Francisco Pizarro y Carlos V: El Conquistador y el Emperador

El siglo XVI fue testigo del surgimiento de dos personajes muy peculiares: el emperador Carlos V y el conquistador Francisco Pizarro. En esta era de luchas interminables y búsqueda de identidad por parte de las naciones europeas, también se inauguraba la colonización del Nuevo Mundo, recién descubierto por Cristóbal Colón unas décadas atrás y denominado entonces las Indias. Las crónicas de la época reflejan momentos de mutua admiración entre estos dos líderes, pero también períodos de distanciamiento. En estas páginas, además de narrar algunos de sus acontecimientos más relevantes, se explorará si dicho distanciamiento tuvo raíces personales o se limitó al ámbito político.

A los diecisiete años, Francisco Pizarro se unió a los Tercios españoles que combatían en Italia bajo el mando del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, en 1495. Luego, en 1502, embarcó hacia las Indias y pasó siete años como soldado anónimo en la isla La Española, bajo el gobierno de Nicolás de Ovando. Una vez que la isla fue pacificada, Pizarro decidió unirse a la expedición liderada por Alonso de Ojeda para explorar Veragua, en la actual Colombia, donde Ojeda había sido nombrado gobernador. Es conocido que Ojeda sufrió una grave herida de flecha por parte de los aborígenes en el golfo de Urabá, lo que lo obligó a regresar a Santo Domingo. Sin embargo, lo que quizás no se difunda tanto es que antes de su partida, Ojeda designó a Pizarro como jefe de la expedición, otorgándole el rango de teniente. Bajo el liderazgo de Pizarro, la expedición enfrentó numerosas dificultades durante su viaje de ida y vuelta hasta que finalmente alcanzaron el golfo del Darién. Fue allí donde el gobernador Enciso fundó la ciudad de Santa María del Darién.

Durante su estancia en el Darién, Pizarro se encontró con el polizonte Vasco Núñez de Balboa, originario de Jerez, con quien compartió la audaz empresa de descubrir el Mar del Sur, posteriormente llamado océano Pacífico, el 25 de septiembre de 1513. Mientras exploraban la costa norte de esta nueva masa de agua, escucharon de los nativos la existencia de un reino muy rico más al sur. Estas palabras resonaron en la mente de Pizarro, quien, al confirmarlas en posteriores expediciones como capitán por el Atlántico, sintió crecer su deseo de alcanzar ese próspero reino.

Años después de establecerse en Panamá, Pizarro tuvo acceso a un informe revelador del inspector Pascual de Andagoya. Dicho informe corroboraba la existencia de un opulento reino conocido como Birú, lo que avivó las ambiciones del explorador. Sin embargo, el camino hacia el descubrimiento de este codiciado territorio no sería fácil. Los indígenas del Caribe eran feroces guerreros que habían causado estragos entre los españoles en exploraciones previas, convirtiéndolos en un obstáculo formidable. Además, la región carecía de riquezas evidentes a simple vista, lo que dificultaba conseguir el considerable capital necesario para preparar una expedición de tal envergadura.

Para entonces, Pizarro ya había alcanzado el cargo de alcalde de Panamá y compartía negocios de ganado y una encomienda con otro soldado llamado Diego de Almagro, quien también compartía el sueño de llegar a Birú. Ambos disfrutaban de una posición social destacada y una economía sólida gracias a los ingresos de sus negocios. Sin embargo, a pesar de sus recursos, no contaban con suficiente capital para financiar la expedición con dos navíos.

Por suerte, el clérigo Hernando de Luque, maestrescuela de la catedral de Santa María de la Antigua, se interesó en el proyecto. Gracias a sus buenas relaciones sociales, lograron obtener varios préstamos para comenzar la construcción de una embarcación. Posteriormente, los tres acordaron verbalmente formar la Compañía de Levante, destinada a gestionar los fondos obtenidos y saldar las deudas contraídas.

Para Pizarro, el endeudamiento y la renuncia a su cargo de alcalde no fueron obstáculos, sino pasos necesarios hacia la realización de su sueño. Con cuarenta y seis años, el 24 de noviembre de 1524, inició la navegación hacia el anhelado Birú, sintiéndose seguramente emocionado ante la perspectiva de lo que estaba por venir.

La vida de Francisco Pizarro hasta 1524 estuvo marcada por la complejidad y los desafíos, sin duda. Pero durante ese mismo período, el destino del joven Carlos, hijo de Juana I de Castilla y Felipe I de Habsburgo, tampoco estuvo exento de tumultos. A los 17 años, Carlos heredó un vasto imperio tras la muerte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I. En 1517, llegó a España, iniciando un recorrido por las ciudades de Castilla, Aragón y Cataluña para ser proclamado rey como Carlos I. Sin embargo, sus responsabilidades iban más allá, pues en 1520 tuvo que viajar a los Países Bajos para ser coronado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, asumiendo el título de Carlos V. Así, mientras Pizarro batallaba en el Nuevo Mundo, el joven monarca enfrentaba los desafíos de gobernar uno de los imperios más vastos de la historia europea.

El traslado de Carlos a los Países Bajos provocó un profundo descontento entre sus súbditos españoles, especialmente entre castellanos y valencianos. Estos no comprendían los motivos del joven monarca extranjero para buscar la corona imperial, además de rechazar los nuevos tributos que ello implicaba. La desconfianza aumentó al ver que Carlos, con solo 17 años, llegaba de Flandes rodeado de nobles flamencos a quienes confió los principales cargos del gobierno, sin conocer las costumbres y características del pueblo español.

La decisión de enviar a su hermano Fernando a Alemania, considerado el verdadero heredero de Fernando el Católico por su crianza en Castilla, y dejar el reino en manos de su preceptor Adriano de Utrecht, generó aún más descontento. Este malestar desencadenó revueltas incluso antes de que Carlos abandonara España. Una vez en los Países Bajos, el descontento se agravó, provocando movimientos como las Comunidades en Castilla y las Germanías en Valencia.

Los súbditos españoles veían a Carlos como un monarca distante y ajeno, cuyas prioridades imperiales chocaban con los intereses locales. Esta brecha entre el rey y sus reinos sentó las bases para un período de agitación política y social en la España del siglo XVI.

Además de las tensiones internas en España, el joven Carlos V tuvo que enfrentar graves amenazas en otros territorios de su vasto imperio. En Austria se produjeron convulsiones que requirieron su atención, mientras que en Alemania la propagación imparable de la doctrina protestante de Martín Lutero representaba un serio desafío para la religión católica que, como emperador del Sacro Imperio, Carlos estaba obligado a defender.

Desde su residencia en Bruselas, intentó abordar estos problemas, logrando sofocar la rebelión en España con la valiosa colaboración de su regente Adriano de Utrecht. A su regreso en 1522, ya investido como emperador, otorgó un perdón general que contribuyó a pacificar el reino, aunque persistían tensiones regionales.

Sin embargo, los conflictos no cesaban. Francia, bajo Francisco I, invadió el territorio navarro en 1521, forzando a Carlos a recuperarlo al año siguiente, salvo la ciudad de Fuenterrabía. En 1524, tras una intensa campaña militar liderada por el propio emperador, logró finalmente liberarla. Pero Francisco I no se rindió y continuó su ofensiva bélica, derrotando al ejército imperial en Marsella e intentando expandir su territorio al norte de Italia.

Además de estas amenazas provenientes de Francia, Carlos tuvo que hacer frente a la creciente amenaza turca en el Mediterráneo y al descontento de los príncipes austriacos que cuestionaban el liderazgo de su hermano Fernando. Estas múltiples presiones externas mantuvieron al emperador en constante estado de alerta y acción durante este periodo tumultuoso.

A pesar de los graves problemas que enfrentaba, el emperador Carlos V nunca descuidó sus dominios en las Indias. Ya en 1519, Fernando de Magallanes le presentó la idea de buscar un paso entre el océano Atlántico y el recién descubierto Mar del Sur, explorado seis años antes por Núñez de Balboa. Carlos respaldó la propuesta y proporcionó cinco naves que partieron del puerto de Sevilla el 20 de septiembre de ese mismo año. Aunque Magallanes falleció durante la expedición, uno de sus compañeros, Juan Sebastián El Cano, asumió el mando y logró regresar a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 con tres noticias trascendentales: habían hallado el paso que unía los dos océanos, conocido desde entonces como océano Pacífico; habían descubierto un conjunto de islas de hermosas playas, posteriormente llamadas Filipinas; y habían confirmado la esfericidad de la tierra.

Además, Hernán Cortés informó al emperador en 1519 que al norte de Santo Domingo y Cuba había conquistado varias tribus, entre ellas los tlaxcaltecas y los poderosos náhuatl o mexicas, y había fundado un reino al que llamó Nueva España. Ante esta noticia tan relevante, Carlos premió su hazaña en 1522 nombrándolo gobernador y capitán general. Por otro lado, en 1523, Pedro de Alvarado, quien también había participado en la conquista de Nueva España junto a Cortés, exploró los territorios mayas al frente de un pequeño ejército y fundó la ciudad de Santiago de los Caballeros en Guatemala el 25 de julio de 1524.

Como hemos visto, el 24 de noviembre de ese mismo año, Francisco Pizarro zarpaba desde Panamá con el propósito de explorar la costa sur del océano Pacífico. Mientras tanto, Carlos V, según el historiador García Mercadal, se encontraba en Madrid recuperándose de fiebres palúdicas contraídas en Valladolid, aprovechando el clima favorable de la capital. Sin embargo, el emperador no tenía conocimiento alguno de la audaz aventura que emprendía el valiente Pizarro. Pasarían cinco años antes de que Carlos se enterara, dado que la exploración resultó ser extremadamente difícil y demandó un tiempo considerable.

El capitán Francisco Pizarro y los ciento doce expedicionarios que lo acompañaban partieron del puerto de Panamá llenos de entusiasmo, convencidos de que pronto llegarían al fabuloso reino mencionado por el inspector Pascual de Andagoya. Sin embargo, su alegría se transformó rápidamente en desaliento apenas unos días después de iniciar la travesía. A medida que avanzaban, solo encontraban tierras desérticas y pantanosas, carentes de vegetación, agua y comida.

Para principios de 1525, muchos expedicionarios habían perecido a causa del hambre y las picaduras de mosquitos. Los supervivientes estaban enfermos y desnutridos, según relata el cronista Cieza de León. La escasez de agua era tan severa que apenas podían consumir dos mazorcas de maíz al día. La situación empeoró aún más con el paso de los meses, ya que incluso el maíz escaseaba. Su dieta se redujo a mariscos encontrados en las playas y plantas que apenas tenían sabor, lo que complicó aún más su desesperada situación.

En medio de esas adversidades, un día los exhaustos expedicionarios avistaron a lo lejos un fortín en lo alto de un cerro, aparentemente abandonado. Sin pensarlo dos veces, entraron en las casas en busca de alimento y decidieron pasar la noche allí. Sin embargo, no sospechaban que los nativos estaban cerca y les habían tendido una trampa. Fue al amanecer cuando se vieron sorprendidos por una súbita lluvia de lanzas, flechas y piedras, sin tener tiempo para ponerse sus corazas.

Aunque intentaron defenderse, muchos perecieron y la mayoría de los sobrevivientes resultaron gravemente heridos. Se dice que el propio Pizarro recibió siete heridas profundas, según relata el cronista Francisco de Jerez. Las heridas eran tan graves que los nativos, creyendo que había fallecido, lo dejaron tirado en el suelo. Sin embargo, el trujillano no había perdido la vida y, cuando los supervivientes lograron escapar, lo recogieron y lo llevaron de vuelta al navío, donde poco a poco recibió los cuidados necesarios para curar sus heridas.

Diego de Almagro, quien unos meses después partió de Panamá con setenta hombres de refuerzo y provisiones, también fue emboscado en el mismo lugar. Aunque sobrevivió al feroz ataque, quedó tuerto y perdió tres dedos de una mano por el resto de su vida. A pesar de estas terribles heridas, tanto él como su socio, Pizarro, se negaron a abandonar la exploración, a pesar de las peticiones de los demás expedicionarios. Sabían que, de regresar a Panamá sin poder saldar las deudas contraídas, les esperaba la cárcel.

En lugar de rendirse, decidieron dividirse las tareas: Pizarro continuaría explorando mientras Almagro regresaba en busca de nuevos hombres y suministros. Mientras Almagro conseguía los refuerzos necesarios, Pizarro continuó navegando durante otro año. Durante este tiempo, muchos hombres murieron nuevamente, ya sea por hambre, enfermedades o ataques de los nativos. De los ciento ochenta y dos miembros originales de la expedición, solo cincuenta sobrevivieron, muchos de ellos enfermos y debilitados.

Almagro regresó en mayo de 1526 con otros ciento diez expedicionarios, entre los que se encontraba un experimentado piloto llamado Bartolomé Ruiz. Con los víveres que llevaba consigo, los expedicionarios se recuperaron un poco y, en junio, reanudaron la exploración juntos en sus dos buques. A pesar de los primeros días de enfrentarse a terrenos selváticos densos y ciénagas, finalmente, el 24 de ese mes, llegaron al río de San Juan, en la parte central de la actual costa colombiana. Aunque las tierras aquí eran un poco más fértiles, los habitantes locales, guerreros por naturaleza, les atacaban constantemente antes de huir. A pesar de estos desafíos, lograron establecerse en un pequeño poblado en las cercanías del río.

Sin embargo, con la pérdida de más expedicionarios debido a la enfermedad y los combates, y con otros tantos heridos, los dos socios acordaron que era imposible continuar la navegación con tan pocos hombres. Decidieron que Almagro debía regresar a Panamá en busca de refuerzos, mientras que Pizarro se quedaría para cuidar a los heridos y enfermos. Mientras tanto, el piloto Ruiz continuaría explorando la costa hacia el sur en busca de nuevas oportunidades y recursos.

Pizarro y su reducido grupo de expedicionarios aguardaron pacientemente durante setenta días a orillas del río San Juan, en una espera que resultó extenuante. Además de enfrentar feroces ataques de los nativos locales, lidiaron con las persistentes lluvias que empapaban sus ropas y las chozas que servían de refugio, tratando de escapar de las implacables plagas de mosquitos que asolaban sus cuerpos. La mayoría se hallaba enferma y exhausta, salvo Pizarro, quien parecía incansable y se esforzaba por ayudar a sus compañeros en todo lo posible.

En el punto más crítico de la desesperación del grupo, divisaron un navío aproximándose: era comandado por el piloto Bartolomé Ruiz Estrada, quien regresaba tras haber navegado ciento cincuenta leguas. Ruiz relató que durante su travesía avistó numerosos poblados rodeados de fértiles tierras de cultivo. Además, traía consigo tres jóvenes que había encontrado a la deriva en una balsa con velas, la cual transportaba valiosos objetos de oro, plata, tejidos y ovillos de lana destinados al comercio con dichos poblados. Estos jóvenes afirmaban ser oriundos de una gran ciudad llamada Tumbes y, mediante gestos, mencionaban un lugar de gran riqueza llamado Q'osqo. Ante la vista de los tumbesinos y los preciosos objetos que llevaban consigo, a Pizarro no le quedó ninguna duda de que habían alcanzado la anhelada tierra de Birú.

En febrero de 1527, Almagro regresó una vez más, acompañado de otros cuarenta hombres. La Empresa de Levante, como se llamaba la expedición, había perdido mucho prestigio debido a las numerosas muertes ocurridas, por lo que Almagro no pudo reclutar más gente. Al llegar, se encontró con que Pizarro y sus compañeros estaban en lamentable estado: sus cuerpos apenas eran piel y huesos, amarillentos por las incesantes picaduras de mosquitos. A pesar de que todos ansiaban regresar a Panamá, Almagro y su socio consideraron imperativo continuar hacia adelante, ya que tenían pruebas de la existencia de Birú. Así, reemprendieron la navegación.

Después de pasar por varias islas deshabitadas debido a su clima abrasador, finalmente llegaron a una gran ciudad llamada Atacamez, en el actual Ecuador. Al percatarse de su tamaño y la belicosidad de sus habitantes, decidieron que Almagro debía volver a Panamá en busca de refuerzos, mientras Pizarro y el reducido grupo de exploradores que aún sobrevivían, tras haber perdido a muchos en el camino, esperarían en una de las islas encontradas. Eligieron una que llamaron "del Gallo" debido a su forma.

Fue en esta isla donde se desató el famoso motín, en el que todos los expedicionarios, excepto trece, abandonaron a Pizarro y retornaron a Panamá.

Los trece hombres, posteriormente conocidos como "Los trece de la fama", junto con el capitán Pizarro, milagrosamente sobrevivieron seis meses más en otra isla a la que llamaron Gorgona. Su dieta se limitaba a cangrejos, monos, pequeños gatos y carne de grandes serpientes, según relata el cronista Garcilaso de la Vega Inca, quien describe su supervivencia como un verdadero milagro, atribuyéndola a la providencia divina.

Al término de este período, Almagro, quien había obtenido una nueva licencia del gobernador de Panamá por seis meses adicionales, envió al piloto Ruiz junto con cuatro o cinco marineros en uno de los dos navíos de la Compañía de Levante. A pesar de ser pocos en número, Pizarro no vaciló en continuar la travesía con ellos. Pronto arribaron a la ciudad de Tumbes, donde fueron recibidos pacíficamente por sus habitantes. Desde allí, continuaron explorando el litoral sur y descubrieron ciudades poderosas y opulentas. Al llegar a una llamada Santa, comprendieron la necesidad de contar con más personas para poblar aquellos vastos territorios, decidiendo regresar a Panamá para reclutar a nuevos expedicionarios.

En septiembre de 1528, ante la sorpresa de los habitantes, el trujillano desembarcó en la ciudad, cuatro años después de haber partido de ella, acompañado por los tres jóvenes tumbesinos y un rebaño peculiar: las llamas. El asombro se transformó en júbilo cuando él y sus trece compañeros relataron el descubrimiento de ciudades de piedra, con imponentes torres cuadradas y habitantes vestidos con ropas de algodón adornadas con oro y plata.

Los tres socios, Almagro, Luque y Pizarro, se reunieron para planificar cómo continuar con la exploración y la colonización de los territorios descubiertos. Dada la magnitud del descubrimiento, comprendieron que necesitarían una considerable cantidad de hombres, barcos, caballos y provisiones. Sin embargo, carecían del capital necesario, habiendo agotado los recursos de la Compañía de Levante durante la exploración y habiendo incluso recurrido a préstamos de algunos vecinos.

Decidieron entonces entrevistarse con el gobernador Pedro de los Ríos en busca de apoyo financiero. A pesar de presenciar la presencia de los jóvenes tumbesinos, las llamas y el oro y la plata hallados, el gobernador se negó a ayudarles. Ante esta respuesta desalentadora, los tres socios acordaron que era necesario enviar a alguien a España para que Carlos V conociera el descubrimiento y respaldara la empresa. Tras acordar solicitar el título de gobernador para Pizarro, el de adelantado para Almagro y el de obispo para Luque, encomendaron la misión al trujillano.

En enero de 1529, el capitán Francisco Pizarro llegó a Sevilla, pero su llegada no estuvo exenta de contratiempos. Fue rápidamente arrestado debido a una demanda por deudas presentada por el bachiller Fernández de Enciso, relacionada con su trabajo anterior en Santa María de la Antigua del Darién junto a Vasco Núñez de Balboa.

Sin embargo, cuando Carlos V se enteró del encarcelamiento de Pizarro, ordenó su liberación inmediata y dispuso que se le facilitara viajar a Toledo, donde residía desde el 16 de agosto de 1528 junto a la emperatriz Isabel y sus dos hijos pequeños, Felipe y María. El emperador deseaba conocer personalmente el descubrimiento realizado por su vasallo, del cual ya había sido informado por el Consejo de Indias, así como el proyecto de colonización que Pizarro tenía en mente para aquellos territorios.

El 6 de febrero, Pizarro emprendió su viaje acompañado por Pedro de Candia, uno de los Trece de la Fama, los tres jóvenes tumbesinos y algunas llamas, telas y objetos de oro y plata. Después de aproximadamente un mes de travesía, llegaron a la ciudad, donde fueron recibidos de inmediato por el emperador, según relata el contador López de Caravantes.

Es natural suponer que ambos, el trujillano y el monarca, sentirían una gran curiosidad el uno por el otro. Pizarro deseaba conocer al hombre que dominaba casi todo Europa y el Nuevo Mundo, mientras que el emperador estaba ansioso por encontrarse con aquel que, según se decía, había realizado hazañas tan extraordinarias. Pizarro, en ese momento, contaba con cincuenta y un años, marcado por numerosas cicatrices producto de las múltiples heridas recibidas, pero su mirada seguía siendo penetrante e intrépida. Por su parte, Francisco Pizarro se encontró con un monarca cuya apariencia madura contrastaba con sus veintinueve años. Observó que llevaba el cabello corto, en contra de la moda de la época, debido a los intensos dolores de cabeza que padecía. A pesar de su felicidad matrimonial y sus dos hijos, Felipe y María, Pizarro detectó en el rostro del emperador una sombra de amargura causada por los ataques de gota que ya comenzaba a sufrir, así como por los numerosos problemas que continuamente lo asediaban.

En 1525, Francisco I de Francia intentó capturar Nápoles, pero fue derrotado en la batalla de Pavía y hecho prisionero en Madrid. Sin embargo, en 1526 logró su liberación mediante la firma del Tratado de Madrid, comprometiéndose a entregar Borgoña al emperador Carlos V y renunciando a ocupar el Milanesado, así como a invadir Flandes, Italia y Navarra. No obstante, poco después incumplió el tratado al unirse a la Liga de Cognac, formada por Enrique VIII de Inglaterra, el papa Clemente VII y las repúblicas de Venecia, Milán y Florencia, desafiando así personalmente a Carlos V.

En consecuencia, las tropas de la Liga entraron en Lodi, Lombardía, pero en julio de 1526 el ejército del emperador también llegó a Lombardía y derrotó al duque de Milán, mientras que los franceses fueron vencidos en el norte de Italia. Sin embargo, la falta de fondos para pagar a los soldados condujo a que estos obligaran a su líder, el duque de Borbón, a dirigirse hacia Roma. En junio de 1527, las tropas saquearon la ciudad, lo que llevó al papa Clemente VII a refugiarse en el castillo de Sant Angelo, donde permaneció prisionero durante seis meses. Aunque el emperador no había ordenado estos actos, recibió fuertes críticas en toda la cristiandad, ya que se consideró que habían causado un gran daño a la sede del cristianismo. Además, Carlos V vio alejarse su sueño de ser coronado por el papa, similar a lo que ocurrió con Carlomagno.

En los Países Bajos, Carlos V enfrentaba diversos problemas. El 29 de agosto de 1526, Solimán el Magnífico derrotó a su cuñado Luis de Hungría en la batalla de Mohács, apoderándose así de gran parte de ese reino. Además, Martín Lutero seguía propagando su nueva doctrina, y los turcos amenazaban con invadir ciudades en el Mediterráneo. Por si fuera poco, en 1527 un ejército francés sitió Nápoles, pero tuvo que retirarse debido a las enfermedades que afectaron a los soldados. El papa, que mantenía una alianza con Francisco I de Francia, hizo todo lo posible por resistir a Carlos V. Sin embargo, ante la abrumadora fuerza del emperador, en julio de 1528 el papa abandonó a los franceses y entregó Génova a Carlos.

A pesar de estos desafíos, en la entrevista de Toledo, el emperador percibió en Francisco Pizarro a un líder que había realizado grandes hazañas. Pizarro describió su ardua travesía: "Sin vestido, ni calzado, los pies corriendo sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de hambre, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos, que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las flechas envenenadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por engrandecer vuestra corona por honor de nuestra nación".

El encuentro entre el emperador y Pizarro seguramente fue muy amistoso. Carlos V expresó su gratitud hacia su vasallo por el servicio prestado y quedó maravillado por la presencia de los jóvenes tumbesinos, así como por los objetos exóticos que traían consigo. Especialmente, se sintió fascinado por la descripción de Tumbes que ofreció Pedro de Candia. El emperador lamentó el desinterés mostrado por el gobernador Pedro de los Ríos y acogió con agrado la idea de integrar esas tierras a su Corona, al igual que había hecho con las de Nueva España. Además, prometió brindar a Pizarro todo su apoyo y asistencia.

Posiblemente fue en ese momento cuando Pizarro solicitó los cargos de gobernador, adelantado y obispo para él y sus dos socios. A partir de entonces, el emperador no volvió a encontrarse con Pizarro, ya que necesitaba prepararse urgentemente para su viaje a Italia. Aunque sus tropas habían logrado algunos triunfos, temía perder esos territorios. Por ello, el 8 de mayo partió de Toledo hacia Italia. Antes de partir, encargó al conde de Osorno, presidente del Consejo de Indias, que oficialmente llevara a cabo las gestiones para respaldar y dar luz verde a la Empresa de Levante. El 24 de mayo, desde Barcelona, aprobó todas las propuestas solicitadas por Pizarro, incluyendo los cargos para los tres socios. Además, ordenó concederle a Pizarro el hábito de la Orden de Santiago, lo que evidencia la gran impresión que le había causado el trujillano.

Sin embargo, debido a la demora del Consejo de Indias en completar los trámites necesarios, no fue hasta el 26 de julio que Pizarro obtuvo la autorización para seguir explorando y colonizando los distantes territorios que había descubierto. Finalmente, ese día, la emperatriz Isabel firmó las capitulaciones de Toledo, donde se nombraba a Pizarro como gobernador, adelantado y capitán general. Diego de Almagro fue designado como hidalgo y alcalde de la fortaleza de Tumbes, mientras que Hernando de Luque fue nombrado obispo de la misma ciudad. Además, los Trece de la Fama recibieron el título de hidalgos.

Sin embargo, el Consejo de Indias consideró que no era conveniente nombrar gobernador y adelantado a dos personas distintas en una misma gobernación, por lo que acumuló los cargos en Pizarro. Además, le impuso numerosas obligaciones, entre ellas la preparación de los barcos, aparejos, provisiones y otros recursos necesarios para el viaje y la colonización, así como reclutar a doscientos cincuenta hombres en un plazo de seis meses.

Esta última condición probablemente fue la razón por la cual Pizarro permaneció en Toledo durante otros tres meses reclutando gente. Incluso con el apoyo de sus tres hermanos y algunos vecinos en Trujillo, no logró alcanzar el número de hombres requeridos en las capitulaciones. Por lo tanto, tuvo que pasar otra larga temporada en Sevilla para reclutar más gente. A pesar de sus esfuerzos, en enero de 1530, partió furtivamente desde la isla de La Gomera hacia Panamá.

Por su parte, Carlos V experimentaba un cierto grado de tranquilidad desde su partida de Toledo. La pacífica actitud de Clemente VII, sumada a la firma de un armisticio con Enrique VIII el 15 de junio de 1529, le brindaron un respiro. Además, el 29 de ese mismo mes, obtuvo otro acuerdo que le permitió viajar a Roma para su coronación. Aunque la guerra con Francisco I continuaba en suelo italiano, Carlos logró nuevamente vencer a las tropas francesas. Mientras preparaba la flota en Barcelona para dirigirse a Italia, encomendó a su tía Margarita de Austria negociar la paz con Luisa de Saboya, madre del monarca francés.

Una vez lista la flota, Carlos partió hacia Génova, donde llegó el 12 de agosto. Para entonces, su tía Margarita y Luisa de Saboya ya habían firmado la Paz de Cambray, también conocida como la Paz de las Damas. Con esto, la tan ansiada coronación papal, que refrendaría la de Aquisgrán en 1520, estaba al alcance. Sin embargo, surgieron graves problemas inesperados: Solimán el Magnífico lanzó una ofensiva contra Viena, mientras que Barbarroja atacaba Argel y amenazaba las plazas norteafricanas y las costas españolas. Afortunadamente, ni Viena ni las costas españolas fueron atacadas.

Finalmente, el 5 de noviembre, Carlos pudo ingresar a Bolonia, donde lo esperaba Clemente VII. Sin embargo, antes de su coronación, tuvo que conquistar y entregar Florencia, firmar un acuerdo con Venecia y restituir a la familia Sforza en Milán. No fue hasta el 22 de febrero de 1530 que finalmente fue coronado como emperador.

A partir de ese momento, Italia estaba pacificada, pero en Alemania surgieron problemas graves que exigían la presencia de Carlos V. Viena seguía en peligro de caer en manos de Solimán el Magnífico, y era urgente detener el avance de la doctrina de Martín Lutero y promover la unidad cristiana. Por ello, el 21 de marzo, Carlos partió de Bolonia. Dos meses después, llegó a Augsburgo y, tras escuchar la Confesión de los luteranos, en la que estos reafirmaron su doctrina, el emperador convocó una Dieta e impuso un Ínterin conciliador, que sin embargo no fue aceptado.

Al sentirse algo decepcionado, Carlos se trasladó a Bruselas, donde junto con su hermana María reorganizó el gobierno de los Países Bajos. En enero de 1532, regresó a Alemania, ya que los turcos volvían a amenazar Viena con un ejército de doscientos cincuenta mil combatientes. Hasta ese momento, el ejército imperial había estado en acción en todos los frentes abiertos, pero Carlos V, quien hasta entonces había preferido una política de pactos con sus vecinos, decidió involucrarse personalmente en los combates. Como señala Manuel Fernández Álvarez, fue en ese momento cuando "el estadista de Europa cedió el paso al soldado".

Efectivamente, a partir de 1532, el emperador Carlos V se unió a sus tropas en los campos de batalla, a pesar de un comienzo difícil. Mientras se dirigía hacia Viena, sufrió una caída de su caballo que le causó heridas en las piernas y una grave erisipela, provocándole intensos dolores y manteniéndolo enfermo durante varios meses. Es probable que durante ese tiempo haya experimentado de primera mano las duras condiciones de vida de un soldado, quizás recordando las penurias que Francisco Pizarro enfrentó en su travesía por el océano Pacífico.

Sin embargo, una vez recuperado, lideró a su ejército hacia Viena. Mientras Andrea Doria enfrentaba a los turcos en el Mediterráneo, el 23 de septiembre de 1532, Carlos V entró en Viena al mando de un gran contingente militar compuesto por unos cien mil infantes y veinte mil caballos. Ante la imponente presencia del ejército imperial, Solimán optó por retirarse sin siquiera intentar atacar la ciudad. Sin necesidad de entrar en combate directo, el emperador logró una victoria sobre las tropas turcas.

A pesar de enfrentarse a serios problemas, Carlos nunca descuidó sus posesiones en las Indias, como evidencia su constante comunicación con el Consejo de Indias. Desde Bruselas en septiembre de 1531 y desde Ratisbona el 25 de junio de 1532, mantuvo un diálogo activo sobre temas cruciales como la colonización, la evangelización y los conflictos surgidos en Nueva España, incluyendo el nombramiento del capitán general, Hernán Cortés. Sin embargo, en estas conversaciones no se hace mención alguna de Francisco Pizarro. ¿Qué había ocurrido con el conquistador trujillano durante ese lapso?

El gobernador y capitán general de la Nueva Castilla había logrado equipar tres embarcaciones y partió de Panamá el 1 de enero de 1531 hacia el sur del océano Pacífico. Su ansia por explorar nuevamente esa costa lo llevó a zarpar antes de que los otros dos barcos estuvieran listos. Pronto llegó a la isla de las Perlas, donde se reunieron con él sus compañeros y juntos navegaron hacia la ciudad de Tumbes. Durante el viaje, encontraron pueblos cuyos habitantes se enfrentaron armados, pero al llegar a un lugar llamado Coaque, hoy Guaques en Ecuador, los nativos no opusieron resistencia. Dada la escasez de alimentos en otros lugares y la abundancia en Coaque, decidieron quedarse un tiempo para recuperar fuerzas.

Sin embargo, la aceptación de los nativos no duró mucho y se rebelaron. Tras ser derrotados, el cacique les entregó quince mil pesos en oro, plata y esmeraldas. Entonces, acordaron que Almagro y dos de los buques regresarían a Panamá en busca de refuerzos, llevando parte del tesoro, mientras Pizarro esperaba con el resto de los expedicionarios. Esperaron durante cinco meses, durante los cuales sesenta hombres murieron a causa de enfermedades contraídas por el clima insalubre del lugar, incluida una epidemia de verrugas del tamaño de huevos que invadían sus cuerpos y les arrebataban la vida en apenas veinticuatro horas.

Durante ese período, llegó un pequeño navío al mando del extremeño Sebastián de Benalcázar, con treinta hombres a bordo. Al ver la situación de los enfermos, Benalcázar persuadió a Pizarro para que abandonaran Coaque y continuaran navegando juntos. En septiembre, partieron hacia la ciudad de Tumbes con la fatigada tropa. Sin embargo, al llegar en mayo de 1532, encontraron la ciudad casi destruida por un enemigo y sus antiguos aliados ahora convertidos en adversarios.

Durante este viaje, Pizarro fundó la ciudad de San Miguel en la zona de Piura. Además, se les unió el capitán Hernando de Soto, quien llegaba de Nicaragua con doscientos hombres, proporcionando un valioso refuerzo ante las numerosas bajas sufridas. Después de enfrentar nuevos peligros, el 15 de noviembre de 1532, los ciento sesenta y ocho supervivientes llegaron a Cajamarca, donde estaban por encontrarse con Atahualpa, el gobernante del gran imperio inca, conocido como Tahuantinsuyo.

 

El encuentro entre Pizarro y Atahualpa ocurrió al día siguiente, resultando en la victoria y captura del Inca. Atahualpa fue encarcelado durante siete meses y finalmente, el 25 de julio de 1533, fue juzgado y ejecutado.

Durante el periodo de cautiverio de Atahualpa, quien entregó un vasto tesoro de oro y plata, el 8 de junio de 1533, Juan de Sámano, secretario de Pizarro, escribió una carta a Carlos V anunciando que Hernando Pizarro, hermano del gobernador, estaba listo para viajar a España y entregar la parte correspondiente del tesoro por los reales quintos: doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve pesos. Efectivamente, el 14 de enero de 1534, mientras el emperador se encontraba en Zaragoza, el tesoro llegaba a Sevilla.

Mientras Hernando estaba en España, Pizarro continuaba explorando el territorio andino y fundando ciudades. El 11 de agosto de 1533, partió de Cajamarca y el 11 de octubre llegó al valle de las huancas, donde estableció la ciudad de Jauja. El 14 de noviembre, ingresó a Cusco, la capital del estado inca, y el 24 de marzo de 1534, la refundó como ciudad española. Después de regresar a la costa, el 18 de enero de 1535, fundó la Ciudad de los Reyes o Lima, y el 5 de marzo de 1535, estableció Trujillo de la Nueva Castilla.

El emperador seguramente quedó muy satisfecho con el tesoro recibido, ya que en marzo de 1534 emitió una real cédula en favor de Pizarro, ampliando su gobernación de Nueva Castilla en setenta leguas. Además, en 1537, tras su retorno a España como un verdadero soldado victorioso, habiendo triunfado sobre Barbarroja, el general de la flota de Solimán el Magnífico, en Túnez, y sobre Francisco I en Provenza, seguramente valoró enormemente que Pizarro hubiera liberado Cusco y Lima de las fuerzas de Manco Inca, quien había mantenido sitiadas esas ciudades entre 1536 y 1537.

El emperador también debió apreciar profundamente la labor fundacional que Pizarro estaba llevando a cabo, como se había estipulado en las Capitulaciones de Toledo. Por ello, el 10 de octubre de ese año, mientras se encontraba en Valladolid con su esposa Isabel y sus dos hijos pequeños, Felipe y María, le otorgó el título de marqués. Aunque el título carecía de un nombre específico debido a la falta de información sobre el repartimiento al que debía ser anexado, venía acompañado de dieciséis mil vasallos.

Sin embargo, en ese momento, el marqués enfrentaba un panorama muy complicado. El dinero obtenido de los tesoros de Cajamarca y Cusco se había agotado en la preparación de nuevas expediciones. Además de las ciudades ya establecidas como San Miguel, Jauja, Cusco y Lima, en 1536 fundó San Juan de los Chachapoyas. Si bien sabía que necesitaba continuar explorando hacia el sur, carecía de capital.

La Compañía de Levante, de la cual él y Diego de Almagro eran propietarios, también se encontraba en una situación económica precaria desde finales de 1535. Además de los gastos generados por las expediciones, el 1 de enero de 1535, mientras estaban en Pachacamac, tuvieron que entregar cien mil pesos al gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado, para que vendiera su ejército y abandonara los territorios que había ocupado en la serranía de Quito. Alvarado argumentaba que estos territorios no pertenecían a la Nueva Castilla.

Esta difícil situación se veía agravada por el descontento de la tropa. La mayoría de estos hombres, que habían emigrado al Nuevo Mundo en busca de una vida mejor, se encontraban en la pobreza. Su única esperanza residía en la posibilidad de encontrar metales preciosos en otras regiones.

Por todas estas razones, Pizarro necesitaba mantener el apoyo y la valoración del emperador hacia su empresa. Por ello, en diciembre de 1537, envió nuevamente a su hermano Hernando, quien había regresado de España, con otra remesa de metales preciosos correspondientes a los quintos reales de los tesoros encontrados en Cusco y sus alrededores. Sin embargo, cuando Hernando ya estaba en camino, Pizarro decidió hacerlo regresar. En aquellos momentos, la tierra estaba muy convulsionada y necesitaba tener a su hermano a su lado hasta que la situación estuviera pacificada. A pesar de esto, según el contador de la Real Hacienda, López de Caravantes, Pizarro no dejó de enviar, con otras personas de confianza, una suma considerable de setecientos cincuenta y siete mil ciento cuarenta y cinco ducados, asegurándose de mantener a buen recaudo estos recursos.

Diego de Almagro, buscando obtener riquezas para los hombres que lo seguían, organizó una expedición a Chile después de reunirse con Pizarro en Cajamarca. Sin embargo, resultó ser un fracaso total. Al encontrar solo tierras estériles, los expedicionarios, incluidos los soldados de Pedro de Alvarado, regresaron aún más empobrecidos debido a las deudas contraídas para participar en la empresa.

Ante esta dramática situación, los capitanes de Almagro tomaron la decisión de apoderarse de Cusco el 8 de abril de 1537. Alegaban que la ciudad estaba dentro de la Nueva Toledo, la gobernación que Carlos V había adjudicado a su líder. Según los cronistas, despojaron a los vecinos de sus casas y tierras, encarcelaron a las autoridades junto con los hermanos del gobernador, Hernando y Gonzalo, y asesinaron a todos los que se les opusieron.

Pizarro no podía permitir que le arrebataran la importante ciudad del Cusco, pues estaba convencido de que se encontraba dentro de su gobernación. Sin embargo, dado que los límites territoriales eran imprecisos, encargó a varias autoridades determinarlos. Incluso se entrevistó con su socio en dos pueblos de la costa. A pesar de estos esfuerzos, no se llegó a ningún acuerdo, ya que Almagro y sus capitanes, quienes también deseaban apoderarse de la Ciudad de los Reyes, decidieron retirarse a Cusco y declarar la guerra.

Ante esta situación, Pizarro preparó un ejército y puso a su hermano Hernando al mando, quien había sido liberado durante una de las entrevistas en la costa. Hernando logró derrotar a Diego de Almagro el 26 de abril de 1538 en la batalla de las Salinas, apresándolo en el proceso. Luego, tras ser acusado en un juicio por varios delitos, Hernando ordenó su ejecución el 8 de julio.

Francisco Pizarro había informado a Carlos V sobre estos eventos a través de varias cartas, pero el emperador nunca respondió. Tampoco lo hizo para agradecer la gran suma de dinero que le había enviado en 1537. Es cierto que, durante ese año, Carlos V estaba ocupado preparando la paz con Francia. Además, en 1538, tuvo una agenda bastante activa, ya que junto a su hermano Fernando, rey de Hungría y Bohemia, planeó una nueva cruzada contra los turcos, conocida como la Liga Santa, con el objetivo de rescatar Constantinopla.

Debido a estos compromisos, en junio, Carlos V tuvo que viajar a Francia para encontrarse cerca de Niza con Paulo III y en las desembocaduras del Ródano con Francisco I. Fue en este lugar donde ambos monarcas acordaron una tregua de paz por diez años. Es probable que, debido a estos asuntos tan urgentes y cruciales, Carlos V no pudiera dedicar tiempo para responder las comunicaciones de Pizarro o expresar su agradecimiento por el dinero recibido.

Es razonable suponer que estos asuntos no habrían impedido que el emperador se enterara de la ejecución de Diego de Almagro a finales de 1538, ya que se encontraba en España en ese momento. Cuando el capitán Diego de Alvarado llegó y denunció las irregularidades cometidas por Hernando Pizarro en el juicio y la ejecución de su jefe, así como la negativa de Francisco Pizarro a entregarle la gobernación de Nueva Toledo a su pupilo, Diego de Almagro el joven, a quien Alvarado representaba debido a su minoría de edad, es probable que Carlos V no aprobara la ejecución y quizás temiera que la situación en Perú se complicara, similar a lo que había sucedido en Nueva España.

Por lo tanto, a partir de entonces, es probable que Carlos V cortara todas las comunicaciones con Pizarro y comenzara a preparar el envío de un inspector real para aclarar lo sucedido.

Pizarro, en ese momento ajeno a la repercusión que estaban teniendo las denuncias en la Península, escribió al emperador el 27 de febrero de 1539, mencionando que había pasado más de un año desde que se le concedió el título de marqués, pero aún no se había anexado a ningún territorio. Por lo tanto, propuso que se anexara a la región de los Atavillos. En la misma carta, expresó que el territorio conquistado era muy extenso y solicitó que se dividiera en dos gobernaciones: una que se extendiera desde Tumbes hasta Charcas, incluyendo Arequipa, donde tenía sus propiedades, y otra correspondiente a la provincia de Quito, que se otorgara a uno de sus hermanos, Hernando o Gonzalo, por los servicios prestados en el descubrimiento, colonización y conservación de esos territorios para la corona.

Quizás para contrarrestar las denuncias formuladas en la corte por Alvarado y otros capitanes almagristas, al día siguiente, el 28 del mismo mes, envió seis esmeraldas a la emperatriz Isabel desde Cusco. Además, a mediados de ese año, también envió un generoso donativo, reunido entre los conquistadores, con su hermano Hernando, para cumplir con una solicitud hecha por los oficiales reales en nombre del emperador.

A pesar de sus esfuerzos, Pizarro no recibía ninguna respuesta sobre su marquesado ni tampoco aprobación para la creación y adjudicación de las dos gobernaciones que había propuesto. Esto llevó a Pizarro a escribir nuevamente al emperador, expresando su malestar por el agravio que sentía. Había descubierto, conquistado y pacificado vastos territorios a su propio costo y los había puesto bajo la corona de Carlos V. Sin embargo, el tiempo pasaba y no recibía ninguna respuesta.

Fue a principios de junio de 1540 cuando finalmente recibió información sobre las nuevas gobernaciones establecidas. Con gran asombro, descubrió que su gobernación no estaba ubicada en la zona de Charcas y Arequipa como había propuesto. Incrédulo ante esta noticia, escribió nuevamente al emperador seis días después, expresando su consternación. Entre otras quejas, le dijo: "...y a mí me abate y pone en el hospital cargado de deudas por sostener la tierra..." Sin embargo, una vez más, no recibió respuesta a su carta.

Es muy posible que el emperador no haya recibido noticias de esas cartas, ya que en 1539 la ciudad de Gante se había alzado en contra del gobierno de su hermana María de Hungría. Este levantamiento fue causado por los altos impuestos que la ciudad había soportado en 1537 debido a la guerra con Francia. Carlos V, incapaz de tolerar la rebelión de la ciudad donde había nacido, decidió castigarla personalmente. Por lo tanto, en el otoño de 1539, emprendió un viaje hacia los Países Bajos.

La paz alcanzada con Francisco I le permitió a Carlos V atravesar Burdeos, Poitiers y Orleans, acompañado por el monarca francés, para dirigirse luego a París, donde fue recibido con múltiples festejos que incluyeron cacerías, torneos, banquetes y bailes. Posteriormente, en enero de 1540, llegó a los Países Bajos, donde también fue celebrado con numerosos eventos. Sin embargo, esto no impidió que, al frente de cinco mil mercenarios alemanes, Carlos V llegara a Gante el 14 de febrero.

Una vez en la ciudad, ordenó que los tribunales de justicia investigaran los acontecimientos del levantamiento y ejecutó a aquellos que habían participado en el motín. Luego, privó a Gante de sus libertades y privilegios, ordenó la destrucción de una de sus zonas emblemáticas y construyó un castillo sobre sus ruinas para mantenerla bajo control.

Una vez que Gante fue castigada, el emperador se dirigió a Alemania con el objetivo de abordar el problema religioso generado por los protestantes. A principios de abril de 1541, inició conversaciones con sus representantes durante dos meses en Hagenau, Worms y Ratisbona. Sin embargo, al no lograr ningún acuerdo, Carlos V llegó a la conclusión de que los problemas religiosos debían ser abordados con mano dura, y decidió que era necesario comenzar por enfrentar a los turcos.

Por lo tanto, el 15 de octubre, llegó a Palma de Mallorca y cinco días después se encontraba en África con el propósito de tomar Argel. Aunque sitiaron la ciudad y sus tropas obtuvieron algunas victorias en escaramuzas, no lograron capturarla debido a una enorme tormenta que destrozó su flota. Como resultado, se vio obligado a levantar el asedio y regresar a España. El 26 de noviembre de 1541, estaba de vuelta en Palma de Mallorca y, después de algunos días de viaje, llegó a Ocaña, donde se encontraban sus hijos, Felipe, María y Juana. Su esposa, la emperatriz Isabel, había fallecido el 1 de mayo de 1539.

Mientras el emperador estaba ocupado con sus asuntos, Francisco Pizarro continuaba su labor de exploración y colonización en el sur de Sudamérica. Durante dieciséis meses adicionales, fundó las ciudades de San Juan de la Frontera, La Plata y Arequipa. Al regresar a Los Reyes (actual Lima), Pizarro se encontró con la falta de respuesta por parte de Carlos V a sus cartas. Además, recibió noticias de que se había enviado un juez para inspeccionar la situación en Perú, y que este ya se encontraba en la isla La Española.

El Consejo de Indias había designado al licenciado Cristóbal Vaca de Castro con el propósito de restaurar el orden en los distantes territorios peruanos. Estas noticias llenaron de intranquilidad a Pizarro, quien sabía que su hermano Hernando había sido desterrado a África como consecuencia de las denuncias realizadas por los capitanes de Diego de Almagro. En ese momento, Hernando se encontraba preso en Madrid. Esta situación, junto con las quejas que esperaba recibir de los partidarios del joven Almagro en Los Reyes, preocupaban a Pizarro.

Por ello, el 15 de junio de 1541, Pizarro escribió nuevamente a Carlos V, reiterando la necesidad de establecer las dos gobernaciones, tal como había expuesto en sus cartas anteriores. Consideraba que esto era fundamental para el mejor gobierno de la tierra y para que Vaca de Castro encontrara la situación establecida a su llegada.

Esta vez, el tono de Pizarro era exigente: "...yo he descubierto, pacificado, sustentado y pagado, gastando en ello toda mi hacienda, y como primer descubridor, poblador y sustentador, Vuestra Majestad como señor agradecido tiene obligación de darme el galardón que se me debe..." Sin embargo, tampoco recibió respuesta a esa carta y el juez aún no llegaba.

Vaca de Castro había partido de Sanlúcar de Barrameda el 5 de noviembre de 1540, pero no pudo desembarcar en la isla La Española hasta el 30 de diciembre debido a una fuerte tormenta. Desde allí se trasladó a Nombre de Dios y a Panamá, donde tenía órdenes de establecer audiencias. Después de completar esta tarea, en marzo de 1541, embarcó hacia Perú. Sin embargo, un fuerte temporal nuevamente interrumpió su viaje, lo que lo obligó a continuar por tierra desde Buenaventura. Antes de llegar a Perú, en Popayán, recibió la noticia de que el 26 de junio de ese mismo año, Francisco Pizarro había sido asesinado por seguidores de Diego de Almagro "el Joven".

Es razonable suponer que el licenciado Vaca de Castro notificaría la muerte del gobernador al Consejo de Indias tan pronto como pudo. Sin embargo, debido a las dificultades en las comunicaciones de la época, es posible que la noticia no llegara a España hasta dos o tres meses después. Probablemente, Carlos V no se enteraría de la noticia hasta diciembre, cuando llegó a Castilla después de sufrir la derrota en Argel.

En ese momento, cuando el emperador estaba deprimido, es difícil determinar sus sentimientos exactos. Quizás recordó la entrevista en Toledo y revivió la imagen del valiente soldado que había enviado grandes cantidades de dinero y que, solo con sus propios recursos, había añadido más de cinco mil kilómetros a los dominios de la Corona española. Esa reunión habría sido su último encuentro.

Fin

Compilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez

 

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