Hernando de Soto

Hernando de Soto, nacido en Jerez de los Caballeros (Badajoz) alrededor de 1500, y fallecido en Guachota, Lake Valley, Arkansas (Estados Unidos de América) el 21 de mayo de 1542, destacó como conquistador del Perú, gobernador de Cuba, Adelantado y Capitán General de La Florida.

Proveniente de una familia con nobleza destacada en Extremadura, Hernando era hijo de Francisco Méndez de Soto, cuya familia se había trasladado desde tierras burgalesas a la frontera extremeña. Su madre, Leonor Arias Tinoco, provenía de un linaje portugués y era considerada una de las familias más distinguidas de Extremadura a fines del siglo XV.

La información detallada sobre la vida temprana de Hernando de Soto es escasa hasta que se embarca hacia Las Indias en la Armada organizada por Pedrarias Dávila en 1513. Este viaje marcó su entrada en la Gobernación de Castilla del Oro en la Tierra Firme. Formó parte de la Casa del Gobernador, desempeñando el papel de paje de las damas de la familia. Durante este periodo, fue testigo de las tensas relaciones entre su superior, Pedrarias, y otro nativo de Jerez de los Caballeros, Vasco Núñez de Balboa. Estas tensiones alcanzaron su punto culminante en un juicio celebrado en la recién fundada villa de Acla en enero de 1519, que resultó en la ejecución de Balboa, descubridor de la Mar del Sur.

En este periodo, se registran las primeras referencias documentales sobre la participación activa del joven Soto en las cabalgadas y expediciones a tierras dirigidas por los capitanes de Pedrarias. Durante estas incursiones, Soto ganó una destacada reputación como soldado bajo las órdenes del licenciado Gaspar de Espinosa, quien, desde su posición como alcalde mayor, ejercía un poder prácticamente ilimitado en la empresa del establecimiento español en las tierras del istmo de Panamá.

Fue bajo la tutela de Espinosa y junto a Francisco Pizarro que Soto perfeccionó sus habilidades como experimentado hombre de armas y estratega en el trato con los pequeños caciques de los grupos indígenas. En estas interacciones, la búsqueda de alianzas se priorizaba sobre ataques sin justificación. Su agudo instinto, audacia y buena fortuna en la ejecución de las misiones encomendadas por sus superiores le valieron pronto un renombre que se refleja en las actas oficiales, donde su testimonio es mencionado de manera destacada.

La participación de Hernando de Soto fue crucial en la expedición liderada por Francisco Hernández de Córdoba hacia las tierras de Nicaragua en 1523. Además, desempeñó un papel fundamental en la fundación de las ciudades de Granada y Nueva León, donde ocupó el cargo de alcalde mayor. Su influencia se extendió a los conflictos que surgieron en los litigios por los límites entre las demarcaciones de Honduras y Nicaragua, enfrentando a Hernández con Gil González y Cristóbal de Olid.

Estos desencuentros llevaron a Hernando de Soto a adoptar una postura sediciosa ante la autoridad de Pedrarias, pero su leal colaboración con el gobernador permitió resolver la situación de manera favorable. Tras el nombramiento de Hernández como gobernador de Nicaragua en 1528, este confirmó a Soto en sus cargos y concesiones de solares y repartimientos de indios. Estas responsabilidades no solo le brindaron la oportunidad de enriquecerse, sino también de consolidar su prestigio en la región.

Para 1530, Hernando de Soto había consolidado su experiencia como un hábil hombre de negocios y socio en una de las diversas compañías dedicadas al flete de barcos con destino al comercio con Panamá. Además, participaba en la construcción de navíos, proyectando su participación en la empresa de la conquista de las recién descubiertas tierras por Francisco Pizarro y Diego de Almagro en la ruta conocida como la del Perú. En ese momento, Pizarro acababa de asegurar una capitulación con la Corona, mientras que su socio Almagro buscaba en Panamá el respaldo financiero y la colaboración de hombres de armas para organizar la expedición.

Cuando Almagro propuso a Hernando de Soto unirse a la tenencia general de la expedición, este no dudó en liquidar todos sus bienes en Nicaragua para financiar un grupo de cien hombres y cincuenta caballos. Este refuerzo se unió a la primera avanzada de la expedición, que zarpó de la isla de las Perlas a principios de febrero de 1531. En diciembre de ese mismo año, alcanzó la hueste de Pizarro en la isla de la Puná, en la bahía de Guayaquil. En este punto, Pizarro aguardaba los refuerzos antes de internarse en las tierras continentales andinas, marcando un hito crucial en la participación de Soto en la expedición.

La llegada de Hernando de Soto resultó providencial en un momento crítico para la hueste de Pizarro, la cual se veía hostigada por los isleños. Aunque Hernando observó que el cargo de lugarteniente que se le había ofrecido ya estaba ocupado por otro Hernando, no rehuyó asumir responsabilidades en las acciones encomendadas por el gobernador Pizarro. Una de las misiones más arriesgadas fue la travesía de la Puná a la ciudad continental de Tumbes en febrero de 1532, así como la represión de los ataques de los habitantes locales, a quienes persiguió y sometió en el interior de la región.

Algunas crónicas y relaciones lanzaron acusaciones contra Hernando de Soto en relación con esta acción, insinuando que podría haber desertado en busca del camino hacia la rica región de Quito, de la que los indígenas le habían proporcionado información. Sin embargo, Soto resistió la tentación de desertar y, en cambio, logró destacar, recuperando el protagonismo que Pizarro le había arrebatado. Su retorno a Tumbes con el líder rebelde capturado marcó el primer éxito en las acciones de responsabilidad que Pizarro le encomendó.

La siguiente misión consistió en explorar desde la recién fundada ciudad de San Miguel de Tangarará el camino hacia Cajamarca, iniciando así una fase crucial de la expedición.

Pizarro anhelaba obtener la información más precisa posible sobre lo que parecía ser un vasto reino, y fue Hernando de Soto quien logró adquirirla mediante una incursión rápida y segura en las tierras de la serranía de Caxas en octubre. Dirigiendo a un grupo de cuarenta jinetes, Soto no solo confirmó la riqueza del país, sino también el elevado grado de organización que podría complicar la conquista.

Durante esta expedición, el capitán de la guarnición indígena de Caxas, llevado como garantía de seguridad, informó a Soto que el gran príncipe Atahualpa, en conflicto con su hermano Huáscar por la sucesión tras la muerte de Huayna Cápac, estaba establecido en la ciudad de Cajamarca. Los ejércitos de Atahualpa habían vencido a los de Huáscar, quien era conducido como prisionero hacia esa ciudad. Ante este panorama, Pizarro decidió llevar a toda su hueste al encuentro del vencedor.

El 15 de noviembre de 1532, al atardecer, llegaron a la ciudadela de Cajamarca. Al constatar que Atahualpa tenía su campamento en el valle, a pocas leguas de distancia, Pizarro optó por no posponer un encuentro que consideraba crucial hasta el día siguiente.

Sin embargo, él optó por no dirigirse personalmente al encuentro con el gran señor. Consideró más apropiado enviar una embajada, eligiendo a Hernando de Soto como líder de la caballería para esta delicada misión, no como su lugarteniente. Lo acompañaban quince jinetes, todos antiguos compañeros de armas de las campañas en Nicaragua. Aunque poco después, Pizarro envió otro grupo encabezado por su hermano Hernando, la entrevista entre los cristianos y Atahualpa quedó marcada por la destacada actuación de Soto. Su brillante exhibición de habilidades ecuestres impresionó a todo el campamento, especialmente al Inca.

Surgió entre ellos una corriente de simpatía y mutua admiración que convirtió a Soto en el principal defensor de los derechos de Atahualpa durante su tiempo en prisión. Además, se convirtió en el crítico más severo respecto a la sentencia de muerte, que consideraba injustificada. Durante la posterior marcha hacia el Cuzco, Soto siempre lideraba la vanguardia de la hueste, abriendo paso al gobernador en encuentros más o menos afortunados con los indígenas.

En ocasiones, parecía sucumbir a la tentación de adelantarse a su jefe en la entrada a Cuzco, despertando ciertos recelos en este último.

Finalmente, el 13 de noviembre de 1533, un año después de la tragedia de Cajamarca, todos ingresaron juntos a la capital del Tahuantinsuyo. A pesar de sus reservas, Pizarro continuó confiándole a Soto la dirección de las expediciones punitivas contra las tropas leales a Huáscar que ocupaban la ciudad, junto con otro hijo de Huayna Cápac, Manco Inca, quien fue entronizado como soberano por Pizarro. Hernando Pizarro, que se había dirigido a España desde Cajamarca con el quinto del botín, y Diego de Almagro, que se había dirigido a Quito para evitar una expedición organizada por Pedro de Alvarado desde Guatemala, estaban ausentes, dejando a Soto como uno de los principales hombres de Pizarro.

Pizarro lo designó corregidor del Cuzco y teniente de gobernador en 1534. En ese momento, llegaron noticias de que el rey Carlos había otorgado a Diego de Almagro una nueva gobernación al sur de la Nueva Castilla. Esto alteró los ánimos de los conquistadores y la vida en la ciudad. Soto se ofreció como lugarteniente de Almagro para la expedición que se preparaba hacia Chile, dentro del área de su gobernación. Sin embargo, Almagro prefirió ofrecer el cargo a uno de sus hombres de confianza, Rodrigo Ordóñez.

Desilusionado y sin el deseo de participar en el conflicto entre Pizarro y Almagro por la delimitación de sus gobernaciones, para cuya resolución se había designado al obispo de Panamá, fray Tomás de Berlanga, sin éxito en reconciliar a los contendientes, Hernando de Soto optó por abandonar el Perú. En noviembre de 1535, se embarcó en la armada que llevaba de regreso a Berlanga, con la intención de regresar a España. Consigo llevaba su parte del botín de Cajamarca, que le correspondió en el reparto. Este capital era suficiente para financiar una empresa en la que él pudiera asumir el liderazgo.

Durante su viaje a Sevilla, Hernando de Soto maduró su proyecto y comenzó a contemplar la búsqueda del paso del Norte, una empresa que había fracasado en el año 1525 con el piloto portugués Esteban Gómez, desertor de la expedición de Magallanes, y en 1526 con el oidor de la Audiencia de Santo Domingo, Lucas Vázquez de Ayllón.

Sus riquezas, su renombre por sus hazañas en la conquista del Perú y su matrimonio con Isabel de Bobadilla, una de las hijas de Pedrarias Dávila, cuya familia aún tenía una gran influencia en la Corte, favorecieron el éxito de sus gestiones. En 1537, mientras negociaba sus capitulaciones matrimoniales, obtuvo otra como adelantado de la Florida, y lo más significativo para la realización de su proyecto, su nombramiento como gobernador de la isla de Cuba, que estaba vacante tras resolver los litigios de la Corona con los descendientes de Cristóbal Colón.

Además, logró el hábito de la Orden de Santiago y la promesa de un marquesado. La instrucción de los expedientes de reconocimiento de méritos y servicios, especialmente el relacionado con la concesión de la Orden de Santiago, cuyos documentos se publicaron en 1929 junto con el texto de su testamento dictado en La Habana el 13 de mayo de 1539, proporciona información detallada sobre su trayectoria vital.

Las declaraciones de los testigos en el expediente de la concesión del Hábito de la Orden de Santiago confirmaron que Hernando de Soto era natural de "la ciudad de Jerez de Badajoz". Esta afirmación se refleja claramente en la portada del expediente: "SANTIAGO 1538 El Adelantado Hernando de Soto, natural de Jerez". Sus minuciosas disposiciones testamentarias también revelan su estrecha conexión con sus raíces y su lugar de nacimiento.

Hernando de Soto se adelantó al primer explorador del interior de las tierras de la Florida, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien llegaba a la Corte en 1537 para solicitar la capitulación de la empresa de su conquista. A pesar de la oferta de Soto de un lugar destacado en su expedición, Cabeza de Vaca prefirió solicitar otra gobernación para sí, la del Río de la Plata.

Durante el año de plazo establecido por las Reales Cédulas en abril y mayo de 1537 para la salida de la expedición, Hernando de Soto se dedicó a preparar el flete de diez navíos que zarparon de la barra de Sanlúcar el 6 de abril de 1538. El 7 de junio, en domingo de Pentecostés, llegaron al puerto de Santiago de Cuba.

En su papel como gobernador de la isla, Soto dedicó un año completo a atender las necesidades de las seis poblaciones españolas establecidas en ella. Además, emprendió la reconstrucción de los edificios de La Habana, que habían sido recientemente objeto de uno de los frecuentes ataques de los corsarios franceses, que comenzaban a poner en dificultades el tráfico de las Indias.

Además, tuvo que abordar el complicado problema de los conflictos limítrofes en la jurisdicción de la gobernación de la Florida, la cual colindaba con la de la Nueva España, cuyas fronteras apenas estaban definidas. Desde México, el virrey Antonio de Mendoza organizaba una entrada a la Florida, y el nuevo gobernador de Cuba informó al virrey, con el máximo respeto, sobre las disposiciones menos claras de su capitulación para hacerle saber sus derechos, reclamando sus títulos sobre esa tierra.

Mendoza le comunicó que la expedición que él tenía planeada, y que había encomendado al capitán Francisco Vázquez de Coronado, tenía como objetivo la ruta del Norte, en dirección a la fabulosa Cíbola de la que Alvar Núñez había traído noticias. Contrariamente a las expectativas del virrey, los caminos de ambos conquistadores, Soto y Coronado, estuvieron a punto de cruzarse en las remotas llanuras de Kansas cuando el salmantino seguía las huellas de la legendaria Quibira y el extremeño remontaba el curso del río Arkansas en la primavera de 1541.

La aventura floridana de Hernando de Soto se inició el 18 de mayo de 1539. Comandaba una expedición compuesta por seiscientos veinte hombres distribuidos en nueve navíos que partieron del puerto de La Habana y llegaron sin dificultad a la bahía de Tampa, la cual bautizaron como Bahía Honda o del Espíritu Santo.

Al llegar a este punto, Soto estableció un puesto avanzado con peones y jinetes, protegidos por dos bergantines, mientras el resto de la flota regresaba a La Habana. Adentrándose en esa tierra cenagosa, habitada por indígenas hostiles, el Adelantado estableció su primer campamento cerca del pequeño poblado de Ucita, donde organizó su hueste y envió grupos de exploradores en diversas direcciones.

Durante estas exploraciones, uno de los grupos se topó con un español apenas reconocible, un náufrago de la desafortunada expedición de Narváez que había vivido doce años como esclavo del cacique de un pueblo enemigo de Ucita. Este sevillano llamado Juan Ortiz, cuyos servicios como intérprete resultaron invaluables para Soto, fue siempre altamente estimado por el líder de la expedición.

Siguiendo las indicaciones de Juan Ortiz, la expedición de Hernando de Soto avanzó por una tierra inhóspita habitada por indígenas hostiles. Descubrieron las huellas de la fallida expedición de Narváez y llegaron a la bahía de Apalachicola, donde pasaron el invierno de 1539. Durante este tiempo, se unió al grupo el retén que había sido dejado en Tampa y que llegó por mar en los bergantines.

A pesar de las dificultades y desafíos, Soto continuaba con la esperanza de encontrar las tierras que el oidor Ayllón buscó, la Chicora, con riquezas fabulosas que podrían rivalizar con las de Tenochtitlan y Cajamarca. No estaba interesado solo en un botín rápido a través de emboscadas con los indígenas, sino en fundar y poblar una tierra. A principios de marzo de 1540, inició la marcha hacia el Norte con una hueste fatigada y desilusionada, llevando consigo la inquietud de liderar a un grupo agotado. Finalmente, llegaron a lo que parecía ser el centro de una tierra rica y prometedora.

El destino era Cofitachequi, a orillas del río Savannah, donde gobernaba una joven señora. Los enterramientos suntuosos en poblados abandonados, junto con una gran cantidad de perlas, cuentas de vidrio y hachas de Castilla, hicieron que Soto pensara que había llegado a las puertas de la fabulosa Chicora mencionada por Lucas de Ayllón.

Hernando de Soto se encontraba en la tierra de los indios Cherokees, pero optó por explorar el interior del territorio antes de establecer una fundación. Remontando el río Savannah, inició su ruta hacia el oeste, recorriendo el extremo meridional del actual Estado de Carolina del Norte y adentrándose en Tennessee. Hábilmente, logró ganarse la alianza y colaboración de los jefes de los diversos pueblos de la región.

A pesar de que su ejército evitaba enfrentamientos y emboscadas, el prolongado peregrinaje en busca de otro Cuzco que nunca se materializó agotó a la expedición de Hernando de Soto. Cambiando su ruta hacia el sur, siguiendo el cauce del río Cossa con la intención de llegar al puerto de Apalache, donde había dejado el retén de los bergantines, se encontró en el corazón de la región habitada por los fieros guerreros Chucktaw, quienes no sucumbieron a sus hábiles tácticas diplomáticas. El cacique Tuscaluza, líder de los Chucktaw, no se dejó seducir por halagos ni riquezas y, el 18 de octubre de 1540, atrapó a los españoles en una sangrienta emboscada.

A pesar del desastre, y tras un periodo de descanso para recuperar fuerzas, Soto sorprendentemente decidió continuar su exploración hacia el oeste, y posteriormente, con rumbo norte, avistó el río Mississippi en mayo de 1541, donde sus habitantes los recibieron sin recelo. Los informes alentadores lo impulsaron a buscar una nueva provincia con tierras fértiles, llevándolo hasta el río Arkansas, donde estableció un campamento para pasar el invierno de ese año.

Después, emprendió la marcha en busca de una salida al mar a través del Gran Río. En la provincia de Guachoya, finalmente encontró un lugar que consideró adecuado para establecer una fundación, ya que el cacique local ofreció su ayuda y alianzas. Era abril de 1542, pero el agotamiento y el cansancio afectaban tanto a sus hombres como a él mismo, que sucumbió a la malaria. Hernando de Soto falleció el 21 de mayo, confiando a Luis de Moscoso el liderazgo de la debilitada expedición. Moscoso ocultó la muerte del líder a los aliados indígenas, quienes consideraban a Soto un héroe invulnerable. El cuerpo de Soto fue colocado en el tronco de una encina y llevado a un lugar del río previamente explorado, con diecinueve brazas de fondo, asegurando así una tumba inviolable.

Después de abandonar Guachoya, Luis de Moscoso buscó el camino de salida al mar a través del río Mississippi y finalmente llegó al Golfo de México en los primeros meses de 1543. La narrativa de la expedición a la Florida fue documentada por varios de sus miembros, y su memoria perduró lo suficiente como para que, en los primeros años del siglo XVII, el gran humanista mestizo, el inca Garcilaso de la Vega, la recogiera en juicios más generosos que los expresados por su contemporáneo Gonzalo Fernández de Oviedo.

Fin

Recopilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez

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