Expansión y Caída del Imperio Inca: Una Narrativa Histórica desde Pachacútec hasta Vilcabamba
Después de la victoria de los incas sobre los
chancas, en una alianza con las etnias quechuas y otras del valle del Urubamba
en Cusco, el príncipe Cusi Yupanqui, quien se proclamó líder indiscutible de la
nobleza inca con el nombre de Pachacútec, tomó una serie de decisiones
estratégicas. En primer lugar, exilió a su padre Wiracocha al palacio de
Pumamarca, situado en el valle del Corac cerca de Cusco. Posteriormente,
Pachacútec sometió a las etnias que habían apoyado a los Chancas: capturó a
Tocay Cápac, líder de los Ayarmacas, dividió su dominio en tres partes y,
finalmente, intentó reconciliarse con ellos otorgándoles el título de incas de
privilegio. Además, sometió a los Tambos y desplazó a los Pinagua, Cugma,
Huata, Huancayo y Toguaro.
Tras esta fase de conquista,
Pachacútec emprendió una serie de incursiones en alianza con las etnias que le
habían ayudado a derrotar a los chancas, e incluso con algunos chancas mismos.
En una sola campaña, conquistó territorios como Andahuaylas, Huamanga, Jauja,
Soras y Lucanas hasta el río Vilcas, tomando fortalezas y pueblos,
principalmente en áreas montañosas. De esta manera, estableció un territorio
independiente, asegurando alianzas, intercambios y sometimientos.
Posteriormente, el príncipe
Cápac Yupanqui (quien luego sería Túpac Yupanqui) y
otros nobles incas continuaron las expediciones hacia el norte, siguiendo un
modelo militar de tres divisiones, llegando hasta Cajamarca. Estas incursiones
evolucionaron hacia una conquista permanente durante el reinado de Túpac Inca
Yupanqui, hijo de Pachacútec, quien extendió el dominio inca sobre las
poblaciones altoandinas y costeñas hasta Tomebamba y el sur de Quito. Mientras
se consolidaba la provincia norteña del Chinchaysuyo, las regiones este, oeste
y sur también se integraban al imperio incaico.
La expansión hacia el este
comenzó tempranamente con Pachacútec, quien conquistó territorios hasta Vitcos
y Vilcabamba, que en ese momento estaban bajo el dominio de curacas locales.
Estos curacas, temerosos de la guerra, optaron por someterse al Inca, urdiendo
una estratagema para ganar su favor. Después de recibir emisarios de los
curacas, quienes fingieron haber decapitado a sus propios mensajeros para
demostrar lealtad al Inca, Pachacuti recibió oro y plata como muestra de
sometimiento. Aunque los relatos históricos varían en los detalles, es evidente
que Pachacuti expandió significativamente el territorio incaico durante su
reinado.
Después, Túpac Inca Yupanqui
lideró una expedición al Antisuyo que duró dos años, durante la cual mandó
construir grandes balsas fluviales para enfrentar a los chunchos y moxos,
tribus de la Amazonia que se extendían desde Cusco y Madre de Dios hasta
Bolivia. Esta campaña se extendió por otros cuatro años, durante los cuales intentó
someter también a los chiriguanas en la Amazonia boliviana. Durante este
período, conquistó a numerosas etnias amazónicas, incluyendo a los opataris,
manaríes, paucarmayos, yscayssingas, manupampas, chicorias, cayanpussis y
paucarguambos, estableciendo presencia en áreas que abarcaban las cuencas de
los ríos Urubamba, Manú, Inambari, Beni y hasta Mamoré.
Las conquistas hacia el oeste
y el sur, en las provincias del Contisuyo y del Collasuyo, fueron realizadas
por Pachacútec y Túpac Inca Yupanqui, quienes sometieron especialmente a los
collas y lupacas. Posteriormente, Pachacútec trasladó a muchos de los collas al
Cusco para contribuir en la construcción de los monumentales edificios que aún
perduran.
Los estudiosos del período
inca coinciden en identificar a Inca Yupanqui (Pachacútec) y su hijo Túpac Inca
Yupanqui como los principales conquistadores. Aunque hay menciones de
gobernantes incas míticos como conquistadores, nos enfocamos en los líderes
documentados, tomando como base las fuentes históricas que los identifican como
tales. Es importante destacar que los gobernantes incas no lideraban
personalmente todas las conquistas, sino que delegaban estas responsabilidades
a miembros de la nobleza inca, especialmente a sus hijos mayores o hermanos
capacitados para liderar empresas militares. Por ejemplo, Yamque Yupanqui, hijo
mayor de Pachacútec, fue conquistador del Chinchaysuyo, una región con una
larga tradición política y cultural. La confusión en algunas crónicas entre
Yamque Yupanqui y Cápac Yupanqui, incluso ubicándolos antes de Pachacútec,
sugiere la complejidad de la historia incaica y la dualidad del poder entre los
incas.
Entre las causas que
contribuyeron a la rápida expansión del dominio inca en menos de noventa años,
según Rowe, se pueden identificar varios factores significativos. Primero, la
desaparición de dominios hegemónicos como los imperios Wari y Puquina dejó un
vacío de poder, lo que llevó a las diferentes etnias, curacazgos y señoríos a
competir entre sí por el control de mano de obra y tierras. Este contexto de
disputas territoriales facilitó la expansión del imperio inca.
Segundo, se registró un
probable crecimiento demográfico tras un período de óptimo climático entre los
siglos IX y XIV. Este aumento poblacional impulsó a las tribus y etnias a
buscar oportunidades de expansión, especialmente en las regiones altas de los
Andes. Esto se reflejó en las migraciones de los collas, puquinas y chancas,
así como en fenómenos similares en la costa norte del Perú, como el caso de los
chimú.
Una tercera causa importante
podría ser de carácter religioso. Mientras que los chancas promovían su
programa de expansión religiosa llevando su pacarina Usco Vilca a diversas
regiones, incluyendo el valle del Urubamba, el Condesuyo y el Collasuyo, los
incas reafirmaron su mensaje religioso, especialmente a partir de Pachacútec.
Cada victoria militar para los incas representaba el cumplimiento de un ciclo
mítico de expansión que justificaba su devoción al culto solar. Durante el
reinado de Pachacútec, se oficializaron ritos y ceremonias con sacrificios
humanos en honor al Sol, consolidando así el culto solar como una fuente de
legitimidad panandina que incluso empezó a superar al culto de Viracocha.
Es importante destacar que
durante este período se llevó a cabo una gran reforma religiosa impulsada por
Pachacútec, que incluía el desplazamiento del culto a Viracocha y la promoción
del culto solar. Además, se iniciaron grandes construcciones de estilo
imperial, influenciadas por modelos megalíticos altiplánicos y llevadas a cabo
por constructores collas, como un homenaje al Sol y una manifestación del
poderío del imperio inca.
En un contexto como el
descrito, es altamente probable que las conquistas incas estuvieran
influenciadas por coyunturas y situaciones específicas que les permitían
organizar sus campañas de conquista de acuerdo con las particularidades de la
difícil y complicada geografía de los Andes centrales. Las experiencias previas
de imperios ya desaparecidos, como Wari y Tiahuanaco, proporcionaron lecciones
valiosas, y la rápida expansión inca siguió patrones que combinaban métodos de
conquista por la fuerza, favores y reciprocidad, intercambio de mujeres y
alianzas con los líderes locales.
Además, la posibilidad de
continuas y constantes rebeliones, especialmente durante el ascenso de un nuevo
Inca, era una preocupación constante. Cada gobernante tenía la responsabilidad
de reconquistar y volver a dominar antiguos súbditos y territorios ya sometidos
por sus predecesores. Los territorios inicialmente sometidos, como aquellos
señalados en las crónicas de Cieza y Sarmiento, como el país de los Quechuas,
Abancay, Apurímac, Curaguasi, Cochacaxa, Curamba y Andahuaylas, fueron
revisitados por Túpac Inca Yupanqui con el fin explícito de reafirmar el dominio
y los derechos del imperio.
Esta inestabilidad entre los
pueblos sometidos al poder inca se convirtió en una situación trágica, ya que
impulsó el levantamiento de grupos como los cañaris y chachapoyas durante las
disputas entre Atahualpa y Huáscar. Los cañaris, por ejemplo, se unieron
lealmente al monarca residente en Cusco, guardando cierto resentimiento por el
exterminio llevado a cabo por Túpac Inca Yupanqui durante su primera conquista
y por Huayna Cápac. Por otro lado, los chachapoyas sirvieron primero a
Atahualpa y luego, tras su caída, a Francisco Pizarro, lo que ilustra cómo se
reproducía constantemente el dominio imperial.
La política de dominio
imperial respondía a la necesidad de contener, mediante varios medios, a
poblaciones organizadas en sistemas sociales complejos, ubicadas en vastos y
ásperos territorios. Estos territorios se extendían desde Pasto, en el sur de
Colombia, hasta el río Maule en Chile y más allá, incluyendo zonas de
influencia en el sur de Bolivia y el norte de Argentina, siempre bordeando las
laderas orientales de los Andes e incluso adentrándose en las cuencas de los
ríos Ucayali, Urubamba y Tambo, llegando hasta el pongo de Mainique en Madre de
Dios. Además, existían posibles influencias de intercambio comercial y de dones
y contraprestaciones con etnias amazónicas que se extendían hasta la frontera
con Brasil.
El rápido crecimiento de esta
zona de dominio inca en la cordillera de los Andes requirió la implementación
de diversas modalidades de control en la ocupación de los nuevos territorios.
Estas modalidades incluían la asignación de mitmacunas o mitmas, yanaconas o
yanas, pinas, mamaconas y acllas. El método de dominio era dinámico, complejo y
adaptable, y requería que las poblaciones con las que interactuaban dieran algún
tipo de consentimiento a través de sus liderazgos locales. Por lo tanto, el
control sobre las etnias sometidas a través de sus líderes era fundamental para
el dominio del territorio, el cual presentaba fronteras fluctuantes y una
población sometida a las adversidades de una geografía agreste. Los incas
dependían, en gran medida, de los compromisos establecidos con aquellos que se
sometían voluntariamente.
Otra modalidad de dominio
consistía en el establecimiento de ciudadelas y llactas en áreas estratégicas
para el control económico, productivo y militar. Estas estructuras fortificadas
permitían a los incas mantener su presencia y ejercer su autoridad de manera
más efectiva en las regiones conquistadas.
***
Huayna Cápac ejerció su
gobierno hasta aproximadamente 1525, cuando su fallecimiento ocurrió en el
norte del Imperio, dejando pendiente la designación de un sucesor capaz de
mitigar la ambición de otros contendientes por la mascaypacha, símbolo del
poder supremo. La sucesión planteaba un desafío complejo para un Imperio recién
establecido por Pachacuti, quien revitalizó antiguos patrones y principios
andinos que, al parecer, no garantizaban la estabilidad necesaria para una
estructura política imperial sólida. El dualismo de las jefaturas de los ayllus
y etnias, divididas en hurin y hanan, representaba un modelo predominante de
gobierno en los Andes, sugiriendo una organización política intrincada para el Tawantinsuyo.
En la tradición
historiográfica, se ha debatido sobre el modelo de la monarquía teocrática
hereditaria. No obstante, independientemente de las discrepancias en torno al
modelo de sucesión inca, existían ciertos requisitos que cada aspirante debía
cumplir para ser considerado seriamente en la disputa por la mascaypacha. Estos
requisitos incluían la influencia de las parentelas maternas (panacas), el
examen ritual de las vísceras de llama (callpa), la elección basada en las
habilidades personales del aspirante contrastadas con las señales divinas, el
control sobre la producción agrícola, la expansión de la parentela a través de
alianzas matrimoniales, y el prestigio de los ancestros en la jerarquía inca,
todos mecanismos de legitimación.
Hacia 1527, el Imperio Inca se
encontraba en una encrucijada crucial para consolidar su estabilidad política.
Túpac Inca Yupanqui había conquistado territorios en el norte del Perú y en los
Andes ecuatorianos, sometiendo a los tallanes, cayambis y cañaris. Sin embargo,
estos últimos ofrecieron una feroz resistencia, lo que llevó al inca a tomar
medidas drásticas que diezmaron a gran parte de su población. Posteriormente,
Huayna Cápac continuó la expansión territorial, llegando hasta el sur de
Colombia y sometiendo parcialmente a los pastos y popayanes, conocidos por su
falta de cohesión política y por practicar el canibalismo. Esta extensión
territorial demandó la creación de nuevos centros de control y dominio
efectivo; así, Huayna Cápac fundó Tumibamba (actual Cuenca) y erigió un segundo
Cusco. Estos eventos, tanto las conquistas como la fundación de ciudades, eran
cruciales para consolidar los grupos de poder, las panacas, no solo en términos
de control político, sino también para reforzar sus derechos sucesorios.
Según las crónicas y los
historiadores que han seguido los dramáticos sucesos durante el ascenso de un
nuevo gobernante inca luego de la muerte de Huayna Cápac, sostienen que el
sucesor fue Ninan Cuyochi, un infante apenas recién nacido que no sobrevivió a
la muerte de su padre. Luego, fue nombrado Huáscar, gobernador del Cusco y, por
ende, su correinante, aunque no recibió la confirmación adecuada del soberano
fallecido. Huáscar, hijo de Huayna Cápac y miembro de la rama guerrera inca de
los Hanan Cusco, descendiente de la panaca de Túpac Inca Yupanqui, tuvo que
enfrentar las insurrecciones de Cusi Atauchi y otros hermanos, así como la
oposición del clero tradicional, albaceas y generales de su propio padre,
quienes favorecían a Atahualpa. Por otro lado, Atahualpa, hijo de una noble
palla cusqueña y también perteneciente a la panaca de Pachacuti y de la línea
de Hanan Cusco, impulsado posiblemente por los nuevos intereses en el norte y
por los generales de su padre, desafió a su hermano Huáscar en una lucha por el
trono que culminó en varias batallas, siendo Huáscar finalmente derrotado en la
batalla de Cotapampa y ejecutado en Andamarca junto con toda su parentela,
descendiente de la panaca de Túpac Inca Yupanqui.
Hasta aquí, el registro
histórico del imperio inca se reduce a una serie de luchas, conflictos y
traiciones por el acceso al trono imperial. Cada vez que moría un emperador, se
formaba una nueva panaca integrada por sus hijos y, eventualmente, hermanos
importantes, creando así fuentes de riqueza (tierras, yanas y mitmas) para
mantener el recuerdo, el prestigio y el potencial político de los descendientes
agrupados en una panaca. En ocasiones, estas panacas buscaban nuevos recursos
para distribuir entre sus aliados, lo que generaba tensiones por acceder a
tierras, mano de obra y producción agrícola y minera, incluyendo el acceso a la
Maskaypacha. Estas situaciones provocaban más luchas y conflictos, aumentando
la necesidad de expandirse a más territorios, crear espacios de apropiación
personal y emprender costosas empresas constructivas para realzar el prestigio
de la panaca y reforzar las infraestructuras burocráticas en los territorios
sometidos. Además, las diferentes etnias y naciones andinas que habían sido
sometidas veían en estas luchas entre las élites gobernantes la oportunidad de
obtener concesiones y ventajas, ya sea como grupos étnicos, mitmas o yanaconas.
Así, los competidores,
respaldados por sus respectivas panacas de origen, aprovechaban estos grupos de
poder para alcanzar la jefatura imperial. Por su parte, las panacas,
especialmente las de Pachacuti y Túpac Inca Yupanqui, buscaban recuperar los
antiguos privilegios que disfrutaron bajo los primeros emperadores a través de
los incas en conflicto. La disminución de los beneficios y el predominio de las
panacas recién establecidas de Huayna Cápac y Huáscar, quienes dejaban la
jefatura del Cusco para asumir el gobierno, indicaban que el diseño jerárquico
establecido por Pachacuti para mantener las ambiciones de las élites incas estaba
llegando a un punto de agotamiento. En la lucha por la sucesión, los
descendientes de Pachacuti en Cusco también respaldaron a Atahualpa. Sin
embargo, resulta difícil explicar los motivos que llevaron a las panacas de
Pachacuti y Túpac Inca Yupanqui a enfrentarse durante el período de Huáscar, lo
que terminó por destruir tanto a ellos como a su propio Imperio.
En el caso de Huáscar y
Atahualpa, está claro que ambos intentaban afirmar sus derechos sobre el
Imperio, a pesar del nombramiento de Huáscar por su padre. Ambos continuaron
con políticas de expansión y construcción para consolidar sus derechos a la
primacía del gobierno. Mientras Atahualpa y los generales de su padre
continuaban conquistando territorios en el norte del Tahuantinsuyo o
consolidando lealtades en áreas ya sometidas, además de realizar construcciones
en Quito, Huáscar, por otro lado, se unió a los Hurin Cusco y amenazó con una
contrarreforma religiosa que implicaba la eliminación de las momias, lo que
abriría la posibilidad de confiscar tierras de las panacas que no reconocieran
su autoridad. Esta acción, junto con su deseo de construir palacios en Calca,
formaban parte de su intento de afirmar sus derechos sobre el gobierno del
Imperio.
***
Cuando Francisco Pizarro
contactó por primera vez con los súbditos de los Incas de tierra firme en
Tumbes en 1529, se enteró de la lucha entre los principales señores.
Aprovechando esta situación, no perdió la oportunidad de llevar a cabo una
audaz acción en la plaza de Cajamarca en la que capturó al inca Atahualpa,
quien hasta ese momento había triunfado en la guerra entre panacas, y lo
mantuvo fuera del escenario durante un año antes de ejecutarlo. De esta manera,
Pizarro se presentó como el restaurador de las tradiciones imperiales que por
un momento habían sido amenazadas por Huáscar. Esto ocurrió en el año 1533, y
ante la necesidad de tener un jefe nominal inca, Pizarro hizo nombrar en ese
momento a un sucesor ficticio de Atahualpa: Túpac Huallpa, y emprendió su
marcha hacia el Cusco.
Las fuerzas de Atahualpa
habían logrado controlar los Andes centrales, desde Quito hasta Jauja, Vilcas,
Andahuaylas, Abancay y Cusco. Sus generales, Calcuchimac y Quisquis, lideraban
la reconquista del Imperio, comenzando por el exterminio de la panaca de Túpac
Inca, que había apoyado a Huáscar. Mientras tanto, el grupo español liderado
por Francisco Pizarro continuaba su avance hacia el Cusco. A lo largo de su
travesía, desde Cajamarca y durante todo el viaje, encontraron el apoyo de
líderes étnicos como los cañaris, chachapoyas y huancas. También se les unieron
los sobrevivientes del bando de Huáscar y otros miembros de la nobleza inca,
entre los que destacaban Manco Inca y Paullu Inca.
Manco Inca y Paullu Inca,
también hijos de Huayna Cápac, habían permanecido al margen de la lucha entre
sus hermanos mayores, lo que los había mantenido a salvo de las persecuciones
de Atahualpa y sus generales que afectaron a la familia imperial. Ambos hijos
se unieron a la hueste conquistadora. Manco Inca, respaldado por Paullu Inca, se
ofreció a combatir contra las tropas de Quisquis estacionadas en Cusco y, a
cambio, solicitó a Pizarro que eliminara a Calcuchimac, el líder atahualpista
capturado. Tras este primer encuentro entre jefes incas y españoles, entre
Vilcaconga y Jaquijahuana (actual provincia de Anta), Pizarro cumplió con la
petición de Manco Inca y eliminó a Calcuchimac. Mientras tanto, Quisquis dejó
la capital imperial a merced de Manco Inca al encontrarse en territorio
enemigo. Manco Inca entró triunfalmente en el Cusco y, con la ayuda de Pizarro,
se autoproclamó inca sin cumplir los rituales tradicionales en 1533. De esta
manera, la nobleza inca debilitada, no alineada con Atahualpa ni con Huáscar,
pudo contar con un auqui que seguiría las tradiciones imperiales. Manco Inca
había sido el guardián de la panaca de Huayna Cápac y custodiaba su momia,
mientras que Paullu Inca, quien también era nieto de un importante jefe de los
Guayllas, tenía un considerable ascendiente en la región de Charcas y Lupacas
en la actual Bolivia, y emprendió una campaña de reconquista en el sur del
Imperio que había perdido parte de su autoridad debido a las guerras civiles
entre las panacas.
Sin embargo, en el Cusco, el
desencanto fue total. Francisco Pizarro y Manco Inca tuvieron que enfrentar la resistencia
atahualpista de Quisquis en Jauja, donde los aliados huancas (en realidad más
cercanos a Pizarro que a Manco Inca) estaban siendo amenazados. Estos aliados
fueron derrotados por las fuerzas imperiales del sur, lideradas por Manco Inca,
y los cincuenta españoles de Hernando de Soto, en Maraycalla en mayo de 1534,
antes de huir hacia el norte. Hasta ese momento, el impacto de la presencia de
los conquistadores fue notable. Contaban con la simpatía disminuida de los
nobles incas, quienes no aceptaban completamente la autoridad de Manco Inca,
además de su propia dependencia para legitimar su liderazgo. Sin embargo,
también contaban con el apoyo de las principales y más guerreras naciones del
Imperio recién formado, como los cañaris, chachapoyas y huancas. Además, se
beneficiaban del prestigio otorgado por su tecnología bélica superior y,
crucialmente, se enfrentaban a epidemias que diezmaban a la población y
debilitaban el sentido religioso de las poblaciones andinas frente a la
agresiva evangelización cristiana.
Manco Inca logró permanecer en
el Cusco, pero la avaricia y la explotación de los conquistadores, tanto de los
líderes como de sus subalternos, humillaron tanto su dignidad que las naciones
ya no lo obedecían sin el consentimiento de sus "aliados españoles",
ni siquiera los yanaconas y mitmacunas, lo que lo convirtió prácticamente en un
títere. El imperio de los incas, o Tahuantinsuyo, había sido gravemente herido
en su núcleo político: el Inca, líder y hijo de la deidad solar en la tierra,
había perdido la autoridad legítima para unir a las diversas naciones y tierras
que había gobernado durante noventa años.
Ante esta situación, la
decisión era clara: seguir con la ficción de un reinado sin autoridad real o
iniciar una lucha y resistencia para recuperar el dominio completo sobre esas
tierras y pueblos. Para Manco Inca, la elección no fue difícil; planteó la
guerra contra los cristianos en todos los ámbitos: político, económico,
religioso y militar.
El primer paso en esta
resistencia fue escapar a Calca, la antigua residencia de Huayna Cápac y lugar
de esparcimiento del soberano, que se convirtió en el primer refugio de Manco
Inca. Luego se escondió en Tampu (Ollantaytambo), un centro de almacenamiento y
administración inca desde donde pudo coordinar, organizar y dirigir los ejes de
resistencia en todas las regiones sobre las que aún tenía autoridad,
especialmente en el aparato burocrático, militar y religioso cercano al Cusco.
***
La elección de Tampu, también
conocido como Ollantaytambo, como destino de la fuga de Manco Inca no fue
fortuita, y varios motivos respaldaban esta decisión. En primer lugar, esta
región era una zona anexada al Imperio destinada como despensa de los incas,
con una notable capacidad productiva y diversificada. Además, su cercanía al
Cusco y sus conexiones con Vilcabamba y Anta en caso de necesidad la hacían
ideal para refugiarse.
En particular, la
infraestructura agrícola y de producción en esta área, especialmente en las
tierras del Inca y del Sol, permitía un aprovechamiento intensivo de la
población asentada en el lugar. Se estima que, en su extensión total, que
incluía Quente-Torontoy Cusichaca y Ollantaytambo, podía mantener a una
población de hasta cien mil personas en una temporada. Esta área ofrecía a
Manco Inca la posibilidad de escapar del Cusco y mantenerse a una distancia
prudente, con la intención de luego intentar la recuperación de la ciudad.
Además, la estrategia de
recuperar el Cusco implicaba rodearla por sus cuatro salidas, y Ollantaytambo
proporcionaba esa ventaja. Sus salidas hacia el Antisuyo, en dirección a
Huayopata y Amaibamba, o la conexión con Anta y Limatambo en el Chinchaysuyo,
eran relativamente accesibles. Partiendo desde la quebrada de Patacancha y las
punas de Pumamarca en Tambo, había caminos, corredores y una red de tambos y
miradores conectados entre sí que atravesaban el monte Salcantay y desembocaban
en Mollepata, Marcahuasi y el río Apurímac. Esto facilitaba la movilización de
contingentes hacia la zona de conflicto.
***
Según la tradición histórica,
en mayo de 1536, Manco Inca reunió un formidable ejército con el objetivo de
tomar la ciudad del Cusco. El asedio se prolongó durante diez meses, siendo
dirigido por Manco desde Calca mientras mantenía el control sobre Yucay. La
defensa del Cusco contra las fuerzas de Manco Inca, que cercaron la ciudad
desde todos los flancos, contaba también con fuerzas imperiales bajo el mando
de sus hermanos y rivales de otras panacas. Además, los contingentes defensivos
incluían cañaris, chachapoyas, mitmas y grupos étnicos recién llegados junto
con los españoles, liderados por Chilche y los huancas, aliados de Pizarro.
Estos huancas, inicialmente empleados como auxiliares y cargadores durante el
saqueo de la ciudad, ahora se encontraban defendiéndola contra Manco Inca.
La defensa, confiada a los
contingentes incaicos y a los aliados étnicos de los españoles, quienes estaban
a cargo, logró resistir los repetidos ataques de una estrategia poco acertada
por parte de Manco Inca. Este estaba además limitado por imperativos andinos
frente a la lógica y práctica occidental del combate. Como resultado, Manco
Inca no logró capturar la ciudad y la mayor parte de sus fuerzas se retiraron a
Sacsayhuamán. Allí, proporcionaron un gran alivio a los cristianos con la llegada
de numerosos indios, quienes, al ver la necesidad y el hambre que sufrían,
contribuyeron al suministro de alimentos para ellos y los indígenas que los
ayudaban.
Sacsayhuamán, una construcción
inca que nunca fue completada, se convirtió en un bastión y fortaleza para las
fuerzas de Manco Inca, antes de ser capturada por la alianza hispano-indígena.
Con el tiempo, muchas edificaciones incas similares asumieron el papel de
fortalezas debido a las exigencias de la guerra.
Hacia mayo de 1537, las
fuerzas de Manco Inca se vieron obligadas a retirarse y comenzaron a
dispersarse, ya que no podían mantener un prolongado asedio sin descuidar las
cosechas, que constituían la única fuente de subsistencia para los runas y sus
ayllus. Además, Ollantaytambo ya no ofrecía seguridad ante la llegada de más
refuerzos españoles, liderados por Alonso de Alvarado, y especialmente debido
al regreso de Diego de Almagro con el príncipe Paullu, quien dejó de reconocer
la autoridad de su hermano y aceptó ser coronado en su lugar con la Maskaypacha.
Manco Inca se retiró de
Ollantaytambo a Vitcos, seguido por algunos miembros de la nobleza inca con el
objetivo de reorganizar sus fuerzas y protegerse de la persecución de Almagro,
los Pizarro, sus propios hermanos y antiguos súbditos en Cusco. Tras esta
retirada, el Tahuantinsuyo como entidad política imperial inca desapareció de
la historia. Solo quedaron grupos nobles dispersos que, en algunos casos,
alternaron entre la lucha y las negociaciones hasta 1572. En otros casos, se
produjo la incorporación de privilegios temporales y perpetuos (como el
Marquesado de Oropesa), mientras se consumaba la conquista.
***
Después del fracaso en la toma
de Cusco y Lima en febrero de 1538, y ante las persecuciones organizadas por
Diego de Almagro y Hernando Pizarro, con la colaboración de nobles incas, Manco
Inca decidió retirarse a Vitcos. Siguió la ruta a través del abra de Málaga o
Panticalla y el río Lucumayo, una zona de difícil acceso que conducía a los
antiguos palacios de Huamanmarca, pertenecientes a Pachacuti y habitados
entonces por mitmas chachapoyas. Al entrar al valle de Amaibamba para cruzar el
río Urubamba por el puente de Chuquichaca, Manco Inca atacó a los mitmas
chachas que habían estado colaborando con los españoles en su captura.
La retirada de Manco Inca fue
emocionante, ya que aún albergaba la esperanza de organizar desde las montañas
de Vilcabamba la expulsión de los españoles. Para ello, contaba con ejércitos
en el Collao, Contisuyu, Conchucos y Huánuco. Además, se organizaron intentos
de resistencia y apoyo a los conquistadores entre las diferentes etnias en el
Collao, la región huanca, la sierra central y el callejón de Huaylas, lo que
reflejaba la profunda fragmentación y rivalidad interétnica avivada por la
presencia de los españoles.
Manco Inca pudo organizar la
resistencia desde su refugio en Vitcos a través de las redes de gobierno que
aún conservaba, incluyendo su ejército, que no se disolvió hasta las derrotas
de 1539 y 1541. Además, contaba con la disposición de caminos que atravesaban
toda la región de Vilcabamba, que había pasado de ser un territorio de
colonización inca a una zona completamente de refugio. Estos caminos incluían
la ruta que Pedro Cieza de León mencionó, que iba de Vilcabamba a Huamanga, y que
aún se utiliza en la actualidad, especialmente por las poblaciones de Ayacucho
y Andahuaylas. Otros caminos pasaban por el río Apurímac hacia Vilcabamba,
Choquequirao y Vitcos, como se documenta en un texto de 1661. Manco Inca
también consideró una ruta fluvial que conectaba Vilcabamba con el centro y
noreste de los Andes, a través de los ríos Apurímac, Ene y Ucayali hasta el
Huallaga, que era frecuentada por la etnia piro en su comercio amazónico.
Por otro lado, Vitcos se
erigió como centro de gobierno con un carácter ceremonial y como lugar crucial
para la preservación de las tradiciones y la cultura inca. Sin embargo, también
se vio influenciado por las necesidades de la guerra y por su proximidad a las
tribus amazónicas, lo que resultó en la adopción de nuevos usos y costumbres.
Las ruinas más significativas del lugar incluyen Rosaspata, Chuquipallpa, el
pueblo de Pucquiura y Pampaconas. Las denominadas fortalezas de Huayna Pucara y
Machu Pucara, en un principio, funcionaron como centros de colonización y
avanzadas administrativas, para luego convertirse en refugios de los últimos
líderes de la nobleza orejona. Sin embargo, no fueron suficientes para detener
las expediciones de Rodrigo de Orgóñez y los Pizarro en 1539, aunque con un
alto costo para estos últimos, donde el Inca perdió a su esposa tras ser
sometida a una salvaje tortura por parte de sus captores.
Manco Inca aprovechó al máximo
las ventajas de esta herencia imperial desde su residencia en Vitcos. Sin
embargo, entre 1544 y 1545, fue traicionado y asesinado por perseguidores
almagristas a los que había brindado refugio, marcando así el fin de la etapa
de resistencia de uno de los linajes más prominentes del incario. Con su
muerte, dejaba el escenario listo para las guerras civiles entre los españoles,
que devastarían el país en los siguientes diez años.
***
La trágica partida de Manco
Inca marcó el desvanecimiento de un esfuerzo concertado por recuperar el
dominio de un imperio que había caído completamente en manos de los españoles.
Con la caída de los Pizarro, tanto Francisco en 1541 como Gonzalo en 1548, la
muerte de Paullu en 1549 y el establecimiento del virreinato como entidad
política de gobierno colonial, se inició un nuevo capítulo para ganar la
lealtad de los soberanos incas que aún resistían en Vilcabamba. A medida que la
mayoría del territorio quedaba sometido, Manco Inca había dejado de lado su
confrontación directa con los españoles, limitándose a observar las luchas que
estos desataban sobre su antiguo imperio. Sin embargo, su fallecimiento marcó
un cambio significativo. Su hijo Sayre Túpac, también conocido como Tabaco
Real, con apenas 11 años de edad, fue designado por los orejones refugiados de
Vilcabamba como el nuevo Inca, lo que profundizó su aislamiento en el
territorio.
En 1548, el presidente
licenciado Pedro La Gasca inició conversaciones con la corte de Vilcabamba a
través de familiares de Sayre Túpac que habían servido a la Corona española,
como su tío Paullu y una tía, Beatriz Yupanqui, esposa del conquistador Diego
Hernández. Estas negociaciones no eran nuevas, ya que previamente, Vaca de
Castro había intentado persuadir la rendición de Manco Inca, incluso
intercambiando regalos. En aquel entonces, Manco Inca había solicitado tierras,
sirvientes rucanas, lugares de esparcimiento, tierras de cultivo de coca, entre
otros territorios. Estaba reclamando las antiguas posesiones y privilegios de
sus ancestros entre los ríos Urubamba y Apurímac, que ahora estaban
parcialmente bajo su control. Esta demanda fue confirmada por el rey Carlos V
en una Real Provisión de febrero de 1554, que otorgaba tierras en Abancay,
devolvía propiedades en Cusco y asignaba tierras para asentamientos indígenas
en la campaña de Manco Inca.
La diplomacia entre los dos
grupos implicados y las concesiones realizadas ilustran los complejos juegos de
poder y las negociaciones que marcaron esta época, con la esperanza de
encontrar un equilibrio entre las aspiraciones del último linaje inca y los
intereses de la Corona española.
El licenciado Pedro La Gasca,
en 1548, decidió informar al rey después de enviar una expedición negociadora a
la corte de Vilcabamba y recibir la visita de emisarios del Inca para confirmar
la veracidad de las ofertas realizadas. Durante estas negociaciones, La Gasca
combinó gestos de buena voluntad y regalos con amenazas de captura si no
accedían a sus demandas. En ese momento, las exigencias de los regentes
coincidían con las establecidas por Manco Inca, posteriormente confirmadas en
la Real Provisión de 1554.
La provisión de La Gasca del 1
de septiembre de 1548 estableció una zona de ocupación en el río Apurímac, que
incluía el pueblo de Tacamarca, controlado por Pedro Alonso de Carrasco, y el
pueblo de Ancoy, en manos de Hernando Pizarro. Los territorios solicitados por
los regentes del nuevo Inca, Sayre Túpac, hijo de Manco Inca, abarcaban desde
el puente del río Apurímac hasta Abancay, comprendiendo ocho leguas hasta la
confluencia con el Apurímac y otras siete leguas desde Abancay hasta su
confluencia, junto con diez leguas a lo largo del río Apurímac, con el camino
real como límite, donde Choquequirao se encontraba unos kilómetros adentro.
Además, Sayre Túpac solicitó
90 fanegadas de tierras que pertenecieron a su padre Manco Inca, así como 20
leguas de tierras en Vilcabamba que sus antepasados habían desmontado para
cocales, pero que habían sido asignadas a Hernando Pizarro en la primera
distribución de encomiendas. También reclamaba los solares en el Cusco, el
asiento de Pumacurca con sus casas, en poder de Pedro Alonso de Carrasco, y los
asientos y solares en Jaquijahuana y Tambocancha, que habían sido las casas de
placer de Huayna Cápac. En total, solicitaba la cesión de 49 leguas que le
correspondían por derecho.
Las propiedades que
anteriormente pertenecían a los Pizarro y sus aliados se convirtieron ahora en
fichas de negociación con los incas de Vilcabamba, consideradas como una forma
de compensación por la Corona y una manera de restaurar la dignidad que había
sido arrebatada durante la conquista de estos territorios. Sin embargo, la
Corona no estaba dispuesta a permitir que Vilcabamba permaneciera bajo el
control de los incas, ya que esto representaba un riesgo para la estabilidad
regional y nacional, dado que podrían levantarse en armas en cualquier momento.
Este juego político entre los
españoles y los incas se ilustra claramente al considerar las ambiciones
frustradas de Paullu Inca, un aliado "incondicional" que solicitaba
las mismas tierras que el Inca sublevado ocupaba en la región, pero que nunca
fueron concedidas. Paullu Inca no era un aliado cualquiera; desde el principio
había colaborado con los españoles, aceptando su posición como colaborador
nativo. Sin embargo, los territorios que reclamaba, aunque difíciles de poblar,
no eran difíciles de dominar, como demostraron las campañas de Orgóñez y
Gonzalo Pizarro contra Manco Inca, y posteriormente de Toledo contra Túpac
Amaru I.
A pesar de ser respetado por
los curacas y tratado como un Inca legítimo por los habitantes indígenas,
Paullu Inca seguía siendo visto por los españoles como parte de la raza que
habían conquistado. Su posición era representativa, ya que también había sido
coronado como Inca, lo que tenía un significado considerable en un sistema
político tan frágil y conflictivo como el de la sucesión de los Sapa Incas.
Desde su conflicto con Manco Inca, Paullu Inca había demostrado su capacidad
para influir en la lealtad de los incas hacia la Corona española.
Muchos españoles miraban con
desconfianza a Paullu, y aunque él intentaba disimularlo según los documentos,
no dejaba de evidenciar su condición de pretendiente al trono incaico. Desde su
apoyo a un Manco Inca coronado hasta su alianza con Almagro cuando este triunfó
en Cusco, pasando luego al bando pizarrista tras la ejecución de estos últimos,
y finalmente sirviendo a la Corona con el triunfo de La Gasca. Esta actitud
revelaba su disposición a la lealtad solo cuando servía a sus intereses, como
lo demostró durante el cerco del Cusco por Manco Inca.
Según un testimonio, durante
este cerco, el mariscal Alonso de Alvarado instó a Paullu a enviar los diez mil
indígenas prometidos para atacar a los españoles por la retaguardia. Sin
embargo, Paullu evadió la solicitud, alegando que los indígenas llegarían ese
mismo día, lo cual no ocurrió. Esta actitud sugiere que Paullu no estaba muy
inclinado a atacar a los españoles, según el testimonio de un testigo.
Sin embargo, esta ambigüedad
no era exclusiva de Paullu. Manco Inca también mostró una actitud similar en
sus negociaciones con los españoles, al igual que Sayre Túpac, quien accedió a
las encomiendas ofrecidas por la Corona a cambio de su sumisión, al igual que
su hermano Titu Cusi Yupanqui. La diferencia radica en que esta ambivalencia
eventualmente llevó a la muerte de los tres incas de Vilcabamba, mientras que
Paullu pudo disfrutar en paz de los beneficios otorgados.
Por otro lado, los españoles
no estaban dispuestos a tolerar la existencia de un territorio independiente
más allá de la cordillera de Vilcabamba y al otro lado del río Urubamba,
gobernado por una nobleza incaica. Esto representaba una amenaza para su
control y dominio en la región.
Para el gobierno español, los
incas de Vilcabamba representaban una amenaza evidente, como lo ilustra el
oidor de la Audiencia de Lima, el licenciado Juan de Matienzo, en su obra
"Gobierno del Perú". Matienzo sostenía la necesidad de mantener el
orden colonial por encima de cualquier otra consideración, incluso al negociar
con los incas, ya que Vilcabamba era una zona de alto riesgo en caso de guerra
contra el Inca. Además, era un área de difícil acceso y control, y su conquista
no garantizaba un sometimiento total; tanto los rebeldes como los aliados de la
Corona siempre verían la posibilidad de levantarse en cualquier momento contra
el dominio colonial. Esta situación complicada para el gobierno español se
debía a que los indígenas consideraban al Inca como su señor natural, al cual
acudir en caso de desobediencia y resistencia al régimen colonial,
especialmente cuando recibía en sus tierras a súbditos prófugos.
Vilcabamba dejó de ser un
centro activo de resistencia militar y se convirtió en un espacio de
revitalización cultural, religiosa y política para los grupos nobles incas que
se negaron a someterse a la Corona. Una de las primeras acciones de Manco Inca
fue trasladar las momias de sus antepasados y la imagen del Sol, conocida como
Punchao, resaltando así la continuidad de las tradiciones de sus ancestros. En
esta región, posteriormente llamada provincia de Vilcabamba por los españoles,
se encontraban una serie de construcciones a lo largo del río del mismo nombre.
Una de ellas era Vitcos, la capital inicial de Manco Inca, ubicada en
territorio de los manaríes.
El cronista fray Martín de
Murúa describe el templo del Sol en Chuquipalta, cerca de Vitcos, donde se
adoraba una piedra sobre un manantial de agua, considerado sagrado y un oráculo
por los súbditos incas, donde se realizaban ofrendas de oro y plata. Según la
probanza de la bisnieta de Huayna Cápac, Beatriz Coya, Vilcabamba no solo era
considerada una zona inhóspita habitada únicamente por mitmas, sino también un
lugar donde se conservaban ídolos, guacas y otros objetos especiales según los
deseos del Inca.
Diego Rodríguez de Figueroa,
enviado por el virrey Diego Zúñiga Velasco, Conde de Nieva, es el único
cronista que dejó registro de la "tierra del Inga" durante sus viajes
entre 1565 y 1567. Su relato ofrece una vívida descripción de los asentamientos
y el modo de vida de la época. En su primera visita a Vilcabamba en 1565,
describe las estructuras de Pampaconas y las casas del pueblo en el valle
inferior. Se accedía a Vilcabamba desde los principales poblados de Vitcos,
Lucuma, Pucquira y Layancalla, por un camino amplio y limpio, bordeado de
pequeños fuertes de protección y con la majestuosa cordillera de Vilcabamba al
frente.
Pampaconas, uno de los
principales asentamientos en Vitcos, estaba protegido por trescientos indios
lanceros que patrullaban el territorio. Las construcciones eran de barro rojo,
y el pueblo contaba con una plaza principal que Rodríguez identifica como un
teatro, donde el Inca presidía desde un Ushnu, el cual era su asiento principal
sin lugar a dudas.
La llegada del Inca es narrada
por el embajador español de esta manera:
El Inca avanzaba al frente,
llevando puestas coracinas de oro de variados colores, con una patena de plata
delante de su pecho y una rodela de oro. También portaba una media lanza con su
respectiva cinta, así como unos garabatos, todos ellos de oro. En sus
pantorrillas y tobillos, llevaba cenojiles de plumas con cascabeles de palo. En
su cabeza lucía una diadema de plumas, al igual que en su cuello. En su mano,
sostenía un puñal dorado, y su rostro estaba enmascarado con un mandil rojo con
extremos verdes y morados de diferentes tonalidades, dando pasos en una
ordenada secuencia. Una vez llegado al llano donde se encontraban su asiento y
el de los habitantes del pueblo, así como el mío, miró en dirección al sol y
realizó con su mano una especie de reverencia, conocida por ellos como
"mocha", para luego dirigirse a su asiento.
Estas tradiciones imperiales
se mantenían, aunque con influencias adicionales de la Amazonía. Los objetos
usados por los incas, como los adornos y pinturas corporales, reflejaban la influencia
de las tribus amazónicas con las que convivían e intercambiaban, complementados
por una corte también influenciada por las costumbres y prácticas amazónicas.
Vilcabamba y sus alrededores
se sustentaban principalmente en productos agrícolas introducidos por los incas
en la región. Entre estos se encontraban papas, maíz, frijoles y otros cultivos
aclimatados localmente como algodón, maní, plátanos, ajíes, paltas, yucas y una
variedad de frutas como guayabas, piñas, lúcumas, papayas, pacaes e incluso caña
de azúcar. Aunque el consumo de carne era limitado, se destacaban el camélido y
el cuy, utilizados principalmente en rituales de augurio, además de animales y
aves selváticas. Se introdujeron también animales europeos como carneros de
Castilla, ganado vacuno, ovejas y cerdos, que el Inca conservaba en Pampaconas.
La chicha era una bebida
presente en su dieta, pero su uso predominaba en rituales y festividades. En
cuanto a estas últimas, Rodríguez describe un evento donde resalta el carácter
mítico y ritual que los incas de Vilcabamba otorgaban a su lucha y resistencia
contra los españoles:
"Desde lo alto de una
colina, presencié las festividades en honor al Inca, con cánticos y bailes que
incluían lanzas en mano, emulando movimientos de guerra. En medio de la
celebración, algunos participantes, quizás afectados por el exceso de chicha,
se lanzaban golpes entre sí, resultando uno o dos heridos. Más tarde, el Inca
me mandó llamar al atardecer, y aunque no lo deseaba, acudí. Una vez allí, me
ordenó sentarme y pronunció amenazas vehementes, asegurando que mataría a todos
los españoles en el reino, afirmando ser capaz de enfrentar a cincuenta de
ellos solo... En un giro inesperado, varios de los presentes se ofrecieron a
devorarme crudo, instigando al Inca a actuar de inmediato. Incluso, dos nobles
incas avanzaron hacia mí con lanzas en mano, amenazándome con herirme. A pesar
de la situación, mantuve la compostura, encomendándome a Dios y solicitando al
Inca que me permitiera retirarme. Logré escabullirme de aquellos individuos
renegados y me oculté hasta la mañana siguiente."
En otra visita a Vilcabamba en
1567, Rodríguez de Figueroa optó por una ruta diferente, ingresando por
Andahuaylas, en el extremo opuesto del territorio inca. Cruzó desde Huamanga
hasta el puente Osambre (actualmente Cusambi), estableciéndose en el pueblo de
Carco, en la ribera derecha del río Apurímac. Allí, el Inca le entregó un
registro detallado de los pueblos bajo su dominio, que abarcaban desde Carco
hasta posiblemente Taraura, entre los ríos Vilcabamba y Urubamba. Esta visita
reveló un activo comercio entre los indígenas de Vilcabamba y los de
Andahuaylas y Abancay, intercambiando productos ganaderos y comestibles,
utilizando la coca como moneda de intercambio junto con la sal. Este comercio
continuaba una larga tradición de intercambio entre los pueblos andinos y
amazónicos, ahora con los incas como intermediarios.
Entre las descripciones de
estos informes se destacan las condiciones extremadamente difíciles en las que
vivía la población de estas regiones: "[...] estas tierras del Inga están
muy enfermas y se ha muerto mucha gente allí", lo que evidencia el
tremendo colapso demográfico regional posterior a las guerras civiles, la
conquista y el derrumbe del mundo andino. Incluso el propio Inca Titu Cusi lo
señala, confirmando la frágil situación en la que vivía la sociedad indígena de
Vilcabamba hacia la mitad del siglo XVI, después de haber sido una zona
dedicada principalmente a la producción de tributos en alimentos, minerales y
coca, tanto andinos como amazónicos.
Las misiones diplomáticas de
la Corona española enviadas a Vilcabamba desde la época de Vaca de Castro y de
La Gasca, así como una misión liderada por Paullu Inca en 1549 que no llegó a
realizarse debido a su muerte, fracasaron en su intento de negociar con los
incas. Sin embargo, en 1557 se llevó a cabo otra misión, enviada por el virrey
Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, con familiares del joven Inca Sayre
Túpac, incluido su primo mestizo Juan Sierra y un tío político, Juan de
Betanzos, quien se convertiría en un famoso cronista. Aunque los españoles no
lograron pasar más allá del puente Chuquichaca, convencieron a Sayre Túpac de
aceptar el perdón y las mercedes que la Corona le ofrecía.
La oferta que Sayre Túpac finalmente
aceptó incluía un perdón formal del rey y el nombramiento como
"Adelantado" del valle de Yucay. Sus principales repartimientos
estaban en Oropesa, donde los incas solían tener sus casas de placer, y en
Jaquijahuana, una de las encomiendas más ricas del Perú, confiscada poco antes
al rebelde Francisco Hernández Girón. Estos repartimientos proporcionaban a
Sayre Túpac una considerable renta anual, lo que lo convertía en un magnate
territorial. El virrey marqués de Cañete, impresionado por la majestad de su
huésped y orgulloso de su propio éxito diplomático, le concedió las encomiendas
a perpetuidad, rompiendo así con la costumbre habitual de otorgarlas por solo
dos vidas.
Así, se dejaban de lado las
ofertas que cedían los primeros territorios ubicados en el triángulo de
Abancay, entre los ríos Pachachaca, Apurímac y Vilcabamba, y se concedían en
cambio las propiedades de sus antecesores en el valle de Yucay. Estos valles
eran estrictamente de propiedad Inca y formaban parte de los patrimonios personales
de los gobernantes del Cusco, lo que les otorgaba una gran dignidad.
Las mercedes otorgadas por la
Corona y aceptadas por el joven Inca, quien no contaba con más de veinte años,
eran de manera perpetua, a diferencia de las mercedes que usualmente recibían
los encomenderos por dos vidas. Esto puede interpretarse como un intento
político de la Corona por legitimar sus derechos sobre el dominio en el mundo
andino, basándose en la cristianización de los indígenas infieles y la
civilización de los territorios ocupados. Desde esta perspectiva, la Corona
pretendía asegurar un derecho de continuidad al dominio que los incas ejercían
sobre las poblaciones andinas. Sin embargo, era fundamental someter la línea
parental de Manco Inca, ya que él fue el único que planteó una lucha de
resistencia contra la invasión hispánica con el grado de legitimidad
correspondiente. La situación de la conquista, marcada por la rebeldía de
muchos conquistadores, llevó a la Corona a ceder una pequeña parte de lo
obtenido a la línea de Manco Inca a través de estas mercedes. Con ello, la
Corona demostraba su capacidad para imponer un orden colonial bajo su control,
donde las élites indígenas se convertían en parte del dominio colonial.
A pesar de aceptar la sumisión
y lealtad a la Corona mediante el ofrecimiento del perdón real y la concesión
de mercedes, se apreciaba un descontento entre los incas de Vilcabamba respecto
al lugar que les correspondía en la nueva sociedad colonial. Sayre Túpac
manifestó su desencanto durante una cena organizada por el virrey y toda la
corte de Lima para recibir el perdón y los beneficios de la cédula real,
comparando el mantel que poseía por derecho de sus antepasados (refiriéndose al
Imperio) con la hilacha que ahora recibía de los españoles (las encomiendas).
Esto reflejaba la insatisfacción de los incas de Vilcabamba con las concesiones
otorgadas por la Corona española entre 1548 y 1554.
Los derechos que reclamaban
derivaban de su linaje noble incaico, que los identificaba como líderes de
panacas, ahora representando las principales figuras del antiguo Imperio. Estos
linajes aristocráticos, que desde tiempos imperiales se consideraban con
derechos sobre tierras y personas (moyas y yanas), cambiaron su estrategia de
resistencia militar a una resistencia cultural en los primeros años de la
colonia. Enfatizaron esta actitud, especialmente en sus festividades y rituales
celebrados en su refugio, para afirmar que poseían los méritos necesarios para
ser considerados los grupos de mayor jerarquía y con privilegios entre los
dominados, al haber sido los antiguos y más poderosos señores de esas tierras.
En este contexto, es crucial considerar el discurso de Sayre Túpac al dejar
Vilcabamba para recibir el perdón real y las encomiendas ofrecidas, luego de
consultar a los augures de su corte:
"Aquí, sin duda alguna,
soy dueño de todo lo que desee, pues aquí todos los indígenas pueden servirme
con sus mitas. Esto supone una gran labor tanto para ellos como para mí. Deben
tener en cuenta que soy un joven belicoso, con el mismo valor que mis
antepasados, cuya valentía reconocisteis. Sin embargo, es el deseo del Sol que
me marche, porque así conviene a mi destino y para que mi poder se incremente,
permitiéndome ser un remedio para mi linaje y para todos ustedes. Por ello, afirmo
mi decisión de partir, aunque sea consciente de que podría costarme la vida.
Aquellos que me apoyen en esta empresa, demuestran su lealtad y servicio hacia
mí. Quienes opten por quedarse, pronto lamentarán su elección, y yo tomaré
medidas al respecto, imponiendo castigos." [Énfasis añadido].
Este discurso, extraído de la
probanza de Beatriz Coya, hija de Sayre Túpac, durante el juicio contra la
Corona por la restitución de los indígenas de las encomiendas que les habían
sido arrebatadas, expone los motivos fundamentales que llevaron a los incas de
Vilcabamba a aceptar las reglas establecidas por los españoles y a defender sus
derechos como nobles aborígenes.
Titu Cusi Yupanqui se guió por
esta lógica de negociación, liderando a su parentela hasta su muerte en 1569.
Vilcabamba, en ese momento, ya no era la próspera tierra del imperio inca, sino
un refugio para los restos de la nobleza cusqueña. Productivamente limitada,
posiblemente debido a su escasa población y a estar rodeada por el imperio
español, recibía apoyo de etnias que buscaban vengarse de antiguas afrentas.
Los últimos incas contaban con pocos nobles y aún menos yanaconas o mitmas,
quienes habían huido del Cusco o estaban siendo diezmados por el medio
ambiente, plagas y enfermedades. Sin embargo, contaban con un cuestionable
respaldo de algunas etnias y tribus amazónicas, al que Titu Cusi Yupanqui se
refirió durante su entrevista con el oidor Matienzo.
Los registros de las
incursiones incas en el territorio bajo dominio español describen más que simples
campañas militares para enfrentar la presencia española. Más bien, reflejan
intentos de negociar concesiones y beneficios, especialmente en el territorio
ocupado por los encomenderos de Cusco y Huamanga entre Abancay y Andahuaylas,
así como en Amaibamba, en la ribera izquierda del río Urubamba. No se puede
descartar que muchas de las construcciones mencionadas anteriormente, ahora
convertidas en sitios arqueológicos, continuaran cumpliendo, hasta bien
avanzado el período de la conquista y la colonia, una de sus funciones
principales durante la época inca: la producción para abastecer y satisfacer
las necesidades de los guerreros vilcabambinos en su camino hacia los valles de
Abancay.
***
Los puntos de negociación
establecidos por Titu Cusi Yupanqui reflejaban su estrategia para asegurar un
espacio económico que sustentara la dignidad de su linaje familiar en el
incipiente sistema colonial. Estos puntos estaban hábilmente definidos por una
lógica incaica que buscaba conservar privilegios y estatus a través de
conceptos como los mayorazgos y los derechos de las élites derrotadas. Para los
incas de Vilcabamba, conservar la primacía de su linaje sobre otras estirpes
nobles indígenas dentro del sistema colonial español era esencial para mantener
el reconocimiento como la única línea de nobleza real legítima.
En este contexto, surgieron
disputas entre diferentes linajes que buscaban una mayor legitimidad sobre la
herencia incaica. Un ejemplo de ello es Sayre Túpac, quien consideraba que
poseer las encomiendas era más un deber político familiar en su tierra natal.
Vilcabamba se destacaba como
un bastión de resistencia en contraposición a otras élites incas y nativas de
los Andes. Las negociaciones entre Titu Cusi y la Corona se centraban en
concesiones significativas para ambas partes. Por un lado, la Corona legitimaba
el gobierno colonial, asegurando la sucesión y el consentimiento de las
noblezas nativas, mientras que para estas últimas significaba mantener su
estatus y privilegios en el nuevo orden. Sin embargo, para el régimen inca de
Vilcabamba, estas negociaciones planteaban un desafío fundamental en lo
religioso.
La identidad de la sociedad
vilcabambina estaba estrechamente ligada a la creencia en la autoridad
religiosa del Inca como hijo del Sol y mediador entre el mundo de las deidades
y el de los hombres. Esta creencia entraba en conflicto con la religión
cristiana impuesta por los españoles. La jerarquía política y religiosa en
Vilcabamba, estudiada por la historiadora Liliana Regalado, revela cómo la división
de funciones políticas y administrativas estaba vinculada a las
responsabilidades religiosas de los miembros de la élite dirigente. En
Vilcabamba, esta dualidad y oposición se mantenían desde los tiempos de Manco
Inca, siguiendo los principios andinos.
Tras el asesinato de Manco
Inca, los regentes coronaron a Sayre Túpac, quien ocupaba el segundo lugar en
la línea de los guerreros y detentaba poder temporal. Mientras tanto, Titu
Cusi, hijo mayor de Manco Inca y líder principal en la línea sacerdotal,
mantuvo su posición como sumo sacerdote, dejando a Túpac Amaru I en segundo
lugar en la línea sacerdotal hurin, posiblemente elevando a un capitán de la
nobleza al segundo puesto en la línea de los guerreros. Más tarde, tras la
muerte de Titu Cusi, Túpac Amaru I lo sucedió, ascendiendo a la línea de los
guerreros, mientras que el hijo de Titu Cusi, Quispe Titu, asumió el cargo de
sumo sacerdote del Sol.
Esta estructura de gobierno,
como sostiene la historiadora Regalado, experimentó perturbaciones
fundamentales en dos ocasiones. La primera ocurrió cuando Sayre Túpac abandonó
Vilcabamba y se convirtió al cristianismo, y la segunda cuando Titu Cusi, quien
había fungido como sacerdote y ahora como Inca (aunque de manera interina,
según sus propias palabras), también se convirtió al cristianismo y permitió la
entrada de frailes evangelizadores como parte de los acuerdos para negociar con
los españoles. Estas concesiones provocaron conmoción entre los seguidores
incas, ya que representaban un alejamiento de sus tradiciones y creencias.
Los primeros sacerdotes
católicos ingresaron a Vilcabamba en 1565, como parte de los acuerdos pactados
por Titu Cusi, para educar a su hijo Quispe Titu y contribuir a la construcción
de una iglesia en Carco. Desde la llegada de Rodríguez de Figueroa, Titu Cusi
mostró tolerancia hacia la propagación del cristianismo en sus territorios e
incluso se dejó bautizar. Solicitó activamente evangelizadores y la Iglesia
católica en el Cusco respondió con entusiasmo a sus peticiones. En 1568, Titu
Cusi recibió personalmente a una comisión de frailes y vecinos, se bautizó
nuevamente con el nombre de Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui, y una de sus
esposas fue bautizada como Angelina Polan Quilaco. Es posible que Titu Cusi
introdujera el cristianismo en sus dominios con la esperanza de preservar lo
que quedaba de las noblezas incas.
Entre 1565 y 1568, la
actividad misionera, aunque modesta, fue intensa gracias al padre Antonio de
Vera, quien luego fue sucedido por los frailes agustinos fray Marcos García y
Diego Ruiz Ortiz. Fray Marcos García destacaba por su profunda convicción
religiosa, mientras que Diego Ruiz Ortiz había participado en la evangelización
y extirpación de la idolatría en varias regiones. Comenzaron su labor misionera
solicitando permiso al Inca para establecer una iglesia en Huarancalla (hoy
Layancalla). Fray Marcos García se estableció en Puquiura, cerca del río
Apurímac, junto con Martín Pando, entre Carco y posiblemente Andahuaylas, donde
fundaron capillas, erigieron cruces y bautizaron a los lugareños. Incluso los
pilcozones, una etnia amazónica, solicitaron ser bautizados. Sin embargo, los
nuevos conversos continuaban practicando sus antiguas costumbres idolátricas,
lo que generaba conflictos con los frailes. Este período representó la primera
oportunidad para que los frailes ingresaran a Vilcabamba, conocida como la
"universidad de la idolatría", y probablemente tuvo lugar en 1569,
cuando el Inca dictó su famosa "Instrucción..." en 1570, expresando
su voluntad personal de convertir a las etnias amazónicas. A pesar de esto, los
frailes percibieron que tanto el Inca como los bautizados mostraban un
entusiasmo superficial por el cristianismo, compartiendo aún sus antiguas
creencias. El trágico clímax de esta historia se alcanzó cuando los frailes
convocaron a los indígenas cristianos para destruir el adoratorio de Yurac-Rami
en Chuquipalta, lo que desencadenó la destrucción del templo del Sol en
Puquiura.
En un contexto tan tenso como
este, los principales opositores a la evangelización eran los capitanes
guerreros incas, quienes ocupaban roles clave en el gobierno y la defensa. Esta
réplica del antiguo Imperio, como señala el historiador Hemming, presentaba una
debilidad fundamental: la escasez de mano de obra para la agricultura y la
defensa. Aunque los capitanes permitieron las negociaciones entre Sayre Túpac y
Titu Cusi, lo hicieron porque formaban parte de la élite dirigente de
Vilcabamba y disfrutaban de los privilegios que la sociedad inca intentaba
conservar basándose en modelos sociales anteriores. Sin embargo, la principal
limitación para replicar el modelo clásico del Tahuantinsuyo siempre fue la
falta de mano de obra. Esta situación explica por qué las conversaciones se
prolongaron y por qué los acuerdos finalmente no se cumplieron, siendo la
oposición de los capitanes un factor determinante. Titu Cusi lo expresó
claramente al licenciado Matienzo, explicando que la imposibilidad de devolver
los indígenas secuestrados en las zonas de Apurímac y Amaibamba se debía a la
oposición de sus capitanes.
Matienzo comprendió esta
situación y, por ello, propuso la posibilidad de replicar el modelo mitma inca,
es decir, compensar a los encomenderos trasladando indígenas de otras regiones
para sus servicios. Esta propuesta se alinea con el motivo por el cual Titu
Cusi solicitaba autorización a la Corona para fundar pueblos en Amaibamba y
Piccho, donde no había presencia española alrededor. Aparentemente, buscaba
satisfacer las necesidades de su propia familia, así como los intereses de sus
capitanes, al tiempo que evitaba la entrada hispana a una región
presumiblemente rica en oro y plata.
El problema crónico de
despoblación, las agresivas campañas evangelizadoras de los frailes, la demora
en la confirmación de los acuerdos de Acobamba por parte del rey, la
intensificación del celo religioso de los sacerdotes andinos y los intereses
creados por los capitanes incas intransigentes, que se fortalecieron con los
asaltos y secuestros de indígenas, junto con la amenaza constante de invasión
al pequeño Estado vilcabambino, crearon una atmósfera que llevó a la muerte de
Titu Cusi Yupanqui, probablemente envenenado por sus propios súbditos que veían
amenazados sus intereses frente a su política negociadora y la tolerancia hacia
la introducción del cristianismo en sus territorios. Esto ocurrió en 1571,
dejando a Vilcabamba sin un líder que pudiera llevar adelante las
negociaciones.
Hasta ese momento, las
principales defensas de Vilcabamba habían sido las cordilleras desérticas, el
clima inhóspito y las guerras civiles entre españoles, así como las
negociaciones con los incas. Sin embargo, estos factores perdieron relevancia
con la llegada del nuevo virrey, Francisco de Toledo, en 1569, quien tenía la
firme intención de reorganizar el virreinato y poner fin a las negociaciones.
***
En la historiografía, se ha
planteado el modelo de la monarquía teocrática hereditaria para describir el
gobierno de los incas. Sin embargo, se ha sugerido la posibilidad de que
existieran múltiples incas simultáneos, alcanzando hasta cuatro, cada uno
gobernando de manera independiente. Este concepto se encuentra respaldado por
investigadores como Duvioles (1980), María Rostworowski, quien en su capítulo
"La diarquía entre los Incas" (1986: 130-179) y Martti Pärssinen en
el capítulo 4 "La organización sociopolítica del Cusco" (2003),
ahondan en esta idea.
Es importante señalar que,
dentro de la dualidad étnica inca, los Hanan Cusco eran considerados los
guerreros por excelencia, en contraposición a los sacerdotes pertenecientes a
los Hurin, quienes estaban principalmente asociados con la etapa preimperial
desde su fundador, Manco Cápac, hasta el último inca, Túpac Amaru. Sin embargo,
María Rostworowski plantea la posibilidad de que también existieran sublinajes
guerreros en Hurin Cusco, al igual que sacerdotales en Hanan. De los soberanos
incas históricos, los tres conquistadores pertenecen al linaje Hanan y sus
respectivas panacas: Pachacútec y Hátun Ayllu, Túpac Inca Yupanqui y Cápac
Ayllu, y Huayna Cápac y Tumibamba Panaca, con la última panaca siendo la base
para la fundación de un segundo Cusco en Quito. Estas panacas dieron origen a
conflictos por la sucesión.
Una explicación proporcionada
por Pärssinen (2003: 181) sugiere que las parentelas, divididas en tres
categorías: Qollana, Payan y Kayaw (de mayor a menor estatus, respectivamente),
obtenían mayor prestigio a medida que tenían un parentesco más cercano con el
Inca gobernante en vida. Este último designaba a su sucesor o sucesores, lo que
implicaba privilegios y beneficios para aquellos que estaban más próximos al
Inca en el poder. Este sistema favorecía al monarca reinante y a su familia más
cercana, pero generaba conflictos con los antiguos linajes que gradualmente
quedaban en posiciones menos privilegiadas.
Por ejemplo, Paullu Inca,
hasta entonces leal súbdito de Manco Inca, contó con la ayuda de la hueste
dirigida por Diego de Almagro. A menudo, esta parte de la historia inca se
interpreta como el comienzo de la conquista de Chile por los españoles y, por
ende, como una extensión de la primera etapa de la conquista del Perú. Sin
embargo, Almagro no logró obtener ningún beneficio significativo en su
expedición, lo que provocó su regreso al Cusco con consecuencias graves,
desencadenando la primera guerra civil entre los conquistadores.
La situación se complicó aún
más con las conspiraciones lideradas por los hermanos de Manco Inca y figuras
prominentes como Chilche, quien era el jefe de los mitmas cañaris designado por
Huayna Cápac para servir en sus tierras personales en Yucay. Chilche se sometió
a Pizarro incluso antes que Manco Inca, ofreciendo su lealtad y siendo nombrado
administrador de las tierras que Pizarro había confiscado de Huayna Cápac (cf.
Villanueva 1970: 6-10).
La guerra liderada por Manco
Inca, desde su escape del Cusco en 1536 hasta su trágica muerte en 1545, abarcó
cuatro aspectos fundamentales de manera intermitente. Inicialmente, se destacó
por su vigor militar y luego se caracterizó por una combinación de incursiones
militares y negociaciones políticas. No se puede pasar por alto el análisis
realizado por el principal sacerdote andino, Vilaoma, quien identificó
claramente que el mayor peligro para el Tahuantinsuyo residía en el conflicto
con los españoles, quienes no venían a obedecer, sino a imponer su voluntad,
con una cultura y religión diferente.
Otro foco de resistencia se
estableció en Tarawasi, un centro ceremonial ubicado en Limatambo, cerca del
Cusco y en el Chinchaysuyo. Es importante mencionar que Huayna Cápac,
previamente, había impulsado el asentamiento en el valle de Yucay, trayendo dos
mil mitmas del Chinchaysuyo y Collasuyo para cultivar una variedad de productos
agrícolas.
En cuanto a la lucha interna
entre los incas durante esta guerra, Murúa proporciona detalles sobre la
dinámica de poder, destacando la fuga de Manco Inca a Calca en Yucay y la
división de lealtades entre los nobles incas.
En términos de estrategia
militar, tanto los incas como los españoles adoptaron tácticas específicas.
Mientras los incas confiaban en los rituales tradicionales y en la masificación
de sus fuerzas, los españoles, además de sus armas de fuego y caballería, demostraron
astucia y, en algunos casos, valentía ciega. Hernando Pizarro incluso empleó el
terrorismo como herramienta contra los prisioneros, cortando la mano derecha
como escarmiento para el enemigo.
Al regresar al Cusco, Almagro
otorgó la Maskaypacha a Paullu Inca, buscando así un aliado coronado en su
lucha. Además, el envío de tropas leales a Manco Inca a Lima y Charcas entre
1536 y 1539 marcó un período de reconquista de los territorios perdidos.
Es relevante mencionar que la
rama de los Sahuaraura, generada por Paullu Inca, representa una de las ramas
conocidas de la línea sucesoria incaica.
En cuanto a la geografía
estratégica, se propuso el uso de una ruta conformada por redes tributarias de
ríos como el Pampas, Ene, Perené y Apurímac, como posible ruta de ingreso para
un ferrocarril que uniera los centros arqueológicos adyacentes con Machu
Picchu. Esta propuesta fue planteada por el autor citado como una alternativa
para el desarrollo de la región.
Título del documento:
"Registro auténtico de propiedades en Cotaqui, Vilca-Arpay y otros
(Huanipaca) en 1618"
En el folio 24v de los
registros antiguos de la sección colonial del Archivo Regional de Apurímac en
Abancay, se encuentra un valioso documento titulado "Título de real
composición de Cotaqui, Vilca-Arpay y otros (Huanipaca) Año 1618". Este
título ha sido validado no solo por su antigüedad, sino también respaldado por
testimonios de viajeros españoles del siglo XVIII, como Juan Arias Días Topete
en 1710 (véase BUENO 1951 [1764-68]: 96-97; HUERTAS 1973: 204-207; ORICAÍN 1906
[1790]: 346-347).
En otro contexto, se hace
referencia a la fortaleza de Rabantu, mencionada por Cusi Yupanqui en 1985
(1570: 28). Hemming sugiere que podría corresponder a Kúelap o Abiseo (véase
1982: 277-79). Para más detalles, consulte el Informe Antropológico adjunto.
Se relata también la
contribución invaluable de Paullu Inca, hermano de Manco Inca, durante la
conquista del Tahuantinsuyo. A cambio de su ayuda, recibió propiedades en el
Cusco, incluyendo el palacio de Colcampata anteriormente perteneciente a
Huáscar, tierras en Copacabana junto al lago Titicaca y Jaquijahuana en el
Cusco. Además, se le otorgó la encomienda de Hátun Cana, habitada por los
pueblos de Canas en el río Apurímac (922 indios tributarios y 4391 habitantes
trasladados), en Muyna, en Condesuyos. Se le concedió también el reconocimiento
de la legitimidad de todos sus hijos y un escudo de armas (véase HEMMING 1982:
304-6).
Entre los documentos
relevantes, se encuentra la "Real Provisión de don Carlos V dada el 9 de
febrero de 1554", presente en el folio 4v y 5r del documento 32, libro 6
de la Serie Colección Diego Felipe Betancur, en la sección de Libros antiguos,
impresos y manuscritos del Archivo Regional del Cusco. Además, se cita la
"Provisión librada en el tambo de Hátun Lucana el 1 de septiembre de
1548", presente en los folios 5r al 7v del mismo documento, mismo libro y
serie.
Otro documento significativo
es la "Real Cédula para que se informe acerca de ciertos indios y tierras
que solicita Paullu Inga. 29 de noviembre de 1541" (véase MEDINA 1895: VI,
198).
Un testimonio adicional de la
época, corroborando los relatos de los quipucamayocs, menciona cómo muchos
caciques principales y otros indios, quienes se habían unido a Mango Inca,
hermano de Paullu Inca, recibieron la promesa de seguridad y perdón por parte
de Paullu si regresaban a la paz. Este testimonio es citado por LAMANA 1997:
250.
Vitcos se menciona como un
poblado incluso antes de la época incaica, conquistado por Pachacútec y Túpac
Inca.
El investigador Guillén
identifica a Taraura como un poblado ubicado detrás del Cusco, que aún no
estaba bajo el dominio incaico. Según documentos inéditos de Martín Pando,
escribano de Titu Cusi Yupanqui, fechados en 1567 desde Taraura, donde se
identifica a Taraura con Talawara. Siguiendo esta línea de investigación, se
encuentra un documento en el Archivo del Ministerio de Agricultura de Cusco,
relacionado con la hacienda Talahuara o Ccayarapampa, cerca del río Santa
Teresa, que desemboca en el río Urubamba-Vilcanota cerca de Machu Picchu. Esta
ubicación sugiere una posible extensión territorial de Vilcabamba como dominio
incaico desde los márgenes del río Apurímac, hasta el margen del río Urubamba
donde cambia a Vilcanota.
Los incas representaban una
autoridad de suma importancia con un estatus tanto religioso como político. Su
papel era esencial como mediadores entre el dios Sol y la tierra de los runas,
gestionando tanto intercambios como conquistas, y contribuyendo a la
construcción del imperio mediante negociaciones con los señores de los distintos
grupos étnicos. Las panacas a las que pertenecían los incas gozaban de
privilegios tanto sociales como económicos, consolidando así el poder del
Imperio. Aunque tenían influencia en los asuntos políticos, la gestión
cotidiana recaía en la burocracia imperial, conformada por élites tanto incas
como no incas, quienes dependían del poder político y religioso centralizado.
El otro personaje relevante en
este contexto fue Paullu Inca, designado por Almagro, quien logró adaptarse
rápidamente a la hegemonía hispánica. Para una comprensión más detallada de las
complicadas normas de herencia entre los incas, remitirse al apartado
correspondiente en la investigación.
La actitud de los nobles incas
durante la colonia, orientada a mantener su legitimidad como antiguos señores
del Perú, se manifiesta en lo que John Rowe denominó el "Movimiento
Nacional Inca". Este movimiento se expresaba en diversas formas, como
desfiles públicos, vestimenta, genealogías, pinturas, retratos y literatura,
especialmente a través de figuras como el Inca Garcilaso de la Vega. Esta
actitud persistió hasta la rebelión de Túpac Amaru II, que marcó el comienzo de
la supresión de las manifestaciones culturales incas (véase Rowe 2003).
Se detallan los nombres de los
pueblos que se consideraban tributarios de Titu Cusi Yupanqui, aunque en
realidad se identificaban como distintas etnias o provincias, lo cual sugiere
una amplia extensión territorial de Vilcabamba como dominio incaico.
Asimismo, se documentan los
pueblos encomendados y atacados por los guerreros de Vilcabamba, como se señala
en "Tres documentos inéditos para la historia de la guerra de reconquista
inca. Las declaraciones de Lorenzo Manko y Diego Yucra Tizona, servidores de
Manco Inca Yupanqui y de Francisco Waman Rinmachi, testigos presenciales de los
sucesos de 1533 a 1558".
Los enfrentamientos entre
líneas familiares incas por el reconocimiento como las más legítimas durante la
colonia fueron frecuentes. Destacan las disputas entre Manco Inca y Paullu
Inca, tema explorado en trabajos de investigadores como Ella Dunbar Temple,
Rostworowski y Horacio Villanueva Urteaga, entre otros.
En una emotiva confesión
personal a Matienzo, realizada en el puente Chuquichaca, Titu Cusi revela su
experiencia de destierro con lágrimas que conmovieron al Oidor, quien registra:
"Lo primero que hizo fue darme cuenta de su destierro, con lágrimas que me
movieron a compasión, escusándome de los saltos que había hecho, porque habían
sido por los malos tratamientos que a él y a su padre habían hecho los españoles,
perseguidos y dejados solo en esa tierra desfavorecida, donde se habían
refugiado, encontrándose desheredados de todo el Perú, con escasez de recursos
y obligados a obtener lo necesario por la fuerza si era preciso."
(MATIENZO 1967 [1567]: 301).
En contraste con las élites
incas y nativas de los Andes, Vilcabamba representaba un bastión de resistencia
cultural. La mayoría de los curacas y orejones que apoyaron la caída del
Imperio adoptaron nombres castellanos, usualmente de conquistadores o líderes
hispánicos, seguidos por sus nombres andinos originales. Para adquirir este
atributo, estos líderes nativos tenían que bautizarse, lo que les permitía
integrarse al nuevo poder colonial.
Titu Cusi niega esta tendencia
en su obra "Instrucción..." (CUSI YUPANQUI 1985 [1570]: 33-34).
Incluso se ofreció a sí mismo para predicar y evangelizar entre los indios (cf.
HEMMING 1982: 387, nota 18). Esta posibilidad no era remota, ya que los
parientes cristianizados y los indígenas convertidos en general podían mantener
sus tradiciones siempre y cuando eliminaran los nombres de los antiguos dioses
y huacas, y los reemplazaran con el dios cristiano y sus santos. Los incas
mismos utilizaron la religión como un medio político para consolidar su
dominio, fusionando el culto al Sol con una variedad de dioses regionales.
La guerra de conquista también
puede entenderse como una lucha entre dioses y religiones, donde el
cristianismo emergió como el vencedor indiscutible en el mundo de los runas.
Esta idea se refuerza en la narración de Rodríguez de Figueroa en su Relación
de viaje, donde destaca el estatus de los capitanes del Inca, incluso al
sentarse a su derecha durante la entrevista con Titu Cusi.
Fin
Compilado
y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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