Suma y narración de los Incas: Juan De Betanzos Primera parte

Desde aproximadamente el año 1607, cuando el erudito dominico fray Gregorio García mencionó en el prólogo y el capítulo VII de su obra "Origen de los indios" la historia elaborada por Juan de Betanzos sobre el origen, descendencia, sucesión, guerras y eventos de los Incas hasta la llegada de los españoles al Perú, y señaló que tenía en su posesión esta obra y que le había ayudado mucho en su propio escrito, parece que nadie más ha profundizado en ella ni ha dado cuenta de su paradero después de la muerte de García, ocurrida en su convento en Baeza. Aparte de las breves menciones que recibió de León Pinelo y Nicolás Antonio, así como de la referencia al comentario del dominico, el libro de Betanzos no vuelve a ser mencionado hasta tiempos recientes, citado de manera breve y poco distinguida por Prescott en su obra "Conquista del Perú", como uno de los materiales que utilizó para reconstruir o imaginar el pasado de esa vasta monarquía. Sin embargo, el título bajo el cual Prescott hace estas citas breves sugiere que el manuscrito que tuvo a su disposición no es el original o una copia del que poseía fray Gregorio, sino una transcripción que se encuentra en el mismo códice L j 5 de la biblioteca del Escorial, donde también se conserva de manera anónima la Segunda parte de la crónica del Perú de Cieza de León. Es probable que el historiador norteamericano recibiera esta transcripción junto con otra de la segunda parte de la crónica, entregada por alguien que obtuvo los documentos de los archivos de Lord Kingsborough y que luego fue enviada desde Londres por Mr. Rich a Juan de Sarmiento. Desafortunadamente, la copia del libro de Betanzos que se encuentra en el Escorial está incompleta.

Al menos, según lo que encontré durante el verano de 1875 en un volumen grueso que había sido encuadernado muchos años antes y que conservaba todos sus folios, y presumo que de manera similar lo habría encontrado quien hizo la copia para Kingsborough, el texto constaba únicamente de los principios y los dieciocho primeros capítulos, estando el último de ellos incompleto.

Sin embargo, lo más preocupante es que, en mi opinión, ese fragmento, aunque considerable, es todo lo que se conoce hoy de "SUMA Y NARRACION DE LOS INCAS". El silencio de los bibliófilos y de los cronistas dominicanos, por un lado, y la falta de resultados en mis esfuerzos por encontrar el manuscrito que fray Gregorio tuvo y utilizó, y que seguramente habría legado al convento donde falleció, son señales ominosas.

Ahora, considerando estas preocupantes señales, es importante examinar si esos principios y capítulos merecen ser publicados de inmediato o si sería preferible esperar a que aparezca el resto del texto, para así formarse una idea completa de la importancia de la obra y del mérito del autor, y decidir entonces si merecen ser impresos.

No puedo negar que, como buen español, soy impaciente en estas cuestiones. Pero ¿y si Betanzos tuviera que esperar siglos para ser publicado? Es una posibilidad que no se puede descartar. Además, en cuanto a los fragmentos de su tratado, personalmente creo que son de verdadera importancia y de utilidad considerable para el estudio de las antigüedades peruanas. No solo por la singularidad de la información que contienen y por el invaluable hecho de que abarcan todos los datos recopilados desde los primeros años de la Conquista hasta 1551, sino también por su estilo, que es incomparable.

Nadie retrata con tanta fidelidad el carácter de los indios peruanos, sus rasgos de serenidad y calma, así como sus repentinos estallidos de crueldad, alegría, tristeza o miedo, como lo hace Betanzos al relatar sus obras, hechos, acciones y pasiones. En su historia, las cosas suceden de manera auténticamente indígena, a diferencia de lo que encontramos en Cieza, Garcilaso y otros, donde se relatan más al estilo español, e incluso tal vez al estilo romano o griego. Cuando un personaje habla en la obra de Betanzos, lo hace y se expresa como lo haría en su propia tierra, con discursos detallados, repitiendo conceptos y frases sin necesidad, y limitando el uso de sinónimos.

Se puede creer fácilmente lo que Betanzos afirma en la dedicatoria a don Antonio de Mendoza: que, para hacer su historia verídica, tuvo que traducir los eventos tal como ocurrieron y mantener la forma y el modo de hablar de los nativos.

Este trabajo no debería permanecer desconocido. En cuanto a la personalidad de su autor, es relevante destacar que antes de escribir "SUMA Y NARRACION DE LOS INCAS", también compuso una doctrina cristiana y dos vocabularios quichuas, posiblemente los primeros de su tipo. La publicación de esta obra sería una oportunidad para subsanar las omisiones de Pinelo, Nicolás Antonio e incluso del propio fray Gregorio, lo cual resulta sorprendente, así como del erudito bibliógrafo gallego don Manuel Murguía. Este último parece asumir que Betanzos es de su misma región, basándose únicamente en el apellido, lo cual no siempre es suficiente para hacer tales deducciones.

La verdad conocida sobre la persona de este escritor enigmático es que se unió a la expedición de Francisco Pizarro durante la conquista del Perú. A pesar de dedicarse también a otros intereses, se comprometió intensamente con el estudio del idioma quichua. Por su dominio de este idioma, fue designado como intérprete oficial del gobernador, y más tarde, de la Audiencia y los virreyes que le sucedieron.

Residiendo en el Cuzco, aunque no entre los primeros colonos, estableció su hogar en el barrio de Carmenca, cercano a las residencias que pertenecieron a Diego de Silva, hijo del renombrado novelista Feliciano de Silva. Tras el fallecimiento del marqués don Francisco Pizarro, contrajo matrimonio con una de sus concubinas, llamada Añas, según se cree, en un acto de generosidad hacia su linaje. Al ser bautizada como doña Angelina, fue reconocida como ñusta o princesa real, hermana de Atahuallpa y madre de don Francisco Pizarro, tercer hijo del marqués y único que no fue legitimado. Este enlace, junto con su fama de hábil orador, le aseguró el nombramiento como intérprete y negociador en 1558 por el marqués de Cañete, para tratar con fray Bautista García la conversión y la reducción de Inca Xairi Tupac Yupanqui, que residía en las montañas de los Andes. Estas negociaciones se llevaron a cabo con gran éxito.

También participó más tarde, durante el gobierno de Lope García de Castro, en las primeras negociaciones con el otro inca rebelde, Titu Cusi Yupanqui. Desconozco la fecha exacta del fallecimiento de Betanzos; lo que sí sé es que su muerte, ocurrida antes que la del virrey Mendoza, quien le encargó escribir "SUMA Y NARRACION DE LOS INCAS", completada en el año 1551, impidió la publicación de este libro.

Al igual que en mi edición de la "SEGUNDA PARTE DE LA CRÓNICA DE CIEZA", sigo la misma norma: me limito a la restauración del manuscrito, que presenta la misma letra y calidad que el anterior. Además, evito en la medida de lo posible realizar observaciones críticas sobre el contenido del tratado. Esto se debe a que su extensión haría inapropiadas tales notas, y también porque un trabajo de esa naturaleza inevitablemente tendría defectos, dado que aún hay otros libros inéditos o mal traducidos que detallan extensamente la historia de los antiguos monarcas peruanos y los aspectos de su monarquía.

M. JIMÉNEZ DE LA ESPADA

 

Al Ilustre y Excelentísimo Señor Don Antonio de Mendoza, Virrey y Capitán General por Su Majestad en estos reinos y provincias del Perú.

ILUSTRÍSIMO Y EXCELENTÍSIMO SEÑOR:

Acabo de terminar la traducción y recopilación de un libro llamado Doctrina Cristiana, que contiene la doctrina cristiana y dos vocabularios: uno de palabras y otro de expresiones completas, diálogos, confesionarios, y demás. Después de seis años de dedicación juvenil a esta tarea, mi mente estaba tan fatigada y mi cuerpo tan cansado que decidí, entre mis propias reflexiones, no componer ni traducir otro libro de contenido similar en lengua indígena, que tratara sobre las costumbres y los acontecimientos de los naturales de Perú. La razón de esta decisión fue el gran esfuerzo que percibí que ello requería y la diversidad de opiniones que encontraba al informarme sobre estos asuntos, y al ver cómo los conquistadores hablaban de ellos, muy alejados de lo que realmente practicaban los indios. Creo que esto se debe a que, en aquel entonces, no se preocupaban tanto por entender la cultura indígena como por conquistar y adquirir territorio. Además, al ser nuevos en el trato con los indios, no sabrían cómo indagar y preguntar sobre sus costumbres, al carecer de comprensión del idioma, y los indios, desconfiados, no proporcionarían una descripción completa.

Podría parecer fácil escribir tales libros, pero sería muy difícil satisfacer al lector. Los ojos se conforman con una letra legible, pero el delicado y experimentado juicio de VUESTRA ILUSTRÍSIMA SEÑORÍA requiere un estilo grácil y una elocuencia suave, lo cual, dadas las circunstancias y la naturaleza de este tipo de historia, no es posible. Para ser un traductor verdadero y fiel, debo mantener la forma y el orden de expresión de los nativos.

Y viniendo al propósito, debo decir que en esta presente escritura VUESTRA EXCELENCIA dedicará algunos momentos a su lectura, aunque no sea un volumen muy extenso, ha sido muy laborioso. Por un lado, porque no la traduje y recopilé basándome en un solo informante, sino en varios, incluyendo a los más antiguos y respetados entre los nativos. Por otro lado, también fue difícil debido al poco tiempo del que dispuse para dedicarme a ello, ya que el otro libro de la Doctrina requería toda mi atención. Además, se agregó la presión de tener que concluir este libro rápidamente, ahora que VUESTRA EXCELENCIA me lo ha encargado.

Los nombres de los Incas, a quienes los indios llamaron "CAPACCUNA", que según su entender significa que no puede haber nada mayor, y cuyas acciones y vidas aquí relato, están enumerados al final de este prólogo. Si alguien quisiera reprocharme que en el contenido de este libro hay algo superfluo o que omití algo por descuido, sería sin fundamento. Lo afirmo basándome en las palabras de los indios comunes, que a veces hablan caprichosamente o en sueños, como es su costumbre, o simplemente porque, al informarse, aquellos que critican malinterpretaron las intenciones de los indios comunes al relatar estas historias, al no entenderlas correctamente.

Ni siquiera las lenguas, en tiempos pasados, sabían inquirir y preguntar lo que ellos deseaban saber y obtener información sobre. Reconozco que lo que estos indios solían hacer y lo que yo aquí relato pueden parecer trivialidades y vanidades. Sin embargo, al ser encargado de relatarlos, debo traducirlos tal como ocurrieron. Por lo tanto, ruego que este libro reciba el favor de VUESTRA EXCELENCIA.

EXCELENTÍSIMO SEÑOR:

Que la vida y el estado de VUESTRA EXCELENCIA prosperen con gran felicidad.

 

Juan De Betanzos
Suma y narración de los Incas

Es una tarde de un domingo, 7 de julio de 1568, invierno en la ciudad de Lima, la joven capital fundada por los españoles el 18 de enero de 1535. Las calles polvorientas se llenan del bullicio de pobladores indígenas, colonos, comerciantes y soldados. En el centro de la ciudad, en una de las amplias casas de estilo virreinal que rodean la Plaza Mayor, se encuentra un elegante salón.

Los muros de adobe encalado y los techos de vigas de madera y tejas crean un ambiente sobrio y austero, propio de la arquitectura colonial. Muebles tallados, pesadas cortinas de terciopelo y algunos cuadros religiosos adornan el recinto. En el fondo, una gran chimenea de piedra calienta el espacio en las frías noches limeñas.

Es en este entorno señorial donde se reúnen Don Lorenzo Basurto y Don Juan Betanzos, dos hombres de letras que se disponen a discutir sobre la obra histórica de este último. Sus voces resuenan entre las paredes, mientras fuera se escuchan los gritos y los pasos apresurados que reflejan la inestabilidad de estos tiempos convulsos para el virreinato. En 1564, tras la muerte del Virrey Diego López de Zúñiga y Velasco, Lope García de Castro fue designado Gobernador y Capitán General del Perú, asumiendo la presidencia de la Real Audiencia de Lima. Llegó a estos lares en 1565, iniciando su período de gobierno.

Este diálogo se desenvuelve en un ambiente de erudición, con un ligero aire de misterio, donde convergen los intereses de la Corona española y las aspiraciones de los pueblos indígenas sublevados contra el dominio colonial. Es un microcosmos que refleja la compleja realidad de Lima en el siglo XVI.

—Buenos días, don Juan. Me alegra encontrarlo. Tengo algunas preguntas sobre su obra "Suma y narración de los Incas". ¿Podría brindarme más detalles sobre ella? —saluda y pregunta don Lorenzo.

—¡Buenos días, don Lorenzo! Con mucho gusto le proporcionaré detalles sobre mi obra. Se trata de un texto que recopila la historia y las tradiciones de los pueblos incas, fundamentado en testimonios de testigos presenciales y documentos de archivo. En realidad, prefiero verlo más como una transcripción que he realizado de las narraciones de individuos prominentes y bien informados.

—Entiendo. ¿Qué aspectos de la historia inca abarca y abarcará su obra en particular? —vuelve a preguntar don Lorenzo.

—A ver..., es una síntesis esencial de los gobernantes incas, delineando su linaje y legado para las generaciones venideras. Una obra dividida en dos partes, la primera abarcando 48 capítulos y la segunda 34, que se suman en un total de 82 capítulos. La primera parte se centra en los hechos de los gobernantes incas hasta Huayna Cápac, especialmente resaltando la época de Inca Yupanqui (Pachacútec). La segunda parte relata las intrigas y rivalidades entre Huáscar y Atahualpa, la llegada de Pizarro, pero desde una perspectiva indígena fascinante, y la valiente resistencia de Manco Inca hasta su trágico final en Vilcabamba en 1545. El capítulo XXXIII culmina con las trascendentales negociaciones de 1549 entre el presidente Gasca y el inca rebelde Sayri Túpac. El capítulo XXXIV, añadido a principios de 1557, completa esta vibrante narrativa histórica —responde don Juan Betanzos, elevando un poco la voz.

—Fascinante. ¿Cómo ha logrado compilar tanta información en medio de estos tiempos tan convulsos? —pregunta don Lorenzo.

—Por suerte, la situación ha mejorado un poco para todos. Almagro, Pizarro y los demás ya no están entre nosotros... se acabaron mutuamente. Como sabe, hablo y escribo quechua, lo que me ha permitido entablar diálogos con los ancianos del antiguo Tahuantinsuyo. Ha sido un arduo trabajo que ha requerido mucha dedicación y paciencia. He debido entrevistar a nobles incas, examinar archivos y crónicas, y contrastar múltiples testimonios. Pero considero que es crucial preservar el legado de esta gran civilización —explicó don Juan.

—Sin duda. ¿Cree que su obra ayudará a comprender mejor a los incas? —pregunta don Lorenzo.

—Espero que sí. Mi objetivo es dar voz a la historia inca desde su propia perspectiva, para que el mundo conozca mejor sus raíces y sus aspiraciones de autonomía —responde don Betanzos.

—Es un trabajo admirable, don Juan. Le agradezco por compartir más detalles sobre su importante obra. Ahora podré narrarlo para mis lectores del siglo XXI. Pero tengo algunos datos sobre su vida. ¿Podría confirmarlos, por favor? —dijo Lorenzo, acariciándose la barbilla.

—Hmm..., me interesa saber cómo me perciben en tu época —respondió Juan Betanzos, con una amplia sonrisa.

Don Lorenzo extrae unas hojas cuadriculadas de su bolsillo y se acomoda confortablemente en el sillón, dispuesto a leerlas.

—Aquí está lo que están diciendo de usted, lo tengo por escrito:

Juan Betanzos vivió durante un largo período, desde aproximadamente 1519 hasta una fecha posterior, la cual no puedo mencionar por razones obvias. Su vida puede dividirse en tres períodos distintos: su juventud, que abarca hasta 1544, año en que contrae matrimonio; luego, la etapa de su matrimonio con Angelina Yupanqui, hasta aproximadamente 1556 -1560, momento en el que se involucra en las negociaciones con los Incas de Vilcabamba; y finalmente, la última etapa de su vida, tras enviudar de Angelina y volver a casarse con una mujer española llamada Catalina de Velasco. Aunque su lugar de nacimiento en España no se conoce con certeza, se ha sugerido que podría tener origen gallego, debido a la existencia de una localidad llamada Betanzos en Galicia, aunque este punto es objeto de debate.

La fecha de nacimiento de Betanzos en 1519 se deriva de una declaración en un registro de méritos en el que participó, según cita José Antonio del Busto Duthurburu, un historiador peruano centrado en Francisco Pizarro. No se sabe exactamente cuándo ni cómo llegó a Perú. Sin embargo, un documento que respalda su estancia en el país es su cédula de encomienda de 1548, que indica que llevaba 15 años en la región, lo que sugiere que llegó en 1533, con tan solo 14 años de edad. Es muy probable que estuviera en Lima durante el asedio a la ciudad en 1536, durante la rebelión de Manco Inca, ya que su crónica detalla estos eventos con ciertos detalles que podrían indicar su presencia como testigo ocular. Una fecha segura es 1537, cuando se encontraba con Pizarro antes de la Guerra de las Salinas contra Almagro. Aunque no hay evidencia directa de su relación con el Marqués Gobernador, el hecho de que se casara hacia 1544 con doña Angelina Yupanqui, concubina que acompañó a Pizarro hasta su fallecimiento el jueves 26 de junio de 1541, sugiere que estaba vinculado de alguna manera al círculo cercano a los Pizarro, al igual que el paje de Hernando, Francisco de Ampuero, quien en 1537 contrajo matrimonio con la primera concubina de Francisco Pizarro, doña Inés Huaylas Yupanqui.

Durante esta etapa inicial, Betanzos aprendió el quechua, específicamente la variante conocida como quechua Chinchaysuyo, que en aquel entonces era considerada la "Lengua General del Inca". Probablemente lo hizo gracias a su asociación con los dominicos, incluso con fray Vicente de Valverde, del cual adquirió uno de sus libros en febrero de 1542, cuando se estaban subastando los bienes del difunto primer obispo del Cusco. Al comienzo de su crónica, Betanzos menciona que durante seis años de juventud elaboró una doctrina cristiana y dos vocabularios, incluyendo la traducción de oraciones al quechua. Estos trabajos probablemente se realizaron entre 1538 y 1544, último año en que se casó y dejó su juventud, teniendo entre 19 y 25 años.

Durante este período, también participó en las llamadas Informaciones de los Quipucamayos al licenciado Vaca de Castro, llevadas a cabo en el Cusco a principios de 1543. Su matrimonio con doña Angelina le proporcionó prestigio y una pequeña encomienda en Larata, Cotabambas (actual región Apurímac). Esto, junto con sus vínculos pizarristas, lo colocaron en el bando rebelde a la llegada del Virrey Núñez de Vela en 1544. Según el cronista Gutiérrez de Santa Clara, estuvo en la campaña de Charcas cerca de Francisco de Carbajal, conocido como "el Demonio de los Andes".

Entre 1545 y 1546, permaneció junto a Carbajal y lo defendió ante aquellos que intentaban matarlo. Treinta años después, uno de estos conspiradores lo acusaría de estar en contra de Su Majestad durante la Rebelión Gironista (1552-1554). Separado de Carbajal en 1547, acompañó a otro teniente gonzalista, Juan de Acosta, a Trujillo, junto a don Martín Pizarro, el intérprete indígena más cercano al fallecido Marqués. La suerte de estos intérpretes rebeldes fue variada: don Martín fue despojado de su encomienda y desterrado, mientras que Betanzos obtuvo una pequeña encomienda en el Collao (Caquixana, al noroeste del Lago Titicaca). Esto pudo haberse debido a la presencia del arzobispo dominico fray Jerónimo de Loayza en Guaynarima en 1548, o al propio pacificador Gasca, quien utilizó sus servicios como intérprete durante la campaña final que culminó en Jaquijahuana en abril de 1548. De cualquier manera, su residencia en el Cusco data de este período.

En septiembre de 1551, con la llegada del virrey don Antonio Mendoza, quien venía de gobernar México, se originó una orden para que Betanzos escribiera su versión de los hechos y vidas de los Incas. El título de este relato es "Suma y Narración de los Incas". La redacción debió completarse antes de la prematura muerte del virrey en julio de 1552. La crónica consta de dos partes: la primera, con 48 capítulos, se centra en los hechos de los gobernantes hasta Huayna Cápac, con un énfasis particular en la época de Inca Yupanqui (Pachacútec). La segunda parte, compuesta por 34 capítulos, relata las rivalidades entre Huáscar y Atahualpa, la llegada de Pizarro (desde una interesante óptica indígena) y la resistencia de Manco Inca hasta su asesinato en Vilcabamba. El capítulo 33 concluye con las negociaciones de 1549 entre Gasca y Sayri Túpac, mientras que el capítulo 34, un añadido posterior, indica la voluntad del intérprete-cronista de trasladarse de Cusco a Lima para servir como embajador ante Sayri Túpac, bajo las órdenes del virrey Marqués de Cañete. Cañete llegó a Lima en julio de 1556 y, poco antes de la Rebelión Gironista, fue derrocado a finales de 1554. Betanzos, quizás, buscaba redimirse y limpiar su reputación de actos rebeldes en ese momento.

En septiembre de 1556 llegó a Cusco el nuevo corregidor, licenciado Bautista Muñoz, con instrucciones del virrey para negociar en Vilcabamba. Logró que doña Beatriz Coya preparara una embajada hacia su sobrino Sayri Túpac, representada por Juan Sierra, mestizo y primo del inca. Desde Lima, Betanzos y un dominico, fray Melchor de los Reyes, se dirigieron al Cusco, y toda la embajada partió hacia Vilcabamba en abril de 1557. Según el cronista Diego Fernández, "el Palentino", Betanzos y el fraile intentaron adelantarse a Juan Sierra, pero finalmente el inca optó por hablar con su primo.

De esta negociación surgió la partida de Sayri Túpac de Vilcabamba en noviembre de 1557 y su arribo a Lima en enero de 1558. Se le otorgó la encomienda del valle de Yucay, donde falleció alrededor de 1560. Durante este período, específicamente en una carta de junio de 1559, Titu Cusi Yupanqui menciona a Betanzos como mensajero entre Vilcabamba y el virrey Cañete. Además, la Instrucción de Titu Cusi hace referencia a cómo el licenciado Polo Ondegardo, en su rol de corregidor del Cusco entre diciembre de 1558 y diciembre de 1560, envió "con Juan de Betanzos se confirmó la certeza sobre la muerte natural de mi hermano don Diego Saire Topa [...] y dejé que Juan de Betanzos se marchara con la respuesta."

El resto de su vida después de 1560 probablemente la pasó entre el Cusco y Lima, como había hecho a lo largo de su existencia. En 1567, ya ostentaba el título de Intérprete Mayor de la Real Audiencia. En el Cusco, además de la encomienda que compartía con Angelina, tenía tierras en el valle de Yucay, las cuales había legalizado en 1558 al reclamarlas como propiedad de su esposa, "hija de Topa Inca Yupanqui y de Mama Anahuarque". Tuvo una hija con doña Angelina, llamada doña María Díez de Betanzos Yupangue, quien se encontraba como novicia en el convento de Santa Clara del Cusco. Sin embargo, Betanzos la desheredó en enero de 1563 por casarse sin su permiso con Juan Baptista de Vitoria, músico en la iglesia mayor cusqueña.

Poco después, es probable que falleciera doña Angelina, y Betanzos, en busca de un heredero, se casó nuevamente con una española llamada Catalina de Velasco, quien le dio un hijo varón en 1565: Ruy Díez de Betanzos. Quizás los remordimientos paternos lo llevaron a restaurar, en agosto de 1566, la herencia materna de su hija doña María, quien recibió las tierras que habían pertenecido a doña Angelina. Sin embargo, el yerno de nuestro intérprete-cronista abandonó el Cusco en 1567, desterrado a México por su aparente participación en un motín de mestizos que había preocupado al gobernador Lope García de Castro en esos años.

El resto no puedo comentarlo, por supuesto... —concluyó don Lorenzo, moviendo la cabeza con expresión dubitativa.

—Es un buen resumen de mi vida. Puedo asegurarle que soy gallego. En cuanto a mi edad, ni yo mismo lo sé con certeza, pero por ahí van los tiros. Respecto a la parte privada que compartí con mi hija, no puedo añadir más detalles, ya que es un asunto privado y no relevante para esta conversación —respondió don Juan, aceptando la observación de don Lorenzo.

 —Don Juan, en mi época se habla mucho sobre la figura de su amada y difunta Angelina. Hay rumores que la vinculan como hermana de Atahualpa, hija de Huayna Cápac, y así sucesivamente. ¿Podría usted aclarar estas dudas?

—La historia de Angelita y nuestro matrimonio es verdaderamente fascinante. Permítame contarle:

Doña Angelina Yupanqui Coya era una distinguida dama de la nobleza cusqueña, perteneciente a un linaje de alto estatus cuando la conocí. La especulación acerca de su parentesco con el Inca Huayna Cápac se basa en mi propia crónica. Su nombre real era Cuxirimay Ocllo, que se traduce como "doña Habla Ventura", siendo hija de Yamque Yupangue y Tocto Ocllo. Fue seleccionada como la principal esposa de Atahualpa desde su nacimiento por Huayna Cápac.

—Pero, Don Juan, se dice otra cosa...

—Espere un momento, déjeme terminar:

Sin embargo, al reclamar tierras en el valle de Yucay en 1558, tuve que alegar que las tierras pertenecían a Doña Angelina por herencia de "Túpac Inca Yupanqui y Mama Anahuarque, sus padres difuntos". Esto sugiere que la información en mi crónica podría no ser completamente fiable. Pero debo admitir que manipulé los detalles sobre mi esposa, Doña Angelina, para respaldar sus derechos a las riquezas que el primer virrey del Perú, Don Antonio de Mendoza, podría asignar a los descendientes de los reyes incas en 1551. Además, agregué la conexión de Cuxirimay-Angelina con Atahualpa, como su principal esposa.

—Correcto, entonces, Angelina era prima de Atahualpa y Huáscar. Ya me sacó de la duda —dijo don Lorenzo, cortando el relato de don Juan.

—Así es..., además, después de la captura del Inca en Cajamarca, Cuxirimay Ocllo se convirtió en concubina de Francisco Pizarro, recibió el bautismo y fue renombrada con un nombre cristiano. Posteriormente, entregó a sus dos hijos menores al Marqués, quienes se dice que fueron tomados por Pizarro. Doña Angelina acompañó al conquistador hasta el momento de su asesinato en Lima el 26 de junio de 1541. Su hijo mestizo, don Juan, murió en 1543, mientras que don Francisco fue enviado a España en 1551. Este último falleció en Trujillo de Extremadura el 31 de marzo de 1557, a los 17 o 18 años de edad.

Hasta ahí, lo que sé de ellos... Mi matrimonio con Angelita se llevó a cabo en Lima el 27 de junio de 1544. En ese momento, yo tendría unos veinticinco años, mientras que Angelina rondaría los veinticuatro. Pasamos los últimos doce años en el entorno de la familia Pizarro, y solo nos mirábamos con afecto. Después del matrimonio, nos establecimos en el barrio de Carmenga en el Cusco, que ahora corresponde a la parroquia de Santa Ana, en el extremo norte de la ciudad.

—Don Juan, permítame revelarle un secreto. Su obra pasó desapercibida durante siglos hasta su primera publicación en 1880. La he leído y la considero una de las más completas y fascinantes historias sobre los Incas jamás escritas. Pero ¿cómo ocurrió este milagro? Ahora sé todo lo que pudo haber pasado y se lo cuento, a ver si tiene algo que refutar. Esto es lo que hoy en mi tiempo se dice de su obra:

La "Suma y Narración de los Incas", escrita originalmente por encargo del virrey Antonio de Mendoza en 1551, constituye la primera versión histórica de cuño occidental sobre el pasado del Tawantinsuyo de los incas cusqueños. En ella, su autor, el "lengua" o intérprete quechua-castellano, Juan Díez de Betanzos, proporciona una narración sistemática del pasado incaico, desde sus orígenes hasta el conflicto interno que coincidió con la llegada a los Andes de los conquistadores españoles comandados por Francisco Pizarro. La importancia del texto es innegable, y su primer editor, don Marcos Jiménez de la Espada, lo resaltó así en 1880.

Es importante destacar que el manuscrito que Jiménez de la Espada utilizó para la primera edición de la "Suma y Narración" en 1880 es una copia incompleta que solo reproduce los 18 primeros capítulos de la primera parte del texto. Las ediciones posteriores, realizadas por Horacio Urteaga en 1924, Francisco Esteve Barba en Madrid en 1968, Luis Alva Orlandini en Lima también en 1968 y en Italia en 1987 por Gerardo Grossi, siguieron el texto de Jiménez.

A partir de un nuevo manuscrito que se conserva en la Biblioteca de la Fundación Bartolomé March, en Palma de Mallorca, en 1987, la historiadora María del Carmen Martín Rubio publicó por primera vez la versión completa de la crónica de Betanzos. Esta fue publicada también en el Cuzco en 1999. En Bolivia, se publicó en 1992-1993 una edición en tres tomos, el primero de los cuales comparaba sistemáticamente los 18 capítulos comunes de las ediciones de 1880 con la de 1987. A partir del manuscrito mallorquín, los norteamericanos Roland Hamilton y Dana Buchanan publicaron una traducción al inglés en 1996. En 2004, la editora Martín Rubio publicó una nueva versión revisada de la "Suma y Narración", que ha vuelto a ser editada en Lima el año 2010 —dijo don Lorenzo, esperando la confirmación de don Juan.

—Uf, han pasado tantos años... para que junten todo... Recuerdo que son 152 folios. Es lamentable, pero como usted menciona, me causa una mezcla de tristeza y alegría, pues ya soy inmortal. Sin embargo, don Lorenzo, debe saber que mi labor no se limitó solo a la escritura. Elaboré vocabularios quechuas, construyendo puentes lingüísticos entre culturas, y fui pionero en la creación del primer catecismo en ese idioma. Así que, entre batallas, negociaciones y palabras plasmadas en tinta, fue como yo, Betanzos, dejé mi marca en la historia de estos pueblos y sus conquistadores.

—Ahora me gustaría que comience con su narración —dijo don Lorenzo, enseñando las palmas y sonriendo.

—Por supuesto, don Lorenzo. Pero con una pequeña observación: dado que usted ha viajado a mi siglo, el XVI, nos situaremos en este presente. Comencemos entonces:

En los tiempos antiguos, se cuenta que la tierra que hoy conocemos como la provincia del Perú estaba envuelta en oscuridad, sin rastro de luz ni día. Había una población habitando en esta región, gobernada por un líder al que obedecían. Desafortunadamente, el nombre de esta población y de su señor se ha perdido en el tiempo.

En aquellos días de oscuridad perpetua, según la leyenda, un líder conocido como Con Tici Viracocha emergió de una laguna ubicada en la meseta del Collao. Se dice que este líder llevó consigo a un grupo de personas, aunque los detalles sobre su número exacto se han desvanecido en la memoria colectiva.

Tras salir de la laguna, Con Tici Viracocha y su séquito se establecieron en un lugar cercano, que hoy conocemos como el pueblo de Tiahuanaco, en la mencionada meseta del Collao. Según la narración, fue en este momento cuando, de manera repentina, el sol y el día aparecieron, siguiendo un curso ordenado por el propio líder. Además, se cuenta que Viracocha creó las estrellas y la luna, dando así inicio al orden celestial que conocemos hoy.

Según la tradición, Con Tici Viracocha se cree que emergió de la laguna en dos ocasiones distintas. En su primera aparición, se dice que creó el cielo y la tierra, sumiendo todo en la oscuridad inicial. En ese momento, también habría dado origen a la población que habitaba durante la época de tinieblas. Esta gente, según la leyenda, sirvió a Viracocha, pero al parecer, incurrieron en su ira. Como castigo por su desobediencia, en su segunda aparición, Viracocha los transformó en piedra, incluyendo a su líder.

En aquel mismo instante de su segunda aparición, según la tradición, se dice que Con Tici Viracocha creó el sol, el día, la luna y las estrellas. Una vez completada esta tarea, en el sitio de Tiahuanaco, esculpió figuras de piedra que representaban a hombres, mujeres embarazadas, madres con sus hijos en cunas, y un líder que los gobernaba. Estas esculturas fueron dispuestas en un área designada.

Posteriormente, Viracocha creó otra provincia en Tiahuanaco utilizando la misma técnica de esculpir figuras de piedra. Una vez terminadas, ordenó a su séquito que se dispersara, dejando solamente a dos personas a cargo de las esculturas. Estas dos personas recibieron instrucciones precisas sobre los nombres y los lugares de origen de cada tipo de figura esculpida. Viracocha les indicó que estas figuras representaban los diferentes grupos de personas que poblarían diversas regiones, emergiendo de fuentes, ríos, cuevas y montañas, tal como él las había esculpido. Luego, les indicó la dirección hacia donde debían dirigirse, señalando hacia el este, y les asignó sus respectivos derechos y responsabilidades.

Y así, estos enviados de Viracocha, los llamados viracochas, emprendieron su viaje por las provincias designadas por Viracocha, cumpliendo con su misión. A medida que llegaban a cada provincia, cada uno de ellos se dirigía hacia el área correspondiente, donde las esculturas de piedra habían sido colocadas por Viracocha en Tiahuanaco como señal. Allí, cada viracocha se ubicaba junto al lugar designado donde se suponía que la población emergería.

En ese momento, Viracocha proclamaba en voz alta: "Fulano, emerge y puebla esta tierra que yace desierta, porque así lo ordenó Con Tici Viracocha, el creador del mundo".

Y al llamarlos de esta manera, las personas emergían de los lugares y fuentes que les había indicado Viracocha. Así, estos enviados continuaron su viaje, extrayendo a la gente de las cuevas, los ríos y las montañas, tal como se mencionó anteriormente. Poblaron la tierra en la dirección hacia donde se alzaba el sol.

Una vez que Con Tici Viracocha hubo completado su tarea y se hubo marchado como se ha relatado, se dice que los dos individuos que permanecieron con él en el pueblo de Tiahuanaco recibieron instrucciones para continuar llamando y extrayendo gente de la misma manera que se ha descrito anteriormente. Estos dos fueron asignados de la siguiente manera: uno fue enviado hacia la provincia de Conde, ubicada a la izquierda de Tiahuanaco, mirando en la dirección donde el sol sale, para que realizaran la misma labor de convocar a los habitantes de esa región. El otro individuo fue enviado hacia la provincia de Ande, ubicada a la derecha, también en la dirección del amanecer, para realizar una tarea similar con los habitantes de esa región.

Una vez que estos dos individuos fueron despachados, se dice que Con Tici Viracocha partió hacia el Cusco, ubicado en el medio de estas dos provincias, siguiendo el camino real que atraviesa la sierra en dirección a Cajamarca. En su camino, continuó llamando y reuniendo a la gente de la misma manera que se ha mencionado anteriormente.

Cuando llegó a la provincia de Cacha, habitada por los Canas y ubicada a unas diez y ocho leguas (103 kilómetros) de la ciudad del Cusco, se encontró con que estos Canas, al ser convocados, salieron armados. Al ver a Viracocha, a quien no reconocieron, se dice que se acercaron con la intención de atacarlo. Ante esta situación, Viracocha, comprendiendo el peligro inminente, actuó de inmediato: provocó un incendio repentino en una cordillera cercana al cerro donde se encontraban los indios, lo que los obligó a desistir de su ataque.

Al ver el fuego, los Canas sintieron temor de ser quemados y arrojaron sus armas al suelo, dirigiéndose directamente hacia Viracocha. Al llegar a su presencia, se postraron en el suelo. Viendo esta actitud de sumisión, Viracocha tomó una vara y se dirigió hacia donde el fuego había sido provocado, golpeándolo con la vara dos o tres veces hasta que se extinguió. Sin embargo, fue herido en el proceso y falleció.

Tras estos eventos, Viracocha les reveló a los Canas que él era su creador. En el lugar donde ocurrió este suceso, los Canas erigieron un santuario en honor a Viracocha, donde ofrecieron grandes cantidades de oro y plata, tanto ellos como sus descendientes. En este santuario colocaron una escultura de piedra, esculpida en una roca de casi cinco varas de largo y aproximadamente una vara de ancho, en memoria de Viracocha y lo que allí había acontecido. Este santuario, conocido como guaca, ha perdurado desde tiempos antiguos hasta el presente.

—Disculpe si interrumpo su relato, pero ¿me está diciendo que mataron al Con Tici Viracocha? —inquirió don Lorenzo, frunciendo el ceño.

—Así es, eso fue lo que me informaron... —murmuró don Juan, sumido en sus pensamientos.

—Mis disculpas por la interrupción, pero por favor continúe —insistió don Lorenzo.

—Bueno, en lo personal, he presenciado el cerro quemado y las piedras que lo rodean, y la marca del incendio se extiende por más de un cuarto de legua (1.5 km). Este suceso me intrigó profundamente, así que decidí consultar a los indígenas y a los ancianos de la comunidad de Chaca. Ellos me relataron lo que acabo de mencionar. Además, la guaca de Viracocha se encuentra cerca de esta área quemada, a una corta distancia, en un llano al otro lado de un arroyo que separa la guaca de la zona afectada por el fuego.

Muchas personas han cruzado este arroyo y han visto la guaca, influenciadas por las historias transmitidas por los indios locales. Al preguntar a los indígenas sobre la apariencia de Viracocha según lo que recuerdan sus antepasados, me describieron que era un hombre alto, con una vestimenta blanca que le llegaba hasta los pies, ceñida a su cuerpo. Llevaba el cabello corto y una especie de corona en la cabeza, similar a la de un sacerdote. Además, caminaba descalzo y sostenía en sus manos algo que ellos compararon con los breviarios que portaban los sacerdotes de la época. Esta es la información que obtuve de los indígenas sobre la apariencia de Viracocha según sus tradiciones transmitidas a lo largo del tiempo.

Les pregunté cómo se llamaba la persona en cuyo honor se erigió esa piedra, y me dijeron que se llamaba Con Tici Viracocha Pachayachachic, que en su idioma significa "Dios hacedor del mundo".

Retomando nuestra historia, después de realizar el milagro en la provincia de Cacha, continuó su viaje, siempre comprometido con su labor, como ya se ha relatado. Llegó a un lugar conocido actualmente como el Tambo de Úrcos, ubicado a seis leguas de la ciudad del Cusco. Allí, se encaramó en una colina alta y se sentó en su cima, desde donde, según cuentan, ordenó que los indios nativos que aún residen en esa zona hoy en día surgieran y se multiplicaran.

Y debido a que Con Tici Viracocha se sentó en ese lugar, erigieron una guaca muy rica y lujosa en su honor. En esta guaca, los constructores colocaron un trono de oro fino en el sitio donde se sentó Viracocha. Además, situaron una escultura de oro fino en este trono, representando a Viracocha. Esta escultura, al ser valorada o pesada en la época de la conquista española en la región del Cusco, alcanzó un precio de dieciséis o dieciocho mil pesos. En tu época no sé cuánto será.

—Haciendo cálculos del siglo XXI... Dieciséis mil pesos del siglo XVI equivaldrían aproximadamente a 400 onzas de oro, mientras que dieciocho mil pesos del mismo periodo equivaldrían a alrededor de 450 onzas de oro. Ahora bien, considerando que el precio actual del oro ronda los 1.800 dólares estadounidenses por onza, podemos concluir que dieciséis o dieciocho mil pesos del siglo XVI equivaldrían aproximadamente a 720.000 dólares estadounidenses o 810.000 dólares estadounidenses, respectivamente —explicó don Lorenzo.

—La verdad es que soy malo para las matemáticas, pero si usted lo dice, así debe ser —respondió don Juan, rascándose la cabeza con gesto de confusión.

—Pero dejemos eso de lado y continuemos —intervino don Lorenzo, moviendo las manos para enfatizar su deseo de seguir adelante.

—Claro, sigamos... ¿dónde nos quedamos? ¡Ah, ya recuerdo! Desde allí, Viracocha prosiguió su viaje, llevando consigo a su pueblo, como ya se ha mencionado, hasta llegar al Cusco. Una vez allí, según cuentan, designó a un líder al que llamó Alcaviza, y dio nombre al lugar donde este líder estableció su residencia como Cusco. Además, dejó instrucciones sobre cómo los futuros gobernantes deberían ejercer el gobierno y cómo se debería perpetuar la nobleza.

Después de establecer esta estructura de gobierno, prosiguió con su misión. Al llegar a la provincia de Puerto Viejo, se reunió con aquellos que había enviado previamente, según se ha mencionado anteriormente. Una vez reunidos, se aventuraron juntos por el mar, donde se dice que caminaron sobre las aguas, como si estuvieran en tierra firme.

Puedo detallar muchas más historias sobre Viracocha, según la información proporcionada por los indígenas, pero para evitar excesos y no exponer detalles de idolatrías y prácticas consideradas bárbaras, mejor he optado por omitirlas. Por lo tanto, dejaremos este tema aquí y continuaremos hablando sobre el surgimiento de la nobleza en la ciudad del Cusco, donde también persisten prácticas de idolatría y bestialidad.

—Respeto su religión, no se preocupe —aseguró don Lorenzo.

—¿No me diga que usted es judío? —casi gritó don Juan.

—No, soy católico, apostólico y romano —respondió don Lorenzo, procurando evitar la irritación de su interlocutor.

—Con lo de católico me basta. Pero sigamos —indicó don Juan.

En el lugar que hoy conocemos como la gran ciudad del Cusco, en la provincia del Perú, en tiempos antiguos, antes de que hubiera Señores Orejones, Incas, Capaccuna (que ellos llaman reyes), existía un pequeño pueblo con apenas treinta casas, todas ellas de paja y muy precarias. En estas viviendas residían aproximadamente treinta indígenas, y el líder y cacique de este pueblo se llamaba Alcaviza. El entorno de este pequeño pueblo estaba dominado por una ciénaga de junco y hierba cortadera, alimentada por los manantiales de agua que brotaban de la sierra y el lugar que ahora ocupa la fortaleza. Esta ciénaga ocupaba el área donde hoy se encuentran la plaza y las casas del marqués don Francisco Pizarro, quien conquistó la ciudad más tarde. Lo mismo ocurría en el lugar donde se encontraban las casas del comendador Hernando Pizarro. Además, también había una ciénaga en el área donde se ubica el mercado o tiánguez, la plaza de contratación de los mismos indígenas. Los habitantes de este pueblo, desde tiempos antiguos, lo llamaban Cozco, aunque el significado exacto de este nombre es desconocido, salvo que era el nombre antiguo por el que se conocía.

En este pueblo donde residía Alcaviza, la tierra se abrió y reveló una cueva a siete leguas de distancia, ahora conocida como Pacaritambo, que significa "Casa de producción". Esta cueva tenía una salida lo suficientemente estrecha como para que un hombre pudiera entrar o salir gateando. De esta cueva emergieron cuatro hombres acompañados de sus respectivas esposas. El primero en salir fue Ayar Cache, junto a su esposa Mama Guaco; les siguió Ayar Oche y su esposa Cura; luego salió Ayar Auca y su esposa Ragua Ocllo; finalmente, emergió Ayar Manco, a quien más tarde llamarían Manco Capac, acompañado de su esposa Mama Ocllo. Estos individuos llevaban consigo alabardas de oro y estaban vestidos con finas túnicas de lana tejida con hilos de oro. También llevaban bolsas ornamentadas al cuello, hechas de lana y oro, de las cuales sacaron hondas elaboradas con nervios.

Las mujeres también salieron ricamente vestidas con mantas y fajas, conocidas como chumbis, elaboradas con intrincados diseños de oro. Llevaban prendedores de oro fino, llamados topos, que eran alfileres largos de dos palmos. Estas mujeres también sacaron consigo el menaje con el que cocinarían para sus esposos: ollas, cántaros pequeños, platos, escudillas y vasos para beber, todo hecho de oro fino.

Después de salir de la cueva, se dirigieron hacia un cerro llamado Guanacaure, situado a una legua y media (8.5 km) de distancia de Cusco. Descendieron hasta un pequeño valle en la base del cerro, donde sembraron tierras de papas, un alimento fundamental para los indígenas. Un día, mientras estaban en la cima del cerro Guanacaure buscando un lugar adecuado para establecerse, Ayar Cache, el primero en salir de la cueva, tomó una honda y lanzó una piedra hacia otro cerro cercano. El impacto de la piedra provocó la caída del cerro, creando una quebrada. Repitió este proceso tres veces más, cada vez creando una quebrada en los cerros cercanos. Estos lanzamientos, según su creencia, abarcaron una distancia de una legua y media hasta una legua, transformando el paisaje y marcando su territorio.

Al observar los impresionantes lanzamientos de piedras con la honda por parte de Ayar Cache, sus tres compañeros comenzaron a preocuparse por su fortaleza y liderazgo. Decidieron apartarse y conspiraron para expulsar a Ayar Cache de su grupo, temiendo que su fuerza y valentía eventualmente los subyugaran. Acordaron regresar a las cuevas de donde habían salido inicialmente. Sin embargo, dado que al salir habían dejado atrás numerosas riquezas, incluyendo oro, ropa y utensilios, convinieron que Ayar Cache debía regresar para recuperar este preciado tesoro.

Ayar Cache estuvo de acuerdo y, al llegar a la entrada de la cueva, ingresó gateando, tal como lo había hecho al salir. Al verlo dentro, sus compañeros bloquearon la salida con una gran losa y construyeron una gruesa pared con piedra y mezcla para asegurarse de que no pudiera salir. Escucharon los golpes que Ayar Cache daba en la losa desde adentro, pero pronto se dieron cuenta de que no podría escapar. Después de completar esta tarea, regresaron al cerro Guanacaure, donde los tres vivieron juntos durante un año, acompañados por las cuatro mujeres. La esposa de Ayar Cache, quien quedó atrapado en la cueva, fue entregada a Ayar Manco para que le sirviera.

—Y la mujer de Ayar Cache, bonito nombre, ¿no dijo nada, no pataleó? ¿O ya todo estaba arreglado? —preguntó don Lorenzo.

—No comprendo a mi mujer, que es una princesa incaica, y voy a comprender a la mujer del tal Ayar Cache —respondió don Juan, con una leve sonrisa.

—Tiene usted razón. Pero siga o prosiga... —dijo don Lorenzo.

—Me cortas la ilación, pero sigamos. A ver, a ver... Ya está.

Después de cumplir un año en el cerro Guanacaure, sintieron que el lugar no era adecuado para ellos, así que se trasladaron a una quebrada a media legua de distancia hacia el Cusco. Allí, en la quebrada de Matagua, pasaron otro año observando el valle del Cusco y el pueblo habitado por Alcaviza. Consideraron que el lugar donde residía Alcaviza era idóneo para establecerse.

Una vez instalados en su nueva ubicación, deliberaron sobre la mejor forma de proceder. Decidieron que uno de ellos se quedaría en el cerro Guanacaure para convertirse en un ídolo, mientras que los demás se unirían a la población que vivía en el pueblo y lo adorarían como tal. El ídolo hablaría con el sol, su padre, para protegerlos, hacerlos prosperar, darles descendencia y enviarles buenos tiempos.

Ayar Oche se puso de pie y mostró unas alas grandes, proclamando que él sería el que permanecería en el cerro Guanacaure como ídolo para comunicarse con el sol, su padre.

Entonces, juntos ascendieron el cerro hasta alcanzar el lugar designado para el ídolo. En un momento, Ayar Oche se elevó hacia el cielo en un vuelo tan alto que desapareció de la vista de Ayar Manco. Después de un tiempo, retornó y le instruyó a Ayar Manco que adoptara el nombre de Manco Capac, pues provenía del lugar donde residía el sol, así lo dictaba el sol mismo. Le indicó que descendiera del cerro y se dirigiera al pueblo que habían divisado, donde sería cálidamente acogido por los lugareños y debería establecerse. Además, le entregó a su esposa Cura para que le asistiera y sugirió que llevase consigo a su compañero Ayar Auca.

Después de las palabras del ídolo Ayar Oche, este se transformó en piedra junto con sus alas. Manco Capac y Ayar Auca descendieron entonces a su ranchería. Muchos indígenas de un pueblo cercano se acercaron al ídolo, que ahora era una estatua de piedra, y al verlo, recordaron haberlo visto volar en lo alto. Uno de ellos lanzó una piedra que impactó en el ídolo y le rompió una de las alas. Desde entonces, al verlo petrificado y herido, ya no le causaron más daño.

—Disculpe, no, nada... —murmuró don Lorenzo, cubriéndose la boca para evitar que don Juan notara que se estaba riendo.

—Le rompieron el ala... eso fue lo que me dijeron, —dijo don Juan, retomando su narración.

Manco Capac y Ayar Auca, junto con sus cuatro esposas, continuaron su camino hacia el pueblo del Cusco, donde residía Alcaviza. En su camino, antes de llegar al pueblo, se encontraron con otro asentamiento donde se cultivaba coca y ají. La esposa de Ayar Oche, Mama Guaco, quien se había quedado en la cueva, agredió a un indígena de ese pueblo con unos ayllos, matándolo instantáneamente. Luego, abrió su cuerpo y extrajo los órganos internos, inflando los pulmones para mostrarlos a los demás habitantes del pueblo. Este acto provocó gran temor entre los indígenas, quienes, asustados, huyeron hacia el valle conocido como Gualla. Los descendientes de estos indios se convirtieron en los que hoy en día cultivan la coca en Gualla.

Después de estos sucesos, Manco Capac y su séquito continuaron su camino y se encontraron con Alcaviza, a quien informaron que el sol los enviaba para poblar junto a él en el pueblo del Cusco. Alcaviza, al ver la ostentosa apariencia de Manco Capac y su grupo, así como las alabardas de oro que llevaban, comprendió que eran hijos del sol y les permitió elegir el lugar donde quisieran establecerse. Manco Capac agradeció el gesto y, al encontrar el sitio adecuado, que hoy en día corresponde a la Casa y Convento de Santo Domingo en la ciudad del Cusco, construyó una casa con la ayuda de sus cuatro esposas, sin aceptar ayuda de la gente de Alcaviza, aunque estos querían ayudar.

—Perdone, ¿Manco Capac tenía cuatro esposas? Yo solo he contado tres, ya que una aún está con Ayar Auca.

—Supongo que habrá tomado otras esposas en algún momento o Ayar Auca la comparte... —respondió don Juan.

—Bueno, pero siga adelante y no me haga caso —dijo don Lorenzo, tomando un vaso de agua.

—Entonces, después de un tiempo, Manco Capac y su compañero, junto con sus cuatro esposas, decidieron cultivar maíz en tierras cercanas. Utilizaron semillas que, según la leyenda, habían obtenido de la cueva de la que emergieron. Esta cueva fue llamada por Manco Capac Pacaritambo, que significa "Casa de Producción", en referencia al origen de las semillas. Una vez completada la siembra, Manco Capac y Alcaviza disfrutaron de una buena relación, conviviendo en armonía y felicidad.

Dos años después de la llegada de Manco Capac, su compañero Ayar Auca falleció, dejando a su esposa junto a las demás mujeres de Manco Capac. Sin embargo, Ayar Auca no tuvo hijos con su esposa, por lo que Manco Capac se quedó solo con su esposa y las otras tres mujeres. Pronto, la esposa de Manco Capac dio a luz a un hijo, al que llamaron Sinchi Roca. Sinchi Roca creció hasta la adolescencia, alcanzando los quince o dieciséis años, momento en el que su padre Manco Capac falleció, dejándolo como único heredero.

Cinco años después de la muerte de Manco Capac, también falleció Alcaviza. Cuando Sinchi Roca, hijo de Manco Capac, alcanzó los veinte años de edad, se casó con una mujer llamada Mama Coca, hija de un cacique de un pueblo llamado Zañu, situado a una legua del Cusco. Con Mama Coca, Sinchi Roca tuvo un hijo al que llamaron Lloque Yupanqui.

Lloque Yupanqui nació con dientes y, desde su nacimiento, demostró habilidades extraordinarias. Caminó apenas nacido y nunca mostró interés en amamantarse. Además, pronunció palabras sorprendentes que causaron asombro, lo que me hace pensar que podría haber sido similar a Merlín, como cuentan las leyendas.

En cierta ocasión, el recién nacido Lloque Yupanqui tomó una piedra y la lanzó hacia otro niño descendiente de Alcaviza, quien pasaba por allí llevando un recipiente de agua hacia una fuente. La piedra lanzada por Lloque Yupanqui le rompió una pierna al niño de Alcaviza. Los augurios interpretaron este incidente como un presagio de que los descendientes de Lloque Yupanqui se convertirían en grandes líderes que dominarían el pueblo, mientras que los descendientes de Alcaviza serían expulsados por los descendientes de Lloque Yupanqui. Esta predicción se cumplió más adelante, como detallo en mi libro y según relataron los testigos presenciales.

A pesar de estos eventos extraordinarios, Lloque Yupanqui no realizó más hazañas destacables durante su vida, por lo que no hay más que agregar sobre él en este momento.

Tras el reinado de Lloque Yupanqui, su sucesor, Capac Yupanqui, se distinguió por su renuncia a expandir su poder más allá de lo legado por su padre. Le siguió su hijo, Mayta Capac, quien también optó por mantener la autoridad recibida, sin ambiciones de dominio adicionales.

Posteriormente, el liderazgo pasó a manos de Inca Roca Inca, conocido por su extensa progenie de treinta hijos e hijas, fruto de sus uniones con seis mujeres distintas. Se le atribuye una vida llena de esplendor y placer. Después de él, su primogénito, Yaguar Huácac Inca Yupanqui, heredó el trono, naciendo con el peculiar augurio de lágrimas de sangre, que le otorgaría su nombre.

Cuentan que Yaguar Huácac Inca Yupanqui, siguiendo el ejemplo de su padre, superó en astucia y destreza, incluso ampliando su descendencia a cincuenta hijos e hijas a través de veinte mujeres. Sin embargo, al igual que sus antecesores, no buscó extender su poder más allá de los límites establecidos por sus predecesores.

Después de aquellos días, surgió en su lugar un hijo suyo, al que llamaron Viracocha Inca, debido a su gran amabilidad, afabilidad y su habilidad para gobernar con tranquilidad. Siempre les otorgaba dádivas y les mostraba generosidad. Su gentileza le ganó el afecto de su pueblo; un día, al despertar, salió con alegría entre los suyos. Cuando le preguntaron por qué se regocijaba, les dijo que el Viracocha Pachayachachic le había hablado esa noche, insinuando que Dios había hablado con él. Entonces, todos se levantaron y lo llamaron Viracocha Inca, que significa Rey y Dios. Desde entonces, este nombre lo identificó.

Durante el reinado de Viracocha Inca, había más de doscientos señores y caciques de pueblos y provincias, ubicados a unas cincuenta o sesenta leguas alrededor de la ciudad del Cusco. Estos líderes se autodenominaban "Capac Inca", que significa señores o reyes, en sus propias tierras y comunidades. Viracocha Inca también adoptaba este título, y como mencionamos anteriormente, se autoproclamaba Dios. Esta declaración llevó a los demás señores a reconocerlo como alguien de mayor importancia que ellos.

Entre estos señores destacaba Uscovilca, de la nación Chanca, quien gobernaba sobre una gran cantidad de personas y tenía bajo su mando seis valientes capitanes: Malma, Rapa, Yanavilca, Teclovilca, Guamanguaraca y Tomayguaraca. Uscovilca, al enterarse de la presencia de Viracocha Inca en el Cusco y de su autoproclamación como el máximo señor, a pesar de que él mismo se consideraba el señor de toda la tierra y tenía más poder militar, decidió averiguar la verdadera fuerza de Viracocha Inca. Estando en el pueblo de Paucaray, a tres leguas de Párcos, Uscovilca consultó con sus seguidores sobre cómo proceder. Dado el poder que poseía, acordaron que sus capitanes explorarían las regiones de Condesuyo y Andesuyo, mientras él, junto con dos de sus capitanes y el resto de su gente, avanzaría directamente hacia la ciudad del Cusco a través de estas dos provincias. Creían que de esta manera podrían dominar toda la tierra y someter a Viracocha Inca. Una vez tomada esta decisión, Uscovilca ordenó que toda su gente se reuniera en el llano de Paucaray, su lugar de origen, en una fecha específica, y así lo hicieron todos sus seguidores en el día indicado.

Una vez reunidos, Uscovilca dividió toda su gente en tres partes y luego las equipó con armas, como lanzas, alabardas, hachas, porras, hondas, ayllos y rodelas. Después de asegurarse de que estuvieran bien pertrechados, les proporcionó una gran cantidad de provisiones para el viaje, incluyendo carne seca, maíz, pescado seco y otros alimentos necesarios. También les otorgó el privilegio de quedarse con todo el botín que obtuvieran durante la guerra, ya fuera ropa, oro, plata, mujeres u otras posesiones que pudieran encontrar en el campo de batalla.

Luego, Uscovilca asignó una parte de estas tropas a los capitanes Malma e Irapa, a quienes ordenó que partieran de inmediato y conquistaran la provincia de Condesuyo hasta donde fuera posible. Estos dos capitanes partieron con su gente en la misión encomendada. Antes de partir, expresaron profundos agradecimientos y alabanzas a Uscovilca por la generosidad mostrada al permitirles disfrutar del botín obtenido durante la guerra.

Así, los dos capitanes Malma e Irapa avanzaron con gran fuerza por la provincia de Condesuyo, partiendo desde el pueblo de Paucaray. Su éxito fue notable, ya que lograron conquistar y someter territorios hasta llegar a unas cincuenta leguas más allá de los Chancas.

Mientras tanto, Uscovilca también envió otros dos capitanes, Yana Vilca y Toquello Vilca, por la región de Andesuyo. Estos capitanes recibieron su parte de la gente y partieron de Paucaray siguiendo las instrucciones de Uscovilca. Antes de su partida, Uscovilca les ordenó que no se acercaran al Cusco a menos de diez leguas de distancia, ya que él quería reservar la conquista de esa ciudad para sí mismo.

De esta manera, los dos capitanes avanzaron por la provincia de Condesuyo, conquistando territorios hasta llegar a los Chiriguanes, donde detendremos su relato para centrarnos en Uscovilca.

Uscovilca, después de enviar a sus cuatro capitanes como se ha descrito, sintió un fuerte deseo de dirigirse personalmente hacia el Cusco y someter tanto la ciudad como a Viracocha Inca. Reunió a la tercera parte de su gente que aún le quedaba, dejando su tierra y pueblo bajo la protección de una guardia adecuada, con instrucciones de avisarle si surgía algún problema para poder regresar y proteger su territorio. Una vez que todo estuvo organizado y asegurado, partió con su gente y llevó consigo a sus dos capitanes en busca de Viracocha Inca.

Por aquel entonces, Viracocha Inca se encontraba en una situación de relativa calma, ya que no estaba involucrado en conflictos bélicos ni tenía intenciones de invadir o arrebatar territorios a otros.

Mientras Viracocha Inca permanecía en paz ante la inminente amenaza de guerra, recibió la visita de dos mensajeros enviados por Uscovilca. Estos mensajeros transmitieron el mensaje de Uscovilca, instándole a rendirle obediencia como su señor, de lo contrario, se aliste para la batalla, ya que Uscovilca estaba dispuesto a luchar contra él y someterlo. Le informaron que Uscovilca se encontraba en Vilcacunga, a unas siete leguas de distancia de la ciudad del Cusco, y que estaría allí pronto para enfrentarse a él.

Ante esta amenaza y el evidente poder que Uscovilca representaba, Viracocha Inca decidió aceptar la petición de obediencia y expresó su deseo de reunirse con Uscovilca para compartir comida y bebida juntos.

Una vez que los mensajeros de Viracocha Inca partieron de la ciudad del Cusco llevando su respuesta, se convocó a los principales líderes para deliberar sobre el curso de acción a seguir. Sin embargo, la urgencia de la embajada de Uscovilca dejó poco tiempo para que pudieran discutir con detenimiento entre ellos cómo responder. De esta manera, la respuesta que acabamos de escuchar fue emitida sin una consulta previa con sus consejeros.

Tras este primer paso, al reflexionar sobre la situación, los líderes del Cusco reconocieron la amenaza que representaba el gran poderío y la arrogancia de Uscovilca. Temían que, si aceptaban tan fácilmente sus demandas, serían percibidos como débiles y menospreciados. Decidieron, entonces, negociar con Uscovilca en términos que aseguraran mejor su supervivencia y autonomía. Una de las estrategias discutidas fue la de abandonar la ciudad del Cusco junto con la mayoría de sus habitantes y dirigirse hacia un lugar fortificado conocido como Caca Xaqui Xahuana, ubicado en un peñol a siete leguas de distancia de la ciudad, sobre el pueblo de Calca.

En aquel momento, Viracocha Inca contaba con siete hijos, siendo el menor de todos Inca Yupanqui o Pachacutéc. A pesar de su juventud, Inca Yupanqui destacaba por su orgullo y por el gran aprecio que tenía por su propia persona. Cuando su padre, Viracocha Inca, decidió abandonar el Cusco y someterse a Uscovilca, Inca Yupanqui no estuvo de acuerdo con esa decisión. Le parecía un acto vergonzoso y deshonroso para su pueblo, y no podía tolerar la idea de someterse a la subyugación.

Al enterarse de los planes de su padre y de los demás señores del Cusco para abandonar la ciudad, Inca Yupanqui decidió en secreto que no se uniría a esa empresa. En cambio, planeó reunir a cuanta gente pudiera y, cuando Uscovilca llegara, se negaría a rendirle obediencia. Estaba dispuesto a morir antes que aceptar vivir bajo la dominación de otro. Confiaba en que, con su valentía y la ayuda de su gente, podría derrotar a Uscovilca y así liberar a su pueblo del yugo de la subyugación.

Con firme determinación, Inca Yupanqui buscó a tres jóvenes, hijos de señores y amigos suyos, y también hijos de aquellos que estaban consultando con su padre sobre la rendición y la obediencia al Chanca. Estos jóvenes eran Vica Quirao, Apo Mayta y Quilescachi Urco Guaranga. Reuniéndose con ellos, Inca Yupanqui compartió sus pensamientos y les expresó su convicción de que preferiría la muerte antes que vivir en la vergonzosa subyugación, ya que ellos no habían nacido para ser subyugados.

Los cuatro jóvenes estuvieron de acuerdo con esta opinión y prometieron apoyar a Inca Yupanqui en lo que decidiera hacer. Mientras tanto, Viracocha Inca se preparaba para abandonar la ciudad junto con la gente del Cusco y la mayoría de los aldeanos que pudiera llevar consigo hacia el peñol. Inca Yupanqui y los tres jóvenes señores decidieron quedarse en la ciudad, acompañados únicamente por sus respectivos sirvientes: Pata Yupanqui, Muru Uanca y Apo Yupanqui, Uxuta Urco Guaranga. No quedó más nadie con ellos aparte de estos criados.

Cuando Viracocha Inca se percató de que su hijo Inca Yupanqui había optado por quedarse con firmeza en la ciudad, simplemente sonrió y no le prestó mucha atención. Después de todo, llevaba consigo a sus otros seis hijos, incluido su primogénito y más querido, Inca Urco, a quien tenía la intención de dejar como su sucesor para mantener su legado y su nombre.

Al enterarse Uscovilca de las acciones de Viracocha Inca, decidió enviar a su capitán, Guamán Guaraca, para que se reuniera con él y estableciera cualquier acuerdo que considerara conveniente. Guamán Guaraca llegó al peñol donde se encontraba Viracocha Inca, siendo recibido con cordialidad por este último.

Una vez despachado por Uscovilca, Guamán Guaraca informó a Viracocha Inca sobre la situación en el Cusco. Se enteró de que Inca Yupanqui, junto con los tres señores mencionados anteriormente y sus respectivos sirvientes, había decidido quedarse en la ciudad con la firme determinación de resistir y no someterse. Uscovilca se alegró al saber esto, ya que consideraba que derrotar a Inca Yupanqui y a sus acompañantes podría allanarle el camino hacia la victoria, especialmente al llevarlos de vuelta al Cusco, hacia donde se dirigía.

Por otro lado, un capitán al servicio de Uscovilca, llamado Tomay Guaraca, al conocer los planes de Inca Yupanqui, solicitó a su señor la oportunidad de llevar a cabo esta empresa. Deseaba ir al Cusco para capturar y ejecutar a Inca Yupanqui y a quienes estuvieran con él.

Uscovilca respondió a Tomay Guaraca que esa empresa era de su interés personal, y que él mismo se encargaría de llevarla a cabo. Inmediatamente, envió un mensajero a Inca Yupanqui para comunicarle su satisfacción al saber que el joven estaba dispuesto a enfrentarse y demostrar su valentía. Le instó a prepararse, así como a sus compañeros, ya que tenía la intención de encontrarse con él en tres meses. Además, le ofreció un plazo de tres meses para que pudiera prepararse adecuadamente, tanto en armamento como en el reclutamiento de fuerzas.

Uscovilca había tomado conocimiento de la huida de Viracocha Inca de la ciudad del Cusco, llevándose consigo a toda su gente, así como a la mayoría de los habitantes de los pueblos cercanos. Con esta información, Uscovilca dedujo que Inca Yupanqui no recibiría apoyo de nadie para resistir el poder que él traía consigo.

Al recibir el mensaje de Uscovilca, Inca Yupanqui respondió con determinación, expresando su disposición a morir luchando antes que someterse, ya que había nacido libre y como señor. Afirmó que, si su padre había optado por la sumisión, él estaba dispuesto a resistir y luchar por la libertad junto con aquellos que estaban con él en el peñol donde se encontraba. Inca Yupanqui declaró que, si había de convertirse en el señor del Cusco y obtener ese título, sería a través de la batalla y la victoria sobre Uscovilca, lo que le otorgaría la legitimidad que buscaba. Además, expresó su alegría por la decisión de su padre de abandonar la ciudad del Cusco y rendirse, ya que consideraba que el Cusco nunca antes había sido sometido ni vencido por nadie desde su fundación por Manco Capac.

Tras enviar su respuesta, Inca Yupanqui abandonó el Cusco y se dirigió hacia Uscovilca, quien se encontraba en Vilcacunga, acompañado de los señores que lo seguían. Uscovilca recibió la respuesta de Inca Yupanqui con satisfacción, confiado en que lograría triunfar en su conquista del Cusco, tal como había previsto.

El Chanca, junto con los tres señores que lo acompañaban, llegó a un acuerdo. Decidieron enviar un mensajero a Viracocha Inca, el padre de Inca Yupanqui, para instarlo a reflexionar sobre la deshonra que se cernía sobre él y sobre el Cusco. Le recordaron que desde la fundación por Mango Capac, el Cusco nunca había sido sometido a nadie. Sugirieron que, si así lo consideraba apropiado, deberían defender su ciudad y no permitir que se propagara el rumor de que había abandonado su pueblo para luego rendirse ante sus enemigos.

Le pidieron que regresara a su ciudad, donde le prometían, como su hijo, estar dispuestos a morir frente a él en defensa de la ciudad. Estaban decididos a protegerla, ya que habían asumido el compromiso de preferir la muerte antes que permitir que se dijera que habían aceptado la subyugación, habiendo nacido libres y como señores.

Uno de los cuatro jóvenes que acompañaban al Chanca fue designado para llevar el mensaje que ya hemos escuchado, y partió hacia donde se encontraba Viracocha Inca. Al llegar, entregó la embajada en nombre de Inca Yupanqui. Tras escuchar el mensaje de su hijo, Viracocha Inca no pudo contener la risa y respondió con ironía: "Siendo yo alguien que se comunica y habla con los dioses, he sido advertido de que no soy capaz de resistir a Uscovilca. Por eso me fui del Cusco, para evitar la deshonra y el maltrato hacia los míos. ¿Cómo es que Inca Yupanqui presume que he tomado una mala decisión? Que regrese y dile que me río de su juventud. Si quiere morir de esa manera, que lo haga él y los que lo siguen. Si no quiere hacerlo, me pesa, pero es su elección".

El mensajero respondió que su señor estaba decidido y no renunciaría a morir o vencer antes que someterse. Ante esto, Viracocha Inca ordenó al mensajero que regresara y transmitiera a sus señores que no tenía intención de ir allí, y que de ninguna manera enviaría otro mensaje similar.

Después de escuchar la respuesta del mensajero, este se marchó de regreso a donde estaba Inca Yupanqui y le transmitió las palabras de su padre, Viracocha Inca. Al enterarse de la respuesta, Inca Yupanqui sintió pesar, ya que esperaba algún tipo de apoyo o socorro por parte de su padre. Había confiado en que al ver que Viracocha Inca le brindaba algún tipo de ayuda, los pueblos vecinos al Cusco también le prestarían su apoyo.

En medio de la tristeza por la respuesta de su padre, Inca Yupanqui decidió enviar mensajeros a los caciques de los pueblos vecinos para solicitar su ayuda. Les informó sobre la situación desesperada en la que se encontraba y cómo su padre no había respondido a su llamado de auxilio. Les rogó que lo favorecieran con sus recursos y sus tropas.

Convencido de la importancia de esta acción, Inca Yupanqui convocó a los cuatro jóvenes que estaban con él y les encomendó la tarea de llevar la embajada a los caciques y señores de los pueblos circundantes, distantes aproximadamente tres leguas de la ciudad. Dividiendo a los mensajeros, cada uno se dirigió a los diferentes caciques con el mensaje que ya habíamos escuchado.

Cuando llegaron a los caciques, éstos escucharon la petición de ayuda de Inca Yupanqui y respondieron de la siguiente manera: "Volved y decid a vuestro señor Inca Yupanqui que estamos dispuestos de corazón a ayudarlo y a socorrerlo con nuestras fuerzas y nuestro poder. Sin embargo, creemos que el poder del Chanca Uscovilca es considerablemente grande y que, aunque quisiéramos, no podríamos socorrerlo lo suficiente. Si él consigue reunir más tropas, estaremos listos para apoyarlo en su resistencia. Mientras tanto, estaremos enviando mensajes a otras provincias y pueblos para solicitar su ayuda. Pero necesitamos ver que él cuenta con un número significativo de soldados antes de comprometernos totalmente a su causa. Le rogamos que tome estas acciones y prometemos apoyarlo en todo lo que esté en nuestras manos".

Después de recibir la respuesta de los mensajeros, regresaron donde estaba Inca Yupanqui y le transmitieron lo que los caciques les habían dicho. Al escucharla, Inca Yupanqui sintió una profunda tristeza al verse solo, a pesar de la voluntad y los ofrecimientos de ayuda por parte de los caciques. Reconoció que era justo que tuviera al menos algunas tropas para poder aprovechar la ayuda ofrecida por los caciques y unirla a sus propias fuerzas.

Sumido en su pesar, observó que el sol estaba a punto de ponerse y que la noche comenzaba a caer. Entonces, decidió que él solo saldría, dejando a sus compañeros y criados en el lugar donde estaban, sin permitir que ninguno lo acompañara. Así, se retiró del aposento en silencio y en solitario.

Inca Yupanqui destacaba por su virtud y su amabilidad en el trato. A pesar de ser joven, era comedido en sus palabras y no se excedía en risas, siempre mostrando prudencia. Tenía un gran corazón, siempre dispuesto a ayudar a los menos privilegiados, y era conocido por su castidad, nunca habiendo tenido relaciones con mujeres. Además, era honesto y cumplía siempre sus compromisos, nunca faltando a la verdad.

Estas virtudes y su valentía generaban admiración en aquellos que lo conocían. Sin embargo, su propio padre, al ver estas cualidades en Inca Yupanqui, sentía envidia y lo despreciaba. Preferiría que su hijo mayor, Inca Urco, tuviera esas virtudes. Temía que, debido a las cualidades de Inca Yupanqui, los señores del Cusco y la comunidad lo prefirieran como su futuro líder, relegando a Inca Urco. Por esta razón, no permitía que Inca Yupanqui se destacara frente a él y evitaba mostrar cualquier señal de afecto hacia él en público. Aunque amaba a Inca Yupanqui, temía que su falta de astucia y habilidades políticas pudieran perjudicarlo en el futuro, a diferencia de Inca Yupanqui, quien era ampliamente querido por todos.

Viracocha Inca tenía la intención de dejar a Inca Urco como su sucesor después de sus días. Por eso, procuraba que los señores de la ciudad del Cusco y la gente en general mostraran el mismo respeto y acatamiento hacia Inca Urco que le tenían a él. Para lograr esto, ordenaba que los señores del Cusco y otros dignatarios lo sirvieran con las mismas reverencias que le mostraban a él: nadie, ni siquiera sus propios hermanos, debía llevar zapatos delante de Inca Urco, sino que debían estar descalzos y con la cabeza baja mientras estuvieran ante él hablándole o entregándole algún mensaje. Incluso en las comidas, Inca Urco comía solo, sin que nadie se atreviera a tocar su plato.

Cuando salía a la plaza, era llevado en andas y hombros de los señores. Se sentaba en un trono de oro y usaba un tocado de plumas de avestruz teñidas de color dorado. Sus vasos y utensilios de servicio doméstico eran de oro, y tenía múltiples esposas. Todo esto contrastaba fuertemente con la naturaleza modesta y sencilla de Inca Yupanqui, quien, como ya se ha mencionado, era despreciado por su padre y tenía un afecto especial por Inca Urco.

Viracocha Inca se regocijó cuando se enteró de que Inca Yupanqui se había quedado en la ciudad del Cusco, pensando que ahí terminaría sus días. Por lo tanto, cuando Inca Yupanqui pidió ayuda, Viracocha Inca se negó a proporcionársela.

Separándose de sus compañeros durante la noche, según la historia que ya les he contado, dicen que Inca Yupanqui se dirigió a un lugar apartado donde nadie de los suyos pudiera verlo, a unos dos tiros de honda de la ciudad. Allí se entregó a la oración al Hacedor de todas las cosas, a quien ellos llaman Viracocha Pachayachachic. En su plegaria, expresaba lo siguiente: "Señor Dios, Tú que me has creado y dado existencia como ser humano, ayúdame en esta difícil situación en la que me encuentro. Tú eres mi Padre, quien me ha dado forma y me ha hecho existir como ser humano. Te pido que no permitas que sea derrotado por mis enemigos, que me concedas tu favor contra ellos. No permitas que me sometan, ya que Tú me has hecho libre y solo a Ti me someto. No permitas que estas personas que intentan subyugarme me pongan en servidumbre. Dame, Señor, la fuerza para resistirlos y haz conmigo según tu voluntad, porque soy tuyo".

Mientras expresaba estas palabras, lo hacía con lágrimas sinceras y desde lo más profundo de su corazón. Y estando inmerso en su oración, se quedó dormido, vencido por el cansancio. En su sueño, se le apareció Viracocha en forma humana y le dijo: "Hijo mío, no te preocupes, enviaré a tu lado, el día que te enfrentes en batalla con tus enemigos, gente con la que podrás derrotarlos y salir victorioso".

Al despertar, Inca Yupanqui recordó el sueño y comprendió que estaba por amanecer. Se llenó de alegría y tomó valor, luego regresó donde estaban sus compañeros para compartirles la buena nueva. Les dijo que estuvieran alegres, pues él lo estaba, y que no temieran ser vencidos por sus enemigos, ya que contaría con ayuda cuando la necesitaran. Sin embargo, no reveló más detalles sobre cómo, cuándo o de dónde vendría esa ayuda, a pesar de las preguntas que le hicieron sus compañeros.

A partir de entonces, todas las noches se separaba de sus compañeros y regresaba al lugar donde había hecho su primera oración. Allí continuó orando con la misma devoción, esperando que el sueño que había tenido se repitiera cada noche.

Y así, la última noche, mientras estaba en su oración, Viracocha se le apareció nuevamente en forma humana. Estaba despierto y el Viracocha le dijo: "Hijo mío, mañana tus enemigos vendrán a enfrentarte en batalla, y yo te socorreré con gente para que los derrotes y salgas victorioso".

Al amanecer del siguiente día, Uscovilca y su ejército descendieron por Carminga (también conocido como Carmenca), una colina situada en la ruta de descenso hacia la ciudad del Cusco, viniendo desde la ciudad de Los Reyes. Descendieron con todo su poder y fuerza, y de repente, veinte escuadrones de gente desconocida para Inca Yupanqui y sus seguidores, aparecieron por las rutas de Colla, Acha y Condesuyo.

Cuando esta nueva fuerza llegó donde estaba Inca Yupanqui, él y sus compañeros observaban cómo descendían sus enemigos. Los recién llegados rodearon a Inca Yupanqui, diciéndole: "Apu Capac Inca, hoy lucharemos juntos y venceremos a tus enemigos. Hoy, este día, tendrás a tus enemigos prisioneros contigo". Con estas palabras, se dirigieron hacia el ejército de Uscovilca que descendía con gran ímpetu por las colinas.

Comenzó la batalla al encontrarse ambos ejércitos, y pelearon desde la mañana, cuando se encontraron, hasta el mediodía. La batalla fue feroz, y de entre las filas de Uscovilca cayó una gran cantidad de hombres, ninguno de los capturados logró sobrevivir.

En la batalla donde Uscovilca fue capturado y finalmente muerto, sus seguidores, al presenciar la terrible devastación que estaban sufriendo, tomaron la decisión de no esperar más. Retrocedieron por el mismo camino por el que habían llegado y huyeron hasta llegar al pueblo de Xaquixaguana, donde buscaron desesperadamente reagruparse y reorganizarse.

Al enterarse de la derrota, algunos de los capitanes de Uscovilca lograron escapar y enviaron urgentemente noticias a su tierra para solicitar refuerzos. También informaron a los capitanes Malma y Rapa, quienes habían estado conquistando territorios desde Condesuyo hasta los Chichas. Estos últimos regresaban victoriosos de su campaña, cargados de botín.

Además, los mensajeros enviados por los capitanes derrotados en Xaquixaguana informaron a Yana Vilca y Teclo Vilca, enviados por Uscovilca desde Paucaray para explorar y conquistar territorios. Estos últimos habían avanzado hasta la región de los Chiriguanaes, a más de doscientas leguas de distancia. Al conocer la muerte de Uscovilca y la forma en que fue derrotado, todos actuaron con premura. Los capitanes supervivientes se unieron a los que se habían refugiado en Xaquixaguana para planificar su siguiente paso.

Mientras tanto, dejamos a todos reunidos en Xaquixaguana y volvemos nuestra atención hacia Inca Yupanqui, quien se encontraba en una posición de victoria.

Después de la muerte de Uscovilca, Inca Yupanqui ordenó que se tomaran sus vestimentas, insignias de guerra, joyas, armas y otros objetos valiosos que llevaba consigo. Estos incluían ornamentos de oro y plata, prendas de vestir adornadas con plumas y diversos arreos. Luego, montado en unas andas, se dirigió hacia donde se encontraba su padre, Viracocha Inca, acompañado por sus amigos Vica Quirao, Apu Mayta y Quilescachi Urco guaranga, así como por dos mil hombres de guerra que lo protegían.

Una vez llegó ante su padre, Inca Yupanqui le rindió el respeto y homenaje que correspondían a su Señor y progenitor. Presentó ante él las insignias, armas y vestimentas del difunto Uscovilca, a quien había vencido y muerto en batalla. Luego, le pidió a su padre que pisara esas insignias del enemigo derrotado y también que pisoteara a ciertos capitanes de Uscovilca que había llevado consigo como prisioneros, haciéndolos caer al suelo.

Esta costumbre era parte de la tradición de los señores Incas. Cuando un capitán o varios capitanes regresaban victoriosos de la guerra, llevaban consigo las insignias y adornos de los señores enemigos que habían matado o capturado durante la batalla. Al entrar en la ciudad del Cusco, los capitanes llevaban estos despojos delante de ellos y los presentaban ante sus señores.

Los señores, al ver estos despojos, se levantaban y los pisoteaban, dando un paso sobre los prisioneros como señal de aceptación y reconocimiento del triunfo obtenido por sus capitanes en el campo de batalla. Este acto simbólico indicaba que el trabajo y el esfuerzo dedicados a someter y vencer a los enemigos eran valorados y aceptados como un servicio al señor.

Asimismo, al pisar estos despojos y prisioneros, el señor que lo hacía recibía posesión y señorío sobre las tierras conquistadas y sobre los vasallos que habitaban en ellas. Era una forma de consolidar el dominio sobre las nuevas tierras y de demostrar su autoridad sobre los vencidos.

Al fin, deseando Inca Yupanqui mostrar todo respeto hacia su padre, a pesar de no haber buscado su favor previamente, le presentó todas las evidencias que hemos escuchado. Su intención era que su padre aceptara ese servicio y entendiera cómo someter a esos enemigos como sus vasallos, bajo su liderazgo. Al ver las insignias y los capitanes capturados como símbolos de su victoria, e incluso solicitar que los pisara como su señor y padre, el Viracocha Inca tenía consigo a un principal del Uscovilca, enviado para negociar los términos de paz y las condiciones de entrega. Al no haber dado instrucciones previas hasta ese momento, lo tenía a su lado. Sin conocer lo sucedido con el Uscovilca hasta entonces, el Viracocha Inca no podía estar seguro de que lo que Inca Yupanqui traía ante él era realmente de Uscovilca y que este había sido derrotado y muerto. Al no estar convencido, ordenó que el principal, llamado Guamán Guaraca, que había sido enviado por Uscovilca para negociar, se presentara. Como si estuviera en un sueño, el Viracocha Inca preguntó a Guamán Guaraca: "Dime, ¿reconoces estos vestidos e insignias como pertenecientes a tu señor Uscovilca?". Al verlos, Guamán Guaraca reconoció a los capitanes de su señor tirados en el suelo, bajó la mirada y comenzó a llorar, arrojándose al suelo junto a ellos.

Al ver Viracocha Inca que era cierto que sus enemigos habían conseguido la victoria sobre Inca Yupanqui, su hijo, experimentó un profundo pesar y envidia, motivados por el intenso odio que le tenía, como ya he mencionado anteriormente. Inca Yupanqui, su hijo, percibió este sentimiento con gran tristeza, aunque comprendía las razones detrás de ello. Sin embargo, no se dejó llevar por el resentimiento, sino que, recordando que Viracocha Inca era su padre y señor, le rogó nuevamente que lo pisara como su padre y señor. A esto, Viracocha Inca respondió indicando que debía ser su hijo Inca Urco quien lo pisara primero, pues era el hijo al que más quería y en quien pensaba dejar su legado después de sus días, como ya hemos relatado. Ante esto, Inca Yupanqui replicó que él le rogaba a él, como a su padre, que lo pisara, argumentando que no había luchado por la victoria para ser pisado por individuos como Inca Urco y sus demás hermanos, a quienes consideraba poco dignos. Insistió en que quería ser pisado por su padre y señor, o de lo contrario se retiraría.

Mientras tanto, Viracocha Inca convocó a uno de los señores que tenía a su lado y, hablando en privado, le ordenó que sacara discretamente a la gente de guerra que estaba con ellos y la llevara a una quebrada en las montañas, cubierta de alta paja, para ocultarse allí. Mientras tanto, él mantendría a Inca Yupanqui en una habitación con la excusa de sostener una conversación, mientras preparaba una emboscada con su gente en la quebrada. Además, dentro de la habitación, si tenía la oportunidad, intentaría matarlo con sus propias manos; y si Inca Yupanqui lograba escapar de allí, debía ser asesinado en la quebrada de vuelta al regresar. Una vez acordado esto, el señor salió para llevar a cabo las órdenes de Viracocha Inca.

Cuando Viracocha Inca regresó a Inca Yupanqui, comenzó a hablarle con amabilidad y mostrarle una actitud alegre. Cuando creyó que su capitán había cumplido con sus órdenes, Viracocha Inca se levantó y pidió a Inca Yupanqui que colocara las pertenencias que había traído de Uscovilca dentro de la habitación donde antes había sugerido que las pusiera para que su hijo Inca Urco las pisara primero, y luego él. Inca Yupanqui volvió a rechazar la idea, insistiendo en que, si alguien iba a pisar esas pertenencias, que fuera Viracocha Inca. Si no, prefería retirarse, como ya había mencionado anteriormente.

Viendo que no lograba persuadir a Inca Yupanqui para que permitiera que Inca Urco pisara las pertenencias, y planeando matarlo dentro de la habitación, Viracocha Inca sugirió que Inca Yupanqui entrara solo en la habitación, donde él mismo lo pisaría delante de él. Sin embargo, en ese momento, los tres buenos amigos de Inca Yupanqui se acercaron y, sospechando de la traición que Viracocha Inca planeaba, impidieron que Inca Yupanqui entrara en la habitación.

Mientras tanto, uno de los capitanes de Inca Yupanqui, junto con la guardia que lo acompañaba, se acercó a él para informarle que habían avistado a una considerable cantidad de gente armada saliendo del peñol, individuos que salían uno a uno o en grupos de dos, portando lanzas y alabardas, y dirigiéndose por el mismo camino por el que habían llegado. Este capitán sospechaba que estos hombres estaban planeando tomar algún paso estratégico para interceptarlos cuando regresaran, o incluso para saquear lo que tenían en la ciudad del Cusco, e incluso tomarla. Al escuchar esto delante de sus tres leales amigos, Inca Yupanqui no pudo evitar reírse ante la evidente trama de su padre para matarlo, y la envidia que claramente lo consumía. Mientras continuaba insistiendo en que su padre se sirviera de él y aceptara su servicio.

Tras escuchar atentamente el informe del capitán, Inca Yupanqui ordenó a dos de sus tres amigos que tomaran la mitad de la guardia que habían traído consigo. Les instruyó para que siguieran el mismo proceder que los traidores del peñol, enviándolos uno a uno o en grupos de dos, para seguir a los hombres enviados por Viracocha. Les pidió que estuvieran atentos a cualquier emboscada en los montes o quebradas, o si se dirigían hacia el Cusco. Una vez tuvieran la información necesaria, debían regresar y informarle de lo sucedido para que pudiera tomar las medidas correspondientes. Si descubrían alguna emboscada, debían mantenerse ocultos sin alertar al enemigo de que habían sido descubiertos, y luego retirarse rápidamente. Inca Yupanqui prometió que resolvería pronto la situación con su padre, y una vez hecho esto, ellos regresarían sin demora.

Así, sus leales amigos, insistieron en que bajo ninguna circunstancia Inca Yupanqui debía entrar solo en la habitación con su padre, temiendo una posible traición que pusiera en peligro su vida. Del mismo modo, le encomendaron a Apu Mayta, quien se quedaba con él, la responsabilidad de velar por su señor. Estos dos señores salieron y ordenaron que doscientos indios armados con hachas entraran en la habitación donde se encontraba Inca Yupanqui. Les indicaron que se posicionaran alrededor de él, vigilándolo de cerca para evitar cualquier intento de traición. Al resto de la gente que quedaba afuera, se les ordenó permanecer junto a la puerta donde estaba Inca Yupanqui. Si escuchaban algún ruido sospechoso dentro, debían entrar de inmediato todos juntos para asegurar la protección de su señor.

Una vez organizados, los hombres que Inca Yupanqui les había proporcionado, avanzaron sigilosamente en grupos de cincuenta, uno a uno y en parejas, con sus mantas cubriendo sus rostros, de manera similar a cómo habían salido los hombres enviados por Viracocha Inca. Estos cincuenta se dedicaron a observar y descubrir a sus enemigos a medida que se dispersaban a lo largo de un amplio espacio. Cuando uno de los que lideraba el grupo llegó cerca de la quebrada donde estaba emboscada la gente de Viracocha, avistó a los enemigos y, al verlos, simuló atarse los cordones de los zapatos. Esta señal de simulación era un aviso para sus compañeros que venían detrás de él. Al presenciar esta señal, la noticia se transmitió rápidamente a los dos líderes que seguían al grupo. Al comprender que se trataba de una emboscada, ordenaron a sus hombres que se reunieran en el lugar donde habían escuchado la señal, excepto los cincuenta que estaban adelante. A estos últimos se les instruyó para que continuaran explorando y vigilando a los emboscados, informando al líder que se ataba los zapatos si veían alguna actividad sospechosa. Si se acercaba uno del bando de ellos, sigilosamente, el personaje le susurraría que continuara fingiendo realizar acciones cotidianas, como atarse y desatarse los zapatos, con el objetivo de mantener la farsa y ocultar sus verdaderas intenciones. De esta manera, lograría pasar desapercibido y no levantar sospechas sobre sus planes.

Dejando esta situación en su estado actual, volvamos a Inca Yupanqui, quien, después de haber provisto lo que te he contado, solicitó a su padre que pisara las insignias de los prisioneros que había traído de Uscovilca. Viracocha Inca respondió que solo lo haría si primero lo hacía Inca Urco. Ante esto, Inca Yupanqui expresó que, por respeto y obediencia hacia su padre como su señor, había venido hasta allí para que él pisara esas insignias. Además, le instó a regresar a la ciudad del Cusco, ya que como su padre y en su nombre, había logrado esa empresa, y debería celebrar un triunfo con esos capitanes y las pertenencias de Uscovilca, como era su intención al venir. Argumentó que no tenía sentido que Inca Urco, su hijo mayor, pisara lo que él había ganado. Tras estas palabras, Inca Yupanqui ordenó que se recogieran las vestiduras y demás objetos de Uscovilca, y que se levantara a los prisioneros del suelo, quienes hasta ese momento habían permanecido postrados en el suelo. Con un sentimiento de enojo y decepción por la negativa de su padre a pisar los prisioneros y lo que había logrado, Inca Yupanqui se retiró.

Incapaz de entender por qué su padre parecía tan resentido como para intentar matarlo, Inca Yupanqui se lamentaba de la situación. Se daba cuenta de que no le había dado motivo para tal enojo o malquerencia, ya que siempre había procurado servirle y complacerle en todo. Reconocía que la animosidad de su padre probablemente provenía de la envidia al ver cómo él destacaba entre sus hermanos, lo que le provocaba una mezcla de tristeza y rabia.

Con estas reflexiones en mente, Inca Yupanqui dejó la presencia de su padre y se dirigió hacia donde estaban sus dos fieles amigos, quienes lo habían alertado sobre la traición planeada contra él. Decidió organizar a su gente en tres grupos. Dos de ellos se dividirían a lo largo del camino, uno en cada lado, mientras que él lideraría el tercer grupo. Ordenó que los dos grupos que rodeaban el camino permanecieran ocultos tanto como fuera posible, mientras él avanzaría por el medio del monte para emboscar a sus enemigos desde un lugar estratégico. Una vez que sus capitanes dieran la señal, "¡A ellos, a ellos!", su gente debería atacar sin piedad, eliminando a todos los enemigos sin dejar ninguno con vida.

Con todo dispuesto como se ha mencionado, la guardia partió siguiendo el plan establecido, con Inca Yupanqui liderando a su grupo por el camino principal. Al llegar a la quebrada, justo en el punto donde la emboscada estaba preparada en las montañas, una piedra fue lanzada desde la montaña hacia Inca Yupanqui, pero por fortuna no logró alcanzarlo, hiriendo en cambio a uno de los porteadores. Ante este ataque, Inca Yupanqui y sus tres fieles amigos gritaron enérgicamente: "¡A ellos, a ellos!". Al oír esta señal, su gente, que ya tenía rodeada la montaña, atacó a los emboscadores con ferocidad, sin dejar escapar a ninguno.

Una vez en la ciudad del Cusco, Inca Yupanqui ordenó a su amigo Vica Quirao que regresara a su padre Viracocha Inca y le informara que debía venir a la ciudad, ya que tenía preparadas las pertenencias para que pudiera celebrar un triunfo con ellas. Además, ordenó que tres mil hombres lo acompañaran y custodiaran en su viaje de regreso. Vica Quirao partió hacia el peñol donde se encontraba Viracocha Inca, y al llegar encontró a este último y a sus seguidores en profundo duelo por la muerte de los hombres que Inca Yupanqui había eliminado en la emboscada, incluyendo a varios señores principales. Ante la noticia de que una gran fuerza militar se dirigía hacia ellos desde el Cusco, Viracocha Inca sospechó que su hijo planeaba atacarlos. En consecuencia, convocó una rápida reunión con sus seguidores, acordando que, si su hijo venía en son de guerra, deberían aceptar cualquier pedido de vasallaje que él hiciera, o cualquier propuesta de negociación que pudiera surgir.

Para averiguar quién estaba llegando y con qué propósito, Viracocha Inca ordenó que saliera un señor, vestido de luto y llorando, acompañado por otros diez indios en la misma condición. Estos salieron del peñol uno tras otro, con el señor al frente, mientras los que iban detrás observaban cómo eran recibidos por la gente que se aproximaba. Si eran arrestados o maltratados de alguna manera, debían informarlo al regresar.

Así, este señor salió como ya he descrito. Cuando llegaron donde estaba Vica Quirao, hicieron su saludo protocolario, y Vica Quirao respondió de la misma manera. Al verlos llegar llorando, Vica Quirao les preguntó qué les había sucedido, aunque sospechaba la razón, ya que sabía que Inca Yupanqui había matado a uno de sus hermanos en la emboscada. El señor explicó que lloraba por la muerte de su hermano en la emboscada. Vica Quirao reprendió al señor por su comportamiento y le dijo que era una acción deshonrosa y premeditada. El señor respondió que él no era culpable y que Viracocha Inca había tomado la decisión sin consultarlos. Ante esto, Vica Quirao le dijo que, si Viracocha Inca había tomado esa decisión, que se quedara con lo que había ganado, ya que no podía devolverles a los amigos y parientes que habían perdido. El señor insistió en que lo hecho estaba hecho y que no se podía cambiar, y que Viracocha Inca había actuado de manera insensata al tomar esa decisión. Luego, le pidió a Vica Quirao que le explicara cuál era el propósito de su visita y qué demandaba. Vica Quirao le informó sobre la situación, y luego el señor reveló el arma que les había entregado Viracocha Inca y los acuerdos a los que habían llegado, así como el motivo de su salida.

Al escuchar todo esto, Vica Quirao y los que lo acompañaban no pudieron contener la risa, y el ambiente se volvió tan alegre que incluso el señor que había llegado con noticias tristes terminó riendo con ellos. Juntos, se dirigieron hacia donde se encontraba Viracocha Inca. Sin embargo, antes de llegar, Vica Quirao pidió permiso para adelantarse y tranquilizar a Viracocha Inca, quien había quedado perturbado por las noticias que había recibido. Así, el señor fue primero a informar a Viracocha Inca sobre lo que Vica Quirao llevaba.

Un poco después, Vica Quirao llegó ante Viracocha Inca, le rindió su respeto y le comunicó el mensaje enviado por Inca Yupanqui, como se ha mencionado anteriormente. En respuesta, Viracocha Inca expresó que le hubiera gustado aceptar la invitación de Inca Yupanqui si no fuera porque consideraba humillante regresar al Cusco después de haber huido de él. Consideraba que no sería apropiado volver a la ciudad después de haber sido vencido por un joven como su hijo Inca Yupanqui. En lugar de eso, planeaba quedarse en el peñol de Cayuca Xaquixaguana, donde pensaba establecer un nuevo pueblo con la gente que lo acompañaba, y allí esperaba pasar el resto de sus días. Así, Viracocha Inca cumplió su palabra y fundó un pueblo en aquel peñol, ubicado a siete leguas del Cusco, sobre Calca, construyendo la mayoría de las casas con piedra tallada.

Al comprender la naturaleza guerrera y afable de Inca Yupanqui, cualidades que le eran conocidas desde su infancia, y considerando su posición como señor y el éxito de sus grandes empresas, muchos de los que estaban con Viracocha Inca en el peñol decidieron dirigirse hacia la ciudad del Cusco. Inca Yupanqui los recibió con alegría, y aquellos que llegaban se disculpaban, explicando que los había llevado su padre. Sin embargo, Inca Yupanqui les respondía con comprensión, afirmando que no guardaba rencor contra ellos y reconociendo que habían actuado en lealtad hacia su padre, quien era el señor de todos. Cuando llegaban a donde él estaba, Inca Yupanqui los recibía cordialmente y les otorgaba tierras, mujeres, casas y vestimenta. Además, nunca les confiscaba ninguna de las posesiones que habían dejado cuando partieron con su padre, como casas, tierras, provisiones de alimentos o ropas. Al contrario, les aseguraba que él había quedado como guardián de sus propiedades y que velaría por ellas en su ausencia. Les instaba a que revisaran sus casas y pertenencias, asegurándoles que cualquier cosa faltante sería restituida, ya que él estaba comprometido a proteger y preservar lo que les pertenecía.

Inca Yupanqui había tomado precauciones para asegurarse de que nadie ingresara a las casas que habían quedado desocupadas, pues confiaba en que los antiguos residentes, al reconocer la magnificencia de sus hogares, regresarían por voluntad propia. Y así fue, como ya se ha mencionado.

Volviendo a Vica Quirao, quien había permanecido con Viracocha Inca intentando persuadirlo para que regresara a la ciudad, nunca logró convencerlo. Después de tres días de estar en su compañía y darse cuenta de la firme decisión de Viracocha Inca de no retornar al Cusco, Vica Quirao regresó a la ciudad. Al llegar, informó a Inca Yupanqui sobre la respuesta de Viracocha Inca y todo lo que había ocurrido durante su estancia con él. Inca Yupanqui se entristeció al ver que su padre se negaba a retomar su posición como señor como lo había hecho antes.

Viendo esta muestra de apoyo y la multitud de más de cincuenta mil hombres de guerra que se habían unido a él, Inca Yupanqui decidió reunir a toda su gente. Estos hombres eran los que los señores de las regiones cercanas se habían comprometido a proporcionarle en caso de necesidad, y al ver la gran cantidad de personas que acudían en su favor, se lanzaron con toda su fuerza para ayudarlo. Los comarcanos se unieron a la causa de Inca Yupanqui y le brindaron su apoyo.

Después de la batalla contra Uscovilca y la victoria obtenida por Inca Yupanqui, se dice que la gente enviada por Viracocha Inca desapareció rápidamente, y solo quedaron alrededor de cincuenta o sesenta mil hombres, debido a la mezcla de los comarcanos entre la gente de Inca Yupanqui.

Inca Yupanqui ordenó que le trajeran todo el botín de la batalla delante de él y seleccionó lo mejor para ofrecerlo como sacrificio al Viracocha, en agradecimiento por la victoria sobre sus enemigos. El resto del botín fue distribuido entre todas sus tropas según su rango y servicios prestados.

La magnificencia del nuevo Señor y su habilidad para recompensar los servicios prestados se extendieron por toda la región, lo que generó gran satisfacción entre los habitantes. Por lo tanto, muchos caciques y personas de todas partes acudieron a ofrecerle su lealtad y reconocerlo como su Señor.

Mientras Inca Yupanqui estaba en esta situación, recibió un mensajero de uno de sus capitanes que estaba de guardia en una ciudad a dos leguas de distancia. El mensajero informó que los capitanes enemigos que habían escapado de la batalla y se habían refugiado en Xaquixaguana, ahora estaban reagrupados y se habían aliado con los naturales de esa región. Además, recibieron refuerzos de su tierra y los otros cuatro capitanes de Uscovilca, que habían sido enviados por Paucaray para explorar las provincias de Condesuyo y Andesuyo. Estos enemigos planeaban atacar a Inca Yupanqui al día siguiente por la mañana para vengar la muerte de Uscovilca.

Ante esta noticia, Inca Yupanqui ordenó a sus tres buenos amigos, así como a los demás caciques y señores que habían venido a servir en su corte, que reunieran a la gente de guerra y la llevaran a un campo designado, cada uno con sus armas. Después de contar a todos, descubrieron que tenían cien mil hombres de guerra, una fuerza que se había unido a él debido a su gran reputación. Se estimaba que los enemigos contaban con casi doscientos mil hombres.

Así, Inca Yupanqui ordenó la formación de cuatro escuadrones con su gente, designando a cada cacique como líder de su propio contingente. Nombró a sus tres buenos amigos como generales de los tres escuadrones, tomando el mando de uno de ellos para sí mismo. Después de equipar a todos con las armas necesarias, condujo su ejército en busca de sus enemigos.

Los enemigos, al enterarse de la salida del ejército de Inca Yupanqui desde el Cusco, regresaron a Xaquixaguana, donde lo esperaron. En el día de la batalla, cuando Inca Yupanqui vio a sus enemigos, se volvió para observar a su propia gente y escuadrones. Se sorprendió al ver la gran cantidad de personas que se habían unido para ayudarlo, que no pudieron ser contadas. Con valentía, se enfrentó a sus enemigos, rodeándolos y atacándolos desde todos los lados.

La batalla fue extremadamente cruenta y reñida, comenzando temprano en la mañana, alrededor de las diez, según lo señalado por ellos, y continuando hasta la hora de las vísperas. Finalmente, la victoria fue reconocida por Inca Yupanqui, habiendo causado más de treinta mil bajas en el bando enemigo. No hubo ningún sobreviviente entre los Chancas, los cuales eran los enemigos, incluidos los naturales de Xaquixaguana, que habían participado en la batalla y se habían hecho reconocibles por el incienso en sus cabellos.

Después de la victoria y el final de la batalla, todos los habitantes de Xaquixaguana se reunieron frente a Inca Yupanqui y se postraron ante él en señal de sumisión. Los seguidores de Inca Yupanqui estuvieron a punto de matarlos por haber presenciado la muerte de sus camaradas en la batalla. Sin embargo, Inca Yupanqui intervino para protegerlos, argumentando que su presencia entre los Chancas podría haber sido simplemente debido a la ubicación de la batalla en su territorio, y que no merecían ser castigados por ello. Los de Xaquixaguana también dieron las mismas explicaciones y se disculparon.

Luego, Inca Yupanqui ordenó que se les rapara el cabello, ya que eran de noble linaje. Los habitantes de Xaquixaguana accedieron voluntariamente a esta orden, reconociendo la voluntad del Inca y aceptando su generosidad. Después de este gesto, Inca Yupanqui les permitió regresar a su pueblo en paz. Además, instruyó a sus capitanes para que protegieran a los habitantes de Xaquixaguana y les devolvieran cualquier propiedad que les hubiera sido confiscada durante el saqueo.

Después de convocar a todos los prisioneros ante él, Inca Yupanqui les preguntó cuál había sido la razón por la cual, a pesar de conocer su gran poder, habían decidido enfrentarse en batalla una vez más. Entre los prisioneros se encontraban los cuatro capitanes de Uscovilca que habían sido enviados a reconocer las tierras, como se ha narrado anteriormente. Estos capitanes explicaron que la razón detrás de su decisión de librar la batalla fue el éxito que habían experimentado en sus conquistas anteriores y en los enfrentamientos que habían tenido. Detallaron cómo siempre habían salido victoriosos en estas jornadas, sin experimentar derrotas, lo que los había llevado a creer que tenían la ventaja en el campo de batalla. Basándose en este historial de victorias, creían que podrían restaurar la pérdida de su Señor y vengar su muerte al enfrentarse a Inca Yupanqui.

Inca Yupanqui respondió diciendo que los prisioneros habían juzgado mal la situación. Les señaló que, si tuvieron victorias en las tierras que habían conquistado, debían reconocer que estas victorias se debían a la fortuna de su Señor Uscovilca, quien los había enviado en esas misiones. Sin embargo, al enterarse de la derrota y muerte de su Señor, debieron entender que su suerte había cambiado y que ya no contaban con la misma ventaja. Por lo tanto, afirmó que tanto ellos como otros que estuvieran involucrados serían castigados en ese lugar como advertencia para aquellos que pudieran ser tentados a seguir un camino similar en el futuro.

Ordenó que los prisioneros fueran llevados y ejecutados en el sitio de la batalla como ejemplo para los demás. En presencia de todo su ejército, mandó erigir muchos postes en los cuales serían ahorcados. Luego, sus cabezas serían cortadas y colocadas en lo alto de los postes, mientras que sus cuerpos serían quemados y reducidos a cenizas, las cuales serían esparcidas por el aire desde los cerros más altos como un recordatorio de su destino. Además, prohibió que se enterraran los cuerpos de los enemigos caídos en batalla, permitiendo que fueran devorados por los animales carroñeros y que sus huesos quedaran expuestos como una advertencia para otros. Todo esto se llevó a cabo de acuerdo con sus órdenes.

Una vez completado esto, Inca Yupanqui ordenó que se recogiera todo el botín y las joyas de oro y plata obtenidas en la batalla. Una vez reunido y revisado por él mismo, ordenó que todo el tesoro fuera llevado a la ciudad del Cusco, donde planeaba distribuirlo entre sus seguidores y amigos. El botín fue transportado junto con él a la ciudad, donde, al llegar, lo distribuyó entre los suyos, dando a cada uno lo que consideraba adecuado según su posición y dignidad.

Después de haber repartido el botín, Inca Yupanqui mandó que se trajera una cantidad suficiente de ropa, ganado y otros suministros de la ciudad, según su criterio, para satisfacer las necesidades de todos. Esta provisión fue repartida entre toda su gente por orden de sus capitanes, asegurando así que todos recibieran su parte.

Después de haber concedido estas y muchas otras mercedes a sus capitanes, Inca Yupanqui les ordenó que regresaran a sus tierras para descansar, agradeciéndoles por el apoyo y la ayuda que le habían brindado. Todos se despidieron y se fueron, dejando a Inca Yupanqui en su ciudad con los suyos.

Al despedirse, los señores le pidieron a Inca Yupanqui que los recibiera bajo su amparo y protección, y que aceptara la borla del Estado para convertirse en Inca. Inca Yupanqui agradeció sus palabras y les respondió que mientras su padre estuviera vivo, no sería apropiado que él tomara la borla del Estado, ya que era el Señor actual. Les pidió que, en cambio, cumplieran dos solicitudes: primero, que fueran a donde estaba su padre y lo respetaran y obedecieran como su legítimo Señor; segundo, que lo consideraran como su amigo y hermano, y que estuvieran dispuestos a ayudarlo cuando él los necesitara. Los señores aseguraron que lo harían, reconociéndolo como su Señor y prometiendo cumplir sus deseos en el futuro. Inca Yupanqui les agradeció por su lealtad.

Y así, los señores caciques se marcharon, y Inca Yupanqui se quedó en la ciudad. Los señores fueron directamente hacia donde estaba Viracocha Inca. Después de presentarle sus respetos según lo indicado por Inca Yupanqui, le informaron que Inca Yupanqui los enviaba para ofrecerle sus servicios. Al ver a tantos señores y tanto poder delante de él, Viracocha Inca se sintió muy complacido, pues necesitaba su ayuda para obtener recursos y construir el pueblo que tenía planeado.

Viracocha Inca les dio una cálida bienvenida, levantándose de su asiento para abrazarlos a todos antes de volver a sentarse. Ordenó que les sirvieran vasos de chicha, una bebida tradicional, y que les ofrecieran coca, una hierba preciada que masticaban. Después de repartir la coca entre los señores, Viracocha Inca se puso de pie y, considerando el amor y respeto que le tenían y que también sentían por su hijo, decidió animarlos con un discurso. Agradeció a los señores por su apoyo hacia él y su hijo, mencionando que hasta ese momento él había sido el Señor del Cusco, pero que ahora su hijo, Inca Yupanqui, sería el nuevo Señor, y que deberían obedecerlo y respetarlo como tal. Acto seguido, renunció públicamente a la insignia y la borla real, colocándola en la cabeza de su hijo Inca Yupanqui.

Después de escuchar las palabras de Viracocha Inca, los señores se pusieron de pie uno por uno y le expresaron su profundo agradecimiento por renunciar a la dignidad en favor de su hijo Inca Yupanqui, a quien amaban y respetaban como Señor. Una vez expresadas sus gratitudes, volvieron a sentarse.

Viracocha Inca les pidió ayuda para construir un pueblo en el peñol donde se encontraba. Los señores respondieron que estaban dispuestos a hacer cualquier servicio que él les pidiera, siguiendo las instrucciones de su Señor Inca Yupanqui. Le solicitaron que les indicara cuándo quería comenzar la construcción, para que pudieran enviar a sus principales e indígenas para ayudar en la obra. También ofrecieron enviar maestros expertos en albañilería para garantizar que los edificios se construyeran según las especificaciones de Viracocha Inca.

Agradecido por su disposición y generosidad, Viracocha Inca les ofreció regalos, incluyendo hondas, petacas de coca, ropa fina y otras cosas valiosas. Después de repartir los regalos entre los señores, les ofreció bebidas y más coca para compartir.

Después de haber concluido todos los preparativos y gestos de generosidad, Viracocha Inca se puso de pie y agradeció sinceramente el apoyo y amor que mostraban hacia él y su hijo. Les comunicó el mes y el tiempo en que deberían enviar sus indígenas y gente para participar en la construcción del pueblo. Los señores, mostrando su acuerdo y disposición para cumplir con lo acordado, se levantaron y le ofrecieron su respeto antes de despedirse de él. Con esto, dejamos a Viracocha Inca y dirigimos nuestra atención hacia Inca Yupanqui.

Una vez que los señores caciques se dirigieron hacia donde estaba Viracocha Inca, Inca Yupanqui se quedó solo en la ciudad del Cusco con sus seguidores. Después de descansar durante dos días, sintió que ya era hora de ocuparse y decidió ejercitarse personalmente. Por lo tanto, al amanecer de un día, salió de la ciudad acompañado de los señores que estaban con él. Durante ese día y el siguiente, recorrieron todas las tierras alrededor de la ciudad para inspeccionarlas. Al tercer día, se dedicaron a examinar el lugar donde estaba fundada la ciudad del Cusco.

Durante estas exploraciones, observaron que las tierras circundantes estaban mayormente ocupadas por ciénagas y pantanos, como se ha narrado anteriormente en la historia. Las viviendas de los habitantes eran pequeñas, hechas de paja y mal construidas, sin ningún tipo de planificación urbana que incluyera calles. Además, se dieron cuenta de que el pueblo de Cayaucachi, que ahora es parte de la gran ciudad del Cusco, era en ese momento el principal asentamiento cercano.

Viendo Inca Yupanqui el estado precario en que se encontraba el pueblo del Cusco y las tierras circundantes, decidió que era necesario reconstruirlo desde cero. Antes de comenzar a construir casas o redistribuir las tierras, consideró que sería apropiado erigir una casa dedicada al sol. En esta casa, se colocaría una imagen en el lugar donde reverenciarían y ofrecerían sacrificios al sol.

Aunque los incas tenían la creencia en un ser supremo al que llamaban Viracocha Pachayachachic, al cual atribuían la creación del sol y todo lo que existe en el cielo y la tierra, muchos de ellos, debido a su falta de alfabetización y conocimientos, tenían opiniones divergentes sobre quién era el verdadero creador. Algunos consideraban al sol como el hacedor, mientras que otros mencionaban a Viracocha. En diferentes partes del territorio, las influencias del demonio, según la narración, los confundían y los mantenían en la oscuridad, llevándolos a adorar diferentes entidades, como la luna o los volcanes de Arequipa, creyendo que estos eran sus dioses y creadores.

Inca Yupanqui, deseando erigir una casa y un santuario en honor a quien él reverenciaba, recordó la visión que había tenido antes de la batalla, en la que había visto a una figura resplandeciente que le infundió gran temor. Aunque nunca supo quién era esta entidad, consideró que debido al resplandor que emitía, debía tratarse del sol. En su visión, la figura le habría dicho: "Hijo, no tengas temor". Basándose en esta experiencia, y considerando que él y los suyos lo llamaron posteriormente "Hijo del Sol", decidió construir la Casa del Sol siguiendo esta inspiración.

Inca Yupanqui convocó a los líderes y habitantes de la ciudad del Cusco y les comunicó su intención de construir la Casa del Sol. Ellos expresaron su disposición para llevar a cabo la construcción, ya que consideraban que era un deber de los nativos de la ciudad edificar este tipo de estructuras. Inca Yupanqui les indicó que la construcción debía comenzar de inmediato, ya que esa era su decisión. Después de examinar el sitio donde se construiría la casa, Inca Yupanqui trazó los planos con un cordel, realizando personalmente las mediciones necesarias.

Posteriormente, se trasladó a un pueblo llamado Salu, ubicado a unas cinco leguas de la ciudad, donde se encontraban las canteras de piedra necesarias para la construcción. Allí, midió las piedras requeridas y las marcó para ser transportadas al lugar de construcción de la Casa del Sol. Las comunidades cercanas proporcionaron las piedras necesarias y otros materiales requeridos para la construcción.

Inca Yupanqui supervisó de cerca la obra, junto con otros líderes, asegurándose de que se llevara a cabo de acuerdo con sus planos y especificaciones. Todos contribuyeron al trabajo de construcción, lo que permitió que la obra avanzara rápidamente y se completara en poco tiempo.

Una vez completada la construcción de la Casa del Sol, Inca Yupanqui ordenó que se reunieran quinientas mujeres doncellas, las cuales fueron llevadas al lugar de la casa. Allí, estas mujeres fueron ofrecidas al sol para que sirvieran en la casa y permanecieran allí como en un convento, dedicadas al servicio del sol de manera similar a las monjas. Luego, Inca Yupanqui seleccionó a un respetable anciano de la ciudad del Cusco, considerado un hombre de buen carácter y reputación ejemplar, para que fuera el encargado y administrador de la Casa del Sol.

Además, se asignaron doscientos jóvenes como sirvientes del sol, quienes serían responsables de realizar diversas tareas dentro de la casa. También se designaron tierras específicas para el cultivo por parte de estos doscientos yanaconas, quienes trabajarían en ellas para proveer los alimentos necesarios para el servicio del sol y el mantenimiento de la casa.

Después de completar los preparativos, Inca Yupanqui ordenó a los señores del Cusco que, dentro de diez días, prepararan una gran cantidad de maíz, ovejas y corderos, así como también ropa fina y una suma de niños y niñas llamados Capacocha, todo ello destinado para ser sacrificado al sol. Transcurridos los diez días y con todo listo, Inca Yupanqui mandó encender un gran fuego. Luego, ordenó que las ovejas y los corderos fueran sacrificados y arrojados al fuego, junto con la ropa y el maíz, todo como ofrenda al sol.

Los niños y niñas que se habían reunido, vestidos y adornados adecuadamente, fueron enterrados vivos en la casa especialmente dedicada para el culto del sol. Con la sangre de los corderos y las ovejas, se realizaron ciertas marcas en las paredes de la casa, como parte de un ritual de consagración. Inca Yupanqui y sus compañeros participaron en el sacrificio descalzos, mostrando gran reverencia hacia la casa y el sol. Este acto ritual tenía un significado especial y simbólico para consagrar la casa al sol.

—Disculpe que le interrumpa, ¿los niños fueron enterrados vivos? —preguntó don Lorenzo.

—Sí, así es..., eso es lo que mi mujer y otros de su familia me han contado —respondió don Juan, suspirando profundamente.

—Es terrible. Pero continúe, por favor, y disculpe la interrupción —dijo, visiblemente afligido, don Lorenzo.

—Claro, sigamos entonces...

Asimismo, utilizando la sangre de los sacrificios, Inca Yupanqui hizo ciertas marcas en la cara del señor designado como mayordomo de la casa del sol, así como en los rostros de sus tres amigos y de las mamaconas monjas que servirían en el templo del sol. Luego, ordenó que todos los habitantes de la ciudad, tanto hombres como mujeres, acudieran a realizar sus sacrificios en la casa del sol.

Los sacrificios consistieron en quemar cierto maíz y coca en el fuego preparado para la ocasión. Cada persona entraba descalza, con los ojos bajos, y al salir después de realizar su sacrificio, el mayordomo del sol marcaba sus rostros con la sangre de las ovejas. A aquellos que salían se les ordenaba ayunar desde ese momento hasta que se terminara de hacer el bulto del sol de oro. Durante este ayuno, no podían comer carne, pescado, guisos, ni tener relaciones sexuales, y solo podían consumir maíz crudo y chicha. Quien quebrantara el ayuno sería sacrificado al sol y quemado en el mismo fuego del sacrificio.

Después de establecer el fuego sagrado que debía arder continuamente tanto de día como de noche, Inca Yupanqui ordenó que la leña para ese fuego fuera preparada y quemada mientras se realizaban sacrificios en el fuego. Estos sacrificios eran llevados a cabo por las mamaconas del sol, quienes también estaban en ayuno, al igual que Inca Yupanqui y los demás señores.

Una vez organizado esto, Inca Yupanqui convocó a los plateros y artesanos más hábiles de la ciudad y les proporcionó todo lo necesario en las Casas del Sol. Les encomendó la tarea de crear una estatua de oro sólido, hueca por dentro, con la apariencia y tamaño de un niño de un año, desnudo. Esta decisión se basó en la experiencia de Inca Yupanqui, quien afirmaba haber visto en un sueño a un niño resplandeciente que se le apareció antes de la batalla contra Uscovilca, como se ha mencionado anteriormente. El resplandor era tan intenso que no le permitió ver claramente la figura del niño. Por lo tanto, instruyó la creación de esta estatua con la misma apariencia que vio en su visión. La fabricación de esta estatua tomó un mes, durante el cual se llevaron a cabo numerosos sacrificios y ayunos.

Una vez terminada la estatua, Inca Yupanqui ordenó que el señor designado como mayordomo del sol la tomara con gran reverencia. Este señor vistió al ídolo con una camiseta elaborada con tejidos de oro y lana, decorada con diversas labores. Además, le colocó una atadura en la cabeza según la costumbre local, una borla similar a la de los señores y una patena de oro encima de ella. En los pies del ídolo, le puso zapatos llamados "usutas", también de oro.

Inca Yupanqui, descalzo como era su costumbre, se acercó al ídolo con gran respeto y reverencia. Luego, tomó la estatua en sus manos y la llevó al lugar designado para su residencia. Este lugar estaba adornado con un escaño elaborado con madera y cubierto con plumas de pájaros de diferentes colores y tonos tornasolados. Inca Yupanqui colocó el ídolo en este escaño.

Una vez que el ídolo estuvo en su lugar, se encendió un brasero de oro delante de él. En este brasero se arrojaron algunos pájaros pequeños, granos de maíz y se derramó chicha, todo como ofrenda al sol. Se decía que estas ofrendas eran consumidas por el sol y que, al hacerlo, se le estaba alimentando. A partir de entonces, esta costumbre se llevaba a cabo regularmente, con el mayordomo del sol encargado de preparar y ofrecer diversas comidas y manjares al ídolo, quemándolos frente a él por la tarde y por la mañana, como se ha descrito.

A partir de entonces, la adoración al ídolo se llevaba a cabo regularmente. Solo los principales señores tenían permiso para entrar en el recinto donde se encontraba el ídolo, y lo hacían con gran reverencia y respeto, descalzos y con la cabeza inclinada. Inca Yupanqui solía entrar solo y personalmente realizaba los sacrificios de ovejas y corderos, encendiendo el fuego y quemando las ofrendas. Mientras él llevaba a cabo el sacrificio, ningún otro señor se atrevía a entrar, permaneciendo todos en el patio donde realizaban sus propias ofrendas, reverencias y adoraciones.

Para que la gente común también pudiera adorar, pero fuera del recinto reservado para los señores, Inca Yupanqui mandó colocar una piedra en el centro de la plaza del Cusco, donde ahora se encuentra el rollo. Esta piedra, con forma de pan de azúcar puntiagudo hacia arriba y revestida con una lámina de oro, fue labrada el mismo día que se mandó hacer el bulto del sol. Esta piedra servía como un lugar de adoración para la gente común, mientras que el bulto del sol y la Casa del Sol eran reverenciados exclusivamente por los señores. Tanto la casa como sus objetos sagrados, así como sus sirvientes y trabajadores, eran considerados como algo sagrado y consagrado.

Mientras construían la casa, ocurrió un incidente: al colocar una piedra, esta se quebró, dejando un pedazo de unos tres dedos de ancho y largo. Inca Yupanqui ordenó que se fundiera cierta cantidad de plata y se vaciara en la grieta de la piedra rota de tal manera que llenara exactamente el espacio de la rotura. Este trabajo se realizaba en piedra de cantería, y la unión entre las piedras era tan perfecta que parecía una línea trazada con un clavo en la piedra.

En cuanto al sacrificio de animales, durante la ceremonia de la colocación del ídolo en la casa, la cantidad de ovejas y corderos sacrificados en la ciudad fue enorme, superando fácilmente los quinientos, aunque la cifra exacta no se sabe ni se puede enumerar, según cuentan.

Recién Inca Yupanqui ha impartido una orden crucial. Después de la finalización de los ídolos y las casas del sol, como seguramente han escuchado, dispuso que todos los señores, caciques y líderes de las provincias y comarcas cercanas a la ciudad del Cusco se congregaran en un día designado. Tenía asuntos importantes que discutir con ellos. Tras recibir la orden, los líderes del Cusco enviaron rápidamente a sus enviados a las provincias y comarcas, transmitiendo el mandato de Inca Yupanqui y convocando a los señores para el día señalado en la ciudad.

Cuando los señores recibieron la noticia, se apresuraron a llegar a Cusco. Una vez reunidos, Inca Yupanqui les expresó que el sol estaba a su favor y que merecían más. Argumentó que, dada la posibilidad de futuras guerras, era necesario que dividieran y asignaran sus tierras de manera permanente para cultivarlas y sustentarse, tanto ellos como sus descendientes. Sugirió que cada uno tuviera tierras claramente delimitadas para trabajar con sus familias y amigos.

Los señores y habitantes de Cusco, al escuchar esta generosa propuesta de asegurar tierras para ellos y sus generaciones futuras, le agradecieron unánimemente a Inca Yupanqui, otorgándole el título honorífico de Intipchuri, que significa "Hijo del sol".

Posteriormente, Inca Yupanqui ordenó que todos se dirigieran a un lugar donde estaban representadas las tierras pintadas. Una vez allí, distribuyó las tierras, asignando a cada uno la cantidad que consideraba adecuada. Acto seguido, instruyó a tres de sus amigos para que distribuyeran las tierras entre todos los habitantes de la ciudad, tal como él las había señalado, y luego regresaran ante él.

Los señores realizaron la distribución y entregaron las tierras a aquellos que habían sido beneficiados por la generosidad de Inca Yupanqui. Además, ordenó a los caciques que contabilizaran los indios que tenían consigo, los cuales fueron presentados ante él. Conociendo la cantidad de indígenas disponibles, ordenó a los señores que los distribuyeran en sus respectivas casas, lo cual se llevó a cabo de inmediato.

Al día siguiente, Inca Yupanqui dispuso que cada habitante de Cusco saliera a arreglar y mejorar las tierras que les habían sido asignadas, construyendo canales y sistemas de riego, todo ello utilizando piedra de cantería para asegurar la durabilidad de las obras. Les indicó que erigieran hitos y mojones altos para marcar los límites de las tierras, colocando una carga de carbón debajo de cada uno. Explicó que, si alguna vez se derribaban los mojones, la presencia de carbón permitiría identificar los límites de las propiedades.

Inca Yupanqui permaneció durante algunos días supervisando el proceso de arreglo de las tierras, deleitándose al ver cómo cada individuo trabajaba en su parcela asignada. Aquellos que enfrentaban dificultades recibían su ayuda y apoyo.

Viendo que el proceso de construcción y reparación de las tierras estaba tomando más tiempo del esperado y que requería ayuda adicional, Inca Yupanqui convocó a los señores y caciques a su casa en un día determinado, tal como había ordenado. Los líderes acudieron puntualmente a su llamado, y una vez reunidos, Inca Yupanqui les expresó la urgente necesidad de establecer depósitos de alimentos en la ciudad del Cusco. Estos depósitos debían contener maíz, ají, fríjoles, chochos, chicha, quinua, carne seca y otros suministros esenciales.

Los señores y caciques, en respuesta, manifestaron su disposición para cumplir con este pedido y se ofrecieron a enviar orejones (nobles) junto con los indios de sus respectivas comunidades para recolectar los alimentos necesarios en sus tierras. Esta iniciativa representaba un servicio crucial para la ciudad del Cusco y para su Señor, Inca Yupanqui, y los líderes estaban ansiosos por contribuir en este aspecto, siendo este el primer servicio de este tipo que realizaban y algo que habían deseado hacer durante mucho tiempo.

Inca Yupanqui agradeció sinceramente la disposición de los señores y caciques y les instruyó a coordinar con los orejones que partirían hacia los pueblos y provincias para recolectar los alimentos. Los señores y sus capitanes se encargaron de organizar esta tarea, celebrando una reunión conjunta con los caciques para determinar qué alimentos debía proporcionar cada provincia y cómo contribuirían a la causa común.

Los caciques presentes recibieron la distribución de los depósitos que debían establecer y se les indicó el periodo de tiempo en el que debían mantenerlos, estableciéndose como una práctica in perpetuum, a menos que el Inca dispusiera lo contrario. Los caciques aceptaron este encargo con gusto, reconociendo la capacidad de Inca Yupanqui para valorar y retribuir adecuadamente todo servicio que se le brindara.

Durante la reunión, los señores y caciques designaron a los orejones y líderes principales que acompañarían a los grupos encargados de recolectar los alimentos y provisiones. Estos grupos se dispersaron para cumplir con sus respectivas tareas.

Una vez finalizada la reunión, los caciques se dirigieron hacia Inca Yupanqui para informarle sobre las decisiones tomadas y solicitarle que les indicara los lugares específicos donde debían construir los depósitos. Los caciques ya habían distribuido entre ellos las áreas asignadas para la construcción de los depósitos. Inca Yupanqui, entonces, les señaló ciertas zonas en las laderas de las sierras que rodeaban la ciudad del Cusco, lugares visibles desde su residencia. Les instruyó que construyeran los depósitos en esos sitios para que, cuando llegaran los alimentos recolectados, tuvieran un lugar adecuado para almacenarlos.

Los señores se dirigieron a los lugares designados por Inca Yupanqui y comenzaron la construcción de los depósitos conforme a sus instrucciones. La tarea de completar los depósitos y distribuir las tierras llevó aproximadamente cinco años, debido a la gran cantidad de depósitos que se construyeron bajo las órdenes de Inca Yupanqui. Su objetivo era asegurar una reserva abundante de alimentos para la ciudad del Cusco, lo que le permitiría emprender proyectos como la reconstrucción en cantería de la ciudad y la restauración de los arroyos cercanos. Al tener garantizada una provisión constante de alimentos, planeaba emplear la mano de obra necesaria para llevar a cabo estas ambiciosas obras de construcción.

Una vez finalizados los depósitos y completada la distribución de las tierras, Inca Yupanqui convocó a los caciques y señores que habían servido diligentemente en todas las tareas anteriores. Reconociendo su servicio y deseando recompensarlos adecuadamente, les entregó numerosas joyas de oro y plata que había mandado labrar durante el tiempo de trabajo en los proyectos. Además, le obsequió a cada uno dos vestidos de la ropa de su guardarropa personal. Asimismo, le asignó a cada uno una mujer del linaje nativo del Cusco para que fuera la principal en la casa de cada cacique, estableciendo que los hijos de estas mujeres heredarían los estados y señoríos de sus padres.

Inca Yupanqui fundamentó estas concesiones en los lazos de parentesco que había establecido, confiando en que esta conexión aseguraría la lealtad y la amistad continua entre los caciques y la ciudad del Cusco. Al ver las generosas concesiones otorgadas y el respeto que les mostraba, los caciques se inclinaron para besarle los pies y le expresaron su profundo agradecimiento por las oportunidades brindadas.

Inca Yupanqui les ordenó a los caciques que regresaran a descansar a sus tierras y que después de un año volvieran a la ciudad del Cusco. Durante este período, les instó a que en sus tierras se sembraran abundantes cosechas de todos los tipos de alimentos, anticipando futuras necesidades. Además, les encomendó que evitaran la ociosidad entre los jóvenes y las mujeres, ya que temía que esto pudiera fomentar malos hábitos y comportamientos.

Les aconsejó que, cuando no estuvieran ocupados en la siembra, se dedicaran a actividades relacionadas con la guerra, como practicar el uso de hondas, el tiro con arco, el combate con hachas y lanzas, entre otras habilidades. Estos ejercicios debían realizarse en sus propias tierras, con grupos organizados para simular batallas. Los caciques, al escuchar estas directrices, aseguraron que seguirían sus consejos y reconocieron la sabiduría de sus palabras.

Con este mensaje final, Inca Yupanqui despidió a los caciques, quienes le mostraron su respeto y obediencia antes de retirarse hacia sus respectivas tierras.

Una vez que los caciques regresaron a sus tierras, durante el año que estuvieron ocupados allí, Inca Yupanqui aprovechó el tiempo libre para dedicarse a la caza, una actividad que realizaba la mayoría de los días. En otras ocasiones, recorría la ciudad, examinando cuidadosamente su entorno y considerando los planes y las reformas que tenía en mente para ella. Observó que los dos arroyos que atravesaban la ciudad representaban un gran problema, ya que durante las lluvias anuales se desbordaban, erosionando la tierra y expandiéndose hacia la ciudad. Reconoció que esto constituía un obstáculo para sus planes de construcción, por lo que decidió que era necesario primero reparar las orillas de los arroyos para poder llevar a cabo las obras que tenía en mente sin temor a que fueran dañadas por las inundaciones.

Al término del año, Inca Yupanqui consideró que era el momento adecuado para que los señores de las comarcas cercanas vinieran a la ciudad, tal como les había indicado cuando se despidieron anteriormente. Envió mensajeros para comunicarles que era hora de que se presentaran en la ciudad, y les pidió que trajeran consigo todos los animales y provisiones que pudieran, ya que había llegado el momento en que él y la ciudad los necesitaban.

Los caciques, al recibir el mensaje, se pusieron en marcha de inmediato, pues ya habían preparado todo lo que les había solicitado Inca Yupanqui durante su ausencia. Llegaron a la ciudad del Cusco acompañados de la mayor cantidad de gente posible, lista para colaborar con los planes y necesidades de su señor.

Una vez que llegaron a la ciudad del Cusco, los caciques realizaron su ceremonia de acatamiento al Inca de acuerdo con la costumbre establecida. Al presentarse ante él, levantaron las manos y los rostros hacia el sol, realizando reverencias y gestos de respeto tanto al sol como al Inca. Las palabras que pronunciaban al saludarlo eran: "¡Ah, Hijo del sol amoroso y amigable con los pobres!". Luego, le presentaban los regalos que habían traído y procedían a sacrificar ovejas y corderos como muestra de respeto hacia el Inca, considerado como hijo del sol. Tras este ritual, el Inca los recibía cordialmente, dándoles la bienvenida y preguntándoles sobre su estado y el de sus tierras.

Una vez completadas las formalidades ante el Inca, los caciques entregaban los regalos que llevaban a los señores del Cusco que estaban presentes en la audiencia. Luego, se dirigían junto con los señores del Cusco a los depósitos, donde almacenaban todo el alimento que habían traído consigo.

Después de cinco días de celebraciones y festividades junto al Inca y los señores del Cusco, Inca Yupanqui les informó sobre sus planes de reparar y fortalecer las orillas de los dos arroyos que atravesaban la ciudad, explicándoles los daños que causaban a la ciudad. Los caciques expresaron su disposición para llevar a cabo todas las tareas que el Inca les encomendara, y le pidieron que les indicara cómo debían proceder para poder proveer todo lo necesario para llevar a cabo las reparaciones.

Así, Inca Yupanqui indicó a los caciques los puntos de origen de los arroyos y les señaló el lugar donde debían comenzar los trabajos de fortalecimiento y reparación, hasta el punto de confluencia de los dos arroyos en Pumachupa (también conocido como Pumapchupan), que significa "cola de león". Desde ese punto, ordenó que los trabajos de fortalecimiento y reparación continuaran hasta llegar a Muyna, que se encuentra a unas cuatro leguas de distancia de la ciudad. Los caciques midieron con sus cuerdas la distancia desde el punto de inicio designado por Inca Yupanqui hasta la confluencia de los arroyos, y luego distribuyeron entre ellos la parte del proyecto que les correspondía.

Una vez realizado este reparto, Inca Yupanqui les instruyó a traer una gran cantidad de piedra tosca, ya que el fortalecimiento debía realizarse con este material. Además, les indicó que la mezcla que se utilizaría entre las piedras debía ser un barro pegajoso que mantuviera las piedras firmemente unidas incluso cuando estuvieran mojadas por el agua, evitando que se desprendieran. Los caciques se encargaron de buscar este barro y preparar la mezcla adecuada, así como de traer la piedra tosca requerida para la construcción.

Una vez que todos los materiales estuvieron disponibles, comenzaron con la construcción del proyecto conforme a las instrucciones de Inca Yupanqui. El objetivo era que, al repararse este arroyo, se previnieran posibles inundaciones que podrían dañar las tierras de cultivo y las siembras durante las épocas de lluvias.

Una vez completada esta tarea, Inca Yupanqui convocó a los señores del Cusco para comunicarles algo que consideraba de vital importancia para el bienestar de la ciudad y su comunidad. Les informó que era esencial establecer depósitos de ropa en gran cantidad, y para ello planeaba organizar una gran celebración en honor a los caciques. Durante esta fiesta, una vez que observara que los caciques estaban contentos, les comunicaría su deseo y les daría instrucciones para que se encargaran de proveer las necesidades desde sus propias tierras.

Los señores del Cusco estuvieron de acuerdo con la propuesta y se comprometieron a asegurarse de que hubiera suficiente chicha para la ocasión, una bebida tradicionalmente asociada con las celebraciones. Una vez que todo estuvo preparado, informaron a Inca Yupanqui, quien decidió que la fiesta comenzaría al día siguiente. Convocó a todos los caciques y señores para comunicarles su intención de celebrar y regocijarse con ellos, recibiendo su disposición con gran aprecio y gratitud.

Al día siguiente, temprano en la mañana, se adornó la plaza con una gran cantidad de juncias y se colocaron numerosos ramos adornados con flores y pájaros vivos. Los señores del Cusco salieron luciendo sus ropas más preciosas, seguidos por el Inca y los caciques, quienes llevaban puestas las vestimentas que les había otorgado el Inca.

Se dispuso una gran cantidad de cántaros de chicha en la plaza, mientras que las señoras, tanto las del Inca como las otras principales, llevaron una variedad de manjares para la ocasión. Todos se sentaron juntos para comer y, después de la comida, comenzaron a beber. Luego, el Inca ordenó que se trajeran cuatro tambores de oro, que se colocaron en la plaza a intervalos regulares. Tomándose de las manos, tanto del lado izquierdo como del derecho de los tambores, comenzaron a tocarlos mientras cantaban todos juntos.

El canto comenzó con las señoras que estaban detrás de ellos, quienes relataban la llegada de Uscovilca y la partida de Viracocha, así como la captura y muerte de este último por parte de Inca Yupanqui, señalando que el sol lo había favorecido como a su propio hijo. También mencionaron cómo Inca Yupanqui había derrotado, capturado y ejecutado a los capitanes que participaron en la última conspiración.

Después de esta emotiva canción, en la que alabaron y agradecieron al sol y a Inca Yupanqui como hijo del sol, todos volvieron a tomar asiento. Continuaron disfrutando de la chicha, que según ellos era abundante y de excelente calidad. Además, se les ofreció una gran cantidad de coca, que fue distribuida entre todos los presentes. Una vez más, se levantaron para realizar un baile y otra ronda de cánticos, tal como se ha relatado anteriormente.

Esta celebración duró seis días, al final de los cuales Inca Yupanqui se dirigió a los caciques y señores presentes para informarles sobre la importancia de establecer depósitos de ropa en la ciudad del Cusco. Estos depósitos debían contener tanto prendas de lana como de algodón. Asimismo, destacó la necesidad de disponer de mantas de cabuya gruesas, provistas de cuerdas en ambos extremos, que los trabajadores utilizarían para transportar tierra y piedras necesarias para los trabajos de construcción de los arroyos y otros edificios. De esta manera, podrían preservar sus propias prendas de lana y algodón. Los señores caciques estuvieron de acuerdo con esta propuesta y expresaron su voluntad de llevarla a cabo según las indicaciones de Inca Yupanqui.

Una vez que se dispersaron de la celebración, los caciques enviaron instrucciones a sus respectivas tierras, pueblos y provincias. Con el fin de implementar este beneficio, ordenaron que se reunieran muchas mujeres en sus territorios, a quienes se les repartió una gran cantidad de lana fina de diversos colores. Además, se instalaron numerosos telares, tanto para hombres como para mujeres, con el objetivo de que pudieran confeccionar la ropa correspondiente a cada medida asignada, tanto en longitud como en anchura, con la mayor celeridad posible.

Una vez terminada la confección de estas prendas, estas fueron llevadas a la ciudad del Cusco. Una vez allí, Inca Yupanqui instruyó a los líderes del Cusco para que las depositaran en los almacenes especialmente preparados para este propósito.

Con esto completado, Inca Yupanqui, junto con los señores y los caciques, continuaron fortaleciendo y reparando los márgenes de los dos arroyos de la ciudad del Cusco, tal como habían planificado. Siempre supervisaron de cerca el trabajo de los obreros, procurando que se completara con la mayor rapidez posible. Esta tarea les llevó cuatro años, durante los cuales se esforzaron al máximo para finalizarla lo antes posible.

Una vez completada la tarea, Inca Yupanqui ordenó que se celebrara otra fiesta, similar a las anteriores, en la que tanto los señores como los demás súbditos pudieran participar y disfrutar. Esta celebración se prolongó durante treinta días. Al finalizar este período, el Inca ordenó que un grupo de orejones saliera de la ciudad del Cusco y visitara las tierras de los señores locales. Su misión era averiguar y reportar la cantidad de jóvenes solteros y solteras en esos pueblos y territorios. Instruyó a los caciques y principales que informaran a sus mayordomos, llamados llactacamayos, de esta solicitud, y que estos proporcionaran la información requerida a los orejones con la mayor prontitud posible. Todo este proceso se llevó a cabo sin demora.

Una vez que los orejones obtuvieron la información solicitada en los pueblos y provincias, regresaron a la ciudad del Cusco y presentaron sus informes al Inca. Entendiendo la cantidad de jóvenes solteros y solteras en esos lugares, el Inca ordenó a sus tres buenos amigos que partieran de inmediato hacia esos territorios, acompañados por los caciques y señores locales que estaban con él en ese momento. En presencia de estos líderes, en cada pueblo y provincia que visitaran, debían casar a los jóvenes de una región con las jóvenes solteras de otra, y viceversa. Este proceso de emparejamiento se realizaría en las tierras y bajo la autoridad de los señores caciques que estaban con él, con el objetivo de fomentar el crecimiento, la multiplicación y el establecimiento de una amistad, parentesco y hermandad duraderos entre los diferentes grupos.

Una vez hecho esto, el Inca otorgó generosas recompensas a los señores caciques, otorgándoles numerosos regalos. Luego, estos señores del Cusco y los demás caciques partieron para llevar a cabo las instrucciones que se les habían dado.

El Inca se quedó en la ciudad del Cusco con los habitantes locales y algunos señores de los pueblos circundantes. Les ordenó que trajeran ante él a un representante de sus respectivos pueblos, así como a los jóvenes solteros y solteras que tenían en sus comunidades. Una vez reunidos, el Inca los casó a todos personalmente. Después de la ceremonia, el Inca distribuyó ropa de los depósitos para todos los presentes, proporcionando dos vestidos a cada uno, tanto hombres como mujeres. Además, les dio una manta de cabuya a cada uno, para que la usaran durante sus labores y ejercicios, y así no gastaran sus vestidos. También les entregó maíz, carne seca, pescado seco, ovejas y utensilios de cocina, así como cualquier otro artículo que considerara necesario para establecerse en sus hogares y tener lo básico para vivir.

El Inca ordenó que cada cuatro días se distribuyera a todos los habitantes del Cusco lo que cada uno necesitara en términos de comida y provisiones. Esto se basaba en el número de personas que vivían en cada hogar, asegurándose de que recibieran lo necesario tanto para ellos como para sus familias. Para esto, se sacaban los suministros de los depósitos y se colocaban en la plaza de la ciudad en grandes montones, desde donde se distribuían equitativamente según las necesidades de cada uno.

Este beneficio y provisión ordenado por el Inca Yupanqui continuó durante su reinado, hasta que la llegada de los españoles a estos territorios llevó a la pérdida y el cese de estas prácticas.

Inca Yupanqui decidió establecer una fiesta anual en honor al sol para conmemorar la victoria que había obtenido y su ascenso al poder. Quería que esta celebración fuera recordada para siempre, por lo que propuso la institución de una ceremonia especial durante la fiesta, en la cual se nombraría a ciertos individuos como orejones mediante rituales y ayunos.

La designación como orejón era considerada como un distintivo de honor y prestigio, que identificaría a los habitantes de la ciudad del Cusco como los hijos del sol. Para garantizar que este título fuera otorgado de manera adecuada, Inca Yupanqui estableció un proceso ceremonial que involucraba a los parientes más cercanos del candidato, especialmente a aquellos que fueran señores o tuvieran posición de autoridad en la sociedad.

En esta ceremonia, los familiares del candidato celebrarían una fiesta en la que anunciarían su intención de convertirlo en orejón. Esta fiesta sería una ocasión para que todos los parientes se reunieran y demostraran su apoyo al candidato. Aunque el organizador de la fiesta pudiera ser el miembro más rico de la familia, se esperaba que todos los parientes contribuyeran y brindaran su respaldo, incluso aquellos que no fueran tan prósperos. Esta medida tenía como objetivo fomentar la solidaridad y la cooperación entre los miembros de la comunidad, recordándoles que la prosperidad podía ser volátil y que era importante apoyarse mutuamente en todas las circunstancias.

Esta ceremonia no solo conferiría honor al individuo designado como orejón, sino que también fortalecería los lazos sociales y la cohesión dentro de la sociedad del Cusco.

Inca Yupanqui les explicó a los presentes que, además del título de Señor, el individuo designado como orejón recibiría el sobrenombre de "Huacchaccuyac", que significa "amoroso de los pobres". Este sobrenombre sería utilizado tanto por él como por sus descendientes, como un recordatorio constante de su compromiso con el bienestar de los menos privilegiados.

Continuando con sus instrucciones, Inca Yupanqui les indicó que debían elegir un día en el cual las mujeres de los parientes del candidato a orejón se reunieran. En esta reunión, los padres del candidato deberían llevar una cantidad suficiente de lana negra para confeccionar una camiseta para su hijo. Una vez distribuida la lana entre las mujeres, en otro día acordado, estas deberían hilarla y confeccionar la camiseta.

El día en que se confeccionara la camiseta, el candidato a orejón debería partir temprano por la mañana hacia el campo, en ayunas, acompañado de otros jóvenes parientes suyos. Su tarea sería recolectar haces de paja, lo cual les enseñaría la importancia del trabajo y el ayuno, así como el valor de la colaboración y el esfuerzo en comunidad. La paja recolectada se distribuiría entre las mujeres que habían confeccionado la camiseta.

Pasados cinco días, se celebraría otra fiesta, durante la cual las mujeres prepararían cuatro cántaros de chicha. Estos cántaros estarían sellados herméticamente desde el momento de su preparación hasta el final de la celebración del sol. Cada cántaro contendría cinco arrobas de chicha.

Después de cinco días más, el candidato a orejón debería emprender un ayuno hacia el cerro de Guanacaure, llevando consigo otro haz de paja para distribuir entre las mujeres que habían elaborado la chicha. Durante este ayuno, el candidato solo podría consumir maíz crudo y no debería tener contacto con carne ni sal, ni siquiera relacionarse con mujeres.

Un mes después de comenzar este ayuno, los parientes del candidato deberían llevarle una joven doncella que nunca antes haya estado con un hombre. Durante este período de ayuno, la doncella prepararía un pequeño cántaro de chicha, conocido como cáliz.

Después de llevar a cabo los rituales y ayunos descritos, la joven doncella deberá acompañar al candidato a orejón en todos los sacrificios y ayunos que realice durante la duración de la fiesta. Durante estos rituales, la joven preparará un pequeño cántaro de chicha, llamado cáliz, el cual será llevado por los parientes del novicio, junto con la propia joven, y entregado al candidato a orejón. Este será llevado a la guaca de Guanacaure, una distancia de una legua y media desde la ciudad del Cusco.

Una vez en la guaca, los parientes del novicio lavarán todo su cuerpo en una fuente cercana. Luego, le cortarán el cabello muy corto y lo vestirán con la camiseta de lana negra que las mujeres prepararon anteriormente. También le calzarán unos zapatos hechos de paja, que el propio joven habrá confeccionado durante su ayuno, enseñándole así a hacerlos en caso de necesidad durante la guerra.

Además de la vestimenta, se colocará al novicio una cinta negra en la cabeza, sobre la cual se colocará una honda blanca. Alrededor del cuello, se le pondrá una estrecha manta blanca que cuelgue hasta la altura de los pies. Además, se le entregará un manojo de paja del grosor de una muñeca, con las puntas hacia arriba, y se le colgará un copo largo de lana blanca en el extremo.

Una vez que esté preparado de esta manera, el novicio se acercará al ídolo en la guaca. La joven doncella llenará dos pequeños vasos de chicha del cántaro cáliz y se los entregará al novicio. Él beberá uno de los vasos, y el otro se lo ofrecerá al ídolo, el cual derramará la chicha como una ofrenda delante de él.

Después de completar el ritual en la guaca de Guanacaure, el novicio y sus parientes regresarán a la ciudad del Cusco. El novicio llevará la paja enhiesta en las manos, como se le ha indicado. Una vez en la ciudad, se le vestirá con una camiseta colorada adornada con una lista blanca en el medio, y se le colocará una cinta colorada en la cabeza con una lista de cualquier color.

Luego, llevarán al novicio a una guaca llamada Anaguarque, donde realizarán un sacrificio ofreciendo chicha y encendiendo un fuego. Ante este fuego, ofrecerán maíz, coca y sebo como ofrendas. Después del sacrificio, los parientes del novicio, que actúan como padrinos, le entregarán al novicio unas alabardas grandes y altas hechas de oro y plata.

Una vez que el sacrificio esté hecho, atarán la paja que el novicio lleva en las manos a las alabardas, colgando la lana de la paja de los hierros de las alabardas. Después de atar la paja, cada novicio recibirá una de estas alabardas. Luego, todos los novicios se reunirán y se les ordenará correr juntos con las alabardas en las manos, simulando una persecución de enemigos.

El lugar donde se detengan será observado por otros para determinar quién llegó primero. El primero en llegar será honrado por sus compañeros y recibirá un sobrenombre, como "guaman", que significa "halcón". Estos jóvenes, una vez convertidos en orejones, serán reconocidos por su velocidad y destreza, y serán los primeros en subir a los peñoles en caso de guerra para combatir contra los enemigos.

Al siguiente día, los novicios saldrán de la ciudad para dirigirse a la guaca designada, llamada Yavirá, que será el ídolo de las mercedes. Una vez allí, realizarán un gran fuego y ofrecerán ovejas y corderos sacrificados como ofrenda a la guaca y al sol. La sangre de estos animales se utilizará para hacer una raya en los rostros de los novicios, desde una oreja hasta la otra, como señal de respeto y reverencia.

Además de los animales sacrificados, ofrecerán maíz y coca al fuego con gran reverencia y respeto, pidiendo al sol que les conceda prosperidad, aumente sus ganados y los proteja de cualquier mal. Una vez completadas estas ofrendas, cada novicio prestará juramento delante del ídolo, comprometiéndose a reverenciar siempre al sol, trabajar la tierra en su honor, ser leal al Inca y a la ciudad del Cusco, y nunca traicionarlos. Se comprometerán a informar cualquier traición contra el Inca que conozcan y a servir en defensa del Cusco y del Inca en caso de guerra, incluso hasta dar sus vidas en su defensa.

Después de prestar el juramento, el señor presente en la guaca, en representación del sol y del ídolo, agradecerá al novicio por su compromiso y le dirá que el sol lo acepta como caballero. Una vez realizado esto, el novicio deberá expresar su agradecimiento al sol. Luego, le vestirán con una camiseta y una manta muy decoradas, ambas confeccionadas con tela fina. Colgarán orejeras grandes de oro en sus orejas, sujetas con hilos rojos, y le colocarán una venera de oro grande en el pecho. Calzarán sus pies con zapatos de enea y le pondrán en la cabeza una cinta muy decorada llamada pillaca llauto, sobre la cual colocarán una patena de oro. Nadie más que él podrá usar esta patena en el futuro, y si por alguna razón se le olvida ponerla, nunca podrá hacerlo después.

Una vez completado esto, los padrinos del novicio deberán hacerle tender los brazos y darle algunos azotes en ellos con hondas, como recordatorio de su juramento y la gracia que le ha sido concedida.

Una vez realizado esto, todos desciendan juntos a la plaza de la ciudad, vestidos y adornados como se encuentren. En la plaza, encontrarán a todos los señores del Cusco vestidos con largas camisetas rojas que les llegan hasta los pies, con pieles de leones sobre sus cabezas, y los rostros de estos leones mirando directamente hacia ellos. Estas cabezas de leones también tienen orejas de oro. Además, estos señores llevarán consigo cuatro tambores de oro.

Cuando los novicios lleguen a la plaza, se colocarán en fila en la parte inferior, con los rostros mirando hacia donde sale el sol. Al llegar, clavarán sus alabardas en el suelo frente a ellos. Una vez hecho esto, los señores que están presentes comenzarán su canto y tocarán los tambores. Después de cantar y disfrutar, todos se sentarán en fila, bebiendo dos vasos de chicha cada uno, y ofreciendo otros dos al sol, derramándolos delante de sus alabardas. Luego, se levantarán y volverán a cantar, alabando al sol y pidiéndole que cuide y aumente a su pueblo y a los novicios. Este canto se repetirá durante treinta días, desde el día de inicio. De esta manera, cada noche estarán bien provistos de chicha, ya que su principal felicidad, en todas sus acciones, es beber bien. Cuanto más beben, más señores se vuelven, ya que tienen los medios para hacerlo.

Él ordenó que, transcurridos estos treinta días, los parientes de estos jóvenes se reunieran en la plaza y trajeran a los jóvenes consigo. Una vez allí, se les indicó que levantaran las alabardas y, estando de pie, tomaran estas armas con las manos. Seguidamente, con los brazos extendidos, los parientes les lanzarían piedras con una honda, con el fin de que recordaran y conmemoraran esta festividad. Luego de este acto, todos se dirigirían a una fuente conocida como Calixpucquiu, también conocida como "el manantial del Calix". Una vez en la fuente, deberían lavarse todos, lo cual se realizaría al anochecer. Después de este lavado, se les proporcionarían camisas nuevas y preciosas, tras lo cual sus parientes los apedrearían simbólicamente con tunas. Cada pariente, después de lanzar las tunas, estaría obligado a ofrecer a los jóvenes ciertas joyas y prendas de vestir, además de darles a cada uno una honda. Con este ritual concluido, los jóvenes regresarían a sus hogares, los cuales encontrarían limpios y con una cálida bienvenida de sus parientes. Allí, se les ofrecerían cuatro cántaros de chicha, preparada al inicio de la festividad, de los cuales todos beberían, embriagando al joven de manera que perdiera el sentido. Una vez embriagado, sería sacado del recinto y se le perforarían las orejas en el lugar que sus parientes consideraran más adecuado. Al día siguiente, los jóvenes saldrían a la plaza en formación de batalla, con hondas en mano y bolsas de redes al cuello, llenas de pequeñas piedras. En la plaza, simularían una batalla para entender cómo enfrentarían a sus enemigos. De esta manera, se establecería un orden en la ceremonia de los orejones, diferente al realizado hasta el momento.

Después de escuchar las disposiciones de Inca Yupanqui, los señores presentes elogiaron la organización y planificación de los rituales, considerándolos apropiados para llevarse a cabo en adelante. Solicitaron detalles sobre el inicio de la festividad, a lo que Yupanqui respondió que podría comenzar en treinta días, coincidiendo con el inicio del mes que marcaba el comienzo del año. Sin embargo, los señores expresaron su deseo de entender mejor la estructura del año y los meses, ya que hasta entonces no habían tenido claridad al respecto. Yupanqui accedió a proporcionarles esa información en el futuro, indicando que después de la festividad del sol tenía previsto organizarla. Mientras tanto, les prometió que en diez días les daría detalles sobre los meses y las festividades que vendrían. Tras esta conversación, cada uno de los señores se retiró a sus aposentos para comenzar a planificar las festividades, las cuales darían inicio en treinta días, como se había acordado. Pasado ese tiempo, celebraron la festividad de acuerdo con las indicaciones de Yupanqui, y continuaron haciéndolo de la misma manera hasta el año actual, mil quinientos cincuenta y uno. Aunque algunas de estas festividades, incluyendo la mencionada, puedan estar prohibidas en la ciudad del Cusco, los habitantes aún las celebran en secreto en los pueblos cercanos.

Pasados los diez días que Inca Yupanqui había mencionado a los señores, los convocó nuevamente para discutir la organización del año y los meses, así como las festividades que deberían observarse. Yupanqui explicó que había pasado muchos años considerando los meses y las estaciones del año, identificando que eran doce en total. Sin embargo, inicialmente no tenía la intención de compartir esta información, sino que prefería establecer las festividades a medida que avanzaba el tiempo. Pero, debido a la solicitud de los señores, accedió a compartir con ellos los detalles sobre las festividades y sacrificios que deberían realizarse en cada mes, instándolos a prestar atención y recordarlos bien.

Además, Yupanqui mencionó un concepto que había ideado llamado Pachaunanchango, que se traduce como "conocedor de tiempo". Este sistema, presumiblemente, serviría como una forma de calendario para ellos y sus descendientes, permitiéndoles determinar cuándo sembrar, trabajar la tierra y realizar otras actividades agrícolas, en caso de que perdieran el seguimiento de los meses.

Así, estando los señores atentos, Inca Yupanqui les proporcionó los nombres para cada mes del año. Para el mes en el que se celebraría la ceremonia de los orejones, que marca el inicio del año, Yupanqui lo llamó Pucuy quillaimi, equivalente a nuestro mes de diciembre. Luego, designó a enero como Coyquis, a febrero como Ccollappoccoyquis, a marzo como Pachapoccoyquis, a abril como Ayrihuaquis, y a mayo como Aymorayquis quilla.

En el mes de mayo, Yupanqui estableció otra festividad solemne en honor al sol, donde se realizarían grandes sacrificios como muestra de gratitud por la tierra y el maíz que proporcionaba. Esta festividad comenzaría al iniciar la cosecha de maíz y se prolongaría hasta finales de junio, mes que Yupanqui denominó Hátun cosqui quillan. Durante esta celebración, los orejones designados en diciembre pasado se vestirían con camisetas tejidas de oro, plata y plumas tornasoles, y lucirían plumajes, patenas y brazaletes de oro. Esta festividad marcaría el fin de los ayunos y sacrificios realizados desde su nombramiento como orejones, y daría inicio a la celebración de otra festividad dirigida a los sembradores, conocida como Yahuarincha aymoray, que se extendería desde mayo hasta finales de junio.

Yupanqui ordenó que esta festividad se llevara a cabo en la plaza donde ahora se encuentra el hospital en la ciudad del Cusco, llamada Rimacpampa, y dispuso que los señores de la ciudad vistieran camisetas coloradas proporcionadas hasta los pies. Durante esta festividad, se realizarían grandes sacrificios a los ídolos, incluyendo la quema y sacrificio de ganado, comida y ropa, así como la ofrenda de joyas de oro y plata en los altares ceremoniales.

En cuanto al mes de julio, lo nombraron Cahuarquis. En este mes, Yupanqui indicó que era el momento de regar las tierras y comenzar a sembrar maíz, papas y quinua, actividad que se prolongaría hasta septiembre. Agosto fue designado como Capacsiquis, mientras que septiembre fue llamado Cituaiquis.

Durante el mes de septiembre, Yupanqui estableció la celebración de dos festividades. La primera se asemejaba a la fiesta de San Juan, donde la gente se levantaba a medianoche para lavarse hasta el amanecer, portando antorchas encendidas. Después de lavarse, se golpeaban las espaldas con las antorchas, creyendo que así expulsaban cualquier dolencia o mal que pudieran tener.

La segunda festividad, conocida como Purappucquiu, también se celebraba en este mes y estaba dedicada a las aguas. Durante esta celebración, se realizaban sacrificios ofreciendo gran cantidad de ropa, ovejas y coca. Se recolectaban flores de todas las hierbas y plantas del campo, las cuales se arrojaban a las aguas de los ríos del Cusco, especialmente en el punto donde se unían dos ríos. Luego, se sacrificaban ovejas y corderos en ese mismo lugar, quemándolos en un gran fuego y esparciendo las cenizas en el agua. Después de esto, se esparcían las flores y se arrojaba coca molida al agua como ofrenda.

Después de realizar estos rituales, Inca Yupanqui decidió establecer un sistema para medir el tiempo y marcar las estaciones del año. Para ello, eligió un lugar estratégico desde donde pudiera observar el camino que seguía el sol al ponerse. En este sitio, erigió cuatro pirámides o columnas de piedra tallada, dos más pequeñas en el centro y dos más grandes en los extremos, separadas por una distancia de aproximadamente una braza. Las columnas tenían dos estados de altura cada una y estaban dispuestas de manera que, al salir y ponerse el sol, este pasaba por el espacio entre las dos columnas centrales.

Cuando el sol salía, su trayectoria lo llevaba justo entre las dos columnas centrales, y al ponerse, también lo hacía por el espacio entre esas mismas columnas. Este sistema permitía a la gente común tener una referencia para saber la hora del día y comprender la época del año, facilitando así las actividades agrícolas de siembra y cosecha. Estos "relojes solares" proporcionaban una forma efectiva de marcar el tiempo, diferenciando los movimientos y cambios que el sol experimentaba a lo largo del año.

A pesar de este logro, Inca Yupanqui cometió un error al asignar el mes desde el cual contabilizar los meses del año, eligiendo diciembre en lugar de enero. No obstante, con el tiempo logró corregir este error y establecer un sistema que ayudó a organizar y dar orden a su sociedad.

Después de haber organizado el año, los meses y las festividades, y tras haber construido los relojes solares, Inca Yupanqui disfrutó de un tiempo de descanso y recreación en su pueblo durante dos años. Durante este tiempo, permitió que los habitantes y los caciques de las regiones subyugadas tuvieran la oportunidad de recuperarse del trabajo realizado en la reparación de los arroyos de la ciudad del Cusco, así como de sembrar y cosechar grandes cantidades de alimentos y recursos para abastecer a la ciudad y sus almacenes.

Sin embargo, Inca Yupanqui comenzó a sentir que la ociosidad podía ser perjudicial tanto para él como para sus súbditos. Por lo tanto, convocó a los principales líderes de la ciudad del Cusco y les expresó su preocupación, proponiendo que era hora de que los caciques y señores subyugados llevaran sus alimentos y provisiones a la ciudad del Cusco, junto con la mayor cantidad de gente posible. Explicó que tenía la intención de reconstruir la ciudad del Cusco de manera permanente, utilizando ciertos diseños arquitectónicos que había concebido. Para lograr esto, se requeriría una gran cantidad de mano de obra, y por lo tanto, era crucial que algunos de los líderes de la ciudad salieran en busca de voluntarios para este proyecto.

Inmediatamente, se designaron diez señores y veinte orejones para esta tarea. Se dirigieron a los pueblos y provincias para organizar y movilizar a la gente, así como para obtener los recursos necesarios para la construcción que Yupanqui tenía en mente.

Después de salir de la consulta, Inca Yupanqui y los otros señores recorrieron el área circundante de la ciudad en un radio de cinco leguas en busca de recursos para la construcción. Buscaron sierras y sitios donde pudieran extraer piedra, cantería, barro y tierra para las mezclas necesarias en la construcción de los edificios. Descubrieron que en el lugar de Saluoma había abundante piedra y grandes canteras disponibles.

Una vez confirmada la disponibilidad de los recursos necesarios, regresaron a la ciudad y dieron instrucciones sobre cómo traer y transportar la cantería. Se ordenó la fabricación de numerosas sogas gruesas y maromas hechas de nervios y cueros de ovejas para este propósito.

Inca Yupanqui diseñó el plano de la ciudad y creó maquetas de barro que representaban cómo serían los edificios. Una vez completado este paso, llegaron los orejones y señores que habían ido a organizar la provisión de alimentos y la movilización de gente para los proyectos de construcción. Saludaron al Inca como se describió anteriormente, y él los recibió con afecto.

Decidió pasar cinco días con ellos para celebrar su llegada. Después de este tiempo, consideró que era el momento adecuado para comenzar a trabajar en la construcción de la ciudad. Entendía que la gente recién llegada necesitaría descansar, por lo que ordenó a los caciques que reunieran a sus grupos en un campo llano específico para distribuirles las tareas y darles las instrucciones necesarias para el trabajo que tenían por delante.

Y así, reunidas estas personas, el líder distribuyó las tareas entre los jefes locales. Algunos fueron instruidos para transportar piedra áspera destinada a los cimientos, mientras que a otros se les encomendó traer barro de buena calidad y pegajoso. Con estos materiales, se construyeron los cimientos de los edificios, comenzando desde la base, que era el punto donde tocaban el agua. Por lo tanto, se dispuso que estos cimientos se construyeran con piedra áspera y barro pegajoso, con el fin de resistir la posible entrada de agua sin que el barro se deshiciera. Como mencionamos anteriormente, gran parte del terreno donde se asentaba la ciudad consistía en pantanos y manantiales. Todos estos manantiales fueron canalizados y distribuidos de manera que proporcionaran agua a las casas de la ciudad a través de fuentes construidas para tal fin.

Además, se asignaron tareas para excavar y preparar los cimientos de las casas y otros edificios de la ciudad, así como para transportar piedra para futuras construcciones una vez que los cimientos estuvieran completos. También se encomendó la tarea de fabricar ladrillos de barro y tierra mezclada con abundante paja, similar al esparto español, que debían ser compactos y bien hechos. Estos ladrillos se utilizarían para construir desde la obra de cantería hacia arriba, hasta que los edificios y casas alcanzaran la altura deseada.

Se ordenó traer una gran cantidad de madera de aliso, larga y recta, con las dimensiones adecuadas para su uso. Y una vez que los edificios estuvieran construidos y en su forma final, se previó el uso de una mezcla especial para revestir tanto el interior como el exterior de las casas. Esta mezcla, preparada con el zumo de cardones, conocidos localmente como aguacolla quizca, y abundante lana, sería aplicada sobre las paredes para asegurar que el revestimiento se adhiriera correctamente y evitar su agrietamiento. En caso de no contar con lana, se usaría paja finamente molida. Finalmente, se daría brillo a las paredes y edificios una vez que la mezcla estuviera seca.

Una vez que todas estas disposiciones fueron comunicadas, los líderes locales se pusieron en marcha de inmediato para llevar a cabo la construcción de los edificios y los preparativos necesarios, tal como se les había ordenado. Inca Yupanqui entonces ordenó a todos los habitantes de la ciudad del Cusco que abandonaran sus hogares y trasladaran sus pertenencias a los pueblos cercanos. Una vez desalojadas las viviendas, ordenó que fueran demolidas por completo. Una vez completada esta tarea y con el terreno limpio y nivelado, Inca Yupanqui, junto con otros líderes de la ciudad, tomó un cordel y procedió a medir y marcar los terrenos y ubicaciones de las nuevas casas y edificios, así como sus cimientos.

Con los cimientos abiertos y los materiales necesarios reunidos y preparados, dieron comienzo a la construcción de la ciudad y sus viviendas. Este ambicioso proyecto involucró el trabajo continuo de cincuenta mil indígenas, quienes se dedicaron sin descanso a la tarea durante todo el tiempo que duró la obra. Desde que Inca Yupanqui dio la orden de reparar y reconstruir la ciudad, incluyendo sus tierras y ríos, hasta la finalización de todo lo planeado, pasaron veinte años.

Una vez que la ciudad estuvo completamente construida y alcanzó su perfección, Inca Yupanqui convocó a todos los líderes principales del Cusco y a sus habitantes a reunirse en una llanura cercana. Una vez que estuvieron reunidos, hizo traer la maqueta de la ciudad y la pintura que había mandado hacer en barro. Con estas representaciones ante ellos, procedió a asignar y distribuir las casas y terrenos ya construidos, como se ha mencionado anteriormente, entre los señores del Cusco y los demás habitantes, todos ellos pertenecientes a la nobleza, descendientes de su linaje y de los señores que le precedieron desde los tiempos de Manco Cápac.

La distribución se realizó de la siguiente manera: los tres amigos y aliados de Inca Yupanqui poblaron desde las Casas del Sol hacia abajo, en dirección a la confluencia de los dos ríos, en el área donde se habían construido las casas entre ambos ríos. Esta zona fue designada como Hurin Cusco, que significa "el Cusco bajo". La parte más elevada de esta área, en la punta de la colina, se llamó Pumap Chupan, que significa "cola de león". Los tres señores y sus seguidores, quienes eran parte de los linajes mencionados, se establecieron en este lugar, dando inicio y fundación a los tres linajes de Hurin Cusco. Estos señores fueron Vica Quirao, Apu Mayta y Quilliscachi Urco Guaranga.

Desde las Casas del Sol hacia arriba, todo lo que abarcaban los dos arroyos hasta llegar al cerro que ahora constituye la fortaleza, fue asignado y distribuido entre los parientes más cercanos y descendientes directos de Inca Yupanqui por línea directa. Estos parientes eran hijos legítimos de señores y señoras pertenecientes a su mismo linaje. Por otro lado, los tres señores que había mandado poblar desde las Casas del Sol hacia abajo, como se mencionó anteriormente, eran hijos ilegítimos de señores, concebidos con mujeres de origen común y de menor estatus dentro de la sociedad. A estos hijos concebidos de esta manera se les llama Guaccha Cconcha, que significa "provenientes de gente pobre y de baja generación". Aunque sean descendientes del Inca, no son considerados ni respetados por los demás señores, y son tratados como simples orejones, es decir, miembros comunes de la nobleza.

Es importante entender que el Inca, como gobernante, tiene una esposa principal que no puede ser de origen pobre. Esta mujer principal debe ser de su misma estirpe, hermana o prima hermana del Inca. A esta mujer principal se le llama Pihuihuarmi o Mamanguarmi. La gente común, al referirse a esta esposa principal del Inca, la llama Pocaxa Intichuri Cápac Coyaguacchacuyac, que significa "Hija del Sol y única reina amigable con los pobres". Esta esposa principal debe ser descendiente directa de señores y estar libre de cualquier mezcla con Guaccha Concha, como se mencionó anteriormente.

Cuando el Inca asume el cargo, tomando la borla del Estado y los símbolos reales, esta esposa principal se convierte en su consorte oficial. Los hijos nacidos de esta esposa principal son llamados Pihuichuri, que significa "legítimos". El hijo mayor de estos es considerado el heredero legítimo del Estado. En caso de que el Inca muera dejando un hijo que aún no sabe gobernar, este hijo sería proclamado como Inca y se le colocaría la borla en la cabeza, incluso si aún fuera un niño lactante. A este niño se le llamaría Huayna Capac, que significa "joven rey". Es importante mencionar que el nombre Huayna Capac está compuesto por "Capa" que significa rico, y "Guaina" que significa joven. Si se invirtiera el orden de las palabras, se obtendría "Capa Guaina", que significaría joven rico. Sin embargo, se utiliza "Guaina Capac" con la "c" final, lo que significa joven rey.

Además, aquellos que no comprendían el significado real de este término, construyeron otro nombre que dice "mancebo Viracocha", interpretándolo como "podremos tener", que en su idioma significa Dios. Esto se debe a que este nombre lo utilizan para referirse a lo que consideran el Creador. Cuando los españoles llegaron a esta tierra y observaron a la gente que era muy diferente a ellos, como la historia posteriormente detallará, los denominaron a todos, individualmente, como Viracocha. Aquellos que intentaban entender la lengua de los nativos para construir este nombre se detenían a pensar y llegaban a la conclusión de que "vira" podría significar "manteca" y "cocha" "mar". Interpretaron esto como "manteca de la mar" o "espuma de la mar". Sin embargo, esto no refleja el verdadero significado, que es propiamente Dios. Así que, cuando los españoles llegaron a esta tierra, llamaron a los nativos por este nombre y los consideraron como dioses.

Continuando con nuestra historia, a este joven heredero se le asignaban tutores y gobernadores que se encargaban de dirigir el reino durante el tiempo que consideraban que aún no estaba en edad para gobernar por sí mismo. Si el Inca, después de haber tomado a esta mujer principal como esposa, o incluso antes de eso, tenía otras cincuenta mujeres que eran sus hermanas y parientes, ya que era costumbre tener a todas sus hermanas como esposas, los hijos nacidos de estas mujeres no heredaban su posición real, a menos que fueran hijos de la mencionada mujer principal legítima. Si esta mujer no le daba hijos varones, o si daba hijas, entonces el estado y el reinado se transferían al hijo mayor que hubiera tenido cualquiera de las otras mujeres, siempre y cuando demostrara capacidad y aptitud para gobernar el reino y la república. Si no reunía los requisitos adecuados, se seleccionaba entre los hermanos del Inca al que pareciera más apto para gobernar, y a este hermano se le daba en matrimonio la hermana del Inca, siguiendo el mismo procedimiento que había seguido su padre con la mujer principal, a quien tanto los señores del Cusco como los demás señores de toda la tierra reconocían y respetaban como su reina y señora principal.

Retomando el propósito de la distribución de la ciudad y sus viviendas, Inca Yupanqui procedió a repartirlas como se ha mencionado anteriormente, reservando para sí las casas y terrenos que consideraba suficientes para sus necesidades. Una vez completada esta tarea, instruyó que la ciudad debía ser habitada únicamente por su propia gente y sus orejones, excluyendo así la presencia de otras etnias o grupos, con el fin de asegurar que esta ciudad se convirtiera en la más destacada de toda la tierra. Tal como Roma en la antigüedad, donde todos los demás pueblos estaban destinados a servir y reverenciar.

Para llevar a cabo esta decisión, ordenó que los descendientes del linaje de Allcahuiza, el cacique señor que Manco Cápac encontró asentado en ese lugar, tal como lo relata la historia, fueran trasladados y establecidos cerca del Cusco, a una distancia de aproximadamente dos tiros de arcabuz de la ciudad. Estos individuos recibieron el apoyo y la asistencia de Inca Yupanqui para construir sus nuevas viviendas. Una vez finalizadas, Inca Yupanqui dio al pueblo el nombre de Cayaucachi. Con esta acción, los descendientes de Allcahuiza fueron desplazados de la ciudad del Cusco y quedaron sometidos y subordinados. Este evento podría interpretarse como un cambio repentino en su hogar, que los obligó a abandonar sus antiguas residencias.

Después de que Inca Yupanqui hubiera distribuido la ciudad del Cusco como se ha relatado, decidió nombrar cada lugar y terreno dentro de la ciudad, y en su conjunto la llamó "Cuerpo de León", expresando así que los habitantes de la ciudad eran los miembros de este león, y él mismo era la cabeza de este cuerpo.

Los señores de la ciudad, impresionados por las grandes y continuas bendiciones que habían recibido de Inca Yupanqui, y reconociendo su profunda sabiduría y su dedicación al bienestar de la república, comenzaron a considerar cómo podrían ofrecerle un servicio especial que fuera de su agrado y que lo beneficiara. Reunidos en asamblea, acordaron que el servicio que debían ofrecerle consistía en colocarle la borla del Estado y la insignia real, según la antigua costumbre, y darle un nuevo nombre.

Una vez acordado esto, salieron de la reunión llenos de alegría, pensando que habían encontrado la manera de complacer al Inca. Se dirigieron entonces a la casa del Inca, donde lo encontraron ocupado, pintando y dibujando puentes y cómo debían ser construidos, así como también diseñando caminos que conectaban con estos puentes y ríos desde los pueblos cercanos.

Al llegar ante el Inca y saludarlo con el debido respeto, los señores de la ciudad, intrigados por los dibujos que veían, le preguntaron qué era lo que estaba dibujando. El Inca, notando la alegría que manifestaban al acercarse, les respondió con paciencia: "Decidme vosotros, ¿qué petición traéis todos juntos y por qué venís tan alegres? ¿Por qué me preguntáis esto? Cuando sea el momento adecuado, yo os informaré y daré las órdenes correspondientes a cada uno según le corresponda. No me preguntéis de nuevo, porque os aseguro que os lo diré en su momento. Desde que mi padre partió de este mundo, he dedicado mi atención exclusivamente a asuntos que os beneficien y que promuevan vuestro bienestar. Y así será mientras yo viva".

Los señores agradecieron sus palabras y le pidieron que considerara sus solicitudes. El Inca les instó a decir cuál era el propósito de su visita y les pidió que se retiraran, ya que les estaba haciendo perder el tiempo. Entonces, los señores explicaron que habían acudido para preguntar cuándo tenía previsto el Inca asumir la borla del Estado, ya que consideraban que era el momento adecuado. Querían organizar y preparar todo lo necesario para la ceremonia, incluyendo los ayunos y rituales correspondientes.

Al escuchar esto, el Inca sonrió y les dijo que estaban muy lejos en sus pensamientos, ya que estaban muy por detrás de lo que él tenía planeado. Les instó a no perder el tiempo con tales pensamientos, ya que él tenía claro que mientras su padre estuviera vivo, no tenía intención de asumir la borla del Estado. Explicó que creía que su padre tenía la intención de otorgar la borla a su hijo Inca Urco después de su muerte, según lo que le había dicho sobre que Urco debía pisar las insignias del Chanca Uscovilca, que él había vencido. Les aseguró que no tomaría la borla mientras su padre estuviera vivo, a menos que su padre fuera personalmente a la ciudad del Cusco para colocársela en la cabeza con sus propias manos, en cuyo caso la aceptaría. Agradeció la buena voluntad que habían mostrado y les juró que compensaría la afrenta que su padre les había causado a ellos y a su ciudad al abandonarla.

Para sellar este juramento, tomó un vaso de chicha en sus manos y lo derramó en el suelo, diciendo que su sangre sería derramada de la misma manera si no cumplía su palabra de reparar la deshonra que su padre les había infligido a ellos y a su ciudad. Al comprender la determinación del Inca, los señores, viéndolo enojado, optaron por no responder a su desafío. El Inca les indicó entonces que, si no tenían otro asunto que tratar, podían retirarse. Los señores respondieron que no habían venido por otro motivo que el que ya habían mencionado.

Así pues, estos señores se retiraron y volvieron a reunirse como lo habían hecho anteriormente. En esta nueva reunión, discutieron cómo podrían lograr que Inca Yupanqui recibiera la borla del Estado que tanto deseaban. Acordaron enviar mensajeros a Viracocha Inca para rogarle que viniera a la ciudad del Cusco, informándole sobre el nuevo desarrollo de la ciudad, lo cual le gustaría ver. Además, le pedirían que, como muestra de favor y para satisfacción de ellos, otorgara la borla del Estado a su hijo Inca Yupanqui, ya que él había renunciado a ella y había declarado a los caciques que había ido a verle que la entregaba a su hijo Inca Yupanqui, para que la mantuviera y fuera colocada en su cabeza por ellos. Esta renuncia se debía a su respeto hacia su padre.

Una vez acordado esto por los señores, enviaron a sus mensajeros a Viracocha Inca, que se encontraba establecido en su penol. Al recibir la embajada de los señores, Viracocha Inca se dirigió a la ciudad del Cusco. Cuando el Inca Yupanqui supo de su llegada, salió a recibirlo en el camino y lo saludó como a su señor y padre. Juntos ingresaron a la ciudad. Al ver la magnificencia de la ciudad y sus edificaciones, así como el orden y gobierno establecido por Inca Yupanqui, tanto en los depósitos como en otros aspectos relacionados con el bien de la república, y el amor que le tenían todos los habitantes y señores, Viracocha Inca, en presencia de los señores y caciques del Cusco, reconociendo la grandeza de la ciudad y el buen gobierno de Inca Yupanqui, declaró: "Verdaderamente, tú eres hijo del sol; te nombro rey y señor". Acto seguido, tomó la borla de su propia cabeza.

Y era una costumbre entre estos señores que, cuando se llevaba a cabo tal ceremonia, aquel que colocaba la borla en la cabeza del otro también le asignaba un nombre que debía llevar de ahí en adelante. Así, cuando Viracocha Inca le puso la borla en la cabeza a Inca Yupanqui, le dijo: "Yo te nombro para que de ahora en adelante te llamen los tuyos y las demás naciones que te estén sujetas, Pachacútec Yupanqui Capac Indichuri", que significa "Vuelta de tiempo, Rey Yupanqui, Hijo del Sol". "Yupanqui" es el apellido y linaje al que pertenecen, ya que Manco Capac, el fundador del imperio incaico, también llevaba ese apellido como sobrenombre.

Después de que Inca Yupanqui fue nombrado rey y señor, mandó traer una olla que se usaba comúnmente, ordenando que se la trajeran tal como la encontraran en la casa, sin lavarla. Una vez que la olla fue llevada, la llenaron con chicha, sin limpiarla, y una vez llena, se la ofrecieron a su padre Viracocha Inca, indicándole que la tomara y bebiera sin dejar ni una gota en ella.

Al ver Viracocha Inca lo que se le ordenaba por parte del nuevo señor, tomó la olla y, sin decir una palabra, bebió la chicha. Una vez que la hubo bebido, se inclinó ante él y le pidió perdón. El nuevo señor respondió que no tenía nada que perdonarle, que entendía que Viracocha Inca había actuado en nombre de la ciudad del Cusco y de los señores presentes, debido a las circunstancias que lo llevaron a tomar esa decisión. Añadió que como era mujer, debería beber de ollas similares a la que había utilizado. Viracocha Inca, mientras estaba en el suelo con la cabeza inclinada hacia él, respondía de vez en cuando a las palabras del nuevo señor con "chocayun", expresando su reconocimiento y arrepentimiento.

Después de este encuentro, el nuevo señor hizo que Viracocha Inca se levantara y lo acompañó a su casa, donde lo alojó con esplendor. Luego, compartieron una comida juntos, y a partir de ese momento, el nuevo señor se esforzó por honrarlo, complacerlo y asegurar su bienestar.

Luego, los señores del Cusco organizaron el suministro necesario para las festividades, sacrificios y ayunos que el Inca debía realizar, así como para recibir a su esposa en esa ceremonia. Una vez todo estaba preparado, el Inca se retiró a un aposento designado para ello, mientras que su esposa y su suegra fueron llevadas a otro lugar. Durante diez días, tanto el Inca como sus parientes ayunaron, consumiendo únicamente maíz crudo y chicha, aunque podían moverse por la ciudad.

Durante estos días, los señores del Cusco llevaron a cabo numerosos y elaborados sacrificios a todos los ídolos y huacas que rodeaban la ciudad, especialmente en la Casa del Sol. Se sacrificaron una gran cantidad de animales, incluyendo ganado, ovejas, corderos, venados y una variedad de aves como águilas, halcones, perdices, avestruces, patos y otras aves domésticas. También se sacrificaron otros animales, como tigres y leones, pero se evitaron las zorras debido a la creencia de que su presencia podría traer mala suerte durante estas ceremonias.

Además, durante estos rituales, muchos niños y niñas fueron sacrificados, siendo enterrados vivos, vestidos y adornados con esmero. Eran enterrados de dos en dos, un niño y una niña, junto con abundantes objetos de oro y plata, como platos, escudillas, cántaros, ollas y vasos para beber, así como otros enseres que un indio casado solía poseer, todo elaborado con estos metales preciosos. Estos niños sacrificados pertenecían a familias de caciques y principales. Mientras se llevaban a cabo estos sacrificios, toda la ciudad celebraba con grandes fiestas y regocijos en la plaza.

Una vez transcurridos estos días, los padres de la joven y otros parientes llevaban a la mujer ante el Inca. Ella estaba vestida con prendas finas, tejidas con hilos de oro y plata. Estos vestidos estaban sujetos por cuatro alfileres de oro, cada uno de aproximadamente dos palmos de largo y con un peso de dos libras de oro. En su cabeza llevaba una cinta de oro, tan ancha como un dedo pulgar, que casi parecía una corona. También llevaba una faja tejida con lana fina y oro alrededor de la cintura, adornada con diversas pinturas.

Ella llevaba otra manta por encima, tejida con hilos de oro y plata, adornada con intrincadas labores, como era costumbre para vestimenta. Sus pies estaban calzados con zapatos de oro, atados también con hilos del mismo metal precioso. Su aspecto era impecable, con el cabello limpio y peinado con esmero.

Cuando llegaron donde estaba el Inca, sus padres y familiares solicitaron al nuevo Señor Pachacuti Inca Yupanqui que aceptara como esposa a su hija. Al reconocer que era algo conveniente y apropiado para él, el nuevo Señor accedió a tomarla como esposa. Inmediatamente, ordenó a los señores del Cusco que la reconocieran como su Señora. Los padres de la joven expresaron su gratitud, y los señores del Cusco la recibieron como tal. Viracocha Inca, padre del nuevo Señor, se levantó entonces y la abrazó y besó en la mejilla, gesto que ella correspondió. Como muestra de generosidad, el nuevo Señor le otorgó ciertos pueblos que formaban parte de su herencia.

Después, el nuevo Señor abrazó y besó a su esposa, ofreciéndole cien mamaconas, mujeres para servirla. Luego, fue conducida a las Casas del Sol, donde realizó su sacrificio. El sol la bendijo, y su mayordomo, en su nombre, ofreció cincuenta mamaconas adicionales. Una vez en las casas del Inca, los señores de la ciudad acudieron a ofrecer sus presentes, que consistían en valiosos objetos de oro y plata, como cántaros, platos, escudillas, ollas y vasos para beber, así como también un gran número de yanaconas, que superaban los doscientos, para su servicio personal.

Después de finalizadas las festividades, Viracocha Inca le indicó a su hijo que era momento de regresar a su pueblo, ya que las celebraciones y alegrías habían durado tres meses, durante los cuales él había permanecido siempre allí. Pachacuti le respondió que podía partir en el momento que deseara. Una vez provisto de todo lo necesario por Inca Yupanqui, tanto en provisiones como en cualquier otra cosa que necesitara en su pueblo, Viracocha Inca partió.

Inca Yupanqui le pidió que, siempre que hubiera celebraciones en el Cusco, se uniera a ellas, a lo que él asintió. De hecho, cada vez que se celebraban festividades en la ciudad, Viracocha Inca siempre estaba presente.

Pasaron diez años desde la coronación de Pachacuti Inca Yupanqui cuando Viracocha Inca, disfrutando de su residencia en su pueblo en el peñón de Cagua Xaquixahuana, ubicado sobre el pueblo de Calca, a siete leguas de la ciudad del Cusco, enfermó gravemente. A pesar de haber luchado contra la enfermedad durante cuatro meses, finalmente falleció a la edad de ochenta años.

Después de su fallecimiento, Inca Yupanqui honró profundamente a Viracocha Inca. Hizo traer su cuerpo en andas ricamente adornadas, como si estuviera vivo, hasta la ciudad del Cusco, cada vez que había festividades. Durante estas ceremonias, se le mostraba gran respeto, tanto por parte de los señores del Cusco como de los demás caciques, como si aún estuviera vivo. Frente a la figura, se sacrificaban y quemaban numerosas ovejas y corderos, así como se ofrecía ropa, maíz, coca y abundante chicha. Se creía que el bulto consumía estas ofrendas, siendo considerado como hijo del sol y habitante del cielo.

Inca Yupanqui ordenó la creación de numerosos bultos, uno por cada Señor que había gobernado desde Manco Capac hasta su padre, Viracocha Inca. Estos bultos fueron elaborados con esmero y decorados con plumas de colores, antes de ser colocados en escaños tallados y pintados con gran belleza. Estos escaños fueron destinados a albergar los bultos, incluyendo el de su padre, a los cuales se les ordenó que todos reverenciaran como ídolos y a los cuales se les realizarían sacrificios.

Estos bultos fueron instalados en las casas, y cada vez que algún señor entraba donde estaba el Inca, primero rendía homenaje al sol, luego a los bultos, y finalmente se dirigía al Inca para hacer lo mismo.

Para los sacrificios de estos bultos, Inca Yupanqui designó una cantidad específica de yanaconas y mamaconas, a quienes les otorgó tierras para cultivar y recolectar alimentos destinados al servicio de estos ídolos. También asignó numerosos animales para los sacrificios que se debían realizar. Este servicio, tierras y ganado fueron distribuidos para cada bulto individualmente, y se ordenó que se les atendiera con gran cuidado, proporcionándoles comida, bebida y sacrificios tanto por la noche como por la mañana.

Inca Yupanqui también designó mayordomos para cada uno de estos sirvientes y ordenó que estos mayordomos, así como cada grupo de sirvientes, cantaran himnos en honor a los logros de los diferentes Señores, comenzando con Manco Capac. Estos himnos debían ser cantados durante todas las festividades, narrando la historia de los Señores que habían gobernado hasta ese momento, estableciendo así una tradición que permitiera preservar la memoria de sus ancestros y sus logros.

Para facilitar el servicio, Inca Yupanqui estableció que los yanaconas y sus familias vivieran en casas, pueblos y estancias ubicados en los valles y alrededores de la ciudad del Cusco. Estos descendientes tenían la responsabilidad perpetua de servir a los bultos que él había designado y establecido. Desde entonces hasta la actualidad, este sistema ha continuado, a menudo de manera oculta o secreta, ya que los españoles no comprenden su significado.

Estos bultos fueron ocultados en graneros, ollas, tinajas grandes e incluso en huecos de las paredes, de manera que no pudieran ser descubiertos fácilmente.

Cuando Inca Yupanqui ordenó que los bultos fueran colocados en los escaños, también instruyó que se les adornara con diademas de plumas elegantes en sus cabezas, de las cuales colgaban orejeras de oro. Además, ordenó que se colocaran patenas de oro en las frentes de cada uno de estos bultos. Siempre debían estar acompañados por dos mamaconas, mujeres con plumas rojas largas en las manos y atadas a varas, con las cuales ahuyentarían las moscas que pudieran posarse sobre ellos. El servicio hacia estos bultos debía ser extremadamente limpio, y las mamaconas y yanaconas que los atendieran debían presentarse con limpieza y reverencia, vistiendo adecuadamente y mostrando respeto ante los bultos.

Con estas acciones, Inca Yupanqui logró dos objetivos: primero, que sus antepasados fueran considerados y respetados como dioses, asegurando así que su memoria perdurara. Segundo, anticipó que él mismo sería venerado de la misma manera después de su muerte.

Una vez establecido como Señor, según lo narrado en la historia, y después de haber disfrutado de un tiempo con los suyos, Inca Yupanqui convocó a todos los señores de la ciudad del Cusco, así como a los demás caciques y líderes, para reunirse en la plaza principal. Todos acudieron a su llamado.

Una vez reunidos, les comunicó que tenía conocimiento de que en los alrededores de la ciudad había numerosos pueblos y provincias que podrían ser incorporados al dominio del Cusco. Dado que él consideraba que vivir con poco era insuficiente para sus ambiciones, les anunció su intención de partir de la ciudad en dos meses para buscar, conquistar y someter esos pueblos y provincias al gobierno del Cusco. Además, expresó su deseo de eliminar los títulos de "Capac" que cada señor de esos lugares tenía, proclamando que él sería el único "Capac" y líder supremo.

Inca Yupanqui declaró su disposición a enfrentarse a cualquier señor que desafiara su autoridad y se mostró confiado en su éxito, ya que contaba con el apoyo del sol. Para llevar a cabo esta empresa, necesitaba reunir cien mil hombres de guerra en la ciudad del Cusco durante los dos meses siguientes, equipados con armas y todos los suministros necesarios para la expedición.

Ante la propuesta de Inca Yupanqui, los señores presentes expresaron su disposición para proporcionarle la cantidad de hombres necesaria y servirle en su empresa. Además, ofrecieron acompañarlo personalmente en esta expedición. Solicitaron un plazo de tres meses para reunir y organizar la fuerza requerida.

Pachacuti Inca Yupanqui aceptó complacido esta oferta y les indicó que durante ese tiempo dejaran a cargo de sus tierras a sus principales y mayordomos. También les instruyó que, como señal de respeto y para desviar cualquier sospecha, echaran ciertos vasos de chicha en el río, como si estuvieran compartiendo un brindis con las aguas.

Este gesto estaba arraigado en una costumbre muy arraigada entre los señores y nobles del Cusco y de toda la región. Cuando un señor o señora visitaba a otro, era costumbre llevar consigo un cántaro de chicha. Al llegar, se escanciaba la chicha en dos vasos: uno para el anfitrión y otro para el visitante. Este ritual era una muestra de gran respeto y consideración entre los nobles. Si no se llevaba a cabo este gesto de cortesía, se consideraba una afrenta y podía resultar en la pérdida de relación entre las partes involucradas. De esta manera, al simular el brindis con las aguas, los señores aseguraban que no levantaran sospechas sobre sus verdaderas intenciones.

Inca Yupanqui también ordenó que, durante este sacrificio, dos señores del Cusco se situaran a lo largo del río, uno en cada margen, acompañados cada uno por diez indios seleccionados. Estos indios llevarían palos largos para, en caso de que los objetos sacrificados se quedaran atrapados en las aguas, poder empujarlos hacia el centro del río para que las corrientes los arrastraran. Estos señores y sus acompañantes recorrerían treinta leguas río abajo para asegurarse de que nada quedara atrapado en las orillas.

Para mostrar que la tierra estaba dando frutos gracias a las aguas, ordenó que en el mes en que se realizaba este sacrificio, todos los habitantes de la región llevaran la mayor cantidad de alimentos que pudieran recolectar de sus tierras. Esta comida sería colocada en la plaza del Cusco y luego distribuida por toda la ciudad entre la población. De esta manera, se pretendía que la comunidad entendiera que los frutos de la tierra eran el resultado del sacrificio realizado a las aguas y que todos se beneficiaban de él.

Esta festividad, ordenada por Inca Yupanqui en el mes que hemos mencionado, comenzaba alrededor de la mitad del mes lunar y duraba cuatro días. Además, este señor nombró a este mes "Omaraimiquis".

Durante este mes, Inca Yupanqui dispuso que no se celebrara ninguna festividad en la ciudad, excepto la festividad de Oma en su propio pueblo, que se encontraba a una legua y media de distancia. En esta ocasión, concedió el permiso para que los habitantes de Oma, así como los Ayarmacas, Quivios (Quizcos) y Tambos, pudieran perforarse las orejas como marca de su lealtad al Cusco, siempre y cuando no se cortaran el cabello. Esta distinción permitiría identificarlos como súbditos del Cusco, ya que los orejones, los señores y futuros gobernantes designados por Inca Yupanqui, llevaban el cabello trenzado y las cabezas adornadas con plumas hacia arriba, una señal distintiva que los distinguiría en toda la región cuando viajaran fuera del Cusco.

El mes siguiente, Inca Yupanqui lo denominó "Cantarayquis". Durante este periodo, comenzaban a preparar la chicha que se consumiría en los meses de diciembre y enero, cuando iniciaba el nuevo año. Además, se celebraba la fiesta de los orejones, como se ha narrado en la historia previamente.

Inca Yupanqui asignó nombres a cada uno de estos meses, como ya se ha mencionado anteriormente, explicando que cada mes constaba de treinta días y que el año tenía trescientos sesenta días. Para evitar que perdieran la cuenta de los meses y los momentos oportunos para sembrar y celebrar festividades, les reveló que había creado unos dispositivos llamados "pachaunanchac", que funcionaban como relojes. Estos dispositivos, que había construido en los diez días en los que se negó a revelarles la información anteriormente mencionada, tenían la siguiente estructura:

Cada mañana y tarde, Inca Yupanqui observaba la posición del sol durante todos los meses del año, teniendo en cuenta los tiempos de siembra y cosecha, así como la puesta del sol. También observaba la fase de la luna, ya sea nueva, llena o menguante. Estos relojes fueron instalados en las cimas de las montañas más altas, en la dirección donde el sol salía y se ponía.

Lamentablemente, es hora de despedirnos por hoy. En nuestra próxima reunión, continuaré compartiéndote más detalles. Pero por ahora, el día se nos ha escapado y es momento de descansar.

—Sí, ya es tarde. Ha sido un placer pasar este día contigo, Juan. Nos vemos el domingo, después de un buen almuerzo, para seguir conversando sobre cómo mi siglo ha enfrentado esta mezcla de emociones.

—Nos vemos, Lorenzo. Después de todo este día, creo que ya podemos tratarnos de tú.

—A veces, los protocolos son necesarios... ¡Adiós!

—¡Hasta pronto!

Fin

Compilado y realizado por Lorenzo Basurto Rodríguez 

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