Relación de antigüedades de este Reino del Perú: Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui
Yo,
Don Juan de Santacruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, gracias a la gracia de Dios
Nuestro Señor, nací en los pueblos de Santiago de Hananguaygua y
Huringuaiguacanchi de Orcusuyo, ubicados entre Canas y Canchis de Collasuyo.
Soy hijo legítimo de Don Diego Felipe Condorcanqui y de Doña María Guayrotari;
nieto legítimo de Don Baltasar Cacyaquivi y de Don Francisco Yamquiguanacu,
cuyas esposas, mis abuelas, están vivas. Además, soy bisnieto de Don Gaspar
Apoquivicanqui y del general Don Joan Apoyngamaygua; y tataranieto de Don
Bernabé Apohilas Urcunipoco, Don Gonzalo Pizarro Tintaya y Don Carlos Huanco,
todos ellos destacados caciques que fueron en la provincia y fieles seguidores
de nuestra santa fe católica.
Mis
antepasados fueron de los primeros caciques en acudir al tambo de Cajamarca
para convertirse al cristianismo, renunciando a todas las falsedades, ritos y
ceremonias inventadas por los antiguos enemigos del género humano, que son los
demonios y diablos, conocidos en la lengua general como hapiñuñu y achacalla. Siguiendo
el ejemplo de aquellos primeros predicadores apostólicos que trajeron la ley
evangélica de Nuestro Señor Jesucristo a esta noble provincia de Tahuantinsuyo,
mis antepasados, instruidos en los misterios de nuestra fe católica, fueron
bautizados después de haber renegado de las falsas promesas y ritos de Satanás
y sus seguidores.
Después
de abrazar el cristianismo y convertirse en hijos adoptivos de Jesucristo
Nuestro Señor, nuestros antepasados se volvieron verdaderos cristianos,
mostrando su enemistad hacia todas las idolatrías y antiguos ritos. Perseguían
a los hechiceros, derribaban los ídolos y guacas, y manifestaban su fe a los
idólatras, castigando a sus súbditos y vasallos que practicaban tales creencias
en toda la provincia. Por la gracia de Dios, tanto mis antepasados como
nosotros, sus nietos y descendientes, hemos sido bendecidos con la preservación
de esta fe santa.
Por
la misericordia de Su Divina Majestad y su gracia divina, he llegado a creer en
la santa fe católica como corresponde. Todos mis antepasados, tanto paternos
como maternos, fueron bautizados por la misericordia de Dios y liberados del
yugo infernal en el que estaban atrapados como gentiles, sumidos en la
ignorancia y esclavitud espiritual con gran riesgo y peligro conocido. Que
Nuestro Señor tenga piedad y misericordia de sus almas, perdonándoles todas las
ofensas cometidas en tiempos pasados, y llevándolas hacia su imagen y
semejanza, donde sean acogidas con amor.
Como
descendiente legítimo de mis antecesores, he mantenido firme mi compromiso con
la fe católica desde que alcanzó la edad adulta. Siempre he procurado instar a
quienes me rodean a ser buenos cristianos, a seguir los diez mandamientos y a
creer en Jesucristo, siguiendo el ejemplo de la Santa Madre Iglesia de Roma. Mi
fe es sólida y deseo vivir y morir en el temor de Dios, que es Trino y Uno, el
creador del cielo, la tierra y todo lo que en ellos reside, incluyendo el sol,
la luna, las estrellas y los elementos naturales.
Creo
en el primer hombre, Adán, y su esposa Eva, quienes son los ancestros de la
humanidad, incluyéndome a mí como descendiente de los habitantes originales del
Tawantinsuyo y de todas las demás naciones del mundo. Por la salvación de
nuestras almas, vivo en la fe en Jesucristo, quien, por la obra del Espíritu
Santo, se encarnó en el seno de la Virgen María para liberar a la humanidad del
dominio infernal de los demonios.
Cristo,
siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, padeció la muerte en la cruz en
Jerusalén para redimir a la humanidad. Fue sepultado, descendió a los infiernos
y resucitó al tercer día. Permaneció cuarenta días antes de ascender a los
cielos, donde está sentado a la diestra del Padre, y desde allí envió el don
del Espíritu Santo sobre los apóstoles y discípulos para fortalecer su labor
espiritual.
Dios
es el verdadero Dios, el Creador y Gobernador del universo, el Señor Supremo y
Misericordioso. A lo largo de mi vida, he escuchado relatos antiguos y leyendas
sobre las creencias y prácticas de las civilizaciones pasadas, lo cual me ha
enriquecido y me ha permitido comprender mejor la historia y la diversidad de
la fe.
Durante
la era de Purunpacha, cuentan que todas las naciones del Tawantinsuyo emigraron
desde las alturas de Potosí en forma de ejércitos, poblando así las regiones y
tomando posesión de los territorios. Cada grupo se estableció en áreas
desocupadas, conocidas como ccallacpacha o tutayachacha. Este período se
denominó Purunpacha raccaptin.
Con
el paso de los años, a medida que las tierras se agotaban y la disputa por los
espacios aumentaba, las guerras y los conflictos se volvieron comunes. Las
personas construían fortalezas y se enfrentaban constantemente en batallas sin
fin, sin alcanzar la paz ni la seguridad.
En
medio de esta oscuridad, se dice que, en plena noche, los hapiñuños
desaparecieron, expresando temerosas lamentaciones de derrota y pérdida de
tierras. Se interpreta que esta desaparición se relaciona con la victoria de
Jesucristo sobre los demonios en el monte Calvario. Antiguamente, durante la
era de Purunpacha, los hapiñuños causaban estragos en la tierra, sembrando el
terror y secuestrando a hombres, mujeres y niños, como verdaderos tiranos
infernales y enemigos de la humanidad.
Después
de que los hapiñuños y achacallas, los demonios de esta tierra, fueran expulsados
y algunos años transcurrieran, llegó a nuestras provincias un hombre barbudo,
de estatura mediana, con cabello largo y vestimenta sencilla. Se dice que ya no
era joven, pues llevaba canas, y que caminaba con un bastón, enseñando a los
nativos con gran amor y llamándolos a todos hijos e hijas. A pesar de sus
enseñanzas y los milagros visibles que realizaba, como sanar a los enfermos con
solo tocarlos, no fue escuchado ni tomado en cuenta por los habitantes locales.
Durante
su recorrido por todas las provincias, se le atribuyeron muchos milagros. Se
decía que hablaba todas las lenguas mejor que los nativos, y lo llamaban
Tonapa, Tarapaca, Viracocha Pachayachicachan, Pacchacan, Bicchhaycamayoc o
Cunacuycamayoc.
Los
indígenas de aquel tiempo suelen bromear diciendo que, a pesar de ser un hombre
tan elocuente, no fueron escuchadas sus predicaciones, ya que los habitantes de
esa época no le prestaron atención ni importancia.
Este
hombre, conocido como Tonapa Viracochampacachan, ¿podría ser el glorioso apóstol
San Tomás? Se cuenta que este señor llegó al pueblo de un cacique llamado
Apotampo durante una fiesta de bodas, muy cansado. Aunque Apotampo escuchó sus
palabras con amor, los demás habitantes del pueblo lo recibieron con desgana.
Sin embargo, al final del día, el peregrino fue hospedado por Apotampo, quien
recibió de él un palo de su bastón como un gesto amable de reproche.
Los
indígenas escucharon atentamente, recibiendo el palo de su mano y permitiendo
que les enseñara mediante dibujos en el palo cada uno de sus argumentos. Los
ancianos de la época de mi padre, Don Diego Felipe, solían decir que casi todos
los mandamientos de Dios eran observados, especialmente los siete preceptos;
solo faltaba mencionar el nombre de Dios y de su hijo Jesucristo, lo cual era
ampliamente conocido entre los ancianos. Las penas por infringir estos
preceptos eran graves.
Este
señor llamado Tonapa recorrió todas las provincias de los Collasuyos,
predicando incansablemente hasta que un día llegaron al pueblo principal de
Yamquesupa, donde fueron expulsados con gran deshonra y vituperio. Se cuenta
que muchas veces pasaban la noche al aire libre, con apenas una larga camisa,
una manta y un libro.
Se
dice que Tonapa maldijo a ese pueblo, profetizando que sería inundado con agua,
y hoy en día se conoce como Yamquiçupacocha, la laguna, lo cual es conocido por
la mayoría de los indígenas de hoy en día, pues anteriormente era un pueblo
principal y ahora es una laguna.
Otro
relato cuenta que en un cerro muy alto llamado Cachapucara, había un ídolo en
forma de mujer al cual Tonapa despreciaba profundamente. Se dice que un día,
Tonapa prendió fuego al cerro y el ídolo se quemó junto con él, provocando que
el cerro estallara y se derritiera como una vela derretida, dejando señales de
este asombroso milagro hasta el día de hoy, un evento nunca antes escuchado en
el mundo.
Otro
milagro ocurrió en los Quinamares, donde, según cuentan, Tonapa comenzó a
predicar con palabras llenas de amor en un pueblo durante unas grandes
festividades y banquetes de bodas. A pesar de sus esfuerzos, los habitantes de
ese pueblo ignoraron sus palabras, lo que resultó en una maldición que los
convirtió en piedra. Este fenómeno aún es visible hoy en día, al igual que en
Pucará y otras áreas donde se dice que ocurrieron eventos similares.
Se
cuenta que este señor, mientras predicaba, llegó a los Andes de Carabaya y
erigió una cruz muy grande, llevándola sobre sus propios hombros hasta
colocarla en una colina llamada Carapucu. Allí les predicó con voz alta y
lágrimas en los ojos. Durante este acto, se dice que una hija de un cacique de
la provincia fue rociada en la cabeza con agua, y los indígenas, al ver este
gesto, interpretaron que estaba lavando la cabeza de la joven. Posteriormente,
después de ser apresado, Tonapa fue llevado junto a la gran laguna de Carapuco,
donde lo sujetaron y lo raparon.
Carapuco
recibe su nombre debido a que, al amanecer, cuando cantan cuatro veces muy
temprano, se escucha el llamado de un ave llamada pucupuco. Se cuenta que, al
llegar al lugar donde Tonapa estaba preso, él les dijo a los guardias: "No
se preocupen, estoy aquí para llevarlos en nombre de la dama que los espera,
solo para llevarlos al lugar de la alegría". Al decir esto, se dice que
tocó con los dedos las cuerdas que lo ataban a los cuatro brazos, manos y pies,
y que había mucha gente de guardia, ya que Tonapa había sido condenado a muerte
de manera cruel.
Como
mencioné, al amanecer, alrededor de las cinco de la mañana, entraron en la
laguna junto con el mencionado joven, extendiéndoles sobre el agua de la laguna
la manta que llevaba consigo. Esta manta sirvió como una especie de balsa
improvisada. La llegada de ellos al pueblo de Carapuco y su provincia causó
conmoción entre los curacas y líderes locales, ya que presenciaron la caída y
destrucción de sus ídolos. Se cuenta que el viento sopló el ídolo, que estaba
en una puna inaccesible para los hombres, donde lamentaba su destierro con la
cabeza hacia abajo. Fue un indígena quien encontró y escuchó al ídolo, lo que
llevó a los curacas a sentir profundamente la llegada de Tonapa, quien, como
mencioné anteriormente, fue arrestado.
Se
dice que después de haberse liberado de las manos de aquellos bárbaros, Tonapa
pasó un buen tiempo en la cima de una roca llamada Titicaca. Luego, se cuenta
que viajó hacia Tequeña y luego hacia Chacamarca, donde encontró un pueblo
llamado Tiahuanaco. En este lugar, se dice que la gente del pueblo estaba
ocupada en sus borracheras y bailes. A pesar de esto, Tonapa se acercó a
despedirse y les predicó como solía hacer, pero no fue escuchado. Según
cuentan, en su enojo, Tonapa alzó los ojos al cielo y pronunció palabras en la
lengua de esa tierra. Cuando se fue del lugar, todos los que estaban bailando
quedaron convertidos en piedra, un fenómeno que aún se puede observar hasta el
día de hoy. Sugeriría consultar a quienes hayan pasado por esa zona para más información.
Se
dice que Tonapa luego siguió el curso del río Chacamarca hasta llegar al mar.
Se cree que cruzó el estrecho hacia el otro lado del océano. Estos son relatos
recopilados por antiguos relatos incas.
APO
MANCO CÁPAC, 1° INCA
Dicen
que aquel legendario palo que habían dejado los ancestros, Tunapa, al
entregárselo a Apotampo, se transformó en oro puro en el nacimiento de su
descendiente, llamado Manco Cápac inca. Este último tenía siete hermanos y
hermanas: Ayarcachi, Ayaruchu, Ayaraoca, entre otros. Apo Manco Cápac, tras la
muerte de sus padres, Apotampo y Pachamamaachi, y al encontrarse huérfano y
convertido en hombre, decidió evaluar la fuerza de su gente para la nueva
conquista que deseaba emprender. Al enfrentar algunas dificultades y contradicciones,
pactó con sus hermanos la búsqueda de nuevas tierras. Equipados con sus
valiosas prendas y armas, extrajeron el legendario palo dejado por Tunapa,
conocido como tupayauri, y las dos pequeñas águilas de oro con las que Tunapa
había bebido, llamadas tupacuri. Convocando a sus hermanos, partieron hacia el
cerro donde nace el sol o hacia el mediodía.
Y
al llegar allí, cuentan que alcanzaron el cerro más alto de toda la región,
donde, junto con Apo Manco Cápac, se levantó un arco iris muy hermoso, desplegando
todos sus colores. Sobre este arco, apareció otro arco, de manera que Apo Manco
Cápac se encontraba en el centro de ambos. Al ver esto, exclamó: "¡Buena
señal, buena señal tenemos!". Y añadió: "Muchas prosperidades y
victorias alcanzaremos en el tiempo venidero con el deseo cumplido".
Luego, con gran alegría, comenzó a entonar el canto de chamaiguarisca, lleno de
pura felicidad.
Al
descender hacia Collcapampa con sus hermanos, desde el pueblo de Sañuc,
divisaron a lo lejos una figura humana. Uno de sus hermanos, pensando que era
un indígena, corrió hacia él. Al acercarse, lo vio sentado como un indio fiero
y cruel, con los ojos enrojecidos. Cuando uno de los hermanos menores llegó, el
individuo que parecía humano lo llamó hacia él y, al acercarse, lo agarró de la
cabeza, diciendo: "Han venido a buscarme, al fin me encontraron. Yo
también los buscaba y al fin están en mis manos". Manco Cápac, al ver que
su hermano tardaba, envió a otro para llamarlo. Ambos se quedaron mirándose,
observados por el espíritu de Sañuc.
Al
ver que ambos hermanos se demoraban tanto, Manco Cápac se acercó con gran enojo
y los encontró casi inconscientes. Les preguntó por qué tardaban tanto, y ellos
respondieron con gestos, quejándose de una piedra que estaba entre ellos. Al
escuchar esto, Manco Cápac se acercó para preguntarles qué les pasaba. Cuando
mencionaron que el ídolo y la guaca les habían causado ese mal, Apo Manco Cápac
golpeó furiosamente la piedra y la guaca con la vara de Topayauri en la cabeza
del ídolo. Entonces, la piedra comenzó a hablar como si fuera una persona, con
la cabeza baja, y le dijo a Manco Cápac: "Si no hubieras traído esa vara
que te dejó el anciano, no te perdonaría. También te hubiera hecho según mi
gusto. Ve, has alcanzado gran fortuna. Que este tu hermano y hermana, por su
grave pecado carnal, estén donde yo esté". Y así se llamaron pituciray y
sauasiray.
Después
de presenciar el peligro en el que se encontraban sus hermanos, Manco Cápac
derramó lágrimas con profundo dolor y pesar. Luego, partió hacia el lugar donde
había visto por primera vez el arco iris en el cielo, conocido como cuychi,
turumanya o yayacarui. Al llegar allí, sintió la ausencia de la compañía de su
hermano y lamentó: "Pobre de mí, desventurado, sin padre ni madre". A
pesar de su aflicción, se esforzó por superar todas esas tribulaciones y
pesares, diciendo para sí mismo: "Cuando yo llore, cuando yo llore,
siempre tú me consolarás, dame tu amor". Desde entonces, ese lugar fue
conocido como Guaynacaprii.
De
allí partió hacia Collcapampa con su tupayauri en mano y acompañado de unas
hermanas que tenía, una llamada Ypamamauaco, junto con otra hermana y un
hermano. Llegaron al lugar de Collcapampa y permanecieron allí algunos días.
Luego se dirigieron a Guamantianca, donde también se quedaron un tiempo.
Después, se dirigieron al lugar de Coricancha, donde encontraron un sitio
adecuado para establecer un asentamiento. Encontraron buena agua de los
manantiales de Hurinchacan y Hananchacan. Observaron una roca que los nativos
del lugar, los Allcayvicças o Allcayviçcas, Cullinchimas y Cayaocachis,
llamaban Kuzko casa o rumi. A partir de entonces, este lugar se conocería como
Cuzco pampay, y los incas, que más tarde se autodenominarían cuzcocapac o
cuzcoynca, establecieron su residencia allí.
Este
Inca Apo Manco Cápac se casó con su hermana carnal llamada Mama Ocllo, motivado
por no haber encontrado su igual y por preservar la pureza de su linaje. No
permitió que sus otros hermanos contrajeran matrimonio de ninguna manera,
incluso lo prohibió. Así, comenzó a establecer leyes morales para el buen
gobierno de su pueblo, conquistando numerosas provincias y naciones dentro del
Tahuantinsuyo. Los súbditos mismos llegaron con ricos presentes como muestra de
su gratitud. La fama de este nuevo Inca se extendió rápidamente, siendo
reconocido como el más poderoso entre los valientes y afortunados en las armas,
y más querido por los guerreros y capitanes. Tanto los pobres como la gente
común lo amaban, y todas sus empresas prosperaban y se expandían.
Este
Inca ordenó a los plateros que hicieran una placa de oro fino, lisa, que
simbolizara al Creador del cielo y la tierra, con la inscripción:
[Inscripción
en la placa de oro]
La
mandó fijar en una gran casa, que él llamó Coricancha pachayachachicpac uaçin.
Este
Inca Manco Cápac fue enemigo de las huacas y las destruyó junto con el curaca
Pinao Cápac y todos sus ídolos. También venció a Tocay Cápac, un ferviente
adorador de ídolos, y luego lo obligó a construir en el lugar de su nacimiento.
Por orden de Manco Cápac, los indígenas demolieron la casa y utilizaron las
piedras para hacer tres ventanas, simbolizando la casa de sus padres de la cual
descendieron. Estas ventanas fueron llamadas Tampottoco, Marasttoco y
Suticttoco, en honor a sus tíos, abuelos maternos y paternos, respectivamente.
Además,
Manco Cápac ordenó que adornaran los árboles con ramas de oro y plata, y
colgaran frutas o pepitas de oro en ellos. Esto representaba los árboles de
corichaochoc collquechaochoc tampo y uacan, que significaban a sus padres, y
las frutas representaban a los Incas que procedieron de ellos, simbolizando así
que los árboles eran el tronco y las raíces de los Incas, quienes habían
establecido todas estas cosas para su grandeza.
Por
esa razón, ordenó que los trajes y vestimentas de cada pueblo fueran distintos
en su diseño, como una forma de identificación, ya que en aquel entonces era
difícil para los indígenas distinguir a qué nación o pueblo pertenecían. Para
facilitar su reconocimiento, instruyó a cada provincia y cada pueblo a
seleccionar o crear vestimentas que reflejaran su origen o lugar de
procedencia. Dado que los indígenas eran generalmente ingenuos y poco hábiles,
y también bastante ociosos, eligieron sus vestimentas basándose en sus
pacariscas, o lugares de origen: algunos se establecieron junto a lagunas, otros
junto a manantiales, algunos en peñas vivas y otros en las montañas y
quebradas. Cada provincia adoptó estos lugares como sus pacariscas. Sin
embargo, esta gente ingenua y sin instrucción fue fácilmente engañada por los
demonios y diablos, quienes se infiltraron en estos falsos pacariscas para
ofrecerles promesas engañosas. Así, día a día, la influencia de estos
pacariscas falsos fue creciendo. La raíz de este engaño fue el Pacaritambo, una
figura ficticia que provocaba que todas las provincias y los nativos dijeran:
"somos del pacariscan, luzcan, omachunpa paccariscan".
La
causa principal que llevó al invento del pacarinim fue que muchas veces el Inca
Manco Cápac no podía distinguir a qué pueblo pertenecían los indígenas, ya que
no había forma de reconocerlos solo por sus ropas. Por eso, se ideó este
sistema para que los indígenas pudieran identificarse por los lugares que
habían mencionado.
Este
mismo Inca también ordenó que se ataran las cabezas de los niños para que
fueran simples y sin ambiciones, ya que creía que los indígenas con cabezas
grandes y redondas tendían a ser más rebeldes y desobedientes en general. Por
esta razón, consideró a Sinchi Roca inca como su hijo legítimo y le heredó todo
el estado. A los hijos menores, tanto naturales como ilegítimos, los llamó
Chimapanacaayllo debido a su condición de menores de edad.
SINCHI
ROCA INCA, 2º INCA
Sinchi
Roca inca comenzó a gobernar todo el señorío de su padre. Era conocido por ser
un gran agricultor y tejedor, y animó a su pueblo a buscar minas de plata y
oro. Aunque no era experto en asuntos de guerra debido a su estatura imponente
y su enfoque en la construcción de edificios, era muy trabajador y de gran
fuerza. Recibió numerosos presentes de todas las provincias, desde Chacamarca
hasta los Angaraes. Para llevar a cabo sus conquistas, enviaba a sus capitanes
y soldados, quienes dicen que en cada valle ordenaba que se llevaran piedras
para construir usnus, que son especies de altares o estrados hechos de piedra.
En
esa época, un hechicero indígena se entrometió entre los oficiales de guerra y
les instruyó que llamaran "apachitas" a ciertos montículos de piedra.
Estableció un ritual en el que cada viajero debía dejar una piedra grande como
ofrenda en estos montículos. Además, el hechicero ordenó al capitán del Inca
que todos los soldados arrojaran las hojas de coca masticadas al cerro por
donde pasaran, diciendo: "cuando la flor se cae, es momento de irse y no
volver nunca más". A partir de entonces, los soldados comenzaron a llevar
piedras y arrojar hojas de coca, siguiendo las instrucciones del hechicero,
quien los influenciaba públicamente de manera regular. En muchas ocasiones, los
montículos o cerros respondían con eco a estas acciones, lo que llevó a la
gente de aquellos tiempos a creer firmemente en estas prácticas.
En
esa época, se dice que el mencionado Manco Cápac, ya muy anciano, solía orar
por la prosperidad de su hijo mientras estaba de rodillas, diciendo así: "
"Oh
Uiracochanticçicapac, tú que eres poderoso, que eres valiente, que eres invencible,
por favor, ayúdanos en nuestra angustia. Que no nos falte el sustento ni la
abundancia, ni la bendición del cielo ni de la tierra. Que tengamos una vida
próspera y feliz, que no falte la gracia de los dioses y los buenos augurios.
Siempre nos acordamos de Ttonapa, diciendo: 'Señor de la tierra, que nos
protejas de los males y nos des fortaleza y valentía para enfrentar los
desafíos. Que Ttonapa nos guíe y nos proteja, y nos dé sabiduría para tomar las
decisiones correctas, y nos libre de la mala suerte y la desgracia, y nos dé
prosperidad y felicidad en nuestras vidas'."
Y
después de esto siempre los acordaba de Ttonapa, diciendo: “Creador de la
gente, padre generador, escúchame por favor, verdaderamente soy tu siervo.
Concédeme hijos, señor, aunque sólo sea uno. Tonapa, hacedor de todas las
cosas, sé que algún día moriré y te acordarás de mí. Sólo tú puedes darme
fuerza y hacerme visible ante otros. ¿Acaso existía antes que tú? Tú me has
criado y cuidado desde el vientre. Déjame verte y conocerte. Tú que procedes de
la tierra, permíteme verte, aunque sólo sea una vez, ya que soy tu criatura
hecha de tierra y agua.”
Diciendo
todas estas palabras, se cuenta que Manco Cápac empezó a buscar señales del
Hacedor, quizás por casualidad. Mandó quemar encima de un altar, un cordero
blanco, llamado Arpay. Al no ver nada ni recibir respuesta alguna, ordenó que
sacrificaran a su hijo más hermoso, de unos siete u ocho años, como un acto de
desesperación, cortándole la cabeza y vertiendo su sangre en el fuego para que
el humo llegara al Hacedor del cielo y la tierra. Sin embargo, a pesar de todo
esto, nunca recibió respuesta en Coricancha.
Después
de esto, durante la visita que realizó Hitan panacú a la gente, seleccionó a
muchos jóvenes de diecisiete u dieciocho años para incorporarlos al número de
los varones y soldados. Los prepararon para otorgarles calzones blancos. Para
ello, organizó una carrera hacia una colina más alta y distante, en la cima de
la cual había ordenado colocar diversas aves de caza como llassuyhuana,
ahuanccana, halcón, tominejo y buitre, entre otras. Además, habían colocado
suri, vicuña, anatuya y aluipo en el cerro. Más tarde, añadieron también anatuya,
zorrillas, culebras y sapos. Estas aves y animales, así como otras cosas mencionadas,
fueron colocadas allí para que los jóvenes pudieran capturarlas y traerlas,
todo ello con el fin de evaluar su destreza, agilidad y valentía. A los más
ágiles se les otorgaba el premio de huarachicuy, que consistía en cascabeles de
oro y plata, y ccamantiras, mientras que a los menos valientes se les castigaba
con calzones negros.
Después
de distribuir los calzones, se les entregaban vestidos por sus órdenes, y luego
se les hacía sentar junto a los demás hombres, para que desde ese momento
fueran considerados como tales. Los padres y madres de estos jóvenes venían con
muchos presentes como muestra de agradecimiento por las buenas acciones de Manco
Cápac. Al ver la felicidad de los padres de estos jóvenes, Manco Cápac les
ordenaba que se les ofreciera comida y bebida en abundancia, para que así se
sintieran obligados a ser sus vasallos y a reconocer a su hijo Sinchi Roca como
su líder.
Después
de esto, se ordenaba a las hijas y jóvenes de dieciséis años que se peinaran y
se pusieran binchas en el cabello, en un ritual llamado quicuchicui. Luego, se
les proporcionaban yanquis, que son como zapatos. Todo esto se hacía para que
desde ese momento fueran consideradas y se consideraran mujeres, en lo que se
llamaba tasqueguarmi. Posteriormente, a los hombres de treinta años se les
permitía tomar esposas, y se les proporcionaban armas, mientras que a sus
esposas se les daban ollas, puchcas, cántaros y raocanas. Este evento se
conocía como guarmihapiy pacha, carichasquiy pacha.
Entonces,
seleccionaron a hombres de buena vida para que actuaran como sacerdotes, con la
esperanza de que pudieran encontrar y comunicarse con el Hacedor del cielo y la
tierra, ya que Manco Cápac había observado la falta de devoción en su hijo
Sinchi roca. A estos hombres elegidos para actuar como sacerdotes, Manco Cápac
les encomendó lo siguiente: "Aquí está la traducción de esa parte
adicional:
“Alégrate,
regocíjate, este día, esta noche te alegrarás y danzarás. También nos
alegraremos y bailaremos en nuestra fiesta. Desde todas partes, Hacedor de la
gente, escucha mi corazón. Tú eres así desde siempre y por toda la eternidad,
tú que eres el Señor de esta creación.”
A
pesar de esta designación, nunca recibieron respuesta de Dios ni de ninguna
otra entidad divina. Con la muerte de Manco Cápac, su hijo Sinchi roca heredó
el señorío, siendo conocido por su carácter altivo.
En
ese tiempo, se descubrió a una pareja de jóvenes que se amaban profundamente.
Según cuenta la historia, el Inca preguntó a los jóvenes y estos confesaron
públicamente que no podían ser separados. Luego, se les preguntó y se descubrió
que tenían unas piedras muy redondas, llamadas soncoapa chinacoc y huaca
chinacoc. Con el paso del tiempo, surgieron muchos casos similares, tantos como
gotas de agua o pajas, e incluso tantos como palos esparcidos por el suelo.
Entonces,
cuentan que un joven llamado Llamamichi, de origen humilde, había ingresado a
la casa del Inca Sinchi roca, y una doncella muy querida por el Inca había
huido con él. Cuando desaparecieron, el Inca los hizo buscar y los encontraron.
Les ordenó ser sometidos a tormento, y la joven confesó que había sido seducida
por Llamamichi. Finalmente, después de simular la aparición de un guacanqui, un
demonio, el Inca les preguntó dónde habían estado. El joven, que había hecho un
pacto con el demonio en unas cuevas, reveló su pacto. Sin embargo, el Inca no
entendió que estas eran artimañas del antiguo enemigo, y al tenerlos en sus
manos, su influencia sobre el joven se intensificó. Los sujetos del Inca
procuraron presentarle más guacanquis, y desde entonces, se dice que
aparecieron numerosos ídolos idolatras en los cerros y manantiales sin pudor.
El Inca ordenó que hubiera sacrificadores en cada pueblo y parcialidad, y
empezaron a sacrificarse con sangre humana, corderos blancos, conejos, cocas,
mollos, cebo y sanco. Este desafortunado Sinchi Roca siempre se dedicó a la
indulgencia y se dice que incluso mandó buscar chotarpo vanarpo para promover
la promiscuidad, lo que resultó en numerosos encuentros sexuales consentidos,
lo que los indígenas consideraban como vacanquest. Este infortunado Inca apenas
tuvo un hijo llamado Inca Lloque Yupanqui.
1.
En la cultura Collahua, el término "Yamqui" se reservaba para los más
nobles entre los antiguos habitantes de la región, cuyo origen se asociaba a
una fábula.
2.
Es posible que la frase "Eva, su mujer, a su imagen" esté relacionada
con la creencia en la igualdad entre el hombre y la mujer.
3.
"Purun" se traduce como desierto o sin habitar, mientras que
"pacha" puede referirse al tiempo, lugar o espacio.
4.
"Ccallac pacha" podría indicar ropa ajustada, y "callallac
pacha" posiblemente se refiera a un momento glorioso. "Tutayan"
alude al ocaso o anochecer, y "tutapaccuni" puede significar
levantarse temprano antes del amanecer.
5.
"Tarapaca" hace referencia al águila.
6.
"Yana" denota sirviente o criado, y "vicchaicamayoc" podría
aludir a un predicador.
7.
Apotampo es una referencia a Paccarictampu.
8.
Se menciona la antigua Chucahua.
9.
Ayar Uchú fue un ancestro de los Allcahuizas, relacionado con el origen de
Cuzco.
10.
"Aquilla" se refiere a un vaso de oro o plata, y
"Thupaccochor" podría ser una plancha de oro utilizada en el tocado
real.
11.
"Barro" indica tierra de alfarero.
12.
"Pituciray" y "sauasiray" significan estar juntos o pegados
uno sobre otro.
13.
"Hanan Cusco" y "Hurin Cusco" se refieren respectivamente a
Cusco del este y Cusco del oeste.
14.
Se menciona una oración inventada por el viejo Manco Cápac Inca con la
intención de encontrar al Señor del cielo y la tierra.
15.
"Yaspacoy" se refiere a jóvenes.
16.
"Tantanacuy" alude a congregación.
17.
"Llassuyhuana" es un ave de vuelo muy veloz.
18.
"Ahuanccana" es un tipo de águila, menos común que la ancca.
19.
"Suri" es una especie de ciervo o cervicabra.
20.
"Ppunchao" se refiere a mandiles o pañetes.
21.
"Camantira" se refiere a las plumillas relucientes debajo del pico de
algunas aves.
22.
"Quicuchicui" es el acto de trenzar o recoger el cabello, indicando
el paso de niñas a mujeres.
23.
"Çonccoylla" es una forma de referirse a un ídolo.
24.
"Llamamichi" se refiere a un pastor.
25.
"Zancu" es una especie de bollo o tortilla de maíz utilizado en
ceremonias religiosas.
26.
"Chotarpo vanarpo" hace referencia a prácticas para promover la
promiscuidad o la abstinencia, respectivamente.
LLOQUE
YUPANQUI 3º INCA
Finalmente,
tras su fallecimiento, ya convertido en un hombre maduro, dejaron como su
sucesor al mencionado inca Lloque Yupanqui. Se dice que fue un hombre de
fuertes convicciones religiosas, quien se abstuvo de relacionarse con mujeres
hasta una avanzada edad. Prohibió la promiscuidad y los excesos en el consumo
de alcohol. Se le reconoce como un gran agricultor, enfocado en el cultivo de
sus tierras. A diferencia de su abuelo, no llevó a cabo conquistas militares,
pero en su vejez, organizó ejércitos para disuadir a sus enemigos, recorriendo
sus provincias. También ordenó que todos los hombres de su reino se afeitaran
la barba y adoptaran un aspecto similar al suyo, conocido como "lampiños".
Impuso la costumbre de atar las cabezas de los niños para que tuvieran frentes
prominentes y fueran sumisos, así como la construcción de distintos tipos de
viviendas para diferentes clases sociales. Se asignaron a cada una de estas
casas (yuracaclla, vayruaclla, pacoaclla, yanaaclla) funciones específicas: la
primera para el gobernante, llamado Viracochapachayachachic; las segundas para
sus doncellas; las terceras para las esposas de los nobles; y las cuartas para
los ciudadanos comunes. Además, se encargó de criar a varios jóvenes apartados
de las mujeres, quienes más tarde se convirtieron en soldados, siendo de gran
ayuda durante el reinado de su hijo, y así sucesivamente.
Se
cuenta que, ya en avanzada edad y debilitado, el inca Lloque Yupanqui engendró
un hijo con una mujer llamada Mamatancarryyachi chimpo urma cuca, hija de un
curaca del pueblo de Tancar, quien según dicen, también fue la madre del inca Mayta
Cápac, nacido al año de concebido. Se relata que incluso en el vientre de su
madre, Mayta Cápac lloraba con frecuencia y que, apenas unos meses después de
su nacimiento, comenzó a hablar. Más aún, se dice que, a la edad de diez años,
bendecía a sus enemigos enfrentándolos con valentía. Se afirma que gobernó
sabiamente, promulgando ordenanzas morales y leyes para eliminar las malas
costumbres y fomentar prácticas beneficiosas para su pueblo. Además, se ocupó
de implementar medidas para el bienestar de los indígenas. Mayta Cápac, según
cuentan, profetizó la llegada del Evangelio, alabando su futuro impacto
positivo y prediciendo la grandeza y prosperidad del reino de sus
descendientes, que se extendería hasta el tiempo de Manco Capac II. Sin
embargo, advirtió sobre futuras guerras entre hermanos que desembocarían en la
destrucción del reino y en un gran derramamiento de sangre.
En
su juventud, este líder había ordenado trasladar todos los ídolos y santuarios
de su reino a la ciudad del Cusco, prometiendo una procesión y festividades
solemnes. Sin embargo, al exhibirlos, se burló públicamente de aquellos que
veneraban estos ídolos, construyendo con ellos los cimientos de una casa
especialmente preparada para tal fin. Se cuenta que muchos ídolos y santuarios
desaparecieron de manera misteriosa, algunos transformándose en fuego o viento,
mientras que otros adoptaron la forma de aves, como Ayssavillca, Chinchaycocha,
la guaca de los Cañaris, Vilcanota, Putina, Coropuna, Antapucu y Choquiuacra
Chuquepillo, entre otros. Esta audaz acción del líder inca provocó un gran
temblor en toda la región, causando un mayor impacto que cualquier otro evento
en la memoria colectiva.
Este
inca fue reconocido como un ferviente enemigo de la idolatría. Había instruido
a su pueblo para que no adoraran ni al sol ni a la luna, enseñándoles que estos
y todos los elementos estaban destinados al servicio de la humanidad. En última
instancia, se dice que, bajo su gobierno, la adoración pública a los ídolos
disminuyó considerablemente en comparación con la época de su abuelo.
Este
líder fue un firme defensor de la justicia. Castigaba severamente a quienes
transgredían las prohibiciones establecidas, como los encantadores, curanderos
malignos, hechiceros, adivinos y a aquellos que trabajaban durante la
festividad principal del Capac Raymi, día en el que se rendía homenaje al
Hacedor Ticci Capac. También aplicaba castigos a quienes desafiaban su autoridad,
así como a los adúlteros, mentirosos, fornicadores, zoófilos, sodomitas,
ladrones, asaltantes, asesinos, rebeldes, alcohólicos, vagos, blasfemos y a los
irrespetuosos. Además, prohibió las guerras injustas y promovió la construcción
de asentamientos. Fomentó especialmente el cultivo de tierras y la construcción
de viviendas, así como la delimitación clara de los territorios de cada pueblo.
Quienes violaban estas normas recibían castigos ejemplares, lo que contribuyó
en gran medida a mantener la paz y la armonía en la región.
Este
inca se destacó por su refinamiento y cortesía, siendo considerado más gentil
que muchos de sus predecesores, aunque su salud no le permitió gobernar durante
tantos años como su padre. Se cuenta que ordenó restaurar la placa de oro que
su antecesor había colocado, fijándola nuevamente en su posición original y
dedicándola una vez más a la Casa del Coricancha. Alrededor de esta placa, se
dice que dispuso otras, con la intención de que aquellos que las vieran
apreciaran la grandeza de los antiguos. Bajo su dirección, se instruyó a los
artesanos para que crearan nuevos himnos, cantos y rituales, como el Ccayo
Tinmaayma Vallina, y se encargó de la fabricación de grandes tambores para la
festividad del Capac Raymi. Todo esto con el propósito de reconocer solo al
Hacedor como el verdadero señor y dominador, menospreciando a todas las
criaturas y elementos, incluidos el sol y la luna, que hasta entonces eran
venerados. Aunque posteriormente, Huáscar Inca los reubicó y les dio una forma
similar a la del sol con sus rayos, la imagen original de Mayta Cápac seguía
presente. Aun así, Huáscar Inca colocó una nueva imagen del sol en el centro,
sin embargo, las imágenes originales del sol y la luna permanecieron en cada
lado.
Se
relata que este inca, Mayta Cápac Inca, era un gran sabio que dominaba no solo
el conocimiento de todas las medicinas, sino también tenía la capacidad de
vislumbrar el futuro y los tiempos venideros. Durante la festividad del Capac
Raymi, se le rindió homenaje con una celebración solemne que duró un mes
completo, destacando por su magnificencia y solemnidad. En esos días de fiesta,
Mayta Cápac Inca solía reflexionar sobre la fugacidad de la vida, comparando el
final de la fiesta con la llegada de la muerte, expresando que la muerte se
acerca tan rápido como la caída de la noche, siendo esta última una imagen de
la muerte. Asimismo, repetía a menudo que las festividades terrenales eran solo
una representación de la verdadera celebración eterna, y que aquellos seres
racionales que alcanzaran la fiesta eterna en los tiempos futuros serían
verdaderamente dichosos al conocer el nombre del Hacedor. También enseñaba que
los seres humanos no morían como los animales, lo que se reflejaba en su propio
comportamiento, ya que se sometía a ayunos prolongados en Ttococachi, donde
lloraba y se alimentaba con una sola fila de granos de maíz al día. Se dice que
pasaba un mes completo, día y noche, ayunando de esta manera durante el
intervalo entre años.
Mayta
Cápac tuvo varios hijos, entre ellos Cápac Yupanqui, fruto de su unión con
Mamatancarayyacchi, así como Aportarco Guaman, Inticontimayta y Orco guaranga.
Tras su fallecimiento, la descendencia de estos hijos se multiplicó
considerablemente, dando lugar a los linajes de Uscamaytaayllo y Huayñinayllo.
Sin embargo, fue Cápac Yupanqui quien destacó especialmente en el ámbito
militar, ganándose la obediencia de muchos curacas y líderes importantes del
reino tras la muerte de su padre. Algunos lo seguían por devoción hacia los
ídolos, otros por temor y algunos por ambiciones de poder. Estas influencias
llevaron a Cápac Yupanqui a desviarse de sus convicciones originales,
impulsándolo a participar en la adoración de ídolos y santuarios.
Durante
su reinado, se inventaron nuevos rituales sacrificiales, como el Cápac Hucha Cocuy,
que implicaba enterrar a jóvenes puros junto con objetos de oro y plata.
También se introdujo el uso de sangre humana en rituales llamados Huacarpaña,
en los que se empleaban corderos blancos, conocidos como huacarpañas, para
hacer ofrendas y peticiones a los dioses. Además, se utilizaron cobayos,
conejos y grasa animal en otros rituales y ceremonias religiosas.
Cuentan
que, en cierta ocasión, el inca Cápac Yupanqui decidió presenciar un ritual en
honor a los ídolos, como solía hacerlo con sus amigos. Se dirigió hacia una
casa especialmente designada para este propósito en el pueblo de Capacuyo, en
las montañas de los Andes. Cuando el joven inca se encontró entre los
adoradores de ídolos, expresó su deseo de cerrar todas las puertas y ventanas
hasta que quedara completamente oscuro. Los presentes interpretaron este acto
como una preparación para invocar al enemigo del Dios todopoderoso, y le
pidieron que mantuviera en secreto su presencia. El inca aceptó y, cuando
invocaron al Diablo, se dice que este entró con un estruendo similar al del
viento, causando un escalofrío de temor en todos los presentes. En ese momento,
el joven inca ordenó que abrieran las puertas y ventanas para poder ver con sus
propios ojos la apariencia de aquel a quien habían esperado con tanto fervor y
solemnidad.
Al
abrir la puerta, el inca Cápac Yupanqui se quedó paralizado y casi atónito al
ver la figura que se encontraba frente a él, por lo que se tapó el rostro con
vergüenza y no supo qué decirles. Con valentía, el joven inca le preguntó:
"¿Cómo te llamas?" El ser respondió con gran vergüenza que se llamaba
Cañacguay Yauirca. Ante esto, el inca les reprochó: "¿Por qué tienen tanto
miedo y vergüenza? Si ustedes aseguraron que podrían dar hijos, riquezas, vida
y fortuna, ¿por qué están tan culpables y no pueden mirarme a los ojos? Yo les
digo que son unos falsos engañadores. Si fueran verdaderamente poderosos, al
menos no estarían temblando y con la cabeza baja. Yo siento que hay otro, el
verdadero y poderoso Hacedor de todas las cosas, como lo dijo mi padre Mayta Cápac
Inca". Se dice que la figura era horrenda, con un olor desagradable,
cabellos gruesos y crespos, y una apariencia espantosa. Finalmente, el inca Cápac
Yupanqui logró vencer a Cañacguay.
Cuentan
que el demonio salió de esa casa dando gritos estruendosos, como truenos y
relámpagos. Desde entonces, se dice que los incas mantenían controlados a los
ídolos y santuarios mediante el yacarcay, una especie de conjuro en nombre del
Hacedor, que se recitaba de la siguiente manera:
"En
el mundo superior, en el mundo inferior, en la tierra y en el cielo, tú estás
presente, tú estás presente, tú lo ves todo, eres el que hace hablar a los
mudos, el que ve lo oculto, el que todo lo sabe, el que todo lo hace.".
Se
dice que estas palabras hacían temblar a los ídolos, aunque los incas también
les prohibían realizar sacrificios humanos como el capacochacocay. Si estos
incas hubieran recibido la enseñanza del evangelio, ¿cómo los habrían creído y
amado a Dios? Los demonios y diablos, aprovechándose de la ignorancia y la
falta de educación de la gente, fácilmente se habrían convertido en tiranos
absolutos, como lo hicieron en el pasado.
Se
cuenta que Inca Cápac Yupanqui tuvo a Inca Roca como hijo con su esposa
Mamacoriillpaycahua, y su nacimiento fue motivo de gran celebración. Sin
embargo, a pesar de esto, no se apartó del entorno idolátrico, permitiendo que
la gente adorara a sus ídolos en cada pueblo. Durante este tiempo, decidió
buscar el lugar donde había llegado el gran Ttonapa, conocido como Titicaca, y
de allí trajo agua para ungir al nuevo infante Inca Roca. En este acto, elogió
grandemente a Ttonapa. Se dice que el agua provino de un manantial situado
sobre las rocas, en una especie de cuenco natural, llamado capacchana
quispisutoc. Después de este evento, otros incas solían mandar traer un pomo
llamado coriccacca, y lo colocaban en la plaza del Cusco, conocida como Huacaypata
Cusipata, para venerar el agua tocada por Ttonapa.
Durante
este tiempo, los curacas de Asillo y Hururu le contaron al inca sobre la
llegada de un anciano pobre, delgado, barbudo, con cabellos largos como los de
una mujer, y vestido con una camisa larga. Este anciano se destacaba por su
gran sabiduría y consejos públicos para toda la república. Se decía que este
hombre se llamaba Ttonapa Vihinquira y que hablaba el idioma local de manera
excepcional. Se decía que Ttonapa había desterrado a todos los ídolos y
estatuas de demonios, llamados hapiñuños, a las montañas inaccesibles conocidas
como lloques o quenamaris. Además, los curacas y los historiadores de los
orejones confirmaron esta historia, relatando que Ttonapa había desterrado a
todos los ídolos a las montañas de Aosancata, Quiyancata, Salcantay y Pituciray.
Cada
provincia del Tawantinsuyo tenía sus propios relatos sobre Ttonapa. Los Guancas
y Chinchaysuyo contaron que Ttonapa Varivillca también había estado en su
tierra, donde les construyó una pequeña casa para residir. Durante su estadía,
desterró a todos los ídolos y estatuas de las provincias de Hatunsaussaguanca,
burlándose y vituperando grandemente. Se dice que Ttonapa Varivillca los echó a
todos a las montañas inaccesibles, como Pariaca y Uallollo.
Antes
de ser desterrados, esos ídolos causaron gran daño a los habitantes nativos,
llevándose a hombres y animales e incluso haciéndolos desaparecer por completo.
En numerosas ocasiones, amenazaron a los curacas para que ofrecieran
sacrificios humanos, pero estos se negaban rotundamente, respondiendo con
determinación: "haochhaavcam, casca uaca curaca" ("no
sacrificamos, destruye al ídolo, curaca").
Al
final, todas las mentiras suelen ser reveladas tarde o temprano, ya que los
demonios son los maestros de la falsedad y el engaño, mientras que la verdadera
palabra y negocio provienen de Dios, cuyas verdades son eternas y nunca fallan.
Él es el verdadero Dios y padre de todas las cosas creadas. En relación con
esto, se dice que el inca ordenó que se prestaran servicios a la casa
construida por Ttonapa. Esta casa se encontraba al pie de una pequeña colina,
cerca de un río, y para señalar su ubicación, se menciona que estaba en el
camino entre Cusco y el valle de Jauja. Además, se relata que antes de llegar a
esta casa, había dos piedras largas que Ttonapa había convertido en piedras
debido a una historia de una guaca hembra que había tenido relaciones con un
hombre de Guanea, llamada Atay Ymapurantcapya. En tiempos de Huayna Cápac, a
estas piedras se las llamaba "guacanquecoycoylla". También se
menciona que en esa época había piedras similares, conocidas como
"guancanques", en la puna de Jauxa, e incluso antes de llegar a
Pachacama. Se cuenta que también se encontraron piedras similares, llamadas
"mancos", en Chinchayunga.
Conviene
concluir la vida de Cápac Yupanqui y los acontecimientos y victorias que logró
sobre sus enemigos, ya que son menos relevantes que sus acciones relacionadas
con los ídolos. Si en ese momento los predicadores evangélicos hubieran
ingresado al reino, podrían haber ganado muchas almas para la santa obediencia
de la ley evangélica. Sin embargo, la vejez y la muerte los alcanzaron antes de
que pudieran hacerlo. Aunque Cápac Yupanqui comenzó a construir la fortaleza de
Sacsayhuamán, que ya estaba trazada, marcando sus límites desde Vilcanota,
donde encontró a un ídolo llamado Lurucachi, hasta otros lugares como Varoc,
Yanacocha, Caochacota, Yanacota, Lanquesupa, Chuytupiya, Tantaccopa y
Uaminturpo. Después de estas experiencias, Cápac Yupanqui lamentó la cantidad
de falsos ídolos que había en la tierra y se preocupó por la desventura tanto
de él como de sus súbditos, preguntándose cuándo y cómo podrían remediar esta
falsedad.
Finalmente,
Cápac Yupanqui regresó al Cusco sin causar más daño a los ídolos. En aquel
tiempo, había muy pocos curacas que no adoraran a un ídolo, y todos, en
general, estaban engañados por los falsos dioses. No pudo hacerles daño a
tantos adoradores de ídolos, ya que corría un gran peligro al estar rodeado por
una multitud tan grande de idólatras. Al final, murió y dejó a su hijo Inca
Roca como el nuevo gobernante de su estado, como su primogénito y heredero. Le
entregó el Topayauri y topacussi, así como el ttopapichuc llaotto, como señal
de su renuncia al reino.
INCA
ROCA, 5º INCA
Este
Inca Roca había sido bastante descuidado y algo impulsivo, especialmente
interesado en mandar hacer ropas lujosas y en el baile. Durante su tiempo, se
preocupaba principalmente por disfrutar de la música y la comida, así como de
las prácticas idolátricas que estaban en aumento, ya que los habitantes de la
época estaban profundamente dedicados a la adoración de sus deidades y lugares
sagrados. Esto se debía en parte a que sus líderes, los curacas, fomentaban
tanto lo bueno como lo malo, estableciendo así un ejemplo para la comunidad.
Cuentan
las crónicas que el Inca Roca fue agraciado con un hijo, Yahuar Huaca, fruto de
su unión con Mamamicaychimpo. Este acontecimiento fue motivo de una grandiosa
celebración. Las calles se engalanaron con arcos de plumas, mientras que la
majestuosa Casa del Sol se vistió tanto por dentro como por fuera con las
exquisitas plumas de ccamantiras y pillco.
Durante
la festividad, resonaron cánticos ancestrales como ayma, torma, cayo, vallina
chamayuaricssa, haylli y cachua, dedicados al Creador como muestra de gratitud
y alabanza. Estas melodías, arraigadas en la cultura y las creencias de aquel
tiempo, marcaron el inicio de una celebración impregnada de tradiciones
ancestrales.
Mientras
todos disfrutaban cantando en Huacaypata durante la mencionada fiesta, cuentan que
el infante comenzó a llorar lágrimas de sangre, un milagro nunca antes
presenciado. Esta extraña ocurrencia desconcertó a todos, y desde entonces el
niño fue conocido como Yahuar Huaca. Su padre, Inca Roca, se apresuró a buscar
a alguien que pudiera interpretar este suceso relacionado con su hijo.
En
ese momento, se decía que los Vallaviças y Contiviças Canaviças eran personas
dotadas de dones adivinatorios. Debido a la gran urgencia, acudieron numerosos
curanderos, adivinos, chamanes y brujos, hasta el punto de que no había espacio
suficiente en el Cusco. Sin embargo, el Inca decidió no confiarles sus secretos
y preguntas, temiendo que la gente pudiera menospreciar su autoridad. En lugar
de ello, en un acto público, los reprendió a todos, declarando: "Muchos
sabios sin provecho". Finalmente, con excusas, los despidió para que
regresaran a sus tierras.
Al
liberar a los adivinos y brujos, al llegar a sus pueblos y casas, estos
practicaron la idolatría con más libertad que nunca, instando a los naturales a
seguir su ejemplo.
YAHUAR
HUACA INCA YUPANQUI, 6° INCA
Finalmente,
el mencionado Inca Roca, ya en sus años avanzados, fallece y deja como heredero
de su señorío a su hijo primogénito, llamado Yahuar Huaca (sic). Este joven
gobernante era conocido por su generosidad y liberalidad, pero su excesiva
benevolencia lo llevó a empobrecerse tanto que se vio obligado a imponer
tributos a todas las naciones y provincias para financiar los gastos de su
corte. Ante esta carga fiscal, los naturales se rebelaron, tomando las armas y
bloqueando los caminos.
Ante
esta situación, el Inca decidió disimular su indignación por un tiempo. Sin
embargo, cuando vio que la situación no mejoraba, decidió retomar el control.
Para recuperar la lealtad de los rebeldes, les ofreció diversos presentes y
gestos de buena voluntad, recordando la nobleza de su padre, Yahuar Huaca,
quien era conocido por su generosidad.
Se
dice que este Inca fue amigo de la justicia, delegando los asuntos delictivos a
los jueces correspondientes. Además, se cuenta que permitió que los
delincuentes que buscaban refugio en el templo de Coricancha fueran liberados,
al igual que aquellos que se retractaban y se entregaban en su palacio, aunque
excluyó a los ladrones y adúlteros de esta gracia.
Sin
embargo, debido a su reticencia a castigar a los culpables, se le instó a
construir cárceles fuera de la ciudad, como en Arauay, Uimpilla y Sancacancha,
lugares donde se aplicaban castigos severos y crueles.
Se
cuenta que este Inca, al llegar a la vejez, se dedicó a la preparación militar
para emprender conquistas. En ese momento, ordenó la confección de vestimentas
ornamentadas con plumas de todas las formas, así como numerosos purapuras de
plata, oro y cobre para sus soldados. Estos adornos se colocarían en sus pechos
y espaldas, con el propósito de protegerlos de las flechas y lanzas enemigas
durante las batallas. Todos estos recursos fueron distribuidos entre los
capitanes y soldados.
Durante
este período, nació su primogénito, Viracocha, en Mama Chuqui Checyaillpay, un
pueblo de Ayarmaca, descendiente directo de Tocay Capac.
Finalmente,
el Inca proclamó la guerra en toda su provincia, advirtiendo a sus súbditos
sobre las consecuencias de su desobediencia. Ante el temor generado por estas
amenazas, las provincias rebeldes obedecieron y enviaron tributos al Cusco como
muestra de sumisión. En este contexto, se llevó a cabo la celebración del
nacimiento de su hijo, el infante Viracocha. Durante esta festividad, se
representaron diversas danzas tradicionales, como los farsantes, conocidos como
añaysaoca, hayachuco, llamallama, hañamssi, entre otros. A pesar de la preparación
para la guerra, el Inca y su ejército realizaron una marcha ceremonial
alrededor del Cusco, sin entablar ningún conflicto bélico.
VIRACOCHA
INCA YUPANQUI, 7º INCA
Al
final de su vida, envejeció y falleció, dejando como heredero en el reino a Viracocha
Inca. Este último contrajo matrimonio con Mamaron tocay, oriunda de Anta. La
ceremonia nupcial y la coronación atrajeron a representantes de todas las
naciones.
Durante
el matrimonio, Chhuchhicapac de los Hatuncollas participó en la festividad, llegando
con gran pompa y esplendor, acompañado de su séquito y llevando consigo su
ídolo y guaca, ricamente decorados. En ocasiones, desafiaba al Inca,
proclamando sus propias pretensiones de poder, pero el Inca, de naturaleza
afable, toleraba sus intervenciones.
Se
dice que este Inca era extremadamente manso y prefería ocuparse en la
construcción de viviendas, fortalezas como la de Sacsayhuamán, y en el cultivo
de chácaras con alisos, quisquar y otras plantas. Descuidaba asuntos militares,
lo que se evidenciaba en su falta de preparación en temas de guerra.
Tuvo
un hijo natural llamado Inca Urco, al cual renunció al reino en vida y lo envió
a liderar las conquistas en Collasuyo con un gran contingente de soldados. Sin
embargo, el joven, antes de partir, demostró arrogancia al exigir tributos con
soberbia. Las provincias, sin haber jurado lealtad a él como su señor natural,
se negaron a obedecer sus demandas.
Finalmente,
el Inca envió un ejército poderoso y bien equipado para reiniciar las
conquistas, sin preocuparse por asegurar la lealtad de sus súbditos fieles.
Durante esta campaña, pasaron por la provincia de Cauiñas.
Mientras
tanto, su hijo natural, Inca Urco, partió hacia las conquistas en Collasuyo
llevando consigo la estatua de Manco Cápac, con la esperanza de que la fortuna
de sus antepasados lo acompañara. Sin embargo, en Hancoallo, fue derrotado y
muerto por Yamquepachacuti, el curaca de los Guayuacanchez. Los soldados
regresaron al Cusco con gran deshonra.
Con
los Hancoallos y Chancas sitiando la ciudad del Cuzco, Viracocha, hasta
entonces descuidado, se vio obligado a tomar medidas. Buscó al general de los Hancoallos
y Chancas para negociar una paz, y finalmente salió a encontrarse con ellos en
el lugar de Yuncaypampa.
Y
entonces siguió su hijo legítimo, llamado Inca Yupanqui (Pachacútec), a quien
su padre había despreciado en favor de su hijo natural. Sintiéndose abrumado
por la situación, mientras estaba rodeado por los enemigos, exclamó para sí
mismo: "¡Ay de mí!" Sin embargo, al final, reunió su coraje,
fortaleciendo su corazón y decidiendo enfrentarlos. Pero mientras avanzaba
hacia su destino, antes de llegar a Callachaca, sintió un gran dolor y regresó
al Cusco. En su camino de regreso, solo y reflexivo, vio a un joven muy hermoso
y de piel blanca sobre una colina cerca de Lucri. Dirigiéndose al joven, le
dijo: "Hijo, en nombre del Creador al que has invocado en tus
tribulaciones, te prometo que Él te ha escuchado. Será tu defensor y te hará
victorioso; lucha sin miedo". Después de decir esto, el joven desapareció.
Inspirado
por estas palabras, Inca Yupanqui regresó con gran determinación, sintiéndose
como un experimentado capitán en la guerra, aunque aún era joven. Al llegar a
su palacio, levantó la voz y exclamó: "Que el Cusco sea victorioso y que
los enemigos sean derrotados".
Finalmente,
alzó sus ojos al cielo y, pronunciando estas palabras, entró en el arsenal y
tomó todas las armas, tanto ofensivas como defensivas. En ese momento, llegaron
veinte orejones, sus parientes enviados por su padre. Todos, hombres y mujeres,
se armaron con caxas, pillullus, uayllaquipas, y antaras. Luego, entraron al
templo donde se encontraba el ttopayauri, el estandarte sagrado de los Incas.
Lo tomaron y lo alzaron en un alto lugar, olvidándose de llevar al ttopayauri
consigo. De esta manera, consideraron la ciudad y su plaza misma como su
fortaleza, y tocaron la caxa en diez puntos diferentes con grandes alaridos.
Los
enemigos comenzaron a atacar la ciudad, y en el primer asalto derribaron al
joven Inca Yupanqui con sus hondas, dejándolo casi inconsciente. En ese
momento, escuchó la voz del cielo preguntándole por qué no había tomado su
cetro de ttopayauri. Al levantarse, corrió hacia el templo, tomó la vara
sagrada y regresó al lugar del enfrentamiento, donde animó a soldados y
capitanes para que lucharan con valentía.
Mientras
tanto, un anciano, pariente cercano de su padre llamado Ttopauanchire, ministro
de Coricancha, construyó filas de piedras de pururauca y colocó escudos y
cascos con mazas adosadas, de manera que desde lejos parecieran soldados alineados
en formación. Al verlos desde la distancia, el joven Inca Yupanqui buscó ayuda
de su padre Viracocha Inca y, al observar la escena, les preguntó: "¿Qué
están haciendo allí, hermanos? ¿Cómo es posible que en esta ocasión estén tan
tranquilos? ¡Levántense!" Luego, regresó al lugar donde la gente casi
rendida se encontraba, y les ordenó: "¡Retrocedan, hermanos, hacia el
palacio!".
Finalmente,
los Chancas arremeten con furia y los persiguen incansablemente. En ese
momento, el joven Inca Yupanqui comprende que las piedras son en realidad
aliados, y con gran determinación les ordena: "¡Es hora de salir con
nuestro ejército, o morir!" Siguiendo sus órdenes, avanzan hacia las filas
de piedras de pururauca, que se levantan como soldados expertos y luchan con
una ferocidad implacable, diezmando a los Hancoallos y Chancas.
El
joven Inca Yupanqui continúa persiguiendo la victoria hasta Quiyachille, donde
corta las cabezas de los generales enemigos, llamados Tomayguaraca, Astouaraca
y Vasco Tomayrima, entre otros.
Tras
esta batalla, celebra su triunfo y realiza su triunfal regreso. Se cuenta que
una viuda india llamada Chhañancoricoca luchó valerosamente como una guerrera.
Luego, el joven regresa a su ciudad y envía presentes de cabezas de enemigos a
su padre. Los Chancas, Hancoallos y sus curacas se desaniman y huyen al recibir
estos presentes.
Por
otro lado, Viracocha Inca, avergonzado por no haber regresado al Cusco, se
retira a Pumamarca, donde pasa sus últimos días.
INCA
YUPANQUI (PACHACÚTEC), 8° INCA
El
joven Pachacútec reúne más tropas y continúa persiguiendo a los Hancoallos y
Chancas. En el camino hacia Apurímac, se encuentra con los enemigos en el río,
donde los Changas matan a un valiente capitán con garrotes. El capitán
Villcaquire, resignado a su destino, le dice al infante: "¿Es posible que
tenga que morir sin haber combatido?" Ante esto, Villcaquire pide ser
enterrado junto a un árbol y que su cuerpo sea enterrado bajo su tronco. Les
dice que el árbol, llamado villca, actuará como medicina, absorbiendo los malos
humores y cóleras de las personas.
Pachacútec
persigue a los enemigos hasta Andahuaylas y luego regresa al Cuzco. Comienza a
conquistar a los Collasuyos, sometiéndolos a otros por el bien de la paz.
Encuentra al capitán Yamquipachacuti, famoso por matar a su hermano Yncaorcon,
y establece la paz con él. En agradecimiento, adopta el nombre de Pachacuti,
añadiéndolo al suyo para convertirse en Pachacútec.
Finalmente,
conquista toda la provincia de los Collasuyos y avanza hacia los Chayas y
Carabayas, donde encuentra un ídolo maligno. Destruye y asola toda la
provincia, dejando guarniciones en Ayapata. Regresa al Cuzco y luego marcha
contra los Ancoallos y Chancas, venciéndolos en cada batalla que libra.
Llega
con cuarenta mil hombres de guerra a Vilcashuamán, donde se encuentra con siete
ídolos y demonios disfrazados de curacas, llamados Ayssavillca, Pariacaca,
Chinchacocha, Vallallo, Chuquiuacra, y otros dos de los Cañares. El Inca
captura a los culpables y los condena a trabajar en la fortaleza de Sacsayhuamán
como castigo. Además, les ordena construir miradores en la costa de Pachacamac
o Chincha, erigiéndolos sobre el mar. Estas duras penas causan gran
consternación entre los sacerdotes.
Mientras
tanto, Pachacútec reconquista toda la provincia de los Angaraes, Chilquiorpor
(Chilquiurpos), Lucaras (Rucanas), Soras, y más. Al enterarse de que los
Guancas estaban preparados para la guerra desde Tayacassa, establece su
campamento en Paucaray y Rumiuaçi con todo su ejército, dividiéndolo en tres
cuerpos. En un día designado, avanzan desde tres direcciones para conquistar
todo el valle y la provincia de Hatunguanca Saussa.
Antes
de la batalla, realizan un acuerdo general y Pachacútec se dirige a Paucaray
llevando abundante comida, bebida, presentes y doncellas. Se muestra complacido
con la obediencia de los guerreros, agradece su lealtad y promete premios y
reconocimientos a todos los curacas de las tres facciones. Además, nombra
caballero a un curaca que había viajado hasta el Cusco y les otorga el título
de "apo", mientras les hace calzar ojotas de oro.
Luego,
Pachacútec entra en el valle de Saussa y persigue a su principal enemigo, el
Hancoallo. Pasan por Tarma, Coll apampa, Huánuco y Guamallis, y atraviesan Huaylas
y Chuquiracbay antes de llegar a Cajamarca, donde encuentran una provincia que
practica el consumo de sus difuntos. Continúan avanzando sin detenerse en los
llanos y llegan a la provincia de los Cañaris, donde se encuentran con
numerosos hechiceros y santuarios.
Finalmente,
avanzan hacia Huancavilca y proveen a los Cañaris con abundantes suministros.
Finalmente,
los Ancoallos se adentran en las montañas con su ídolo, mientras Pachacútec
regresa con una gran cantidad de oro, plata y perlas. Llega a una isla de los
yungas, donde encuentra madres de perlas llamadas churoymamam y muchas más
perlas. Desde allí, se dirige al pueblo de la provincia de Chimo, donde
encuentra a Chimocapac y Quirutome, los curacas de esa provincia, a quienes
ofrece sumisión y les proporciona lo que necesitan, incluyendo un ídolo y una
guaca.
En
Cajamarca, encuentra al Pisar Cápac, curaca de toda la provincia, y también
encuentra otra guaca con su campana de piedra. Luego se dirige a la provincia
de Lima yungas, donde encuentra varios pueblos con sus guacas, incluyendo a
Cuspiuaca, Pomauaca y Ayssavillca. Llega a Pachacamac y luego pasa a Chincha,
donde encuentra otra guaca, antes de regresar a Pachacamac para descansar
algunos días.
Durante
este tiempo, hay una fuerte tormenta de granizo y rayos que causa gran temor
entre los Yungas, pero Pachacútec no exige tributos como en otras provincias.
Luego, pasa por Mama y Chaclla hacia Bonbón y Jauja, y continúa su camino sin
descanso por Huancavilca, donde encuentra dos manantiales naturales de chicha.
Los naturales le presentan isma de color para calmar su sed, y los Yauyos y
Omas le traen oro y plata como presentes.
Finalmente,
llega a Guamañin, cerca de Vilcas, donde previamente había tenido la visión de
las siete guacas. Allí, entierra mojones de oro y plata en memoria de su
victoria sobre los ídolos y diablos que se habían presentado como grandes
indios. Antes de llegar a Vilcashuamán, en Pomacocha, un lugar muy cálido que
mira hacia el Cusco, nace su hijo legítimo y mayor, llamado Amaro Yupanqui,
donde permanece durante algunos días.
En
ese momento, se difundió la noticia de un milagro en el Cusco, donde se decía
que un yauirca o amaro había salido del cerro de Pachatusán. Esta criatura, una
bestia feroz, medía media legua de largo y dos brazas y media de ancho, con
orejas, colmillos y barbas. Se movió desde Yuncaypampa y Sinca hasta la laguna
de Quibipay, y luego pasó por Asoncata, donde aparecieron dos sacacas de fuego,
y llegó a Potina de Arequipa. Otro de estos seres se avistó más abajo, cerca de
Huamanga, una región de montañas cubiertas de nieve, que según los informes
eran criaturas con alas, orejas, colas y cuatro patas, con numerosas espinas en
la espalda que parecían fuego a lo lejos.
Mientras
tanto, Pachacútec partió hacia su ciudad, el Cusco, donde encontró a su padre,
Viracocha Inca, quien ya estaba muy anciano y enfermo. A su llegada, celebraron
una fiesta en su honor, seguida por la solemne fiesta de Cápac Raymi de Pachayachachic,
llena de alegría. Presentó a su hijo, el nieto del anciano, y luego celebraron
el nacimiento del infante, llamado Amaro Túpac Inca, que simbolizaba la
expulsión de las fieras de los alrededores del Cusco.
En
ese momento, los curacas y mitimaes de Carabaya llevaron a Chuquichinchay, un
animal muy colorido, que se decía era el apu de los Otorongos, para ser
guardián de los hermafroditas, personas con dos naturalezas. También se dice
que este inca ordenó reunir a todos los enanos y jorobados, a quienes siempre
se ocupó en hacer prendas de vestir y otros objetos para el infante. Además, se
cuenta que trajo piedras que brillaban durante la noche, sacadas de un risco de
Apurímac.
Al
final, Pachacútec había sido muy exitoso en la guerra y en su fortuna, lo que
hacía temblar a todos los habitantes del imperio. Cuando su anciano padre
murió, llevó lutos de vicuña y blanco. En ese momento, Pachacútec, quien no
había tenido una buena relación con su padre, dijo: "Quiero cantar, al fin
el viejo muere y la vida llega a su fin madurándose". Así, ordenó a todos
sus soldados que hicieran una revisión de su gente, como si estuvieran
preparándose para la guerra, y que llevaran al difunto padre a pasear por toda
la ciudad, seguido de sus insignias y armas. Los soldados cantaban cantos de
guerra, todos armados con grandes adargas, lanzas, porras, y tocaban los
tambores muy despacio.
Mientras
tanto, los parientes y las mujeres del difunto padre hacían lo contrario, lamentándose
y llorando, con los rostros cubiertos de ceniza y las fajas negras, golpeándose
con quichuas y secseccoyos, y otras mujeres tocaban pequeños tambores y se
azotaban la cabeza con sinezas.
Al
ver a su madrastra, la madre de Auquirupaca, su hermano, Pachacútec se reía,
considerando locura que estuvieran desnudas, con las tetas colgando, cubiertas
de ceniza y grasa, azotándose y llorando con tambores. Este llanto seguramente
había sido inventado por los demonios. Se dice que estas mujeres y ancianas pasaron
toda la semana buscando por todas partes donde había estado el difunto, con la
intención de encontrarlo. Se cuenta también que estas mujeres esparcían ceniza
alrededor de sus casas para ver si encontraban las huellas del difunto. Pachacútec
se burlaba de ellas enviando a jóvenes con mantas frágiles para caminar sobre
las cenizas, y por la mañana les preguntaba: "¡Oh, mi querida madre!
¿Tanto amor tienes por tu difunto marido, mi padre? Has llorado mucho; ¿quién
llorará así por ti cuando mueras?"
Al
final, Pachacútec se dirige hacia las conquistas de los Condesuyos, viajando a
través del Collao, donde se encuentra con los indios Coles y Camanchacas,
conocidos por su habilidad en la hechicería. Luego desciende por Arequipa, pasa
por Chacha, Atunconde y los Chumbivilcas, y de allí a Parinacocha y Camaná.
Finalmente, regresa a su ciudad a través de los Aymaraes, Chilques y Papres,
ingresando a Cusco y celebrando una fiesta. Se dice que en este tiempo trajo
una gran cantidad de plata, oro y un delfín a Cusco.
En
este período, los Capacuyos enviaron a un indio pobre con herramientas para
guardar llamas, quien golpeó a Pachacútec en la cabeza con la intención de
matarlo. Después de someterlo a tormento, confesó que era un conspirador de los
Quiquixanas, enviado por los Capacuyos para asesinar a Pachacútec. Como
consecuencia, Pachacútec ordenó la destrucción completa de los Capacuyos,
quienes intentaron justificar sus acciones. La culpa recaía en los curacas de
los Capacuyos, Apolalama y Yamquelalama de Hanansayas y Hurinsayas, quienes
tenían cerca de veinte mil indios tributarios, además de mujeres, niños y
ancianos. Finalmente, fueron devastados por completo. Se dice que, según el
consejo de su uaca Cañacuay, los Capacuyos intentaron matar al Inca. En ese
tiempo nació su segundo hijo, Túpac Inca Yupanqui.
Al
final, Pachacútec realiza la entrada y conquista de los Condesuyos con cien mil
hombres, pero la uaca de Cañacuay desata un fuego temerario que impide que la
gente pase. Finalmente, aparece una temible serpiente que consume a mucha
gente, lo que causa gran aflicción al Inca, quien eleva sus ojos al cielo
pidiendo socorro al Señor del cielo y la tierra, con profundo pesar y lágrimas.
Entonces, desciende del cielo un águila con gran furia, emitiendo fuertes
chillidos, agarra a la serpiente y la lleva hacia lo alto, para luego dejarla
caer al suelo, donde se revienta. Otra águila hace lo mismo con una gran
serpiente que intentaba atrapar al capitán Ttopacapac, hermano bastardo del
Inca, y así muchos indios logran escapar con vida. En memoria de este milagro,
el Inca ordena que se construya en la provincia una serpiente tallada en
piedra, conocida como Uatipirca.
Finalmente,
el mencionado Inca regresó a su ciudad. Para entonces, ya era anciano. En ese
momento, llegó la noticia de que un navío había estado navegando en el otro
mar, hacia los Andes. Transcurrido un año, un joven llegó a la plaza con un
gran libro y se lo entregó al viejo Inca Pachacútec. Éste no le prestó atención
al joven y le dio el libro a un criado para que lo guardara. Pero el joven
pidió el libro al criado y, saliendo directamente de la plaza, al doblar la
esquina desapareció misteriosamente. Aunque después el viejo Inca Pachacútec o Inca
Yupanqui mandó buscarlo, nunca se supo quién era aquel extraño mensajero.
Después de esto, el Inca hizo un ayuno de seis meses en Hococachi, sin poder
descifrar el enigma.
TUPAC
INCA YUPANQUI, 9º INCA
Así,
Pachacútec renuncia al trono en favor de su hijo Amaru Túpac Inca, quien
rechaza la responsabilidad y se dedica a la agricultura y la construcción. Ante
esta situación, Pachacútec ofrece el reino a su segundo hijo, Túpac Inca
Yupanqui, quien lo acepta con gratitud. Luego, ordena que todas las naciones
acudan al Cuzco para jurar lealtad a Túpac Inca Yupanqui, quien es coronado y
entregado el cetro llamado Ttopayauri.
Después,
Pachacútec moviliza tropas hacia el Cuzco ante la noticia de la rebelión en Quito.
Envía a su hijo a liderar la conquista y sometimiento de los rebeldes, quienes
se niegan a contribuir al gasto de su casa y a mantener los presidios. Ante su
negativa, el Inca les concede permiso para defenderse con armas y luego los
somete en una justa guerra. Finalmente, Pachacútec envía a su hijo con un gran
ejército para establecer presidios y asentar poblaciones.
Después
de salir del Cusco con su ejército, Túpac Inca Yupanqui siempre reclutaba a
cuanta gente de guerra pudiera, intercambiando hombres de su reino por más
soldados. A medida que avanzaban, cosechaban grandes éxitos, sometiendo a los
enemigos con gran prosperidad, castigando a los rebeldes, trasladándolos a
otras tierras y equipando a los soldados con armas, ricos vestidos de cumbis y
poracahuas de plumas, que servían como capotes, además de adargas, morriones y
purapuras de oro y plata. A los capitanes y oficiales de guerra les entregaban
camisetas de oro y plata con diademas llamadas uacracacro. Se decía que allá
donde iba, dejaba joyeros y artesanos para proveer de plata y armas, asegurando
que nunca les faltara nada. Era generoso con sus capitanes y siempre mostraba
misericordia hacia los pobres.
Así,
llegó a Quito, conquistándola y alcanzando victorias constantemente. Luego
regresó a Tomebamba, dejando en los Cayambes colonias de mitimaes, aunque no
los castigó como era de esperar, ya que toda la provincia de Quito y Cayambe le
pedía perdón con gran humildad. Finalmente, los perdonó.
Durante
esos siete años, comenzó una gran hambruna en la que no se producían frutos de
lo sembrado. Se dice que mucha gente murió de hambre y, según cuentan, incluso
llegaron a comer a sus propios hijos. En ese tiempo, Túpac Inca estaba en
Tomebamba. Sin embargo, durante esos siete años de escasez, se dice que Túpac
Inca lograba obtener abundante comida de sus campos en Callachaca y
Lucriocchullo. Además, afirman que nunca había nubes en sus campos, siempre
llovía al anochecer y, milagrosamente, nunca caían heladas, algo que resultaba
increíble. Por este motivo, la gente quería adorarlo como a un dios, pero Túpac
Inca no permitía tal adoración, ya que prefería humillar a los pobres
proporcionándoles comida durante esos difíciles años de hambruna. Se dice que Túpac
Inca siempre mostraba una inclinación extremadamente humilde y era elocuente en
su trato con todos. Los collcas y troxes, los depósitos de alimentos, habían
sido construidos mucho tiempo atrás, y sus descendientes fueron los
capacayllos.
Durante
este período, nació Huayna Cápac en Tomebamba, una localidad de los Cañares,
siendo su padre Túpac Inca Yupanqui y su madre Cocamama Anaguarque (Mama Ocllo
Coya). Construyeron una casa y un bohío muy grandes, llamados Tomebamba
Pachamama, que significa "lugar de nacimiento del bendito infante".
En honor al nacimiento del niño, Túpac Inca Yupanqui perdonó a todos los
hechiceros, a petición de su madre, quienes ya estaban condenados en secreto a
ser empalados con lanzas de chunta de abajo, como a un conejo. Para este propósito,
se habían preparado dos manantiales gemelos llamados Escaypruyo (iscay
pusquiu), que simbolizaban que aquellos hombres y mujeres que adoraban a dos
dioses serían castigados en dos payapucyos con gran crueldad.
A
pesar de que Túpac Inca Yupanqui siempre había sido un gran justiciero de los
laycas y omos, quemando muchas guacas y echándoles sal en los lugares donde
estaban, esto no impidió que su número aumentara y se multiplicara aún más.
Finalmente,
Túpac Inca Yupanqui llega al Cusco y envía adelante a un capitán suyo llamado Auquiruca
con doce mil hombres para las provincias de los llanos, con el fin de que
visite en su nombre y someta a los rebeldes desobedientes. Auquiruca cumple su
misión con éxito, mientras que Túpac Inca Yupanqui se dirige directamente al Cusco,
trayendo consigo a los Cayambes, Cañaris y Chachapoyas para que sirvan como
alabarderos. Durante este tiempo, muchas jóvenes de los Quitos, Quilacos,
Quillaysincas, Chachapoyas, Yungas, Guayllas, Guancas, y otras regiones, llegan
como doncellas para servir a su Coya, especialmente las acllas de
Ticcicapviracochanpachayachachi, conocidas como yurac aclla, uayruc aclla, paco
aclla y yana aclla, junto con una gran cantidad de riquezas en piedras
preciosas, oro, plata y plumas.
En
su regreso, Túpac Inca Yupanqui ordena a todas las provincias desde Quito hasta
el Cusco que construyan campos de cultivo, depósitos de alimentos, caminos,
puentes, tambos, y que proporcionen las mismas instalaciones para las acllas en
todas partes. También instruye a los oficiales de tejidos, plateros,
constructores de templos y canteros que se establezcan en cada lugar. Además,
deja soldados en cada región como guarnición para garantizar la seguridad de la
tierra. Ordena a los kambicamayos que cada comunidad tenga comunidades y
sayssis para beneficio y sustento de los pobres, que incluyen llamas y comida.
Llegado
al Cusco, encuentra al venerable Pachacútec esperándolo con treinta mil hombres
alistados para la guerra, todos equipados y en formación. Túpac Inca Yupanqui llega
en persona hasta Vilcaconga, representando una escena de guerra con su ejército
dispuesto en orden, mientras los apocuracas son llevados en sus andas bajo
quitasoles de oro y plata. Ambos ejércitos, resplandecientes con ornamentos de
oro, plata y preciosas plumas, simulan enfrentamientos, realizando caracoleos.
El
emocionado Pachacútec, al ver a su hijo y nieto, asume el papel de general,
mientras que su hijo se convierte en maestre de campo. Dividen el ejército,
enviando la mitad con Otorongoachachi y Cacircapac hacia la fortaleza de Sacsayhuamán,
preparándose para defender el Cusco. Por otro lado, el joven Huayna Cápac,
nieto de Pachacútec, lidera cincuenta mil hombres armados con oro y plata. Esta
escena se representa como una obra teatral, donde Túpac Inca Yupanqui entra
triunfante por encima de Cinca, realizando sus uaracauacos con llucos, y
derrotando a los defensores de Sacsayhuamán.
Al
tomar la fortaleza, Túpac Inca Yupanqui muestra las cabezas cortadas de los
enemigos, ungiéndolas con sangre de llamas y colocándolas en lanzas como
trofeos. Luego, los vencedores hacen su entrada triunfal hasta Coricancha, la
principal calle, donde los capitanes rinden homenaje a la simple imagen del
Creador. Posteriormente, salen por la otra puerta hacia la plaza de Haocaypata
y Cuçipata, entonando cánticos en quichua. Por orden de Túpac Inca Yupanqui,
los curacas se sientan en sus tiyanas bajo quitasoles, junto al venerable Pachacútec,
Túpac Inca Yupanqui y Amaro Túpac Inca, todos vestidos con capacllaottos y mascaipachas,
el viejo sosteniendo un cetro de Suntur Paucar de oro, Túpac Inca Yupanqui con
su cetro de ttopayauri, y el otro sin cetro, solo con pequeños chambis de oro.
Finalmente,
el señorío recae en Túpac Inca Yupanqui, mientras que el infante Huayna Cápac
permanece en Coricancha sin ser llevado a ningún lado durante todo ese año. Se
celebra la fiesta de Capac Raymi con gran solemnidad, y los tres ministros del
templo de Coricancha, Aporupaca, Auquichallcoyupangui y Apocama, asumen una
actitud muy seria. Túpac Inca Yupanqui es llamado hijo por el Inca, cuya casa
actualmente es parte del convento de San Agustín, y los dos ministros nunca
abandonan Coricancha.
En
este tiempo, el anciano Pachacútec fallece pacíficamente mientras duerme, sin
experimentar dolor alguno. Su muerte provoca un gran lamento, y sus
pertenencias son repartidas entre los pobres de todo el reino, incluyendo
comida, bebida, lana y vestimenta. Cuando el Inca y su hijo no lo notan, los
ancianos capitanes entierran a todos los servidores y pajes del difunto Inca,
diciendo que les servirán en la otra vida, junto con numerosos objetos de
valor. Se dice que Pachacútec acumuló una gran cantidad de oro y plata, y que
su tesoro se encuentra en una bóveda de tres salas en el valle de Pissac.
Finalmente, el cuerpo del difunto Inca es colocado en la casa de los cuerpos
muertos de los Incas, junto con sus esposas, según la descendencia, todos
embalsamados y colocados en sus nichos.
Tras
la muerte de Pachacútec, las provincias de los Puquinas y Collas, desde Vilcanota
y Chacamarca, incluyendo los Omasuyos de Urancolaime, Hachacachi, Uancani,
Asillo y Azángaro, se rebelan. Se levantan con una fuerza de doscientos mil
hombres y construyen su fortaleza en Llallauapucara. Al no caber todos en la
fortaleza, los soldados de menor valentía son enviados a fortalecer dos
fortalezas en esa región.
Finalmente,
Túpac Inca Yupanqui forma un ejército para enfrentarse a ellos. En ese momento,
los Hananquichuas y Hurinquichuas se ofrecen para ir solos, confiando en sus
propias fuerzas. Después de numerosos ruegos, Túpac Inca Yupanqui acepta la
conquista de las cuatro provincias. Sale del Cusco con un poderoso ejército de
doce mil hombres quechuas, que lucen armas impresionantes y muestran mucha
arrogancia. En su expedición, llevan consigo una guaca y un ídolo. Comienzan a
luchar en Guarmipucara contra las mujeres Cullacas, y aunque los Quichuas del
Inca fueron casi derrotados, logran retirarse a la fortaleza principal de
Llallauapucara.
Allí,
los Quichuas, apoyados por su guaca e ídolo, confían en vencer a los Collas,
combatiéndolos con gran confianza. Lamentablemente, los pobres Quichuas son
completamente derrotados. Solo uno logra escapar y llevar la noticia a Túpac
Inca Yupanqui. Al enterarse de la pérdida de su destacamento y de las numerosas
muertes, el Inca llora por ellos y por sus desventuras.
Finalmente,
el Inca sale del Cusco con un ejército de ciento veinte mil hombres para
enfrentarse a los Collas. Al llegar, establece su campamento y sitia la
fortaleza de Llallauapucara. El asedio y los combates duran tres años. Durante
este tiempo, los Collas, sintiéndose acorralados, adoran al sol y realizan
sacrificios con huacarpañas, criaturas y conejos, buscando el favor de su
deidad. En respuesta, el sol les da esperanza, y así, los Collas enfrentan al
Inca en la guerra sin miedo, como si tuvieran el control de la situación.
Sin
embargo, la realidad resulta ser diferente de lo que habían imaginado. Después
de tres años de asedio, mientras el Inca y sus capitanes están agotados por la
constante vigilancia, deciden enfrentar a los Collas con toda su furia. El
combate resulta en un derramamiento de sangre masivo de ambas partes. Las
caídas de cobre y estaño que los soldados del Inca arrojan causan gran daño a
los Collas. A pesar de ello, ese día, los hombres del Inca ganan la batalla y
se llevan la gloria del campo de batalla.
Al
día siguiente, los Collas, en un intento de infundir miedo en las filas del
Inca, comienzan a cantar. Colocan ocho tambores en cuatro estructuras de
madera, todos adornados con oro, plata y plumas. Los soldados del Inca, aún más
espléndidamente vestidos, responden y comienza un nuevo enfrentamiento. Sin
embargo, ese día no hay una clara ventaja para ninguno de los bandos.
Al
tercer día, el Inca, junto con los demás capitanes y curacas, lidera
personalmente el combate desde el amanecer. Durante el enfrentamiento, los
hombres de Túpac Inca Yupanqui infligen una gran cantidad de bajas a los
Collas, desbaratando a aquellos que aún se encontraban en la fortaleza. Al ver
que estaban a punto de ser vencidos por las fuerzas del Inca, los Collas, ya
derrotados, deciden rendirse. El Chuichicapac, líder de los Collas, se disfraza
con ropa de mujer y, junto con sus capitanes, logra abrirse paso a través de un
punto débil en el cerco y huir hacia la provincia de los Lupacas.
Allí,
capturan a Parisacares, el general de los Collas, quien había llevado consigo
la guaca de Inti y otras divinidades. Túpac Inca Yupanqui los lleva ante su
ejército de cien mil hombres en el pueblo de Cayauire, donde ordena que se
coloquen a los dioses de los Collas y a los prisioneros capturados en medio del
campamento, según sus órdenes. Luego, como una mayor humillación, ordena que los
hayachucos, saynatas, llamallamas y chuñires monten sobre las choñas,
despreciándolos y mostrando su superioridad, antes de enviarlos al lago de
Orcos. Por otro lado, los prisioneros Collas son llevados triunfalmente al Cusco.
En
ese momento, se recibió la noticia de que los Andes se estaban preparando para
atacar al Cusco, recordando las crueles guerras con los Collas. En memoria de
esas batallas, el Inca ordenó la colocación de dos porras de oro y plata en Vilcanota,
marcando los límites de la región y dejando allí a los mitimaes y a
destacamentos de caballeros leales para garantizar la seguridad de la
provincia. El Inca anunció una nueva campaña de conquista contra los Andes,
reuniendo un ejército de trescientos mil hombres y nombrando a Otorongo Achachi
como general del ejército, junto con otros líderes destacados de diversas
regiones.
Estos
líderes llevaron a cabo una exitosa conquista de las provincias de Manaresuyo y
Opatari, extendiéndose hasta los límites de Huancavilca y llegando incluso a Carabaya,
donde encontraron una provincia habitada exclusivamente por mujeres llamada
Guarmiauca. Cruzando un caudaloso río, utilizaron un astuto ardid ideado por
unos monjes que anteriormente servían a un curaca local. Este ardid,
desconocido para los Iscayoyas, causó gran sorpresa.
Continuando
su avance, llegaron a una provincia conocida como Dorado, donde encontraron un
gran reino llamado Escayoya. Esta región era conocida por su riqueza y sus
habitantes belicosos, quienes se rumoreaba que se alimentaban de carne humana.
Eran expertos en el uso de armas envenenadas y contaban con pactos con los
demonios. Después de dos batallas reñidas, el ejército del Inca logró hacer que
se rindieran, aprovechando su superioridad en organización y estrategia, así
como en el despliegue de oro, plata y plumas en sus vestimentas, lo que causó
gran asombro y temor entre sus adversarios.
Se
cuenta que, en ese momento, cuando el Inca estaba a punto de enumerar todas las
provincias y su gente para establecer ordenanzas, recibió la noticia de que Túpac
Inca Yupanqui había desterrado a una provincia que estaba bajo el dominio de un
capitán asignado para los Chiriguanaes. Ante esta noticia, el capitán
Apoquibacta ordenó a sus subordinados, que se encontraban en los Andes,
regresar a su tierra. Esto provocó que los Escayuyas, Opataris y Manares se
alzaran en armas, ya que el general Otorongo Achachi, al faltarle un miembro,
estaba físicamente impedido para liderar adecuadamente.
En
situaciones como estas, los gobernadores no debían cometer tales abusos contra
sus súbditos. La ausencia del capitán desencadenó una serie de eventos que
resultaron en la retirada del ejército del Inca hacia el Cusco, dejando la
conquista incompleta. Los esfuerzos de tres ejércitos y las numerosas pérdidas
en vidas humanas no fueron en vano. Si en aquel momento se hubiera establecido
la ordenanza, es posible que hoy en día estas tierras estuvieran bajo la corona
de Castilla, y quizás incluso habrían adoptado la fe cristiana. Sin embargo,
solo Dios sabe y reserva el futuro para un momento posterior.
En
ese momento, el Inca despacha a Cacircapac como visitador general de las
tierras y pastos, entregándole su comisión en rayas de palo pintado. Antes de
hacer esto, envía a Collacchaguay, el curaca de Tarama de los Chinchaysuyo, por
todo el reino para que provea comida y bebida a todos los curacas.
Collacchaguay era conocido por ser un gran consumidor de alimentos y bebidas en
la región, por lo que el Inca lo envía para garantizar un abastecimiento adecuado.
En
medio de estos acontecimientos, el Inca estaba ocupado con la construcción de Xaquixaguana
y la fortaleza del Cusco, junto con todos los oficiales canteros. En este
momento, Apoquibacta llega al Inca con sus doce mil hombres Collasuyos, quienes
reclaman al Inca por los destierros injustos. El Inca se excusa diciendo que no
sabía nada de estos asuntos. Sin embargo, señala que los gobernadores deben ser
expertos en dictar sentencias a los culpables, imponiendo penas proporcionales
a sus delitos. A menudo, las órdenes del gobernador se ejecutan sin
cuestionarlas completamente, lo que puede llevar a situaciones peligrosas.
Ante
esta situación, el Inca escucha las quejas de sus súbditos y reconsidera sus
decisiones.
En
aquel momento, llegó la noticia de que los Chillis estaban preparando una
fuerza militar contra el Inca. En respuesta, el Inca envió a un capitán con
veinte mil hombres y otros veinte mil a los Guarmeaucas, quienes avanzaron
hasta Coquimbo, Chilles y Tucumán con éxito, trayendo consigo una gran cantidad
de oro. Los enemigos no pudieron causar mucho daño antes de ser sometidos con
relativa facilidad, al igual que los Guarmeaucas. El Inca dejó una compañía de
hombres para mantener el orden en la región y trajo una gran cantidad de oro
fino al Cusco.
Al
ver la gran cantidad de oro de alta calidad que se había traído, el Inca ordenó
hacer láminas de oro para usar como tapices en Coricancha y en la fiesta de Cápac
Raymi. Sin embargo, cuando invitó a los tabantinsuyos a las bodegas del Inca,
algunos murmuraron que era demasiado tacaño. Esta queja llegó a oídos del Inca,
quien decidió hacer queros, orpus carasso y vamporos mucho más grandes para el
próximo año. Además, comenzó a ofrecer bebida tres veces al día en queros más
grandes y sin permitirles levantarse para orinar.
En
ese momento, trescientos indios Andes salieron de los Andes de Opatari cargados
de oro en polvo y pepitas, coincidiendo con el comienzo del año nuevo. Sin
embargo, esa misma noche, muchos de ellos empezaron a sufrir terribles dolores
de estómago debido a la ingestión excesiva de alimentos, hasta el punto de
morir. Siguiendo el consejo de los ancianos, el Inca ordenó que todos los
trescientos indios fueran llevados con sus cargas de oro a Pachatusán, una
montaña muy alta, donde fueron enterrados junto con sus tesoros, pereciendo en
el acto. En lugar de ser agradecidos, el Inca tomó esta medida drástica. Se
dice que, para este propósito, se había excavado profundamente en la otra parte
de la montaña, que miraba hacia el sol, y que hasta el día de hoy no se ha
recuperado ninguna de estas máquinas de oro.
HUAYNA
CÁPAC, 10° INCA
Finalmente,
el Inca falleció siendo ya muy anciano, al igual que su hermano Amarotopaynga,
quien también era de avanzada edad. Ambos murieron en el mismo año, dejando
como heredero universal en el reino a Huayna Cápac. Dado que Huayna Cápac aún
era joven, el gobernador Apuguallpaya fue designado para gobernar en su nombre.
El gobernador ordenó que se llorara por la muerte de Túpac Inca Yupanqui en
todo el reino, de manera similar a como se había llorado por la muerte de Pachacútec,
organizando dos ejércitos, uno formado únicamente por hombres y el otro por
mujeres, aún más numerosos que la primera vez. Además, se enterraron a muchos
yanas pachacos, mujeres y criados que eran amados por el difunto Inca; todos
ellos habían sido seleccionados para este honor.
Algunos
de los capitanes bárbaros interpretaron erróneamente este acto como una
indicación de que el Inca sería servido en la otra vida por una gran cantidad
de personas. Esto refleja la creencia en la necesidad de proporcionar servicios
humanos en la vida después de la muerte, incluso por parte de individuos
infieles y bárbaros.
Cuentan
que este gobernador y colaborador tenía la intención de usurpar el reino de
Tahuantinsuyo y que ya había dado órdenes al respecto. Gente de todas partes
comenzó a reunirse secretamente, armándose para un día determinado. Se dice que
este gobernador empezó a adorar al sol, la luna y los rayos, ordenando que
fueran adorados en todo el reino. Con el tiempo, él mismo comenzó a adorarlos,
subiendo a las montañas. Huayna Cápac, aún joven e influenciable, también
adoraba a aquellos que habían sido colocados en el Coricancha por los incas
anteriores, pensando que debían ser adorados. Se dice que el gobernador asignó
tierras para estas falsas deidades, y algunos curacas, con mala inclinación,
obedecieron sus órdenes con devoción.
Esto
nos recuerda que los gobernantes deben ser rectos en la fe y no codiciosos ni
descuidados, ya que todas las cosas, tanto espirituales como temporales,
dependen de un buen gobierno. En los cristianos y los bárbaros siempre hay
diferencias de condición. ¡Ojalá todos tuviéramos un juicio justo y
equilibrado!
Al
final, Huallpaya, como mencioné antes, estaba tramando su alzamiento sin que
nadie en la tierra lo supiera. Entonces, dicen que un tío bastardo de Huayna
Cápac, al despertar temprano, vio la ciudad rodeada de gente ordenada, y a Huallpaya
apuntando flechas hacia el infante Huayna Cápac, en un estado entre el sueño y
la vigilia. Al ver esto, el tío se levantó convencido de que era real, aunque
en realidad no había ocurrido nada de eso, y regresó a su casa con estas
imaginaciones.
Finalmente,
fue a la casa del gobernador y ordenó que todos los consejeros de justicia,
guerra y hacienda se presentaran en la audiencia y el cabildo. Mientras tanto,
el gobernador intentaba disolver el cabildo exigiendo saber qué novedad
pretendían introducir o qué nueva situación se presentaba, bajo pena de muerte.
Los consejeros, personas respetadas, no hicieron caso al gobernador. Al final,
en la reunión, el tío bastardo contó lo que había visto, repitiéndolo tres
veces por orden de los consejeros. Después, el gobernador ordenó secretamente
la detención de los partidarios de Huallpaya, aseguró a los capitanes y envió
cincuenta hombres por cada camino para investigar. Finalmente, uno de los
confidentes de ApoHuallpaya confesó que Huallpaya planeaba tomar el control del
reino y que los caminos estaban siendo utilizados para traer armas ocultas en
cestas de coca, bajo órdenes de Yngaranti Apovallpaya.
Entonces,
Huallpaya, que contaba con muchos seguidores y guardaespaldas, no pudo ser
arrestado por los consejos y las audiencias, ya que los porteros no permitían
la entrada de personas ebrias. Pero los capitanes de Tawantinsuyo, que habían
jurado fidelidad y lealtad a la protección de la casa real del Cusco, se
reunieron hasta en número de quinientos. Sacaron la Cápac Huancha, el
estandarte de los incas, del templo, y comenzaron a tocar el tambor mientras se
dirigían hacia el gobernador, llevando al infante Huayna Cápac consigo.
Viendo
esta situación, los alabarderos permitieron la entrada, y Huallpaya, que se
disponía a salir armado y acompañado de muchos capitanes y fuerzas
considerables, fue capturado de inmediato. Sin darles oportunidad de resistir,
les cortaron la cabeza. También arrestaron a todos los conjurados y les
hicieron justicia, castigando a los que venían de las provincias con golpes en
la espalda, tres azotes para cada uno.
Finalmente,
todo se calmó, y desde entonces, la audiencia junto con todos los consejos de
guerra, hacienda y justicia ordenaron y despacharon, a todo el reino de
Tawantinsuyo, que todos acudieran a la coronación de Huayna Cápac, sin designar
un gobernador. La preparación de los preparativos necesarios para la fiesta de
coronación duró tres años. Se dice que la esposa de Huayna Cápac, su misma
hermana carnal de padre y madre llamada Coyamamacusirimay (Coya Pillco Huaco),
fue quien organizó todo, siguiendo la costumbre de sus predecesores.
Finalmente, en el mismo día de la coronación, se casaron.
La
fiesta fue una gran maravilla, según dicen, ya que todos los techos y paredes
de las calles estaban cubiertos de ricas plumas, las calles principales estaban
pavimentadas con oro y el suelo estaba lleno de pepitas de oro. Además, todas
las calles estaban decoradas con escamas de plata sobre los tapices de plumas.
Toda la gente de Tawantinsuyo lucía muy elegante con trajes de cumbi, ricas
plumas, oro y plata. Huayna Cápac salió de la casa de su abuelo Pachacútec,
acompañado de los grandes apocuracas de Collasuyo y sus consejeros.
Mamacussirimay, la infanta, salió de la casa y palacio de Túpac Inca Yupanqui,
acompañada de los grandes apocuracas de Chinchaysuyo, Condesuyo y Antisuyo, así
como todos los auquiconas orejones según su orden, paseándose por la ciudad en
andas de su padre. Huayna Cápac hizo lo mismo, con las andas de su abuelo, sin
el cetro de Topayauri, solo con sus chambis, y muchos lacayos, todos curacas de
menor rango, vestidos de churo y relucientes con madreperlas, y bien armados
con sus purapuras y chipanas de plata. Se dice que la vista de todas estas
cosas era simplemente impresionante. La gente de guerra, hasta cincuenta mil
hombres, custodiaba la ciudad desde afuera y la fortaleza de Sacsayhuamán;
según cuentan, la fiesta era una verdadera maravilla.
Al
final, como era costumbre entre la gente de aquel tiempo, el rey y la infanta
entraron cada uno por su puerta en el templo del Hacedor Pachayachachic. El
sumo sacerdote Apochallcoyupangui calzó al rey y a la infanta con yanquis de
oro, y luego les entregó la chipana de oro a Huayna Cápac y los topos de oro a
la infanta. Después les hizo tomar las manos y los llevó al lugar donde solía
realizar sus ceremonias, recitando su oración en voz alta. Así terminó el
ritual por ese día y quedaron casados. Tres días después, se llevó a cabo la
misma ceremonia y solemnidad en el mismo lugar donde se casaron. El Capac
Huancha les entregó las insignias reales, como el Suntur Paucar, el Capac
Llaqtao, la Vincha, todo ello con la misma fiesta y solemnidad que en la
ceremonia de matrimonio. El Inca les hizo jurar, besando la tierra, y sacudió
la manta, prometiéndoles seguir las tradiciones y leyes de sus ancestros,
proteger el reino de Tawantinsuyo y otorgarles favores a los leales servidores,
manteniendo las mercedes hechas por sus antepasados. El Apochallcoyupangui rezó
una oración al Hacedor, pidiendo que los protegiera y ayudara con su poderosa
mano derecha contra sus enemigos, mientras que otro compañero exclamaba:
"¡Viva, viva!". Luego, todos alababan al Hacedor
Pachayachicviracochan y rogaban por su salud. Después de todo esto, se
trasladaron a la plaza de Huacaypata o a su Cápac Huancha en Vilcas, donde los
grandes y capitanes mostraron su obediencia junto con sus seguidores,
incluyendo a los infieles. Finalmente, la larga fiesta llegó a su fin.
Huayna
Cápac y su esposa Coyamamacusirimay eran considerados afables y nobles, y se
decía que eran muy apuestos. Antes de casarse, Huayna Cápac tuvo un hijo
llamado Intitopacusiguallpa, con su madre Ahuaocllo, y otra hija llamada
Toctoollococa, con Ttopaattaguallpa. Posteriormente, Huayna Cápac y su esposa
tuvieron un hijo varón llamado Ninan Cuyochi, pero lamentablemente, su madre,
la coya, falleció pronto. Huayna Cápac intentó casarse con su segunda hermana
carnal, llamada Mamacoca, pero ella se negó. Ante esta situación, Huayna Cápac
intentó forzarla, pero no pudo lograrlo ni con ruegos ni amenazas. Sin
encontrar una solución, Huayna Cápac acudió con ofrendas y presentes al cuerpo
de su padre, buscando su aprobación para casarse con su hermana. Sin embargo,
el cuerpo sin vida no respondió. Más tarde, aparecieron señales ominosas en el
cielo, presagiando sangre, lo que se conoce como ccallasana. Además, rayos
cayeron sobre la fortaleza. Finalmente, Huayna Cápac cedió y permitió que su
hermana se casara con un anciano curaca, llamado Hacaroca, conocido por su
voracidad por la coca y su fealdad. Sin embargo, esta decisión no fue tomada
como un gesto de grandeza, sino como un vituperio, lo que provocó el llanto de
la hermana. Finalmente, el anciano llevó a la hermana a la casa de las acllas
como abadesa, pero ella nunca aceptó al anciano como su esposo. Huayna Cápac se
casó por segunda vez, con menos pompa, con la coya Cibichimporontocay.
Así
que partió hacia las provincias de los Collasuyos para mandar pregonar armas
contra Quito y su provincia. En el camino, su segunda esposa dio a luz a Manco
Inca Yupanqui, recorrió toda la tierra, visitándola, y en Pomacanchi convocó a
todos los curacas del reino, quienes iban y venían para recibirlo. Allí
proclamó la preparación para la guerra contra Quito y los Cayambis, debido a
informes constantes sobre su rebeldía. Mientras tanto, distribuyó armas,
vestimenta y alimentos para los que iban a participar en la conquista. Luego,
los curacas prestaron juramento y se encargaron de los oficiales de guerra.
Finalmente, los curacas regresaron a sus tierras, llevando consigo cajas y
estandartes, con armas en mano. El inca prometió grandes cosas a los curacas,
jurando solemnemente cumplirlas mejor que sus predecesores. Se establecieron días
para que todas las partes se reunieran con sus tropas, municiones y demás
suministros necesarios.
Así
que, al cabo de un año y medio, llegó gente de todas partes, tan numerosa que
no cabía en el Cusco. El inca distribuyó diligentemente las armas a cada soldado,
entregándolas personalmente. Nombró a Mihicnacamayta como general de todo el
ejército y campo. Para cada provincia y reino de los Collasuyos, Chinchaysuyos,
Condesuyos y Antisuyos, designó a otros cuatro ancianos experimentados en el
arte militar como generales, asegurándose de que fueran veteranos en la guerra.
Sin considerar la calidad de linaje, entregó andas a los seleccionados,
reconociendo que, en asuntos de guerra, los oficiales son fundamentales, no los
jóvenes inexpertos. Este proceso de reclutamiento de tropas duró tres meses y
medio. Cada día, se enviaban continuamente ocho escuadrones de quinientos
hombres cada uno, con sus respectivos capitanes, y cada mil hombres iban
acompañados de sus unanchas, sargentos y ayudantes. Además, se establecieron
puestos de vigilancia en cada quebrada para garantizar que las tropas marcharan
en orden. Cada treinta leguas, se inspeccionaba el número de soldados que
llevaba cada capitán y se distribuía comida, revisando también las armas y la
indumentaria para asegurar el esplendor y la gallardía de los soldados.
Finalmente,
se celebró la fiesta de capacraymi en Vilcas, donde se encontraba otra plancha
de oro, de tamaño mediano, como se mencionó anteriormente. Durante la
celebración, los orejones recordaron que habían olvidado rendir homenaje a la
estatua de Guanacaure. El inca consintió en sus deseos y envió mensajeros para
ello.
En
ese momento, llegaron mensajeros de Rímac, informando que, en Pachacamac, el
lugar de descanso mencionado anteriormente, habían hablado desde el Coricancha,
que era Pachacamac, y que el guaca deseaba ver al inca, prometiéndole
grandezas. Huayna Cápac se regocijó como un señor bárbaro al escuchar esto.
Finalmente, fue a visitarlo en persona, manteniendo una conversación a solas.
Por orden del inca, se construyeron más edificios y se envió mucha riqueza al
guaca. Este último solicitó que el inca lo llevara al pueblo de Chimo y que lo
honrara más que a Viracochapachayachachic. Desafortunadamente, Huayna Cápac
prometió hacerlo así, para ambos lugares, y los hechiceros se regocijaron y
hablaron con audacia, sin prestar atención a las costumbres veneradas por los
primeros incas.
En
ese momento, la fuerza militar llegó al pueblo y ciudad de Tomebamba, donde la
gente murió de hambre y vendió lo que no tenía. Posteriormente, Huayna Cápac,
al llegar allí, ordenó traer agua de un río perforando la montaña, y construyó
una ciudad, entrando en ella de manera sinuosa. La otra mitad de la gente se
ocupó en la construcción de casas al estilo de Coricancha, una acción
temeraria. Finalmente, partió de allí con todo su ejército, que ascendía a un
millón y medio, y llegó a Picchu y Sicchu Purugay. Toda esa gente huyó con los
Cayambis, Quillaysincas y Quilacos para fortalecerse y defenderse del inca.
Entonces comenzaron las hostilidades entre ambos campos, con un gran
derramamiento de sangre, sin que se conozca la victoria de la batalla, ya que
los Collasuyos no estaban presentes y el inca les había ordenado que
flanquearan al enemigo. Sin embargo, el inca, sin esperar a que la fuerza
auxiliar llegara para flanquear al enemigo, decidió atacar, lo que permitió que
los Cayambis, unidos en determinación, infligieran un gran daño al ejército del
inca. Viendo el desastre inminente, el inca ordenó la retirada del ejército.
En
ese momento, los enemigos, sabiendo que los Collasuyos se acercaban lentamente,
se lanzaron con furia hacia ellos, bloqueando su avance y causando una gran
matanza. Muy pocos lograron escapar de este poderoso y hermoso ejército de los
Collasuyos. Esta gran desgracia afectó profundamente al inca, ya que la
soberbia tanto del general como de los capitanes de los Collasuyos era
evidente, y en el consejo de guerra, hablaban con gran autoridad. Cuando se
vieron rodeados por los enemigos, los líderes militares se desconcertaron y no
pudieron dirigir eficazmente las tropas, lo que resultó en una pérdida masiva
de vidas debido a la falta de habilidad de los capitanes. El inca también tuvo
parte de culpa al confiar en las promesas de los dioses paganos, como la guaca
de Pachacamac, y al no contentarse con tantas mujeres para su harem. Además, la
situación se veía agravada por el hambre y la falta de ropa adecuada para la
tropa, mientras que la guerra se intensificaba cada día más. Finalmente, el
inca envió capitanes para reclutar más tropas en el Cusco.
En
ese momento, llega la noticia de que los Chiriguanaes habían salido a tomar
tierras del inca, lo que aflige al monarca. Por lo tanto, envía a capitanes más
experimentados para la conquista de los Chiriguanaes, con veinte mil hombres
del Chinchaysuyo.
El
inca, en esta etapa, se encontraba solo con cien mil hombres, y con esta fuerza
reducida, hace un llamado a la acción y los invita a beber y comer antes de
ordenarles enfrentarse a los enemigos. Ambos bandos pelean con valentía sin dar
tregua al ejército del inca. Ante esta situación, el inca envía al ejército de
los Collasuyos por las cordilleras hacia la fortaleza de los Cayambis, mientras
que los Chinchaysuyos avanzan por los llanos y el propio inca toma el camino
derecho. Renueva su ánimo y combate con más determinación que nunca.
Los
Collasuyos atacan con gran furia las fortalezas de los Cayambis, causando gran
destrucción y crueldad, sin perdonar a nadie. Ante el peligro inminente, los
Cayambis se desaniman, especialmente al ver la brutal venganza de los
Collasuyos por las pérdidas sufridas durante las emboscadas anteriores.
Mientras
tanto, los Chinchaysuyos escalan las montañas y ganan terreno contra los
defensores que arrojaban rocas desde lo alto. En medio de la batalla, el inca
combate personalmente junto a sus aliados, pero incluso él mismo casi es
derribado cuando tropieza. Ante esta situación, el inca deja su maza y toma la
lanza de su padre para seguir luchando.
Finalmente,
aquel día ambos campos estaban exhaustos, y así durmieron sin retirarse. Al
amanecer del día siguiente, la batalla se reanudó, y alrededor de las diez de
la mañana, los Collasuyos y los Chinchaysuyos atacaron con la misma ferocidad.
Sin embargo, las fortalezas de estos lugares eran casi inaccesibles, siendo
prácticamente peñas vivas, lo que dificultaba su captura.
Al
caer la tarde, viendo a los enemigos agotados y sin esperanza de recibir
refuerzos, empezaron a retirarse a otro lugar. En este momento, el inca Huayna
Cápac decidió detener el avance y ordenó que el ejército descansara por el
resto del día. Posteriormente, se enteraron de que los enemigos habían
fortificado su posición en una nueva y más fuerte ubicación bajo el mando de su
capitán. Entonces, el inca, junto con su gente, se dirigió a buscar a los
enemigos, que ya se habían reforzado y recibido ayuda, mientras que, en ese
momento, la nueva tropa del Cusco llegaba para apoyarlos.
Finalmente,
el inca, junto con toda su tropa, comenzó a combatir sin mostrar agradecimiento
a su general Mihicuacamayta y a los orejones. Estos últimos, llenos de enojo,
abandonaron al inca y tomaron la estatua de Guanacaure, marchando hacia el Cusco.
El inca, preocupado, rogó a los orejones que regresaran con promesas de
recompensa.
Mientras
tanto, los enemigos infligieron daños y estragos en el ejército de
tabantinsuyos. Finalmente, el inca logró persuadir a los veintidós mil orejones
para que regresaran, con quienes continuaron la guerra sin causar daño. Además,
el inca ordenó preparar una gran cantidad de ropa y comida para los orejones
como gesto de reconciliación, ofreciéndoles también otras muchas cosas como
muestra de su gratitud.
Los
guerreros Tabantinsuyos lucharon con gran lealtad en esta ocasión, soportando
hambre, sed y fatiga, pero el inca no parecía tomar en cuenta sus sacrificios.
Mientras tanto, los orejones, ya satisfechos con las recompensas recibidas,
comenzaron a murmurar contra el inca. Esto llevó al inca a proporcionar comida
a los tabantinsuyos nuevamente, quienes continuaron la guerra con gran
determinación contra los enemigos, infligiendo grandes pérdidas a los Cayambis.
Los
enemigos, unos treinta mil hombres, se retiraron a refugiarse en las montañas,
desde donde el inca los persiguió y causó un gran estrago. Después de algunos
días, los expulsó de las montañas de Otavalo, forzándolos a retroceder hacia
una laguna donde había sauces y totorales. Allí, el inca los cercó y provocó
una gran matanza, dejando un rastro de sangre y muerte que convirtió la laguna
en un lugar conocido como Yaguarcocha.
El
inca luego se dirige a Quito para descansar y promulgar nuevas ordenanzas y
tasas. En ese momento, llega la noticia desde el Cusco de una epidemia de
sarampión. Entonces, parte hacia las conquistas en el nuevo reino de Opaluna,
llegando hasta los Pastos y más allá. Mientras avanzaba, el inca experimenta un
fenómeno extraño: rayos caen a sus pies, lo que lo hace regresar a Quito,
interpretando esto como un mal presagio.
Mientras
se dirige hacia la costa con su ejército, en medio de la noche se ve rodeado visiblemente
por una multitud de millones de hombres, sin que se sepa quiénes eran. Al
respecto, el inca comenta que eran almas de los vivos que Dios había mostrado,
indicando que tantos morirían en la epidemia. Estas almas, según él, venían en
su contra, interpretando que eran sus enemigos. Por esta razón, ordena
prepararse para la guerra y regresa a Quito con su ejército, donde celebra la
fiesta de Capac Raymi con solemnidad.
Después,
durante la hora de comer, llega un mensajero vestido con una manta negra, quien
reverencia al inca y le entrega una caja cerrada con llave. El inca ordena al
mensajero que la abra, pero este se disculpa diciendo que el Hacedor le ha
ordenado que solo el inca la abra. El inca comprende la razón y abre la caja,
de la cual salen como mariposas o papeles volando y esparciéndose hasta
desaparecer; se trata de la peste del sarampión. Dos días después, fallece el
general Mihacnacamayta y muchos otros capitanes, todos con el rostro cubierto
de erupciones.
Al
ver esto, el inca ordena construir una casa de piedra para esconderse, y luego
se oculta en ella, tapándose con la misma piedra, donde finalmente muere. Ocho
días después, su cuerpo medio descompuesto es sacado y embalsamado, y es
llevado al Cusco en andas, como si estuviera vivo, vestido y armado, con su
cetro y su lanza en la mano. Su llegada al Cusco es recibida con gran
celebración.
En
Quito, deja a su hijo llamado Topaataovallpa (Atahualpa), junto con muchos
capitanes, orejones y curacas, para asegurar la permanencia y seguridad de la
tierra. Estos líderes eran conocidos como Quisquis, Calcuchimac, Uñachuyllo, Rumiñahui,
Ucumari, entre otros curacas.
Huáscar
Inca, el undécimo inca.
Y
así, como menciono, el cuerpo de Huayna Cápac entra con gran pompa como si
estuviera vivo, y la gente muestra respeto hacia el difunto cuerpo de Huayna
Cápac. Después de haberlo enterrado según las costumbres ancestrales, se
declara un llanto general por su fallecimiento, ya que hasta entonces no se tenía
noticia de su muerte. Además, Huáscar hace que su madre, Rahua Ocllo, se case
con el cuerpo difunto para legitimar su posición, utilizando a los ministros
del templo para asegurar su legitimidad. De esta manera, Topacucigualpa los
declara hijos legítimos de Huayna Cápac y ordena a todos los nobles del
Tawantinsuyo que juren lealtad a su nuevo señor natural, lo cual hacen. Luego,
solicita a los grandes curacas y consejeros que acudan al ministro de
Coricancha para recibir investiduras ceremoniales y símbolos de autoridad, como
el Cápac Llauto, Suntur Paucar, Ttopayauri y Cápac Uncu, preparándolos para la
coronación con gran esplendor. Distribuye entre ellos vestimentas adornadas con
plumas de oro y plata, alimentos, llamas y armas, además de nombrar a muchos
caballeros y otorgarles purapura, todo con el fin de ganar su favor.
Finalmente, después de un año, les concede el Cápac llauto, nombrándolos Inti
Cusi Huallpa Huáscar Inca, y se casa con su propia hermana carnal, Chuqui Huipa,
adoptando el nombre de Coya mama Chuqui Huipa Chuquipay.
Posteriormente,
el mencionado Huáscar, ya proclamado Inca, recluta a mil doscientos Chachapoyas
y Cañares como sus guardias y sirvientes en su palacio, despidiendo a los
guardias de su padre. Comienza entonces a castigar a los capitanes de su padre,
decapitándolos y cuestionando por qué habían dejado a Atahualpa en Quito. A los
demás capitanes, en lugar de mostrar gratitud, los encarcela en Arauay y
Sangacancha. Luego, se dirige a las provincias de los Collasuyos y llega a
Titicaca, donde ordena la instalación de una imagen dorada del sol, a la que
adora, declarando que venera a Viracocha Inti, agregándole el nombre Inti.
Regresa luego al Cusco, deteniéndose en Pomacanche, donde se encuentran todos
los curacas, cada uno llegando con sus andas o literas según los méritos
otorgados por los anteriores Incas; aunque Huáscar se burla de ellos, no les
quita sus privilegios. En la plaza de Pomapampa, ordena que todas las acllas
sean llevadas a la plaza de cuatro maneras diferentes. Una vez allí, en medio
de una multitud de curacas y gente del reino, hace salir cien indios
llamallamas y hayachucos, mientras ellos representan sus comedias, él visita a
todas las doncellas, ordenando a los llamallamas que las ataquen, forzándolas a
un acto público de bestialidad, como si fueran simples animales de la tierra.
Las doncellas, al verse así violentadas, claman al cielo con los ojos llenos de
angustia, lo cual causa gran consternación entre todos los nobles del reino,
quienes consideran a Huáscar como un gobernante insensato; sin embargo, por
miedo, continúan mostrando respeto hacia él como parte del protocolo.
En
ese momento, Atahualpa envía a Huáscar una petición para que le otorgue el
título y nombramiento de gobernador y capitán de las provincias de Quito. Huáscar
accede y le otorga el título de Ingaranti (virrey del Sapa Inca), y los
habitantes de Quito lo reconocen como tal. Sin embargo, el curaca de los Cañaris,
llamado Orccocolla, envía a Huáscar una falsa acusación, cuestionando por qué
permitía que Atahualpa se hiciera llamar Inca. Al enterarse de esto, Huáscar se
enfurece. Entonces, Atahualpa envió un rico presente a su hermano Huáscar Inca
en Cusco, con la intención de aplacar su ira. Sin embargo, Huáscar, enfurecido,
rechazó los regalos quemándolos en una hoguera. Además, en un acto de crueldad
extrema, ordenó que con las pieles de los mensajeros de Atahualpa se hicieran
tambores, y despidió al resto de la comitiva enviándolos de regreso a Quito con
esta terrible noticia. Además, envía vestimenta femenina a Atahualpa, junto con
palabras insultantes. Posteriormente, envía al capitán Guaminca Atoc con mil
doscientos hombres para arrestar a Atahualpa y a los demás capitanes, pero al
llegar a Tumebamba, deciden descansar.
Mientras
tanto, los mensajeros llegan a Quito y le cuentan a Atahualpa todo lo sucedido,
incluyendo los detalles sobre los vestidos de mujer, adornos y otros regalos. Atahualpa
y los capitanes reciben la noticia con gran pesar, sin pronunciar palabra. En
ese momento, llega la noticia de Orcocolla, el curaca de los Cañaris,
informando que Guaminca Atoc viene para arrestarlos. Al enterarse de esto, Atahualpa
envía un mensaje al capitán de Huáscar, preguntándole el propósito de su
llegada con una fuerza armada. El capitán, enojado, responde que solo viene por
él. Ante esta amenaza, Atahualpa se reúne en consejo con todos los capitanes
orejones y decide tomar las armas.
En
consecuencia, convoca a una asamblea de los habitantes de la provincia de
Quito, quienes juran seguir sus órdenes. Después de comer juntos, distribuye
armas y vestimenta almacenadas por su padre, y comienza a organizar a la gente.
Atahualpa, al verse en esta situación, asume el título de Inca y comienza a ser
llevado en andas. Al día siguiente, recluta a trece mil hombres para formar un
ejército, compuesto por guerreros muy capacitados.
Después
de unos pocos días, el capitán Atoc llega a Ambato, muy cerca de Quito, y Atahualpa
sale con su ejército para enfrentarlo. La batalla comienza y, aunque al principio
los seguidores de Atahualpa son derrotados con cierta facilidad, los mitimaes y
los nativos se desaniman. Viendo el desaliento del príncipe, los capitanes lo
alientan a intentarlo nuevamente. Atahualpa elige a Calcuchímac como su general
y a Quisquis como su segundo al mando. Con la ayuda de estos líderes,
reorganiza a su ejército y logra vencer al capitán Atoc, capturándolo y
sacándole los ojos. Con esta acción, espera que la situación se calme.
Pero
Huáscar, al enterarse de la desafortunada noticia sobre el destino de su
capitán Atoc, se llena de aún más enojo y furia. En respuesta, nombra a su
hermano carnal, Huanca Auqui, como general de un ejército de doce mil hombres,
con la misión de devastar a Atahualpa. Huanca Auqui parte del Cusco con su ejército,
recibiendo órdenes de reclutar más tropas en el camino. Al llegar a la ciudad
de Tomebamba, solicita refuerzos antes de avanzar.
Mientras
tanto, Atahualpa, al enterarse de la partida de Huanca Auqui, reúne un ejército
con la intención de asegurar su dominio desde Yayanaco, siguiendo el consejo de
sus capitanes y considerándose uno de los herederos legítimos de Huayna Cápac.
Finalmente,
Huanca Auqui llega a la región de Quito, y Atahualpa sale a su encuentro con
dieciséis mil hombres para librar batalla. Sin embargo, Huanca Auqui llega a un
acuerdo secreto con Atahualpa, lo que prolonga artificialmente el conflicto
mientras simulan combatir. Durante este tiempo, Huáscar envía refuerzos.
Ambos
ejércitos se enfrentan nuevamente cerca de Quito, luego avanzan hasta
Tomebamba, donde continúan la lucha. Después, la batalla se traslada a la
región entre Chachapoyas y Cañaris, donde Atahualpa logra vencer a Huanca Auqui.
Atahualpa regresa triunfante a Quito y, como castigo por su participación,
inflige una brutal represalia en la región de los Cañaris. Finalmente, en
cuatro enfrentamientos, las fuerzas de Huanca Auqui son derrotadas.
En
este período, Calcuchimac se establece en Tomebamba mientras Atahualpa realiza
incursiones y conquistas en una provincia de Quito. Por otro lado, Huanca Auqui,
en nombre de Huáscar, conquista la provincia de los Pacllas en Chachapoya.
Después de estas victorias, reúne más tropas y se enfrenta a las fuerzas entre
Chachapoyas y Cajamarcas, sufriendo otra derrota. Luego avanza hacia Huánuco, y
desde allí se dirige hacia Bombón, donde se encuentran los ejércitos de Huáscar
y Atahualpa.
Dado
que ambos generales, Huanca Auqui y Atahualpa, están decididos a poner fin a
las guerras y resolver quién gobernará el reino, deciden enfrentarse
definitivamente para determinar el futuro del imperio.
Finalmente,
después de una intensa disputa, los dos ejércitos se encuentran en Bombón, cada
uno con cien mil hombres. Organizan sus formaciones y, una vez listos, se
preparan para la batalla. Durante tres días, luchan ferozmente hasta que, al
tercer día, los capitanes Quisquis y Calcuchimac, al servicio de Atahualpa,
emergen victoriosos. En esta batalla, mueren aproximadamente veinte mil
soldados de ambos bandos.
Después
de su derrota, Huanca Auqui se retira hacia Jauja, donde encuentra un pequeño
ejército que Huáscar había enviado en su ayuda. El capitán que lideraba este
contingente reprende a Huanca Auqui con gran furia, cuestionando por qué había
actuado de manera tan cobarde. Huanca Auqui, indignado, se excusa diciendo que
quería verificar personalmente la fuerza del ejército enemigo liderado por
Quisquis y Calcuchimac. Enfurecido, el capitán orejón espera con sus seis mil
hombres nuevos. Sin embargo, al enfrentarse a la abrumadora superioridad
numérica del ejército de Quisquis, los orejones son derrotados en tan solo dos
días.
Durante
estos días, Huanca Auqui se entrega a la embriaguez en el valle de Jauja junto
a sus tíos, enviando regalos desde allí al guaca de Pachacama, solicitando su
favor. La respuesta del guaca es un irónico "¡buena esperanza!" A
pesar de ello, Huanca Auqui ordena la movilización de todos los Guancas, Yauyos
y Aymaraes, bajo su autoridad, para defender a Huáscar. Con este contingente, Huanca
Auqui lidera una fuerza de doscientos mil hombres.
Mientras
tanto, debido a la gran fortaleza de Quisquis, parte del valle de Jauja se
vacía en dirección al Cusco. Al ver la partida de Huanca Auqui del valle, Quisquis
aprovecha para ingresar y descansar allí por algunos días, enviando mensajeros
a Quito en busca de más tropas. También envía solicitudes a los Chachapoyas,
Guayllas, los llanos de Chimo, y a los Yauyos y Aymaraes para unirse a su
causa, además de ordenar lo mismo para los Guancas, todos bajo la autoridad de
la guaca de Pachacama.
Finalmente,
el guaca de Pachacama proclama que la victoria será suya. En respuesta, Huáscar
envía mensajeros por los llanos para pedir al oráculo o guaca de Pachacama que
diga la verdad sobre quién ganará la batalla. El oráculo responde
afirmativamente y les asegura la victoria, instándolos a mantener el ánimo alto
y a reunir todo su poder, prometiendo que entonces prevalecerán.
Por
orden de Huáscar, se convoca a todos los oráculo e ídolos de la región, quienes
también prometen la victoria en Vilcas. Además, manda llamar a todos los
laycas, umos, cauchos, uallaviças, contiviças, canaviças y cuscoviça para que
realicen sacrificios y augurios. Estos adivinos les aseguran que los enemigos
no pasarán más allá de Angoyaco y que la victoria será suya desde la batalla en
ese lugar.
En
ese momento, un orejón del Cusco, acompañado por doce mil hombres, enfrenta a Atahualpa
y sus fuerzas sobre el río Angoyaco. Sin embargo, Huanca Auqui abandona al
capitán orejón, negándole el apoyo de los demás capitanes y soldados. A pesar
de ello, el capitán y sus doce mil hombres logran resistir durante un mes en
Angoyaco. Sin embargo, al final, son vencidos y aniquilados por las fuerzas de Atahualpa.
Esta
noticia llega a Huáscar mientras él está ocupado en la confrontación con los oráculos
(guacas), acompañado de los laycas y otros. A los chachacunas y chachacunas,
les dice muchas palabras malévolas y falsas, así como a los más de cuarenta
guacas que han sido convocados por los chachacunas. Con desprecio, Huáscar
pronuncia palabras de menosprecio hacia todos, diciendo: "llollavatica
haochha aucasopay, chiquiymanta pallcoymantam chirmayñaymantam camcam Cuscocapacpaaocan
cunacta mucharcayque callpaaysayuan callparicuyuan aspacayñiyban runa
arpayñiyban camcam hillusuua cunactacay chapas camcanacoycunactaca runavallpa
quiypa haocha aucaña catamuscampas canquichic chicallata chinallatac mitaysanay
villcaycunapas camcuna guaca rimachon camcam cunactam, ari, Tonapa Tarapaca
Viracochan Pachayachip yanan ñuscaca chicrisuscanqui." Luego, realiza un
juramento de infidelidad, sacude sus mantas y besa un poco de tierra,
advirtiéndoles que, si logra sus objetivos, serán sus enemigos incluso más que
Mayta Cápac y otros de sus predecesores. A partir de ese momento, Huáscar se
convierte en enemigo de las guacas, ídolos y hechiceros.
Así,
Huáscar envía mensajeros a todo su reino de Tawantinsuyo, desde Chile hasta
Coquimbo, Tucumán, Chiriguanos, los Andes de Callabaya, y los Hatunrunas,
quienes son conocidos como gigantes, así como a los Andes. En pocos días,
llegan incontables hombres de guerra de todo el reino, y Huáscar realiza una
revisión de tropas. La multitud es tal que no caben en el lugar y continúan
llegando cada día. Mientras tanto, el Inca recibe la noticia de que Calcuchimac
y Quisquis están en Vilcashuamán con su ejército.
Entonces,
Huáscar envía mensajeros desde allí hacia Huanca Auqui, ordenándole que les
tome desprevenidos y los ataque durante la noche. Al mismo tiempo, Quisquis y Calcuchimac,
al enterarse de esto, hacen lo mismo y sorprenden a las fuerzas de Huáscar más
allá de Andahuaylas la Grande, ganándoles terreno.
Finalmente,
Huáscar envía a los capitanes del Cusco con sus tres millones de hombres de
guerra para evaluar el tamaño y la fuerza de Quisquis y Calcuchimac. Estos,
junto con sus capitanes Rumiñahui, Ocumari, Uñachuyllo y otros, aún contaban
con al menos un millón y medio de soldados en su campamento, con cada capitán
liderando al menos mil hombres. A pesar de esto, el ejército de Huáscar tenía
una clara ventaja numérica.
Huanca
Auqui, al llegar a Corampa, deja un millón de hombres en Guancarama y
Cochacassa para contener a Quisquis y su ejército, y luego se dirige al Cusco
para informar a Huáscar. Cuando llega, Huáscar lo recibe con respeto y lo ve
arrodillarse y llorar, expresando sus excusas con sinceridad. Finalmente, los
dos hacen las paces y se reconcilian como hermanos.
Así,
Huáscar parte del Cusco, acompañado por todos los curacas y auquiconas como sus
soldados, así como por los orejones de Manco Churin Cusco, que son caballeros,
y los Acaca Cuscos y Ayllón Cuscos, caballeros particulares. Delante de él
marchan los Quingueares y Collasuyos, Tambos, Mascas, Chilques, Papres,
Quicchguas, Mayos Tancos, Quilliscches, mientras que los Chachapoyas y Cañaris
actúan como su vanguardia o retaguardia, todos organizados con gran disciplina.
Huáscar
llega a Utcupampa con un aparato imperial y una majestuosidad nunca antes
vista. Nunca antes en el Perú se había presenciado una exhibición tan
impresionante. Las tropas de Tawantinsuyo se alinean en formaciones ordenadas a
lo largo del río Apurímac, desde Ollantaytambo hasta más allá de Huacachaca,
formando una media luna que abarca el área desde Cochabamba hasta Omasayua. Por
otro lado, los enemigos ocupan el área desde Chuntaycassa hasta el río
Pallcaro, llenando ambos lados del campo de batalla con una multitud densa y
decidida.
Ese
día, todos planifican y trazan cómo darán la batalla. Huáscar sube a una colina
más alta cerca del río Apurímac y observa hacia abajo y hacia arriba. Se
regocija al ver una multitud tan vasta que parece harina o tierra esparcida por
todas partes. Los cerros, valles y llanuras están cubiertos de oro, plata y
plumas de mil colores, y no hay un solo lugar sin gente, con una extensión de
hasta doce leguas a lo largo y seis o siete leguas de ancho.
Cada
nación o provincia tiene sus tambores y flautas de guerra listos para tocar, y
tantos cánticos de guerra resuenan que la tierra parece temblar bajo sus pies.
Se dice que el estruendo era suficiente para enloquecer a cualquiera.
Así
pues, al día siguiente, Huáscar envía mensajeros por todo su campamento para
anunciar el inicio de los enfrentamientos, instando a todos a atacar con toda
su furia y vigor, dando señales con humaredas y tocando los tambores de guerra.
Comienza una serie de batallas en toda la llanura, con Quisquis y Calcuchimac
haciendo lo mismo en su bando. Durante ese día, el estruendo de la batalla no
cesó, y aunque murieron innumerables hombres, se estima que fueron al menos
veinte mil, desde las primeras horas de la mañana hasta la caída del sol.
Al
día siguiente, la batalla continúa después del almuerzo y persiste de manera
cruel hasta el ocaso. Se dice que ese día, la suerte de la batalla favoreció a Huáscar.
En el tercer día, los enfrentamientos comienzan al amanecer y continúan hasta
la hora de comer, sin que los bandos puedan distinguirse claramente. Con ambos
ejércitos exhaustos, deciden tomar un breve descanso y reservar fuerzas para el
día siguiente. Durante estos días, tantos hombres perdieron la vida que los
campos quedaron cubiertos de cadáveres y empapados en sangre.
Y
así, al cuarto día, los enfrentamientos se intensifican con una ferocidad y
crueldad sin igual, como si los combatientes estuvieran cegados por la batalla.
Los capitanes de Atahualpa, Quisquis y Calcuchimac, exhaustos y con solo medio
millón de hombres restantes, retiran su campo hacia tres altas colinas
cubiertas de pastizales, donde se fortifican y se resguardan por el día.
Al
amanecer, los Collasuyos, al ver a sus enemigos acorralados, atacan con
renovado ímpetu y crueldad, mientras el inca ordena que se acerquen a las
colinas y les den batalla desde todos los flancos. Viendo que estaban perdiendo
hombres sin cesar, Quisquis y Calcuchimac deciden retirarse a una colina aún
más alta, cubierta de pastizales y árboles dispersos.
En
ese momento, un indígena de los Canas o Collasuyos sugiere al inca prender
fuego a la colina, y este ordena que se inicie el incendio, formando un cerco
alrededor de ellos. Los soldados prenden fuego desde todos los ángulos, y
pronto las llamas, avivadas por el viento, se vuelven incontrolables,
provocando una devastadora tormenta de fuego. Muchos de los Chinchaysuyo quedan
atrapados y perecen en el incendio, mientras que la gente de Huáscar ataca con
aún más crueldad, causando estragos entre los sobrevivientes como si fueran
moscas en la miel.
Se
dice que Quisquis y Calcuchimac lograron escapar con apenas dos mil trescientos
hombres, y ni siquiera todos estaban ilesos. La batalla dejó atrás ríos de
sangre y los lugares quedaron empapados de ella, llenos de cadáveres que
contaminaban el aire con su hedor. Fue una verdadera carnicería.
Al
final, los dos mil hombres liderados por Quisquis y Calcuchimac huyeron con gran
temor y espanto, aprovechando la oscuridad de la noche para escapar sin ser
perseguidos hasta su alcance por los vencedores. Aunque los capitanes querían
perseguirlos, Huáscar decidió reservar la persecución para el día siguiente.
Mientras
tanto, Quisquis y Calcuchimac, con apenas seiscientos hombres, se reagruparon
en el cerro de Cochacassa, a diez leguas del lugar de la batalla. En medio de
la noche, prendieron fuego con una mecha de cebo colocada sobre sus manos
izquierdas, simbolizando con dos bultos de cebo, uno en representación del
campo de Huáscar y otro del campo de Atahualpa. El fuego que representaba a Huáscar
ardió con gran intensidad, pero se extinguió rápidamente, mientras que el que
representaba a Atahualpa continuó ardiendo vigorosamente. Esta señal fue
interpretada como un buen augurio por Quisquis y Calcuchimac, quienes entonaron
el haylli de quichu para animar a sus hombres, sugiriendo que les deparaba un
destino favorable.
Finalmente,
Quisquis llega a Utcupampa en busca de Huáscar con sus seiscientos hombres y
cuarenta indios mudos, llegando al lugar donde Huáscar dormía al amanecer.
Aprovechando el momento, Quisquis enciende fuego y forma su campo de orejones
casi dormidos. Mientras los Tabantinsuyos estaban en general almorzando, los
capitanes de Atahualpa prenden a Huáscar con relativa facilidad, utilizando a
los mudos como avanzada y encerrando a los orejones sin que estos se dieran
cuenta. Luego, Quisquis, Rumiñahui y Ocumari entran en acción y derriban a los
Camanatas y Lucanas, quienes cargaban al inca, capturando así el cuerpo de Huáscar
y llevándolo preso a Salcantay. Cuando el ejército de Huáscar ve y se entera de
esto, se desmoraliza y cada uno se retira a sus tierras. Se dice que en esa
batalla fueron muertos dos gigantes, cuyos huesos se encuentran actualmente en
Chacaro, ocupando un andén.
Después
de haber capturado el cuerpo de Huáscar, Quisquis y Calcuchimac no deseaban
otra cosa más que establecer su autoridad. Por lo tanto, Quisquis parte hacia
el Cusco, pero al llegar no entra en la ciudad por temor. Solo asoma su
presencia desde Çinca y luego regresa al lugar de Quibipaypampa, donde se
establece y ordena a todos los grandes, curacas y auquiconas, junto con todos
los orejones, que acudan a la obediencia de Ticci Cápac, aunque entendieron lo
contrario. Eventualmente, todos acuden, incluyendo la coya, la madre de Huáscar,
el infante y Huanca Auqui, junto con todos los capitanes. Quisquis los castiga
a todos, rodeándolos con seis mil hombres de guerra. Luego hace sacar a Huáscar
maniatado y con quisbas alrededor de su cuello, y lo avergüenza con afrentas,
llamándolo "cocahacho ysullaya", que significa bastardo y comedor de
coca, entre otras ofensas. Finalmente, Quisquis y Calcuchimac llaman a la madre
de Huáscar y le reprochan por permitir que su hijo desprecie tanto a Atahualpa,
señor de las batallas, siendo ella la antigua compañera de Huayna Cápac.
Al
escuchar estas palabras, Huáscar, aún atado, se dirigió a Calcuchimac y Quisquis
con firmeza: "Vengan aquí, orejones. ¿Por qué pretenden juzgar mi linaje?
Les advierto, les ordeno, que de ahora en adelante no se entrometan en estos
asuntos. Reserven eso para Atahualpa, mi hermano menor, con quien me
enfrentaré, ya que lo tienen bajo su poder". Ante la autoridad que emanaba
de Huáscar, Quisquis se levantó y lanzó un insulto al inca, recordándole su
posición en el tribunal y el trono: "¡Menguado, ¿no te das cuenta de que
estás aún en el tribunal y el trono de los incas?". Finalmente, con su
lanza, atravesó sus gargantas y los obligó a beber orina en lugar de coca. Huáscar,
sintiéndose ultrajado y maltratado, apretó los dientes y alzó la voz clamando
al cielo: "Señor Creador, ¿cómo es posible que me hayas dado tan poco
tiempo? Hubiera sido mejor que no me confiaras este cargo y no me enviaras
tantas aflicciones y guerras". Quisquis y Calcuchimac se burlaron
grandemente, recordándole sus errores y pecados, atribuyendo sus desgracias a
sus propias acciones, como haber deshonrado a las doncellas consagradas al
Creador y haber menospreciado su grandeza. Huáscar les recordó entonces todos
los actos de adoración a las guacas, reconociendo así sus propios pecados.
Finalmente,
en esos días, Quisquis ordena la ejecución de todas las concubinas e hijos de Huáscar,
y al día siguiente de todos sus criados y sirvientes, sumando en total
alrededor de mil quinientas personas, incluyendo a las concubinas solas que
estaban en el palacio de Pucamarca, entre otros. Luego, Quisquis envía a Huáscar,
su esposa, su madre y un hijo mayor junto con un niño varón, acompañados de
Guancauque y los consejeros más cercanos del inca, custodiados por cien
soldados, hacia la presencia de Atahualpa.
Pocos
días después, llegó la noticia del desembarco y la llegada de los españoles a
Tombis, dejando a todos atónitos. Siguiendo el consejo de Quisquis, se ocultó
una gran cantidad de riquezas bajo tierra. Además, se afirmó que, por orden de Huáscar,
antes de que estallaran las guerras y batallas, se habían escondido una cuerda
de oro, tres mil cargas de oro y otras tantas o más de plata en Condesuyo. En
conclusión, todos los objetos valiosos, incluidos los lujosos vestidos de oro,
fueron escondidos tanto por los nobles como por los indígenas siguiendo las
mismas directrices.
Durante
este tiempo, Fulano del Barco y Candia llega al Cusco sin encontrarse con Huáscar.
Se dice que también apresaron a Calcuchimac, mientras Huáscar se acercaba a
Cajamarca. En ese mismo período, Francisco Pizarro captura a Atahualpa en
Cajamarca, en medio de una multitud de indígenas, tras haber hablado con el
padre fray Vicente de Valverde. Durante el encuentro, unos doce mil hombres
indígenas fueron muertos, quedando muy pocos. Los indígenas creyeron que
Pizarro era el mismo Pachayachachic Viracocha o sus mensajeros y, por eso, los
dejaron en paz. Cuando Pizarro disparó las piezas de artillería y los
arcabuces, los indígenas pensaron que era Viracocha y, al creer que eran
mensajeros, no los tocaron, evitando incluso el contacto con los españoles.
Finalmente,
Atahualpa fue encarcelado y mientras estaba allí, reflexionó: "Incluso los
pájaros conocen mi nombre, Atahualpa". Desde entonces, los españoles lo
llamaron Viracocha. Este apodo surgió cuando los españoles, desde Cajamarca,
confundieron a Atahualpa con el portador de la ley de Dios, el Creador del
cielo. Así, los españoles llamaron a Atahualpa "Viracocha" y al
gallo, que cantaba en la cárcel, "Atahualpa".
Mientras
tanto, Atahualpa, estando preso, envió mensajeros a Antamarca para ordenar el
asesinato de Huáscar. Luego, fingió estar triste falsamente para engañar al
capitán Francisco Pizarro. Finalmente, por orden de Atahualpa, se perpetró el
cruel asesinato de Huáscar, su hijo, esposa y madre en Antamarca. El Marqués de
esta tierra supo de todos estos eventos a través de las quejas y reclamos de
los curacas agraviados. Atahualpa fue bautizado con el nombre de Don Francisco.
Sin embargo, más tarde fue ejecutado por traición.
Después
de estos acontecimientos, el capitán Francisco Pizarro partió junto con el
padre Fray Vicente hacia el Cusco. Durante su viaje, Pizarro llevó consigo a un
hijo ilegítimo de Huayna Cápac, quien fue proclamado inca, pero falleció en el
valle de Jauja. Desde allí, Pizarro llegó con sesenta o setenta hombres
españoles al puente de Apurímac, donde Manco Inca Yupanqui, acompañado de todos
los orejones y curacas, se presentó para ofrecer obediencia y convertirse al
cristianismo. Se celebró un encuentro de paz donde todos adoraron la cruz de
Jesucristo, ofreciéndose como súbditos del emperador Don Carlos. Luego, se
dirigieron a Vilcaconga, donde los apocaracas y orejones, llenos de alegría,
participaron en celebraciones. Finalmente, llegaron a Jaquijahuana, donde al
día siguiente, el padre Fray Vicente y el capitán Francisco Pizarro solicitaron
a Manco Inca Yupanqui que se vistiera con los ropajes de Huayna Cápac, su
padre. Después de mostrarse, Manco Inca Yupanqui fue examinado por Pizarro y
Fray Vicente, quienes le pidieron que se vistiera con el atuendo más lujoso. En
un gesto simbólico, Pizarro mismo se vistió con este traje en nombre del
Emperador.
Finalmente,
Pizarro y su comitiva partieron hacia el Cusco, mientras Manco Inca Yupanqui
viajaba en sus literas. A su llegada, los españoles y los curacas marcharon con
gran orden, acompañados por el inca y el capitán Francisco Pizarro, quien con
el tiempo sería conocido como Don Francisco Pizarro. Al llegar al Cusco, cerca
del pueblo de Anta, se encontraron con Quisquis, el cruel capitán del difunto Atahualpa,
quien les dio batalla junto con los orejones y los españoles. Después de esta
confrontación, continuaron hacia Capi.
El
Marqués, acompañado del inca y del Santo Evangelio de Jesucristo, ingresó a Cusco
con gran pompa y majestuosidad real. El Marqués, con sus canas y barba largas,
representaba la figura del emperador Carlos V, mientras que el padre Fray
Vicente, con su mitra y capa, personificaba a San Pedro, el pontífice romano,
no como Santo Tomás, quien había renunciado a la riqueza. El inca, con sus
andas adornadas con plumas preciosas y el atuendo más lujoso, sostenía su Suntur
Paucar en la mano, simbolizando su papel como rey con sus insignias reales de Capac
Unancha. Los nativos se regocijaban, impresionados por la llegada de tantos
españoles y la magnificencia del espectáculo.
Finalmente,
el padre Fray Vicente se dirigió directamente a Coricancha, la casa construida
por los antiguos incas para el Creador. Ahí, la tan ansiada ley de Dios y su
Santo Evangelio entraron para reclamar el lugar que durante tanto tiempo había
sido usurpado por antiguos enemigos. Fray Vicente predicaba incansablemente,
como el apóstol Santo Tomás, patrón de este reino, con el celo de ganar almas y
convertirlas, bautizando a los curacas con hisopos, ya que no podían derramar
agua sobre cada uno debido a la barrera del idioma. Aunque hablaba a través de
un intérprete, estaba siempre ocupado, a diferencia de los sacerdotes de hoy en
día. Los españoles, durante ese tiempo, estaban muy dedicados a llamar a Dios,
con gran devoción, mientras que los nativos eran inspirados por sus buenos
ejemplos. En resumen, mientras que en aquel entonces la atención se centraba en
la llamada a Dios y la devoción era alta tanto entre los españoles como entre
los nativos, hoy en día, la atención se enfoca en la sujeción y los españoles
no muestran la misma dedicación a la religión como en aquellos tiempos.
Fin
Compilado
y mejorado por Lorenzo Basurto Rodríguez.
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