Epítome de la conquista del Nuevo Reino de Granada: Juan de Castellano
Entre
las provincias de Santa Marta y Cartagena se encuentra un río que las divide,
conocido como el río Magdalena, aunque comúnmente se le llama el Río Grande
debido a su considerable tamaño. Su caudal es tan potente que, al llegar a su
desembocadura, rompe el mar y se puede encontrar agua dulce hasta una legua mar
adentro. Los habitantes de las provincias de Santa Marta y Cartagena,
especialmente los de Santa Marta, que fue poblada mucho antes por Bastidas,
navegaban río arriba, explorando y descubriendo nuevas tierras y provincias.
Sin
embargo, ni los gobernadores ni los capitanes de estas provincias subieron más
de cincuenta o sesenta leguas río arriba, hasta la provincia de Sompallón, que
está poblada a orillas del río. Aunque siempre tenían la esperanza, basada en
relatos de los indígenas, de que río arriba había grandes riquezas, vastas
provincias y poderosos señores, dejaban de avanzar por diversas razones. A
veces se contentaban con las riquezas que habían obtenido de los indígenas
hasta ese punto; otras veces, las grandes lluvias inundaban la tierra y las
orillas del río, dificultando su avance. Estas lluvias eran muy frecuentes y
casi constantes en esa región.
En
realidad, podrían haber superado estos impedimentos, pero los de Santa Marta se
conformaron con La Ramada, una pequeña pero rica provincia cercana a Santa
Marta, hasta que la agotaron y destruyeron, sin considerar ningún otro bien
público o privado, solo sus propios intereses.
Los
habitantes de Cartagena también se sintieron satisfechos con las sepulturas de
los indígenas zenúes, donde encontraron una gran cantidad de oro, cerca de la
ciudad. Sin embargo, al agotarse estas riquezas, al igual que en Santa Marta,
todos quedaron con la sola esperanza de lo que pudieran descubrir río arriba,
basándose en las grandes noticias y rumores que los indios transmitían.
No
solo los de Cartagena y Santa Marta tenían esperanzas, sino también los de la
gobernación de Venezuela, colonizada por alemanes, y los de Uraparí. Estos
últimos también habían oído hablar de una rica y poderosa provincia llamada
Metha, que según los indios, se encontraba hacia el nacimiento del río Grande.
Aunque no podían llegar allí siguiendo la costa del río, como los de Santa
Marta y Cartagena, tendrían que atravesar sus territorios hacia el interior.
Todas
las noticias de estas gobernaciones, tanto las de una como las de otra,
mantenían en vilo a todos los habitantes de la costa norte. Según se descubrió
posteriormente, estas historias se referían al Nuevo Reino de Granada,
descubierto y colonizado por el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, para
quien estaba reservado este territorio. Esto sucedió de la siguiente manera.
En
abril de 1536, Gonzalo Jiménez de Quesada, quien ahora es Mariscal del Nuevo
Reino de Granada, partió de la ciudad de Santa Marta, situada en la costa del
mar, con el objetivo de explorar río arriba por el lado de Santa Marta. Iba
acompañado de seiscientos soldados distribuidos en ocho compañías de infantería
y cien jinetes. Además, llevaban varios bergantines para navegar el río,
brindando apoyo al licenciado que avanzaba por tierra, siguiendo la misma costa
del río.
Los
capitanes de infantería que llevó consigo eran: el capitán San Martín, el
capitán Céspedes, el capitán Valenzuela, el capitán Lázaro Fonte, el capitán
Librixa, el capitán Juan de Junco, y el capitán Xíares. La otra compañía era la
guardia personal del licenciado, capitán general. Los capitanes de los
bergantines que navegaban por el río eran: el capitán Corral, el capitán
Cardoso y el capitán Albarracín.
Esta
expedición se realizó con el consentimiento del gobernador de Santa Marta en
ese momento, quien, después de la muerte de García de Lerma, era don Pedro de
Lugo, adelantado de Canaria, padre del adelantado don Alonso que lo es ahora.
El licenciado Jiménez de Quesada fue capitán general y segundo al mando bajo el
adelantado don Pedro. Sin embargo, don Pedro falleció poco después de que el
licenciado partiera para la conquista, dejando todas las responsabilidades de
la provincia en manos del licenciado.
Partido
el licenciado hacia la conquista, subió río arriba explorando durante más de un
año por la costa del río, avanzando más de cien leguas más que los anteriores
exploradores. Finalmente, se detuvo en un lugar llamado La Tora, también
conocido como el Pueblo de los Brazos, situado a ciento cincuenta leguas de la
costa y de la desembocadura del río. El viaje hasta este punto fue largo debido
a las grandes dificultades causadas por las aguas y los caminos montañosos muy
cerrados a lo largo de la costa del río.
En el
pueblo de La Tora, el licenciado y su ejército decidieron invernar, ya que las
lluvias eran tan intensas que no podían avanzar. El río creció tanto que
desbordó sus orillas, inundando los campos y haciendo imposible continuar por
la costa. Por esta razón, el licenciado envió los bergantines a explorar río
arriba, ya que seguir por la costa era inviable. Los bergantines avanzaron
veinte leguas más, pero regresaron sin noticias alentadoras. Encontraron que el
río estaba tan desbordado que no había asentamientos indígenas en sus riberas,
solo algunos en pequeñas islas; todo lo demás era agua hasta donde alcanzaba la
vista.
Viendo
que había pocas posibilidades de continuar río arriba, el licenciado decidió
explorar un brazo pequeño que desembocaba en el Río Grande cerca del pueblo
donde se encontraba. Este brazo parecía provenir de unas grandes sierras y
montañas situadas a mano izquierda. Estas montañas, como supimos después de
haberlas descubierto, se llamaban las sierras de Oppon.
Antes
de llegar a La Tora, teníamos cierta esperanza al seguir río arriba. Esta
esperanza se basaba en el hecho de que la sal consumida por los indios de la
región provenía de intercambios entre tribus, transportada desde la costa de
Santa Marta. Esta sal en grano se transportaba más de setenta leguas río arriba
como mercancía, aunque al llegar tan lejos, su cantidad era tan escasa que
resultaba muy cara, y solo la consumía la gente principal. Los demás producían
sal a partir de orines humanos y polvo de palma.
Más
adelante, encontramos otra clase de sal, no en grano, sino en grandes panes
similares a pilones de azúcar. Mientras más subíamos por el río, más barata se volvía
esta sal entre los indios. Esta diferencia entre las dos sales indicaba
claramente que si la sal en grano subía por el río, esta otra descendía. Esto
sugería que debía provenir de una gran tierra próspera, dado el gran comercio
de esta sal que descendía por el río.
Los
indios nos contaron que los mercaderes que les vendían esta sal decían que en
la región donde se producía había grandes riquezas y que era una tierra
extensa, gobernada por un poderoso señor de quien se hablaba con gran
reverencia. Por ello, fue desalentador que el camino río arriba se volviera
intransitable, interrumpiendo así el flujo de información sobre el origen de
esta sal.
El
licenciado, como se ha mencionado, siguió el pequeño brazo del río en dirección
a las sierras de Oppon, dejando atrás el Río Grande y adentrándose en las
montañas. Los bergantines regresaron al mar, mientras que la mayoría de la
gente, incluidos los capitanes, permanecieron con el licenciado para compensar
las pérdidas de su expedición.
El
licenciado exploró las sierras de Oppon durante muchos días. Estas sierras, que
abarcan cincuenta leguas de travesía, son fragosas, con muchas montañas, y
están escasamente pobladas por indios. A pesar de las dificultades, el
licenciado logró atravesarlas, encontrando en los pequeños pueblos grandes
cantidades de la sal que mencionamos anteriormente. Esto confirmó que aquel era
el camino por donde la sal descendía en el comercio hacia el Río Grande.
Después
de superar muchas dificultades, el licenciado finalmente atravesó las sierras
montañosas y llegó a la sierra rasa, que es el Nuevo Reino de Granada, el cual
comienza al otro lado de las sierras.
Cuando la gente llegó a este lugar, parecía que habían alcanzado el destino deseado y comenzaron la conquista de aquella tierra, aunque con cierta incertidumbre, ya que no conocían bien la región en la que se encontraban. Además, enfrentaron el problema de no tener intérpretes, porque la lengua del Río Grande no se hablaba en las sierras, ni la de las sierras se hablaba en el Nuevo Reino.
A
pesar de estas dificultades, se empezó a trabajar lo mejor posible en el
reconocimiento, descubrimiento y conquista del Nuevo Reino. Así fue como
sucedieron los acontecimientos.
Se
puede suponer que este Nuevo Reino de Granada, que comienza después de las
sierras de Oppon, es una extensa llanura, densamente poblada en su mayoría.
Está formado por valles, cada uno con su propia población. Esta región llana y
el Nuevo Reino en sí están rodeados por sierras y montañas habitadas por una
cierta nación de indios llamados Panches, que tienen la costumbre de consumir
carne humana, a diferencia de la gente del Nuevo Reino, que no la practica.
También hay una diferencia en el clima, ya que el territorio de los Panches es
cálido, mientras que el Nuevo Reino es templado, o incluso frío en algunas
partes.
La
población indígena de esta región llana se llama Moxcas, en contraste con los
Panches. El Nuevo Reino tiene aproximadamente ciento treinta leguas de largo,
con una anchura que varía entre treinta y en algunas partes veinte, e incluso
menos, ya que es estrecho en ciertas áreas. La mayor parte de esta región se
encuentra en los cinco grados de latitud, aunque una parte está en los cuatro y
otra parte en los tres.
Este
Nuevo Reino se divide en dos provincias principales: una se llama Bogotá y la
otra Tunja, que son los apellidos de los señores de estas tierras. Cada uno de
estos dos señores es extremadamente poderoso, con una gran cantidad de señores
y caciques subordinados a ellos. La provincia de Bogotá es la más extensa y su
señor es más poderoso que el de Tunja, además de contar con una población de
mejor calidad.
A mi
parecer, el señor de Bogotá podría movilizar unos sesenta mil hombres para el
campo de batalla, aunque aquí me estoy limitando, ya que otros estiman cifras
más altas. Por otro lado, el señor de Tunja podría reunir alrededor de cuarenta
mil hombres, también siendo conservador en mi estimación.
Estos
señores y provincias han estado envueltos en largas y continuas guerras, que
son antiguas en su historia. Tanto los de Bogotá como los de Tunja,
especialmente los primeros por su proximidad a los Panches que los rodean, han
librado numerosos conflictos. La tierra de Tunja es más próspera que la de
Bogotá, aunque esta última también es muy rica. Sin embargo, el oro y las
piedras preciosas, especialmente las esmeraldas, se encuentran en mayor
cantidad y calidad en Tunja.
La
riqueza obtenida en ambas provincias fue considerable, aunque no alcanzó las
magnitudes del saqueo del Perú. Sin embargo, en cuanto a las esmeraldas, el
Nuevo Reino superó al Perú, no solo en cantidad sino también en calidad.
Después de la conquista, cuando se repartieron los botines entre los soldados,
se dividieron más de siete mil esmeraldas, muchas de ellas de gran valor y
belleza. Esto es una de las razones por las cuales el Nuevo Reino debe ser
considerado como uno de los acontecimientos más significativos en la historia
de las Indias. En este lugar se descubrieron las minas de donde se extraen las
esmeraldas, un secreto que los indios guardaron celosamente durante mucho
tiempo y que, hasta ahora, no se conocen en ninguna otra parte del mundo,
aunque se cree que deben existir en alguna otra región, dado que existen otras
piedras preciosas.
En el
Perú se han encontrado algunas esmeraldas, pero nunca se han identificado las
minas de donde provienen. Estas minas están ubicadas en la provincia de Tunja,
y es impresionante cómo Dios ha permitido que se descubran. Se encuentran en
una tierra extraña, en un extremo de una sierra desolada, rodeada por otras
muchas sierras montañosas que forman una especie de puerta de acceso a las
minas. Toda esta región es muy accidentada y rocosa.
La
extensión de la sierra donde se encuentran las minas, desde el comienzo hasta
el final, es de aproximadamente media legua pequeña, o incluso un poco menos.
Los indios han desarrollado artefactos para extraer las esmeraldas, que
consisten en canales profundos y anchos por donde fluye el agua, utilizado para
lavar la tierra extraída de las minas y seguir las venas donde se encuentran
las esmeraldas. Por esta razón, solo extraen las esmeraldas en ciertas épocas
del año, cuando hay abundantes lluvias, ya que, al remover grandes cantidades
de tierra, las minas quedan más limpias y se pueden seguir las vetas con mayor
facilidad.
La
tierra en la zona de esas minas es muy blanda y movediza, especialmente hasta
que los indios empiezan a descubrir alguna veta. Una vez que encuentran una
veta, siguen excavando con sus herramientas de madera, llamadas
"coas", para extraer las esmeraldas que encuentran en ella. Estas
vetas tienen una consistencia similar a la arcilla.
Los
indios emplean prácticas de hechicería, como en muchas otras cosas, para
encontrar las mejores piedras. Consumen ciertas hierbas que les permiten
identificar en qué veta encontrarán las mejores piedras preciosas.
El
cacique a cargo de estas minas se llama Sumindoco y está subordinado al gran
cacique de Tunja. La tierra y las minas están ubicadas en la parte más remota
de la provincia de Tunja.
Cuando
los cristianos entraron en el Nuevo Reino, fueron recibidos con un gran temor
por parte de la población local. Muchos creían que los españoles eran hijos del
sol y la luna, a quienes adoraban, y que habían sido enviados desde el cielo
para castigarlos por sus pecados. Por eso, los llamaron "Uchíes", una
palabra compuesta de "usa", que significa sol en su lengua, y
"chia", que significa luna, refiriéndose a ellos como hijos del sol y
la luna.
Al
llegar a los primeros pueblos, la gente los abandonaba y se refugiaba en las
sierras cercanas. Desde allí les arrojaban sus hijos recién nacidos para que
los españoles los alimentaran, creyendo que así podrían apaciguar la ira
celestial que creían que los españoles traían consigo. Tenían un gran temor
hacia los caballos, algo que parecía increíble. Sin embargo, con el tiempo, al
ver que los españoles eran personas amigables y al comprender mejor sus
intenciones, comenzaron a perder parte de ese miedo. Cuando se dieron cuenta de
que los españoles eran seres humanos como ellos, quisieron interactuar con
ellos y conocerlos mejor.
Cuando
esto sucedió, ya estábamos bastante adentrados en el Nuevo Reino,
específicamente en la provincia de Bogotá. En un enfrentamiento, la población
local salió en gran número para enfrentarse a los españoles, como mencionamos
anteriormente. Sin embargo, fueron fácilmente derrotados, principalmente debido
al terror que les provocaba ver correr a los caballos. Cada vez que intentaban
oponer resistencia, volvían rápidamente la espalda y huían, lo cual sucedió en
varias ocasiones.
En la
provincia de Tunja ocurrió lo mismo cuando intentaron enfrentarse a los
españoles. Por eso, no es necesario dar cuenta detallada de todos los
encuentros y escaramuzas que tuvieron lugar con estos nativos. Durante todo el
año 1537 y parte del año 1538, se dedicaron a someter a algunos por la vía
pacífica y a otros por la fuerza, según convenía. Finalmente, las provincias de
Tunja y Bogotá quedaron completamente sometidas y obedientes a Su Majestad.
Lo
mismo ocurrió con la nación y provincia de los Panches, que eran más indómitos
e intratables, además de ser valientes guerreros. Pensaron que su terreno
montañoso, donde los caballos no podían ser de utilidad, los protegería de ser
conquistados como sus vecinos. Sin embargo, se equivocaron, ya que enfrentaron
el mismo destino que los demás y terminaron sometidos al dominio español.
Los
habitantes del Nuevo Reino, en las provincias de Bogotá y Tunja, son menos
inclinados a la guerra. En combate, utilizan principalmente flechas lanzadas
con tiraderas, una especie de honda que se emplea en el brazo. Otros combaten
con macanas, que son espadas de palma pesadas que se manejan con ambas manos y
pueden infligir fuertes golpes. También utilizan lanzas de palma, que pueden
llegar a medir hasta dieciséis o diecisiete palmos de longitud, afiladas en la
punta y tostadas para endurecerlas.
En sus
batallas, tienen una práctica peculiar: aquellos que fueron considerados
grandes guerreros y han fallecido son embalsamados con ciertos ungüentos para
conservar su cuerpo íntegro. Luego, estos cuerpos embalsamados son llevados a
las batallas por otros indios, cargándolos sobre sus espaldas. Esto se hace
para inspirar a los guerreros vivos a luchar valientemente, mostrándoles el
ejemplo de aquellos que combatieron en el pasado. En las primeras batallas
contra los españoles, muchos de estos cuerpos embalsamados eran llevados al
combate para infundir valor a sus compañeros.
Los
Panches son una gente más valiente que los habitantes del Nuevo Reino. Se
desplazan desnudos, a excepción de sus partes íntimas, y emplean armas más
poderosas en combate. Utilizan arcos y flechas, así como lanzas mucho más
grandes que las de los Moxcas. También son adeptos al uso de hondas, paveses y
macanas, que son sus espadas. Cada guerrero lleva consigo un gran pavés,
cubierto de pieles de animales cosidas, con un espacio hueco en su interior.
Dentro de este hueco, guardan todas las armas mencionadas. Cuando desean
cambiar de arma, sacan del pavés lo que necesitan, ya sea una lanza, un arco y
flechas u otra arma, y luego colocan el pavés a sus espaldas, ya que es liviano
al ser de cuero, o lo mantienen adelante para protegerse según sea necesario.
En combate, luchan en silencio, a diferencia de otros grupos.
Los
Panches también tienen una costumbre peculiar en la guerra: nunca buscan la paz
o negocian con sus enemigos directamente, sino a través de mujeres. Consideran
que las mujeres tienen más influencia para lograr acuerdos y persuadir a los
hombres, por lo que prefieren enviarlas como intermediarias en las
negociaciones de paz.
En
cuanto a la vida, costumbres y religión de los indígenas del Nuevo Reino, puedo
decir que tienen una disposición excepcional, una de las mejores vistas en
todas las Indias. Especialmente las mujeres destacan por su belleza facial y
buena figura. No muestran la misma rudeza y desventura que hemos observado en
mujeres de otras regiones indígenas, ni tienen el tono de piel tan oscuro como
el de otras partes de las Indias.
Su
vestimenta consiste en mantas blancas y de diversos colores, que llevan
ajustadas al cuerpo desde el pecho hasta los pies, y otras sobre los hombros a
modo de capas y mantos. De esta manera, todos están cubiertos. Comúnmente,
llevan guirnaldas en la cabeza hechas de algodón, adornadas con rosas de
diferentes colores que caen sobre la frente. Algunos caciques importantes
ocasionalmente usan bonetes elaborados con algodón, ya que no tienen más
prendas de vestir disponibles. Algunas mujeres de alto rango también usan
cofias de red en ciertas ocasiones.
Esta
tierra, como se ha mencionado, tiene un clima frío pero templado, lo que
significa que el frío no es excesivo y la calefacción es agradable cuando se
está cerca del fuego. A lo largo del año, el clima es uniforme; aunque hay
estaciones de verano y la tierra se seca un poco, no hay una diferencia notable
entre el verano y el invierno. Los días y las noches tienen una duración
similar durante todo el año, debido a la cercanía con la línea ecuatorial. Esta
tierra es extremadamente saludable en comparación con otras regiones.
Las
casas y edificaciones, aunque están hechas principalmente de madera y cubiertas
con un tipo de hierba larga que se encuentra en la zona, tienen una
arquitectura y construcción extraordinarias. Especialmente las residencias de
los caciques y las personas principales son como castillos, con numerosos
patios y cercas que rodean la estructura, similar a cómo se suele representar
el laberinto de Troya. Estas casas tienen grandes detalles arquitectónicos y
pinturas en su interior, lo que las hace realmente impresionantes.
La
dieta de estas personas es similar a la de otras regiones de las Indias, aunque
con algunas variaciones. Su alimento principal consiste en maíz y yuca, pero
también aprovechan otras dos o tres plantas que les proporcionan alimentos
importantes. Una de estas plantas se asemeja a las batatas y se llama yomas,
mientras que otra se parece a los nabos y se llama cubias. Estas plantas se
utilizan en sus guisos y son una parte importante de su alimentación.
La sal
es abundante en esta tierra, ya que se produce en la misma región de Bogotá a
partir de pozos salinos. Se elaboran grandes bloques de sal en cantidad
suficiente para abastecer a muchas áreas, especialmente a través de las sierras
de Oppon hasta el río Grande, como se mencionó anteriormente.
En
cuanto a la carne, los indígenas de esta región consumen principalmente venado,
del cual hay una gran cantidad, tanto que les proporciona una fuente de
alimento tan abundante como el ganado en otras regiones.
También
consumen una especie de animales parecidos a los conejos, conocidos como fucos,
de los cuales hay una gran cantidad en la región. En Santa Marta y en la costa
cercana al mar, también se encuentran estos animales, pero allí se les llama cuyes.
En
cuanto a las aves, son escasas en la región. Se pueden encontrar algunas
tórtolas y una cantidad moderada de ánades de agua, que se crían en las
numerosas lagunas de la zona. Respecto al pescado, se encuentra en los ríos y
lagunas del reino. Aunque no es abundante, se considera de la mejor calidad que
se haya visto, ya que tiene un sabor y una textura diferentes a los demás. Se
trata principalmente de un tipo de pescado de tamaño pequeño, no mayor a un
palmo o dos, pero su calidad es extraordinaria y su sabor es incomparable.
La
moral y la ley de estos indígenas reflejan un nivel de racionalidad moderado.
Castigan los delitos de manera eficaz, especialmente el asesinato, el robo y
los crímenes de naturaleza sexual, de los cuales son muy escrupulosos, lo cual
es notable para tratarse de una sociedad indígena. Hay más horcas a lo largo de
los caminos y más guardias que en España. Además, para otros delitos de menor
gravedad, se aplican castigos como la amputación de manos, narices y orejas.
Para las personas de rango alto, se aplican penas de vergüenza, como rasgar sus
ropas y cortarles el cabello, lo cual se considera una gran deshonra.
Los
sujetos muestran un profundo respeto hacia sus caciques. Nunca los miran a los
ojos, incluso en situaciones de conversación informal. Cuando entran en
presencia de un cacique, deben dar la espalda y retroceder, ya sea estando de
pie o sentados. Este gesto demuestra el nivel de reverencia que tienen hacia
sus líderes, aunque en lugar de honrarlos, siempre les dan la espalda.
En
cuanto al matrimonio, no hay intercambio de palabras ni ceremonias formales;
simplemente toman a su esposa y la llevan a su hogar. Se casan tantas veces
como lo deseen y con tantas mujeres como puedan mantener, según la capacidad
económica de cada individuo. Algunos llegan a tener hasta diez o veinte
esposas, dependiendo de su estatus social. Por ejemplo, Bogotá, que era
considerado rey de todos los caciques, tenía más de cuatrocientas esposas. Se
prohíbe el matrimonio dentro del primer grado de parentesco, e incluso en
algunas partes del Nuevo Reino también se prohíbe dentro del segundo grado.
En
cuanto a la herencia, los hijos no heredan las propiedades y los títulos de sus
padres, sino que estos pasan a los hermanos. En caso de no haber hermanos, la
herencia pasa a los hijos de los hermanos fallecidos. Además, los hijos no
heredan de sus padres, sino que esta responsabilidad recae en los sobrinos o
primos, creando así un sistema de herencia que difiere del que se practica
comúnmente.
Tienen
un sistema de división del tiempo muy conveniente. Durante los primeros diez
días del mes, consumen una hierba llamada "hayo" (coca), que les proporciona
sustento y ayuda a aliviar sus dolencias. Después de estos días, dedicados a la
limpieza con la coca, pasan los siguientes diez días trabajando en sus tierras
y cultivos. Los últimos diez días del mes los pasan en sus hogares, disfrutando
del tiempo con sus esposas y relajándose con ellas. Es notable que no conviven
en el mismo espacio, sino que cada esposa tiene su propio aposento mientras que
él tiene el suyo.
Este
esquema de distribución del tiempo puede variar en algunas partes del Nuevo Reino,
donde los períodos de actividades pueden ser más largos y con más días
asignados a cada uno.
Los
niños destinados a convertirse en caciques y líderes, tanto hombres como
mujeres, son confinados en unas casas especiales desde una edad temprana.
Permanecen allí durante varios años, dependiendo de la posición que estén
destinados a heredar, siendo algunos incluso por hasta siete años. Durante este
período de reclusión, no se les permite ver la luz del sol, ya que hacerlo
podría comprometer su futuro estatus. Son atendidos por sirvientes designados y
se les alimenta con comidas específicas. De vez en cuando, aquellos a cargo de
su cuidado los visitan para administrarles castigos severos. Una vez que
termina este período de penitencia, se les permite perforarse las orejas y la
nariz para usar oro, lo cual es considerado de gran honor entre ellos. Además,
adornan sus cuerpos con láminas de oro en el pecho, cascos en forma de mitra y
otros ornamentos en los brazos. Son conocidos por su afición al canto y al baile,
siguiendo sus propias tradiciones en estas expresiones de placer. Sin embargo,
son propensos a la mentira, al igual que otras poblaciones indígenas, y no son
especialmente hábiles en la artesanía del oro o en la fabricación de tejidos de
algodón al nivel de los artesanos de otras regiones como Nueva España o el
Perú.
La
religión de estos indígenas es profundamente arraigada en su cultura, aunque
está imbuida de errores. Cada pueblo tiene sus propios templos, considerados
santuarios por los españoles, así como una multitud de ermitas dispersas en
montañas, caminos y otras áreas. Estos lugares de adoración están adornados con
grandes cantidades de oro y esmeraldas. Realizan sacrificios en estos templos
utilizando sangre, agua y fuego. Con la sangre, sacrifican muchas aves y
esparcen su sangre por el templo, dejando las cabezas colgadas como ofrenda.
También realizan sacrificios con agua, derramándola en el santuario y por
canales, y con fuego, introduciéndolo en el templo y quemando ciertos
sahumerios. Para cada uno de estos rituales, recitan oraciones cantadas
específicas.
El
sacrificio humano es una práctica rara y reservada para circunstancias
específicas. Una de ellas ocurre cuando los indígenas capturan a un joven
enemigo durante la guerra con los Panches. Si el joven parece no haber tenido
relaciones con mujeres, lo sacrifican en el santuario con grandes alaridos y
voces. La otra situación es cuando los caciques tienen sacerdotes jóvenes en
sus templos, conocidos como moxas. Cada cacique tiene al menos uno, y algunos
tienen dos, aunque son costosos de obtener ya que se compran a un alto precio
como rescate en la Casa del Sol, una provincia ubicada a unas treinta leguas
del Nuevo Reino. Estos moxas sirven en los santuarios y, según los indígenas,
tienen la capacidad de comunicarse con el sol y recibir respuestas divinas.
La
llegada de estos jóvenes moxas al Nuevo Reino es un evento de gran veneración.
Siempre son llevados en hombros debido al respeto que se les tiene. Sin
embargo, cuando llegan a una edad considerada adecuada para tener relaciones
sexuales, son sacrificados en los templos y su sangre se ofrece a los ídolos
como parte de un ritual. Sin embargo, si antes de este momento el moja ha
tenido relaciones sexuales, se considera libre de este sacrificio, ya que se
cree que su sangre ya no tiene el poder de aplacar los pecados.
Antes
de que un señor inicie una guerra contra otro, ambas partes pasan un mes en los
campos frente a los templos, cantando de día y de noche, excepto por breves
periodos para comer y dormir. Durante estos cantos, suplican al sol, a la luna
y a los otros ídolos a quienes adoran que les otorguen la victoria. Cuando
regresan victoriosos, continúan cantando durante varios días para dar gracias
por la victoria, mientras que si son derrotados, también cantan en lamento por
su fracaso.
Tienen
muchos bosques y lagunas que consideran sagrados en su falsa religión, donde no
se atreven a cortar árboles ni a tomar agua por nada del mundo. En estos
bosques también realizan sacrificios y entierran oro y esmeraldas, lo cual está
muy protegido y nadie osaría tocarlo, pues creen que sufrirían una muerte
inmediata. Lo mismo ocurre con las lagunas dedicadas a sus sacrificios, donde
arrojan mucho oro y piedras preciosas, que quedan perdidos para siempre.
Adoran
al sol y a la luna como creadores de todas las cosas, y creen que estas dos
divinidades se unen como marido y mujer para tener relaciones sexuales. Además
de esto, tienen una gran cantidad de ídolos a los que recurren para que rueguen
al sol y a la luna por sus asuntos. Cada uno de estos ídolos tiene su propio
templo dedicado a su nombre. Además de los ídolos en los templos, cada indio,
sin importar su condición social, tiene su propio ídolo personal, e incluso
puede tener dos o tres, algo similar a lo que en la época de los gentiles se
conocía como lares.
Los
ídolos caseros de estos indios están hechos de oro muy fino y, dependiendo de
la calidad del ídolo, pueden contener muchas esmeraldas en su vientre hueco.
Incluso si un indio es tan pobre que no puede permitirse tener un ídolo de oro
en su casa, lo hace de madera y coloca el oro y las esmeraldas que pueda reunir
en el hueco del vientre. Estos ídolos caseros son pequeños, con los más grandes
del tamaño de un codo a una mano.
La
devoción que tienen hacia estos ídolos es tal que no irán a ninguna parte sin
ellos, ya sea a trabajar en sus campos o a cualquier otro lugar; los llevan en
una pequeña espuerta colgada del brazo. Lo más sorprendente es que incluso los
llevan a la guerra, peleando con un brazo y sosteniendo su ídolo con el otro,
especialmente en la provincia de Tunja, donde son más religiosos.
En
cuanto al entierro de los muertos, lo hacen de dos maneras. En la primera,
envuelven los cuerpos en mantas, sacándoles las entrañas y rellenando sus
barrigas con oro y esmeraldas. También colocan mucho oro alrededor del cuerpo y
encima de las mantas. Luego, construyen unas camas elevadas del suelo en
santuarios dedicados exclusivamente para los muertos, donde los dejan sobre
esas camas sin enterrar para siempre. Los españoles han obtenido mucho provecho
de este tipo de entierros.
La
segunda manera es enterrar a los muertos en el agua, en lagunas muy profundas.
Colocan los cuerpos en ataúdes, que pueden ser de oro si el difunto lo era, y
llenan el ataúd con todo el oro y las esmeraldas que quepan. Luego, arrojan
estos ataúdes en las lagunas más profundas.
Su
creencia sobre la inmortalidad del alma es bárbara y confusa. No está claro si
creen que el descanso y la felicidad después de la muerte son para el cuerpo o
para el alma en sí. Lo que afirman es que aquellos que fueron buenos en vida
disfrutan de un gran descanso y placer después de la muerte, mientras que los
malvados sufren mucho trabajo, siendo azotados. Sin embargo, aquellos que
mueren en defensa o ampliación de su tierra, incluso si fueron malvados,
descansan junto a los buenos solo por ese acto de sacrificio. Así, tanto los
que mueren en guerra como las mujeres que mueren durante el parto se van a
descansar y disfrutar, debido a su voluntad de enaltecer y ampliar la
república, a pesar de sus acciones anteriores.
La
tierra y la gente de los Panches, que rodean el Nuevo Reino, tienen una
religión y moral muy escasas. Son tan primitivos que no adoran ni creen en nada
más allá de sus propios placeres y vicios, y no tienen ningún respeto por
ninguna forma de orden social. Se preocupan principalmente por comer y
disfrutar, especialmente si pueden obtener carne humana, su mayor indulgencia.
Para este propósito, realizan incursiones y guerras constantemente en el Nuevo
Reino.
La
tierra de los Panches es mayormente fértil y abundante en alimentos, aunque hay
algunas regiones menos prósperas. Sin embargo, la pobreza alcanza extremos en
algunas partes de los Panches. Durante la conquista, se encontró una provincia
entre dos ríos caudalosos, en la tierra de Tunja, donde la gente subsistía
principalmente de hormigas. Utilizaban hormigas para hacer pan, amasándolas
como alimento básico. Había una gran cantidad de hormigas en la provincia, y
las criaban en corrales hechos con hojas anchas. Estos corrales contenían
diversas especies de hormigas, algunas grandes y otras pequeñas.
Después
de pacificar el Nuevo Reino, el licenciado Jiménez de Quesada dedicó la mayor
parte del año 1538 a la tarea de subyugar y establecer la paz en la región. Una
vez logrado este objetivo, procedió a fundar tres ciudades principales en la
zona. La primera fue Santa Fe, ubicada en la provincia de Bogotá. La segunda
fue Tunja, nombrada en honor al lugar. La tercera fue Vélez, situada cerca de
la entrada al Nuevo Reino, donde él y su expedición habían llegado
inicialmente.
Para
entonces, ya había comenzado el año 1539 y todas estas fundaciones estaban
completadas. Luego, el licenciado Jiménez de Quesada decidió regresar a España
para informar personalmente a su majestad y gestionar sus asuntos. Dejó a su
hermano, Hernán Pérez de Quesada, como su teniente en la región, tal como se
había acordado. Para preparar su viaje de regreso, ordenó la construcción de
barcos en el río Grande. Estos barcos exploraron el río desde el Nuevo Reino
hasta una distancia de veinticinco leguas más allá, lo que evitó la necesidad
de regresar por las montañas de Oppon, una tarea ardua y difícil.
Un mes
antes de la partida del licenciado Jiménez de Quesada, llegó desde la región de
Venezuela Nicolás Fedreman, quien era capitán y teniente de gobernador bajo
Jorge Espira, el gobernador de la provincia de Venezuela en nombre de los
alemanes. Traía consigo a ciento cincuenta hombres y tenía noticias y lenguaje
de indios que indicaban la existencia de una tierra muy rica.
Asimismo,
dentro de los quince días siguientes, llegó desde la región del Perú Sebastián
de Benalcázar, quien era teniente y capitán en Quito bajo el mando del marqués
don Francisco Pizarro. Traía consigo poco más de cien hombres y también había
recibido la misma información sobre esta tierra rica. Ambos se encontraron con
la sorpresa de que el licenciado y los españoles de Santa Marta ya estaban
explorando la región desde hacía cerca de tres años.
Ante esta
situación, el licenciado Jiménez de Quesada tomó bajo su mando a la gente de
Fedreman y Benalcázar, ya que necesitaba hombres para repartirlos en los
pueblos españoles que había fundado en la región.
La
totalidad de la gente de Fedreman fue reclutada, mientras que la mitad de la
gente de Benalcázar fue tomada, y la otra mitad regresó a una provincia llamada
Popayán, que Benalcázar había dejado poblada entre Quito y el Nuevo Reino, y de
la cual es gobernador en la actualidad. Después de tomar la gente de estos
capitanes y repartirla, el licenciado les ordenó que se embarcaran en los
bergantines con él rumbo a la costa y luego a España. Tanto el hecho de tomar
la gente como la orden de embarcarse fueron recibidos con impaciencia por estos
capitanes, especialmente por Nicolás Fedreman, quien consideraba que se le
estaba haciendo un grave agravio al no permitirle regresar a su gobernación con
su gente y libertad personal. A pesar de estas quejas, el licenciado los sacó
de la tierra y los llevó en sus bergantines hasta la costa, desde donde se
dirigieron a España. El licenciado llegó a España en noviembre del año treinta
y nueve, justo cuando su majestad comenzaba a atravesar Francia por tierra
hacia los Países Bajos. Al llegar, el licenciado se vio envuelto en grandes
disputas legales con don Alonso de Lugo, adelantado de Canarias, quien estaba
casado con doña Beatriz de Noroña, hermana de doña María de Mendoza, esposa del
comendador mayor de León.
Los
pleitos giraban en torno a la jurisdicción sobre el Nuevo Reino de Granada. El
adelantado, don Alonso de Lugo, sostenía que su padre, otro adelantado
anterior, tenía la gobernación de Santa Marta por dos vidas, la del padre y la
del hijo, y que el Nuevo Reino quedaba dentro de la demarcación de la provincia
de Santa Marta. Por lo tanto, argumentaba que la gobernación del Nuevo Reino
debía estar bajo su autoridad. El Consejo decidió que el Nuevo Reino debería
estar bajo la gobernación de Santa Marta, y don Alonso fue designado para
gobernar ambas regiones. Más tarde, su majestad estableció una real audiencia
en esa región, con ciertos oidores encargados de administrar esas provincias y
otras áreas cercanas, como una forma de mejorar la gobernación.
El
nombre "Nuevo Reino de Granada" fue elegido por el licenciado Gonzalo
Jiménez de Quesada por varias razones. En primer lugar, al vivir en España, él
estaba familiarizado con el Reino de Granada en la península ibérica. Además,
ambos territorios compartían similitudes geográficas y climáticas, ya que
estaban rodeados de sierras y montañas, tenían un clima templado y eran de
tamaño comparable. Estas similitudes llevaron al licenciado a asociar el nuevo
territorio con el Reino de Granada en España, lo que inspiró el nombre
"Nuevo Reino de Granada" para la región que estaba explorando y
colonizando.
Su
Majestad, en reconocimiento a sus servicios destacados en la exploración,
colonización y desarrollo del Nuevo Reino, otorgó al licenciado el título de
mariscal del territorio. Además, le asignó una renta anual de dos mil ducados
de las arcas del reino, con la promesa de convertirla en perpetua para él y sus
descendientes. También se le concedió autorización para ausentarse del Nuevo
Reino, garantizando el suministro de los ingresos provenientes de los indios
que él supervisaba, los cuales generaban más de ocho mil ducados.
Adicionalmente, fue designado alcalde de la principal ciudad del reino, con un
estipendio anual de cuatrocientos ducados, y se le confirieron ciertos
regimientos y otras distinciones de menor importancia.
El
actual mariscal del Nuevo Reino de Granada, el licenciado Gonzalo Ximénez de
Quesada, es hijo de Gonzalo Ximénez e Isabel de Quesada, residentes en la
ciudad de Granada. Sin embargo, su origen y el de sus ancestros se remontan a
la ciudad de Córdoba.
Fin
Compilado
y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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