Los errores y supersticiones de los indios sacados del tratado y averiguación que hizo el licenciado Polo de Ondegardo (pp. 1-145)
Después
de Viracocha, a quien consideraban como el supremo señor de todo y adoraban con
gran reverencia, también rendían culto al Sol, a las estrellas, al trueno y a
la tierra, a la que llamaban Pachamama, así como a otros elementos diversos.
Entre las estrellas, en general, todos adoraban a la que ellos llamaban Collca,
que nosotros conocemos como las Pléyades. Además, otras estrellas eran objeto
de veneración por aquellos que consideraban que necesitaban su favor
particularmente, asignándoles diversos roles. Por ejemplo, los pastores rendían
veneración y ofrecían sacrificios a una estrella llamada Urcuchillay, que
representaba un carnero de muchos colores y se encargaba de la protección del
ganado, identificada por los astrónomos como la constelación de la Lira.
También adoraban a otras dos estrellas cercanas, llamadas Catuchillay y
Urcuchillay, que representaban una oveja con su cordero. Por otro lado, quienes
habitaban en las montañas adoraban a una estrella llamada Chiqui chinchay, que
representaba a un tigre, al cual le atribuían el cuidado de los tigres, osos y
leones. Asimismo, adoraban otra estrella llamada Anco chinchay, que se
encargaba de la protección de otros animales. También veneraban a otra estrella
llamada Machacuay, que tenía a su cargo el control de las serpientes y culebras
para evitar que causaran daño. En general, creían que todos los animales y aves
de la tierra tenían un equivalente en el cielo, encargado de su procreación y
multiplicación. Por lo tanto, prestaban atención a diversas estrellas, como la
Chacana, Topatorca, Mamana, Mirco, Miquiquiray, entre otras.
La
forma de hacer oración tanto al Viracocha, al Sol como a las estrellas era la
misma: consistía en abrir las manos, emitir un sonido con los labios (similar
al de un beso) y pedir lo que cada individuo deseaba, ofreciendo sacrificios.
Aunque había diferencias en las palabras utilizadas cuando se dirigían al gran
Ticci Viracocha.
Al
Ticci Viracocha se le atribuía el supremo poder y dominio sobre todas las
cosas, mientras que las demás huacas eran veneradas como deidades particulares,
cada una reinando en su propio ámbito. Estas actuaban como intermediarias e
intercesoras ante el gran Ticci Viracocha, considerado el Ser Supremo y Creador
del universo.
Luego
del Viracocha y del Sol, la tercera huaca más venerada era el trueno, al cual
denominaban con tres nombres: Chuquiilla, Catuilla e Intiillapa. Lo
representaban como un hombre en el cielo con una honda y una porra, teniendo en
su mano el poder de la lluvia, el granizo, los truenos y demás fenómenos atmosféricos
relacionados con las nubes. Esta huaca era adorada de manera general por todos
los indios, quienes le ofrecían diversos sacrificios. En el Cusco, incluso se
llegaban a sacrificar niños en su honor, similar al culto dedicado al Sol. Cuando
una mujer daba a luz en el campo durante una tormenta, se creía que el niño que
nacía era hijo del trueno y debía ser dedicado a su servicio. De esta creencia
se derivaba un gran número de hechiceros conocidos como "hijos del
Trueno".
De
las ánimas y difuntos
Cap.
II.
Comúnmente,
creían que las almas vivían después de esta vida y que los buenos alcanzaban la
gloria mientras que los malvados sufrían castigo. Sin embargo, no entendían que
los cuerpos resucitarían junto con las almas, aunque ponían una diligencia
extrema en conservar los cuerpos, sustentarlos y honrarlos después de la
muerte. El vulgo creía que las comidas, bebidas y ropa que se ofrecían a los
difuntos les proporcionaban sustento y les evitaban el trabajo en el más allá,
aunque los más sabios de los Incas no compartían esta creencia.
También
era comúnmente entendido que aquellos a quienes Dios había otorgado prosperidad
en esta vida eran sus amigos y que, por ende, recibirían gloria en la otra
vida. De ahí proviene el gran respeto hacia los señores y los hombres poderosos
incluso después de su muerte, mientras que se menospreciaba a los ancianos,
enfermos y pobres, considerándolos como desechados por Dios. Hoy en día,
persiste una gran ignorancia y error al respecto entre la población indígena.
Los
descendientes veneraban enormemente los cuerpos de los difuntos, esforzándose
por conservarlos. Les proporcionaban ropa y realizaban sacrificios.
Especialmente los señores contaban con una gran cantidad de ministros
encargados de sus sacrificios y veneración. Además, cada Inca durante su vida
tenía una estatua llamada Huauqui, a la que se celebraban numerosas fiestas.
Cuando moría un Inca, su sucesor no heredaba nada de sus tesoros ni ropa; todo
se destinaba a los sacrificios, servicios y sustento de sus ministros.
El
día en que morían, sacrificaban a las mujeres y a los criados y oficiales a
quienes tenían afinidad, para que los sirvieran en la otra vida. Cuando murió
Huayna Cápac, mil personas fueron sacrificadas con este propósito, tras largas
ceremonias de canto y embriaguez. Los cuerpos de los Incas y de las mujeres
eran embalsamados de manera que permanecieran intactos durante más de
doscientos años. Se les sacrificaban numerosas ofrendas, especialmente niños, y
se utilizaba su sangre para marcar una línea de oreja a oreja en el rostro del
difunto. Esta superstición ha desaparecido desde que se descubrieron estos
cuerpos. Sin embargo, entre los indígenas persiste la gran veneración hacia los
cuerpos de sus ancestros, procurándoles alimentos, bebidas, vestimenta y
realizando diversos sacrificios en su honor.
De
las estatuas de los yngas
Cap.
III.
Los
indígenas solían nombrar ciertas estatuas o piedras en honor a sus líderes,
para que recibieran la misma veneración tanto en vida como en la muerte. Cada
ayllu o linaje tenía sus propios ídolos o estatuas de sus Incas, que llevaban
consigo a la guerra y sacaban en procesión para pedir agua y buenos tiempos,
realizando diversas festividades y sacrificios en su honor. Estos ídolos eran
especialmente prominentes en el Cusco y sus alrededores. Se entiende que la
superstición de adorar estas piedras ha cesado en gran medida o por completo
desde que fueron descubiertas.
Entre
estos ídolos, el primero fue el de Inca Roca, líder de la principal parcialidad
de los Incas de Hanan Cusco. Le siguieron Yáhuar Huaqui, Viracocha Inca,
Pachacuti Inca, Topa Inca Yupanqui, Huayna Cápac y Huáscar Inca. En la
parcialidad de Hurin Cusco, se mencionan como primeros a Sinchi Roca, seguido
por Capac Yupanqui, Lloque Yupanqui, Mayta Capac y Tarco Huamán.
Según
la tradición indígena, Manco Cápac fue el progenitor y padre de las gentes
después del diluvio, y se dice que emergió por una ventana en el pueblo de
Tambo. Después, se convirtió en una piedra a la que se le rendía gran
veneración. Sin embargo, se entiende que esta superstición ha cesado por
completo.
De
los Agüeros
Cap.
IV.
En
cualquier asunto de importancia que desean llevar a cabo, como construir una
casa, emprender un viaje, sembrar, cosechar, almacenar las cosechas, casarse,
realizar una ceremonia de orejas abiertas, ir a la guerra, regresar a sus
hogares y en todos los demás asuntos de esta naturaleza, los indígenas tienen
la costumbre de realizar dos preparativos previos.
El
primero consiste en echar suertes y examinar las entrañas o el hígado de
algunos animales. El segundo implica llevar a cabo algún sacrificio u ofrenda
en los adoratorios. El individuo encargado de lanzar las suertes debe observar
atentamente al animal. Además, antes de iniciar cualquier actividad, rinden
homenaje primero al Viracocha, al Sol, al Chuquiilla y a alguna huaca
particular de su pueblo o parcialidad.
De
la confesión y penitencia que hacían por sus pecados
Cap.
V
Creían
firmemente que todas las enfermedades eran consecuencia de pecados cometidos, y
para buscar remedio, recurrían a sacrificios. Además de esto, en casi todas las
provincias, también practicaban la confesión vocalmente, contando con
confesores designados para esta tarea, tanto mayores como menores, con pecados
reservados a los mayores. Los penitentes recibían penitencias, a veces severas,
especialmente si el pecador era pobre y no podía ofrecer nada al confesor. Este
oficio de confesar también lo ejercían las mujeres. En la región de Collasuyo,
el uso de confesores, conocidos como "Ychuris", era y sigue siendo
más extendido. Consideran como un pecado notable ocultar algún pecado durante
la confesión, y los Ychuris o confesores, mediante suertes o la observación de
las entrañas de algún animal, averiguan si se está ocultando algún pecado.
Castigan a aquellos que ocultan pecados dándoles golpes en la espalda con una
piedra hasta que confiesen todo, les imponen la penitencia y realizan el
sacrificio correspondiente.
Este
rito de confesión también se lleva a cabo cuando están enfermos sus hijos,
esposas, maridos o líderes tribales, así como en momentos de gran aflicción.
Cuando el Inca estaba enfermo, todas las provincias, especialmente los Collas,
se confesaban.
Los
confesores estaban obligados al secreto, aunque con ciertas limitaciones. Los
pecados por los que principalmente se acusaban eran los siguientes: en primer
lugar, el asesinato fuera de la guerra; luego, el adulterio; también el uso de
hierbas o hechizos para causar daño; y el robo. Consideraban como pecado
notable el descuido en la veneración de sus Huacas, así como el violar sus
festividades, hablar mal del Inca y desobedecer sus órdenes. No se acusaban de
pecados o actos interiores. Según algunos sacerdotes, después de la llegada de
los cristianos, los Ychuris o confesores también comenzaron a ser acusados por
los pensamientos de sus penitentes. El Inca no confesaba sus pecados a ningún
hombre, sino solo al Sol, para que él los comunicara al Viracocha y le
perdonara.
Después
de confesarse, el Inca realizaba un ritual de purificación en un río corriente,
diciendo estas palabras: "Yo he confesado mis pecados al Sol, tu río los
recibe, llévalos al mar donde nunca más aparezcan." Otros que se
confesaban también realizaban rituales de purificación, muy similares a los que
los moros realizaban, conocidos como "aguados", que los indígenas
llamaban "opacuna".
Cuando
un hombre moría, sus hijos lo consideraban un gran pecador, creyendo que su
muerte antes que la de su padre era consecuencia de sus pecados. A estos
individuos, después de confesarse, se les sometía a rituales de purificación
con ciertas ortigas, mientras que a los nacidos con deformidades se les consideraba
portadores de malos augurios.
Si
los hechiceros o adivinos afirmaban, mediante sus sortilegios, que algún
enfermo debía morir, no dudaban en sacrificar a su propio hijo, incluso si no
lo tenían. Creían que, al ofrecer a su hijo como sacrificio, obtendrían salud.
Después de la llegada de los cristianos a la región, se han registrado casos de
esta crueldad.
Del
modo de sacrificar
Cap.
VI.
El
método que los indígenas usaban para sacrificar cualquier tipo de ganado, ya
sea pequeño o grande, según su antigua ceremonia, es similar al que emplean los
moros y que se conoce como el "alquible". Consiste en tomar al animal
en el brazo derecho y girar sus ojos hacia el Sol, mientras se pronuncian
diferentes palabras según la naturaleza del animal que se va a sacrificar. Por
ejemplo, si es de color pintado, se dirigen las palabras al Chuquiilla o trueno
para que no falte el agua; si es de color blanco, se le ofrece al Sol con
ciertas palabras; si es lanudo, se pronuncian otras palabras para pedir que
alumbre y prospere; y si es de color pardo, como el guanaco, se dirige el
sacrificio al Viracocha.
En
el Cusco, se llevaba a cabo esta ceremonia diariamente sacrificando un cordero
blanco al Sol, y se quemaba vestido con una camiseta roja. Durante este
sacrificio, también se quemaban ciertos cestillos de coca en el fuego,
conocidos como "Villca roncon". Para esta ceremonia, tenían preparada
a gente dispuesta y ganado que no serviría para otro propósito.
Del
orden del año y tiempos
Cap.
VII.
El
año lo dividían en doce meses basados en los ciclos lunares, y los días
adicionales que sobraban cada año los consumían dentro de esos mismos meses
lunares. A cada luna o mes le asignaban un hito o pilar alrededor de Cusco,
donde llegaba el Sol durante ese mes. Estos pilares eran lugares de adoración
principales, donde realizaban diversos sacrificios. Todo lo que sobraba de los
sacrificios a las Huacas se llevaba a estos lugares llamados Sucanca. El inicio
del invierno se marcaba en Puncuy Sucanca y el del verano en Chirao Sucanca. En
quechua, al año lo llamaban Huata, mientras que en aymara, el idioma de los
Collas, lo denominaban Mara. A los meses y lunas los llamaban Quilla en quechua
y Pacsi en aymara.
Cada
mes del año contaba con diversas festividades y sacrificios, según lo
establecido por Pachacuti Inca. Él ordenó que el año comenzara en diciembre,
cuando el Sol llega al punto más lejano de su curso en el Polo Antártico. Antes
de este Inca, se dice que el año comenzaba en enero.
De
las fiestas de cada mes del año
Cap.
VIII
La
primera y más importante fiesta del año se llamaba Cápac Raymi y se celebraba
en el primer mes del año, que correspondía a diciembre, conocido como Raymi.
Durante esta festividad se ofrecían grandes cantidades de carneros y corderos
en sacrificio, que luego eran quemados con leña aromática. Se traían ofrendas
de carneros, oro y plata, y se exhibían las tres estatuas del Sol y las tres
del trueno, representando al padre, al hijo y al hermano, según creían que
poseía el Sol y el trueno.
En
estas fiestas se llevaba a cabo la dedicación de los jóvenes Incas, a quienes
se les entregaban las guaras o pañetes, se les perforaban las orejas y se les
marcaba con hondas a los ancianos. Además, se untaban el rostro con sangre como
símbolo de su futura lealtad al Inca. Durante este mes y estas festividades, no
se permitía la presencia de extranjeros en el Cusco. Al finalizar las
celebraciones, todos los forasteros eran bienvenidos y se les ofrecían ciertos
bollos de maíz con sangre de sacrificio, que consumían como señal de alianza
con el Inca.
Aunque
muchas de las ceremonias específicas han dejado de practicarse por completo, se
mantiene la tradición de poner las guaras o pañetes a los jóvenes, que tienen
entre doce y quince años, y se conoce como Huarachicuy en quechua y Vicarassiña
en aymara. Además, aunque no se realicen de manera idéntica ni en el mismo
tiempo, en muchas regiones, especialmente en Potosí y sus alrededores, se sigue
celebrando la fiesta llamada Raymi durante la siembra y también en Corpus
Christi, con vestimenta, comida, bebida, bailes y diferentes sacrificios
siguiendo el antiguo estilo.
La
fiesta del segundo mes se llama Camay, que corresponde a enero, durante la cual
se realizaban diversos sacrificios y se arrojaban las cenizas por un arroyo
abajo.
El
tercer mes y su festividad se llamaban Hatun Pucuy, en la cual se sacrificaban
cien carneros, como en los meses anteriores, correspondiendo a febrero.
El
cuarto mes y su fiesta se llamaban Pacha Pucuy, donde se sacrificaban cien
carneros negros, y corresponde a marzo.
El
quinto mes y su celebración se llamaban Atihuáquiz, en la cual se sacrificaban
cien carneros pintados, y corresponde a abril.
El
sexto mes se llama Hatun Cuzqu Raymoray, correspondiente a mayo, durante el
cual también se sacrificaban otros cien carneros de diferentes colores. Durante
esta luna y mes, conocido como Aymoray o Aymorana, se llevaba a cabo una fiesta
muy utilizada entre los indígenas. Esta festividad se realizaba cuando se
llevaba el maíz de la era a la casa, mediante cantos mientras se ruega por una
buena cosecha de maíz. En cada casa se creaba una huaca del maíz llamada Mamazara,
donde se colocaba una porción especial de maíz en una pequeña troja llamada
Pirua, con ciertas ceremonias y veladas durante tres noches. Luego, este maíz
se envolvía en las mantas más finas de cada uno y se adoraba como una representación
de la madre del maíz de la chacra, creyendo que esto aseguraría la fertilidad y
conservación del maíz. Durante este mes, también se realizaba un sacrificio
especial y los hechiceros consultaban a la Pirua sobre la fuerza del maíz para
el próximo año. Si la respuesta era negativa, se quemaba la Pirua con una
ceremonia solemne en la misma chacra. Si la respuesta era positiva, se renovaba
la Pirua para asegurar la continuidad de la simiente. Esta superstición
persiste hasta el día de hoy y es muy común entre los indígenas realizar estas
celebraciones de Aymoray.
El
séptimo mes, correspondiente a junio, se llama Aucay Cuzqui Inti Raymi, durante
el cual se celebraba la festividad conocida como Inti Raymi, considerada la
Fiesta del Sol. En esta ocasión se sacrificaban cien carneros guanacos. Durante
este mes, se fabricaban numerosas estatuas de madera tallada de Quissuar, todas
vestidas con ropas lujosas, y se llevaba a cabo el baile conocido como Cayo.
Durante la celebración, se esparcían muchas flores por el camino y los
indígenas acudían muy adornados, mientras que los señores lucían pequeñas
patenas de oro en sus barbas y todos cantaban.
Es
importante señalar que esta festividad cae casi al mismo tiempo que los
cristianos celebramos la solemnidad de Corpus Christi. Algunas similitudes
pueden observarse en las danzas, representaciones y cantos, lo que ha llevado a
que, debido a esta coincidencia, muchos indígenas parezcan celebrar nuestra
festividad de Corpus Christi con una gran superstición relacionada con su
antigua celebración del Inti Raymi.
El
octavo mes, llamado Chahua Huarquis, correspondiente a julio, se quemaban otros
cien carneros, todos de color pardo similar al de la vizcacha, siguiendo el
orden mencionado.
En
el noveno mes, denominado Yapaquis, correspondiente a agosto, se quemaban otros
cien carneros castaños, además de sacrificar y quemar mil cuyes, con el fin de
proteger las chacras del daño causado por el hielo, el aire, el agua y el Sol.
El
décimo mes, conocido como Coya Raymi, correspondiente a septiembre, se quemaban
otros cien carneros blancos lanudos.
Durante
este mes, se celebraba la fiesta llamada Citua o Situa. En esta celebración,
todos se reunían antes de que saliera la luna en el primer día, y al verla,
daban grandes voces con antorchas en las manos, exclamando "¡Vaya el mal
fuera!", pasándose las antorchas unos a otros. Estos participantes se conocían
como “Panconcos”. Luego, se realizaba un lavatorio general en los arroyos y
fuentes, cada uno en su área, y se celebraba con bebida durante cuatro días
consecutivos. Durante este mes, las mamaconas del Sol distribuían una gran
cantidad de bollos elaborados con sangre de ciertos sacrificios, entregando un
bocado a cada forastero y enviando también a las huacas forasteras de todo el
reino, así como a varios Curacas como muestra de confederación y lealtad al Sol
y al Inca.
Aunque
los lavatorios, las borracheras y algunos vestigios de esta fiesta llamada Citua
aún persisten en algunas regiones, con ceremonias ligeramente diferentes y en
secreto, lo principal y público de esta festividad ha cesado.
El
undécimo mes se llama Homa Raimi Puchayquis, durante el cual se sacrificaban
cien carneros. En caso de escasez de agua y para atraer la lluvia, se colocaba
un carnero completamente negro en un llano, derramando chicha a su alrededor, y
no se le daba de comer hasta que lloviera. Esta práctica también se lleva a
cabo en muchas regiones alrededor de octubre, durante el mismo periodo de
tiempo.
El
último mes, llamado Ayamarca, se sacrificaban otros cien carneros, y se
celebraba la fiesta conocida como Raymi Cantarayquis. Durante este mes, que
corresponde a noviembre, se preparaban los muchachos para convertirse en
orejones el mes siguiente, y tanto los muchachos como los ancianos realizaban
ciertas demostraciones, dando algunas vueltas. Esta fiesta, llamada Ytu Raymi,
se llevaba a cabo habitualmente cuando llovía mucho o poco, o cuando había
pestilencia.
De
las fiestas extraordinarias
Cap.
IX.
La
fiesta del Ytu no tenía un tiempo fijo para celebrarse, sino que se llevaba a
cabo en momentos de gran necesidad. Para esta ocasión, toda la gente ayunaba
durante dos días, durante los cuales no se acercaban a sus esposas, no
consumían alimentos con sal ni bebían chicha. Todos se reunían en una plaza
donde no había extranjeros ni animales. Para esta fiesta, tenían reservadas
ciertas mantas, vestidos y adornos que solo se usarían en esta ocasión, y
caminaban en procesión con las cabezas cubiertas con sus mantas, tocando sus
tambores y sin hablar entre ellos. Esto duraba un día y una noche, y al día
siguiente comían, bebían y bailaban durante dos días con sus noches,
considerando que su oración había sido aceptada. Aunque hoy en día no se
celebra con toda esa ceremonia, todavía es común llevar a cabo una fiesta
similar llamada Ayma, utilizando las vestiduras que han reservado para ello.
Las procesiones, las vueltas con tambores, el ayuno previo y la borrachera
posterior se utilizan aún en casos de necesidad urgente.
Aunque
han dejado de sacrificar reses y otras cosas en público para no ocultarlo a los
españoles, aún conservan muchas ceremonias que tienen su origen en estas
antiguas fiestas y supersticiones. Por eso es importante prestar atención a
estas festividades, especialmente a la fiesta del Ytu, que actualmente se
celebra discretamente durante las danzas del Corpus Christi, donde realizan las
danzas de llamallama, huacon y otras conforme a su antigua ceremonia.
Cuando
un nuevo Inca recibía la borla, que era el símbolo del reino, entre otras
innumerables ceremonias, fiestas y sacrificios que realizaban, sacrificaban
hasta doscientos niños de entre cuatro y diez años. Sin embargo, dado que esta
práctica ha cesado por completo, no es necesario hacer más mención de ello.
Pero es importante señalar que había muchas otras festividades particulares que
se celebraban por victorias y otros acontecimientos, y en cada provincia,
además de las festividades generales, había otras ceremonias propias y
especiales.
De
las hechicerías
Cap.
X.
El
oficio de hechiceros siempre lo ejercen personas de baja estima y pobres. Ellos
mismos decían que, siendo un oficio vil y bajo por un lado, y considerando que
no era conveniente que nadie estuviera ocioso en la república, era apropiado
que lo ejerciera gente de bajo rango. Por lo tanto, dado que lo consideraban
necesario, se ordenó que lo ejercieran aquellos que, según su edad y necesidad,
no pudieran dedicarse a otras ocupaciones. Por lo tanto, es importante tener en
cuenta que hoy en día los hechiceros son de esta condición baja y vil, y que lo
ejercen por necesidad; y si algún rico y noble lo ejerce, es probable que haya
heredado el oficio y luego haya enriquecido.
Ninguna
hechicería ni adivinación se realizaba sin que precediera un sacrificio grande
o pequeño, según la necesidad de la persona o la causa por la que se hacía. Los
hechiceros se sustentaban con estos sacrificios, consumiendo la parte que les
parecía suficiente. Aunque en gran medida han cesado estos sacrificios, el
oficio de los hechiceros y sus instrumentos no ha desaparecido, y en lugar de
sacrificios reciben recompensas de plata, ropa o comida. Dado que hay muchos
pobres y ancianos, también hay muchos hechiceros. Es importante señalar que,
además de los métodos que se utilizaban para constituir hechiceros, también hay
ceremonias que incluyen hacer ayunar al individuo que será hechicero durante un
año o más, abstenerse de ciertos alimentos y acciones, recibir instrucción y
participar en diversas ceremonias. Hoy en día, hay personas que han sido
constituidas como hechiceros de esta manera, a quienes se les llama Camasca o
Soncoyoc, no solo ancianos sino también jóvenes que, incluso después de ser
bautizados, fueron graduados en el oficio de hechiceros con muchas
supersticiones y en secreto. Por lo general, curan en lugares oscuros o de
noche, donde no puedan ser vistos.
Los
hechiceros, al igual que su gran número, presentan muchas diferencias entre sí.
Algunos son hábiles en la elaboración de pociones con hierbas y raíces para
causar daño a otros. Hay hierbas y raíces que pueden causar la muerte en poco
tiempo o en mucho, dependiendo de la preparación y la mezcla que se haga.
Quienes elaboran este tipo de hechicerías suelen ser principalmente mujeres.
Para estas mezclas, utilizan una variedad de ingredientes como dientes, figuras
de animales hechas de diferentes materiales, cabellos, sapos vivos o muertos,
conchas de varios tipos y colores, cabezas de animales, pequeños animales
secos, una gran variedad de raíces y ollas pequeñas llenas de hierbas, vientos
y arañas grandes vivas, cubiertas con barro. Cuando alguien se siente enfermo,
acude a estos hechiceros para que deshagan el daño que sospechan que les han
hecho por algún mal que hayan causado. Sin embargo, con sus rituales y
supersticiones, a menudo empeoran la situación, e incluso pueden causar la
muerte con los remedios que proporcionan para curar. Por lo tanto, estas
hechiceras son temidas en gran medida, incluso por los caciques.
Otros
hechiceros y hechiceras se dedican a prácticas permitidas por sus leyes. Sin
embargo, es importante destacar que muchos de ellos también recurren a
prácticas vedadas, que se consideran pecaminosas. Por lo tanto, fácilmente
confiesan lo que está permitido, pero les resulta mucho más difícil revelar lo
otro. Los indios no se atreven a denunciarlos, por temor a ser hechizados
nuevamente, y también por miedo a que estas hechiceras revelen sus propios
males.
Entre
los indios, los hechiceros que practicaban este tipo de brujería venenosa eran
castigados severamente por los Yngas, llegando incluso a matar a los hechiceros
y a sus descendientes como medida de represalia.
Por
otro lado, existía otro tipo de hechiceros permitidos en cierta medida por los
Yngas, que podrían describirse como brujos. Estos individuos tenían la
capacidad de adoptar la forma que deseaban y de desplazarse rápidamente por el
aire a largas distancias. Podían observar lo que sucedía en lugares distantes,
comunicarse con el demonio y recibir respuestas en ciertas piedras u otros
objetos que veneraban. Estos brujos actuaban como adivinos, anticipando eventos
en lugares muy alejados antes de que las noticias llegaran de forma natural,
incluso después de la llegada de los españoles. Se embriagaban hasta perder el
juicio en una casa cerrada y, al cabo de un día, revelaban lo que se les
preguntaba. Algunos afirmaban que estos hechiceros utilizaban ciertas
sustancias para su práctica. Según los indios, este tipo de hechicería era más
común entre las ancianas de ciertas regiones, como Coayllo, Manchay y
Huarochirí, donde estas brujas también se dedicaban a ayudar a encontrar
objetos perdidos o robados. Este tipo de hechiceros se encontraban en todas
partes.
Los
hechiceros a los que acuden con frecuencia los Anaconas y las chinas que sirven
a los españoles suelen ser consultados cuando pierden alguna pertenencia de sus
amos o desean saber sobre eventos pasados o futuros. Por ejemplo, cuando viajan
a las ciudades españolas por negocios personales o públicos, preguntan si les
irá bien, si enfermarán o morirán, si regresarán sanos o si lograrán alcanzar
sus objetivos. Los hechiceros responden afirmativa o negativamente después de
haber hablado con el demonio en lugares oscuros, donde se puede escuchar su
voz, pero no se puede ver con quién están hablando ni lo que están diciendo.
Para este tipo de prácticas, realizan numerosas ceremonias y sacrificios,
invocando al demonio y embriagándose, como se mencionó anteriormente. Además,
utilizan una hierba llamada Villca, quemando su humo en la chicha o
consumiéndola de alguna otra manera.
Es
importante tener en cuenta que, aunque se menciona que generalmente solo las
ancianas practican este tipo de adivinación y revelan eventos en lugares
distantes, así como ayudan a encontrar objetos perdidos o robados, hoy en día
también hay indígenas jóvenes que realizan estas prácticas. Solicitan que les
traigan coca, cuy, pelos, cabellos, sebo, ropa u otras cosas para realizar sus
rituales, y prefieren realizar sus actividades sin ser vistos. Esta clase de
hechiceros se encuentra no solo en Huarochirí, sino también en la región del Cusco,
entre los Collas, Guancas, en las llanuras, en la tierra de Huánuco, las
Chachapoyas y en muchas otras provincias.
De
los sortilegios y adivinos
Cap.
XI.
Los
hechiceros sortílegos eran y siguen siendo una figura común entre los
indígenas, considerada un oficio muy útil y necesario. Dado que los indios
solían echar suertes para tomar decisiones o emprender cualquier actividad,
había una gran cantidad de estos hechiceros, mayoritariamente hombres, aunque a
veces también mujeres, que provenían principalmente de Condesuyo. Utilizaban
sortilegios para conocer el resultado de cualquier empresa que quisieran llevar
a cabo, así como para determinar qué sacrificio sería aceptable para la Huaca.
En sus prácticas, combinaban la idolatría con una variedad de hechicerías.
Los
practicantes de este tipo de sortilegio solían ser personas de baja condición
social, al igual que otros hechiceros, y los caciques solían designar a
individuos de esta clase cuando ya no estaban capacitados para realizar otros
trabajos y se encontraban en situación de pobreza. Prácticamente en cada pueblo
había personas designadas como sortílegos, y para su elección se llevaban a
cabo diversos rituales, ceremonias y ayunos, dirigidos por los mismos caciques
o por los hechiceros de su orden.
Utilizaban
diversos artefactos para realizar sus prácticas, como piedrecillas de
diferentes colores, piedras negras, maíz o algo similar, y aquellos que los
sucedían o heredaban sus prácticas cuidaban estos objetos con gran atención
para utilizarlos en momentos de necesidad o en la vejez.
Las
pedrezuelas utilizadas por estos hechiceros tienen varias historias detrás de
su origen. Algunos afirman que fueron obsequiadas por el trueno o alguna Huaca
específica. Otros sostienen que fueron traídas por un difunto en sueños durante
la noche. También hay quienes cuentan que algunas mujeres, durante una
tormenta, quedaron embarazadas por el Chuquiilla (el trueno), y nueve meses
después dieron a luz con gran dolor, recibiendo en sueños la promesa de que las
suertes realizadas con las piedrecillas serían certeras.
Estas
historias tienen un gran crédito entre los indios. En casos de enfermedad
grave, si las suertes indican que la persona morirá, algunos sacrifican a sus
propios hijos, creyendo que están intercambiando la vida del hijo por la suya
propia.
Otro
método de sortilegio implica el uso de arañas grandes, las cuales son
mantenidas ocultas bajo ollas y alimentadas regularmente. Cuando alguien busca
conocer el resultado de una acción futura, el hechicero realiza un sacrificio y
luego destapa la olla. Si la araña tiene alguna pata encogida, se interpreta
como un mal augurio; si todas las patas están extendidas, se considera un buen
presagio. Este tipo de hechicería es más común en los Chinchaysuyo, donde las
arañas son veneradas. En otras regiones, se utilizan serpientes u otros
animales para el mismo propósito de realizar suertes.
Es
importante destacar que estas prácticas aún persisten en la actualidad. Aunque
no todos recurren a todas estas formas para prever los eventos futuros,
utilizan aquellas que han sido inventadas en cada provincia. Entre ellas se
encuentran el maíz de la mazorca, algún tiesto quebrado, la sal en la mano que
se hace correr por la palma o los dedos, y los frijoles colorados llamados
"Guayros", junto con otras técnicas diversas que todavía se emplean
para realizar suertes. Incluso muchos indígenas que han adoptado la cultura
ladina y sus esposas siguen utilizando estas prácticas.
Además,
existen otros adivinos que emplean métodos particulares para predecir el
futuro. Por ejemplo, mascar cierta cantidad de hojas de coca y dejar caer el
jugo con la saliva en la palma de la mano, extendiendo los dos dedos mayores.
Si el líquido cae de ambos dedos de manera igual, se interpreta como un buen
presagio; si solo cae de uno de ellos, se considera un mal augurio. Este
proceso suele ir acompañado de un sacrificio en honor al Sol. También consultan
a las Huacas y reciben sus respuestas.
Las
suertes se utilizaban para todas las actividades que los indígenas deseaban
emprender, ya fuera sembrar, cosechar, guardar el pan, viajar, construir,
casarse o divorciarse. También se empleaban para determinar qué sacrificios
eran agradables al trueno, que era responsable de la lluvia, el granizo y otros
fenómenos climáticos. Para ello, se realizaba un sacrificio pequeño con el fin
de que el trueno indicara qué tipo de sacrificio prefería. Se arrojaban las
suertes, generalmente con conchas de mar, y si el resultado era negativo, se
procedía a realizar otras suertes hasta que el adivino diera su aprobación.
Entonces se consideraba que el sacrificio era aceptado.
El
pueblo contribuía con los elementos necesarios para el sacrificio, que luego
eran entregados a los oficiales encargados del mismo (distintos de los
adivinos). Estos oficiales tomaban su parte y se dirigían a lo más alto de la
montaña para ofrecer los elementos, recitando ciertas palabras. Después, cada
uno regresaba al pueblo para informar lo que el trueno había solicitado y por
qué motivo estaba enojado, si el sacrificio lo satisfacía o si se requerían más
sacrificios. Se otorgaba plena credibilidad a lo que declaraba el adivino, y se
llevaban a cabo las acciones correspondientes, acompañadas de grandes festines,
danzas nocturnas y diurnas, así como otras ceremonias e idolatrías.
Es
importante mencionar que los oficiales del sacrificio, que eran numerosos y muy
comunes, se elegían de la siguiente manera: si un hombre o una mujer nacía en
el campo durante una tormenta, se le consideraba "hijo del trueno"
(Chuquiilla) y, cuando era mayor, se le instruía en estas prácticas, creyendo
que los sacrificios realizados por su mano eran más aceptables. También había
individuos conocidos como "hijos del trueno", que afirmaban haber
concebido y dado a luz gracias a la intervención del trueno.
A
aquellos individuos señalados para estas prácticas se les asignaba este papel.
También a dos o tres personas nacidas del mismo vientre y, en última instancia,
a todos aquellos en quienes la naturaleza parecía haber depositado más de lo
habitual (entendiendo que esto no ocurría sin un misterio especial), se les
designaba para esta tarea, llamándolos huacas. Cualquier cosa que les sucediera
a estos individuos, ya sea en la parcela agrícola o en sus propias personas,
que fuera diferente de lo que experimentaban los demás, se atribuía a este
hecho. Si encontraban una piedra, concha o casa que pareciera estar marcada de
manera especial, la valoraban más que si la encontrara otra persona.
De
los ministros de sacrificios
Cap.
XII
También
había indígenas designados para realizar sacrificios a las fuentes, manantiales
o arroyos que pasaban por el pueblo y las chacras. Realizaban estos sacrificios
justo después de sembrar, con el propósito de asegurar que no dejaran de fluir
y regar las tierras. Los sortílegos seleccionaban los sacrificios mediante sus
suertes, y una vez recolectadas las contribuciones del pueblo, se juntaba lo
que se iba a sacrificar y se entregaba a aquellos encargados de realizar los
sacrificios.
Esto
ocurría al principio del invierno, cuando los manantiales y ríos crecían debido
a la humedad del clima, y los indígenas atribuían este aumento al efecto de sus
sacrificios. No realizaban sacrificios en las fuentes y manantiales de los
despoblados. Hoy en día, todavía se conserva esta veneración hacia las fuentes,
manantiales, acequias, arroyos o ríos que atraviesan el pueblo y las tierras de
cultivo. También muestran respeto hacia las fuentes y ríos de los despoblados.
Cuando
se encuentran dos ríos, realizan una veneración especial y se bañan en ellos
para curarse, primero untándose con harina de maíz u otras sustancias y
llevando a cabo diversas ceremonias, lo mismo que hacen en los baños.
De
las curas y médicos
Cap.
XIII.
Los
indígenas también cuentan con curanderos, tanto hombres como mujeres, conocidos
como Camasca o Soncoyoc, quienes afirman que cada curación que realizan está
precedida por sacrificios y suertes. Según ellos, el don de curar les fue
otorgado en sueños, donde alguna persona que sufría se les apareció,
otorgándoles ese poder. Por lo tanto, siempre que realizan una curación,
ofrecen sacrificios a esta persona que, según dicen, les enseñó cómo curar y
les proporcionó los instrumentos necesarios.
Además,
hay mujeres que ejercen como parteras y afirman que también recibieron su
oficio en sueños, cuando alguien les otorgó el poder y los instrumentos
necesarios. Estas parteras también se encargan de cuidar a las mujeres
embarazadas para ayudar a enderezar al bebé en el útero, e incluso para
interrumpir el embarazo mediante métodos que pueden resultar en la muerte del
feto dentro del cuerpo de la madre, a cambio de una compensación económica.
Otros curanderos se especializan en tratar fracturas y, mientras llevan a cabo
el tratamiento, realizan sacrificios y utilizan palabras, ungüentos, masajes y
otras prácticas supersticiosas. Si alguna mujer da a luz a gemelos y es pobre,
de inmediato se convierte en partera, llevando a cabo sacrificios, ayunos y
ceremonias durante el parto.
Cualquier
persona que haya sanado de una fractura u otra lesión antes de lo esperado, se
consideraba un maestro en curar esa enfermedad específica. Algunos fingían
haber sanado milagrosamente de tales dolencias para atraer a los enfermos en
busca de curación. Es importante señalar que, si bien los pobres y los mendigos
practicaban la hechicería y la magia, también los ricos y poderosos estaban
bien informados sobre estas prácticas y las apoyaban, predicaban y ordenaban su
realización, como los Incas, caciques y curacas, proporcionando una explicación
para cada aspecto y su origen.
También
es relevante notar que, en las tierras fértiles y prósperas, donde abunda la
comida, el ganado y la plata, la idolatría y la superstición son más comunes,
como en el Perú. En cambio, en las provincias más pobres como los Chirihuanaes,
Chaneses, Tucumanenses, Xuries, Diaguitas, hasta el río de la Plata, y muchas
otras que son económicamente desfavorecidas, aunque algunos adoren al Sol o
algunas estrellas con meras palabras y movimientos corporales, sin darles mucha
importancia, no ponen tanto énfasis en la religión supersticiosa ni practican
tantas ceremonias o sacrificios. Para la mayoría de ellos, su principal
ocupación es trabajar duro para obtener lo que necesitan para comer, beber y
otras necesidades básicas.
De
los sacrificios y cosas que sacrificaban
Cap.
XIV
Las
ofrendas sacrificadas a las Huacas variaban según la importancia del asunto.
Primero, sacrificaban niños de diez años o menos, pero esto no era tan común y
se reservaba para asuntos de gran importancia. A estos niños los ahogaban y
luego los enterraban. También sacrificaban ropa fina, para lo cual realizaban
ceremonias específicas y quemaban la ropa de diferentes maneras según la
naturaleza del negocio. Además, sacrificaban ganado, seleccionando
cuidadosamente según la edad, calidad y color del animal para que coincidiera
con la naturaleza de la causa por la que se realizaba el sacrificio. Nunca
sacrificaban hembras del ganado, por respeto a la reproducción. También
sacrificaban cuyes, pequeños animales similares a los ratones, que criaban en
sus hogares y utilizaban para observar augurios y el desarrollo de los
acontecimientos. Además, utilizaban el ganado que poseían para estos
sacrificios. Evitaban sacrificar animales silvestres, ya que creían que para
sacrificios relacionados con la salud y el bienestar, debían ofrecer solo
aquellos animales que hubieran adquirido y criado con su propio trabajo. Es
importante señalar que hoy en día este tipo de sacrificio de cuyes es muy común
tanto en las regiones serranas como en las llanuras.
El
sacrificio de aves de la Puna, conocido como Cusco vica, Hualla vica o Sopa
vica, se llevaba a cabo para debilitar las fuerzas de las Huacas de sus
enemigos cuando iban a la guerra. Para realizar este sacrificio, recolectaban
diversas aves de la región de la Puna y amontonaban mucha leña espinosa llamada
Yanlli. Encendían el fuego y arrojaban los pájaros alrededor de él, formando lo
que llamaban Quico. Mientras tanto, los oficiales del sacrificio circulaban
alrededor del fuego con piedras redondas y angulosas, en las cuales estaban pintadas
imágenes de serpientes, leones, sapos, tigres, pronunciando palabras que
significaban "Que nuestra victoria sea exitosa" y otras en las que
pedían que se debilitaran las fuerzas de las Huacas de sus enemigos. Luego,
sacaban algunos carneros negros, llamados Urco, que habían sido mantenidos en
confinamiento y ayuno durante varios días. Al sacrificarlos, afirmaban que así
como los corazones de esos carneros estaban débiles, también lo estarían sus
enemigos. Si encontraban que cierta carne detrás del corazón de los carneros no
se había consumido durante el período de ayuno y confinamiento, lo consideraban
como un mal presagio. Entonces, traían ciertos perros negros llamados Apurucus,
los sacrificaban y arrojaban sus cuerpos en un campo abierto, realizando ceremonias
específicas y haciendo que cierto tipo de personas comieran esa carne como
parte del ritual.
Además,
realizaban este sacrificio para proteger al Inca de envenenamientos. Para esto,
ayunaban desde la mañana hasta que salía la estrella, momento en el que se
hartaban y practicaban rituales de adivinación con moras. Este sacrificio era
el más aceptado para contrarrestar las influencias malignas de los dioses
enemigos. Aunque en gran medida estos rituales han dejado de practicarse debido
al fin de las guerras, aún persisten algunos vestigios que pueden desencadenar
conflictos entre indígenas comunes, caciques o entre diferentes pueblos, por lo
que es prudente estar alerta.
También
ofrecían conchas marinas llamadas mollo a las fuentes y manantiales, considerando
que estas conchas eran hijas del mar, la madre de todas las aguas. Estas
conchas tenían diferentes nombres según su color y se utilizaban para diversos
propósitos, participando en casi todos los tipos de sacrificios. Incluso hoy en
día, algunas personas añaden mollo molido a la chicha por superstición. La
chaquira, como también se conoce a este tipo de concha trabajada, se considera
dañina ya que se utiliza en una amplia variedad de sacrificios y rituales. Los
españoles, especialmente en Trujillo y sus alrededores, han visto la chaquira
como un negocio rentable, y aún se vende en algunos lugares en la actualidad.
También
sacrificaban plumas de diversos colores, especialmente rojas y amarillas,
traídas de los Andes y conocidas como páucar y pillco parihuana. Asimismo,
sacrificaban oro y plata elaborando diversas figuras pequeñas o vasos. Otros
elementos que sacrificaban incluían harina de maíz u otras legumbres, masa o
bollos hechos con esta harina, chicha, y una variedad de comidas. Además,
ofrecían coca, sebo, cabellos, sangre propia o de animales, y cualquier otra
cosa que sembraran o criaran, desde los hijos engendrados hasta la última cosa
que criaran si consideraban apropiado sacrificarla. En cuanto a los sacrificios
de niños, parece que esta práctica ha cesado al menos entre los indígenas que
ya tienen conciencia. Sin embargo, aún persisten importantes rastros y
reliquias de otras formas de sacrificio, especialmente en lo que respecta a
cuyes, coca, comida, chicha, plumas, carneros y otros elementos. Por lo tanto,
se requiere mucha atención y diligencia en este aspecto.
En
cuanto a las prácticas de hechicería, tanto de personas mayores como jóvenes en
la actualidad, lo nuevo que se ha inventado es aún más pernicioso. Es
importante señalar que hay dos tipos de hechiceros: aquellos que muestran su
cara abiertamente y es evidente que practican la hechicería de manera
tradicional, y a estos solo se acercan los indígenas o aquellos que no han
aceptado completamente la fe cristiana ni comprenden las enseñanzas de Dios.
Sin embargo, estos últimos suelen realizar sus prácticas con gran secreto y
pueden ser muy dañinos.
Estos
hechiceros adoptan una apariencia de cristianismo al visitar tanto a los
pueblos de españoles como de indígenas. Cuando llegan al enfermo, realizan
gestos de bendición sobre él, santiguándose y pronunciando palabras como
"Ay Dios, Jesús" u otras expresiones piadosas. Simulan orar a Dios,
ponen las manos sobre el enfermo y, ya sea de pie, de rodillas o sentados,
mueven los labios, elevan los ojos al cielo y dicen palabras sagradas. Les
aconsejan que se confiesen y realicen otras obras propias de un cristiano,
mostrando compasión y afecto, haciendo la señal de la cruz y afirmando tener
poder divino, proveniente de Dios, los Padres o los Apóstoles.
Mientras
tanto, en secreto, realizan sacrificios y otras ceremonias con cuyes, coca,
sebo y otros elementos. Frotan el vientre, las piernas u otras partes del
cuerpo del enfermo y chupan la zona dolorida, afirmando extraer sangre, gusanos
o piedrecillas, mostrando luego estos objetos como prueba de que la enfermedad
está siendo expulsada. Sin embargo, la sangre o los gusanos están previamente
preparados y colocados en algodones u otros objetos para luego mostrarlos al
enfermo o a sus familiares, afirmando que la enfermedad ha sido eliminada y que
el enfermo sanará.
Las
mujeres que practican estas artes suelen ser herbolarias, parteras y
observadoras de mujeres embarazadas, declarando lo que perciben y, en caso
necesario, terminando con las criaturas si así lo solicita la madre por algún
motivo. Los hombres que también practican estas artes son herbolarios. A veces,
tanto hombres como mujeres, de manera disimulada, escuchan los pecados del
enfermo haciendo preguntas indirectas para no revelar que son, de hecho,
confesores antiguos. Después de escuchar los pecados, o incluso durante el
proceso, realizan ceremonias, imponen penitencias y, con palabras ambiguas, dan
a entender que no desean seguir los ritos antiguos, sugiriendo que estos ritos
son efectivos para aliviar la enfermedad.
Estos
hechiceros disfrazados de cristianos causan más daño que aquellos que muestran
abiertamente su práctica de la hechicería. A los primeros los llaman una o dos
veces, pero no la tercera, ya que los indígenas finalmente temen encomendarse a
ellos y comienzan a tener grandes escrúpulos al respecto. En cambio, los
fingidos y disimulados son más difíciles de detectar y los indígenas no dudan
en buscar su ayuda. Cuando son llamados por el enfermo, estos hechiceros se
muestran reacios a acudir, diciendo que no son hechiceros sino cristianos, y
que la curación se realizará de manera cristiana, evitando así la sospecha de
que están utilizando hechizos.
Es
así que los indígenas, que evitan a los hechiceros que practican abiertamente
la brujería, no dudan en acudir a los fingidos, incluso aquellos que parecen
ser temerosos de Dios. Estos indígenas creen que no hay malicia en lo que hacen
y se benefician de su ignorancia, buscando su curación con ellos. Aunque
algunos los llaman con recelo y sospecha, muchos de estos hechiceros gozan de
buena reputación, al menos no como hechiceros, y algunos incluso curan
públicamente sin tener la debida licencia eclesiástica o sin que se repare en
el daño que puedan causar, ya que son permitidos por las autoridades. Por lo
tanto, es crucial ejercer mucha cautela y diligencia continua en este asunto.
Cómo
el inca dio al modo del Cusco sus huacas a todos sus reinos
Cap.
XV
Cuando
el Inca conquistaba una provincia o pueblo nuevamente, lo primero que hacía era
tomar la Huaca principal de ese lugar y llevarla al Cusco. Esto se hacía tanto
para mantener completamente subyugada a esa población y evitar cualquier
rebelión, como para que contribuyeran con bienes y personas para los
sacrificios y cuidado de las huacas, así como para otros propósitos. La Huaca
se colocaba en el templo del Sol, conocido como Coricancha, donde había muchos
altares que albergaban las estatuas del Viracocha, el Sol, el trueno y otras
huacas. A veces, estas huacas tomadas de las provincias se ubicaban en
diferentes lugares, como en los caminos, dependiendo de la provincia de la que
procedían. Dado que había mucha gente que acudía allí desde todas partes del
territorio, todos se esforzaban por aprender lo que se les enseñaba en esos
lugares.
La
veneración hacia fuentes, manantiales, ríos, cerros, quebradas, angosturas,
collados, cumbres de montes, encrucijadas de caminos, piedras, peñas, cuencas y
hasta el arco del cielo era común en todo el reino, siguiendo el modelo del Cusco.
Cada provincia tenía sus propias huacas y adoratorios particulares, además de
otras cosas específicas que adoraban, y cada familia veneraba a sus difuntos.
En resumen, cada región tenía una gran diversidad de lugares sagrados. Aunque
los ídolos, piedras y herramientas de sacrificio han sido desechados, los
cerros, collados, fuentes, manantiales, ríos, lagunas, mar, angosturas, peñas y
otros elementos aún permanecen, y su veneración continúa. Es necesario estar
vigilantes para erradicar esta impía veneración de sus corazones. En el Cusco y
sus alrededores, había alrededor de 340 huacas y adoratorios, con diversos
nombres, y es probable que haya aún más. Aunque muchos de estos lugares han
sido olvidados, es probable que persistan algunos vestigios, especialmente
donde haya ancianos y líderes inclinados hacia estos ritos.
Fin
Recopilado
y hecho por Lorenzo Basurto Rodríguez
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