Expansión y Caída del Imperio Inca: Una Narrativa Histórica desde Pachacútec hasta Vilcabamba

Después de la victoria de los incas sobre los chancas, en una alianza con las etnias quechuas y otras del valle del Urubamba en Cusco, el príncipe Cusi Yupanqui, quien se proclamó líder indiscutible de la nobleza inca con el nombre de Pachacútec, tomó una serie de decisiones estratégicas. En primer lugar, exilió a su padre Wiracocha al palacio de Pumamarca, situado en el valle del Corac cerca de Cusco. Posteriormente, Pachacútec sometió a las etnias que habían apoyado a los Chancas: capturó a Tocay Cápac, líder de los Ayarmacas, dividió su dominio en tres partes y, finalmente, intentó reconciliarse con ellos otorgándoles el título de incas de privilegio. Además, sometió a los Tambos y desplazó a los Pinagua, Cugma, Huata, Huancayo y Toguaro.

Tras esta fase de conquista, Pachacútec emprendió una serie de incursiones en alianza con las etnias que le habían ayudado a derrotar a los chancas, e incluso con algunos chancas mismos. En una sola campaña, conquistó territorios como Andahuaylas, Huamanga, Jauja, Soras y Lucanas hasta el río Vilcas, tomando fortalezas y pueblos, principalmente en áreas montañosas. De esta manera, estableció un territorio independiente, asegurando alianzas, intercambios y sometimientos.

Posteriormente, el príncipe Cápac Yupanqui (quien luego sería Túpac Yupanqui) y otros nobles incas continuaron las expediciones hacia el norte, siguiendo un modelo militar de tres divisiones, llegando hasta Cajamarca. Estas incursiones evolucionaron hacia una conquista permanente durante el reinado de Túpac Inca Yupanqui, hijo de Pachacútec, quien extendió el dominio inca sobre las poblaciones altoandinas y costeñas hasta Tomebamba y el sur de Quito. Mientras se consolidaba la provincia norteña del Chinchaysuyo, las regiones este, oeste y sur también se integraban al imperio incaico.

La expansión hacia el este comenzó tempranamente con Pachacútec, quien conquistó territorios hasta Vitcos y Vilcabamba, que en ese momento estaban bajo el dominio de curacas locales. Estos curacas, temerosos de la guerra, optaron por someterse al Inca, urdiendo una estratagema para ganar su favor. Después de recibir emisarios de los curacas, quienes fingieron haber decapitado a sus propios mensajeros para demostrar lealtad al Inca, Pachacuti recibió oro y plata como muestra de sometimiento. Aunque los relatos históricos varían en los detalles, es evidente que Pachacuti expandió significativamente el territorio incaico durante su reinado.

Después, Túpac Inca Yupanqui lideró una expedición al Antisuyo que duró dos años, durante la cual mandó construir grandes balsas fluviales para enfrentar a los chunchos y moxos, tribus de la Amazonia que se extendían desde Cusco y Madre de Dios hasta Bolivia. Esta campaña se extendió por otros cuatro años, durante los cuales intentó someter también a los chiriguanas en la Amazonia boliviana. Durante este período, conquistó a numerosas etnias amazónicas, incluyendo a los opataris, manaríes, paucarmayos, yscayssingas, manupampas, chicorias, cayanpussis y paucarguambos, estableciendo presencia en áreas que abarcaban las cuencas de los ríos Urubamba, Manú, Inambari, Beni y hasta Mamoré.

Las conquistas hacia el oeste y el sur, en las provincias del Contisuyo y del Collasuyo, fueron realizadas por Pachacútec y Túpac Inca Yupanqui, quienes sometieron especialmente a los collas y lupacas. Posteriormente, Pachacútec trasladó a muchos de los collas al Cusco para contribuir en la construcción de los monumentales edificios que aún perduran.

Los estudiosos del período inca coinciden en identificar a Inca Yupanqui (Pachacútec) y su hijo Túpac Inca Yupanqui como los principales conquistadores. Aunque hay menciones de gobernantes incas míticos como conquistadores, nos enfocamos en los líderes documentados, tomando como base las fuentes históricas que los identifican como tales. Es importante destacar que los gobernantes incas no lideraban personalmente todas las conquistas, sino que delegaban estas responsabilidades a miembros de la nobleza inca, especialmente a sus hijos mayores o hermanos capacitados para liderar empresas militares. Por ejemplo, Yamque Yupanqui, hijo mayor de Pachacútec, fue conquistador del Chinchaysuyo, una región con una larga tradición política y cultural. La confusión en algunas crónicas entre Yamque Yupanqui y Cápac Yupanqui, incluso ubicándolos antes de Pachacútec, sugiere la complejidad de la historia incaica y la dualidad del poder entre los incas.

Entre las causas que contribuyeron a la rápida expansión del dominio inca en menos de noventa años, según Rowe, se pueden identificar varios factores significativos. Primero, la desaparición de dominios hegemónicos como los imperios Wari y Puquina dejó un vacío de poder, lo que llevó a las diferentes etnias, curacazgos y señoríos a competir entre sí por el control de mano de obra y tierras. Este contexto de disputas territoriales facilitó la expansión del imperio inca.

Segundo, se registró un probable crecimiento demográfico tras un período de óptimo climático entre los siglos IX y XIV. Este aumento poblacional impulsó a las tribus y etnias a buscar oportunidades de expansión, especialmente en las regiones altas de los Andes. Esto se reflejó en las migraciones de los collas, puquinas y chancas, así como en fenómenos similares en la costa norte del Perú, como el caso de los chimú.

Una tercera causa importante podría ser de carácter religioso. Mientras que los chancas promovían su programa de expansión religiosa llevando su pacarina Usco Vilca a diversas regiones, incluyendo el valle del Urubamba, el Condesuyo y el Collasuyo, los incas reafirmaron su mensaje religioso, especialmente a partir de Pachacútec. Cada victoria militar para los incas representaba el cumplimiento de un ciclo mítico de expansión que justificaba su devoción al culto solar. Durante el reinado de Pachacútec, se oficializaron ritos y ceremonias con sacrificios humanos en honor al Sol, consolidando así el culto solar como una fuente de legitimidad panandina que incluso empezó a superar al culto de Viracocha.

Es importante destacar que durante este período se llevó a cabo una gran reforma religiosa impulsada por Pachacútec, que incluía el desplazamiento del culto a Viracocha y la promoción del culto solar. Además, se iniciaron grandes construcciones de estilo imperial, influenciadas por modelos megalíticos altiplánicos y llevadas a cabo por constructores collas, como un homenaje al Sol y una manifestación del poderío del imperio inca.

En un contexto como el descrito, es altamente probable que las conquistas incas estuvieran influenciadas por coyunturas y situaciones específicas que les permitían organizar sus campañas de conquista de acuerdo con las particularidades de la difícil y complicada geografía de los Andes centrales. Las experiencias previas de imperios ya desaparecidos, como Wari y Tiahuanaco, proporcionaron lecciones valiosas, y la rápida expansión inca siguió patrones que combinaban métodos de conquista por la fuerza, favores y reciprocidad, intercambio de mujeres y alianzas con los líderes locales.

Además, la posibilidad de continuas y constantes rebeliones, especialmente durante el ascenso de un nuevo Inca, era una preocupación constante. Cada gobernante tenía la responsabilidad de reconquistar y volver a dominar antiguos súbditos y territorios ya sometidos por sus predecesores. Los territorios inicialmente sometidos, como aquellos señalados en las crónicas de Cieza y Sarmiento, como el país de los Quechuas, Abancay, Apurímac, Curaguasi, Cochacaxa, Curamba y Andahuaylas, fueron revisitados por Túpac Inca Yupanqui con el fin explícito de reafirmar el dominio y los derechos del imperio.

Esta inestabilidad entre los pueblos sometidos al poder inca se convirtió en una situación trágica, ya que impulsó el levantamiento de grupos como los cañaris y chachapoyas durante las disputas entre Atahualpa y Huáscar. Los cañaris, por ejemplo, se unieron lealmente al monarca residente en Cusco, guardando cierto resentimiento por el exterminio llevado a cabo por Túpac Inca Yupanqui durante su primera conquista y por Huayna Cápac. Por otro lado, los chachapoyas sirvieron primero a Atahualpa y luego, tras su caída, a Francisco Pizarro, lo que ilustra cómo se reproducía constantemente el dominio imperial.

La política de dominio imperial respondía a la necesidad de contener, mediante varios medios, a poblaciones organizadas en sistemas sociales complejos, ubicadas en vastos y ásperos territorios. Estos territorios se extendían desde Pasto, en el sur de Colombia, hasta el río Maule en Chile y más allá, incluyendo zonas de influencia en el sur de Bolivia y el norte de Argentina, siempre bordeando las laderas orientales de los Andes e incluso adentrándose en las cuencas de los ríos Ucayali, Urubamba y Tambo, llegando hasta el pongo de Mainique en Madre de Dios. Además, existían posibles influencias de intercambio comercial y de dones y contraprestaciones con etnias amazónicas que se extendían hasta la frontera con Brasil.

El rápido crecimiento de esta zona de dominio inca en la cordillera de los Andes requirió la implementación de diversas modalidades de control en la ocupación de los nuevos territorios. Estas modalidades incluían la asignación de mitmacunas o mitmas, yanaconas o yanas, pinas, mamaconas y acllas. El método de dominio era dinámico, complejo y adaptable, y requería que las poblaciones con las que interactuaban dieran algún tipo de consentimiento a través de sus liderazgos locales. Por lo tanto, el control sobre las etnias sometidas a través de sus líderes era fundamental para el dominio del territorio, el cual presentaba fronteras fluctuantes y una población sometida a las adversidades de una geografía agreste. Los incas dependían, en gran medida, de los compromisos establecidos con aquellos que se sometían voluntariamente.

Otra modalidad de dominio consistía en el establecimiento de ciudadelas y llactas en áreas estratégicas para el control económico, productivo y militar. Estas estructuras fortificadas permitían a los incas mantener su presencia y ejercer su autoridad de manera más efectiva en las regiones conquistadas.

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Huayna Cápac ejerció su gobierno hasta aproximadamente 1525, cuando su fallecimiento ocurrió en el norte del Imperio, dejando pendiente la designación de un sucesor capaz de mitigar la ambición de otros contendientes por la mascaypacha, símbolo del poder supremo. La sucesión planteaba un desafío complejo para un Imperio recién establecido por Pachacuti, quien revitalizó antiguos patrones y principios andinos que, al parecer, no garantizaban la estabilidad necesaria para una estructura política imperial sólida. El dualismo de las jefaturas de los ayllus y etnias, divididas en hurin y hanan, representaba un modelo predominante de gobierno en los Andes, sugiriendo una organización política intrincada para el Tawantinsuyo.

En la tradición historiográfica, se ha debatido sobre el modelo de la monarquía teocrática hereditaria. No obstante, independientemente de las discrepancias en torno al modelo de sucesión inca, existían ciertos requisitos que cada aspirante debía cumplir para ser considerado seriamente en la disputa por la mascaypacha. Estos requisitos incluían la influencia de las parentelas maternas (panacas), el examen ritual de las vísceras de llama (callpa), la elección basada en las habilidades personales del aspirante contrastadas con las señales divinas, el control sobre la producción agrícola, la expansión de la parentela a través de alianzas matrimoniales, y el prestigio de los ancestros en la jerarquía inca, todos mecanismos de legitimación.

Hacia 1527, el Imperio Inca se encontraba en una encrucijada crucial para consolidar su estabilidad política. Túpac Inca Yupanqui había conquistado territorios en el norte del Perú y en los Andes ecuatorianos, sometiendo a los tallanes, cayambis y cañaris. Sin embargo, estos últimos ofrecieron una feroz resistencia, lo que llevó al inca a tomar medidas drásticas que diezmaron a gran parte de su población. Posteriormente, Huayna Cápac continuó la expansión territorial, llegando hasta el sur de Colombia y sometiendo parcialmente a los pastos y popayanes, conocidos por su falta de cohesión política y por practicar el canibalismo. Esta extensión territorial demandó la creación de nuevos centros de control y dominio efectivo; así, Huayna Cápac fundó Tumibamba (actual Cuenca) y erigió un segundo Cusco. Estos eventos, tanto las conquistas como la fundación de ciudades, eran cruciales para consolidar los grupos de poder, las panacas, no solo en términos de control político, sino también para reforzar sus derechos sucesorios.

Según las crónicas y los historiadores que han seguido los dramáticos sucesos durante el ascenso de un nuevo gobernante inca luego de la muerte de Huayna Cápac, sostienen que el sucesor fue Ninan Cuyochi, un infante apenas recién nacido que no sobrevivió a la muerte de su padre. Luego, fue nombrado Huáscar, gobernador del Cusco y, por ende, su correinante, aunque no recibió la confirmación adecuada del soberano fallecido. Huáscar, hijo de Huayna Cápac y miembro de la rama guerrera inca de los Hanan Cusco, descendiente de la panaca de Túpac Inca Yupanqui, tuvo que enfrentar las insurrecciones de Cusi Atauchi y otros hermanos, así como la oposición del clero tradicional, albaceas y generales de su propio padre, quienes favorecían a Atahualpa. Por otro lado, Atahualpa, hijo de una noble palla cusqueña y también perteneciente a la panaca de Pachacuti y de la línea de Hanan Cusco, impulsado posiblemente por los nuevos intereses en el norte y por los generales de su padre, desafió a su hermano Huáscar en una lucha por el trono que culminó en varias batallas, siendo Huáscar finalmente derrotado en la batalla de Cotapampa y ejecutado en Andamarca junto con toda su parentela, descendiente de la panaca de Túpac Inca Yupanqui.

Hasta aquí, el registro histórico del imperio inca se reduce a una serie de luchas, conflictos y traiciones por el acceso al trono imperial. Cada vez que moría un emperador, se formaba una nueva panaca integrada por sus hijos y, eventualmente, hermanos importantes, creando así fuentes de riqueza (tierras, yanas y mitmas) para mantener el recuerdo, el prestigio y el potencial político de los descendientes agrupados en una panaca. En ocasiones, estas panacas buscaban nuevos recursos para distribuir entre sus aliados, lo que generaba tensiones por acceder a tierras, mano de obra y producción agrícola y minera, incluyendo el acceso a la Maskaypacha. Estas situaciones provocaban más luchas y conflictos, aumentando la necesidad de expandirse a más territorios, crear espacios de apropiación personal y emprender costosas empresas constructivas para realzar el prestigio de la panaca y reforzar las infraestructuras burocráticas en los territorios sometidos. Además, las diferentes etnias y naciones andinas que habían sido sometidas veían en estas luchas entre las élites gobernantes la oportunidad de obtener concesiones y ventajas, ya sea como grupos étnicos, mitmas o yanaconas.

Así, los competidores, respaldados por sus respectivas panacas de origen, aprovechaban estos grupos de poder para alcanzar la jefatura imperial. Por su parte, las panacas, especialmente las de Pachacuti y Túpac Inca Yupanqui, buscaban recuperar los antiguos privilegios que disfrutaron bajo los primeros emperadores a través de los incas en conflicto. La disminución de los beneficios y el predominio de las panacas recién establecidas de Huayna Cápac y Huáscar, quienes dejaban la jefatura del Cusco para asumir el gobierno, indicaban que el diseño jerárquico establecido por Pachacuti para mantener las ambiciones de las élites incas estaba llegando a un punto de agotamiento. En la lucha por la sucesión, los descendientes de Pachacuti en Cusco también respaldaron a Atahualpa. Sin embargo, resulta difícil explicar los motivos que llevaron a las panacas de Pachacuti y Túpac Inca Yupanqui a enfrentarse durante el período de Huáscar, lo que terminó por destruir tanto a ellos como a su propio Imperio.

En el caso de Huáscar y Atahualpa, está claro que ambos intentaban afirmar sus derechos sobre el Imperio, a pesar del nombramiento de Huáscar por su padre. Ambos continuaron con políticas de expansión y construcción para consolidar sus derechos a la primacía del gobierno. Mientras Atahualpa y los generales de su padre continuaban conquistando territorios en el norte del Tahuantinsuyo o consolidando lealtades en áreas ya sometidas, además de realizar construcciones en Quito, Huáscar, por otro lado, se unió a los Hurin Cusco y amenazó con una contrarreforma religiosa que implicaba la eliminación de las momias, lo que abriría la posibilidad de confiscar tierras de las panacas que no reconocieran su autoridad. Esta acción, junto con su deseo de construir palacios en Calca, formaban parte de su intento de afirmar sus derechos sobre el gobierno del Imperio.

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Cuando Francisco Pizarro contactó por primera vez con los súbditos de los Incas de tierra firme en Tumbes en 1529, se enteró de la lucha entre los principales señores. Aprovechando esta situación, no perdió la oportunidad de llevar a cabo una audaz acción en la plaza de Cajamarca en la que capturó al inca Atahualpa, quien hasta ese momento había triunfado en la guerra entre panacas, y lo mantuvo fuera del escenario durante un año antes de ejecutarlo. De esta manera, Pizarro se presentó como el restaurador de las tradiciones imperiales que por un momento habían sido amenazadas por Huáscar. Esto ocurrió en el año 1533, y ante la necesidad de tener un jefe nominal inca, Pizarro hizo nombrar en ese momento a un sucesor ficticio de Atahualpa: Túpac Huallpa, y emprendió su marcha hacia el Cusco.

Las fuerzas de Atahualpa habían logrado controlar los Andes centrales, desde Quito hasta Jauja, Vilcas, Andahuaylas, Abancay y Cusco. Sus generales, Calcuchimac y Quisquis, lideraban la reconquista del Imperio, comenzando por el exterminio de la panaca de Túpac Inca, que había apoyado a Huáscar. Mientras tanto, el grupo español liderado por Francisco Pizarro continuaba su avance hacia el Cusco. A lo largo de su travesía, desde Cajamarca y durante todo el viaje, encontraron el apoyo de líderes étnicos como los cañaris, chachapoyas y huancas. También se les unieron los sobrevivientes del bando de Huáscar y otros miembros de la nobleza inca, entre los que destacaban Manco Inca y Paullu Inca.

Manco Inca y Paullu Inca, también hijos de Huayna Cápac, habían permanecido al margen de la lucha entre sus hermanos mayores, lo que los había mantenido a salvo de las persecuciones de Atahualpa y sus generales que afectaron a la familia imperial. Ambos hijos se unieron a la hueste conquistadora. Manco Inca, respaldado por Paullu Inca, se ofreció a combatir contra las tropas de Quisquis estacionadas en Cusco y, a cambio, solicitó a Pizarro que eliminara a Calcuchimac, el líder atahualpista capturado. Tras este primer encuentro entre jefes incas y españoles, entre Vilcaconga y Jaquijahuana (actual provincia de Anta), Pizarro cumplió con la petición de Manco Inca y eliminó a Calcuchimac. Mientras tanto, Quisquis dejó la capital imperial a merced de Manco Inca al encontrarse en territorio enemigo. Manco Inca entró triunfalmente en el Cusco y, con la ayuda de Pizarro, se autoproclamó inca sin cumplir los rituales tradicionales en 1533. De esta manera, la nobleza inca debilitada, no alineada con Atahualpa ni con Huáscar, pudo contar con un auqui que seguiría las tradiciones imperiales. Manco Inca había sido el guardián de la panaca de Huayna Cápac y custodiaba su momia, mientras que Paullu Inca, quien también era nieto de un importante jefe de los Guayllas, tenía un considerable ascendiente en la región de Charcas y Lupacas en la actual Bolivia, y emprendió una campaña de reconquista en el sur del Imperio que había perdido parte de su autoridad debido a las guerras civiles entre las panacas.

Sin embargo, en el Cusco, el desencanto fue total. Francisco Pizarro y Manco Inca tuvieron que enfrentar la resistencia atahualpista de Quisquis en Jauja, donde los aliados huancas (en realidad más cercanos a Pizarro que a Manco Inca) estaban siendo amenazados. Estos aliados fueron derrotados por las fuerzas imperiales del sur, lideradas por Manco Inca, y los cincuenta españoles de Hernando de Soto, en Maraycalla en mayo de 1534, antes de huir hacia el norte. Hasta ese momento, el impacto de la presencia de los conquistadores fue notable. Contaban con la simpatía disminuida de los nobles incas, quienes no aceptaban completamente la autoridad de Manco Inca, además de su propia dependencia para legitimar su liderazgo. Sin embargo, también contaban con el apoyo de las principales y más guerreras naciones del Imperio recién formado, como los cañaris, chachapoyas y huancas. Además, se beneficiaban del prestigio otorgado por su tecnología bélica superior y, crucialmente, se enfrentaban a epidemias que diezmaban a la población y debilitaban el sentido religioso de las poblaciones andinas frente a la agresiva evangelización cristiana.

Manco Inca logró permanecer en el Cusco, pero la avaricia y la explotación de los conquistadores, tanto de los líderes como de sus subalternos, humillaron tanto su dignidad que las naciones ya no lo obedecían sin el consentimiento de sus "aliados españoles", ni siquiera los yanaconas y mitmacunas, lo que lo convirtió prácticamente en un títere. El imperio de los incas, o Tahuantinsuyo, había sido gravemente herido en su núcleo político: el Inca, líder y hijo de la deidad solar en la tierra, había perdido la autoridad legítima para unir a las diversas naciones y tierras que había gobernado durante noventa años.

Ante esta situación, la decisión era clara: seguir con la ficción de un reinado sin autoridad real o iniciar una lucha y resistencia para recuperar el dominio completo sobre esas tierras y pueblos. Para Manco Inca, la elección no fue difícil; planteó la guerra contra los cristianos en todos los ámbitos: político, económico, religioso y militar.

El primer paso en esta resistencia fue escapar a Calca, la antigua residencia de Huayna Cápac y lugar de esparcimiento del soberano, que se convirtió en el primer refugio de Manco Inca. Luego se escondió en Tampu (Ollantaytambo), un centro de almacenamiento y administración inca desde donde pudo coordinar, organizar y dirigir los ejes de resistencia en todas las regiones sobre las que aún tenía autoridad, especialmente en el aparato burocrático, militar y religioso cercano al Cusco.

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La elección de Tampu, también conocido como Ollantaytambo, como destino de la fuga de Manco Inca no fue fortuita, y varios motivos respaldaban esta decisión. En primer lugar, esta región era una zona anexada al Imperio destinada como despensa de los incas, con una notable capacidad productiva y diversificada. Además, su cercanía al Cusco y sus conexiones con Vilcabamba y Anta en caso de necesidad la hacían ideal para refugiarse.

En particular, la infraestructura agrícola y de producción en esta área, especialmente en las tierras del Inca y del Sol, permitía un aprovechamiento intensivo de la población asentada en el lugar. Se estima que, en su extensión total, que incluía Quente-Torontoy Cusichaca y Ollantaytambo, podía mantener a una población de hasta cien mil personas en una temporada. Esta área ofrecía a Manco Inca la posibilidad de escapar del Cusco y mantenerse a una distancia prudente, con la intención de luego intentar la recuperación de la ciudad.

Además, la estrategia de recuperar el Cusco implicaba rodearla por sus cuatro salidas, y Ollantaytambo proporcionaba esa ventaja. Sus salidas hacia el Antisuyo, en dirección a Huayopata y Amaibamba, o la conexión con Anta y Limatambo en el Chinchaysuyo, eran relativamente accesibles. Partiendo desde la quebrada de Patacancha y las punas de Pumamarca en Tambo, había caminos, corredores y una red de tambos y miradores conectados entre sí que atravesaban el monte Salcantay y desembocaban en Mollepata, Marcahuasi y el río Apurímac. Esto facilitaba la movilización de contingentes hacia la zona de conflicto.

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Según la tradición histórica, en mayo de 1536, Manco Inca reunió un formidable ejército con el objetivo de tomar la ciudad del Cusco. El asedio se prolongó durante diez meses, siendo dirigido por Manco desde Calca mientras mantenía el control sobre Yucay. La defensa del Cusco contra las fuerzas de Manco Inca, que cercaron la ciudad desde todos los flancos, contaba también con fuerzas imperiales bajo el mando de sus hermanos y rivales de otras panacas. Además, los contingentes defensivos incluían cañaris, chachapoyas, mitmas y grupos étnicos recién llegados junto con los españoles, liderados por Chilche y los huancas, aliados de Pizarro. Estos huancas, inicialmente empleados como auxiliares y cargadores durante el saqueo de la ciudad, ahora se encontraban defendiéndola contra Manco Inca.

La defensa, confiada a los contingentes incaicos y a los aliados étnicos de los españoles, quienes estaban a cargo, logró resistir los repetidos ataques de una estrategia poco acertada por parte de Manco Inca. Este estaba además limitado por imperativos andinos frente a la lógica y práctica occidental del combate. Como resultado, Manco Inca no logró capturar la ciudad y la mayor parte de sus fuerzas se retiraron a Sacsayhuamán. Allí, proporcionaron un gran alivio a los cristianos con la llegada de numerosos indios, quienes, al ver la necesidad y el hambre que sufrían, contribuyeron al suministro de alimentos para ellos y los indígenas que los ayudaban.

Sacsayhuamán, una construcción inca que nunca fue completada, se convirtió en un bastión y fortaleza para las fuerzas de Manco Inca, antes de ser capturada por la alianza hispano-indígena. Con el tiempo, muchas edificaciones incas similares asumieron el papel de fortalezas debido a las exigencias de la guerra.

Hacia mayo de 1537, las fuerzas de Manco Inca se vieron obligadas a retirarse y comenzaron a dispersarse, ya que no podían mantener un prolongado asedio sin descuidar las cosechas, que constituían la única fuente de subsistencia para los runas y sus ayllus. Además, Ollantaytambo ya no ofrecía seguridad ante la llegada de más refuerzos españoles, liderados por Alonso de Alvarado, y especialmente debido al regreso de Diego de Almagro con el príncipe Paullu, quien dejó de reconocer la autoridad de su hermano y aceptó ser coronado en su lugar con la Maskaypacha.

Manco Inca se retiró de Ollantaytambo a Vitcos, seguido por algunos miembros de la nobleza inca con el objetivo de reorganizar sus fuerzas y protegerse de la persecución de Almagro, los Pizarro, sus propios hermanos y antiguos súbditos en Cusco. Tras esta retirada, el Tahuantinsuyo como entidad política imperial inca desapareció de la historia. Solo quedaron grupos nobles dispersos que, en algunos casos, alternaron entre la lucha y las negociaciones hasta 1572. En otros casos, se produjo la incorporación de privilegios temporales y perpetuos (como el Marquesado de Oropesa), mientras se consumaba la conquista.

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Después del fracaso en la toma de Cusco y Lima en febrero de 1538, y ante las persecuciones organizadas por Diego de Almagro y Hernando Pizarro, con la colaboración de nobles incas, Manco Inca decidió retirarse a Vitcos. Siguió la ruta a través del abra de Málaga o Panticalla y el río Lucumayo, una zona de difícil acceso que conducía a los antiguos palacios de Huamanmarca, pertenecientes a Pachacuti y habitados entonces por mitmas chachapoyas. Al entrar al valle de Amaibamba para cruzar el río Urubamba por el puente de Chuquichaca, Manco Inca atacó a los mitmas chachas que habían estado colaborando con los españoles en su captura.

La retirada de Manco Inca fue emocionante, ya que aún albergaba la esperanza de organizar desde las montañas de Vilcabamba la expulsión de los españoles. Para ello, contaba con ejércitos en el Collao, Contisuyu, Conchucos y Huánuco. Además, se organizaron intentos de resistencia y apoyo a los conquistadores entre las diferentes etnias en el Collao, la región huanca, la sierra central y el callejón de Huaylas, lo que reflejaba la profunda fragmentación y rivalidad interétnica avivada por la presencia de los españoles.

Manco Inca pudo organizar la resistencia desde su refugio en Vitcos a través de las redes de gobierno que aún conservaba, incluyendo su ejército, que no se disolvió hasta las derrotas de 1539 y 1541. Además, contaba con la disposición de caminos que atravesaban toda la región de Vilcabamba, que había pasado de ser un territorio de colonización inca a una zona completamente de refugio. Estos caminos incluían la ruta que Pedro Cieza de León mencionó, que iba de Vilcabamba a Huamanga, y que aún se utiliza en la actualidad, especialmente por las poblaciones de Ayacucho y Andahuaylas. Otros caminos pasaban por el río Apurímac hacia Vilcabamba, Choquequirao y Vitcos, como se documenta en un texto de 1661. Manco Inca también consideró una ruta fluvial que conectaba Vilcabamba con el centro y noreste de los Andes, a través de los ríos Apurímac, Ene y Ucayali hasta el Huallaga, que era frecuentada por la etnia piro en su comercio amazónico.

Por otro lado, Vitcos se erigió como centro de gobierno con un carácter ceremonial y como lugar crucial para la preservación de las tradiciones y la cultura inca. Sin embargo, también se vio influenciado por las necesidades de la guerra y por su proximidad a las tribus amazónicas, lo que resultó en la adopción de nuevos usos y costumbres. Las ruinas más significativas del lugar incluyen Rosaspata, Chuquipallpa, el pueblo de Pucquiura y Pampaconas. Las denominadas fortalezas de Huayna Pucara y Machu Pucara, en un principio, funcionaron como centros de colonización y avanzadas administrativas, para luego convertirse en refugios de los últimos líderes de la nobleza orejona. Sin embargo, no fueron suficientes para detener las expediciones de Rodrigo de Orgóñez y los Pizarro en 1539, aunque con un alto costo para estos últimos, donde el Inca perdió a su esposa tras ser sometida a una salvaje tortura por parte de sus captores.

Manco Inca aprovechó al máximo las ventajas de esta herencia imperial desde su residencia en Vitcos. Sin embargo, entre 1544 y 1545, fue traicionado y asesinado por perseguidores almagristas a los que había brindado refugio, marcando así el fin de la etapa de resistencia de uno de los linajes más prominentes del incario. Con su muerte, dejaba el escenario listo para las guerras civiles entre los españoles, que devastarían el país en los siguientes diez años.

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La trágica partida de Manco Inca marcó el desvanecimiento de un esfuerzo concertado por recuperar el dominio de un imperio que había caído completamente en manos de los españoles. Con la caída de los Pizarro, tanto Francisco en 1541 como Gonzalo en 1548, la muerte de Paullu en 1549 y el establecimiento del virreinato como entidad política de gobierno colonial, se inició un nuevo capítulo para ganar la lealtad de los soberanos incas que aún resistían en Vilcabamba. A medida que la mayoría del territorio quedaba sometido, Manco Inca había dejado de lado su confrontación directa con los españoles, limitándose a observar las luchas que estos desataban sobre su antiguo imperio. Sin embargo, su fallecimiento marcó un cambio significativo. Su hijo Sayre Túpac, también conocido como Tabaco Real, con apenas 11 años de edad, fue designado por los orejones refugiados de Vilcabamba como el nuevo Inca, lo que profundizó su aislamiento en el territorio.

En 1548, el presidente licenciado Pedro La Gasca inició conversaciones con la corte de Vilcabamba a través de familiares de Sayre Túpac que habían servido a la Corona española, como su tío Paullu y una tía, Beatriz Yupanqui, esposa del conquistador Diego Hernández. Estas negociaciones no eran nuevas, ya que previamente, Vaca de Castro había intentado persuadir la rendición de Manco Inca, incluso intercambiando regalos. En aquel entonces, Manco Inca había solicitado tierras, sirvientes rucanas, lugares de esparcimiento, tierras de cultivo de coca, entre otros territorios. Estaba reclamando las antiguas posesiones y privilegios de sus ancestros entre los ríos Urubamba y Apurímac, que ahora estaban parcialmente bajo su control. Esta demanda fue confirmada por el rey Carlos V en una Real Provisión de febrero de 1554, que otorgaba tierras en Abancay, devolvía propiedades en Cusco y asignaba tierras para asentamientos indígenas en la campaña de Manco Inca.

La diplomacia entre los dos grupos implicados y las concesiones realizadas ilustran los complejos juegos de poder y las negociaciones que marcaron esta época, con la esperanza de encontrar un equilibrio entre las aspiraciones del último linaje inca y los intereses de la Corona española.

El licenciado Pedro La Gasca, en 1548, decidió informar al rey después de enviar una expedición negociadora a la corte de Vilcabamba y recibir la visita de emisarios del Inca para confirmar la veracidad de las ofertas realizadas. Durante estas negociaciones, La Gasca combinó gestos de buena voluntad y regalos con amenazas de captura si no accedían a sus demandas. En ese momento, las exigencias de los regentes coincidían con las establecidas por Manco Inca, posteriormente confirmadas en la Real Provisión de 1554.

La provisión de La Gasca del 1 de septiembre de 1548 estableció una zona de ocupación en el río Apurímac, que incluía el pueblo de Tacamarca, controlado por Pedro Alonso de Carrasco, y el pueblo de Ancoy, en manos de Hernando Pizarro. Los territorios solicitados por los regentes del nuevo Inca, Sayre Túpac, hijo de Manco Inca, abarcaban desde el puente del río Apurímac hasta Abancay, comprendiendo ocho leguas hasta la confluencia con el Apurímac y otras siete leguas desde Abancay hasta su confluencia, junto con diez leguas a lo largo del río Apurímac, con el camino real como límite, donde Choquequirao se encontraba unos kilómetros adentro.

Además, Sayre Túpac solicitó 90 fanegadas de tierras que pertenecieron a su padre Manco Inca, así como 20 leguas de tierras en Vilcabamba que sus antepasados habían desmontado para cocales, pero que habían sido asignadas a Hernando Pizarro en la primera distribución de encomiendas. También reclamaba los solares en el Cusco, el asiento de Pumacurca con sus casas, en poder de Pedro Alonso de Carrasco, y los asientos y solares en Jaquijahuana y Tambocancha, que habían sido las casas de placer de Huayna Cápac. En total, solicitaba la cesión de 49 leguas que le correspondían por derecho.

Las propiedades que anteriormente pertenecían a los Pizarro y sus aliados se convirtieron ahora en fichas de negociación con los incas de Vilcabamba, consideradas como una forma de compensación por la Corona y una manera de restaurar la dignidad que había sido arrebatada durante la conquista de estos territorios. Sin embargo, la Corona no estaba dispuesta a permitir que Vilcabamba permaneciera bajo el control de los incas, ya que esto representaba un riesgo para la estabilidad regional y nacional, dado que podrían levantarse en armas en cualquier momento.

Este juego político entre los españoles y los incas se ilustra claramente al considerar las ambiciones frustradas de Paullu Inca, un aliado "incondicional" que solicitaba las mismas tierras que el Inca sublevado ocupaba en la región, pero que nunca fueron concedidas. Paullu Inca no era un aliado cualquiera; desde el principio había colaborado con los españoles, aceptando su posición como colaborador nativo. Sin embargo, los territorios que reclamaba, aunque difíciles de poblar, no eran difíciles de dominar, como demostraron las campañas de Orgóñez y Gonzalo Pizarro contra Manco Inca, y posteriormente de Toledo contra Túpac Amaru I.

A pesar de ser respetado por los curacas y tratado como un Inca legítimo por los habitantes indígenas, Paullu Inca seguía siendo visto por los españoles como parte de la raza que habían conquistado. Su posición era representativa, ya que también había sido coronado como Inca, lo que tenía un significado considerable en un sistema político tan frágil y conflictivo como el de la sucesión de los Sapa Incas. Desde su conflicto con Manco Inca, Paullu Inca había demostrado su capacidad para influir en la lealtad de los incas hacia la Corona española.

Muchos españoles miraban con desconfianza a Paullu, y aunque él intentaba disimularlo según los documentos, no dejaba de evidenciar su condición de pretendiente al trono incaico. Desde su apoyo a un Manco Inca coronado hasta su alianza con Almagro cuando este triunfó en Cusco, pasando luego al bando pizarrista tras la ejecución de estos últimos, y finalmente sirviendo a la Corona con el triunfo de La Gasca. Esta actitud revelaba su disposición a la lealtad solo cuando servía a sus intereses, como lo demostró durante el cerco del Cusco por Manco Inca.

Según un testimonio, durante este cerco, el mariscal Alonso de Alvarado instó a Paullu a enviar los diez mil indígenas prometidos para atacar a los españoles por la retaguardia. Sin embargo, Paullu evadió la solicitud, alegando que los indígenas llegarían ese mismo día, lo cual no ocurrió. Esta actitud sugiere que Paullu no estaba muy inclinado a atacar a los españoles, según el testimonio de un testigo.

Sin embargo, esta ambigüedad no era exclusiva de Paullu. Manco Inca también mostró una actitud similar en sus negociaciones con los españoles, al igual que Sayre Túpac, quien accedió a las encomiendas ofrecidas por la Corona a cambio de su sumisión, al igual que su hermano Titu Cusi Yupanqui. La diferencia radica en que esta ambivalencia eventualmente llevó a la muerte de los tres incas de Vilcabamba, mientras que Paullu pudo disfrutar en paz de los beneficios otorgados.

Por otro lado, los españoles no estaban dispuestos a tolerar la existencia de un territorio independiente más allá de la cordillera de Vilcabamba y al otro lado del río Urubamba, gobernado por una nobleza incaica. Esto representaba una amenaza para su control y dominio en la región.

Para el gobierno español, los incas de Vilcabamba representaban una amenaza evidente, como lo ilustra el oidor de la Audiencia de Lima, el licenciado Juan de Matienzo, en su obra "Gobierno del Perú". Matienzo sostenía la necesidad de mantener el orden colonial por encima de cualquier otra consideración, incluso al negociar con los incas, ya que Vilcabamba era una zona de alto riesgo en caso de guerra contra el Inca. Además, era un área de difícil acceso y control, y su conquista no garantizaba un sometimiento total; tanto los rebeldes como los aliados de la Corona siempre verían la posibilidad de levantarse en cualquier momento contra el dominio colonial. Esta situación complicada para el gobierno español se debía a que los indígenas consideraban al Inca como su señor natural, al cual acudir en caso de desobediencia y resistencia al régimen colonial, especialmente cuando recibía en sus tierras a súbditos prófugos.

Vilcabamba dejó de ser un centro activo de resistencia militar y se convirtió en un espacio de revitalización cultural, religiosa y política para los grupos nobles incas que se negaron a someterse a la Corona. Una de las primeras acciones de Manco Inca fue trasladar las momias de sus antepasados y la imagen del Sol, conocida como Punchao, resaltando así la continuidad de las tradiciones de sus ancestros. En esta región, posteriormente llamada provincia de Vilcabamba por los españoles, se encontraban una serie de construcciones a lo largo del río del mismo nombre. Una de ellas era Vitcos, la capital inicial de Manco Inca, ubicada en territorio de los manaríes.

El cronista fray Martín de Murúa describe el templo del Sol en Chuquipalta, cerca de Vitcos, donde se adoraba una piedra sobre un manantial de agua, considerado sagrado y un oráculo por los súbditos incas, donde se realizaban ofrendas de oro y plata. Según la probanza de la bisnieta de Huayna Cápac, Beatriz Coya, Vilcabamba no solo era considerada una zona inhóspita habitada únicamente por mitmas, sino también un lugar donde se conservaban ídolos, guacas y otros objetos especiales según los deseos del Inca.

Diego Rodríguez de Figueroa, enviado por el virrey Diego Zúñiga Velasco, Conde de Nieva, es el único cronista que dejó registro de la "tierra del Inga" durante sus viajes entre 1565 y 1567. Su relato ofrece una vívida descripción de los asentamientos y el modo de vida de la época. En su primera visita a Vilcabamba en 1565, describe las estructuras de Pampaconas y las casas del pueblo en el valle inferior. Se accedía a Vilcabamba desde los principales poblados de Vitcos, Lucuma, Pucquira y Layancalla, por un camino amplio y limpio, bordeado de pequeños fuertes de protección y con la majestuosa cordillera de Vilcabamba al frente.

Pampaconas, uno de los principales asentamientos en Vitcos, estaba protegido por trescientos indios lanceros que patrullaban el territorio. Las construcciones eran de barro rojo, y el pueblo contaba con una plaza principal que Rodríguez identifica como un teatro, donde el Inca presidía desde un Ushnu, el cual era su asiento principal sin lugar a dudas.

La llegada del Inca es narrada por el embajador español de esta manera:

El Inca avanzaba al frente, llevando puestas coracinas de oro de variados colores, con una patena de plata delante de su pecho y una rodela de oro. También portaba una media lanza con su respectiva cinta, así como unos garabatos, todos ellos de oro. En sus pantorrillas y tobillos, llevaba cenojiles de plumas con cascabeles de palo. En su cabeza lucía una diadema de plumas, al igual que en su cuello. En su mano, sostenía un puñal dorado, y su rostro estaba enmascarado con un mandil rojo con extremos verdes y morados de diferentes tonalidades, dando pasos en una ordenada secuencia. Una vez llegado al llano donde se encontraban su asiento y el de los habitantes del pueblo, así como el mío, miró en dirección al sol y realizó con su mano una especie de reverencia, conocida por ellos como "mocha", para luego dirigirse a su asiento.

Estas tradiciones imperiales se mantenían, aunque con influencias adicionales de la Amazonía. Los objetos usados por los incas, como los adornos y pinturas corporales, reflejaban la influencia de las tribus amazónicas con las que convivían e intercambiaban, complementados por una corte también influenciada por las costumbres y prácticas amazónicas.

Vilcabamba y sus alrededores se sustentaban principalmente en productos agrícolas introducidos por los incas en la región. Entre estos se encontraban papas, maíz, frijoles y otros cultivos aclimatados localmente como algodón, maní, plátanos, ajíes, paltas, yucas y una variedad de frutas como guayabas, piñas, lúcumas, papayas, pacaes e incluso caña de azúcar. Aunque el consumo de carne era limitado, se destacaban el camélido y el cuy, utilizados principalmente en rituales de augurio, además de animales y aves selváticas. Se introdujeron también animales europeos como carneros de Castilla, ganado vacuno, ovejas y cerdos, que el Inca conservaba en Pampaconas.

La chicha era una bebida presente en su dieta, pero su uso predominaba en rituales y festividades. En cuanto a estas últimas, Rodríguez describe un evento donde resalta el carácter mítico y ritual que los incas de Vilcabamba otorgaban a su lucha y resistencia contra los españoles:

"Desde lo alto de una colina, presencié las festividades en honor al Inca, con cánticos y bailes que incluían lanzas en mano, emulando movimientos de guerra. En medio de la celebración, algunos participantes, quizás afectados por el exceso de chicha, se lanzaban golpes entre sí, resultando uno o dos heridos. Más tarde, el Inca me mandó llamar al atardecer, y aunque no lo deseaba, acudí. Una vez allí, me ordenó sentarme y pronunció amenazas vehementes, asegurando que mataría a todos los españoles en el reino, afirmando ser capaz de enfrentar a cincuenta de ellos solo... En un giro inesperado, varios de los presentes se ofrecieron a devorarme crudo, instigando al Inca a actuar de inmediato. Incluso, dos nobles incas avanzaron hacia mí con lanzas en mano, amenazándome con herirme. A pesar de la situación, mantuve la compostura, encomendándome a Dios y solicitando al Inca que me permitiera retirarme. Logré escabullirme de aquellos individuos renegados y me oculté hasta la mañana siguiente."

En otra visita a Vilcabamba en 1567, Rodríguez de Figueroa optó por una ruta diferente, ingresando por Andahuaylas, en el extremo opuesto del territorio inca. Cruzó desde Huamanga hasta el puente Osambre (actualmente Cusambi), estableciéndose en el pueblo de Carco, en la ribera derecha del río Apurímac. Allí, el Inca le entregó un registro detallado de los pueblos bajo su dominio, que abarcaban desde Carco hasta posiblemente Taraura, entre los ríos Vilcabamba y Urubamba. Esta visita reveló un activo comercio entre los indígenas de Vilcabamba y los de Andahuaylas y Abancay, intercambiando productos ganaderos y comestibles, utilizando la coca como moneda de intercambio junto con la sal. Este comercio continuaba una larga tradición de intercambio entre los pueblos andinos y amazónicos, ahora con los incas como intermediarios.

Entre las descripciones de estos informes se destacan las condiciones extremadamente difíciles en las que vivía la población de estas regiones: "[...] estas tierras del Inga están muy enfermas y se ha muerto mucha gente allí", lo que evidencia el tremendo colapso demográfico regional posterior a las guerras civiles, la conquista y el derrumbe del mundo andino. Incluso el propio Inca Titu Cusi lo señala, confirmando la frágil situación en la que vivía la sociedad indígena de Vilcabamba hacia la mitad del siglo XVI, después de haber sido una zona dedicada principalmente a la producción de tributos en alimentos, minerales y coca, tanto andinos como amazónicos.

Las misiones diplomáticas de la Corona española enviadas a Vilcabamba desde la época de Vaca de Castro y de La Gasca, así como una misión liderada por Paullu Inca en 1549 que no llegó a realizarse debido a su muerte, fracasaron en su intento de negociar con los incas. Sin embargo, en 1557 se llevó a cabo otra misión, enviada por el virrey Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, con familiares del joven Inca Sayre Túpac, incluido su primo mestizo Juan Sierra y un tío político, Juan de Betanzos, quien se convertiría en un famoso cronista. Aunque los españoles no lograron pasar más allá del puente Chuquichaca, convencieron a Sayre Túpac de aceptar el perdón y las mercedes que la Corona le ofrecía.

La oferta que Sayre Túpac finalmente aceptó incluía un perdón formal del rey y el nombramiento como "Adelantado" del valle de Yucay. Sus principales repartimientos estaban en Oropesa, donde los incas solían tener sus casas de placer, y en Jaquijahuana, una de las encomiendas más ricas del Perú, confiscada poco antes al rebelde Francisco Hernández Girón. Estos repartimientos proporcionaban a Sayre Túpac una considerable renta anual, lo que lo convertía en un magnate territorial. El virrey marqués de Cañete, impresionado por la majestad de su huésped y orgulloso de su propio éxito diplomático, le concedió las encomiendas a perpetuidad, rompiendo así con la costumbre habitual de otorgarlas por solo dos vidas.

Así, se dejaban de lado las ofertas que cedían los primeros territorios ubicados en el triángulo de Abancay, entre los ríos Pachachaca, Apurímac y Vilcabamba, y se concedían en cambio las propiedades de sus antecesores en el valle de Yucay. Estos valles eran estrictamente de propiedad Inca y formaban parte de los patrimonios personales de los gobernantes del Cusco, lo que les otorgaba una gran dignidad.

Las mercedes otorgadas por la Corona y aceptadas por el joven Inca, quien no contaba con más de veinte años, eran de manera perpetua, a diferencia de las mercedes que usualmente recibían los encomenderos por dos vidas. Esto puede interpretarse como un intento político de la Corona por legitimar sus derechos sobre el dominio en el mundo andino, basándose en la cristianización de los indígenas infieles y la civilización de los territorios ocupados. Desde esta perspectiva, la Corona pretendía asegurar un derecho de continuidad al dominio que los incas ejercían sobre las poblaciones andinas. Sin embargo, era fundamental someter la línea parental de Manco Inca, ya que él fue el único que planteó una lucha de resistencia contra la invasión hispánica con el grado de legitimidad correspondiente. La situación de la conquista, marcada por la rebeldía de muchos conquistadores, llevó a la Corona a ceder una pequeña parte de lo obtenido a la línea de Manco Inca a través de estas mercedes. Con ello, la Corona demostraba su capacidad para imponer un orden colonial bajo su control, donde las élites indígenas se convertían en parte del dominio colonial.

A pesar de aceptar la sumisión y lealtad a la Corona mediante el ofrecimiento del perdón real y la concesión de mercedes, se apreciaba un descontento entre los incas de Vilcabamba respecto al lugar que les correspondía en la nueva sociedad colonial. Sayre Túpac manifestó su desencanto durante una cena organizada por el virrey y toda la corte de Lima para recibir el perdón y los beneficios de la cédula real, comparando el mantel que poseía por derecho de sus antepasados (refiriéndose al Imperio) con la hilacha que ahora recibía de los españoles (las encomiendas). Esto reflejaba la insatisfacción de los incas de Vilcabamba con las concesiones otorgadas por la Corona española entre 1548 y 1554.

Los derechos que reclamaban derivaban de su linaje noble incaico, que los identificaba como líderes de panacas, ahora representando las principales figuras del antiguo Imperio. Estos linajes aristocráticos, que desde tiempos imperiales se consideraban con derechos sobre tierras y personas (moyas y yanas), cambiaron su estrategia de resistencia militar a una resistencia cultural en los primeros años de la colonia. Enfatizaron esta actitud, especialmente en sus festividades y rituales celebrados en su refugio, para afirmar que poseían los méritos necesarios para ser considerados los grupos de mayor jerarquía y con privilegios entre los dominados, al haber sido los antiguos y más poderosos señores de esas tierras. En este contexto, es crucial considerar el discurso de Sayre Túpac al dejar Vilcabamba para recibir el perdón real y las encomiendas ofrecidas, luego de consultar a los augures de su corte:

"Aquí, sin duda alguna, soy dueño de todo lo que desee, pues aquí todos los indígenas pueden servirme con sus mitas. Esto supone una gran labor tanto para ellos como para mí. Deben tener en cuenta que soy un joven belicoso, con el mismo valor que mis antepasados, cuya valentía reconocisteis. Sin embargo, es el deseo del Sol que me marche, porque así conviene a mi destino y para que mi poder se incremente, permitiéndome ser un remedio para mi linaje y para todos ustedes. Por ello, afirmo mi decisión de partir, aunque sea consciente de que podría costarme la vida. Aquellos que me apoyen en esta empresa, demuestran su lealtad y servicio hacia mí. Quienes opten por quedarse, pronto lamentarán su elección, y yo tomaré medidas al respecto, imponiendo castigos." [Énfasis añadido].

Este discurso, extraído de la probanza de Beatriz Coya, hija de Sayre Túpac, durante el juicio contra la Corona por la restitución de los indígenas de las encomiendas que les habían sido arrebatadas, expone los motivos fundamentales que llevaron a los incas de Vilcabamba a aceptar las reglas establecidas por los españoles y a defender sus derechos como nobles aborígenes.

Titu Cusi Yupanqui se guió por esta lógica de negociación, liderando a su parentela hasta su muerte en 1569. Vilcabamba, en ese momento, ya no era la próspera tierra del imperio inca, sino un refugio para los restos de la nobleza cusqueña. Productivamente limitada, posiblemente debido a su escasa población y a estar rodeada por el imperio español, recibía apoyo de etnias que buscaban vengarse de antiguas afrentas. Los últimos incas contaban con pocos nobles y aún menos yanaconas o mitmas, quienes habían huido del Cusco o estaban siendo diezmados por el medio ambiente, plagas y enfermedades. Sin embargo, contaban con un cuestionable respaldo de algunas etnias y tribus amazónicas, al que Titu Cusi Yupanqui se refirió durante su entrevista con el oidor Matienzo.

Los registros de las incursiones incas en el territorio bajo dominio español describen más que simples campañas militares para enfrentar la presencia española. Más bien, reflejan intentos de negociar concesiones y beneficios, especialmente en el territorio ocupado por los encomenderos de Cusco y Huamanga entre Abancay y Andahuaylas, así como en Amaibamba, en la ribera izquierda del río Urubamba. No se puede descartar que muchas de las construcciones mencionadas anteriormente, ahora convertidas en sitios arqueológicos, continuaran cumpliendo, hasta bien avanzado el período de la conquista y la colonia, una de sus funciones principales durante la época inca: la producción para abastecer y satisfacer las necesidades de los guerreros vilcabambinos en su camino hacia los valles de Abancay.

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Los puntos de negociación establecidos por Titu Cusi Yupanqui reflejaban su estrategia para asegurar un espacio económico que sustentara la dignidad de su linaje familiar en el incipiente sistema colonial. Estos puntos estaban hábilmente definidos por una lógica incaica que buscaba conservar privilegios y estatus a través de conceptos como los mayorazgos y los derechos de las élites derrotadas. Para los incas de Vilcabamba, conservar la primacía de su linaje sobre otras estirpes nobles indígenas dentro del sistema colonial español era esencial para mantener el reconocimiento como la única línea de nobleza real legítima.

En este contexto, surgieron disputas entre diferentes linajes que buscaban una mayor legitimidad sobre la herencia incaica. Un ejemplo de ello es Sayre Túpac, quien consideraba que poseer las encomiendas era más un deber político familiar en su tierra natal.

Vilcabamba se destacaba como un bastión de resistencia en contraposición a otras élites incas y nativas de los Andes. Las negociaciones entre Titu Cusi y la Corona se centraban en concesiones significativas para ambas partes. Por un lado, la Corona legitimaba el gobierno colonial, asegurando la sucesión y el consentimiento de las noblezas nativas, mientras que para estas últimas significaba mantener su estatus y privilegios en el nuevo orden. Sin embargo, para el régimen inca de Vilcabamba, estas negociaciones planteaban un desafío fundamental en lo religioso.

La identidad de la sociedad vilcabambina estaba estrechamente ligada a la creencia en la autoridad religiosa del Inca como hijo del Sol y mediador entre el mundo de las deidades y el de los hombres. Esta creencia entraba en conflicto con la religión cristiana impuesta por los españoles. La jerarquía política y religiosa en Vilcabamba, estudiada por la historiadora Liliana Regalado, revela cómo la división de funciones políticas y administrativas estaba vinculada a las responsabilidades religiosas de los miembros de la élite dirigente. En Vilcabamba, esta dualidad y oposición se mantenían desde los tiempos de Manco Inca, siguiendo los principios andinos.

Tras el asesinato de Manco Inca, los regentes coronaron a Sayre Túpac, quien ocupaba el segundo lugar en la línea de los guerreros y detentaba poder temporal. Mientras tanto, Titu Cusi, hijo mayor de Manco Inca y líder principal en la línea sacerdotal, mantuvo su posición como sumo sacerdote, dejando a Túpac Amaru I en segundo lugar en la línea sacerdotal hurin, posiblemente elevando a un capitán de la nobleza al segundo puesto en la línea de los guerreros. Más tarde, tras la muerte de Titu Cusi, Túpac Amaru I lo sucedió, ascendiendo a la línea de los guerreros, mientras que el hijo de Titu Cusi, Quispe Titu, asumió el cargo de sumo sacerdote del Sol.

Esta estructura de gobierno, como sostiene la historiadora Regalado, experimentó perturbaciones fundamentales en dos ocasiones. La primera ocurrió cuando Sayre Túpac abandonó Vilcabamba y se convirtió al cristianismo, y la segunda cuando Titu Cusi, quien había fungido como sacerdote y ahora como Inca (aunque de manera interina, según sus propias palabras), también se convirtió al cristianismo y permitió la entrada de frailes evangelizadores como parte de los acuerdos para negociar con los españoles. Estas concesiones provocaron conmoción entre los seguidores incas, ya que representaban un alejamiento de sus tradiciones y creencias.

Los primeros sacerdotes católicos ingresaron a Vilcabamba en 1565, como parte de los acuerdos pactados por Titu Cusi, para educar a su hijo Quispe Titu y contribuir a la construcción de una iglesia en Carco. Desde la llegada de Rodríguez de Figueroa, Titu Cusi mostró tolerancia hacia la propagación del cristianismo en sus territorios e incluso se dejó bautizar. Solicitó activamente evangelizadores y la Iglesia católica en el Cusco respondió con entusiasmo a sus peticiones. En 1568, Titu Cusi recibió personalmente a una comisión de frailes y vecinos, se bautizó nuevamente con el nombre de Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui, y una de sus esposas fue bautizada como Angelina Polan Quilaco. Es posible que Titu Cusi introdujera el cristianismo en sus dominios con la esperanza de preservar lo que quedaba de las noblezas incas.

Entre 1565 y 1568, la actividad misionera, aunque modesta, fue intensa gracias al padre Antonio de Vera, quien luego fue sucedido por los frailes agustinos fray Marcos García y Diego Ruiz Ortiz. Fray Marcos García destacaba por su profunda convicción religiosa, mientras que Diego Ruiz Ortiz había participado en la evangelización y extirpación de la idolatría en varias regiones. Comenzaron su labor misionera solicitando permiso al Inca para establecer una iglesia en Huarancalla (hoy Layancalla). Fray Marcos García se estableció en Puquiura, cerca del río Apurímac, junto con Martín Pando, entre Carco y posiblemente Andahuaylas, donde fundaron capillas, erigieron cruces y bautizaron a los lugareños. Incluso los pilcozones, una etnia amazónica, solicitaron ser bautizados. Sin embargo, los nuevos conversos continuaban practicando sus antiguas costumbres idolátricas, lo que generaba conflictos con los frailes. Este período representó la primera oportunidad para que los frailes ingresaran a Vilcabamba, conocida como la "universidad de la idolatría", y probablemente tuvo lugar en 1569, cuando el Inca dictó su famosa "Instrucción..." en 1570, expresando su voluntad personal de convertir a las etnias amazónicas. A pesar de esto, los frailes percibieron que tanto el Inca como los bautizados mostraban un entusiasmo superficial por el cristianismo, compartiendo aún sus antiguas creencias. El trágico clímax de esta historia se alcanzó cuando los frailes convocaron a los indígenas cristianos para destruir el adoratorio de Yurac-Rami en Chuquipalta, lo que desencadenó la destrucción del templo del Sol en Puquiura.

En un contexto tan tenso como este, los principales opositores a la evangelización eran los capitanes guerreros incas, quienes ocupaban roles clave en el gobierno y la defensa. Esta réplica del antiguo Imperio, como señala el historiador Hemming, presentaba una debilidad fundamental: la escasez de mano de obra para la agricultura y la defensa. Aunque los capitanes permitieron las negociaciones entre Sayre Túpac y Titu Cusi, lo hicieron porque formaban parte de la élite dirigente de Vilcabamba y disfrutaban de los privilegios que la sociedad inca intentaba conservar basándose en modelos sociales anteriores. Sin embargo, la principal limitación para replicar el modelo clásico del Tahuantinsuyo siempre fue la falta de mano de obra. Esta situación explica por qué las conversaciones se prolongaron y por qué los acuerdos finalmente no se cumplieron, siendo la oposición de los capitanes un factor determinante. Titu Cusi lo expresó claramente al licenciado Matienzo, explicando que la imposibilidad de devolver los indígenas secuestrados en las zonas de Apurímac y Amaibamba se debía a la oposición de sus capitanes.

Matienzo comprendió esta situación y, por ello, propuso la posibilidad de replicar el modelo mitma inca, es decir, compensar a los encomenderos trasladando indígenas de otras regiones para sus servicios. Esta propuesta se alinea con el motivo por el cual Titu Cusi solicitaba autorización a la Corona para fundar pueblos en Amaibamba y Piccho, donde no había presencia española alrededor. Aparentemente, buscaba satisfacer las necesidades de su propia familia, así como los intereses de sus capitanes, al tiempo que evitaba la entrada hispana a una región presumiblemente rica en oro y plata.

El problema crónico de despoblación, las agresivas campañas evangelizadoras de los frailes, la demora en la confirmación de los acuerdos de Acobamba por parte del rey, la intensificación del celo religioso de los sacerdotes andinos y los intereses creados por los capitanes incas intransigentes, que se fortalecieron con los asaltos y secuestros de indígenas, junto con la amenaza constante de invasión al pequeño Estado vilcabambino, crearon una atmósfera que llevó a la muerte de Titu Cusi Yupanqui, probablemente envenenado por sus propios súbditos que veían amenazados sus intereses frente a su política negociadora y la tolerancia hacia la introducción del cristianismo en sus territorios. Esto ocurrió en 1571, dejando a Vilcabamba sin un líder que pudiera llevar adelante las negociaciones.

Hasta ese momento, las principales defensas de Vilcabamba habían sido las cordilleras desérticas, el clima inhóspito y las guerras civiles entre españoles, así como las negociaciones con los incas. Sin embargo, estos factores perdieron relevancia con la llegada del nuevo virrey, Francisco de Toledo, en 1569, quien tenía la firme intención de reorganizar el virreinato y poner fin a las negociaciones.

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En la historiografía, se ha planteado el modelo de la monarquía teocrática hereditaria para describir el gobierno de los incas. Sin embargo, se ha sugerido la posibilidad de que existieran múltiples incas simultáneos, alcanzando hasta cuatro, cada uno gobernando de manera independiente. Este concepto se encuentra respaldado por investigadores como Duvioles (1980), María Rostworowski, quien en su capítulo "La diarquía entre los Incas" (1986: 130-179) y Martti Pärssinen en el capítulo 4 "La organización sociopolítica del Cusco" (2003), ahondan en esta idea.

Es importante señalar que, dentro de la dualidad étnica inca, los Hanan Cusco eran considerados los guerreros por excelencia, en contraposición a los sacerdotes pertenecientes a los Hurin, quienes estaban principalmente asociados con la etapa preimperial desde su fundador, Manco Cápac, hasta el último inca, Túpac Amaru. Sin embargo, María Rostworowski plantea la posibilidad de que también existieran sublinajes guerreros en Hurin Cusco, al igual que sacerdotales en Hanan. De los soberanos incas históricos, los tres conquistadores pertenecen al linaje Hanan y sus respectivas panacas: Pachacútec y Hátun Ayllu, Túpac Inca Yupanqui y Cápac Ayllu, y Huayna Cápac y Tumibamba Panaca, con la última panaca siendo la base para la fundación de un segundo Cusco en Quito. Estas panacas dieron origen a conflictos por la sucesión.

Una explicación proporcionada por Pärssinen (2003: 181) sugiere que las parentelas, divididas en tres categorías: Qollana, Payan y Kayaw (de mayor a menor estatus, respectivamente), obtenían mayor prestigio a medida que tenían un parentesco más cercano con el Inca gobernante en vida. Este último designaba a su sucesor o sucesores, lo que implicaba privilegios y beneficios para aquellos que estaban más próximos al Inca en el poder. Este sistema favorecía al monarca reinante y a su familia más cercana, pero generaba conflictos con los antiguos linajes que gradualmente quedaban en posiciones menos privilegiadas.

Por ejemplo, Paullu Inca, hasta entonces leal súbdito de Manco Inca, contó con la ayuda de la hueste dirigida por Diego de Almagro. A menudo, esta parte de la historia inca se interpreta como el comienzo de la conquista de Chile por los españoles y, por ende, como una extensión de la primera etapa de la conquista del Perú. Sin embargo, Almagro no logró obtener ningún beneficio significativo en su expedición, lo que provocó su regreso al Cusco con consecuencias graves, desencadenando la primera guerra civil entre los conquistadores.

La situación se complicó aún más con las conspiraciones lideradas por los hermanos de Manco Inca y figuras prominentes como Chilche, quien era el jefe de los mitmas cañaris designado por Huayna Cápac para servir en sus tierras personales en Yucay. Chilche se sometió a Pizarro incluso antes que Manco Inca, ofreciendo su lealtad y siendo nombrado administrador de las tierras que Pizarro había confiscado de Huayna Cápac (cf. Villanueva 1970: 6-10).

La guerra liderada por Manco Inca, desde su escape del Cusco en 1536 hasta su trágica muerte en 1545, abarcó cuatro aspectos fundamentales de manera intermitente. Inicialmente, se destacó por su vigor militar y luego se caracterizó por una combinación de incursiones militares y negociaciones políticas. No se puede pasar por alto el análisis realizado por el principal sacerdote andino, Vilaoma, quien identificó claramente que el mayor peligro para el Tahuantinsuyo residía en el conflicto con los españoles, quienes no venían a obedecer, sino a imponer su voluntad, con una cultura y religión diferente.

Otro foco de resistencia se estableció en Tarawasi, un centro ceremonial ubicado en Limatambo, cerca del Cusco y en el Chinchaysuyo. Es importante mencionar que Huayna Cápac, previamente, había impulsado el asentamiento en el valle de Yucay, trayendo dos mil mitmas del Chinchaysuyo y Collasuyo para cultivar una variedad de productos agrícolas.

En cuanto a la lucha interna entre los incas durante esta guerra, Murúa proporciona detalles sobre la dinámica de poder, destacando la fuga de Manco Inca a Calca en Yucay y la división de lealtades entre los nobles incas.

En términos de estrategia militar, tanto los incas como los españoles adoptaron tácticas específicas. Mientras los incas confiaban en los rituales tradicionales y en la masificación de sus fuerzas, los españoles, además de sus armas de fuego y caballería, demostraron astucia y, en algunos casos, valentía ciega. Hernando Pizarro incluso empleó el terrorismo como herramienta contra los prisioneros, cortando la mano derecha como escarmiento para el enemigo.

Al regresar al Cusco, Almagro otorgó la Maskaypacha a Paullu Inca, buscando así un aliado coronado en su lucha. Además, el envío de tropas leales a Manco Inca a Lima y Charcas entre 1536 y 1539 marcó un período de reconquista de los territorios perdidos.

Es relevante mencionar que la rama de los Sahuaraura, generada por Paullu Inca, representa una de las ramas conocidas de la línea sucesoria incaica.

En cuanto a la geografía estratégica, se propuso el uso de una ruta conformada por redes tributarias de ríos como el Pampas, Ene, Perené y Apurímac, como posible ruta de ingreso para un ferrocarril que uniera los centros arqueológicos adyacentes con Machu Picchu. Esta propuesta fue planteada por el autor citado como una alternativa para el desarrollo de la región.

Título del documento: "Registro auténtico de propiedades en Cotaqui, Vilca-Arpay y otros (Huanipaca) en 1618"

En el folio 24v de los registros antiguos de la sección colonial del Archivo Regional de Apurímac en Abancay, se encuentra un valioso documento titulado "Título de real composición de Cotaqui, Vilca-Arpay y otros (Huanipaca) Año 1618". Este título ha sido validado no solo por su antigüedad, sino también respaldado por testimonios de viajeros españoles del siglo XVIII, como Juan Arias Días Topete en 1710 (véase BUENO 1951 [1764-68]: 96-97; HUERTAS 1973: 204-207; ORICAÍN 1906 [1790]: 346-347).

En otro contexto, se hace referencia a la fortaleza de Rabantu, mencionada por Cusi Yupanqui en 1985 (1570: 28). Hemming sugiere que podría corresponder a Kúelap o Abiseo (véase 1982: 277-79). Para más detalles, consulte el Informe Antropológico adjunto.

Se relata también la contribución invaluable de Paullu Inca, hermano de Manco Inca, durante la conquista del Tahuantinsuyo. A cambio de su ayuda, recibió propiedades en el Cusco, incluyendo el palacio de Colcampata anteriormente perteneciente a Huáscar, tierras en Copacabana junto al lago Titicaca y Jaquijahuana en el Cusco. Además, se le otorgó la encomienda de Hátun Cana, habitada por los pueblos de Canas en el río Apurímac (922 indios tributarios y 4391 habitantes trasladados), en Muyna, en Condesuyos. Se le concedió también el reconocimiento de la legitimidad de todos sus hijos y un escudo de armas (véase HEMMING 1982: 304-6).

Entre los documentos relevantes, se encuentra la "Real Provisión de don Carlos V dada el 9 de febrero de 1554", presente en el folio 4v y 5r del documento 32, libro 6 de la Serie Colección Diego Felipe Betancur, en la sección de Libros antiguos, impresos y manuscritos del Archivo Regional del Cusco. Además, se cita la "Provisión librada en el tambo de Hátun Lucana el 1 de septiembre de 1548", presente en los folios 5r al 7v del mismo documento, mismo libro y serie.

Otro documento significativo es la "Real Cédula para que se informe acerca de ciertos indios y tierras que solicita Paullu Inga. 29 de noviembre de 1541" (véase MEDINA 1895: VI, 198).

Un testimonio adicional de la época, corroborando los relatos de los quipucamayocs, menciona cómo muchos caciques principales y otros indios, quienes se habían unido a Mango Inca, hermano de Paullu Inca, recibieron la promesa de seguridad y perdón por parte de Paullu si regresaban a la paz. Este testimonio es citado por LAMANA 1997: 250.

Vitcos se menciona como un poblado incluso antes de la época incaica, conquistado por Pachacútec y Túpac Inca.

El investigador Guillén identifica a Taraura como un poblado ubicado detrás del Cusco, que aún no estaba bajo el dominio incaico. Según documentos inéditos de Martín Pando, escribano de Titu Cusi Yupanqui, fechados en 1567 desde Taraura, donde se identifica a Taraura con Talawara. Siguiendo esta línea de investigación, se encuentra un documento en el Archivo del Ministerio de Agricultura de Cusco, relacionado con la hacienda Talahuara o Ccayarapampa, cerca del río Santa Teresa, que desemboca en el río Urubamba-Vilcanota cerca de Machu Picchu. Esta ubicación sugiere una posible extensión territorial de Vilcabamba como dominio incaico desde los márgenes del río Apurímac, hasta el margen del río Urubamba donde cambia a Vilcanota.

Los incas representaban una autoridad de suma importancia con un estatus tanto religioso como político. Su papel era esencial como mediadores entre el dios Sol y la tierra de los runas, gestionando tanto intercambios como conquistas, y contribuyendo a la construcción del imperio mediante negociaciones con los señores de los distintos grupos étnicos. Las panacas a las que pertenecían los incas gozaban de privilegios tanto sociales como económicos, consolidando así el poder del Imperio. Aunque tenían influencia en los asuntos políticos, la gestión cotidiana recaía en la burocracia imperial, conformada por élites tanto incas como no incas, quienes dependían del poder político y religioso centralizado.

El otro personaje relevante en este contexto fue Paullu Inca, designado por Almagro, quien logró adaptarse rápidamente a la hegemonía hispánica. Para una comprensión más detallada de las complicadas normas de herencia entre los incas, remitirse al apartado correspondiente en la investigación.

La actitud de los nobles incas durante la colonia, orientada a mantener su legitimidad como antiguos señores del Perú, se manifiesta en lo que John Rowe denominó el "Movimiento Nacional Inca". Este movimiento se expresaba en diversas formas, como desfiles públicos, vestimenta, genealogías, pinturas, retratos y literatura, especialmente a través de figuras como el Inca Garcilaso de la Vega. Esta actitud persistió hasta la rebelión de Túpac Amaru II, que marcó el comienzo de la supresión de las manifestaciones culturales incas (véase Rowe 2003).

Se detallan los nombres de los pueblos que se consideraban tributarios de Titu Cusi Yupanqui, aunque en realidad se identificaban como distintas etnias o provincias, lo cual sugiere una amplia extensión territorial de Vilcabamba como dominio incaico.

Asimismo, se documentan los pueblos encomendados y atacados por los guerreros de Vilcabamba, como se señala en "Tres documentos inéditos para la historia de la guerra de reconquista inca. Las declaraciones de Lorenzo Manko y Diego Yucra Tizona, servidores de Manco Inca Yupanqui y de Francisco Waman Rinmachi, testigos presenciales de los sucesos de 1533 a 1558".

Los enfrentamientos entre líneas familiares incas por el reconocimiento como las más legítimas durante la colonia fueron frecuentes. Destacan las disputas entre Manco Inca y Paullu Inca, tema explorado en trabajos de investigadores como Ella Dunbar Temple, Rostworowski y Horacio Villanueva Urteaga, entre otros.

En una emotiva confesión personal a Matienzo, realizada en el puente Chuquichaca, Titu Cusi revela su experiencia de destierro con lágrimas que conmovieron al Oidor, quien registra: "Lo primero que hizo fue darme cuenta de su destierro, con lágrimas que me movieron a compasión, escusándome de los saltos que había hecho, porque habían sido por los malos tratamientos que a él y a su padre habían hecho los españoles, perseguidos y dejados solo en esa tierra desfavorecida, donde se habían refugiado, encontrándose desheredados de todo el Perú, con escasez de recursos y obligados a obtener lo necesario por la fuerza si era preciso." (MATIENZO 1967 [1567]: 301).

En contraste con las élites incas y nativas de los Andes, Vilcabamba representaba un bastión de resistencia cultural. La mayoría de los curacas y orejones que apoyaron la caída del Imperio adoptaron nombres castellanos, usualmente de conquistadores o líderes hispánicos, seguidos por sus nombres andinos originales. Para adquirir este atributo, estos líderes nativos tenían que bautizarse, lo que les permitía integrarse al nuevo poder colonial.

Titu Cusi niega esta tendencia en su obra "Instrucción..." (CUSI YUPANQUI 1985 [1570]: 33-34). Incluso se ofreció a sí mismo para predicar y evangelizar entre los indios (cf. HEMMING 1982: 387, nota 18). Esta posibilidad no era remota, ya que los parientes cristianizados y los indígenas convertidos en general podían mantener sus tradiciones siempre y cuando eliminaran los nombres de los antiguos dioses y huacas, y los reemplazaran con el dios cristiano y sus santos. Los incas mismos utilizaron la religión como un medio político para consolidar su dominio, fusionando el culto al Sol con una variedad de dioses regionales.

La guerra de conquista también puede entenderse como una lucha entre dioses y religiones, donde el cristianismo emergió como el vencedor indiscutible en el mundo de los runas. Esta idea se refuerza en la narración de Rodríguez de Figueroa en su Relación de viaje, donde destaca el estatus de los capitanes del Inca, incluso al sentarse a su derecha durante la entrevista con Titu Cusi.

Fin

Compilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez

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