La batalla de Vilcas y la muerte de Huáscar

Huáscar Inca, el undécimo inca.

Y así, como menciono, el cuerpo de Huayna Cápac entra con gran pompa como si estuviera vivo, y la gente muestra respeto hacia el difunto cuerpo de Huayna Cápac. Después de haberlo enterrado según las costumbres ancestrales, se declara un llanto general por su fallecimiento, ya que hasta entonces no se tenía noticia de su muerte. Además, Huáscar hace que su madre, Rahua Ocllo, se case con el cuerpo difunto para legitimar su posición, utilizando a los ministros del templo para asegurar su legitimidad. De esta manera, Topacucigualpa los declara hijos legítimos de Huayna Cápac y ordena a todos los nobles del Tawantinsuyo que juren lealtad a su nuevo señor natural, lo cual hacen. Luego, solicita a los grandes curacas y consejeros que acudan al ministro de Coricancha para recibir investiduras ceremoniales y símbolos de autoridad, como el Cápac Llauto, Suntur Paucar, Ttopayauri y Cápac Uncu, preparándolos para la coronación con gran esplendor. Distribuye entre ellos vestimentas adornadas con plumas de oro y plata, alimentos, llamas y armas, además de nombrar a muchos caballeros y otorgarles purapura, todo con el fin de ganar su favor. Finalmente, después de un año, les concede el Cápac llauto, nombrándolos Inti Cusi Huallpa Huáscar Inca, y se casa con su propia hermana carnal, Chuqui Huipa, adoptando el nombre de Coya mama Chuqui Huipa Chuquipay.

Posteriormente, el mencionado Huáscar, ya proclamado Inca, recluta a mil doscientos Chachapoyas y Cañaris como sus guardias y sirvientes en su palacio, despidiendo a los guardias de su padre. Comienza entonces a castigar a los capitanes de su padre, decapitándolos y cuestionando por qué habían dejado a Atahualpa en Quito. A los demás capitanes, en lugar de mostrar gratitud, los encarcela en Arauay y Sangacancha. Luego, se dirige a las provincias de los Collasuyos y llega a Titicaca, donde ordena la instalación de una imagen dorada del sol, a la que adora, declarando que venera a Viracocha Inti, agregándole el nombre Inti. Regresa luego al Cusco, deteniéndose en Pomacanche, donde se encuentran todos los curacas, cada uno llegando con sus andas o literas según los méritos otorgados por los anteriores Incas; aunque Huáscar se burla de ellos, no les quita sus privilegios. En la plaza de Pomapampa, ordena que todas las acllas sean llevadas a la plaza de cuatro maneras diferentes. Una vez allí, en medio de una multitud de curacas y gente del reino, hace salir cien indios llamallamas y hayachucos, mientras ellos representan sus comedias, él visita a todas las doncellas, ordenando a los llamallamas que las ataquen, forzándolas a un acto público de bestialidad, como si fueran simples animales de la tierra. Las doncellas, al verse así violentadas, claman al cielo con los ojos llenos de angustia, lo cual causa gran consternación entre todos los nobles del reino, quienes consideran a Huáscar como un gobernante insensato; sin embargo, por miedo, continúan mostrando respeto hacia él como parte del protocolo.

En ese momento, Atahualpa envía a Huáscar una petición para que le otorgue el título y nombramiento de gobernador y capitán de las provincias de Quito. Huáscar accede y le otorga el título de Ingaranti (virrey del Sapa Inca), y los habitantes de Quito lo reconocen como tal. Sin embargo, el curaca de los Cañaris, llamado Orccocolla, envía a Huáscar una falsa acusación, cuestionando por qué permitía que Atahualpa se hiciera llamar Sapa Inca. Al enterarse de esto, Huáscar se enfurece. Entonces, Atahualpa envió un rico presente a su hermano Huáscar Inca en Cusco, con la intención de aplacar su ira. Sin embargo, Huáscar, enfurecido, rechazó los regalos quemándolos en una hoguera. Además, en un acto de crueldad extrema, ordenó que con las pieles de los mensajeros de Atahualpa se hicieran tambores, y despidió al resto de la comitiva enviándolos de regreso a Quito con esta terrible noticia. Además, envía vestimenta femenina a Atahualpa, junto con palabras insultantes. Posteriormente, envía a su hermano de padre, al capitán Huaminca Atoc con mil doscientos hombres para arrestar a Atahualpa y a los demás capitanes, pero al llegar a Tumebamba, deciden descansar.

Mientras tanto, los mensajeros llegan a Quito y le cuentan a Atahualpa todo lo sucedido, incluyendo los detalles sobre los vestidos de mujer, adornos y otros regalos. Atahualpa y los capitanes reciben la noticia con gran pesar, sin pronunciar palabra. En ese momento, llega la noticia de Orcocolla, el curaca de los Cañaris, informando que Huaminca Atoc viene para arrestarlos. Al enterarse de esto, Atahualpa envía un mensaje al capitán de Huáscar, preguntándole el propósito de su llegada con una fuerza armada. El capitán, enojado, responde que solo viene por él. Ante esta amenaza, Atahualpa se reúne en consejo con todos los capitanes orejones y decide tomar las armas.

En consecuencia, convoca a una asamblea de los habitantes de la provincia de Quito, quienes juran seguir sus órdenes. Después de comer juntos, distribuye armas y vestimenta almacenadas por su padre, y comienza a organizar a la gente. Atahualpa, al verse en esta situación, asume el título de Sapa Inca y comienza a ser llevado en andas. Al día siguiente, recluta a trece mil hombres para formar un ejército, compuesto por guerreros muy capacitados.

Después de unos pocos días, el capitán Atoc llegó a Mullihambato, una localidad muy cercana a Quito, y Atahualpa salió al encuentro con su ejército. La batalla se desencadenó y, aunque en un principio los seguidores de Atahualpa fueron derrotados con cierta facilidad, tanto los mitimaes como los nativos se desanimaron. Al observar las lágrimas y la aflicción del príncipe, los capitanes lo alentaron a intentarlo una vez más.

Con renovado ánimo, Atahualpa designó a Calcuchímac como su general y a Quisquis como su segundo al mando. Gracias al liderazgo de estos valientes guerreros, reorganizó a su ejército y logró vencer al capitán Atoc, quien fue capturado y sometido a un castigo severo: el general Calcuchímac ordenó la mutilación y muerte del capitán Atoc, empleando métodos brutales como arrancarle los ojos y dejarlo abandonado en el campo de batalla. Después de someterlo a la tortura conocida como "la gallina ciega", Atoc fue llevado a una cancha donde fue despojado de su piel. Se dice que tanto la piel de Atoc como la de su adjunto Hango fueron talladas y utilizadas para fabricar tambores. La cabeza de Atoc, por su parte, fue utilizada por su propio hermano, Atahualpa, como un vaso ceremonial, un macabro recordatorio de la brutalidad y el alto costo humano de la guerra en aquellos tiempos turbulentos. Con esta drástica medida, Atahualpa esperaba infundir un sentido de calma y disuasión entre sus enemigos.

Pero Huáscar, al enterarse de la desafortunada noticia sobre el destino de su capitán Atoc, se llena de aún más enojo y furia. En respuesta, nombra a su otro hermano carnal, Huanca Auqui, como general de un ejército de doce mil hombres, con la misión de devastar a Atahualpa. Huanca Auqui parte del Cusco con su ejército, recibiendo órdenes de reclutar más tropas en el camino. Al llegar a la ciudad de Tomebamba, solicita refuerzos antes de avanzar.

Mientras tanto, Atahualpa, al enterarse de la partida de Huanca Auqui, reúne un ejército con la intención de asegurar su dominio desde Yayanaco, siguiendo el consejo de sus capitanes y considerándose uno de los herederos legítimos de Huayna Cápac.

Finalmente, Huanca Auqui llega a la comarca de Quito, y Atahualpa sale al encuentro con dieciséis mil hombres para enfrentarlo en batalla. Entre tanto, se gesta un acuerdo secreto entre Huanca Auqui y Atahualpa, prolongando así el conflicto mediante enfrentamientos estratégicamente planificados. La contienda se expande hasta Yanayaco, donde Huáscar envía refuerzos para intervenir en la disputa.

Ambos ejércitos se enfrentan nuevamente cerca de Quito, luego avanzan hasta Tomebamba, donde continúan la lucha. Después, la batalla se traslada a la región entre Chachapoyas y Cañaris, donde Atahualpa logra vencer a Huanca Auqui. Atahualpa regresa triunfante a Quito y, como castigo por su participación, inflige una brutal represalia en la región de los Cañaris. Finalmente, en cuatro enfrentamientos, las fuerzas de Huanca Auqui son derrotadas.

En este período, Calcuchimac se establece en Tomebamba mientras Atahualpa realiza incursiones y conquistas en una provincia de Quito. Por otro lado, Huanca Auqui, en nombre de Huáscar, conquista la provincia de los Pacllas en Chachapoya. Después de estas victorias, reúne más tropas y se enfrenta a las fuerzas entre Chachapoyas y Cajamarcas, sufriendo otra derrota. Luego avanza hacia Huánuco, y desde allí se dirige hacia Bombón, donde se encuentran los ejércitos de Huáscar y Atahualpa.

Dado que ambos generales, Huanca Auqui y Atahualpa, están decididos a poner fin a las guerras y resolver quién gobernará el reino, deciden enfrentarse definitivamente para determinar el futuro del imperio.

Finalmente, después de una intensa disputa, los dos ejércitos se encuentran en Bombón, cada uno con cien mil hombres. Organizan sus formaciones y, una vez listos, se preparan para la batalla. Durante tres días, luchan ferozmente hasta que, al tercer día, los capitanes Quisquis y Calcuchimac, al servicio de Atahualpa, emergen victoriosos. En esta batalla, mueren aproximadamente veinte mil soldados de ambos bandos.

Después de su derrota, Huanca Auqui se retira hacia Jauja, donde encuentra un pequeño ejército que Huáscar había enviado en su ayuda. El capitán que lideraba este contingente reprende a Huanca Auqui con gran furia, cuestionando por qué había actuado de manera tan cobarde. Huanca Auqui, indignado, se excusa diciendo que quería verificar personalmente la fuerza del ejército enemigo liderado por Quisquis y Calcuchimac. Enfurecido, el capitán orejón espera con sus seis mil hombres nuevos. Sin embargo, al enfrentarse a la abrumadora superioridad numérica del ejército de Quisquis, los orejones son derrotados en tan solo dos días.

Durante estos días, Huanca Auqui se entrega a la embriaguez en el valle de Jauja junto a sus tíos, enviando regalos desde allí a la guaca de Pachacamac, solicitando su favor. La respuesta de la guaca fue un irónico "¡buena esperanza!" A pesar de ello, Huanca Auqui ordena la movilización de todos los Huancas, Yauyos y Aymaraes, bajo su autoridad, para defender a Huáscar. Con este contingente, Huanca Auqui lidera una fuerza de doscientos mil hombres.

Mientras tanto, debido a la gran fortaleza de Quisquis, parte del valle de Jauja se vacía en dirección al Cusco. Al ver la partida de Huanca Auqui del valle, Quisquis aprovecha para ingresar y descansar allí por algunos días, enviando mensajeros a Quito en busca de más tropas. También envía solicitudes a los Chachapoyas, Huaylas, los llanos de Chimú, y a los Yauyos y Aymaraes para unirse a su causa, además de ordenar lo mismo para los Huancas, todos bajo la autoridad de la guaca de Pachacamac.

Finalmente, la guaca de Pachacamac proclama que la victoria será suya. En respuesta, Huáscar envía mensajeros por los llanos para pedir al oráculo o guaca de Pachacamac que diga la verdad sobre quién ganará la batalla. El oráculo responde afirmativamente y les asegura la victoria, instándolos a mantener el ánimo alto y a reunir todo su poder, prometiendo que entonces prevalecerán.

Por orden de Huáscar, se convoca a todos los oráculo e ídolos de la región, quienes también prometen la victoria en Vilcas. Además, manda llamar a todos los laycas, umos, cauchos, uallaviças, contiviças, canaviças y cuscoviça para que realicen sacrificios y augurios. Estos adivinos les aseguran que los enemigos no pasarán más allá de Angoyaco y que la victoria será suya desde la batalla en ese lugar.

En ese momento, un orejón del Cusco, acompañado por doce mil hombres, enfrenta a Atahualpa y sus fuerzas sobre el río Angoyaco. Sin embargo, Huanca Auqui abandona al capitán orejón, negándole el apoyo de los demás capitanes y soldados. A pesar de ello, el capitán y sus doce mil hombres logran resistir durante un mes en Angoyaco. Sin embargo, al final, son vencidos y aniquilados por las fuerzas de Atahualpa.

Esta noticia llega a Huáscar mientras él está ocupado en la confrontación con los oráculos (guacas), acompañado de los laycas y otros. A los tataunas y chachacunas, les dice muchas palabras malévolas y falsas, así como a los más de cuarenta guacas que han sido convocados por los chachacunas. Con desprecio, Huáscar pronuncia palabras de menosprecio hacia todos, diciendo: "Desde la época de los ancestros, entre los pequeños y los grandes, entre los valles y las alturas, Cusco, el grande y sagrado, se levanta. Desde allí se distribuye el poder, se establecen las leyes, se construyen ciudades y se gobierna sobre las tierras. Los hombres trabajan y luchan, sembrando y cosechando, en los campos y en las montañas. Entre los habitantes del Cusco, se habla de Tonapa, Tarapaca, Viracocha, Pachayachip, nombres que resuenan en la historia y en la fe. Pero ustedes solo son nada, mentiras y almas sin fondo".

Luego, realiza un juramento de infidelidad, sacude sus mantas y besa un poco de tierra, advirtiéndoles que, si logra sus objetivos, serán sus enemigos incluso más que Mayta Cápac y otros de sus predecesores. A partir de ese momento, Huáscar se convierte en enemigo de las guacas, ídolos y hechiceros.

Así, Huáscar envía mensajeros a todo su reino del Tawantinsuyo, desde Chile hasta Coquimbo, Tucumán, Chiriguanos, los Andes de Carabaya, y los Hatunrunas, quienes son conocidos como gigantes, así como a los Andes. En pocos días, llegan incontables hombres de guerra de todo el reino, y Huáscar realiza una revisión de tropas. La multitud es tal que no caben en el lugar y continúan llegando cada día. Mientras tanto, el Inca recibe la noticia de que Calcuchimac y Quisquis están en Vilcashuamán con su ejército.

Ante la derrota inicial, Huáscar envió mensajeros desde su posición hacia Huanca Auqui, ordenándole que tomara desprevenidas las fuerzas de Atahualpa y las atacara durante la noche. Sin embargo, los espías de Atahualpa se enteraron de este plan y alertaron a sus capitanes principales. Por ello, al mismo tiempo, Quizquiz y Calcuchimac, informados de la maniobra de Huáscar, actuaron con prontitud y sorprendieron a las fuerzas enemigas más allá de Andahuaylas la Grande, ganándoles terreno estratégico.

Finalmente, Huáscar envía a los capitanes del Cusco con sus 30 mil hombres de guerra para evaluar el tamaño y la fuerza de Quisquis y Calcuchimac. Estos, junto con sus capitanes Rumiñahui, Ocumari, Uñachuyllo y otros, aún contaban con al menos 10 mil 500 soldados en su campamento, con cada capitán liderando al menos mil hombres. A pesar de esto, el ejército de Huáscar tenía una clara ventaja numérica.

Huanca Auqui, al llegar a Corampa, deja 100 mil hombres en Guancarama y Cochacassa para contener a Quisquis y su ejército, y luego se dirige al Cusco para informar a Huáscar. Cuando llega, Huáscar lo recibe con respeto y lo ve arrodillarse y llorar, expresando sus excusas con sinceridad. Finalmente, los dos hacen las paces y se reconcilian como hermanos.

Así, Huáscar parte del Cusco, acompañado por todos los curacas y auquiconas como sus soldados, así como por los orejones de Manco Churin Cusco, que son caballeros, y los Acaca Cuscos y Ayllón Cuscos, caballeros particulares. Delante de él marchan los Quingueares y Collasuyos, Tambos, Mascas, Chilques, Papres, Quicchguas, Mayos Tancos, Quilliscches, mientras que los Chachapoyas y Cañaris actúan como su vanguardia o retaguardia, todos organizados con gran disciplina.

Huáscar llega a Utcupampa con un aparato imperial y una majestuosidad nunca antes vista. Nunca antes en el Perú se había presenciado una exhibición tan impresionante. Las tropas del Tawantinsuyo se alinean en formaciones ordenadas a lo largo del río Apurímac, desde Ollantaytambo hasta más allá de Huacachaca, formando una media luna que abarca el área desde Cochabamba hasta Omasayua. Por otro lado, los enemigos ocupan el área desde Chuntaycassa hasta el río Pallcaro, llenando ambos lados del campo de batalla con una multitud densa y decidida.

Ese día, todos planifican y trazan cómo darán la batalla. Huáscar sube a una colina más alta cerca del río Apurímac y observa hacia abajo y hacia arriba. Se regocija al ver una multitud tan vasta que parece harina o tierra esparcida por todas partes. Los cerros, valles y llanuras están cubiertos de oro, plata y plumas de mil colores, y no hay un solo lugar sin gente, con una extensión de hasta doce leguas a lo largo y seis o siete leguas de ancho.

Cada nación o provincia tiene sus tambores y flautas de guerra listos para tocar, y tantos cánticos de guerra resuenan que la tierra parece temblar bajo sus pies. Se dice que el estruendo era suficiente para enloquecer a cualquiera.

Así pues, al día siguiente, Huáscar envió mensajeros por todo su campamento para anunciar el inicio de los enfrentamientos decisivos, instando a todos sus hombres a atacar con toda su furia y vigor. Se dieron señales con humaredas y se tocaron los tambores de guerra para congregar a las fuerzas.

De esta manera, comenzó una gran serie de batallas que se extendieron por toda la llanura. Quizquiz y Calcuchimac hicieron lo propio en el bando de Atahualpa, movilizando a sus tropas para el choque inminente.

Durante ese día interminable, el estruendo de la batalla no cesó en ningún momento. Se estima que murieron al menos veinte mil hombres, desde las primeras horas de la mañana hasta que el sol se puso en el horizonte. Fue un enfrentamiento de proporciones épicas, con innumerables actos de valentía y sacrificio de ambos bandos en una lucha encarnizada por el control del imperio.

A pesar de las bajas masivas, ningún bando logró una ventaja decisiva cuando la noche cayó sobre el campo de batalla. Las fuerzas se reagruparon, atendiéndose los heridos y replanteándose estrategias para retomar los combates al siguiente amanecer.

Al día siguiente, la batalla continuó después del almuerzo y persistió de manera cruel hasta que el sol se puso en el horizonte. Se dice que ese día, la suerte de la contienda favoreció a las fuerzas de Huáscar, logrando algunas victorias parciales.

En el tercer día, los enfrentamientos comenzaron al amanecer y se prolongaron hasta la hora de comer, sin que ninguno de los dos bandos pudiera obtener una ventaja decisiva. Con ambos ejércitos agotados, decidieron tomar un breve descanso y reservar fuerzas para reanudar los combates al día siguiente. Durante esos intensos días de batalla, tantos hombres perdieron la vida que los vastos campos quedaron cubiertos de cadáveres y empapados en sangre.

Y así, al cuarto día, los enfrentamientos se intensificaron con una ferocidad y crueldad sin igual, como si los combatientes estuvieran poseídos y cegados por la furia de la batalla. Los capitanes de Atahualpa, Quisquis y Calcuchimac, extenuados y con sólo medio millón de hombres restantes, retiraron su campo hacia tres altas colinas cubiertas de pastizales, donde se fortificaron y se resguardaron por el resto del día.

Al amanecer, las fuerzas Collasuyos de Huáscar, al ver a sus enemigos Chinchaysuyos acorralados en las colinas, atacaron con renovado ímpetu y crueldad. El propio Inca ordenó que se acercaran a las colinas y los rodearan, dándoles batalla desde todos los flancos.

Viendo que estaban perdiendo hombres sin cesar, Quisquis y Calcuchimac decidieron retirarse a una colina aún más alta, cubierta de pastizales y árboles dispersos, en un intento desesperado por resguardarse.

En ese crítico momento, un indígena Cana o Collasuyo sugirió al Inca Huáscar prender fuego a la colina donde se atrincheraban sus enemigos. Aceptando la siniestra propuesta, el Inca ordenó iniciar el incendio, formando un cerco de fuego alrededor de ellos. Los soldados prendieron las llamas desde todos los ángulos, y pronto, avivado por el viento, se desató una devastadora e incontrolable tormenta de fuego.

Muchos de los Chinchaysuyos quedaron fatalmente atrapados y perecieron abrazados por las voraces llamas del incendio. Mientras tanto, las fuerzas de Huáscar atacaban con aún más crueldad a los sobrevivientes que lograban escapar, causando verdaderos estragos entre ellos como si fueran moscas siendo masacradas sin piedad.

Se dice que Quisquis y Calcuchimac lograron escapar con apenas dos mil trescientos hombres, y ni siquiera todos ellos ilesos, en un estado lamentable. La batalla dejó tras de sí un campo cubierto de ríos de sangre, los lugares quedaron empapados de ella y plagados de cadáveres que contaminaban el aire con su hedor putrefacto. Fue una verdadera y despiadada carnicería.

Al final, los dos mil hombres liderados por Quisquis y Calcuchimac huyeron con gran temor y espanto, aprovechando la oscuridad de la noche para escapar sin ser perseguidos hasta su alcance por los vencedores. Aunque los capitanes querían perseguirlos, Huáscar decidió reservar la persecución para el día siguiente.

Mientras tanto, Quisquis y Calcuchimac, con apenas seiscientos hombres, se reagruparon en el cerro de Cochacassa, a diez leguas del lugar de la batalla. En medio de la noche, prendieron fuego con una mecha de cebo colocada sobre sus manos izquierdas, simbolizando con dos bultos de cebo, uno en representación del campo de Huáscar y otro del campo de Atahualpa. El fuego que representaba a Huáscar ardió con gran intensidad, pero se extinguió rápidamente, mientras que el que representaba a Atahualpa continuó ardiendo vigorosamente. Esta señal fue interpretada como un buen augurio por Quisquis y Calcuchimac, quienes entonaron el haylli de quichu para animar a sus hombres, sugiriendo que les deparaba un destino favorable.

Finalmente, Quisquis llega a Utcupampa en busca de Huáscar con sus seiscientos soldados y cuarenta nativos en silencio, llegando al lugar donde Huáscar dormía al amanecer. Aprovechando el momento, Quisquis enciende fuego y forma su campo de orejones casi dormidos. Mientras los Tabantinsuyos estaban en general almorzando, los capitanes de Atahualpa prenden a Huáscar con relativa facilidad, utilizando a los mudos como avanzada y encerrando a los orejones sin que estos se dieran cuenta. Luego, Quisquis, Rumiñahui y Ocumari entran en acción y derriban a los Camanatas y Lucanas, quienes cargaban al inca, capturando así el cuerpo de Huáscar y llevándolo preso a Salcantay. Cuando el ejército de Huáscar ve y se entera de esto, se desmoraliza y cada uno se retira a sus tierras. Se dice que en esa batalla fueron muertos dos gigantes, cuyos huesos se encuentran actualmente en Chacaro, ocupando un andén.

Después de la devastadora batalla, Quisquis partió hacia Utcupampa en busca de Huáscar. Al llegar al amanecer con sus seiscientos hombres y cuarenta silenciosos guerreros, encontraron el lugar donde Huáscar estaba acampando y durmiendo.

Al ser tomado por sorpresa, Huáscar despertó de inmediato e intentó llamar a su gente que estaba en el campamento. Llamaba a los orejones o nobles, medio dormido. En ese momento crítico, los tahuantinsuyos (el ejército de Huáscar) estaban mayormente desayunando. Los capitanes de Huáscar, con habilidad estratégica, enviaron primero a los hombres que eran especialistas en caminar sin hacer ruido, los mudos. Estos rodearon sigilosamente el campamento sin levantar sospechas, y de inmediato comenzaron con los sonidos de guerra.

Así, cuando todos los orejones estaban turbados por el sonido de la trompeta, una especie de voz que se asemejaba al rugido de un caracol grande, entran Quisquis, Rumiñahui y Ocumari. Finalmente, derriban a los Camanatas y Lucanas, quienes llevaban al inca cargado; y así, capturan y ganan el cuerpo de Huáscar Inca Yupanqui, llevándolo preso a Salcantay. Al ser visto y sabido por el ejército de Huáscar, se desmoralizan y cada uno se retira a sus tierras. En esta batalla, se dice que fueron muertos dos gigantes, cuyos huesos se encuentran actualmente en Chacaro, ocupando un andén.

Después de haber capturado el cuerpo de Huáscar, Quisquis y Calcuchimac no deseaban otra cosa más que establecer su autoridad. Por lo tanto, Quisquis parte hacia el Cusco, pero al llegar no entra en la ciudad por temor. Solo asoma su presencia desde Çinca y luego regresa al lugar de Quibipaypampa, donde se establece y ordena a todos los grandes, curacas y auquiconas, junto con todos los orejones, que acudan a la obediencia de Ticci Cápac, aunque entendieron lo contrario. Eventualmente, todos acuden, incluyendo la coya, la madre de Huáscar, el infante y Huanca Auqui, junto con todos los capitanes. Quisquis los castiga a todos, rodeándolos con seis mil hombres de guerra. Luego hace sacar a Huáscar maniatado y con quisbas alrededor de su cuello, y lo avergüenza con afrentas, llamándolo "cocahacho ysullaya", que significa bastardo y comedor de coca, entre otras ofensas. Finalmente, Quisquis y Calcuchimac llaman a la madre de Huáscar y le reprochan por permitir que su hijo desprecie tanto a Atahualpa, señor de las batallas, siendo ella la antigua compañera de Huayna Cápac.

Al escuchar estas palabras, Huáscar, aún atado, se dirigió a Calcuchimac y Quisquis con firmeza: "Vengan aquí, orejones. ¿Por qué pretenden juzgar mi linaje? Les advierto, les ordeno, que de ahora en adelante no se entrometan en estos asuntos. Reserven eso para Atahualpa, mi hermano menor, con quien me enfrentaré, ya que lo tienen bajo su poder". Ante la autoridad que emanaba de Huáscar, Quisquis se levantó y lanzó un insulto al inca, recordándole su posición en el tribunal y el trono: "¡Menguado, ¿no te das cuenta de que estás aún en el tribunal y el trono de los incas?". Finalmente, con su lanza, atravesó sus gargantas y los obligó a beber orina en lugar de coca. Huáscar, sintiéndose ultrajado y maltratado, apretó los dientes y alzó la voz clamando al cielo: "Señor Creador, ¿cómo es posible que me hayas dado tan poco tiempo? Hubiera sido mejor que no me confiaras este cargo y no me enviaras tantas aflicciones y guerras". Quisquis y Calcuchimac se burlaron grandemente, recordándole sus errores y pecados, atribuyendo sus desgracias a sus propias acciones, como haber deshonrado a las doncellas consagradas al Creador y haber menospreciado su grandeza. Huáscar les recordó entonces todos los actos de adoración a las guacas, reconociendo así sus propios pecados.

Finalmente, en esos días, Quisquis ordena la ejecución de todas las concubinas e hijos de Huáscar, y al día siguiente de todos sus criados y sirvientes, sumando en total alrededor de mil quinientas personas, incluyendo a las concubinas solas que estaban en el palacio de Pucamarca, entre otros. Luego, Quisquis envía a Huáscar, su esposa, su madre y un hijo mayor junto con un niño varón, acompañados de Guancauque y los consejeros más cercanos del inca, custodiados por cien soldados, hacia la presencia de Atahualpa.

Pocos días después, llegó la noticia del desembarco y la llegada de los españoles a Tombis, dejando a todos atónitos. Siguiendo el consejo de Quisquis, se ocultó una gran cantidad de riquezas bajo tierra. Además, se afirmó que, por orden de Huáscar, antes de que estallaran las guerras y batallas, se habían escondido una cuerda de oro, tres mil cargas de oro y otras tantas o más de plata en Condesuyo. En conclusión, todos los objetos valiosos, incluidos los lujosos vestidos de oro, fueron escondidos tanto por los nobles como por los indígenas siguiendo las mismas directrices.

Durante este tiempo, Fulano del Barco y Candia llega al Cusco sin encontrarse con Huáscar. Se dice que también apresaron a Calcuchimac, mientras Huáscar se acercaba a Cajamarca. En ese mismo período, Francisco Pizarro captura a Atahualpa en Cajamarca, en medio de una multitud de indígenas, tras haber hablado con el padre fray Vicente de Valverde. Durante el encuentro, unos doce mil hombres indígenas fueron muertos, quedando muy pocos. Los indígenas creyeron que Pizarro era el mismo Pachayachachic Viracocha o sus mensajeros y, por eso, los dejaron en paz. Cuando Pizarro disparó las piezas de artillería y los arcabuces, los indígenas pensaron que era Viracocha y, al creer que eran mensajeros, no los tocaron, evitando incluso el contacto con los españoles.

Finalmente, Atahualpa fue encarcelado y mientras estaba allí, reflexionó: "Incluso los pájaros conocen mi nombre, Atahualpa". Desde entonces, los españoles lo llamaron Viracocha. Este apodo surgió cuando los españoles, desde Cajamarca, confundieron a Atahualpa con el portador de la ley de Dios, el Creador del cielo. Así, los españoles llamaron a Atahualpa "Viracocha" y al gallo, que cantaba en la cárcel, "Atahualpa".

Mientras tanto, Atahualpa, estando preso, envió mensajeros a Antamarca para ordenar el asesinato de Huáscar. Luego, fingió estar triste falsamente para engañar al capitán Francisco Pizarro. Finalmente, por orden de Atahualpa, se perpetró el cruel asesinato de Huáscar, su hijo, esposa y madre en Antamarca. El Marqués de esta tierra supo de todos estos eventos a través de las quejas y reclamos de los curacas agraviados. Atahualpa fue bautizado con el nombre de Don Francisco. Sin embargo, más tarde fue ejecutado por traición.

Después de estos acontecimientos, el capitán Francisco Pizarro partió junto con el padre Fray Vicente hacia el Cusco. Durante su viaje, Pizarro llevó consigo a un hijo ilegítimo de Huayna Cápac, quien fue proclamado inca, pero falleció en el valle de Jauja. Desde allí, Pizarro llegó con sesenta o setenta hombres españoles al puente de Apurímac, donde Manco Inca Yupanqui, acompañado de todos los orejones y curacas, se presentó para ofrecer obediencia y convertirse al cristianismo. Se celebró un encuentro de paz donde todos adoraron la cruz de Jesucristo, ofreciéndose como súbditos del emperador Don Carlos. Luego, se dirigieron a Vilcaconga, donde los apocaracas y orejones, llenos de alegría, participaron en celebraciones. Finalmente, llegaron a Jaquijahuana, donde al día siguiente, el padre Fray Vicente y el capitán Francisco Pizarro solicitaron a Manco Inca Yupanqui que se vistiera con los ropajes de Huayna Cápac, su padre. Después de mostrarse, Manco Inca Yupanqui fue examinado por Pizarro y Fray Vicente, quienes le pidieron que se vistiera con el atuendo más lujoso. En un gesto simbólico, Pizarro mismo se vistió con este traje en nombre del Emperador.

Finalmente, Pizarro y su comitiva partieron hacia el Cusco, mientras Manco Inca Yupanqui viajaba en sus literas. A su llegada, los españoles y los curacas marcharon con gran orden, acompañados por el inca y el capitán Francisco Pizarro, quien con el tiempo sería conocido como Don Francisco Pizarro. Al llegar al Cusco, cerca del pueblo de Anta, se encontraron con Quisquis, el cruel capitán del difunto Atahualpa, quien les dio batalla junto con los orejones y los españoles. Después de esta confrontación, continuaron hacia Capi.

El Marqués, acompañado del inca y del Santo Evangelio de Jesucristo, ingresó a Cusco con gran pompa y majestuosidad real. El Marqués, con sus canas y barba largas, representaba la figura del emperador Carlos V, mientras que el padre Fray Vicente, con su mitra y capa, personificaba a San Pedro, el pontífice romano, no como Santo Tomás, quien había renunciado a la riqueza. El inca, con sus andas adornadas con plumas preciosas y el atuendo más lujoso, sostenía su Suntur Paucar en la mano, simbolizando su papel como rey con sus insignias reales de Capac Unancha. Los nativos se regocijaban, impresionados por la llegada de tantos españoles y la magnificencia del espectáculo.

Finalmente, el padre Fray Vicente se dirigió directamente a Coricancha, la casa construida por los antiguos incas para el Creador. Ahí, la tan ansiada ley de Dios y su Santo Evangelio entraron para reclamar el lugar que durante tanto tiempo había sido usurpado por antiguos enemigos. Fray Vicente predicaba incansablemente, como el apóstol Santo Tomás, patrón de este reino, con el celo de ganar almas y convertirlas, bautizando a los curacas con hisopos, ya que no podían derramar agua sobre cada uno debido a la barrera del idioma. Aunque hablaba a través de un intérprete, estaba siempre ocupado, a diferencia de los sacerdotes de hoy en día. Los españoles, durante ese tiempo, estaban muy dedicados a llamar a Dios, con gran devoción, mientras que los nativos eran inspirados por sus buenos ejemplos. En resumen, mientras que en aquel entonces la atención se centraba en la llamada a Dios y la devoción era alta tanto entre los españoles como entre los nativos, hoy en día, la atención se enfoca en la sujeción y los españoles no muestran la misma dedicación a la religión como en aquellos tiempos.

Fin

Compilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez 

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