y Guairanga para su construcción. Algunas de estas piedras requerían
hasta quinientos hombres para ser transportadas, lo que causaba asombro incluso
a contemporáneos como Betanzos, quien se preguntaba cómo manos humanas podían
pulirlas y colocarlas con tal precisión. Aunque gran parte de la fortaleza
estaba en ruinas en su época, Betanzos la consideraba una de las maravillas del
mundo.
Huayna
Capac, sucesor de Tupac Inca Yupanqui, se encontró con una ciudad
increíblemente hermosa en el Cusco, pero su disfrute se vio obstaculizado por
los constantes levantamientos de las etnias subyugadas. Estos conflictos lo
obligaron a establecerse durante largos períodos en Quito, donde finalmente
falleció.
La
guerra civil entre sus hijos Huáscar y Atahualpa, como relata Betanzos, sumió a
la capital sagrada y a todo el Imperio Inca en una brutal carnicería. Sin
embargo, Betanzos apenas menciona estos acontecimientos, excepto cuando se
refiere a las ceremonias en honor a los Incas fallecidos.
Justo
en medio de la guerra fratricida, irrumpieron los españoles, marcando un punto
de inflexión en la historia. A partir de entonces, la influencia hispana
comenzó a impregnar el Cusco. De esta fusión de culturas surgiría una nueva
ciudad, pero Betanzos muestra poco interés en describirla, prefiriendo
centrarse en los eventos históricos que tuvieron lugar en ella. Quizás esto se
deba a que el Cusco ya no era la gloriosa capital de los grandes soberanos
incas; había perdido parte de su esplendor.
Fin.
Recopilado y contextualizado por Lorenzo Basurto Rodríguez.
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