Diego de Almagro (Diego de Montenegro Gutiérrez)

Diego de Almagro, nacido como Diego de Montenegro Gutiérrez, dejó una huella indeleble en la historia como adelantado de la conquista del Perú, socio clave de Francisco Pizarro y Hernando de Luque, gobernador de la Nueva Toledo y descubridor de Chile.

En las biografías de prominentes figuras de la conquista del Nuevo Mundo, como Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Diego de Almagro, no es infrecuente encontrar elementos que, especialmente en sus comienzos, parecen extraídos de la leyenda o de las páginas de una novela de caballerías.

El padre reconocido de Diego de Almagro fue Juan de Montenegro, copero al servicio del maestre de la Orden de Calatrava, Rodrigo Girón. Montenegro, un hombre de condición humilde, mantuvo una relación amorosa, aparentemente con la promesa de matrimonio, con Elvira Gutiérrez, una joven igualmente humilde. De esta unión nació un niño no deseado, cuyo nacimiento tuvo lugar en secreto en Almagro, un pueblo bajo el dominio de la Orden de Calatrava. Pocos días después, el recién nacido fue llevado en secreto a Aldea del Rey, en la comarca de Almodóvar, donde quedó al cuidado de Sancha López del Peral y su hija Catalina.

Diego permaneció en secreto con Sancha y Catalina hasta que tuvo unos cuatro o cinco años. En ese momento, reapareció Juan de Montenegro, el copero, y se llevó al niño consigo por un corto tiempo, ya que falleció poco después. Hernán Gutiérrez, tío materno de Diego, asumió la responsabilidad del niño, quien se convirtió en un adolescente travieso e ingobernable a la edad de catorce años. Su tío lo castigaba con extrema severidad, llegando a utilizar cadenas en sus pies que causaban grandes dolores. Diego, sintiéndose lo suficientemente fuerte, decidió buscar una vida por sí mismo y, en la primera oportunidad, escapó lejos de un pariente que solo le había proporcionado magra comida, malos tratos y trabajo duro.

Aunque ya por entonces todos le llamaban Diego, el tema del apellido permanecía sin resolver. Podría haber sido Montenegro, en honor a su padre, o Gutiérrez, por parte de su madre, pero ninguno de sus progenitores se preocupó por asignarle un apellido. Así que optó por adoptar el nombre de la villa donde vino al mundo: Almagro. Estamos en el año 1493, apenas un año después de que Cristóbal Colón arribara a las Indias. La crónica de su histórico viaje y las maravillas de las tierras descubiertas por las tres carabelas despertaron la imaginación y el anhelo de riqueza y aventuras en numerosos jóvenes, incluido Diego, quienes, en última instancia, no tenían mucho que perder, pero sí mucho por ganar.

Con la firme intención de zarpar hacia el Nuevo Mundo, Diego de Almagro decidió buscar a su madre, residente en Ciudad Real, donde se había casado con un hombre llamado Cellinos. La idea era solicitar ayuda a su madre, pues, según Alfonso Bulnes, el historiador, "¿a quién sino a su madre podría acudir en busca de socorro?" Sin embargo, Elvira, reticente a anclarse en su pasado clandestino, ofreció al vagabundo pan y algunas monedas para calmar su conciencia, diciéndole: "Toma, hijo, y no me causes más pesar. Vete y que Dios te ayude en tu destino".

Diego de Almagro, en efecto, emprendió su propio camino y llegó a Toledo siendo aún un joven de pocos años. Ansioso por encontrar un empleo, buscó a alguien a quien servir y encontró al licenciado Luis de Polanco, uno de los cuatro alcaldes de la Corte de los Reyes Católicos, a quien se unió como criado. Sin embargo, la juventud de Diego le jugó una mala pasada cuando, en un altercado con otro joven, resultó apuñalado. Las heridas fueron tan graves que su agresor no tuvo otra opción que huir.

Después de enfrentar numerosas adversidades y temiendo la implacable mano de la justicia, Diego de Almagro llegó a Sevilla. En ese tiempo, y durante muchos años después, Sevilla era el principal centro del comercio con las Indias y el punto de partida de las expediciones que se aventuraban hacia esas tierras distantes, aún repletas de vastos territorios por descubrir.

Almagro logró unirse a una expedición bajo el liderazgo de Pedrarias Dávila, designado gobernador de Castillo del Oro, también conocido como Tierrafirme. En las tierras del Nuevo Mundo, las circunstancias lo llevaron a asumir el rol de soldado, demostrando rápidamente su habilidad excepcional para este oficio en un entorno sumamente hostil, caracterizado por el clima inclemente, el calor asfixiante, las lluvias incesantes, la densa selva y los ataques agresivos de los arqueros indígenas.

Almagro acumuló valiosa experiencia sirviendo bajo diversas banderas y se convirtió en un hábil "baqueano", un excelente rodelero que conocía todas las artimañas de los indígenas. Gracias a esta destreza, logró salvar milagrosamente su vida en varias ocasiones. Un cronista destacó que Diego de Almagro "era un soldado excepcional y un hábil rastreador que, a través de densos bosques, seguía el rastro de un solo indígena, incluso si lo llevaba a una legua de distancia". Otra crónica del siglo XVI afirmaba que Almagro, mientras pacificaba y conquistaba tierras, desempeñaba el papel de un humilde soldado y buen compañero, acumulando riquezas en forma de dinero, esclavos e indígenas que lo servían.

Almagro se unió a la expedición liderada por el licenciado Gaspar de Espinosa hacia la región de Peruquete y Paris debido a la grave enfermedad de Pedrarias Dávila. Este acontecimiento tuvo lugar entre finales de 1515 y marzo de 1517. Aunque no hay pruebas documentales, es muy probable que Almagro estuviera entonces bajo las órdenes de Francisco Pizarro.

En 1518, Almagro desempeñó un papel destacado en los preparativos para la expedición de Vasco Núñez de Balboa, que buscaba conquistar tierras en las orillas del Mar del Sur. Un año después, en 1519, participó en una "entrada" en la región de Natá junto al licenciado Espinosa y Francisco Pizarro, lo que lo mantuvo ausente durante la fundación de Panamá. A pesar de su ausencia, se le reconoció por sus extensos servicios y se le asignó un solar que lo convirtió en vecino de esa ciudad.

Ya desde 1519, la relación amistosa entre Almagro y Pizarro era extraordinariamente sólida. Este fuerte lazo los condujo a establecer una sociedad o "compañía", y según las crónicas, "ambos eran tan buenos compañeros y estaban tan bien coordinados, en una amistad y armonía tan grande, que todo lo relacionado con la riqueza, los indígenas, los esclavos, las minas donde extraían oro con su gente, y los ganados, no era posesión exclusiva de uno u otro, sino compartido, mucho más que entre hermanos". Este tipo de asociaciones o sociedades entre dos o más personas eran comunes durante la conquista de América.

A esta compañía entre Almagro y Pizarro se unió un elemento inusual: un sacerdote llamado Hernando de Luque, vicario de Darién. En esos años, específicamente en 1521 o 1522, Almagro era uno de los hombres más prósperos del Darién, poseyendo además un repartimiento de indígenas en Taboga, Cochama, Tufy y una mina en el río Chagres. En resumen, era uno de los pocos a quienes la fortuna les había sonreído en el Nuevo Mundo.

La prosperidad alcanzada por Almagro y Pizarro los llevó a concebir empresas de mayor envergadura. Su objetivo era embarcarse en la conquista de la región de Levante, al sur de Panamá, mientras que otros apostaban por la empresa de Poniente, al norte, que conduciría a la conquista de Nicaragua. Expediciones como las del capitán Gaspar de Morales y la de Pascual de Andagoya ya habían partido en busca de las tierras de Levante, trayendo noticias alentadoras sobre riquezas abundantes, aunque sin pruebas tangibles.

Animados por estos informes, Almagro, Pizarro y Luque decidieron lanzarse a la conquista de estas prometedoras tierras doradas. Se pusieron de acuerdo para dividir los gastos y las responsabilidades: Pizarro asumiría el papel de capitán y explorador, Almagro, con su experiencia previa, sería el proveedor de hombres, caballos y alimentos, mientras que Luque contribuiría con algunos recursos financieros y se encargaría de obtener la licencia de Pedrarias para permitir que la expedición zarpara. Investigaciones recientes sugieren que tanto Pedrarias como el licenciado Espinosa participaron discretamente en esta compañía.

El 13 de septiembre de 1524, Francisco Pizarro partió de Panamá en la pequeña carabela Santiago, acompañado por ciento doce españoles, indígenas nicaragüenses como cargadores y apenas cuatro caballos. Almagro, unos meses más tarde, emprendió su viaje en otra carabela llamada San Cristóbal, en busca de Pizarro. A bordo llevaba cerca de sesenta hombres, incluyendo al famoso piloto Bartolomé Ruiz. Sin embargo, debido a que la carabela de Almagro se alejó de la costa y navegó en alta mar, no se encontró con Gil de Montenegro y Hernán Pérez Peñate, dos soldados a los que Pizarro había enviado de regreso a Panamá en busca de refuerzos.

En ese tiempo, Almagro llegó a Pueblo Quemado y se vio involucrado en un intenso enfrentamiento con los indígenas. Aunque no hubo bajas entre los cristianos, Almagro perdió un ojo durante la refriega, lo que le valió el apodo de "El Tuerto" entre aquellos que no simpatizaban con él. A pesar de ciertos desafíos, logró obtener algo de oro en Pueblo Quemado y decidió continuar la navegación. El 24 de junio de 1525, descubrieron un río al que llamaron San Juan. Sin embargo, al igual que la expedición de Pizarro, la de Almagro no fue un éxito, y decidió regresar a Panamá.

Ambos socios se reunieron en Cochama, donde compartieron sus experiencias y dificultades.

Almagro regresó a Panamá para informar a Pedrarias sobre el resultado del primer viaje, mientras Pizarro se quedó en Cochama tratando de evitar la deserción de su grupo. La ira del gobernador por el fracaso de la expedición y las supuestas pérdidas económicas fue desmedida. Pedrarias tildó a Pizarro de incompetente y decidió cancelar la empresa de Levante. Sin embargo, algunas voces amigas lograron hacerle reconsiderar y, finalmente, aceptó que continuaran explorando, bajo la condición de que Pizarro tuviera un capitán adjunto. Almagro se ofreció para el cargo, alegando más tarde que lo hizo para evitar que otra persona se uniera a la compañía y redujera las ganancias esperadas. Sin embargo, no faltaron quienes afirmaron que la ambición fue el verdadero motivo detrás de la decisión de Almagro.

Con la seguridad de que el permiso no sería revocado, Almagro se dedicó a reclutar gente para embarcar en el Santiago y el San Cristóbal, dando inicio al segundo viaje hacia Levante. En esta ocasión, ambos capitanes viajaban juntos y llegaron al pueblo de Atacames.

En este punto, surgió un grave incidente entre los dos socios, llegando al punto de que estuvieron a punto de desenvainar las espadas. Almagro trataba a los soldados de manera ruda, causando problemas. Afortunadamente, amigos de ambos intervinieron y lograron calmar los ánimos. Sin embargo, la antigua amistad entre Almagro y Pizarro ya estaba irremediablemente deteriorada.

Desde la isla del Gallo, Pizarro se quedó con un grupo de hombres, mientras Almagro regresó a Panamá con las dos pequeñas carabelas. Durante su ausencia, un soldado descontento urdió un ardid al introducir un papel en un ovillo de algodón destinado como obsequio a Catalina de Saavedra, esposa del nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos. En el papel se había escrito una copla acusatoria que rezaba: "A Señor Gobernador, / miradlo bien por entero / allá va el recogedor / y acá queda el carnicero". Evidentemente, el "recogedor" era Almagro y el "carnicero" Pizarro. La acusación era grave, pero gracias a la intervención de Bartolomé Ruiz, Pizarro y su grupo pudieron seguir explorando hasta Tumbes, mientras la mayoría de los soldados regresaba a Panamá en un navío enviado por Pedro de los Ríos.

La evidencia de los lugares ricos en oro y con pobladores de un nivel cultural superior a los de Tierrafirme llevó a Almagro, Pizarro y Luque a replantearse la continuación de la empresa. Al ser una tarea de gran envergadura, no podía depender únicamente del gobernador de Panamá. Por lo tanto, los socios decidieron negociar directamente con el Rey de España. Almagro insistió en que Francisco Pizarro fuera el encargado de esta gestión. Finalmente, Pizarro partió hacia la Península y en Toledo firmó con la Corona la famosa Capitulación que permitiría la conquista del Perú. Pizarro recibió el título de adelantado, que Almagro pretendía, y el de gobernador de la Nueva Castilla. En comparación, las mercedes para Almagro fueron más modestas: alcaide de la fortaleza de Tumbes, una renta de 300.000 maravedís anuales y la condición de hidalgo.

Al enterarse de estas noticias, Almagro se sintió profundamente defraudado y no acudió a recibir a Pizarro, aunque finalmente tuvieron que encontrarse. Pizarro argumentó que la Corona no deseaba crear dos figuras con prerrogativas idénticas, basándose en experiencias negativas anteriores. Aunque Almagro aparentemente quedó convencido, surgió un nuevo factor de fricción entre los antiguos socios. Hernando Pizarro, hermano de Francisco y el único legítimo entre ellos, no ocultó su desprecio por Almagro. Francisco intentó mediar y le ofreció a Almagro su parte del repartimiento de indios en Taboga. Además, renunció al título de adelantado a favor de Almagro, con la única condición de que el Monarca lo ratificara.

En un ambiente humano tenso, se iniciaron los preparativos para el tercer viaje al Perú. Almagro recibió un escudo de armas y el título de mariscal. Estos gestos calmaron al veterano y tuerto militar manchego, quien, a pesar de sufrir el terrible mal de las bubas, logró reclutar a ciento cincuenta y tres hombres bajo su banderín de enganche. Con este grupo, marchó hacia el Perú, mientras Pizarro capturaba a Atahualpa en Cajamarca y se acumulaba una fabulosa fortuna en oro y plata que, teóricamente, se destinaría para el rescate del Inca.

Almagro llegó a San Miguel y se enteró de las asombrosas noticias sobre la captura de Atahualpa. Sintió la amargura de no haber estado presente en ese histórico episodio y, por un momento, consideró poblar en Puerto Viejo y solicitar la gobernación de Quito. Sin embargo, después reflexionó y se dirigió hacia Cajamarca, donde pudo felicitar a Pizarro el 12 de abril de 1533. A pesar de los desaires de Hernando Pizarro, que Almagro supo disimular, su principal preocupación en ese momento era la muerte de Atahualpa, ya que el oro y la plata acumulados eran para los captores del Inca y no para él y sus hombres. Su participación económica se materializaría en las jornadas siguientes, después de la ejecución de Atahualpa el 26 de julio de 1533.

Ahora como socios, Almagro y Pizarro reanudaron la marcha, primero hacia Jauja y luego hacia el Cuzco. Pizarro le encomendó a Almagro que tomara posesión de la costa para evitar los ambiciosos proyectos de Pedro de Alvarado, el adelantado y lugarteniente de Hernán Cortés en la conquista de México. Almagro cumplió con el encargo fundando Trujillo y, junto a Sebastián de Belalcázar, ascendió hasta Quito para enfrentar la desmedida ambición de Pedro de Alvarado. Evitó el enfrentamiento entre los españoles y negoció con el gobernador de Guatemala. Aunque al principio parecía que Almagro no defendía con suficiente firmeza sus derechos y los de Pizarro, logró llegar a un acuerdo económico con Alvarado. Este le dejaría todos sus hombres y navíos a cambio de 100.000 castellanos de oro. Después de cerrar el trato, descendieron a la costa, y Almagro, Alvarado y Pizarro se encontraron en Pachacamac, donde Pizarro recibió el dinero acordado y se dirigió a Guatemala.

Antes de estos acontecimientos, Hernando Pizarro había viajado a España llevando al Monarca el quinto del rescate de Atahualpa. Almagro, por su parte, encomendó secretamente a diversos partidarios suyos para que solicitaran a la Corona una gobernación independiente para él. Con el oro y la plata obtenidos en Cuzco, Almagro contaba con una considerable capacidad económica que le permitía ganar simpatizantes tanto en las Indias, como demostró el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, como en España. La esperada gobernación debía ser concedida lo más pronto posible.

En España, Hernando Pizarro, enemigo acérrimo de Almagro desde el principio, maquinó en su contra ante las más altas autoridades de la Corte. Sin embargo, los defensores de Almagro supieron respaldarlo enérgicamente y lograron obtener para él la gobernación de Nueva Toledo, situada al sur de la de Pizarro y con una extensión de doscientas leguas. Precisamente, Almagro se encontraba en Cuzco cuando recibió la Real Cédula que legitimaba completamente su deseo de conquistar Chile. Juan y Gonzalo Pizarro, ante esta nueva situación y respaldados por su hermano Francisco, se negaron a aceptar a Almagro como teniente gobernador de Pizarro en Cuzco. Esta situación estuvo al borde de provocar un sangriento motín entre los seguidores de Pizarro y los de Almagro, pero afortunadamente, en ese momento, Francisco Pizarro llegó a la antigua capital de los incas y el 12 de junio de 1535, ambos socios, comulgando de una misma hostia, renovaron su pacto de amistad.

La expedición a Chile resultó ser un rotundo fracaso. Aunque los españoles estaban bien aprovisionados con buenas cabalgaduras y miles de indígenas para el servicio, no pudieron superar las adversidades del clima, la tierra estéril y otras complicaciones. Almagro tomó una ruta equivocada, la más difícil. Atravesaron la altiplanicie del Collao, bordearon el lago Titicaca y avanzaron por serranías desiertas hasta llegar a Tupiza. Desde allí, continuaron hacia el sur, ascendieron el paso de San Francisco para llegar a la Puna de Atacama, a 4.000 metros de altura. El frío, el mal de altura y las enfermedades cobraron la vida de miles de indígenas, numerosos caballos y no pocos españoles. La expedición cruzó la cordillera y descendió a Copiapó, donde pudieron recuperarse durante algunas semanas. Luego continuaron hacia el sur por los valles de Huasco y Coquimbo para acampar en el valle de Aconcagua. Después de un período de descanso, Almagro ordenó que cuatro grupos de jinetes exploraran el territorio. La expedición más importante, dirigida por Gómez de Alvarado, llegó hasta las orillas del río Maule y regresó con noticias desalentadoras: no encontraron rastro alguno de metales preciosos, y los habitantes nativos de esas tierras vivían en extrema pobreza. Fue en ese momento cuando decidieron regresar, utilizando Copiapó como punto de reagrupamiento.

En la recta final de 1536, Almagro y su expedición emprendieron el arduo viaje hacia Perú a través del desierto de Atacama. En los primeros meses de 1537, alcanzaron la villa de Arequipa. Para comprender la vida de Almagro en este punto, es crucial recordar que tras la ejecución de Atahualpa, Pizarro optó por coronar a un nuevo Inca como estrategia política, alguien con quien los españoles pudieran negociar y que mantuviera influencia sobre los nativos. El primer candidato fue Toparpa, hermano de Huáscar, envenenado por un general de Atahualpa. Posteriormente, se eligió a Manco Inca, hermano de Huáscar, quien, según el cronista Juan de Betanzos, comprendió la naturaleza ficticia de su nombramiento.

Manco Inca se alió con su hermano Paullu y el sumo sacerdote Vilaoma para pintarle a Diego de Almagro un escenario de riquezas asombrosas en las tierras de Chile. María del Carmen Martín Rubio señala que, para engañarlo, le aseguraron a Almagro que Paullu y Vilaoma lo acompañarían como guías para brindarle máxima seguridad. Sin embargo, planearon que, durante la travesía, Vilaoma huiría y Paullu se quedaría solo después de cruzar los puertos de montaña, dejando a los españoles desorganizados y en condiciones precarias. La intención era que los indígenas de Chile y Coyapo acabaran con ellos; si quedaba algún sobreviviente, el Sumo Sacerdote planeaba utilizar las etnias del Collao para eliminarlos.

Aunque la conspiración descrita por Juan de Betanzos es plausible, Pizarro y Almagro probablemente desconocían este acuerdo. A pesar de las señales de lealtad de Paullu hacia ellos, al final de la expedición, se evidenció su participación en el complot. Es razonable suponer que, con la ignorancia total de los líderes españoles, el plan comenzó a ejecutarse. Almagro, junto con Paullu, Vilaoma y numerosos hombres, partió del Cuzco hacia Chile el 3 de julio de 1535. Cuando el grupo llegó a Tupiza, Vilaoma regresó discretamente, coordinando con Paullu la eliminación de los conquistadores en la travesía de la cordillera del Collasuyo, incitando a los indígenas a levantarse contra los extranjeros.

Garcilaso de la Vega, quien también estaba al tanto de la conspiración, nos proporciona detalles sobre las dificultades que enfrentaba Paullu al recibir el encargo de Manco. Según el relato, Manco envió mensajeros a Chile, alertando a su hermano Paullu y a Vilaoma sobre su decisión de eliminar a todos los españoles en el Perú para restaurar su imperio. Los mensajeros también les indicaron que debían hacer lo mismo con Almagro y su grupo. Después de reflexionar sobre ello, Paullu consultó a los nobles que lo acompañaban y les expuso el plan. Sin embargo, estos nobles consideraron que no tenían fuerzas suficientes para atacar a los conquistadores, ya que más de diez mil indios habían perecido de hambre y frío en la sierra nevada que acababan de atravesar. Además, no se atrevieron a atacar durante la noche debido a la constante vigilancia en los campamentos.

Ante estas circunstancias adversas, acordaron que Vilaoma debía huir y Paullu quedarse para informar a su hermano sobre los movimientos de los españoles. Sin embargo, según la información proporcionada por Garcilaso, Paullu, evaluando las escasas posibilidades de éxito dadas las limitadas fuerzas indígenas, optó por evitar nuevas muertes de sus compatriotas y decidió no atacar. Aunque Vilaoma desertó, la trama pareció estar bien planificada, ya que Almagro no sospechó nada durante el resto del viaje ni de la posible intención de Paullu de apoyar a Manco si surgía la oportunidad. De hecho, en los veintidós meses que duró la expedición, Almagro consideró la conducta del Príncipe colaborador como altamente positiva. En 1537, lo nombró Inca de la Nueva Toledo y le entregó la mascapaycha o borla imperial.

Los hombres de confianza de Diego de Almagro, entre ellos Gómez y Diego de Alvarado, Hernando de Sosa y Juan de Rada, instaban a Almagro a tomar posesión de Cuzco, que se encontraba sitiado por Manco Inca. La defensa de la ciudad estaba a cargo de los hermanos de Francisco Pizarro: Hernando, Juan (quien perdería la vida en un enfrentamiento con los indígenas) y Gonzalo. A pesar de la presión de sus cercanos, Almagro vacilaba.

La posesión de Cuzco se convertiría en el epicentro de la disputa limítrofe entre las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo. Algunos relatos sugieren que Almagro intentó llegar a un acuerdo con Manco Inca, pero este intento se frustró. En respuesta, Almagro envió mensajeros a Cuzco exigiendo que Hernando le entregara la ciudad, a lo que Hernando se negó rotundamente.

En la noche del 8 de abril de 1537, las fuerzas de Almagro asaltaron Cuzco, apresando a Hernando y Gonzalo Pizarro. Almagro fue reconocido como gobernador de Cuzco por el Cabildo y de inmediato se dirigió hacia el Puente de Abancay, donde sorprendió a un destacamento pizarrista bajo el mando de Alonso de Alvarado que intentaba auxiliar a los hermanos de Francisco, asediados por Manco Inca. Tras una victoria significativa, Almagro regresó a Cuzco y concedió la mascapaycha a Paullu.

Al enterarse Francisco Pizarro del retorno de Almagro y de la detención de sus hermanos, envió al licenciado Espinosa, un confidente de ambos gobernadores, a Cuzco. Trágicamente, Espinosa falleció durante el viaje. Mientras tanto, Almagro descendió hacia la costa y fundó la villa de Almagro en Chincha. Ante esta situación, Pizarro propuso resolver la disputa por Cuzco a través del arbitraje y designó al sacerdote mercedario Francisco de Bobadilla para esta delicada misión.

Los dos líderes acordaron encontrarse en Mala el 13 de noviembre de 1537 para la conferencia, pero esta se interrumpió abruptamente cuando Almagro se retiró temiendo una trampa. En un ambiente de desconfianza mutua, fray Francisco de Bobadilla, aceptado como árbitro por Almagro, emitió su dictamen. Sugirió que pilotos especializados en asuntos marítimos determinaran con precisión la ubicación de ambas gobernaciones. Hasta que se llegara a una decisión definitiva, consideró que Cuzco debía permanecer bajo la autoridad de Pizarro. Ambos gobernadores debían disolver sus tropas o dirigirlas contra Manco Inca. Además, la ciudad fundada por Almagro en Chincha debía trasladarse a Nazca.

Los seguidores de Almagro rechazaron el dictamen, y Rodrigo Orgóñez insistió en la ejecución de Hernando Pizarro. Su hermano Gonzalo logró escapar en medio de esta creciente tensión.

El 23 de noviembre de 1537, Almagro decidió mantener su ocupación de Cuzco hasta que el Emperador emitiera un fallo definitivo. También ordenó el traslado de la villa de Almagro a Sangallán. Francisco Pizarro aceptó estas condiciones a cambio de la liberación de su hermano Hernando, quien obtuvo su libertad a pesar de la protesta unánime de los capitanes almagristas. Bajo el pretexto de continuar la lucha contra Manco Inca, Hernando Pizarro formó un ejército para dirigirse a Cuzco.

En esos días, Francisco Pizarro recibió una Real Cédula que ordenaba a Diego de Almagro abandonar todos los territorios conquistados junto con su socio. En un acto de desesperación, Almagro y sus seguidores también marcharon hacia Cuzco para defenderlo.

Los pizarristas, liderados por Hernando, llegaron a la imponente ciudad imperial, mientras que los almagristas, bajo la dirección de Rodrigo Orgóñez ya que el gobernador estaba gravemente enfermo, se posicionaron en el campo de Las Salinas, cerca de Cuzco. El 5 de abril de 1538, ambos ejércitos se avistaron. Un cronista escribió: "Jamás de una parte ni de la otra salieron a tratar de paz, tanto era el odio que se tenían". Con los primeros rayos del sol el 6 de abril, ambas facciones se lanzaron valientemente al combate. Almagro, confinado a una litera debido a su incapacidad para caminar, observaba la batalla desde un cerro. Ni los almagristas ni los pizarristas pidieron ni ofrecieron cuartel, y la lucha fue notablemente feroz. Las hazañas de Rodrigo Orgóñez durante la acción son dignas de recordarse, aunque lamentablemente murió a manos de un villano y otro le cortó la cabeza. La victoria fue para los pizarristas, mientras que Diego de Almagro y algunos leales escaparon hacia la fortaleza de Sacsayhuamán con el vano intento de seguir resistiendo o perecer en la resistencia.

Alonso de Alvarado, Felipe Gutiérrez, Alonso del Toro y otros, declarados enemigos acérrimos de Almagro, lo buscaron y le exigieron que se rindiera. El anciano y enfermo gobernador de la Nueva Toledo se entregó y fue llevado a Cuzco, donde los pizarristas habían ejecutado a los vencidos almagristas. Diego fue encarcelado, y desde su prisión, Hernando Pizarro le daba falsas esperanzas de vida, aunque ya había decidido su ejecución. Finalmente, se fijó la fecha. Almagro debía morir el 8 de julio de 1538. Hernando Pizarro tomó innumerables precauciones, temiendo que los pocos seguidores de Almagro que aún quedaban intentaran rescatarlo.

Pedro Cieza de León relató los últimos momentos y la muerte de Diego de Almagro: "Hernando Pizarro le volvió a decir que se confesara, porque no había manera de evitar su muerte. Inmediatamente, el Adelantado se confesó con gran contrición. Por virtud de una provisión del Emperador, en la cual le daba poder para nombrar un gobernador en vida, señaló a su hijo, D. Diego, dejando a Diego de Alvarado como gobernador hasta que su hijo alcanzara la mayoría de edad. Al hacer su testamento, designó al Rey como heredero, mencionando la considerable suma de dinero en su compañía y en la del Gobernador Pizarro, pidiendo que se rindieran cuentas de todo. Suplicó a Su Majestad que se acordara de hacer favores a su hijo".

Mirando a Alonso de Toro, expresó: "'Ahora, Toro, veréis bastante de mi carne'. Las entradas de las calles estaban bloqueadas, y la plaza estaba asegurada. Cuando se divulgó la noticia de que planeaban matar al Adelantado, los chilenos expresaron un profundo pesar; los indígenas lloraban, recordando a Almagro como un buen líder que los había tratado con respeto. Después de hacer su testamento, Hernando Pizarro ordenó que le dieran garrote dentro del cubo, ya que no se atrevió a sacarlo afuera. Después de ejecutarlo, lo exhibieron públicamente con un pregonero que anunciaba: 'Esta es la justicia que S. M. y Hernando Pizarro mandan ejecutar en su nombre, a este hombre por alborotador de estos reinos. Entró en la ciudad del Cuzco con banderas desplegadas y se hizo recibir por la fuerza, apresando a las autoridades. Además, fue al puente de Abancay, dio batalla al capitán Alonso de Alvarado, lo apresó junto a los demás, cometió delitos y causó muertes'. Por estas razones y otras, explicadas en el pregón, se daba a entender que era digno de muerte".

El virtuoso caballero Diego de Alvarado, conocido por sus lamentaciones, criticaba a Hernando Pizarro, acusándolo de tirano y señalando que le daba la muerte al Adelantado, a pesar de que él mismo le había dado la vida. Al llegar al cadalso, le cortaron la cabeza a sus pies, y el cuerpo del desafortunado Adelantado fue llevado a las casas de Hernán Ponce de León, donde fue envuelto en mortajas.

Hernando Pizarro, con la cabeza cubierta por un sombrero, y los capitanes y principales personajes salieron para acompañar el noble cuerpo, que fue llevado con gran honor al monasterio de Nuestra Señora de la Merced, donde descansan sus restos. Almagro falleció a los sesenta y tres años, de pequeña estatura, rostro no agraciado, pero con un gran espíritu. Trabajador incansable, liberal, aunque a veces mostraba una presunción desmedida en sus palabras. Era astuto y, sobre todo, tenía un gran respeto por el Rey. Su contribución fue fundamental para la exploración de estos reinos, como se ha narrado en los libros de las Conquistas. A pesar de algunas opiniones, se afirma que nació en Aldea del Rey, de padres tan humildes que se podría decir que él mismo inició y concluyó su linaje.

Diego de Almagro tuvo un hijo llamado Diego de Almagro el Mozo, con una india panameña bautizada como Ana Martínez. El 26 de junio de 1541, los partidarios de Almagro asesinaron a Francisco Pizarro en Lima y proclamaron a Diego de Almagro el Mozo como gobernador de Perú. Sin embargo, esta insurrección fue sofocada en la batalla de Chupas, cuando las tropas del licenciado Cristóbal Vaca de Castro se enfrentaron a las del hijo de Almagro y fueron derrotadas. Almagro el Mozo fue capturado, llevado a Cuzco y ejecutado, siendo enterrado junto con su padre en la Iglesia de La Merced. No quedan rastros de sus restos. Almagro también tuvo una hija en Panamá con una india llamada Mencía, llamada Isabel, cuyo destino es desconocido.

Fin

Recopilado y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez 

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