La Leyenda del Piloto Desconocido

Existe dos estudios que abordan la cuestión de la veracidad de un relato sobre un navegante que, según se dice, fue arrastrado por temporales a finales del siglo XV hasta tierras desconocidas en Occidente. Allí, según la historia, abasteció su embarcación de agua y leña antes de regresar, aunque sufriendo considerablemente debido a las adversidades y privaciones, lo que apenas le permitió relatar su experiencia.

Los autores de ambos estudios son fervientes admiradores de Cristóbal Colón y han consultado las mismas fuentes literarias, analizando las versiones de los primeros escritores de las Indias. A pesar de su imparcialidad, llegan a conclusiones completamente opuestas.

El primero de estos trabajos, publicado por Don Juan Pérez de Guzmán, cuestiona la credibilidad del relato, señalando que Gonzalo Fernández de Oviedo lo mencionó como una especulación sin fundamentos sólidos. Pérez de Guzmán sugiere que Fernández de Oviedo erró al registrar rumores sin base, siendo consciente de la tendencia humana a propagar incluso falsedades para satisfacer intereses poderosos. Dado que no existen documentos que corroboren la existencia del navegante ni detalles concretos sobre su supuesta llegada forzada a una tierra desconocida, Pérez de Guzmán considera la historia como una fábula inventada para disminuir la gloria de Colón.

Los historiadores que sucesivamente reprodujeron esta leyenda, como López de Gómara, el Padre José de Acosta, el inca Garcilaso de la Vega, Bernardo de Alderete, Rodrigo Caro, según la evaluación del Señor Pérez de Guzmán, deliberadamente agregaron detalles para darle más credibilidad, alimentando chismes maliciosos fomentados por los rivales de Colón, tanto prominentes como desconocidos. Estas narrativas, que carecen de base en testimonios concretos o pruebas tangibles, fueron novelas construidas sin fundamento alguno.

Por esta razón, Pérez de Guzmán sostiene que Pedro Mártir de Anglería, un confidente cercano a Colón, y más tarde el erudito y reflexivo Herrera, omitieron estas historias de sus obras. Estos autores, comprometidos en mantener la integridad y la dignidad de la Historia, rechazaron las fábulas destinadas a oscurecer y denigrar la gloria del Almirante, originadas por la envidia y la mezquindad de aquellos que intentaban socavar una de las mayores y más legítimas glorias de la patria.

El segundo literato mencionado, Don Baldomero de Lorenzo y Leal, profundiza en este tema en un libro dedicado a la memoria del enigmático piloto. Sin embargo, en su enfoque, coloca el nombre de este individuo junto al del Almirante en la portada, lo que, según él, podría ser interpretado como una afrenta a la reputación de Colón. Basa sus reflexiones en la narración de Gonzalo Fernández de Oviedo, pero reconoce que la tradición oral precedió a la historia escrita, sugiriendo que la memoria del piloto se difundió desde el pueblo hasta los eruditos, a medida que los eventos se transmitían y finalmente se registraban por los historiadores.

Al considerar las opiniones de estos historiadores junto con algunas más, tanto locales como extranjeras, se encuentran argumentos que respaldan la existencia del piloto como una figura histórica real, nombrándolo Alonso Sánchez y afirmando la certeza de sus acciones, más evidentes incluso que muchas de las acciones de la vida de Colón que se aceptan sin pruebas documentales.

Se sugiere que este navegante, aunque sin intención deliberada, llegó a las costas de Haití, determinó su ubicación geográfica, comprendió las características de los nativos y los recursos naturales disponibles. Se cree que abasteció su nave y, al regresar laboriosamente, pudo haber compartido sus observaciones con Colón antes de fallecer debido a los sufrimientos de su travesía.

Se argumenta que esta noticia se habría difundido entre la comunidad marítima, y que Colón no sería el único en conocerla, pero él sería quien mejor podría entenderla y utilizarla en función de sus propios planes y las señales que observaba. Se sugiere que esta información finalmente abrió los ojos de Colón a las posibilidades de sus propias empresas, quizás sin la cual nunca se hubiera aventurado en el océano, llevando a cabo el prodigio que admiraría el mundo y asombraría a la historia.

Alonso Sánchez de Huelva ciertamente precedió a Colón en este camino; fue el cimiento sobre el cual se construyó su glorificación. Aunque en sí mismo no alcanzó la fama, su papel fue fundamental, y quizás sin él, quien primero divisó las hermosas tierras entre las oscuridades de la tormenta, Colón nunca habría llegado a ser Almirante.

El reconocimiento de la prioridad del piloto de Huelva, el tributo de respeto a su infortunio, no menoscaba la celebridad de aquel que, según la opinión del señor de Lorenzo, es la gloria de la humanidad, el asombro del mundo, el orgullo de la patria española. Se nos insta a dar a Colón un lugar preeminente entre los héroes, a levantar un altar de gratitud y admiración eternas en su honor, considerarlo uno de los más grandes benefactores. Sin embargo, también se nos recuerda no olvidar a su predecesor, y cuando se hable del descubrimiento del Nuevo Mundo, colocar, si no al lado, al menos debajo, pero siempre junto a ese nombre inmortal, el del desafortunado Alonso Sánchez.

El canónigo de la Colegiata de Jerez no está solo en esta generosa apreciación del marinero que, en medio de las agonías de la muerte, desveló los secretos de los mares. Muchos otros han sentido la corriente de simpatía al escuchar la misteriosa historia popular, conmovidos por el trágico destino del barco. Sin embargo, es importante notar que actualmente son minoría; las opiniones expresadas inicialmente por el Sr. Pérez de Guzmán son ampliamente aceptadas. Fuera de España, Washington Irving se burló de la tradición, calificándola de rumor despreciable difundido contra la fama del ilustre Almirante, mientras que Roselly de Lorgues la exageró, sugiriendo con su imaginación apasionada que la leyenda era una calumnia miserable digna del viejo Fernando, urdida por el propio rey, al igual que la conspiración para dar al Nuevo Continente el nombre de un oscuro plagiario. Estas opiniones han tenido eco en España gracias a la autoridad literaria que a menudo se les otorga y se han repetido ampliamente.

Para determinar si la mayoría tiene la razón, es necesario examinar los argumentos. Los opositores creen que Fernández de Oviedo fue el primero en dar crédito a la tradición, al fijarse insistentemente en los términos con los que la transcribía, que es importante recordar.

Algunos sostienen, escribía Fernández de Oviedo, que una carabela que navegaba desde España hacia Inglaterra, cargada de mercancías y provisiones, se vio enfrentada a fuertes y adversos temporales que la llevaron hacia el oeste durante varios días, hasta que avistaron una o más islas en estas partes de las Indias. Desembarcaron y encontraron a gente desnuda, similar a la que habita en estas tierras. Una vez que los vientos cesaron y pudieron reanudar su viaje original, tomaron agua y leña antes de volver atrás. Se dice también que la mayor parte de la carga del barco consistía en alimentos y vinos, lo que les permitió sobrevivir durante el largo y arduo viaje. Después de un tiempo favorable, regresaron a Europa y llegaron a Portugal. Sin embargo, debido a la extensión y dificultades del viaje, la mayoría de la tripulación murió, y solo el piloto junto con unos pocos marineros sobrevivieron, aunque también fallecieron poco después de su llegada a Portugal.

Se afirma además que este piloto era amigo íntimo de Cristóbal Colón y tenía conocimientos de navegación, marcando la tierra que encontró y compartiendo en secreto esta información con Colón, quien lo acogió en su casa y lo cuidó debido a su enfermedad. Se especula sobre la nacionalidad del piloto, algunos dicen que era andaluz, otros portugués o vizcaíno. Se menciona que Colón estaba en la isla de Madeira o en Cabo Verde cuando la carabela llegó con la noticia de esta tierra. Sin embargo, Fernández de Oviedo concluye que esta historia, aunque ampliamente difundida, es dudosa y la considera falsa, citando a un Agustino que dice "mejor es dudar en lo que no sabemos que porfiar lo que no está determinado".

La vaguedad e incertidumbre del relato se ampliaron con los cronistas posteriores, algunos diciendo que el barco era pequeño, otros que era grande; algunos afirmaban que se dirigía a Canarias, otros a Madeira, e incluso algunos mencionaban Irlanda como destino. Algunos relatos afirmaban que la tormenta los arrastró en el viaje de ida, mientras que otros sostenían que fue en el regreso. Las discrepancias también se extendían al tiempo que duró el viaje, al año del evento, al número de tripulantes que iban en el barco y al número de los que regresaron.

Los críticos consideran que esta variedad de versiones sería suficiente para desacreditar la historia, pero argumentan que el inca Garcilaso contribuyó aún más al intentar afirmarla. Garcilaso publicó sus Comentarios Reales un siglo y medio después del verdadero descubrimiento de las Indias y afirmó haber escuchado la historia en su infancia de su padre y otros conquistadores del Perú, con detalles que permanecieron en su memoria. Garcilaso no especificaba a qué isla llegaron los tripulantes del barco, pero sugirió que podría haber sido la que ahora se conoce como Santo Domingo. Además, agregó que el piloto desafortunado, Alonso Sánchez de Huelva según Garcilaso, saltó a tierra, tomó notas detalladas de sus experiencias en el mar durante el viaje de ida y vuelta, y dejó este legado a Colón antes de morir en su casa junto con los cuatro marineros que sobrevivieron a las tribulaciones. Esta afirmación de Garcilaso fue la primera en enseñar, después de tanto tiempo, el nombre del desafortunado piloto y su lugar de origen, detalles que fueron repetidos por historiadores posteriores.

Las objeciones son respondidas por los defensores en general, y específicamente por el señor de Lorenzo, argumentando que la vaguedad y la notable variación en los relatos son la mejor evidencia de que no se trata simplemente de una invención más o menos ingeniosa, sino de un evento real arraigado en la memoria del pueblo. Como sucede con todas las tradiciones orales, ha sido distorsionado a lo largo del tiempo, como menciona Oviedo, pero conservando un núcleo de verdad tangible.

Este debate comenzó cuando, durante los pleitos de don Diego Colón, el Fiscal del Consejo de Indias intentó demostrar, de manera imprudente, que Cristóbal Colón no descubrió nada. En aquel entonces se consideraba un cuento descarado inventado para menospreciar los logros del Almirante. Sin embargo, ni en aquel momento ni nunca se pudo detener el continuo avance de las creencias populares, entrelazadas como están con eventos ampliamente conocidos.

¿A qué se puede atribuir, sino a la certeza de la historia de Alonso Sánchez, la renuencia de marineros tan experimentados como los del Condado de Niebla a navegar hacia el oeste? ¿Y a qué se debió la acogida, protección y ayuda efectiva de los frailes de la Rábida, los armadores de Palos y la gente ilustrada de la región donde Alonso Sánchez había nacido, sino al conocimiento de esta historia?

Además, se sabe que al llegar las carabelas a las islas Lucayas, los nativos acudían simplemente a contemplar con admiración y a reverenciar a aquellos que creían haber descendido del cielo. Les tocaban las ropas y las barbas, les ofrecían objetos valiosos como obsequios y valoraban enormemente cualquier pequeño regalo de los extranjeros. Los seguían en canoas o salían a su encuentro, incluso lanzándose al agua si no tenían otra manera de acercarse. Sin embargo, los habitantes de Haití o Santo Domingo huían aterrorizados al aproximarse las naves, siendo necesario perseguirlos para capturarlos y usar todo tipo de artimañas para calmar su desconfianza y miedo. ¿Por qué esta diferencia entre personas con los mismos instintos? El padre Las Casas, testigo presencial de muchos de estos eventos, lo explica muy bien al decir: "los primeros que fueron a descubrir y poblar la isla La Española (a quienes él trató) habían oído a los nativos que pocos años antes de su llegada habían llegado hombres blancos y barbados como ellos".

El Sr. de Lorenzo considera que esta declaración no necesita comentarios, ya que esos hombres no podrían ser otros que los compañeros de Alonso Sánchez.

Como se puede observar, tanto los argumentos a favor como en contra de la leyenda del piloto presentan razones dignas de análisis. Por lo tanto, al impugnar la última obra de Roselly de Lorgues, manifesté que no consideraba trivial la historia del piloto. En aquel entonces, no había considerado ni quizás hubiera pensado en estudiarla con atención y emitir un juicio propio si no fuera por el estímulo que me ha proporcionado el informe que se me ha encomendado. Originalmente, simplemente enumeré los autores que aceptan como legítima y válida la tradición de un descubrimiento anterior al de Colón, una nota que he ampliado posteriormente con otros motivos y que planeo expandir aún más para resaltar su importancia.

Por experiencia propia, tiendo a desconfiar de las tradiciones que se basan únicamente en la voz popular. Rara vez estas tradiciones tienen un origen puro; más bien, con el tiempo suelen sufrir modificaciones, embellecimientos o ser poetizadas.

La historia de un piloto, sea cual sea su nombre, que por desgracia tuvo un breve encuentro con las tierras tropicales, es mucho más antigua de lo que piensan los opositores aquí mencionados. Tengo conocimiento de que, en un manuscrito de Fray Antonio de Aspa, conservado en la Biblioteca de esta Academia, se registró esta historia veinticinco años antes de que se publicara la Historia de las Indias de Fernández de Oviedo. Como él, el monje jerónimo afirmaba la circulación de esta narrativa entre personas comunes, respaldando así las palabras del cronista del Emperador y fortaleciendo testimonios previos bastante intrigantes.

Se relata en el itinerario del viaje por España en el año 1466, de León de Rosmithal, barón de Blatna y cuñado del rey de Bohemia, que luego de visitar Santiago de Compostela, el noble peregrino y su séquito se dirigieron a Finisterre para ver la supuesta nave prodigiosa de piedra que llevó a Dios y a su Madre. Desde allí, contemplando las aguas del mar, el barón quedó admirado por su inmensidad y misterio, y uno de los marineros presentes le contó una historia sobre alguien que deseaba adentrarse en él. Este relato es significativo y, al no ser común, y al estar guardado en pocas manos el libro del viaje, considero relevante transcribirlo. Dice así:

“En los anales históricos se relata la expedición emprendida por un rey de Portugal, quien comisionó la construcción de tres navíos. En cada embarcación, dispuso la presencia de doce escribanos y aprovisionamiento para cuatro años, con el objetivo de explorar las distancias más lejanas en ese lapso. Se les encomendó registrar todas las regiones alcanzadas y los eventos marítimos que experimentaran.

Tras dos años de travesía, los navegantes llegaron a una región envuelta en oscuridad, la cual les llevó dos semanas atravesar. Al salir de esta oscuridad, alcanzaron una isla donde descubrieron estructuras subterráneas llenas de oro y plata, junto a huertos y casas (similar a algunas zonas de Francia). A pesar de la tentación, decidieron no apropiarse de nada, temiendo las consecuencias desconocidas.

Más tarde, mientras retomaban la navegación, se toparon con olas gigantescas que infundieron un temor tan intenso como si fuera el día del juicio. Tras detenerse y deliberar, optaron por explorar más de cerca estas aguas turbulentas. Dos de las naves se aventuraron adelante, mientras la tercera aguardaba en su lugar. Aquellos que se lanzaron hacia las olas hicieron un pacto de que, si no regresaban en cuatro o cinco días, se les considerara perdidos.

La nave restante esperó durante dieciséis días, pero al no recibir señales de sus compañeras, llenos de terror decidieron regresar a Lisboa, la gran ciudad y capital de Portugal. Su regreso marcó el fin de una odisea que duró dos años, llevando consigo la incertidumbre sobre el destino de sus compañeros y los misterios que encontraron en sus exploraciones.

Al llegar al puerto, los habitantes de la ciudad se acercaron a ellos con curiosidad, preguntando sobre su identidad y origen. Los navegantes explicaron que eran la expedición enviada por el rey para explorar los confines del mar y documentar las maravillas encontradas. Algunos ciudadanos recordaban el momento en que las naves partieron, señalando que los tripulantes originales eran mucho más jóvenes, de unos veintiséis años. Este hecho era percibido como un gran misterio, ya que los navegantes regresaban con canas que ninguno de sus conocidos los había visto antes, siendo este cambio tan drástico como el de los árboles cubiertos de escarcha en invierno.

Cuando estas noticias llegaron al Rey de Portugal, se sorprendió al enterarse de que los navegantes habían envejecido tanto en poco más de dos años en el mar. Especulaba sobre la veracidad de las historias que contaban los hombres, sugiriendo la posibilidad de que hubieran sido atacados y reemplazados por otros, quienes, antes de tomar el control de las naves, habrían aprendido los mandatos y deberes que se les encomendaron. El rey recordaba haber instruido a los navegantes para que documentaran todo lo que encontraran después de dejar Finisterre, ya fuera islas deshabitadas o incidentes marítimos, para lo cual se designaron treinta y seis notarios, doce en cada nave.

Cuando los navegantes se presentaron ante el rey, este les preguntó con curiosidad: "Amigos, ¿qué ha sucedido que, habiendo enviado tres barcos, solo uno ha regresado?" Ellos respondieron respetuosamente: "Clemente Rey, te contaremos todo. Siguiendo tus órdenes, con doce escribanos en cada barco para documentar nuestros hallazgos en el mar, zarpamos de la costa y navegamos durante quince meses. Durante este tiempo, estimamos haber recorrido seis mil millas, con vientos favorables y sin enfrentar ningún obstáculo.

Luego, al año y medio de nuestra partida, llegamos a una región marítima envuelta en oscuridad y tinieblas, la cual cruzamos en dos semanas. Después, arribamos a una isla de aproximadamente tres leguas de ancho y largo, donde desembarcamos y la exploramos durante tres horas. Encontramos hermosos edificios subterráneos repletos de oro y plata, pero sin rastro de habitantes. Además, la isla estaba adornada con jardines y viñedos exquisitos. Al contemplar esta riqueza, reflexionamos y decidimos no tomar nada, pues temíamos las posibles consecuencias desconocidas. Algunos sugirieron regresar rápidamente a nuestras naves para evitar cualquier peligro, y así lo hicimos, sin sufrir ningún contratiempo en el proceso.

Después de dejar esa isla, continuamos navegando por un tiempo hasta regresar a las mismas tinieblas que habíamos encontrado anteriormente. Nos encontramos ante la disyuntiva de si debíamos adentrarnos en ellas o regresar. Algunos argumentaban que debíamos seguir adelante, ya que el rey nos había encomendado llegar tan lejos como fuera posible para documentar nuestros descubrimientos. Finalmente, decidimos adentrarnos en esas oscuridades y navegamos en ellas hasta llegar a un océano abierto y claro. Sin embargo, al avanzar unas leguas más, nos topamos con olas tan enormes que parecían alcanzar el cielo, emitiendo un estruendo tan aterrador que nos hizo temer que fuera el día del juicio final.

De nuevo, debatimos sobre si debíamos atravesar esas olas o regresar. Los tripulantes de las otras dos naves nos aconsejaron que nos quedáramos con el tercer barco mientras ellos exploraban más de cerca la situación. Acordamos esperarlos durante cuatro días, y si no regresaban, asumiríamos que habían perecido. Pasamos dieciséis días esperando en ese lugar, pero al no recibir noticias de ellos y temiendo avanzar más, decidimos regresar a Lisboa, ciudad a la que finalmente llegamos.

Todo lo que he relatado está registrado fielmente en los Anales de Portugal.

Es razonable suponer que la leyenda portuguesa, que data de tiempos antiguos y se atribuye al reinado de Alfonso V en 1466, pudo haber sido concebida antes de que España o Portugal tuvieran conocimiento de los futuros logros de Colón, lo que potencialmente habría puesto en peligro su reputación. Sin embargo, sería arriesgado afirmar que el relato del viajero bohemio satisfaría a aquellos celosos de la impecabilidad del renombre de Cristóbal Colón. Entre las numerosas narraciones sobre el tema del centenario, es posible que surjan otras opiniones, incluso sobre la presunta envidia española, que no se observa en las crónicas de los Dorias, los Espínolas, los Pescaras, los Farnesios y otros italianos que contribuyeron a la historia nacional. Estos relatos podrían denunciar esta envidia con una perspectiva distorsionada y póstuma, especialmente hacia aquellos que no comparten su punto de vista sobre las cualidades del ilustre Almirante.

Pedro Mártir de Anglería, otro italiano que recibió elogios sin reservas, abordó en su momento el tema de la envidia que despertaba su compatriota, expresándose en términos que merecen ser recordados.

Colón había navegado más de 335 leguas a lo largo de la costa de Cuba sin encontrar el cabo esperado. Convencido de que había alcanzado las tierras de la India oriental, cuyo camino se proponía descubrir, decidió tomar medidas para evitar que, una vez concluido el viaje, se pusiera en duda la importancia de su descubrimiento. Por ello, ordenó al escribano que fuera a las tres carabelas y solicitara a la tripulación, que incluía expertos cartógrafos y pilotos destacados, que manifestaran si tenían alguna duda sobre si esa tierra era o no la tierra firme al comienzo de las Indias, el punto de partida para quienes quisieran viajar desde España por tierra a estas regiones. Les instó a expresar cualquier duda o conocimiento que tuvieran al respecto, asegurándoles que disiparía sus dudas y les demostraría que Cuba era la tierra firme, imponiéndoles una pena de 10.000 maravedís a aquellos que en el futuro negaran lo que afirmaban en ese momento, y la amputación de la lengua como castigo adicional. En caso de ser un grumete u otra persona de baja posición, se les darían cien azotes y se les cortaría la lengua.

Ante estas palabras, todos los presentes juraron solemnemente que Cuba era Tierra Firme, tal como se les pedía. Se extendió un testimonio de este juramento, fechado el 14 de enero de 1495, para que sirviera como prueba en cualquier momento futuro.

Durante el siguiente viaje, el descubridor avistó la costa de Paria, mientras que otros exploradores como Ojeda, Guerra, Pasudas, Vicente Yáñez y Lepe fueron reconociendo el litoral. En agosto de 1493, Pedro Mártir escribió: "Aquellos que han explorado posteriormente Tierra Firme sostienen que es el continente indio y no Cuba, como cree el Almirante. No faltan quienes se atrevan a afirmar que han dado la vuelta completa a Cuba. Si esto es cierto, o si por envidia hacia tan gran descubrimiento buscan ocasiones contra este hombre, no me atrevo a juzgarlo; el tiempo lo dirá."

Aunque Colón falleció en 1506 manteniendo la opinión de que Cuba era una de las provincias del Gran Kan, el piloto Juan de la Cosa representó a Cuba como una isla en su mapa mundial de 1500, seis años antes de su muerte. Personalmente, creo que la pasión y la envidia influyeron más en el trazado del mapa que la tradición del mencionado piloto. Aquellos que desestiman esta teoría como una invención despreciable quizás pasaron por alto el hecho de que el propio Colón mencionó en sus memorias que un marinero tuerto en el Puerto de Santa María y un piloto en Murcia le aseguraron haber navegado con temporal hasta lejanas costas de Occidente, donde recogieron agua y leña antes de regresar. Aunque Colón no reveló los nombres ni la extensión de las conversaciones, esta declaración confirma en gran medida lo que se creía entre los marineros. Es posible que la historia del piloto que heredó los papeles y los legó a Colón sea una adición romántica, pero la existencia del piloto y su testimonio sobre sus viajes a tierras desconocidas está confirmada.

La discrepancia en las narraciones, que mencionan a un andaluz, un portugués y un vizcaíno como posibles héroes de la tragedia marítima, fue aprovechada por los partidarios de Colón para insinuar que él mismo fue el misterioso descubridor, arrastrado por la fortuna en una de sus travesías hacia la isla de Madeira. Curiosamente, esta interpretación no ha sido mencionada por quienes debaten a favor o en contra de la leyenda, y se encuentra en un libro poco conocido. El autor de las Elegías de varones ilustres de Indias la ofreció, presentándola después de las primeras versiones que identificaban al náufrago como castellano:

«Otros quieren decir que este camino

Que del piloto dicho se recuenta,

A Cristóbal Colón le sobrevino

Y él fue quien padeció la tal tormenta.».

Se cuidó de buscar testimonio de aprecio el beneficiado de Tunja, añadiendo:

«Para confirmación de lo contado,

Algunos dan razón algo fundada,

Y entre ellos el varón

Adelantado Don Gonzalo Jiménez de Quesada;

Pues no teniendo menos de letrado

Que supremo valor en el espada,

En sus obras comprueba, por razones,

Ser estas las más ciertas opiniones.»

En cuanto a la certeza de los eventos, debemos basarnos en las memorias de Colón. En estas, se menciona que no fue solo una persona confiada, sino al menos dos: un marinero tuerto en el Puerto de Santa María y un piloto en Murcia. Además, no podemos ignorar la posible participación del portugués Pedro Vázquez en Huelva, según otros documentos.

Con estas referencias comunes, es evidente que hubo más de una expedición o intento desafortunado, en los cuales vascos, andaluces y portugueses intentaron realizar lo que Cristóbal Colón finalmente logró.

Existen indicios que sugieren que incluso los cántabros podrían haber participado en expediciones previas. Se sabe que desde el siglo XIII perseguían ballenas hasta los mares del Norte. Además, muchas pistas recogidas por Garibay y Henao, respaldadas por documentos que he recopilado, sugieren que antes del nacimiento de Colón, estos pescadores audaces podrían haber hecho escala y abastecimiento de agua dulce en la costa Noroeste americana, aunque sin un propósito deliberado ni utilidad inmediata.

También se encuentran registros de autorizaciones de los monarcas portugueses para explorar hacia el oeste en busca de islas o tierras, junto con informes recurrentes de barcos que partieron del puerto sin regresar. La narración de Rosmithal, aunque fabulosa, ofrece una clara idea del fenómeno llamado “La pororoca” o “gran ola”, observado por Colón, Vicente Yáñez Pinzón y Lepe, así como por los portugueses, quienes quedaron sorprendidos por las olas que se alzaban hasta las nubes, avanzando con un estruendo atronador contra las naves y arrastrándolas como si fueran hojas livianas.

¿Acaso se negarían solo los andaluces, igualmente versados en la negociación de minas y en el comercio de esclavos africanos, a lanzarse a intentar empresas similares a las de sus vecinos?

Los registros del Condado de Niebla dan cuenta de la actividad marítima andaluza en el siglo XV, corroborados por Pedro Mártir, quien menciona específicamente el puerto de Palos, afirmando que "todos los habitantes del pueblo, sin excepción alguna, se dedican a los asuntos marítimos y están ocupados en negocios continuos". Sin duda, esto contribuyó a que Palos fuera elegido como el lugar desde donde partiría la expedición de descubrimiento.

La elección del lugar de partida para este viaje misterioso fue una decisión de Colón, solicitada entre muchas otras cosas a los Reyes y concedida por ellos. Como confirma el historiador principal, el Padre Las Casas, refiriéndose a Palos: "donde pidió a sus altezas que le proporcionaran los medios para el viaje". Palos fue seleccionado porque no había otra región española tan dedicada a los asuntos marítimos en el océano desconocido como la zona comprendida entre la desembocadura del Guadiana y del Guadalquivir. Además, allí encontró Colón marineros más familiarizados con las expediciones hacia Occidente, expertos en las Canarias y en el continente africano. Además, aparte de su propia instrucción y experiencia, no encontró en ningún otro lugar tantas noticias e indicios, ni el respaldo inteligente y activo que allí, al final de la tierra occidental, bajo la sombra del monasterio franciscano, parecía ofrecer el infinito para exploraciones y viajes.

No sería ni extraordinario ni extraño que de una tierra tan rica en pilotos surgiera uno más.

Tomé Cano, un hombre de mar natural de las Islas Canarias y dedicado a la construcción naval, escribió un tratado sobre la fabricación de barcos que se publicó en Sevilla en 1611. En el prólogo, al referirse al descubrimiento casual de las islas oceánicas antes de Colón, declaró: "Esto es algo absolutamente cierto, conocido y comentado en la isla de Madeira y entre los antiguos marineros de Portugal, el Algarve y lo que se conoce como el Condado de Niebla. Yo supe de esto a través de alguien que vivió en esa época y lo mencionaba como algo muy evidente y bien conocido".

Es igualmente difícil esclarecer la identidad del piloto responsable del descubrimiento. Los primeros en registrar la leyenda, como el Padre Aspa, no proporcionaron nombres. Garibay, Galardi, Mariana y el portugués Gaspar Estaço pasaron por alto este detalle; Fernández de Oviedo y López de Gómara, en sus relatos, mencionaron al piloto andaluz, pero no dieron su nombre. Incluso el último admitió no haber averiguado su identidad, afirmando: "Así es como las Indias fueron descubiertas, desafortunadamente para quien las vio primero, pues murió sin disfrutar de ellas y sin dejar registro de su nombre, su origen o el año en que las encontró. Aunque no fue culpa suya, sino resultado de la malicia de otros o de la envidia a lo que la gente llama fortuna".

La falta de información fue corroborada por el Padre Acosta, quien atribuyó este vacío a causas más grandes, escribiendo: "Así ocurrió en el descubrimiento de nuestro tiempo, cuando ese marinero, cuyo nombre aún desconocemos, para que tan importante logro no se atribuyera a ningún otro autor que no fuera Dios".

Ante tales afirmaciones, cuando posteriormente Garcilaso de la Vega publicó que el héroe se llamaba Alonso Sánchez y era hijo de Huelva, Solorzano, no convencido, objetó: "Ningún fundamento tengo, que yo sepa, para escribir el nombre de Alonso Sánchez". Es cierto que el escrupuloso jurista lo era aún más en lo relacionado con las Indias y mostraba escepticismo en cuanto a los descubrimientos. Otros escritores consideraron que, siendo Garcilaso un historiador de renombre y sin ningún motivo para sospechar de su honestidad en este asunto, era razonable creer que no inventó el nombre, sino que lo escuchó de los contemporáneos que narraban la historia, y que tanto valía un nombre como otro para la veracidad de la misma.

Hasta que no aparezcan más pruebas, la prudencia aconseja seguir el consejo de Oviedo: "Es mejor dudar de lo oculto que disputar sobre lo incierto". Sin embargo, después de Garcilaso, el nombre de Alonso Sánchez de Huelva ha sido aceptado y pasa sin objeción como el protagonista del desafortunado viaje a las Indias. Lo confirman el Padre Feijóo, Abad y Lasierra, Ferrer y muchos otros críticos, entre los cuales Fernando de Montesinos llegó a pensar que la tierra nueva occidental se llamaba, no Colonia, en honor a Colón, sino Alfonsina, en honor a Alonso Sánchez.

Independientemente de la identidad del protagonista, al estudiar y comparar las diferentes versiones de la leyenda con el criterio profesional que ayudó a don Bernardo de Estrada a comprender mejor su posible significado, en la obra inédita que trata sobre Alonso Sánchez, es necesario discernir entre lo posible y lo fantástico. Ningún marinero aceptaría la verdad de tormentas que duraran meses o el efecto de arrastrar embarcaciones por miles de leguas en una misma dirección. Según la Oceanografía y la Historia, el suceso podría entenderse de la siguiente manera:

Una de las numerosas naves que partieron en diferentes épocas desde las costas de España, las Islas Canarias o los Azores en busca de las tierras de la Antillas, las Siete Ciudades o San Borondón, nombres recurrentes entre los marineros veteranos, pudo haber sido llevada por las brisas constantes del Este y Noreste. Navegando con un mar tranquilo, una temperatura suave y un ambiente agradable, es probable que llegara sin contratiempos a avistar tierra, muy posiblemente Santo Domingo. Los tripulantes habrían experimentado la emoción de lo desconocido; habrían explorado la costa en cierta medida, recogiendo muestras de la naturaleza o de la artesanía de los nativos. Ansiando regresar a casa con las noticias, intentaron retroceder por el mismo camino.

Sin embargo, la constancia de esas brisas les habría mostrado la gran diferencia que existe entre navegar con el viento y contra él, una lección que Colón aprendió de manera dolorosa en su cuarto viaje, cuando intentó navegar contra el viento a lo largo de la costa de Honduras y avanzó solo setenta leguas en sesenta días. Los marineros de esta historia habrían luchado durante días, mientras duraran el agua y los víveres; una vez agotados, podrían haber regresado a La Española para abastecerse de lo que los isleños tenían. Es posible que intentaran esta travesía dos, tres o incluso cuatro veces, tal vez guiados por la experiencia o tal vez porque, al prolongar su rumbo hacia el norte, salieran accidentalmente de la zona de los vientos alisios y pudieran finalmente dirigirse hacia la península ibérica. Este viaje habría consumido mucho tiempo, desgastado los aparejos y puesto a prueba la salud y la vida de la tripulación, sometida a continuas penalidades y trabajos sin alimentos adecuados para reponerse. Aunque los sobrevivientes podrían considerarse afortunados, la ley natural que rige los vientos y las corrientes en el golfo, junto con el deseo inherente de regresar por los mismos caminos, ha llevado al océano a exploradores cuyo destino permanece desconocido, siendo esta ley física la principal razón por la cual durante siglos no se estableció una comunicación constante entre los dos continentes.

Fueron los desafortunados náufragos quienes descubrieron la noticia y la compartieron, no necesariamente con Colón o de manera confidencial, sino con personas de su entorno o contacto. Sin embargo, pocas, o quizás ninguna, poseían el discernimiento necesario para comprender el valor de esa información y utilizarla en el momento adecuado, aparte de Colón. La perspectiva de encontrar casas con techos de oro, hábilmente presentada por Martín Alonso Pinzón para motivar a los marineros indecisos; la explicación de Pedro Vázquez de la Frontera sobre el mar del Sargazo, asegurando que verían las aguas cubiertas de hierba y que podrían navegar sin temor, seguros de llegar a tierra; y los detalles mencionados por Pedro de Velasco y otros pilotos, recopilados en informes, indican claramente que en Huelva, en Palos, y posiblemente en La Rábida, se conocía la verdad que se escondía detrás de las leyendas, lo que contribuyó a la aceptación de los planes del misterioso proyectista.

Aunque Colón aprovechaba todo tipo de indicios para confirmar la precisión de sus cálculos y presupuestos, su resolución estaba basada en fundamentos más sólidos y no se veía directamente influenciada por ellos. Incluso si no hubiera sabido nada del viaje de Alonso Sánchez, habría emprendido su propia travesía hacia la India Gangética, el ideal que tanto anhelaba. Sin embargo, no se puede asegurar con certeza que, de no haber conocido esa información, habría regresado alguna vez a la corte de Castilla y no habría perdido su vida y su reputación en el fondo del Atlántico, quedando su memoria confundida entre los numerosos intentos desafortunados.

La determinación con la que una vez registrada la isla La Española, el Almirante Colón puso rumbo hacia el Norte y sin vacilar siguió un camino tan inusual trazando desde el principio una ruta que, como él, siguieron Pinzón, Antonio Torres, Pero Alonso Niño, Ojeda, sin haber probado nunca la ruta común, debe haber obedecido a una disciplina anticipada, al descubrimiento de ese Alonso Sánchez, a menos que se acepte la intuición sobrenatural o la guía de los rumbos en la carta de Colón por inspiración divina.

Cristóbal Colón, según otro escritor moderno, tenía y debía tener la posibilidad de encontrar tierras ultramarinas, y sin esa posibilidad nunca habría sido apropiado que arriesgara su vida y la de aquellos que le acompañaban.

Pero ¿pueden realmente considerarse descubridores de América aquellos que solo vislumbraron la existencia de esos continentes, o aquellos que quizás algún día se demuestre que llegaron efectivamente a las costas americanas, ya sea por elección propia o llevados allí por los vientos o corrientes del océano?

La tradición del piloto de Huelva ha chocado hasta ahora con el celo excesivo de aquellos que, en cualquier observación sobre la vida o los viajes de Cristóbal Colón, presumen una intención maliciosa para denigrar su reputación. Esto ha prolongado la discusión sobre los precursores en la empresa del descubrimiento, negando cada vez más claramente el arribo al mundo colombino de los fenicios, cartagineses, escandinavos y diversos pueblos asiáticos. Se pasa por alto el hecho de que, en el segundo viaje, Colón informó que encontraron restos de una nave europea y una marmita de hierro en posesión de los caribes en la isla de Guadalupe, y también se omite mencionar que durante el viaje emprendido en 1501 por los hermanos portugueses Corterreal, quienes perecieron en el mar, sus compañeros vieron un trozo de espada dorada y unos pendientes de plata, elaborados con habilidad artística, en las orejas de una india en las costas de Terranova.

Por supuesto, tales expediciones ignoradas u olvidadas no tienen ninguna relación con la efectiva comunicación abierta entre las dos mitades del mundo, y los intentos de aquellos que no lograron ese éxito no deberían empañar el mérito del autor de este incomparable logro. Por lo general, los inventos surgen a partir de intentos fallidos, cuyo mérito finalmente recae en quien logra descubrir la solución.

La verdad de una historia tan controvertida no afecta ni la gloria legítima de Colón, que le inmortaliza a los ojos de los hombres de ciencia, ni la gloria que el pueblo le otorga por su éxito. Colón puede deber en parte su último laurel al descubrimiento del piloto onubense, Alonso Sánchez, pero este último lo debe todo a Colón, sin quien su trabajo no habría tenido aplicaciones ni su nombre habría salido del círculo de los marineros que lamentaban su desventura. Sin embargo, en justicia, así como el descubridor de las tierras oceánicas goza de una gloria inmortal, el navegante precursor merece reconocimiento como maestro del camino del océano, sin que lo que se dé a uno reste al otro, ya que las condiciones son incomparables en todos los aspectos.

En este sentido, el Padre Torrubia estaba de acuerdo, como lo demuestra el párrafo que voy a citar. "El desafortunado Alonso Sánchez quedó en el olvido después de habernos dado un mundo entero. Admiro y no puedo olvidar en su invención (aunque casual), una notable especie de heroicidad que se refleja en sus fieles observaciones. El derrotero que trazó en su primer viaje a América fue el que la descubrió a Colón, y este almirante, con ánimo intrépido, espíritu sublime, generoso pecho y magnánimo corazón, navegó, buscó, encontró y entregó a León y Castilla el Nuevo Mundo, que será un eterno orgullo de su memoria y un emblema distinguido de su familia. Quien sepa que Bulkeldio fue tan honrado por haber inventado la preparación de los arenques que su sepulcro fue visitado por Carlos V, entenderá mi exceso al rendir este homenaje a las cenizas de Alonso Sánchez."

Agrego por mi parte, aquel que sepa que la ciudad de Boston, en los Estados Unidos de América, erigió una estatua, inaugurada con magníficas fiestas, en honor al norteamericano Leif Eriksen porque se presume que en el siglo XI, al igual que el personaje perdonavidas de Cervantes, llegó allí, no encontró nada y se fue, entenderá que con mayor razón Huelva podría erigir una estatua en honor al humilde piloto que enaltece, al mismo tiempo que su nombre, el de la marina española.

Por: Cesáreo Duro

Fin

Recopilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez

 

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