Francisco Pizarro y Carlos V: El Conquistador y el Emperador
El
siglo XVI fue testigo del surgimiento de dos personajes muy peculiares: el
emperador Carlos V y el conquistador Francisco Pizarro. En esta era de luchas
interminables y búsqueda de identidad por parte de las naciones europeas,
también se inauguraba la colonización del Nuevo Mundo, recién descubierto por
Cristóbal Colón unas décadas atrás y denominado entonces las Indias. Las
crónicas de la época reflejan momentos de mutua admiración entre estos dos
líderes, pero también períodos de distanciamiento. En estas páginas, además de
narrar algunos de sus acontecimientos más relevantes, se explorará si dicho
distanciamiento tuvo raíces personales o se limitó al ámbito político.
A los
diecisiete años, Francisco Pizarro se unió a los Tercios españoles que
combatían en Italia bajo el mando del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de
Córdoba, en 1495. Luego, en 1502, embarcó hacia las Indias y pasó siete años
como soldado anónimo en la isla La Española, bajo el gobierno de Nicolás de
Ovando. Una vez que la isla fue pacificada, Pizarro decidió unirse a la
expedición liderada por Alonso de Ojeda para explorar Veragua, en la actual
Colombia, donde Ojeda había sido nombrado gobernador. Es conocido que Ojeda
sufrió una grave herida de flecha por parte de los aborígenes en el golfo de
Urabá, lo que lo obligó a regresar a Santo Domingo. Sin embargo, lo que quizás
no se difunda tanto es que antes de su partida, Ojeda designó a Pizarro como
jefe de la expedición, otorgándole el rango de teniente. Bajo el liderazgo de
Pizarro, la expedición enfrentó numerosas dificultades durante su viaje de ida
y vuelta hasta que finalmente alcanzaron el golfo del Darién. Fue allí donde el
gobernador Enciso fundó la ciudad de Santa María del Darién.
Durante
su estancia en el Darién, Pizarro se encontró con el polizonte Vasco Núñez de
Balboa, originario de Jerez, con quien compartió la audaz empresa de descubrir
el Mar del Sur, posteriormente llamado océano Pacífico, el 25 de septiembre de
1513. Mientras exploraban la costa norte de esta nueva masa de agua, escucharon
de los nativos la existencia de un reino muy rico más al sur. Estas palabras
resonaron en la mente de Pizarro, quien, al confirmarlas en posteriores
expediciones como capitán por el Atlántico, sintió crecer su deseo de alcanzar
ese próspero reino.
Años
después de establecerse en Panamá, Pizarro tuvo acceso a un informe revelador
del inspector Pascual de Andagoya. Dicho informe corroboraba la existencia de
un opulento reino conocido como Birú, lo que avivó las ambiciones del
explorador. Sin embargo, el camino hacia el descubrimiento de este codiciado
territorio no sería fácil. Los indígenas del Caribe eran feroces guerreros que
habían causado estragos entre los españoles en exploraciones previas,
convirtiéndolos en un obstáculo formidable. Además, la región carecía de
riquezas evidentes a simple vista, lo que dificultaba conseguir el considerable
capital necesario para preparar una expedición de tal envergadura.
Para
entonces, Pizarro ya había alcanzado el cargo de alcalde de Panamá y compartía
negocios de ganado y una encomienda con otro soldado llamado Diego de Almagro,
quien también compartía el sueño de llegar a Birú. Ambos disfrutaban de una
posición social destacada y una economía sólida gracias a los ingresos de sus
negocios. Sin embargo, a pesar de sus recursos, no contaban con suficiente
capital para financiar la expedición con dos navíos.
Por
suerte, el clérigo Hernando de Luque, maestrescuela de la catedral de Santa
María de la Antigua, se interesó en el proyecto. Gracias a sus buenas
relaciones sociales, lograron obtener varios préstamos para comenzar la
construcción de una embarcación. Posteriormente, los tres acordaron verbalmente
formar la Compañía de Levante, destinada a gestionar los fondos obtenidos y
saldar las deudas contraídas.
Para
Pizarro, el endeudamiento y la renuncia a su cargo de alcalde no fueron
obstáculos, sino pasos necesarios hacia la realización de su sueño. Con
cuarenta y seis años, el 24 de noviembre de 1524, inició la navegación hacia el
anhelado Birú, sintiéndose seguramente emocionado ante la perspectiva de lo que
estaba por venir.
La
vida de Francisco Pizarro hasta 1524 estuvo marcada por la complejidad y los
desafíos, sin duda. Pero durante ese mismo período, el destino del joven
Carlos, hijo de Juana I de Castilla y Felipe I de Habsburgo, tampoco estuvo
exento de tumultos. A los 17 años, Carlos heredó un vasto imperio tras la
muerte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I. En 1517, llegó a
España, iniciando un recorrido por las ciudades de Castilla, Aragón y Cataluña
para ser proclamado rey como Carlos I. Sin embargo, sus responsabilidades iban
más allá, pues en 1520 tuvo que viajar a los Países Bajos para ser coronado
como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, asumiendo el título de
Carlos V. Así, mientras Pizarro batallaba en el Nuevo Mundo, el joven monarca
enfrentaba los desafíos de gobernar uno de los imperios más vastos de la
historia europea.
El
traslado de Carlos a los Países Bajos provocó un profundo descontento entre sus
súbditos españoles, especialmente entre castellanos y valencianos. Estos no
comprendían los motivos del joven monarca extranjero para buscar la corona
imperial, además de rechazar los nuevos tributos que ello implicaba. La
desconfianza aumentó al ver que Carlos, con solo 17 años, llegaba de Flandes
rodeado de nobles flamencos a quienes confió los principales cargos del
gobierno, sin conocer las costumbres y características del pueblo español.
La
decisión de enviar a su hermano Fernando a Alemania, considerado el verdadero
heredero de Fernando el Católico por su crianza en Castilla, y dejar el reino
en manos de su preceptor Adriano de Utrecht, generó aún más descontento. Este
malestar desencadenó revueltas incluso antes de que Carlos abandonara España.
Una vez en los Países Bajos, el descontento se agravó, provocando movimientos
como las Comunidades en Castilla y las Germanías en Valencia.
Los
súbditos españoles veían a Carlos como un monarca distante y ajeno, cuyas
prioridades imperiales chocaban con los intereses locales. Esta brecha entre el
rey y sus reinos sentó las bases para un período de agitación política y social
en la España del siglo XVI.
Además
de las tensiones internas en España, el joven Carlos V tuvo que enfrentar
graves amenazas en otros territorios de su vasto imperio. En Austria se
produjeron convulsiones que requirieron su atención, mientras que en Alemania
la propagación imparable de la doctrina protestante de Martín Lutero
representaba un serio desafío para la religión católica que, como emperador del
Sacro Imperio, Carlos estaba obligado a defender.
Desde
su residencia en Bruselas, intentó abordar estos problemas, logrando sofocar la
rebelión en España con la valiosa colaboración de su regente Adriano de Utrecht.
A su regreso en 1522, ya investido como emperador, otorgó un perdón general que
contribuyó a pacificar el reino, aunque persistían tensiones regionales.
Sin
embargo, los conflictos no cesaban. Francia, bajo Francisco I, invadió el
territorio navarro en 1521, forzando a Carlos a recuperarlo al año siguiente,
salvo la ciudad de Fuenterrabía. En 1524, tras una intensa campaña militar
liderada por el propio emperador, logró finalmente liberarla. Pero Francisco I
no se rindió y continuó su ofensiva bélica, derrotando al ejército imperial en
Marsella e intentando expandir su territorio al norte de Italia.
Además
de estas amenazas provenientes de Francia, Carlos tuvo que hacer frente a la
creciente amenaza turca en el Mediterráneo y al descontento de los príncipes
austriacos que cuestionaban el liderazgo de su hermano Fernando. Estas
múltiples presiones externas mantuvieron al emperador en constante estado de
alerta y acción durante este periodo tumultuoso.
A
pesar de los graves problemas que enfrentaba, el emperador Carlos V nunca
descuidó sus dominios en las Indias. Ya en 1519, Fernando de Magallanes le
presentó la idea de buscar un paso entre el océano Atlántico y el recién
descubierto Mar del Sur, explorado seis años antes por Núñez de Balboa. Carlos
respaldó la propuesta y proporcionó cinco naves que partieron del puerto de
Sevilla el 20 de septiembre de ese mismo año. Aunque Magallanes falleció
durante la expedición, uno de sus compañeros, Juan Sebastián El Cano, asumió el
mando y logró regresar a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 con
tres noticias trascendentales: habían hallado el paso que unía los dos océanos,
conocido desde entonces como océano Pacífico; habían descubierto un conjunto de
islas de hermosas playas, posteriormente llamadas Filipinas; y habían
confirmado la esfericidad de la tierra.
Además,
Hernán Cortés informó al emperador en 1519 que al norte de Santo Domingo y Cuba
había conquistado varias tribus, entre ellas los tlaxcaltecas y los poderosos náhuatl
o mexicas, y había fundado un reino al que llamó Nueva España. Ante esta
noticia tan relevante, Carlos premió su hazaña en 1522 nombrándolo gobernador y
capitán general. Por otro lado, en 1523, Pedro de Alvarado, quien también había
participado en la conquista de Nueva España junto a Cortés, exploró los
territorios mayas al frente de un pequeño ejército y fundó la ciudad de
Santiago de los Caballeros en Guatemala el 25 de julio de 1524.
Como
hemos visto, el 24 de noviembre de ese mismo año, Francisco Pizarro zarpaba
desde Panamá con el propósito de explorar la costa sur del océano Pacífico.
Mientras tanto, Carlos V, según el historiador García Mercadal, se encontraba
en Madrid recuperándose de fiebres palúdicas contraídas en Valladolid,
aprovechando el clima favorable de la capital. Sin embargo, el emperador no
tenía conocimiento alguno de la audaz aventura que emprendía el valiente
Pizarro. Pasarían cinco años antes de que Carlos se enterara, dado que la
exploración resultó ser extremadamente difícil y demandó un tiempo considerable.
El
capitán Francisco Pizarro y los ciento doce expedicionarios que lo acompañaban
partieron del puerto de Panamá llenos de entusiasmo, convencidos de que pronto
llegarían al fabuloso reino mencionado por el inspector Pascual de Andagoya.
Sin embargo, su alegría se transformó rápidamente en desaliento apenas unos
días después de iniciar la travesía. A medida que avanzaban, solo encontraban
tierras desérticas y pantanosas, carentes de vegetación, agua y comida.
Para
principios de 1525, muchos expedicionarios habían perecido a causa del hambre y
las picaduras de mosquitos. Los supervivientes estaban enfermos y desnutridos,
según relata el cronista Cieza de León. La escasez de agua era tan severa que
apenas podían consumir dos mazorcas de maíz al día. La situación empeoró aún
más con el paso de los meses, ya que incluso el maíz escaseaba. Su dieta se
redujo a mariscos encontrados en las playas y plantas que apenas tenían sabor,
lo que complicó aún más su desesperada situación.
En
medio de esas adversidades, un día los exhaustos expedicionarios avistaron a lo
lejos un fortín en lo alto de un cerro, aparentemente abandonado. Sin pensarlo
dos veces, entraron en las casas en busca de alimento y decidieron pasar la
noche allí. Sin embargo, no sospechaban que los nativos estaban cerca y les
habían tendido una trampa. Fue al amanecer cuando se vieron sorprendidos por
una súbita lluvia de lanzas, flechas y piedras, sin tener tiempo para ponerse
sus corazas.
Aunque
intentaron defenderse, muchos perecieron y la mayoría de los sobrevivientes
resultaron gravemente heridos. Se dice que el propio Pizarro recibió siete
heridas profundas, según relata el cronista Francisco de Jerez. Las heridas
eran tan graves que los nativos, creyendo que había fallecido, lo dejaron tirado
en el suelo. Sin embargo, el trujillano no había perdido la vida y, cuando los
supervivientes lograron escapar, lo recogieron y lo llevaron de vuelta al
navío, donde poco a poco recibió los cuidados necesarios para curar sus
heridas.
Diego
de Almagro, quien unos meses después partió de Panamá con setenta hombres de
refuerzo y provisiones, también fue emboscado en el mismo lugar. Aunque
sobrevivió al feroz ataque, quedó tuerto y perdió tres dedos de una mano por el
resto de su vida. A pesar de estas terribles heridas, tanto él como su socio,
Pizarro, se negaron a abandonar la exploración, a pesar de las peticiones de
los demás expedicionarios. Sabían que, de regresar a Panamá sin poder saldar
las deudas contraídas, les esperaba la cárcel.
En
lugar de rendirse, decidieron dividirse las tareas: Pizarro continuaría
explorando mientras Almagro regresaba en busca de nuevos hombres y suministros.
Mientras Almagro conseguía los refuerzos necesarios, Pizarro continuó navegando
durante otro año. Durante este tiempo, muchos hombres murieron nuevamente, ya
sea por hambre, enfermedades o ataques de los nativos. De los ciento ochenta y
dos miembros originales de la expedición, solo cincuenta sobrevivieron, muchos
de ellos enfermos y debilitados.
Almagro
regresó en mayo de 1526 con otros ciento diez expedicionarios, entre los que se
encontraba un experimentado piloto llamado Bartolomé Ruiz. Con los víveres que
llevaba consigo, los expedicionarios se recuperaron un poco y, en junio,
reanudaron la exploración juntos en sus dos buques. A pesar de los primeros
días de enfrentarse a terrenos selváticos densos y ciénagas, finalmente, el 24
de ese mes, llegaron al río de San Juan, en la parte central de la actual costa
colombiana. Aunque las tierras aquí eran un poco más fértiles, los habitantes
locales, guerreros por naturaleza, les atacaban constantemente antes de huir. A
pesar de estos desafíos, lograron establecerse en un pequeño poblado en las
cercanías del río.
Sin
embargo, con la pérdida de más expedicionarios debido a la enfermedad y los
combates, y con otros tantos heridos, los dos socios acordaron que era
imposible continuar la navegación con tan pocos hombres. Decidieron que Almagro
debía regresar a Panamá en busca de refuerzos, mientras que Pizarro se quedaría
para cuidar a los heridos y enfermos. Mientras tanto, el piloto Ruiz
continuaría explorando la costa hacia el sur en busca de nuevas oportunidades y
recursos.
Pizarro
y su reducido grupo de expedicionarios aguardaron pacientemente durante setenta
días a orillas del río San Juan, en una espera que resultó extenuante. Además
de enfrentar feroces ataques de los nativos locales, lidiaron con las
persistentes lluvias que empapaban sus ropas y las chozas que servían de
refugio, tratando de escapar de las implacables plagas de mosquitos que
asolaban sus cuerpos. La mayoría se hallaba enferma y exhausta, salvo Pizarro,
quien parecía incansable y se esforzaba por ayudar a sus compañeros en todo lo
posible.
En el
punto más crítico de la desesperación del grupo, divisaron un navío
aproximándose: era comandado por el piloto Bartolomé Ruiz Estrada, quien
regresaba tras haber navegado ciento cincuenta leguas. Ruiz relató que durante
su travesía avistó numerosos poblados rodeados de fértiles tierras de cultivo.
Además, traía consigo tres jóvenes que había encontrado a la deriva en una
balsa con velas, la cual transportaba valiosos objetos de oro, plata, tejidos y
ovillos de lana destinados al comercio con dichos poblados. Estos jóvenes
afirmaban ser oriundos de una gran ciudad llamada Tumbes y, mediante gestos,
mencionaban un lugar de gran riqueza llamado Q'osqo. Ante la vista de los
tumbesinos y los preciosos objetos que llevaban consigo, a Pizarro no le quedó
ninguna duda de que habían alcanzado la anhelada tierra de Birú.
En febrero
de 1527, Almagro regresó una vez más, acompañado de otros cuarenta hombres. La
Empresa de Levante, como se llamaba la expedición, había perdido mucho
prestigio debido a las numerosas muertes ocurridas, por lo que Almagro no pudo
reclutar más gente. Al llegar, se encontró con que Pizarro y sus compañeros
estaban en lamentable estado: sus cuerpos apenas eran piel y huesos,
amarillentos por las incesantes picaduras de mosquitos. A pesar de que todos
ansiaban regresar a Panamá, Almagro y su socio consideraron imperativo
continuar hacia adelante, ya que tenían pruebas de la existencia de Birú. Así,
reemprendieron la navegación.
Después
de pasar por varias islas deshabitadas debido a su clima abrasador, finalmente
llegaron a una gran ciudad llamada Atacamez, en el actual Ecuador. Al
percatarse de su tamaño y la belicosidad de sus habitantes, decidieron que
Almagro debía volver a Panamá en busca de refuerzos, mientras Pizarro y el
reducido grupo de exploradores que aún sobrevivían, tras haber perdido a muchos
en el camino, esperarían en una de las islas encontradas. Eligieron una que
llamaron "del Gallo" debido a su forma.
Fue en
esta isla donde se desató el famoso motín, en el que todos los expedicionarios,
excepto trece, abandonaron a Pizarro y retornaron a Panamá.
Los
trece hombres, posteriormente conocidos como "Los trece de la fama",
junto con el capitán Pizarro, milagrosamente sobrevivieron seis meses más en
otra isla a la que llamaron Gorgona. Su dieta se limitaba a cangrejos, monos,
pequeños gatos y carne de grandes serpientes, según relata el cronista
Garcilaso de la Vega Inca, quien describe su supervivencia como un verdadero
milagro, atribuyéndola a la providencia divina.
Al
término de este período, Almagro, quien había obtenido una nueva licencia del gobernador
de Panamá por seis meses adicionales, envió al piloto Ruiz junto con cuatro o
cinco marineros en uno de los dos navíos de la Compañía de Levante. A pesar de
ser pocos en número, Pizarro no vaciló en continuar la travesía con ellos.
Pronto arribaron a la ciudad de Tumbes, donde fueron recibidos pacíficamente
por sus habitantes. Desde allí, continuaron explorando el litoral sur y
descubrieron ciudades poderosas y opulentas. Al llegar a una llamada Santa,
comprendieron la necesidad de contar con más personas para poblar aquellos
vastos territorios, decidiendo regresar a Panamá para reclutar a nuevos
expedicionarios.
En
septiembre de 1528, ante la sorpresa de los habitantes, el trujillano
desembarcó en la ciudad, cuatro años después de haber partido de ella,
acompañado por los tres jóvenes tumbesinos y un rebaño peculiar: las llamas. El
asombro se transformó en júbilo cuando él y sus trece compañeros relataron el
descubrimiento de ciudades de piedra, con imponentes torres cuadradas y
habitantes vestidos con ropas de algodón adornadas con oro y plata.
Los
tres socios, Almagro, Luque y Pizarro, se reunieron para planificar cómo
continuar con la exploración y la colonización de los territorios descubiertos.
Dada la magnitud del descubrimiento, comprendieron que necesitarían una
considerable cantidad de hombres, barcos, caballos y provisiones. Sin embargo,
carecían del capital necesario, habiendo agotado los recursos de la Compañía de
Levante durante la exploración y habiendo incluso recurrido a préstamos de
algunos vecinos.
Decidieron
entonces entrevistarse con el gobernador Pedro de los Ríos en busca de apoyo
financiero. A pesar de presenciar la presencia de los jóvenes tumbesinos, las
llamas y el oro y la plata hallados, el gobernador se negó a ayudarles. Ante
esta respuesta desalentadora, los tres socios acordaron que era necesario
enviar a alguien a España para que Carlos V conociera el descubrimiento y
respaldara la empresa. Tras acordar solicitar el título de gobernador para
Pizarro, el de adelantado para Almagro y el de obispo para Luque, encomendaron
la misión al trujillano.
En
enero de 1529, el capitán Francisco Pizarro llegó a Sevilla, pero su llegada no
estuvo exenta de contratiempos. Fue rápidamente arrestado debido a una demanda
por deudas presentada por el bachiller Fernández de Enciso, relacionada con su
trabajo anterior en Santa María de la Antigua del Darién junto a Vasco Núñez de
Balboa.
Sin
embargo, cuando Carlos V se enteró del encarcelamiento de Pizarro, ordenó su
liberación inmediata y dispuso que se le facilitara viajar a Toledo, donde
residía desde el 16 de agosto de 1528 junto a la emperatriz Isabel y sus dos
hijos pequeños, Felipe y María. El emperador deseaba conocer personalmente el
descubrimiento realizado por su vasallo, del cual ya había sido informado por
el Consejo de Indias, así como el proyecto de colonización que Pizarro tenía en
mente para aquellos territorios.
El 6
de febrero, Pizarro emprendió su viaje acompañado por Pedro de Candia, uno de
los Trece de la Fama, los tres jóvenes tumbesinos y algunas llamas, telas y
objetos de oro y plata. Después de aproximadamente un mes de travesía, llegaron
a la ciudad, donde fueron recibidos de inmediato por el emperador, según relata
el contador López de Caravantes.
Es
natural suponer que ambos, el trujillano y el monarca, sentirían una gran
curiosidad el uno por el otro. Pizarro deseaba conocer al hombre que dominaba
casi todo Europa y el Nuevo Mundo, mientras que el emperador estaba ansioso por
encontrarse con aquel que, según se decía, había realizado hazañas tan
extraordinarias. Pizarro, en ese momento, contaba con cincuenta y un años,
marcado por numerosas cicatrices producto de las múltiples heridas recibidas,
pero su mirada seguía siendo penetrante e intrépida. Por su parte, Francisco
Pizarro se encontró con un monarca cuya apariencia madura contrastaba con sus
veintinueve años. Observó que llevaba el cabello corto, en contra de la moda de
la época, debido a los intensos dolores de cabeza que padecía. A pesar de su
felicidad matrimonial y sus dos hijos, Felipe y María, Pizarro detectó en el
rostro del emperador una sombra de amargura causada por los ataques de gota que
ya comenzaba a sufrir, así como por los numerosos problemas que continuamente
lo asediaban.
En
1525, Francisco I de Francia intentó capturar Nápoles, pero fue derrotado en la
batalla de Pavía y hecho prisionero en Madrid. Sin embargo, en 1526 logró su
liberación mediante la firma del Tratado de Madrid, comprometiéndose a entregar
Borgoña al emperador Carlos V y renunciando a ocupar el Milanesado, así como a
invadir Flandes, Italia y Navarra. No obstante, poco después incumplió el
tratado al unirse a la Liga de Cognac, formada por Enrique VIII de Inglaterra,
el papa Clemente VII y las repúblicas de Venecia, Milán y Florencia, desafiando
así personalmente a Carlos V.
En
consecuencia, las tropas de la Liga entraron en Lodi, Lombardía, pero en julio
de 1526 el ejército del emperador también llegó a Lombardía y derrotó al duque
de Milán, mientras que los franceses fueron vencidos en el norte de Italia. Sin
embargo, la falta de fondos para pagar a los soldados condujo a que estos
obligaran a su líder, el duque de Borbón, a dirigirse hacia Roma. En junio de
1527, las tropas saquearon la ciudad, lo que llevó al papa Clemente VII a refugiarse
en el castillo de Sant Angelo, donde permaneció prisionero durante seis meses.
Aunque el emperador no había ordenado estos actos, recibió fuertes críticas en
toda la cristiandad, ya que se consideró que habían causado un gran daño a la
sede del cristianismo. Además, Carlos V vio alejarse su sueño de ser coronado
por el papa, similar a lo que ocurrió con Carlomagno.
En los
Países Bajos, Carlos V enfrentaba diversos problemas. El 29 de agosto de 1526,
Solimán el Magnífico derrotó a su cuñado Luis de Hungría en la batalla de
Mohács, apoderándose así de gran parte de ese reino. Además, Martín Lutero
seguía propagando su nueva doctrina, y los turcos amenazaban con invadir
ciudades en el Mediterráneo. Por si fuera poco, en 1527 un ejército francés sitió
Nápoles, pero tuvo que retirarse debido a las enfermedades que afectaron a los
soldados. El papa, que mantenía una alianza con Francisco I de Francia, hizo
todo lo posible por resistir a Carlos V. Sin embargo, ante la abrumadora fuerza
del emperador, en julio de 1528 el papa abandonó a los franceses y entregó
Génova a Carlos.
A
pesar de estos desafíos, en la entrevista de Toledo, el emperador percibió en
Francisco Pizarro a un líder que había realizado grandes hazañas. Pizarro
describió su ardua travesía: "Sin vestido, ni calzado, los pies corriendo
sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de
hambre, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos,
que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las
flechas envenenadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por
engrandecer vuestra corona por honor de nuestra nación".
El
encuentro entre el emperador y Pizarro seguramente fue muy amistoso. Carlos V
expresó su gratitud hacia su vasallo por el servicio prestado y quedó
maravillado por la presencia de los jóvenes tumbesinos, así como por los
objetos exóticos que traían consigo. Especialmente, se sintió fascinado por la
descripción de Tumbes que ofreció Pedro de Candia. El emperador lamentó el
desinterés mostrado por el gobernador Pedro de los Ríos y acogió con agrado la
idea de integrar esas tierras a su Corona, al igual que había hecho con las de
Nueva España. Además, prometió brindar a Pizarro todo su apoyo y asistencia.
Posiblemente
fue en ese momento cuando Pizarro solicitó los cargos de gobernador, adelantado
y obispo para él y sus dos socios. A partir de entonces, el emperador no volvió
a encontrarse con Pizarro, ya que necesitaba prepararse urgentemente para su
viaje a Italia. Aunque sus tropas habían logrado algunos triunfos, temía perder
esos territorios. Por ello, el 8 de mayo partió de Toledo hacia Italia. Antes
de partir, encargó al conde de Osorno, presidente del Consejo de Indias, que
oficialmente llevara a cabo las gestiones para respaldar y dar luz verde a la
Empresa de Levante. El 24 de mayo, desde Barcelona, aprobó todas las propuestas
solicitadas por Pizarro, incluyendo los cargos para los tres socios. Además,
ordenó concederle a Pizarro el hábito de la Orden de Santiago, lo que evidencia
la gran impresión que le había causado el trujillano.
Sin
embargo, debido a la demora del Consejo de Indias en completar los trámites
necesarios, no fue hasta el 26 de julio que Pizarro obtuvo la autorización para
seguir explorando y colonizando los distantes territorios que había
descubierto. Finalmente, ese día, la emperatriz Isabel firmó las capitulaciones
de Toledo, donde se nombraba a Pizarro como gobernador, adelantado y capitán
general. Diego de Almagro fue designado como hidalgo y alcalde de la fortaleza
de Tumbes, mientras que Hernando de Luque fue nombrado obispo de la misma
ciudad. Además, los Trece de la Fama recibieron el título de hidalgos.
Sin
embargo, el Consejo de Indias consideró que no era conveniente nombrar gobernador
y adelantado a dos personas distintas en una misma gobernación, por lo que
acumuló los cargos en Pizarro. Además, le impuso numerosas obligaciones, entre
ellas la preparación de los barcos, aparejos, provisiones y otros recursos
necesarios para el viaje y la colonización, así como reclutar a doscientos
cincuenta hombres en un plazo de seis meses.
Esta
última condición probablemente fue la razón por la cual Pizarro permaneció en
Toledo durante otros tres meses reclutando gente. Incluso con el apoyo de sus
tres hermanos y algunos vecinos en Trujillo, no logró alcanzar el número de
hombres requeridos en las capitulaciones. Por lo tanto, tuvo que pasar otra
larga temporada en Sevilla para reclutar más gente. A pesar de sus esfuerzos,
en enero de 1530, partió furtivamente desde la isla de La Gomera hacia Panamá.
Por su
parte, Carlos V experimentaba un cierto grado de tranquilidad desde su partida
de Toledo. La pacífica actitud de Clemente VII, sumada a la firma de un
armisticio con Enrique VIII el 15 de junio de 1529, le brindaron un respiro.
Además, el 29 de ese mismo mes, obtuvo otro acuerdo que le permitió viajar a
Roma para su coronación. Aunque la guerra con Francisco I continuaba en suelo
italiano, Carlos logró nuevamente vencer a las tropas francesas. Mientras
preparaba la flota en Barcelona para dirigirse a Italia, encomendó a su tía
Margarita de Austria negociar la paz con Luisa de Saboya, madre del monarca
francés.
Una
vez lista la flota, Carlos partió hacia Génova, donde llegó el 12 de agosto. Para
entonces, su tía Margarita y Luisa de Saboya ya habían firmado la Paz de
Cambray, también conocida como la Paz de las Damas. Con esto, la tan ansiada
coronación papal, que refrendaría la de Aquisgrán en 1520, estaba al alcance.
Sin embargo, surgieron graves problemas inesperados: Solimán el Magnífico lanzó
una ofensiva contra Viena, mientras que Barbarroja atacaba Argel y amenazaba
las plazas norteafricanas y las costas españolas. Afortunadamente, ni Viena ni
las costas españolas fueron atacadas.
Finalmente,
el 5 de noviembre, Carlos pudo ingresar a Bolonia, donde lo esperaba Clemente
VII. Sin embargo, antes de su coronación, tuvo que conquistar y entregar
Florencia, firmar un acuerdo con Venecia y restituir a la familia Sforza en
Milán. No fue hasta el 22 de febrero de 1530 que finalmente fue coronado como
emperador.
A
partir de ese momento, Italia estaba pacificada, pero en Alemania surgieron
problemas graves que exigían la presencia de Carlos V. Viena seguía en peligro
de caer en manos de Solimán el Magnífico, y era urgente detener el avance de la
doctrina de Martín Lutero y promover la unidad cristiana. Por ello, el 21 de
marzo, Carlos partió de Bolonia. Dos meses después, llegó a Augsburgo y, tras
escuchar la Confesión de los luteranos, en la que estos reafirmaron su
doctrina, el emperador convocó una Dieta e impuso un Ínterin conciliador, que
sin embargo no fue aceptado.
Al
sentirse algo decepcionado, Carlos se trasladó a Bruselas, donde junto con su
hermana María reorganizó el gobierno de los Países Bajos. En enero de 1532,
regresó a Alemania, ya que los turcos volvían a amenazar Viena con un ejército
de doscientos cincuenta mil combatientes. Hasta ese momento, el ejército
imperial había estado en acción en todos los frentes abiertos, pero Carlos V, quien
hasta entonces había preferido una política de pactos con sus vecinos, decidió
involucrarse personalmente en los combates. Como señala Manuel Fernández
Álvarez, fue en ese momento cuando "el estadista de Europa cedió el paso
al soldado".
Efectivamente,
a partir de 1532, el emperador Carlos V se unió a sus tropas en los campos de
batalla, a pesar de un comienzo difícil. Mientras se dirigía hacia Viena,
sufrió una caída de su caballo que le causó heridas en las piernas y una grave
erisipela, provocándole intensos dolores y manteniéndolo enfermo durante varios
meses. Es probable que durante ese tiempo haya experimentado de primera mano
las duras condiciones de vida de un soldado, quizás recordando las penurias que
Francisco Pizarro enfrentó en su travesía por el océano Pacífico.
Sin
embargo, una vez recuperado, lideró a su ejército hacia Viena. Mientras Andrea
Doria enfrentaba a los turcos en el Mediterráneo, el 23 de septiembre de 1532,
Carlos V entró en Viena al mando de un gran contingente militar compuesto por
unos cien mil infantes y veinte mil caballos. Ante la imponente presencia del
ejército imperial, Solimán optó por retirarse sin siquiera intentar atacar la
ciudad. Sin necesidad de entrar en combate directo, el emperador logró una
victoria sobre las tropas turcas.
A
pesar de enfrentarse a serios problemas, Carlos nunca descuidó sus posesiones
en las Indias, como evidencia su constante comunicación con el Consejo de
Indias. Desde Bruselas en septiembre de 1531 y desde Ratisbona el 25 de junio
de 1532, mantuvo un diálogo activo sobre temas cruciales como la colonización,
la evangelización y los conflictos surgidos en Nueva España, incluyendo el
nombramiento del capitán general, Hernán Cortés. Sin embargo, en estas
conversaciones no se hace mención alguna de Francisco Pizarro. ¿Qué había
ocurrido con el conquistador trujillano durante ese lapso?
El
gobernador y capitán general de la Nueva Castilla había logrado equipar tres
embarcaciones y partió de Panamá el 1 de enero de 1531 hacia el sur del océano
Pacífico. Su ansia por explorar nuevamente esa costa lo llevó a zarpar antes de
que los otros dos barcos estuvieran listos. Pronto llegó a la isla de las
Perlas, donde se reunieron con él sus compañeros y juntos navegaron hacia la
ciudad de Tumbes. Durante el viaje, encontraron pueblos cuyos habitantes se
enfrentaron armados, pero al llegar a un lugar llamado Coaque, hoy Guaques en
Ecuador, los nativos no opusieron resistencia. Dada la escasez de alimentos en
otros lugares y la abundancia en Coaque, decidieron quedarse un tiempo para
recuperar fuerzas.
Sin
embargo, la aceptación de los nativos no duró mucho y se rebelaron. Tras ser
derrotados, el cacique les entregó quince mil pesos en oro, plata y esmeraldas.
Entonces, acordaron que Almagro y dos de los buques regresarían a Panamá en
busca de refuerzos, llevando parte del tesoro, mientras Pizarro esperaba con el
resto de los expedicionarios. Esperaron durante cinco meses, durante los cuales
sesenta hombres murieron a causa de enfermedades contraídas por el clima
insalubre del lugar, incluida una epidemia de verrugas del tamaño de huevos que
invadían sus cuerpos y les arrebataban la vida en apenas veinticuatro horas.
Durante
ese período, llegó un pequeño navío al mando del extremeño Sebastián de
Benalcázar, con treinta hombres a bordo. Al ver la situación de los enfermos,
Benalcázar persuadió a Pizarro para que abandonaran Coaque y continuaran
navegando juntos. En septiembre, partieron hacia la ciudad de Tumbes con la
fatigada tropa. Sin embargo, al llegar en mayo de 1532, encontraron la ciudad
casi destruida por un enemigo y sus antiguos aliados ahora convertidos en
adversarios.
Durante
este viaje, Pizarro fundó la ciudad de San Miguel en la zona de Piura. Además,
se les unió el capitán Hernando de Soto, quien llegaba de Nicaragua con
doscientos hombres, proporcionando un valioso refuerzo ante las numerosas bajas
sufridas. Después de enfrentar nuevos peligros, el 15 de noviembre de 1532, los
ciento sesenta y ocho supervivientes llegaron a Cajamarca, donde estaban por
encontrarse con Atahualpa, el gobernante del gran imperio inca, conocido como
Tahuantinsuyo.
El
encuentro entre Pizarro y Atahualpa ocurrió al día siguiente, resultando en la
victoria y captura del Inca. Atahualpa fue encarcelado durante siete meses y
finalmente, el 25 de julio de 1533, fue juzgado y ejecutado.
Durante
el periodo de cautiverio de Atahualpa, quien entregó un vasto tesoro de oro y
plata, el 8 de junio de 1533, Juan de Sámano, secretario de Pizarro, escribió
una carta a Carlos V anunciando que Hernando Pizarro, hermano del gobernador,
estaba listo para viajar a España y entregar la parte correspondiente del
tesoro por los reales quintos: doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos
cincuenta y nueve pesos. Efectivamente, el 14 de enero de 1534, mientras el
emperador se encontraba en Zaragoza, el tesoro llegaba a Sevilla.
Mientras
Hernando estaba en España, Pizarro continuaba explorando el territorio andino y
fundando ciudades. El 11 de agosto de 1533, partió de Cajamarca y el 11 de
octubre llegó al valle de las huancas, donde estableció la ciudad de Jauja. El
14 de noviembre, ingresó a Cusco, la capital del estado inca, y el 24 de marzo
de 1534, la refundó como ciudad española. Después de regresar a la costa, el 18
de enero de 1535, fundó la Ciudad de los Reyes o Lima, y el 5 de marzo de 1535,
estableció Trujillo de la Nueva Castilla.
El
emperador seguramente quedó muy satisfecho con el tesoro recibido, ya que en
marzo de 1534 emitió una real cédula en favor de Pizarro, ampliando su
gobernación de Nueva Castilla en setenta leguas. Además, en 1537, tras su
retorno a España como un verdadero soldado victorioso, habiendo triunfado sobre
Barbarroja, el general de la flota de Solimán el Magnífico, en Túnez, y sobre
Francisco I en Provenza, seguramente valoró enormemente que Pizarro hubiera
liberado Cusco y Lima de las fuerzas de Manco Inca, quien había mantenido
sitiadas esas ciudades entre 1536 y 1537.
El
emperador también debió apreciar profundamente la labor fundacional que Pizarro
estaba llevando a cabo, como se había estipulado en las Capitulaciones de
Toledo. Por ello, el 10 de octubre de ese año, mientras se encontraba en
Valladolid con su esposa Isabel y sus dos hijos pequeños, Felipe y María, le
otorgó el título de marqués. Aunque el título carecía de un nombre específico
debido a la falta de información sobre el repartimiento al que debía ser
anexado, venía acompañado de dieciséis mil vasallos.
Sin
embargo, en ese momento, el marqués enfrentaba un panorama muy complicado. El
dinero obtenido de los tesoros de Cajamarca y Cusco se había agotado en la
preparación de nuevas expediciones. Además de las ciudades ya establecidas como
San Miguel, Jauja, Cusco y Lima, en 1536 fundó San Juan de los Chachapoyas. Si
bien sabía que necesitaba continuar explorando hacia el sur, carecía de
capital.
La
Compañía de Levante, de la cual él y Diego de Almagro eran propietarios,
también se encontraba en una situación económica precaria desde finales de
1535. Además de los gastos generados por las expediciones, el 1 de enero de
1535, mientras estaban en Pachacamac, tuvieron que entregar cien mil pesos al
gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado, para que vendiera su ejército y
abandonara los territorios que había ocupado en la serranía de Quito. Alvarado
argumentaba que estos territorios no pertenecían a la Nueva Castilla.
Esta
difícil situación se veía agravada por el descontento de la tropa. La mayoría
de estos hombres, que habían emigrado al Nuevo Mundo en busca de una vida
mejor, se encontraban en la pobreza. Su única esperanza residía en la
posibilidad de encontrar metales preciosos en otras regiones.
Por
todas estas razones, Pizarro necesitaba mantener el apoyo y la valoración del
emperador hacia su empresa. Por ello, en diciembre de 1537, envió nuevamente a
su hermano Hernando, quien había regresado de España, con otra remesa de
metales preciosos correspondientes a los quintos reales de los tesoros
encontrados en Cusco y sus alrededores. Sin embargo, cuando Hernando ya estaba
en camino, Pizarro decidió hacerlo regresar. En aquellos momentos, la tierra
estaba muy convulsionada y necesitaba tener a su hermano a su lado hasta que la
situación estuviera pacificada. A pesar de esto, según el contador de la Real
Hacienda, López de Caravantes, Pizarro no dejó de enviar, con otras personas de
confianza, una suma considerable de setecientos cincuenta y siete mil ciento
cuarenta y cinco ducados, asegurándose de mantener a buen recaudo estos
recursos.
Diego
de Almagro, buscando obtener riquezas para los hombres que lo seguían, organizó
una expedición a Chile después de reunirse con Pizarro en Cajamarca. Sin
embargo, resultó ser un fracaso total. Al encontrar solo tierras estériles, los
expedicionarios, incluidos los soldados de Pedro de Alvarado, regresaron aún
más empobrecidos debido a las deudas contraídas para participar en la empresa.
Ante
esta dramática situación, los capitanes de Almagro tomaron la decisión de
apoderarse de Cusco el 8 de abril de 1537. Alegaban que la ciudad estaba dentro
de la Nueva Toledo, la gobernación que Carlos V había adjudicado a su líder.
Según los cronistas, despojaron a los vecinos de sus casas y tierras,
encarcelaron a las autoridades junto con los hermanos del gobernador, Hernando
y Gonzalo, y asesinaron a todos los que se les opusieron.
Pizarro
no podía permitir que le arrebataran la importante ciudad del Cusco, pues
estaba convencido de que se encontraba dentro de su gobernación. Sin embargo,
dado que los límites territoriales eran imprecisos, encargó a varias
autoridades determinarlos. Incluso se entrevistó con su socio en dos pueblos de
la costa. A pesar de estos esfuerzos, no se llegó a ningún acuerdo, ya que
Almagro y sus capitanes, quienes también deseaban apoderarse de la Ciudad de
los Reyes, decidieron retirarse a Cusco y declarar la guerra.
Ante
esta situación, Pizarro preparó un ejército y puso a su hermano Hernando al
mando, quien había sido liberado durante una de las entrevistas en la costa.
Hernando logró derrotar a Diego de Almagro el 26 de abril de 1538 en la batalla
de las Salinas, apresándolo en el proceso. Luego, tras ser acusado en un juicio
por varios delitos, Hernando ordenó su ejecución el 8 de julio.
Francisco
Pizarro había informado a Carlos V sobre estos eventos a través de varias
cartas, pero el emperador nunca respondió. Tampoco lo hizo para agradecer la
gran suma de dinero que le había enviado en 1537. Es cierto que, durante ese
año, Carlos V estaba ocupado preparando la paz con Francia. Además, en 1538,
tuvo una agenda bastante activa, ya que junto a su hermano Fernando, rey de
Hungría y Bohemia, planeó una nueva cruzada contra los turcos, conocida como la
Liga Santa, con el objetivo de rescatar Constantinopla.
Debido
a estos compromisos, en junio, Carlos V tuvo que viajar a Francia para
encontrarse cerca de Niza con Paulo III y en las desembocaduras del Ródano con
Francisco I. Fue en este lugar donde ambos monarcas acordaron una tregua de paz
por diez años. Es probable que, debido a estos asuntos tan urgentes y
cruciales, Carlos V no pudiera dedicar tiempo para responder las comunicaciones
de Pizarro o expresar su agradecimiento por el dinero recibido.
Es
razonable suponer que estos asuntos no habrían impedido que el emperador se
enterara de la ejecución de Diego de Almagro a finales de 1538, ya que se
encontraba en España en ese momento. Cuando el capitán Diego de Alvarado llegó
y denunció las irregularidades cometidas por Hernando Pizarro en el juicio y la
ejecución de su jefe, así como la negativa de Francisco Pizarro a entregarle la
gobernación de Nueva Toledo a su pupilo, Diego de Almagro el joven, a quien
Alvarado representaba debido a su minoría de edad, es probable que Carlos V no
aprobara la ejecución y quizás temiera que la situación en Perú se complicara,
similar a lo que había sucedido en Nueva España.
Por lo
tanto, a partir de entonces, es probable que Carlos V cortara todas las
comunicaciones con Pizarro y comenzara a preparar el envío de un inspector real
para aclarar lo sucedido.
Pizarro,
en ese momento ajeno a la repercusión que estaban teniendo las denuncias en la
Península, escribió al emperador el 27 de febrero de 1539, mencionando que
había pasado más de un año desde que se le concedió el título de marqués, pero
aún no se había anexado a ningún territorio. Por lo tanto, propuso que se
anexara a la región de los Atavillos. En la misma carta, expresó que el
territorio conquistado era muy extenso y solicitó que se dividiera en dos gobernaciones:
una que se extendiera desde Tumbes hasta Charcas, incluyendo Arequipa, donde
tenía sus propiedades, y otra correspondiente a la provincia de Quito, que se
otorgara a uno de sus hermanos, Hernando o Gonzalo, por los servicios prestados
en el descubrimiento, colonización y conservación de esos territorios para la
corona.
Quizás
para contrarrestar las denuncias formuladas en la corte por Alvarado y otros
capitanes almagristas, al día siguiente, el 28 del mismo mes, envió seis
esmeraldas a la emperatriz Isabel desde Cusco. Además, a mediados de ese año,
también envió un generoso donativo, reunido entre los conquistadores, con su
hermano Hernando, para cumplir con una solicitud hecha por los oficiales reales
en nombre del emperador.
A
pesar de sus esfuerzos, Pizarro no recibía ninguna respuesta sobre su
marquesado ni tampoco aprobación para la creación y adjudicación de las dos
gobernaciones que había propuesto. Esto llevó a Pizarro a escribir nuevamente
al emperador, expresando su malestar por el agravio que sentía. Había
descubierto, conquistado y pacificado vastos territorios a su propio costo y
los había puesto bajo la corona de Carlos V. Sin embargo, el tiempo pasaba y no
recibía ninguna respuesta.
Fue a
principios de junio de 1540 cuando finalmente recibió información sobre las
nuevas gobernaciones establecidas. Con gran asombro, descubrió que su
gobernación no estaba ubicada en la zona de Charcas y Arequipa como había
propuesto. Incrédulo ante esta noticia, escribió nuevamente al emperador seis días
después, expresando su consternación. Entre otras quejas, le dijo: "...y a
mí me abate y pone en el hospital cargado de deudas por sostener la
tierra..." Sin embargo, una vez más, no recibió respuesta a su carta.
Es muy
posible que el emperador no haya recibido noticias de esas cartas, ya que en
1539 la ciudad de Gante se había alzado en contra del gobierno de su hermana
María de Hungría. Este levantamiento fue causado por los altos impuestos que la
ciudad había soportado en 1537 debido a la guerra con Francia. Carlos V,
incapaz de tolerar la rebelión de la ciudad donde había nacido, decidió
castigarla personalmente. Por lo tanto, en el otoño de 1539, emprendió un viaje
hacia los Países Bajos.
La paz
alcanzada con Francisco I le permitió a Carlos V atravesar Burdeos, Poitiers y
Orleans, acompañado por el monarca francés, para dirigirse luego a París, donde
fue recibido con múltiples festejos que incluyeron cacerías, torneos, banquetes
y bailes. Posteriormente, en enero de 1540, llegó a los Países Bajos, donde
también fue celebrado con numerosos eventos. Sin embargo, esto no impidió que,
al frente de cinco mil mercenarios alemanes, Carlos V llegara a Gante el 14 de
febrero.
Una
vez en la ciudad, ordenó que los tribunales de justicia investigaran los
acontecimientos del levantamiento y ejecutó a aquellos que habían participado
en el motín. Luego, privó a Gante de sus libertades y privilegios, ordenó la
destrucción de una de sus zonas emblemáticas y construyó un castillo sobre sus
ruinas para mantenerla bajo control.
Una
vez que Gante fue castigada, el emperador se dirigió a Alemania con el objetivo
de abordar el problema religioso generado por los protestantes. A principios de
abril de 1541, inició conversaciones con sus representantes durante dos meses
en Hagenau, Worms y Ratisbona. Sin embargo, al no lograr ningún acuerdo, Carlos
V llegó a la conclusión de que los problemas religiosos debían ser abordados
con mano dura, y decidió que era necesario comenzar por enfrentar a los turcos.
Por lo
tanto, el 15 de octubre, llegó a Palma de Mallorca y cinco días después se
encontraba en África con el propósito de tomar Argel. Aunque sitiaron la ciudad
y sus tropas obtuvieron algunas victorias en escaramuzas, no lograron
capturarla debido a una enorme tormenta que destrozó su flota. Como resultado,
se vio obligado a levantar el asedio y regresar a España. El 26 de noviembre de
1541, estaba de vuelta en Palma de Mallorca y, después de algunos días de
viaje, llegó a Ocaña, donde se encontraban sus hijos, Felipe, María y Juana. Su
esposa, la emperatriz Isabel, había fallecido el 1 de mayo de 1539.
Mientras
el emperador estaba ocupado con sus asuntos, Francisco Pizarro continuaba su
labor de exploración y colonización en el sur de Sudamérica. Durante dieciséis
meses adicionales, fundó las ciudades de San Juan de la Frontera, La Plata y
Arequipa. Al regresar a Los Reyes (actual Lima), Pizarro se encontró con la
falta de respuesta por parte de Carlos V a sus cartas. Además, recibió noticias
de que se había enviado un juez para inspeccionar la situación en Perú, y que
este ya se encontraba en la isla La Española.
El
Consejo de Indias había designado al licenciado Cristóbal Vaca de Castro con el
propósito de restaurar el orden en los distantes territorios peruanos. Estas
noticias llenaron de intranquilidad a Pizarro, quien sabía que su hermano
Hernando había sido desterrado a África como consecuencia de las denuncias
realizadas por los capitanes de Diego de Almagro. En ese momento, Hernando se
encontraba preso en Madrid. Esta situación, junto con las quejas que esperaba
recibir de los partidarios del joven Almagro en Los Reyes, preocupaban a
Pizarro.
Por
ello, el 15 de junio de 1541, Pizarro escribió nuevamente a Carlos V,
reiterando la necesidad de establecer las dos gobernaciones, tal como había
expuesto en sus cartas anteriores. Consideraba que esto era fundamental para el
mejor gobierno de la tierra y para que Vaca de Castro encontrara la situación
establecida a su llegada.
Esta
vez, el tono de Pizarro era exigente: "...yo he descubierto, pacificado,
sustentado y pagado, gastando en ello toda mi hacienda, y como primer
descubridor, poblador y sustentador, Vuestra Majestad como señor agradecido
tiene obligación de darme el galardón que se me debe..." Sin embargo,
tampoco recibió respuesta a esa carta y el juez aún no llegaba.
Vaca
de Castro había partido de Sanlúcar de Barrameda el 5 de noviembre de 1540,
pero no pudo desembarcar en la isla La Española hasta el 30 de diciembre debido
a una fuerte tormenta. Desde allí se trasladó a Nombre de Dios y a Panamá,
donde tenía órdenes de establecer audiencias. Después de completar esta tarea,
en marzo de 1541, embarcó hacia Perú. Sin embargo, un fuerte temporal
nuevamente interrumpió su viaje, lo que lo obligó a continuar por tierra desde
Buenaventura. Antes de llegar a Perú, en Popayán, recibió la noticia de que el
26 de junio de ese mismo año, Francisco Pizarro había sido asesinado por
seguidores de Diego de Almagro "el Joven".
Es
razonable suponer que el licenciado Vaca de Castro notificaría la muerte del
gobernador al Consejo de Indias tan pronto como pudo. Sin embargo, debido a las
dificultades en las comunicaciones de la época, es posible que la noticia no
llegara a España hasta dos o tres meses después. Probablemente, Carlos V no se
enteraría de la noticia hasta diciembre, cuando llegó a Castilla después de
sufrir la derrota en Argel.
En ese
momento, cuando el emperador estaba deprimido, es difícil determinar sus
sentimientos exactos. Quizás recordó la entrevista en Toledo y revivió la imagen
del valiente soldado que había enviado grandes cantidades de dinero y que, solo
con sus propios recursos, había añadido más de cinco mil kilómetros a los
dominios de la Corona española. Esa reunión habría sido su último encuentro.
Fin
Compilado
y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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