Suma y narración de los Incas: Juan De Betanzos Primera parte
Desde
aproximadamente el año 1607, cuando el erudito dominico fray Gregorio García
mencionó en el prólogo y el capítulo VII de su obra "Origen de los
indios" la historia elaborada por Juan de Betanzos sobre el origen,
descendencia, sucesión, guerras y eventos de los Incas hasta la llegada de los
españoles al Perú, y señaló que tenía en su posesión esta obra y que le había
ayudado mucho en su propio escrito, parece que nadie más ha profundizado en
ella ni ha dado cuenta de su paradero después de la muerte de García, ocurrida
en su convento en Baeza. Aparte de las breves menciones que recibió de León
Pinelo y Nicolás Antonio, así como de la referencia al comentario del dominico,
el libro de Betanzos no vuelve a ser mencionado hasta tiempos recientes, citado
de manera breve y poco distinguida por Prescott en su obra "Conquista del
Perú", como uno de los materiales que utilizó para reconstruir o imaginar
el pasado de esa vasta monarquía. Sin embargo, el título bajo el cual Prescott
hace estas citas breves sugiere que el manuscrito que tuvo a su disposición no
es el original o una copia del que poseía fray Gregorio, sino una transcripción
que se encuentra en el mismo códice L j 5 de la biblioteca del Escorial, donde
también se conserva de manera anónima la Segunda parte de la crónica del Perú
de Cieza de León. Es probable que el historiador norteamericano recibiera esta
transcripción junto con otra de la segunda parte de la crónica, entregada por
alguien que obtuvo los documentos de los archivos de Lord Kingsborough y que
luego fue enviada desde Londres por Mr. Rich a Juan de Sarmiento.
Desafortunadamente, la copia del libro de Betanzos que se encuentra en el
Escorial está incompleta.
Al
menos, según lo que encontré durante el verano de 1875 en un volumen grueso que
había sido encuadernado muchos años antes y que conservaba todos sus folios, y
presumo que de manera similar lo habría encontrado quien hizo la copia para
Kingsborough, el texto constaba únicamente de los principios y los dieciocho
primeros capítulos, estando el último de ellos incompleto.
Sin
embargo, lo más preocupante es que, en mi opinión, ese fragmento, aunque
considerable, es todo lo que se conoce hoy de "SUMA Y NARRACION DE LOS
INCAS". El silencio de los bibliófilos y de los cronistas dominicanos, por
un lado, y la falta de resultados en mis esfuerzos por encontrar el manuscrito
que fray Gregorio tuvo y utilizó, y que seguramente habría legado al convento
donde falleció, son señales ominosas.
Ahora,
considerando estas preocupantes señales, es importante examinar si esos
principios y capítulos merecen ser publicados de inmediato o si sería
preferible esperar a que aparezca el resto del texto, para así formarse una
idea completa de la importancia de la obra y del mérito del autor, y decidir
entonces si merecen ser impresos.
No
puedo negar que, como buen español, soy impaciente en estas cuestiones. Pero ¿y
si Betanzos tuviera que esperar siglos para ser publicado? Es una posibilidad
que no se puede descartar. Además, en cuanto a los fragmentos de su tratado,
personalmente creo que son de verdadera importancia y de utilidad considerable
para el estudio de las antigüedades peruanas. No solo por la singularidad de la
información que contienen y por el invaluable hecho de que abarcan todos los
datos recopilados desde los primeros años de la Conquista hasta 1551, sino
también por su estilo, que es incomparable.
Nadie
retrata con tanta fidelidad el carácter de los indios peruanos, sus rasgos de
serenidad y calma, así como sus repentinos estallidos de crueldad, alegría,
tristeza o miedo, como lo hace Betanzos al relatar sus obras, hechos, acciones
y pasiones. En su historia, las cosas suceden de manera auténticamente
indígena, a diferencia de lo que encontramos en Cieza, Garcilaso y otros, donde
se relatan más al estilo español, e incluso tal vez al estilo romano o griego.
Cuando un personaje habla en la obra de Betanzos, lo hace y se expresa como lo
haría en su propia tierra, con discursos detallados, repitiendo conceptos y
frases sin necesidad, y limitando el uso de sinónimos.
Se
puede creer fácilmente lo que Betanzos afirma en la dedicatoria a don Antonio
de Mendoza: que, para hacer su historia verídica, tuvo que traducir los eventos
tal como ocurrieron y mantener la forma y el modo de hablar de los nativos.
Este
trabajo no debería permanecer desconocido. En cuanto a la personalidad de su
autor, es relevante destacar que antes de escribir "SUMA Y NARRACION DE
LOS INCAS", también compuso una doctrina cristiana y dos vocabularios
quichuas, posiblemente los primeros de su tipo. La publicación de esta obra
sería una oportunidad para subsanar las omisiones de Pinelo, Nicolás Antonio e
incluso del propio fray Gregorio, lo cual resulta sorprendente, así como del
erudito bibliógrafo gallego don Manuel Murguía. Este último parece asumir que
Betanzos es de su misma región, basándose únicamente en el apellido, lo cual no
siempre es suficiente para hacer tales deducciones.
La
verdad conocida sobre la persona de este escritor enigmático es que se unió a
la expedición de Francisco Pizarro durante la conquista del Perú. A pesar de
dedicarse también a otros intereses, se comprometió intensamente con el estudio
del idioma quichua. Por su dominio de este idioma, fue designado como
intérprete oficial del gobernador, y más tarde, de la Audiencia y los virreyes
que le sucedieron.
Residiendo
en el Cuzco, aunque no entre los primeros colonos, estableció su hogar en el
barrio de Carmenca, cercano a las residencias que pertenecieron a Diego de
Silva, hijo del renombrado novelista Feliciano de Silva. Tras el fallecimiento
del marqués don Francisco Pizarro, contrajo matrimonio con una de sus
concubinas, llamada Añas, según se cree, en un acto de generosidad hacia su
linaje. Al ser bautizada como doña Angelina, fue reconocida como ñusta o
princesa real, hermana de Atahuallpa y madre de don Francisco Pizarro, tercer
hijo del marqués y único que no fue legitimado. Este enlace, junto con su fama
de hábil orador, le aseguró el nombramiento como intérprete y negociador en
1558 por el marqués de Cañete, para tratar con fray Bautista García la
conversión y la reducción de Inca Xairi Tupac Yupanqui, que residía en las
montañas de los Andes. Estas negociaciones se llevaron a cabo con gran éxito.
También
participó más tarde, durante el gobierno de Lope García de Castro, en las
primeras negociaciones con el otro inca rebelde, Titu Cusi Yupanqui. Desconozco
la fecha exacta del fallecimiento de Betanzos; lo que sí sé es que su muerte,
ocurrida antes que la del virrey Mendoza, quien le encargó escribir "SUMA
Y NARRACION DE LOS INCAS", completada en el año 1551, impidió la
publicación de este libro.
Al
igual que en mi edición de la "SEGUNDA PARTE DE LA CRÓNICA DE CIEZA",
sigo la misma norma: me limito a la restauración del manuscrito, que presenta
la misma letra y calidad que el anterior. Además, evito en la medida de lo
posible realizar observaciones críticas sobre el contenido del tratado. Esto se
debe a que su extensión haría inapropiadas tales notas, y también porque un
trabajo de esa naturaleza inevitablemente tendría defectos, dado que aún hay
otros libros inéditos o mal traducidos que detallan extensamente la historia de
los antiguos monarcas peruanos y los aspectos de su monarquía.
M.
JIMÉNEZ DE LA ESPADA
Al
Ilustre y Excelentísimo Señor Don Antonio de Mendoza, Virrey y Capitán General
por Su Majestad en estos reinos y provincias del Perú.
ILUSTRÍSIMO
Y EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Acabo
de terminar la traducción y recopilación de un libro llamado Doctrina
Cristiana, que contiene la doctrina cristiana y dos vocabularios: uno de
palabras y otro de expresiones completas, diálogos, confesionarios, y demás.
Después de seis años de dedicación juvenil a esta tarea, mi mente estaba tan
fatigada y mi cuerpo tan cansado que decidí, entre mis propias reflexiones, no
componer ni traducir otro libro de contenido similar en lengua indígena, que
tratara sobre las costumbres y los acontecimientos de los naturales de Perú. La
razón de esta decisión fue el gran esfuerzo que percibí que ello requería y la
diversidad de opiniones que encontraba al informarme sobre estos asuntos, y al
ver cómo los conquistadores hablaban de ellos, muy alejados de lo que realmente
practicaban los indios. Creo que esto se debe a que, en aquel entonces, no se
preocupaban tanto por entender la cultura indígena como por conquistar y
adquirir territorio. Además, al ser nuevos en el trato con los indios, no
sabrían cómo indagar y preguntar sobre sus costumbres, al carecer de
comprensión del idioma, y los indios, desconfiados, no proporcionarían una
descripción completa.
Podría
parecer fácil escribir tales libros, pero sería muy difícil satisfacer al
lector. Los ojos se conforman con una letra legible, pero el delicado y
experimentado juicio de VUESTRA ILUSTRÍSIMA SEÑORÍA requiere un estilo grácil y
una elocuencia suave, lo cual, dadas las circunstancias y la naturaleza de este
tipo de historia, no es posible. Para ser un traductor verdadero y fiel, debo mantener
la forma y el orden de expresión de los nativos.
Y
viniendo al propósito, debo decir que en esta presente escritura VUESTRA
EXCELENCIA dedicará algunos momentos a su lectura, aunque no sea un volumen muy
extenso, ha sido muy laborioso. Por un lado, porque no la traduje y recopilé
basándome en un solo informante, sino en varios, incluyendo a los más antiguos
y respetados entre los nativos. Por otro lado, también fue difícil debido al
poco tiempo del que dispuse para dedicarme a ello, ya que el otro libro de la
Doctrina requería toda mi atención. Además, se agregó la presión de tener que
concluir este libro rápidamente, ahora que VUESTRA EXCELENCIA me lo ha
encargado.
Los
nombres de los Incas, a quienes los indios llamaron "CAPACCUNA", que
según su entender significa que no puede haber nada mayor, y cuyas acciones y
vidas aquí relato, están enumerados al final de este prólogo. Si alguien
quisiera reprocharme que en el contenido de este libro hay algo superfluo o que
omití algo por descuido, sería sin fundamento. Lo afirmo basándome en las
palabras de los indios comunes, que a veces hablan caprichosamente o en sueños,
como es su costumbre, o simplemente porque, al informarse, aquellos que
critican malinterpretaron las intenciones de los indios comunes al relatar
estas historias, al no entenderlas correctamente.
Ni
siquiera las lenguas, en tiempos pasados, sabían inquirir y preguntar lo que
ellos deseaban saber y obtener información sobre. Reconozco que lo que estos
indios solían hacer y lo que yo aquí relato pueden parecer trivialidades y
vanidades. Sin embargo, al ser encargado de relatarlos, debo traducirlos tal
como ocurrieron. Por lo tanto, ruego que este libro reciba el favor de VUESTRA
EXCELENCIA.
EXCELENTÍSIMO
SEÑOR:
Que
la vida y el estado de VUESTRA EXCELENCIA prosperen con gran felicidad.
Juan
De Betanzos
Suma y narración de los Incas
Es
una tarde de un domingo, 7 de julio de 1568, invierno en la ciudad de Lima, la
joven capital fundada por los españoles el 18 de enero de 1535. Las calles
polvorientas se llenan del bullicio de pobladores indígenas, colonos,
comerciantes y soldados. En el centro de la ciudad, en una de las amplias casas
de estilo virreinal que rodean la Plaza Mayor, se encuentra un elegante salón.
Los
muros de adobe encalado y los techos de vigas de madera y tejas crean un
ambiente sobrio y austero, propio de la arquitectura colonial. Muebles
tallados, pesadas cortinas de terciopelo y algunos cuadros religiosos adornan
el recinto. En el fondo, una gran chimenea de piedra calienta el espacio en las
frías noches limeñas.
Es
en este entorno señorial donde se reúnen Don Lorenzo Basurto y Don Juan
Betanzos, dos hombres de letras que se disponen a discutir sobre la obra
histórica de este último. Sus voces resuenan entre las paredes, mientras fuera
se escuchan los gritos y los pasos apresurados que reflejan la inestabilidad de
estos tiempos convulsos para el virreinato. En 1564, tras la muerte del Virrey
Diego López de Zúñiga y Velasco, Lope García de Castro fue designado Gobernador
y Capitán General del Perú, asumiendo la presidencia de la Real Audiencia de
Lima. Llegó a estos lares en 1565, iniciando su período de gobierno.
Este
diálogo se desenvuelve en un ambiente de erudición, con un ligero aire de
misterio, donde convergen los intereses de la Corona española y las aspiraciones
de los pueblos indígenas sublevados contra el dominio colonial. Es un
microcosmos que refleja la compleja realidad de Lima en el siglo XVI.
—Buenos
días, don Juan. Me alegra encontrarlo. Tengo algunas preguntas sobre su obra
"Suma y narración de los Incas". ¿Podría brindarme más detalles sobre
ella? —saluda y pregunta don Lorenzo.
—¡Buenos
días, don Lorenzo! Con mucho gusto le proporcionaré detalles sobre mi obra. Se
trata de un texto que recopila la historia y las tradiciones de los pueblos
incas, fundamentado en testimonios de testigos presenciales y documentos de
archivo. En realidad, prefiero verlo más como una transcripción que he
realizado de las narraciones de individuos prominentes y bien informados.
—Entiendo.
¿Qué aspectos de la historia inca abarca y abarcará su obra en particular?
—vuelve a preguntar don Lorenzo.
—A
ver..., es una síntesis esencial de los gobernantes incas, delineando su linaje
y legado para las generaciones venideras. Una obra dividida en dos partes, la
primera abarcando 48 capítulos y la segunda 34, que se suman en un total de 82
capítulos. La primera parte se centra en los hechos de los gobernantes incas
hasta Huayna Cápac, especialmente resaltando la época de Inca Yupanqui
(Pachacútec). La segunda parte relata las intrigas y rivalidades entre Huáscar
y Atahualpa, la llegada de Pizarro, pero desde una perspectiva indígena
fascinante, y la valiente resistencia de Manco Inca hasta su trágico final en
Vilcabamba en 1545. El capítulo XXXIII culmina con las trascendentales
negociaciones de 1549 entre el presidente Gasca y el inca rebelde Sayri Túpac.
El capítulo XXXIV, añadido a principios de 1557, completa esta vibrante
narrativa histórica —responde don Juan Betanzos, elevando un poco la voz.
—Fascinante.
¿Cómo ha logrado compilar tanta información en medio de estos tiempos tan
convulsos? —pregunta don Lorenzo.
—Por
suerte, la situación ha mejorado un poco para todos. Almagro, Pizarro y los
demás ya no están entre nosotros... se acabaron mutuamente. Como sabe, hablo y
escribo quechua, lo que me ha permitido entablar diálogos con los ancianos del
antiguo Tahuantinsuyo. Ha sido un arduo trabajo que ha requerido mucha
dedicación y paciencia. He debido entrevistar a nobles incas, examinar archivos
y crónicas, y contrastar múltiples testimonios. Pero considero que es crucial
preservar el legado de esta gran civilización —explicó don Juan.
—Sin
duda. ¿Cree que su obra ayudará a comprender mejor a los incas? —pregunta don
Lorenzo.
—Espero
que sí. Mi objetivo es dar voz a la historia inca desde su propia perspectiva,
para que el mundo conozca mejor sus raíces y sus aspiraciones de autonomía
—responde don Betanzos.
—Es
un trabajo admirable, don Juan. Le agradezco por compartir más detalles sobre
su importante obra. Ahora podré narrarlo para mis lectores del siglo XXI. Pero tengo
algunos datos sobre su vida. ¿Podría confirmarlos, por favor? —dijo Lorenzo,
acariciándose la barbilla.
—Hmm...,
me interesa saber cómo me perciben en tu época —respondió Juan Betanzos, con
una amplia sonrisa.
Don
Lorenzo extrae unas hojas cuadriculadas de su bolsillo y se acomoda
confortablemente en el sillón, dispuesto a leerlas.
—Aquí
está lo que están diciendo de usted, lo tengo por escrito:
Juan
Betanzos vivió durante un largo período, desde aproximadamente 1519 hasta una
fecha posterior, la cual no puedo mencionar por razones obvias. Su vida puede
dividirse en tres períodos distintos: su juventud, que abarca hasta 1544, año
en que contrae matrimonio; luego, la etapa de su matrimonio con Angelina Yupanqui,
hasta aproximadamente 1556 -1560, momento en el que se involucra en las
negociaciones con los Incas de Vilcabamba; y finalmente, la última etapa de su
vida, tras enviudar de Angelina y volver a casarse con una mujer española
llamada Catalina de Velasco. Aunque su lugar de nacimiento en España no se
conoce con certeza, se ha sugerido que podría tener origen gallego, debido a la
existencia de una localidad llamada Betanzos en Galicia, aunque este punto es
objeto de debate.
La
fecha de nacimiento de Betanzos en 1519 se deriva de una declaración en un
registro de méritos en el que participó, según cita José Antonio del Busto
Duthurburu, un historiador peruano centrado en Francisco Pizarro. No se sabe
exactamente cuándo ni cómo llegó a Perú. Sin embargo, un documento que respalda
su estancia en el país es su cédula de encomienda de 1548, que indica que
llevaba 15 años en la región, lo que sugiere que llegó en 1533, con tan solo 14
años de edad. Es muy probable que estuviera en Lima durante el asedio a la ciudad
en 1536, durante la rebelión de Manco Inca, ya que su crónica detalla estos
eventos con ciertos detalles que podrían indicar su presencia como testigo
ocular. Una fecha segura es 1537, cuando se encontraba con Pizarro antes de la
Guerra de las Salinas contra Almagro. Aunque no hay evidencia directa de su
relación con el Marqués Gobernador, el hecho de que se casara hacia 1544 con
doña Angelina Yupanqui, concubina que acompañó a Pizarro hasta su fallecimiento
el jueves 26 de junio de 1541, sugiere que estaba vinculado de alguna manera al
círculo cercano a los Pizarro, al igual que el paje de Hernando, Francisco de
Ampuero, quien en 1537 contrajo matrimonio con la primera concubina de
Francisco Pizarro, doña Inés Huaylas Yupanqui.
Durante
esta etapa inicial, Betanzos aprendió el quechua, específicamente la variante
conocida como quechua Chinchaysuyo, que en aquel entonces era considerada la
"Lengua General del Inca". Probablemente lo hizo gracias a su
asociación con los dominicos, incluso con fray Vicente de Valverde, del cual
adquirió uno de sus libros en febrero de 1542, cuando se estaban subastando los
bienes del difunto primer obispo del Cusco. Al comienzo de su crónica, Betanzos
menciona que durante seis años de juventud elaboró una doctrina cristiana y dos
vocabularios, incluyendo la traducción de oraciones al quechua. Estos trabajos
probablemente se realizaron entre 1538 y 1544, último año en que se casó y dejó
su juventud, teniendo entre 19 y 25 años.
Durante
este período, también participó en las llamadas Informaciones de los
Quipucamayos al licenciado Vaca de Castro, llevadas a cabo en el Cusco a
principios de 1543. Su matrimonio con doña Angelina le proporcionó prestigio y
una pequeña encomienda en Larata, Cotabambas (actual región Apurímac). Esto,
junto con sus vínculos pizarristas, lo colocaron en el bando rebelde a la
llegada del Virrey Núñez de Vela en 1544. Según el cronista Gutiérrez de Santa
Clara, estuvo en la campaña de Charcas cerca de Francisco de Carbajal, conocido
como "el Demonio de los Andes".
Entre
1545 y 1546, permaneció junto a Carbajal y lo defendió ante aquellos que
intentaban matarlo. Treinta años después, uno de estos conspiradores lo
acusaría de estar en contra de Su Majestad durante la Rebelión Gironista
(1552-1554). Separado de Carbajal en 1547, acompañó a otro teniente gonzalista,
Juan de Acosta, a Trujillo, junto a don Martín Pizarro, el intérprete indígena
más cercano al fallecido Marqués. La suerte de estos intérpretes rebeldes fue
variada: don Martín fue despojado de su encomienda y desterrado, mientras que
Betanzos obtuvo una pequeña encomienda en el Collao (Caquixana, al noroeste del
Lago Titicaca). Esto pudo haberse debido a la presencia del arzobispo dominico
fray Jerónimo de Loayza en Guaynarima en 1548, o al propio pacificador Gasca,
quien utilizó sus servicios como intérprete durante la campaña final que
culminó en Jaquijahuana en abril de 1548. De cualquier manera, su residencia en
el Cusco data de este período.
En
septiembre de 1551, con la llegada del virrey don Antonio Mendoza, quien venía
de gobernar México, se originó una orden para que Betanzos escribiera su
versión de los hechos y vidas de los Incas. El título de este relato es
"Suma y Narración de los Incas". La redacción debió completarse antes
de la prematura muerte del virrey en julio de 1552. La crónica consta de dos
partes: la primera, con 48 capítulos, se centra en los hechos de los
gobernantes hasta Huayna Cápac, con un énfasis particular en la época de Inca
Yupanqui (Pachacútec). La segunda parte, compuesta por 34 capítulos, relata las
rivalidades entre Huáscar y Atahualpa, la llegada de Pizarro (desde una
interesante óptica indígena) y la resistencia de Manco Inca hasta su asesinato
en Vilcabamba. El capítulo 33 concluye con las negociaciones de 1549 entre Gasca
y Sayri Túpac, mientras que el capítulo 34, un añadido posterior, indica la
voluntad del intérprete-cronista de trasladarse de Cusco a Lima para servir
como embajador ante Sayri Túpac, bajo las órdenes del virrey Marqués de Cañete.
Cañete llegó a Lima en julio de 1556 y, poco antes de la Rebelión Gironista,
fue derrocado a finales de 1554. Betanzos, quizás, buscaba redimirse y limpiar
su reputación de actos rebeldes en ese momento.
En
septiembre de 1556 llegó a Cusco el nuevo corregidor, licenciado Bautista
Muñoz, con instrucciones del virrey para negociar en Vilcabamba. Logró que doña
Beatriz Coya preparara una embajada hacia su sobrino Sayri Túpac, representada
por Juan Sierra, mestizo y primo del inca. Desde Lima, Betanzos y un dominico,
fray Melchor de los Reyes, se dirigieron al Cusco, y toda la embajada partió
hacia Vilcabamba en abril de 1557. Según el cronista Diego Fernández, "el
Palentino", Betanzos y el fraile intentaron adelantarse a Juan Sierra,
pero finalmente el inca optó por hablar con su primo.
De
esta negociación surgió la partida de Sayri Túpac de Vilcabamba en noviembre de
1557 y su arribo a Lima en enero de 1558. Se le otorgó la encomienda del valle
de Yucay, donde falleció alrededor de 1560. Durante este período,
específicamente en una carta de junio de 1559, Titu Cusi Yupanqui menciona a
Betanzos como mensajero entre Vilcabamba y el virrey Cañete. Además, la
Instrucción de Titu Cusi hace referencia a cómo el licenciado Polo Ondegardo,
en su rol de corregidor del Cusco entre diciembre de 1558 y diciembre de 1560,
envió "con Juan de Betanzos se confirmó la certeza sobre la muerte natural
de mi hermano don Diego Saire Topa [...] y dejé que Juan de Betanzos se
marchara con la respuesta."
El
resto de su vida después de 1560 probablemente la pasó entre el Cusco y Lima,
como había hecho a lo largo de su existencia. En 1567, ya ostentaba el título
de Intérprete Mayor de la Real Audiencia. En el Cusco, además de la encomienda
que compartía con Angelina, tenía tierras en el valle de Yucay, las cuales
había legalizado en 1558 al reclamarlas como propiedad de su esposa, "hija
de Topa Inca Yupanqui y de Mama Anahuarque". Tuvo una hija con doña
Angelina, llamada doña María Díez de Betanzos Yupangue, quien se encontraba
como novicia en el convento de Santa Clara del Cusco. Sin embargo, Betanzos la
desheredó en enero de 1563 por casarse sin su permiso con Juan Baptista de
Vitoria, músico en la iglesia mayor cusqueña.
Poco
después, es probable que falleciera doña Angelina, y Betanzos, en busca de un
heredero, se casó nuevamente con una española llamada Catalina de Velasco,
quien le dio un hijo varón en 1565: Ruy Díez de Betanzos. Quizás los
remordimientos paternos lo llevaron a restaurar, en agosto de 1566, la herencia
materna de su hija doña María, quien recibió las tierras que habían pertenecido
a doña Angelina. Sin embargo, el yerno de nuestro intérprete-cronista abandonó
el Cusco en 1567, desterrado a México por su aparente participación en un motín
de mestizos que había preocupado al gobernador Lope García de Castro en esos
años.
El
resto no puedo comentarlo, por supuesto... —concluyó don Lorenzo, moviendo la
cabeza con expresión dubitativa.
—Es
un buen resumen de mi vida. Puedo asegurarle que soy gallego. En cuanto a mi
edad, ni yo mismo lo sé con certeza, pero por ahí van los tiros. Respecto a la
parte privada que compartí con mi hija, no puedo añadir más detalles, ya que es
un asunto privado y no relevante para esta conversación —respondió don Juan,
aceptando la observación de don Lorenzo.
—Don Juan, en mi época se habla mucho sobre la
figura de su amada y difunta Angelina. Hay rumores que la vinculan como hermana
de Atahualpa, hija de Huayna Cápac, y así sucesivamente. ¿Podría usted aclarar
estas dudas?
—La
historia de Angelita y nuestro matrimonio es verdaderamente fascinante.
Permítame contarle:
Doña
Angelina Yupanqui Coya era una distinguida dama de la nobleza cusqueña,
perteneciente a un linaje de alto estatus cuando la conocí. La especulación
acerca de su parentesco con el Inca Huayna Cápac se basa en mi propia crónica.
Su nombre real era Cuxirimay Ocllo, que se traduce como "doña Habla
Ventura", siendo hija de Yamque Yupangue y Tocto Ocllo. Fue seleccionada
como la principal esposa de Atahualpa desde su nacimiento por Huayna Cápac.
—Pero,
Don Juan, se dice otra cosa...
—Espere
un momento, déjeme terminar:
Sin
embargo, al reclamar tierras en el valle de Yucay en 1558, tuve que alegar que
las tierras pertenecían a Doña Angelina por herencia de "Túpac Inca
Yupanqui y Mama Anahuarque, sus padres difuntos". Esto sugiere que la
información en mi crónica podría no ser completamente fiable. Pero debo admitir
que manipulé los detalles sobre mi esposa, Doña Angelina, para respaldar sus
derechos a las riquezas que el primer virrey del Perú, Don Antonio de Mendoza,
podría asignar a los descendientes de los reyes incas en 1551. Además, agregué
la conexión de Cuxirimay-Angelina con Atahualpa, como su principal esposa.
—Correcto,
entonces, Angelina era prima de Atahualpa y Huáscar. Ya me sacó de la duda
—dijo don Lorenzo, cortando el relato de don Juan.
—Así
es..., además, después de la captura del Inca en Cajamarca, Cuxirimay Ocllo se
convirtió en concubina de Francisco Pizarro, recibió el bautismo y fue
renombrada con un nombre cristiano. Posteriormente, entregó a sus dos hijos
menores al Marqués, quienes se dice que fueron tomados por Pizarro. Doña
Angelina acompañó al conquistador hasta el momento de su asesinato en Lima el
26 de junio de 1541. Su hijo mestizo, don Juan, murió en 1543, mientras que don
Francisco fue enviado a España en 1551. Este último falleció en Trujillo de
Extremadura el 31 de marzo de 1557, a los 17 o 18 años de edad.
Hasta
ahí, lo que sé de ellos... Mi matrimonio con Angelita se llevó a cabo en Lima
el 27 de junio de 1544. En ese momento, yo tendría unos veinticinco años,
mientras que Angelina rondaría los veinticuatro. Pasamos los últimos doce años
en el entorno de la familia Pizarro, y solo nos mirábamos con afecto. Después
del matrimonio, nos establecimos en el barrio de Carmenga en el Cusco, que
ahora corresponde a la parroquia de Santa Ana, en el extremo norte de la
ciudad.
—Don
Juan, permítame revelarle un secreto. Su obra pasó desapercibida durante siglos
hasta su primera publicación en 1880. La he leído y la considero una de las más
completas y fascinantes historias sobre los Incas jamás escritas. Pero ¿cómo
ocurrió este milagro? Ahora sé todo lo que pudo haber pasado y se lo cuento, a
ver si tiene algo que refutar. Esto es lo que hoy en mi tiempo se dice de su
obra:
La
"Suma y Narración de los Incas", escrita originalmente por encargo
del virrey Antonio de Mendoza en 1551, constituye la primera versión histórica
de cuño occidental sobre el pasado del Tawantinsuyo de los incas cusqueños. En
ella, su autor, el "lengua" o intérprete quechua-castellano, Juan
Díez de Betanzos, proporciona una narración sistemática del pasado incaico,
desde sus orígenes hasta el conflicto interno que coincidió con la llegada a
los Andes de los conquistadores españoles comandados por Francisco Pizarro. La
importancia del texto es innegable, y su primer editor, don Marcos Jiménez de
la Espada, lo resaltó así en 1880.
Es
importante destacar que el manuscrito que Jiménez de la Espada utilizó para la
primera edición de la "Suma y Narración" en 1880 es una copia
incompleta que solo reproduce los 18 primeros capítulos de la primera parte del
texto. Las ediciones posteriores, realizadas por Horacio Urteaga en 1924,
Francisco Esteve Barba en Madrid en 1968, Luis Alva Orlandini en Lima también
en 1968 y en Italia en 1987 por Gerardo Grossi, siguieron el texto de Jiménez.
A
partir de un nuevo manuscrito que se conserva en la Biblioteca de la Fundación
Bartolomé March, en Palma de Mallorca, en 1987, la historiadora María del
Carmen Martín Rubio publicó por primera vez la versión completa de la crónica
de Betanzos. Esta fue publicada también en el Cuzco en 1999. En Bolivia, se
publicó en 1992-1993 una edición en tres tomos, el primero de los cuales
comparaba sistemáticamente los 18 capítulos comunes de las ediciones de 1880
con la de 1987. A partir del manuscrito mallorquín, los norteamericanos Roland
Hamilton y Dana Buchanan publicaron una traducción al inglés en 1996. En 2004,
la editora Martín Rubio publicó una nueva versión revisada de la "Suma y
Narración", que ha vuelto a ser editada en Lima el año 2010 —dijo don
Lorenzo, esperando la confirmación de don Juan.
—Uf,
han pasado tantos años... para que junten todo... Recuerdo que son 152 folios. Es
lamentable, pero como usted menciona, me causa una mezcla de tristeza y
alegría, pues ya soy inmortal. Sin embargo, don Lorenzo, debe saber que mi
labor no se limitó solo a la escritura. Elaboré vocabularios quechuas,
construyendo puentes lingüísticos entre culturas, y fui pionero en la creación
del primer catecismo en ese idioma. Así que, entre batallas, negociaciones y
palabras plasmadas en tinta, fue como yo, Betanzos, dejé mi marca en la
historia de estos pueblos y sus conquistadores.
—Ahora
me gustaría que comience con su narración —dijo don Lorenzo, enseñando las
palmas y sonriendo.
—Por
supuesto, don Lorenzo. Pero con una pequeña observación: dado que usted ha
viajado a mi siglo, el XVI, nos situaremos en este presente. Comencemos
entonces:
En
los tiempos antiguos, se cuenta que la tierra que hoy conocemos como la
provincia del Perú estaba envuelta en oscuridad, sin rastro de luz ni día.
Había una población habitando en esta región, gobernada por un líder al que
obedecían. Desafortunadamente, el nombre de esta población y de su señor se ha
perdido en el tiempo.
En
aquellos días de oscuridad perpetua, según la leyenda, un líder conocido como
Con Tici Viracocha emergió de una laguna ubicada en la meseta del Collao. Se
dice que este líder llevó consigo a un grupo de personas, aunque los detalles
sobre su número exacto se han desvanecido en la memoria colectiva.
Tras
salir de la laguna, Con Tici Viracocha y su séquito se establecieron en un
lugar cercano, que hoy conocemos como el pueblo de Tiahuanaco, en la mencionada
meseta del Collao. Según la narración, fue en este momento cuando, de manera
repentina, el sol y el día aparecieron, siguiendo un curso ordenado por el
propio líder. Además, se cuenta que Viracocha creó las estrellas y la luna,
dando así inicio al orden celestial que conocemos hoy.
Según
la tradición, Con Tici Viracocha se cree que emergió de la laguna en dos
ocasiones distintas. En su primera aparición, se dice que creó el cielo y la
tierra, sumiendo todo en la oscuridad inicial. En ese momento, también habría
dado origen a la población que habitaba durante la época de tinieblas. Esta
gente, según la leyenda, sirvió a Viracocha, pero al parecer, incurrieron en su
ira. Como castigo por su desobediencia, en su segunda aparición, Viracocha los
transformó en piedra, incluyendo a su líder.
En
aquel mismo instante de su segunda aparición, según la tradición, se dice que
Con Tici Viracocha creó el sol, el día, la luna y las estrellas. Una vez
completada esta tarea, en el sitio de Tiahuanaco, esculpió figuras de piedra
que representaban a hombres, mujeres embarazadas, madres con sus hijos en
cunas, y un líder que los gobernaba. Estas esculturas fueron dispuestas en un
área designada.
Posteriormente,
Viracocha creó otra provincia en Tiahuanaco utilizando la misma técnica de
esculpir figuras de piedra. Una vez terminadas, ordenó a su séquito que se
dispersara, dejando solamente a dos personas a cargo de las esculturas. Estas
dos personas recibieron instrucciones precisas sobre los nombres y los lugares
de origen de cada tipo de figura esculpida. Viracocha les indicó que estas
figuras representaban los diferentes grupos de personas que poblarían diversas
regiones, emergiendo de fuentes, ríos, cuevas y montañas, tal como él las había
esculpido. Luego, les indicó la dirección hacia donde debían dirigirse,
señalando hacia el este, y les asignó sus respectivos derechos y
responsabilidades.
Y
así, estos enviados de Viracocha, los llamados viracochas, emprendieron su
viaje por las provincias designadas por Viracocha, cumpliendo con su misión. A
medida que llegaban a cada provincia, cada uno de ellos se dirigía hacia el
área correspondiente, donde las esculturas de piedra habían sido colocadas por
Viracocha en Tiahuanaco como señal. Allí, cada viracocha se ubicaba junto al
lugar designado donde se suponía que la población emergería.
En
ese momento, Viracocha proclamaba en voz alta: "Fulano, emerge y puebla
esta tierra que yace desierta, porque así lo ordenó Con Tici Viracocha, el
creador del mundo".
Y
al llamarlos de esta manera, las personas emergían de los lugares y fuentes que
les había indicado Viracocha. Así, estos enviados continuaron su viaje,
extrayendo a la gente de las cuevas, los ríos y las montañas, tal como se
mencionó anteriormente. Poblaron la tierra en la dirección hacia donde se
alzaba el sol.
Una
vez que Con Tici Viracocha hubo completado su tarea y se hubo marchado como se
ha relatado, se dice que los dos individuos que permanecieron con él en el
pueblo de Tiahuanaco recibieron instrucciones para continuar llamando y
extrayendo gente de la misma manera que se ha descrito anteriormente. Estos dos
fueron asignados de la siguiente manera: uno fue enviado hacia la provincia de
Conde, ubicada a la izquierda de Tiahuanaco, mirando en la dirección donde el
sol sale, para que realizaran la misma labor de convocar a los habitantes de
esa región. El otro individuo fue enviado hacia la provincia de Ande, ubicada a
la derecha, también en la dirección del amanecer, para realizar una tarea
similar con los habitantes de esa región.
Una
vez que estos dos individuos fueron despachados, se dice que Con Tici Viracocha
partió hacia el Cusco, ubicado en el medio de estas dos provincias, siguiendo
el camino real que atraviesa la sierra en dirección a Cajamarca. En su camino,
continuó llamando y reuniendo a la gente de la misma manera que se ha
mencionado anteriormente.
Cuando
llegó a la provincia de Cacha, habitada por los Canas y ubicada a unas diez y
ocho leguas (103 kilómetros) de la ciudad del Cusco, se encontró con que estos Canas,
al ser convocados, salieron armados. Al ver a Viracocha, a quien no
reconocieron, se dice que se acercaron con la intención de atacarlo. Ante esta
situación, Viracocha, comprendiendo el peligro inminente, actuó de inmediato:
provocó un incendio repentino en una cordillera cercana al cerro donde se
encontraban los indios, lo que los obligó a desistir de su ataque.
Al
ver el fuego, los Canas sintieron temor de ser quemados y arrojaron sus armas
al suelo, dirigiéndose directamente hacia Viracocha. Al llegar a su presencia,
se postraron en el suelo. Viendo esta actitud de sumisión, Viracocha tomó una
vara y se dirigió hacia donde el fuego había sido provocado, golpeándolo con la
vara dos o tres veces hasta que se extinguió. Sin embargo, fue herido en el
proceso y falleció.
Tras
estos eventos, Viracocha les reveló a los Canas que él era su creador. En el
lugar donde ocurrió este suceso, los Canas erigieron un santuario en honor a
Viracocha, donde ofrecieron grandes cantidades de oro y plata, tanto ellos como
sus descendientes. En este santuario colocaron una escultura de piedra,
esculpida en una roca de casi cinco varas de largo y aproximadamente una vara
de ancho, en memoria de Viracocha y lo que allí había acontecido. Este
santuario, conocido como guaca, ha perdurado desde tiempos antiguos hasta el
presente.
—Disculpe
si interrumpo su relato, pero ¿me está diciendo que mataron al Con Tici
Viracocha? —inquirió don Lorenzo, frunciendo el ceño.
—Así
es, eso fue lo que me informaron... —murmuró don Juan, sumido en sus
pensamientos.
—Mis
disculpas por la interrupción, pero por favor continúe —insistió don Lorenzo.
—Bueno,
en lo personal, he presenciado el cerro quemado y las piedras que lo rodean, y
la marca del incendio se extiende por más de un cuarto de legua (1.5 km). Este
suceso me intrigó profundamente, así que decidí consultar a los indígenas y a
los ancianos de la comunidad de Chaca. Ellos me relataron lo que acabo de
mencionar. Además, la guaca de Viracocha se encuentra cerca de esta área
quemada, a una corta distancia, en un llano al otro lado de un arroyo que
separa la guaca de la zona afectada por el fuego.
Muchas
personas han cruzado este arroyo y han visto la guaca, influenciadas por las
historias transmitidas por los indios locales. Al preguntar a los indígenas
sobre la apariencia de Viracocha según lo que recuerdan sus antepasados, me
describieron que era un hombre alto, con una vestimenta blanca que le llegaba
hasta los pies, ceñida a su cuerpo. Llevaba el cabello corto y una especie de
corona en la cabeza, similar a la de un sacerdote. Además, caminaba descalzo y
sostenía en sus manos algo que ellos compararon con los breviarios que portaban
los sacerdotes de la época. Esta es la información que obtuve de los indígenas
sobre la apariencia de Viracocha según sus tradiciones transmitidas a lo largo
del tiempo.
Les
pregunté cómo se llamaba la persona en cuyo honor se erigió esa piedra, y me
dijeron que se llamaba Con Tici Viracocha Pachayachachic, que en su idioma
significa "Dios hacedor del mundo".
Retomando
nuestra historia, después de realizar el milagro en la provincia de Cacha,
continuó su viaje, siempre comprometido con su labor, como ya se ha relatado.
Llegó a un lugar conocido actualmente como el Tambo de Úrcos, ubicado a seis leguas
de la ciudad del Cusco. Allí, se encaramó en una colina alta y se sentó en su
cima, desde donde, según cuentan, ordenó que los indios nativos que aún residen
en esa zona hoy en día surgieran y se multiplicaran.
Y
debido a que Con Tici Viracocha se sentó en ese lugar, erigieron una guaca muy
rica y lujosa en su honor. En esta guaca, los constructores colocaron un trono
de oro fino en el sitio donde se sentó Viracocha. Además, situaron una
escultura de oro fino en este trono, representando a Viracocha. Esta escultura,
al ser valorada o pesada en la época de la conquista española en la región del
Cusco, alcanzó un precio de dieciséis o dieciocho mil pesos. En tu época no sé
cuánto será.
—Haciendo
cálculos del siglo XXI... Dieciséis mil pesos del siglo XVI equivaldrían
aproximadamente a 400 onzas de oro, mientras que dieciocho mil pesos del mismo
periodo equivaldrían a alrededor de 450 onzas de oro. Ahora bien, considerando
que el precio actual del oro ronda los 1.800 dólares estadounidenses por onza, podemos
concluir que dieciséis o dieciocho mil pesos del siglo XVI equivaldrían
aproximadamente a 720.000 dólares estadounidenses o 810.000 dólares
estadounidenses, respectivamente —explicó don Lorenzo.
—La
verdad es que soy malo para las matemáticas, pero si usted lo dice, así debe
ser —respondió don Juan, rascándose la cabeza con gesto de confusión.
—Pero
dejemos eso de lado y continuemos —intervino don Lorenzo, moviendo las manos
para enfatizar su deseo de seguir adelante.
—Claro,
sigamos... ¿dónde nos quedamos? ¡Ah, ya recuerdo! Desde allí, Viracocha
prosiguió su viaje, llevando consigo a su pueblo, como ya se ha mencionado,
hasta llegar al Cusco. Una vez allí, según cuentan, designó a un líder al que
llamó Alcaviza, y dio nombre al lugar donde este líder estableció su residencia
como Cusco. Además, dejó instrucciones sobre cómo los futuros gobernantes
deberían ejercer el gobierno y cómo se debería perpetuar la nobleza.
Después
de establecer esta estructura de gobierno, prosiguió con su misión. Al llegar a
la provincia de Puerto Viejo, se reunió con aquellos que había enviado
previamente, según se ha mencionado anteriormente. Una vez reunidos, se
aventuraron juntos por el mar, donde se dice que caminaron sobre las aguas,
como si estuvieran en tierra firme.
Puedo
detallar muchas más historias sobre Viracocha, según la información
proporcionada por los indígenas, pero para evitar excesos y no exponer detalles
de idolatrías y prácticas consideradas bárbaras, mejor he optado por omitirlas.
Por lo tanto, dejaremos este tema aquí y continuaremos hablando sobre el
surgimiento de la nobleza en la ciudad del Cusco, donde también persisten
prácticas de idolatría y bestialidad.
—Respeto
su religión, no se preocupe —aseguró don Lorenzo.
—¿No
me diga que usted es judío? —casi gritó don Juan.
—No,
soy católico, apostólico y romano —respondió don Lorenzo, procurando evitar la
irritación de su interlocutor.
—Con
lo de católico me basta. Pero sigamos —indicó don Juan.
En
el lugar que hoy conocemos como la gran ciudad del Cusco, en la provincia del
Perú, en tiempos antiguos, antes de que hubiera Señores Orejones, Incas,
Capaccuna (que ellos llaman reyes), existía un pequeño pueblo con apenas
treinta casas, todas ellas de paja y muy precarias. En estas viviendas residían
aproximadamente treinta indígenas, y el líder y cacique de este pueblo se
llamaba Alcaviza. El entorno de este pequeño pueblo estaba dominado por una
ciénaga de junco y hierba cortadera, alimentada por los manantiales de agua que
brotaban de la sierra y el lugar que ahora ocupa la fortaleza. Esta ciénaga
ocupaba el área donde hoy se encuentran la plaza y las casas del marqués don
Francisco Pizarro, quien conquistó la ciudad más tarde. Lo mismo ocurría en el
lugar donde se encontraban las casas del comendador Hernando Pizarro. Además,
también había una ciénaga en el área donde se ubica el mercado o tiánguez, la
plaza de contratación de los mismos indígenas. Los habitantes de este pueblo,
desde tiempos antiguos, lo llamaban Cozco, aunque el significado exacto de este
nombre es desconocido, salvo que era el nombre antiguo por el que se conocía.
En
este pueblo donde residía Alcaviza, la tierra se abrió y reveló una cueva a
siete leguas de distancia, ahora conocida como Pacaritambo, que significa
"Casa de producción". Esta cueva tenía una salida lo suficientemente
estrecha como para que un hombre pudiera entrar o salir gateando. De esta cueva
emergieron cuatro hombres acompañados de sus respectivas esposas. El primero en
salir fue Ayar Cache, junto a su esposa Mama Guaco; les siguió Ayar Oche y su
esposa Cura; luego salió Ayar Auca y su esposa Ragua Ocllo; finalmente, emergió
Ayar Manco, a quien más tarde llamarían Manco Capac, acompañado de su esposa
Mama Ocllo. Estos individuos llevaban consigo alabardas de oro y estaban vestidos
con finas túnicas de lana tejida con hilos de oro. También llevaban bolsas
ornamentadas al cuello, hechas de lana y oro, de las cuales sacaron hondas
elaboradas con nervios.
Las
mujeres también salieron ricamente vestidas con mantas y fajas, conocidas como
chumbis, elaboradas con intrincados diseños de oro. Llevaban prendedores de oro
fino, llamados topos, que eran alfileres largos de dos palmos. Estas mujeres
también sacaron consigo el menaje con el que cocinarían para sus esposos:
ollas, cántaros pequeños, platos, escudillas y vasos para beber, todo hecho de
oro fino.
Después
de salir de la cueva, se dirigieron hacia un cerro llamado Guanacaure, situado
a una legua y media (8.5 km) de distancia de Cusco. Descendieron hasta un
pequeño valle en la base del cerro, donde sembraron tierras de papas, un
alimento fundamental para los indígenas. Un día, mientras estaban en la cima
del cerro Guanacaure buscando un lugar adecuado para establecerse, Ayar Cache,
el primero en salir de la cueva, tomó una honda y lanzó una piedra hacia otro
cerro cercano. El impacto de la piedra provocó la caída del cerro, creando una
quebrada. Repitió este proceso tres veces más, cada vez creando una quebrada en
los cerros cercanos. Estos lanzamientos, según su creencia, abarcaron una
distancia de una legua y media hasta una legua, transformando el paisaje y
marcando su territorio.
Al
observar los impresionantes lanzamientos de piedras con la honda por parte de
Ayar Cache, sus tres compañeros comenzaron a preocuparse por su fortaleza y
liderazgo. Decidieron apartarse y conspiraron para expulsar a Ayar Cache de su
grupo, temiendo que su fuerza y valentía eventualmente los subyugaran.
Acordaron regresar a las cuevas de donde habían salido inicialmente. Sin
embargo, dado que al salir habían dejado atrás numerosas riquezas, incluyendo
oro, ropa y utensilios, convinieron que Ayar Cache debía regresar para
recuperar este preciado tesoro.
Ayar
Cache estuvo de acuerdo y, al llegar a la entrada de la cueva, ingresó
gateando, tal como lo había hecho al salir. Al verlo dentro, sus compañeros
bloquearon la salida con una gran losa y construyeron una gruesa pared con
piedra y mezcla para asegurarse de que no pudiera salir. Escucharon los golpes
que Ayar Cache daba en la losa desde adentro, pero pronto se dieron cuenta de
que no podría escapar. Después de completar esta tarea, regresaron al cerro
Guanacaure, donde los tres vivieron juntos durante un año, acompañados por las
cuatro mujeres. La esposa de Ayar Cache, quien quedó atrapado en la cueva, fue
entregada a Ayar Manco para que le sirviera.
—Y
la mujer de Ayar Cache, bonito nombre, ¿no dijo nada, no pataleó? ¿O ya todo
estaba arreglado? —preguntó don Lorenzo.
—No
comprendo a mi mujer, que es una princesa incaica, y voy a comprender a la
mujer del tal Ayar Cache —respondió don Juan, con una leve sonrisa.
—Tiene
usted razón. Pero siga o prosiga... —dijo don Lorenzo.
—Me
cortas la ilación, pero sigamos. A ver, a ver... Ya está.
Después
de cumplir un año en el cerro Guanacaure, sintieron que el lugar no era
adecuado para ellos, así que se trasladaron a una quebrada a media legua de
distancia hacia el Cusco. Allí, en la quebrada de Matagua, pasaron otro año
observando el valle del Cusco y el pueblo habitado por Alcaviza. Consideraron
que el lugar donde residía Alcaviza era idóneo para establecerse.
Una
vez instalados en su nueva ubicación, deliberaron sobre la mejor forma de
proceder. Decidieron que uno de ellos se quedaría en el cerro Guanacaure para
convertirse en un ídolo, mientras que los demás se unirían a la población que
vivía en el pueblo y lo adorarían como tal. El ídolo hablaría con el sol, su
padre, para protegerlos, hacerlos prosperar, darles descendencia y enviarles
buenos tiempos.
Ayar
Oche se puso de pie y mostró unas alas grandes, proclamando que él sería el que
permanecería en el cerro Guanacaure como ídolo para comunicarse con el sol, su
padre.
Entonces,
juntos ascendieron el cerro hasta alcanzar el lugar designado para el ídolo. En
un momento, Ayar Oche se elevó hacia el cielo en un vuelo tan alto que
desapareció de la vista de Ayar Manco. Después de un tiempo, retornó y le
instruyó a Ayar Manco que adoptara el nombre de Manco Capac, pues provenía del
lugar donde residía el sol, así lo dictaba el sol mismo. Le indicó que descendiera
del cerro y se dirigiera al pueblo que habían divisado, donde sería cálidamente
acogido por los lugareños y debería establecerse. Además, le entregó a su
esposa Cura para que le asistiera y sugirió que llevase consigo a su compañero
Ayar Auca.
Después
de las palabras del ídolo Ayar Oche, este se transformó en piedra junto con sus
alas. Manco Capac y Ayar Auca descendieron entonces a su ranchería. Muchos
indígenas de un pueblo cercano se acercaron al ídolo, que ahora era una estatua
de piedra, y al verlo, recordaron haberlo visto volar en lo alto. Uno de ellos
lanzó una piedra que impactó en el ídolo y le rompió una de las alas. Desde
entonces, al verlo petrificado y herido, ya no le causaron más daño.
—Disculpe,
no, nada... —murmuró don Lorenzo, cubriéndose la boca para evitar que don Juan
notara que se estaba riendo.
—Le
rompieron el ala... eso fue lo que me dijeron, —dijo don Juan, retomando su
narración.
Manco
Capac y Ayar Auca, junto con sus cuatro esposas, continuaron su camino hacia el
pueblo del Cusco, donde residía Alcaviza. En su camino, antes de llegar al
pueblo, se encontraron con otro asentamiento donde se cultivaba coca y ají. La
esposa de Ayar Oche, Mama Guaco, quien se había quedado en la cueva, agredió a
un indígena de ese pueblo con unos ayllos, matándolo instantáneamente. Luego,
abrió su cuerpo y extrajo los órganos internos, inflando los pulmones para
mostrarlos a los demás habitantes del pueblo. Este acto provocó gran temor
entre los indígenas, quienes, asustados, huyeron hacia el valle conocido como
Gualla. Los descendientes de estos indios se convirtieron en los que hoy en día
cultivan la coca en Gualla.
Después
de estos sucesos, Manco Capac y su séquito continuaron su camino y se
encontraron con Alcaviza, a quien informaron que el sol los enviaba para poblar
junto a él en el pueblo del Cusco. Alcaviza, al ver la ostentosa apariencia de
Manco Capac y su grupo, así como las alabardas de oro que llevaban, comprendió
que eran hijos del sol y les permitió elegir el lugar donde quisieran
establecerse. Manco Capac agradeció el gesto y, al encontrar el sitio adecuado,
que hoy en día corresponde a la Casa y Convento de Santo Domingo en la ciudad
del Cusco, construyó una casa con la ayuda de sus cuatro esposas, sin aceptar
ayuda de la gente de Alcaviza, aunque estos querían ayudar.
—Perdone,
¿Manco Capac tenía cuatro esposas? Yo solo he contado tres, ya que una aún está
con Ayar Auca.
—Supongo
que habrá tomado otras esposas en algún momento o Ayar Auca la comparte...
—respondió don Juan.
—Bueno,
pero siga adelante y no me haga caso —dijo don Lorenzo, tomando un vaso de
agua.
—Entonces,
después de un tiempo, Manco Capac y su compañero, junto con sus cuatro esposas,
decidieron cultivar maíz en tierras cercanas. Utilizaron semillas que, según la
leyenda, habían obtenido de la cueva de la que emergieron. Esta cueva fue
llamada por Manco Capac Pacaritambo, que significa "Casa de
Producción", en referencia al origen de las semillas. Una vez completada
la siembra, Manco Capac y Alcaviza disfrutaron de una buena relación,
conviviendo en armonía y felicidad.
Dos
años después de la llegada de Manco Capac, su compañero Ayar Auca falleció,
dejando a su esposa junto a las demás mujeres de Manco Capac. Sin embargo, Ayar
Auca no tuvo hijos con su esposa, por lo que Manco Capac se quedó solo con su
esposa y las otras tres mujeres. Pronto, la esposa de Manco Capac dio a luz a
un hijo, al que llamaron Sinchi Roca. Sinchi Roca creció hasta la adolescencia,
alcanzando los quince o dieciséis años, momento en el que su padre Manco Capac
falleció, dejándolo como único heredero.
Cinco
años después de la muerte de Manco Capac, también falleció Alcaviza. Cuando
Sinchi Roca, hijo de Manco Capac, alcanzó los veinte años de edad, se casó con
una mujer llamada Mama Coca, hija de un cacique de un pueblo llamado Zañu,
situado a una legua del Cusco. Con Mama Coca, Sinchi Roca tuvo un hijo al que
llamaron Lloque Yupanqui.
Lloque
Yupanqui nació con dientes y, desde su nacimiento, demostró habilidades
extraordinarias. Caminó apenas nacido y nunca mostró interés en amamantarse.
Además, pronunció palabras sorprendentes que causaron asombro, lo que me hace
pensar que podría haber sido similar a Merlín, como cuentan las leyendas.
En
cierta ocasión, el recién nacido Lloque Yupanqui tomó una piedra y la lanzó
hacia otro niño descendiente de Alcaviza, quien pasaba por allí llevando un
recipiente de agua hacia una fuente. La piedra lanzada por Lloque Yupanqui le
rompió una pierna al niño de Alcaviza. Los augurios interpretaron este
incidente como un presagio de que los descendientes de Lloque Yupanqui se
convertirían en grandes líderes que dominarían el pueblo, mientras que los
descendientes de Alcaviza serían expulsados por los descendientes de Lloque
Yupanqui. Esta predicción se cumplió más adelante, como detallo en mi libro y
según relataron los testigos presenciales.
A
pesar de estos eventos extraordinarios, Lloque Yupanqui no realizó más hazañas
destacables durante su vida, por lo que no hay más que agregar sobre él en este
momento.
Tras
el reinado de Lloque Yupanqui, su sucesor, Capac Yupanqui, se distinguió por su
renuncia a expandir su poder más allá de lo legado por su padre. Le siguió su
hijo, Mayta Capac, quien también optó por mantener la autoridad recibida, sin
ambiciones de dominio adicionales.
Posteriormente,
el liderazgo pasó a manos de Inca Roca Inca, conocido por su extensa progenie
de treinta hijos e hijas, fruto de sus uniones con seis mujeres distintas. Se
le atribuye una vida llena de esplendor y placer. Después de él, su
primogénito, Yaguar Huácac Inca Yupanqui, heredó el trono, naciendo con el
peculiar augurio de lágrimas de sangre, que le otorgaría su nombre.
Cuentan
que Yaguar Huácac Inca Yupanqui, siguiendo el ejemplo de su padre, superó en
astucia y destreza, incluso ampliando su descendencia a cincuenta hijos e hijas
a través de veinte mujeres. Sin embargo, al igual que sus antecesores, no buscó
extender su poder más allá de los límites establecidos por sus predecesores.
Después
de aquellos días, surgió en su lugar un hijo suyo, al que llamaron Viracocha
Inca, debido a su gran amabilidad, afabilidad y su habilidad para gobernar con
tranquilidad. Siempre les otorgaba dádivas y les mostraba generosidad. Su
gentileza le ganó el afecto de su pueblo; un día, al despertar, salió con
alegría entre los suyos. Cuando le preguntaron por qué se regocijaba, les dijo
que el Viracocha Pachayachachic le había hablado esa noche, insinuando que Dios
había hablado con él. Entonces, todos se levantaron y lo llamaron Viracocha
Inca, que significa Rey y Dios. Desde entonces, este nombre lo identificó.
Durante
el reinado de Viracocha Inca, había más de doscientos señores y caciques de
pueblos y provincias, ubicados a unas cincuenta o sesenta leguas alrededor de
la ciudad del Cusco. Estos líderes se autodenominaban "Capac Inca",
que significa señores o reyes, en sus propias tierras y comunidades. Viracocha
Inca también adoptaba este título, y como mencionamos anteriormente, se
autoproclamaba Dios. Esta declaración llevó a los demás señores a reconocerlo
como alguien de mayor importancia que ellos.
Entre
estos señores destacaba Uscovilca, de la nación Chanca, quien gobernaba sobre
una gran cantidad de personas y tenía bajo su mando seis valientes capitanes:
Malma, Rapa, Yanavilca, Teclovilca, Guamanguaraca y Tomayguaraca. Uscovilca, al
enterarse de la presencia de Viracocha Inca en el Cusco y de su
autoproclamación como el máximo señor, a pesar de que él mismo se consideraba
el señor de toda la tierra y tenía más poder militar, decidió averiguar la
verdadera fuerza de Viracocha Inca. Estando en el pueblo de Paucaray, a tres
leguas de Párcos, Uscovilca consultó con sus seguidores sobre cómo proceder.
Dado el poder que poseía, acordaron que sus capitanes explorarían las regiones
de Condesuyo y Andesuyo, mientras él, junto con dos de sus capitanes y el resto
de su gente, avanzaría directamente hacia la ciudad del Cusco a través de estas
dos provincias. Creían que de esta manera podrían dominar toda la tierra y
someter a Viracocha Inca. Una vez tomada esta decisión, Uscovilca ordenó que
toda su gente se reuniera en el llano de Paucaray, su lugar de origen, en una
fecha específica, y así lo hicieron todos sus seguidores en el día indicado.
Una
vez reunidos, Uscovilca dividió toda su gente en tres partes y luego las equipó
con armas, como lanzas, alabardas, hachas, porras, hondas, ayllos y rodelas.
Después de asegurarse de que estuvieran bien pertrechados, les proporcionó una
gran cantidad de provisiones para el viaje, incluyendo carne seca, maíz,
pescado seco y otros alimentos necesarios. También les otorgó el privilegio de
quedarse con todo el botín que obtuvieran durante la guerra, ya fuera ropa,
oro, plata, mujeres u otras posesiones que pudieran encontrar en el campo de
batalla.
Luego,
Uscovilca asignó una parte de estas tropas a los capitanes Malma e Irapa, a
quienes ordenó que partieran de inmediato y conquistaran la provincia de
Condesuyo hasta donde fuera posible. Estos dos capitanes partieron con su gente
en la misión encomendada. Antes de partir, expresaron profundos agradecimientos
y alabanzas a Uscovilca por la generosidad mostrada al permitirles disfrutar
del botín obtenido durante la guerra.
Así,
los dos capitanes Malma e Irapa avanzaron con gran fuerza por la provincia de
Condesuyo, partiendo desde el pueblo de Paucaray. Su éxito fue notable, ya que
lograron conquistar y someter territorios hasta llegar a unas cincuenta leguas
más allá de los Chancas.
Mientras
tanto, Uscovilca también envió otros dos capitanes, Yana Vilca y Toquello
Vilca, por la región de Andesuyo. Estos capitanes recibieron su parte de la
gente y partieron de Paucaray siguiendo las instrucciones de Uscovilca. Antes
de su partida, Uscovilca les ordenó que no se acercaran al Cusco a menos de
diez leguas de distancia, ya que él quería reservar la conquista de esa ciudad
para sí mismo.
De
esta manera, los dos capitanes avanzaron por la provincia de Condesuyo,
conquistando territorios hasta llegar a los Chiriguanes, donde detendremos su
relato para centrarnos en Uscovilca.
Uscovilca,
después de enviar a sus cuatro capitanes como se ha descrito, sintió un fuerte
deseo de dirigirse personalmente hacia el Cusco y someter tanto la ciudad como
a Viracocha Inca. Reunió a la tercera parte de su gente que aún le quedaba,
dejando su tierra y pueblo bajo la protección de una guardia adecuada, con
instrucciones de avisarle si surgía algún problema para poder regresar y proteger
su territorio. Una vez que todo estuvo organizado y asegurado, partió con su
gente y llevó consigo a sus dos capitanes en busca de Viracocha Inca.
Por
aquel entonces, Viracocha Inca se encontraba en una situación de relativa
calma, ya que no estaba involucrado en conflictos bélicos ni tenía intenciones
de invadir o arrebatar territorios a otros.
Mientras
Viracocha Inca permanecía en paz ante la inminente amenaza de guerra, recibió
la visita de dos mensajeros enviados por Uscovilca. Estos mensajeros
transmitieron el mensaje de Uscovilca, instándole a rendirle obediencia como su
señor, de lo contrario, se aliste para la batalla, ya que Uscovilca estaba
dispuesto a luchar contra él y someterlo. Le informaron que Uscovilca se
encontraba en Vilcacunga, a unas siete leguas de distancia de la ciudad del Cusco,
y que estaría allí pronto para enfrentarse a él.
Ante
esta amenaza y el evidente poder que Uscovilca representaba, Viracocha Inca
decidió aceptar la petición de obediencia y expresó su deseo de reunirse con
Uscovilca para compartir comida y bebida juntos.
Una
vez que los mensajeros de Viracocha Inca partieron de la ciudad del Cusco
llevando su respuesta, se convocó a los principales líderes para deliberar
sobre el curso de acción a seguir. Sin embargo, la urgencia de la embajada de
Uscovilca dejó poco tiempo para que pudieran discutir con detenimiento entre
ellos cómo responder. De esta manera, la respuesta que acabamos de escuchar fue
emitida sin una consulta previa con sus consejeros.
Tras
este primer paso, al reflexionar sobre la situación, los líderes del Cusco
reconocieron la amenaza que representaba el gran poderío y la arrogancia de
Uscovilca. Temían que, si aceptaban tan fácilmente sus demandas, serían
percibidos como débiles y menospreciados. Decidieron, entonces, negociar con
Uscovilca en términos que aseguraran mejor su supervivencia y autonomía. Una de
las estrategias discutidas fue la de abandonar la ciudad del Cusco junto con la
mayoría de sus habitantes y dirigirse hacia un lugar fortificado conocido como
Caca Xaqui Xahuana, ubicado en un peñol a siete leguas de distancia de la
ciudad, sobre el pueblo de Calca.
En
aquel momento, Viracocha Inca contaba con siete hijos, siendo el menor de todos
Inca Yupanqui o Pachacutéc. A pesar de su juventud, Inca Yupanqui destacaba por
su orgullo y por el gran aprecio que tenía por su propia persona. Cuando su
padre, Viracocha Inca, decidió abandonar el Cusco y someterse a Uscovilca, Inca
Yupanqui no estuvo de acuerdo con esa decisión. Le parecía un acto vergonzoso y
deshonroso para su pueblo, y no podía tolerar la idea de someterse a la
subyugación.
Al
enterarse de los planes de su padre y de los demás señores del Cusco para
abandonar la ciudad, Inca Yupanqui decidió en secreto que no se uniría a esa
empresa. En cambio, planeó reunir a cuanta gente pudiera y, cuando Uscovilca
llegara, se negaría a rendirle obediencia. Estaba dispuesto a morir antes que
aceptar vivir bajo la dominación de otro. Confiaba en que, con su valentía y la
ayuda de su gente, podría derrotar a Uscovilca y así liberar a su pueblo del
yugo de la subyugación.
Con
firme determinación, Inca Yupanqui buscó a tres jóvenes, hijos de señores y
amigos suyos, y también hijos de aquellos que estaban consultando con su padre
sobre la rendición y la obediencia al Chanca. Estos jóvenes eran Vica Quirao,
Apo Mayta y Quilescachi Urco Guaranga. Reuniéndose con ellos, Inca Yupanqui
compartió sus pensamientos y les expresó su convicción de que preferiría la
muerte antes que vivir en la vergonzosa subyugación, ya que ellos no habían
nacido para ser subyugados.
Los
cuatro jóvenes estuvieron de acuerdo con esta opinión y prometieron apoyar a
Inca Yupanqui en lo que decidiera hacer. Mientras tanto, Viracocha Inca se
preparaba para abandonar la ciudad junto con la gente del Cusco y la mayoría de
los aldeanos que pudiera llevar consigo hacia el peñol. Inca Yupanqui y los
tres jóvenes señores decidieron quedarse en la ciudad, acompañados únicamente
por sus respectivos sirvientes: Pata Yupanqui, Muru Uanca y Apo Yupanqui, Uxuta
Urco Guaranga. No quedó más nadie con ellos aparte de estos criados.
Cuando
Viracocha Inca se percató de que su hijo Inca Yupanqui había optado por
quedarse con firmeza en la ciudad, simplemente sonrió y no le prestó mucha
atención. Después de todo, llevaba consigo a sus otros seis hijos, incluido su
primogénito y más querido, Inca Urco, a quien tenía la intención de dejar como
su sucesor para mantener su legado y su nombre.
Al
enterarse Uscovilca de las acciones de Viracocha Inca, decidió enviar a su
capitán, Guamán Guaraca, para que se reuniera con él y estableciera cualquier
acuerdo que considerara conveniente. Guamán Guaraca llegó al peñol donde se
encontraba Viracocha Inca, siendo recibido con cordialidad por este último.
Una
vez despachado por Uscovilca, Guamán Guaraca informó a Viracocha Inca sobre la
situación en el Cusco. Se enteró de que Inca Yupanqui, junto con los tres
señores mencionados anteriormente y sus respectivos sirvientes, había decidido
quedarse en la ciudad con la firme determinación de resistir y no someterse.
Uscovilca se alegró al saber esto, ya que consideraba que derrotar a Inca
Yupanqui y a sus acompañantes podría allanarle el camino hacia la victoria,
especialmente al llevarlos de vuelta al Cusco, hacia donde se dirigía.
Por
otro lado, un capitán al servicio de Uscovilca, llamado Tomay Guaraca, al
conocer los planes de Inca Yupanqui, solicitó a su señor la oportunidad de
llevar a cabo esta empresa. Deseaba ir al Cusco para capturar y ejecutar a Inca
Yupanqui y a quienes estuvieran con él.
Uscovilca
respondió a Tomay Guaraca que esa empresa era de su interés personal, y que él
mismo se encargaría de llevarla a cabo. Inmediatamente, envió un mensajero a
Inca Yupanqui para comunicarle su satisfacción al saber que el joven estaba
dispuesto a enfrentarse y demostrar su valentía. Le instó a prepararse, así
como a sus compañeros, ya que tenía la intención de encontrarse con él en tres
meses. Además, le ofreció un plazo de tres meses para que pudiera prepararse
adecuadamente, tanto en armamento como en el reclutamiento de fuerzas.
Uscovilca
había tomado conocimiento de la huida de Viracocha Inca de la ciudad del Cusco,
llevándose consigo a toda su gente, así como a la mayoría de los habitantes de
los pueblos cercanos. Con esta información, Uscovilca dedujo que Inca Yupanqui
no recibiría apoyo de nadie para resistir el poder que él traía consigo.
Al
recibir el mensaje de Uscovilca, Inca Yupanqui respondió con determinación,
expresando su disposición a morir luchando antes que someterse, ya que había
nacido libre y como señor. Afirmó que, si su padre había optado por la
sumisión, él estaba dispuesto a resistir y luchar por la libertad junto con
aquellos que estaban con él en el peñol donde se encontraba. Inca Yupanqui
declaró que, si había de convertirse en el señor del Cusco y obtener ese
título, sería a través de la batalla y la victoria sobre Uscovilca, lo que le
otorgaría la legitimidad que buscaba. Además, expresó su alegría por la
decisión de su padre de abandonar la ciudad del Cusco y rendirse, ya que
consideraba que el Cusco nunca antes había sido sometido ni vencido por nadie
desde su fundación por Manco Capac.
Tras
enviar su respuesta, Inca Yupanqui abandonó el Cusco y se dirigió hacia
Uscovilca, quien se encontraba en Vilcacunga, acompañado de los señores que lo
seguían. Uscovilca recibió la respuesta de Inca Yupanqui con satisfacción,
confiado en que lograría triunfar en su conquista del Cusco, tal como había
previsto.
El
Chanca, junto con los tres señores que lo acompañaban, llegó a un acuerdo.
Decidieron enviar un mensajero a Viracocha Inca, el padre de Inca Yupanqui,
para instarlo a reflexionar sobre la deshonra que se cernía sobre él y sobre el
Cusco. Le recordaron que desde la fundación por Mango Capac, el Cusco nunca
había sido sometido a nadie. Sugirieron que, si así lo consideraba apropiado,
deberían defender su ciudad y no permitir que se propagara el rumor de que
había abandonado su pueblo para luego rendirse ante sus enemigos.
Le
pidieron que regresara a su ciudad, donde le prometían, como su hijo, estar
dispuestos a morir frente a él en defensa de la ciudad. Estaban decididos a protegerla,
ya que habían asumido el compromiso de preferir la muerte antes que permitir
que se dijera que habían aceptado la subyugación, habiendo nacido libres y como
señores.
Uno
de los cuatro jóvenes que acompañaban al Chanca fue designado para llevar el mensaje
que ya hemos escuchado, y partió hacia donde se encontraba Viracocha Inca. Al
llegar, entregó la embajada en nombre de Inca Yupanqui. Tras escuchar el
mensaje de su hijo, Viracocha Inca no pudo contener la risa y respondió con
ironía: "Siendo yo alguien que se comunica y habla con los dioses, he sido
advertido de que no soy capaz de resistir a Uscovilca. Por eso me fui del Cusco,
para evitar la deshonra y el maltrato hacia los míos. ¿Cómo es que Inca
Yupanqui presume que he tomado una mala decisión? Que regrese y dile que me río
de su juventud. Si quiere morir de esa manera, que lo haga él y los que lo
siguen. Si no quiere hacerlo, me pesa, pero es su elección".
El
mensajero respondió que su señor estaba decidido y no renunciaría a morir o
vencer antes que someterse. Ante esto, Viracocha Inca ordenó al mensajero que
regresara y transmitiera a sus señores que no tenía intención de ir allí, y que
de ninguna manera enviaría otro mensaje similar.
Después
de escuchar la respuesta del mensajero, este se marchó de regreso a donde
estaba Inca Yupanqui y le transmitió las palabras de su padre, Viracocha Inca.
Al enterarse de la respuesta, Inca Yupanqui sintió pesar, ya que esperaba algún
tipo de apoyo o socorro por parte de su padre. Había confiado en que al ver que
Viracocha Inca le brindaba algún tipo de ayuda, los pueblos vecinos al Cusco
también le prestarían su apoyo.
En
medio de la tristeza por la respuesta de su padre, Inca Yupanqui decidió enviar
mensajeros a los caciques de los pueblos vecinos para solicitar su ayuda. Les
informó sobre la situación desesperada en la que se encontraba y cómo su padre
no había respondido a su llamado de auxilio. Les rogó que lo favorecieran con
sus recursos y sus tropas.
Convencido
de la importancia de esta acción, Inca Yupanqui convocó a los cuatro jóvenes
que estaban con él y les encomendó la tarea de llevar la embajada a los
caciques y señores de los pueblos circundantes, distantes aproximadamente tres
leguas de la ciudad. Dividiendo a los mensajeros, cada uno se dirigió a los
diferentes caciques con el mensaje que ya habíamos escuchado.
Cuando
llegaron a los caciques, éstos escucharon la petición de ayuda de Inca Yupanqui
y respondieron de la siguiente manera: "Volved y decid a vuestro señor
Inca Yupanqui que estamos dispuestos de corazón a ayudarlo y a socorrerlo con
nuestras fuerzas y nuestro poder. Sin embargo, creemos que el poder del Chanca
Uscovilca es considerablemente grande y que, aunque quisiéramos, no podríamos
socorrerlo lo suficiente. Si él consigue reunir más tropas, estaremos listos
para apoyarlo en su resistencia. Mientras tanto, estaremos enviando mensajes a
otras provincias y pueblos para solicitar su ayuda. Pero necesitamos ver que él
cuenta con un número significativo de soldados antes de comprometernos
totalmente a su causa. Le rogamos que tome estas acciones y prometemos apoyarlo
en todo lo que esté en nuestras manos".
Después
de recibir la respuesta de los mensajeros, regresaron donde estaba Inca
Yupanqui y le transmitieron lo que los caciques les habían dicho. Al
escucharla, Inca Yupanqui sintió una profunda tristeza al verse solo, a pesar
de la voluntad y los ofrecimientos de ayuda por parte de los caciques.
Reconoció que era justo que tuviera al menos algunas tropas para poder
aprovechar la ayuda ofrecida por los caciques y unirla a sus propias fuerzas.
Sumido
en su pesar, observó que el sol estaba a punto de ponerse y que la noche
comenzaba a caer. Entonces, decidió que él solo saldría, dejando a sus
compañeros y criados en el lugar donde estaban, sin permitir que ninguno lo
acompañara. Así, se retiró del aposento en silencio y en solitario.
Inca
Yupanqui destacaba por su virtud y su amabilidad en el trato. A pesar de ser
joven, era comedido en sus palabras y no se excedía en risas, siempre mostrando
prudencia. Tenía un gran corazón, siempre dispuesto a ayudar a los menos
privilegiados, y era conocido por su castidad, nunca habiendo tenido relaciones
con mujeres. Además, era honesto y cumplía siempre sus compromisos, nunca
faltando a la verdad.
Estas
virtudes y su valentía generaban admiración en aquellos que lo conocían. Sin
embargo, su propio padre, al ver estas cualidades en Inca Yupanqui, sentía
envidia y lo despreciaba. Preferiría que su hijo mayor, Inca Urco, tuviera esas
virtudes. Temía que, debido a las cualidades de Inca Yupanqui, los señores del Cusco
y la comunidad lo prefirieran como su futuro líder, relegando a Inca Urco. Por
esta razón, no permitía que Inca Yupanqui se destacara frente a él y evitaba
mostrar cualquier señal de afecto hacia él en público. Aunque amaba a Inca
Yupanqui, temía que su falta de astucia y habilidades políticas pudieran
perjudicarlo en el futuro, a diferencia de Inca Yupanqui, quien era ampliamente
querido por todos.
Viracocha
Inca tenía la intención de dejar a Inca Urco como su sucesor después de sus
días. Por eso, procuraba que los señores de la ciudad del Cusco y la gente en
general mostraran el mismo respeto y acatamiento hacia Inca Urco que le tenían
a él. Para lograr esto, ordenaba que los señores del Cusco y otros dignatarios
lo sirvieran con las mismas reverencias que le mostraban a él: nadie, ni
siquiera sus propios hermanos, debía llevar zapatos delante de Inca Urco, sino
que debían estar descalzos y con la cabeza baja mientras estuvieran ante él
hablándole o entregándole algún mensaje. Incluso en las comidas, Inca Urco
comía solo, sin que nadie se atreviera a tocar su plato.
Cuando
salía a la plaza, era llevado en andas y hombros de los señores. Se sentaba en
un trono de oro y usaba un tocado de plumas de avestruz teñidas de color
dorado. Sus vasos y utensilios de servicio doméstico eran de oro, y tenía
múltiples esposas. Todo esto contrastaba fuertemente con la naturaleza modesta
y sencilla de Inca Yupanqui, quien, como ya se ha mencionado, era despreciado
por su padre y tenía un afecto especial por Inca Urco.
Viracocha
Inca se regocijó cuando se enteró de que Inca Yupanqui se había quedado en la
ciudad del Cusco, pensando que ahí terminaría sus días. Por lo tanto, cuando
Inca Yupanqui pidió ayuda, Viracocha Inca se negó a proporcionársela.
Separándose
de sus compañeros durante la noche, según la historia que ya les he contado,
dicen que Inca Yupanqui se dirigió a un lugar apartado donde nadie de los suyos
pudiera verlo, a unos dos tiros de honda de la ciudad. Allí se entregó a la
oración al Hacedor de todas las cosas, a quien ellos llaman Viracocha
Pachayachachic. En su plegaria, expresaba lo siguiente: "Señor Dios, Tú
que me has creado y dado existencia como ser humano, ayúdame en esta difícil
situación en la que me encuentro. Tú eres mi Padre, quien me ha dado forma y me
ha hecho existir como ser humano. Te pido que no permitas que sea derrotado por
mis enemigos, que me concedas tu favor contra ellos. No permitas que me
sometan, ya que Tú me has hecho libre y solo a Ti me someto. No permitas que
estas personas que intentan subyugarme me pongan en servidumbre. Dame, Señor,
la fuerza para resistirlos y haz conmigo según tu voluntad, porque soy
tuyo".
Mientras
expresaba estas palabras, lo hacía con lágrimas sinceras y desde lo más
profundo de su corazón. Y estando inmerso en su oración, se quedó dormido,
vencido por el cansancio. En su sueño, se le apareció Viracocha en forma humana
y le dijo: "Hijo mío, no te preocupes, enviaré a tu lado, el día que te enfrentes
en batalla con tus enemigos, gente con la que podrás derrotarlos y salir
victorioso".
Al
despertar, Inca Yupanqui recordó el sueño y comprendió que estaba por amanecer.
Se llenó de alegría y tomó valor, luego regresó donde estaban sus compañeros
para compartirles la buena nueva. Les dijo que estuvieran alegres, pues él lo
estaba, y que no temieran ser vencidos por sus enemigos, ya que contaría con
ayuda cuando la necesitaran. Sin embargo, no reveló más detalles sobre cómo,
cuándo o de dónde vendría esa ayuda, a pesar de las preguntas que le hicieron
sus compañeros.
A
partir de entonces, todas las noches se separaba de sus compañeros y regresaba
al lugar donde había hecho su primera oración. Allí continuó orando con la
misma devoción, esperando que el sueño que había tenido se repitiera cada
noche.
Y
así, la última noche, mientras estaba en su oración, Viracocha se le apareció
nuevamente en forma humana. Estaba despierto y el Viracocha le dijo: "Hijo
mío, mañana tus enemigos vendrán a enfrentarte en batalla, y yo te socorreré
con gente para que los derrotes y salgas victorioso".
Al
amanecer del siguiente día, Uscovilca y su ejército descendieron por Carminga
(también conocido como Carmenca), una colina situada en la ruta de descenso
hacia la ciudad del Cusco, viniendo desde la ciudad de Los Reyes. Descendieron
con todo su poder y fuerza, y de repente, veinte escuadrones de gente
desconocida para Inca Yupanqui y sus seguidores, aparecieron por las rutas de
Colla, Acha y Condesuyo.
Cuando
esta nueva fuerza llegó donde estaba Inca Yupanqui, él y sus compañeros
observaban cómo descendían sus enemigos. Los recién llegados rodearon a Inca
Yupanqui, diciéndole: "Apu Capac Inca, hoy lucharemos juntos y venceremos
a tus enemigos. Hoy, este día, tendrás a tus enemigos prisioneros
contigo". Con estas palabras, se dirigieron hacia el ejército de Uscovilca
que descendía con gran ímpetu por las colinas.
Comenzó
la batalla al encontrarse ambos ejércitos, y pelearon desde la mañana, cuando
se encontraron, hasta el mediodía. La batalla fue feroz, y de entre las filas
de Uscovilca cayó una gran cantidad de hombres, ninguno de los capturados logró
sobrevivir.
En
la batalla donde Uscovilca fue capturado y finalmente muerto, sus seguidores,
al presenciar la terrible devastación que estaban sufriendo, tomaron la
decisión de no esperar más. Retrocedieron por el mismo camino por el que habían
llegado y huyeron hasta llegar al pueblo de Xaquixaguana, donde buscaron
desesperadamente reagruparse y reorganizarse.
Al
enterarse de la derrota, algunos de los capitanes de Uscovilca lograron escapar
y enviaron urgentemente noticias a su tierra para solicitar refuerzos. También
informaron a los capitanes Malma y Rapa, quienes habían estado conquistando
territorios desde Condesuyo hasta los Chichas. Estos últimos regresaban
victoriosos de su campaña, cargados de botín.
Además,
los mensajeros enviados por los capitanes derrotados en Xaquixaguana informaron
a Yana Vilca y Teclo Vilca, enviados por Uscovilca desde Paucaray para explorar
y conquistar territorios. Estos últimos habían avanzado hasta la región de los
Chiriguanaes, a más de doscientas leguas de distancia. Al conocer la muerte de
Uscovilca y la forma en que fue derrotado, todos actuaron con premura. Los
capitanes supervivientes se unieron a los que se habían refugiado en
Xaquixaguana para planificar su siguiente paso.
Mientras
tanto, dejamos a todos reunidos en Xaquixaguana y volvemos nuestra atención
hacia Inca Yupanqui, quien se encontraba en una posición de victoria.
Después
de la muerte de Uscovilca, Inca Yupanqui ordenó que se tomaran sus vestimentas,
insignias de guerra, joyas, armas y otros objetos valiosos que llevaba consigo.
Estos incluían ornamentos de oro y plata, prendas de vestir adornadas con
plumas y diversos arreos. Luego, montado en unas andas, se dirigió hacia donde
se encontraba su padre, Viracocha Inca, acompañado por sus amigos Vica Quirao,
Apu Mayta y Quilescachi Urco guaranga, así como por dos mil hombres de guerra
que lo protegían.
Una
vez llegó ante su padre, Inca Yupanqui le rindió el respeto y homenaje que
correspondían a su Señor y progenitor. Presentó ante él las insignias, armas y
vestimentas del difunto Uscovilca, a quien había vencido y muerto en batalla.
Luego, le pidió a su padre que pisara esas insignias del enemigo derrotado y
también que pisoteara a ciertos capitanes de Uscovilca que había llevado
consigo como prisioneros, haciéndolos caer al suelo.
Esta
costumbre era parte de la tradición de los señores Incas. Cuando un capitán o
varios capitanes regresaban victoriosos de la guerra, llevaban consigo las
insignias y adornos de los señores enemigos que habían matado o capturado
durante la batalla. Al entrar en la ciudad del Cusco, los capitanes llevaban
estos despojos delante de ellos y los presentaban ante sus señores.
Los
señores, al ver estos despojos, se levantaban y los pisoteaban, dando un paso
sobre los prisioneros como señal de aceptación y reconocimiento del triunfo
obtenido por sus capitanes en el campo de batalla. Este acto simbólico indicaba
que el trabajo y el esfuerzo dedicados a someter y vencer a los enemigos eran
valorados y aceptados como un servicio al señor.
Asimismo,
al pisar estos despojos y prisioneros, el señor que lo hacía recibía posesión y
señorío sobre las tierras conquistadas y sobre los vasallos que habitaban en
ellas. Era una forma de consolidar el dominio sobre las nuevas tierras y de
demostrar su autoridad sobre los vencidos.
Al
fin, deseando Inca Yupanqui mostrar todo respeto hacia su padre, a pesar de no
haber buscado su favor previamente, le presentó todas las evidencias que hemos
escuchado. Su intención era que su padre aceptara ese servicio y entendiera
cómo someter a esos enemigos como sus vasallos, bajo su liderazgo. Al ver las
insignias y los capitanes capturados como símbolos de su victoria, e incluso
solicitar que los pisara como su señor y padre, el Viracocha Inca tenía consigo
a un principal del Uscovilca, enviado para negociar los términos de paz y las
condiciones de entrega. Al no haber dado instrucciones previas hasta ese
momento, lo tenía a su lado. Sin conocer lo sucedido con el Uscovilca hasta
entonces, el Viracocha Inca no podía estar seguro de que lo que Inca Yupanqui
traía ante él era realmente de Uscovilca y que este había sido derrotado y muerto.
Al no estar convencido, ordenó que el principal, llamado Guamán Guaraca, que
había sido enviado por Uscovilca para negociar, se presentara. Como si
estuviera en un sueño, el Viracocha Inca preguntó a Guamán Guaraca: "Dime,
¿reconoces estos vestidos e insignias como pertenecientes a tu señor
Uscovilca?". Al verlos, Guamán Guaraca reconoció a los capitanes de su
señor tirados en el suelo, bajó la mirada y comenzó a llorar, arrojándose al
suelo junto a ellos.
Al
ver Viracocha Inca que era cierto que sus enemigos habían conseguido la
victoria sobre Inca Yupanqui, su hijo, experimentó un profundo pesar y envidia,
motivados por el intenso odio que le tenía, como ya he mencionado
anteriormente. Inca Yupanqui, su hijo, percibió este sentimiento con gran
tristeza, aunque comprendía las razones detrás de ello. Sin embargo, no se dejó
llevar por el resentimiento, sino que, recordando que Viracocha Inca era su
padre y señor, le rogó nuevamente que lo pisara como su padre y señor. A esto,
Viracocha Inca respondió indicando que debía ser su hijo Inca Urco quien lo
pisara primero, pues era el hijo al que más quería y en quien pensaba dejar su
legado después de sus días, como ya hemos relatado. Ante esto, Inca Yupanqui
replicó que él le rogaba a él, como a su padre, que lo pisara, argumentando que
no había luchado por la victoria para ser pisado por individuos como Inca Urco
y sus demás hermanos, a quienes consideraba poco dignos. Insistió en que quería
ser pisado por su padre y señor, o de lo contrario se retiraría.
Mientras
tanto, Viracocha Inca convocó a uno de los señores que tenía a su lado y,
hablando en privado, le ordenó que sacara discretamente a la gente de guerra
que estaba con ellos y la llevara a una quebrada en las montañas, cubierta de
alta paja, para ocultarse allí. Mientras tanto, él mantendría a Inca Yupanqui
en una habitación con la excusa de sostener una conversación, mientras
preparaba una emboscada con su gente en la quebrada. Además, dentro de la
habitación, si tenía la oportunidad, intentaría matarlo con sus propias manos;
y si Inca Yupanqui lograba escapar de allí, debía ser asesinado en la quebrada
de vuelta al regresar. Una vez acordado esto, el señor salió para llevar a cabo
las órdenes de Viracocha Inca.
Cuando
Viracocha Inca regresó a Inca Yupanqui, comenzó a hablarle con amabilidad y
mostrarle una actitud alegre. Cuando creyó que su capitán había cumplido con
sus órdenes, Viracocha Inca se levantó y pidió a Inca Yupanqui que colocara las
pertenencias que había traído de Uscovilca dentro de la habitación donde antes
había sugerido que las pusiera para que su hijo Inca Urco las pisara primero, y
luego él. Inca Yupanqui volvió a rechazar la idea, insistiendo en que, si
alguien iba a pisar esas pertenencias, que fuera Viracocha Inca. Si no,
prefería retirarse, como ya había mencionado anteriormente.
Viendo
que no lograba persuadir a Inca Yupanqui para que permitiera que Inca Urco
pisara las pertenencias, y planeando matarlo dentro de la habitación, Viracocha
Inca sugirió que Inca Yupanqui entrara solo en la habitación, donde él mismo lo
pisaría delante de él. Sin embargo, en ese momento, los tres buenos amigos de
Inca Yupanqui se acercaron y, sospechando de la traición que Viracocha Inca
planeaba, impidieron que Inca Yupanqui entrara en la habitación.
Mientras
tanto, uno de los capitanes de Inca Yupanqui, junto con la guardia que lo
acompañaba, se acercó a él para informarle que habían avistado a una
considerable cantidad de gente armada saliendo del peñol, individuos que salían
uno a uno o en grupos de dos, portando lanzas y alabardas, y dirigiéndose por
el mismo camino por el que habían llegado. Este capitán sospechaba que estos
hombres estaban planeando tomar algún paso estratégico para interceptarlos
cuando regresaran, o incluso para saquear lo que tenían en la ciudad del Cusco,
e incluso tomarla. Al escuchar esto delante de sus tres leales amigos, Inca
Yupanqui no pudo evitar reírse ante la evidente trama de su padre para matarlo,
y la envidia que claramente lo consumía. Mientras continuaba insistiendo en que
su padre se sirviera de él y aceptara su servicio.
Tras
escuchar atentamente el informe del capitán, Inca Yupanqui ordenó a dos de sus
tres amigos que tomaran la mitad de la guardia que habían traído consigo. Les
instruyó para que siguieran el mismo proceder que los traidores del peñol,
enviándolos uno a uno o en grupos de dos, para seguir a los hombres enviados
por Viracocha. Les pidió que estuvieran atentos a cualquier emboscada en los
montes o quebradas, o si se dirigían hacia el Cusco. Una vez tuvieran la
información necesaria, debían regresar y informarle de lo sucedido para que
pudiera tomar las medidas correspondientes. Si descubrían alguna emboscada,
debían mantenerse ocultos sin alertar al enemigo de que habían sido
descubiertos, y luego retirarse rápidamente. Inca Yupanqui prometió que
resolvería pronto la situación con su padre, y una vez hecho esto, ellos
regresarían sin demora.
Así,
sus leales amigos, insistieron en que bajo ninguna circunstancia Inca Yupanqui
debía entrar solo en la habitación con su padre, temiendo una posible traición
que pusiera en peligro su vida. Del mismo modo, le encomendaron a Apu Mayta,
quien se quedaba con él, la responsabilidad de velar por su señor. Estos dos
señores salieron y ordenaron que doscientos indios armados con hachas entraran
en la habitación donde se encontraba Inca Yupanqui. Les indicaron que se
posicionaran alrededor de él, vigilándolo de cerca para evitar cualquier
intento de traición. Al resto de la gente que quedaba afuera, se les ordenó
permanecer junto a la puerta donde estaba Inca Yupanqui. Si escuchaban algún
ruido sospechoso dentro, debían entrar de inmediato todos juntos para asegurar
la protección de su señor.
Una
vez organizados, los hombres que Inca Yupanqui les había proporcionado, avanzaron
sigilosamente en grupos de cincuenta, uno a uno y en parejas, con sus mantas
cubriendo sus rostros, de manera similar a cómo habían salido los hombres
enviados por Viracocha Inca. Estos cincuenta se dedicaron a observar y
descubrir a sus enemigos a medida que se dispersaban a lo largo de un amplio
espacio. Cuando uno de los que lideraba el grupo llegó cerca de la quebrada
donde estaba emboscada la gente de Viracocha, avistó a los enemigos y, al
verlos, simuló atarse los cordones de los zapatos. Esta señal de simulación era
un aviso para sus compañeros que venían detrás de él. Al presenciar esta señal,
la noticia se transmitió rápidamente a los dos líderes que seguían al grupo. Al
comprender que se trataba de una emboscada, ordenaron a sus hombres que se
reunieran en el lugar donde habían escuchado la señal, excepto los cincuenta
que estaban adelante. A estos últimos se les instruyó para que continuaran
explorando y vigilando a los emboscados, informando al líder que se ataba los
zapatos si veían alguna actividad sospechosa. Si se acercaba uno del bando de
ellos, sigilosamente, el personaje le susurraría que continuara fingiendo
realizar acciones cotidianas, como atarse y desatarse los zapatos, con el
objetivo de mantener la farsa y ocultar sus verdaderas intenciones. De esta
manera, lograría pasar desapercibido y no levantar sospechas sobre sus planes.
Dejando
esta situación en su estado actual, volvamos a Inca Yupanqui, quien, después de
haber provisto lo que te he contado, solicitó a su padre que pisara las
insignias de los prisioneros que había traído de Uscovilca. Viracocha Inca
respondió que solo lo haría si primero lo hacía Inca Urco. Ante esto, Inca
Yupanqui expresó que, por respeto y obediencia hacia su padre como su señor,
había venido hasta allí para que él pisara esas insignias. Además, le instó a
regresar a la ciudad del Cusco, ya que como su padre y en su nombre, había
logrado esa empresa, y debería celebrar un triunfo con esos capitanes y las
pertenencias de Uscovilca, como era su intención al venir. Argumentó que no
tenía sentido que Inca Urco, su hijo mayor, pisara lo que él había ganado. Tras
estas palabras, Inca Yupanqui ordenó que se recogieran las vestiduras y demás
objetos de Uscovilca, y que se levantara a los prisioneros del suelo, quienes
hasta ese momento habían permanecido postrados en el suelo. Con un sentimiento
de enojo y decepción por la negativa de su padre a pisar los prisioneros y lo
que había logrado, Inca Yupanqui se retiró.
Incapaz
de entender por qué su padre parecía tan resentido como para intentar matarlo,
Inca Yupanqui se lamentaba de la situación. Se daba cuenta de que no le había
dado motivo para tal enojo o malquerencia, ya que siempre había procurado
servirle y complacerle en todo. Reconocía que la animosidad de su padre
probablemente provenía de la envidia al ver cómo él destacaba entre sus
hermanos, lo que le provocaba una mezcla de tristeza y rabia.
Con
estas reflexiones en mente, Inca Yupanqui dejó la presencia de su padre y se
dirigió hacia donde estaban sus dos fieles amigos, quienes lo habían alertado
sobre la traición planeada contra él. Decidió organizar a su gente en tres
grupos. Dos de ellos se dividirían a lo largo del camino, uno en cada lado,
mientras que él lideraría el tercer grupo. Ordenó que los dos grupos que
rodeaban el camino permanecieran ocultos tanto como fuera posible, mientras él
avanzaría por el medio del monte para emboscar a sus enemigos desde un lugar
estratégico. Una vez que sus capitanes dieran la señal, "¡A ellos, a
ellos!", su gente debería atacar sin piedad, eliminando a todos los
enemigos sin dejar ninguno con vida.
Con
todo dispuesto como se ha mencionado, la guardia partió siguiendo el plan
establecido, con Inca Yupanqui liderando a su grupo por el camino principal. Al
llegar a la quebrada, justo en el punto donde la emboscada estaba preparada en
las montañas, una piedra fue lanzada desde la montaña hacia Inca Yupanqui, pero
por fortuna no logró alcanzarlo, hiriendo en cambio a uno de los porteadores. Ante
este ataque, Inca Yupanqui y sus tres fieles amigos gritaron enérgicamente:
"¡A ellos, a ellos!". Al oír esta señal, su gente, que ya tenía
rodeada la montaña, atacó a los emboscadores con ferocidad, sin dejar escapar a
ninguno.
Una
vez en la ciudad del Cusco, Inca Yupanqui ordenó a su amigo Vica Quirao que
regresara a su padre Viracocha Inca y le informara que debía venir a la ciudad,
ya que tenía preparadas las pertenencias para que pudiera celebrar un triunfo
con ellas. Además, ordenó que tres mil hombres lo acompañaran y custodiaran en
su viaje de regreso. Vica Quirao partió hacia el peñol donde se encontraba
Viracocha Inca, y al llegar encontró a este último y a sus seguidores en
profundo duelo por la muerte de los hombres que Inca Yupanqui había eliminado
en la emboscada, incluyendo a varios señores principales. Ante la noticia de
que una gran fuerza militar se dirigía hacia ellos desde el Cusco, Viracocha
Inca sospechó que su hijo planeaba atacarlos. En consecuencia, convocó una
rápida reunión con sus seguidores, acordando que, si su hijo venía en son de
guerra, deberían aceptar cualquier pedido de vasallaje que él hiciera, o
cualquier propuesta de negociación que pudiera surgir.
Para
averiguar quién estaba llegando y con qué propósito, Viracocha Inca ordenó que
saliera un señor, vestido de luto y llorando, acompañado por otros diez indios
en la misma condición. Estos salieron del peñol uno tras otro, con el señor al
frente, mientras los que iban detrás observaban cómo eran recibidos por la
gente que se aproximaba. Si eran arrestados o maltratados de alguna manera,
debían informarlo al regresar.
Así,
este señor salió como ya he descrito. Cuando llegaron donde estaba Vica Quirao,
hicieron su saludo protocolario, y Vica Quirao respondió de la misma manera. Al
verlos llegar llorando, Vica Quirao les preguntó qué les había sucedido, aunque
sospechaba la razón, ya que sabía que Inca Yupanqui había matado a uno de sus
hermanos en la emboscada. El señor explicó que lloraba por la muerte de su
hermano en la emboscada. Vica Quirao reprendió al señor por su comportamiento y
le dijo que era una acción deshonrosa y premeditada. El señor respondió que él
no era culpable y que Viracocha Inca había tomado la decisión sin consultarlos.
Ante esto, Vica Quirao le dijo que, si Viracocha Inca había tomado esa
decisión, que se quedara con lo que había ganado, ya que no podía devolverles a
los amigos y parientes que habían perdido. El señor insistió en que lo hecho
estaba hecho y que no se podía cambiar, y que Viracocha Inca había actuado de
manera insensata al tomar esa decisión. Luego, le pidió a Vica Quirao que le
explicara cuál era el propósito de su visita y qué demandaba. Vica Quirao le
informó sobre la situación, y luego el señor reveló el arma que les había entregado
Viracocha Inca y los acuerdos a los que habían llegado, así como el motivo de
su salida.
Al
escuchar todo esto, Vica Quirao y los que lo acompañaban no pudieron contener
la risa, y el ambiente se volvió tan alegre que incluso el señor que había
llegado con noticias tristes terminó riendo con ellos. Juntos, se dirigieron
hacia donde se encontraba Viracocha Inca. Sin embargo, antes de llegar, Vica
Quirao pidió permiso para adelantarse y tranquilizar a Viracocha Inca, quien
había quedado perturbado por las noticias que había recibido. Así, el señor fue
primero a informar a Viracocha Inca sobre lo que Vica Quirao llevaba.
Un
poco después, Vica Quirao llegó ante Viracocha Inca, le rindió su respeto y le
comunicó el mensaje enviado por Inca Yupanqui, como se ha mencionado
anteriormente. En respuesta, Viracocha Inca expresó que le hubiera gustado
aceptar la invitación de Inca Yupanqui si no fuera porque consideraba
humillante regresar al Cusco después de haber huido de él. Consideraba que no
sería apropiado volver a la ciudad después de haber sido vencido por un joven
como su hijo Inca Yupanqui. En lugar de eso, planeaba quedarse en el peñol de
Cayuca Xaquixaguana, donde pensaba establecer un nuevo pueblo con la gente que
lo acompañaba, y allí esperaba pasar el resto de sus días. Así, Viracocha Inca
cumplió su palabra y fundó un pueblo en aquel peñol, ubicado a siete leguas del
Cusco, sobre Calca, construyendo la mayoría de las casas con piedra tallada.
Al
comprender la naturaleza guerrera y afable de Inca Yupanqui, cualidades que le
eran conocidas desde su infancia, y considerando su posición como señor y el
éxito de sus grandes empresas, muchos de los que estaban con Viracocha Inca en
el peñol decidieron dirigirse hacia la ciudad del Cusco. Inca Yupanqui los
recibió con alegría, y aquellos que llegaban se disculpaban, explicando que los
había llevado su padre. Sin embargo, Inca Yupanqui les respondía con
comprensión, afirmando que no guardaba rencor contra ellos y reconociendo que
habían actuado en lealtad hacia su padre, quien era el señor de todos. Cuando
llegaban a donde él estaba, Inca Yupanqui los recibía cordialmente y les
otorgaba tierras, mujeres, casas y vestimenta. Además, nunca les confiscaba
ninguna de las posesiones que habían dejado cuando partieron con su padre, como
casas, tierras, provisiones de alimentos o ropas. Al contrario, les aseguraba
que él había quedado como guardián de sus propiedades y que velaría por ellas
en su ausencia. Les instaba a que revisaran sus casas y pertenencias,
asegurándoles que cualquier cosa faltante sería restituida, ya que él estaba
comprometido a proteger y preservar lo que les pertenecía.
Inca
Yupanqui había tomado precauciones para asegurarse de que nadie ingresara a las
casas que habían quedado desocupadas, pues confiaba en que los antiguos
residentes, al reconocer la magnificencia de sus hogares, regresarían por
voluntad propia. Y así fue, como ya se ha mencionado.
Volviendo
a Vica Quirao, quien había permanecido con Viracocha Inca intentando
persuadirlo para que regresara a la ciudad, nunca logró convencerlo. Después de
tres días de estar en su compañía y darse cuenta de la firme decisión de
Viracocha Inca de no retornar al Cusco, Vica Quirao regresó a la ciudad. Al
llegar, informó a Inca Yupanqui sobre la respuesta de Viracocha Inca y todo lo
que había ocurrido durante su estancia con él. Inca Yupanqui se entristeció al
ver que su padre se negaba a retomar su posición como señor como lo había hecho
antes.
Viendo
esta muestra de apoyo y la multitud de más de cincuenta mil hombres de guerra
que se habían unido a él, Inca Yupanqui decidió reunir a toda su gente. Estos
hombres eran los que los señores de las regiones cercanas se habían
comprometido a proporcionarle en caso de necesidad, y al ver la gran cantidad
de personas que acudían en su favor, se lanzaron con toda su fuerza para
ayudarlo. Los comarcanos se unieron a la causa de Inca Yupanqui y le brindaron
su apoyo.
Después
de la batalla contra Uscovilca y la victoria obtenida por Inca Yupanqui, se
dice que la gente enviada por Viracocha Inca desapareció rápidamente, y solo
quedaron alrededor de cincuenta o sesenta mil hombres, debido a la mezcla de
los comarcanos entre la gente de Inca Yupanqui.
Inca
Yupanqui ordenó que le trajeran todo el botín de la batalla delante de él y
seleccionó lo mejor para ofrecerlo como sacrificio al Viracocha, en
agradecimiento por la victoria sobre sus enemigos. El resto del botín fue
distribuido entre todas sus tropas según su rango y servicios prestados.
La
magnificencia del nuevo Señor y su habilidad para recompensar los servicios
prestados se extendieron por toda la región, lo que generó gran satisfacción
entre los habitantes. Por lo tanto, muchos caciques y personas de todas partes
acudieron a ofrecerle su lealtad y reconocerlo como su Señor.
Mientras
Inca Yupanqui estaba en esta situación, recibió un mensajero de uno de sus
capitanes que estaba de guardia en una ciudad a dos leguas de distancia. El
mensajero informó que los capitanes enemigos que habían escapado de la batalla
y se habían refugiado en Xaquixaguana, ahora estaban reagrupados y se habían
aliado con los naturales de esa región. Además, recibieron refuerzos de su
tierra y los otros cuatro capitanes de Uscovilca, que habían sido enviados por
Paucaray para explorar las provincias de Condesuyo y Andesuyo. Estos enemigos
planeaban atacar a Inca Yupanqui al día siguiente por la mañana para vengar la
muerte de Uscovilca.
Ante
esta noticia, Inca Yupanqui ordenó a sus tres buenos amigos, así como a los
demás caciques y señores que habían venido a servir en su corte, que reunieran
a la gente de guerra y la llevaran a un campo designado, cada uno con sus
armas. Después de contar a todos, descubrieron que tenían cien mil hombres de
guerra, una fuerza que se había unido a él debido a su gran reputación. Se
estimaba que los enemigos contaban con casi doscientos mil hombres.
Así,
Inca Yupanqui ordenó la formación de cuatro escuadrones con su gente,
designando a cada cacique como líder de su propio contingente. Nombró a sus
tres buenos amigos como generales de los tres escuadrones, tomando el mando de
uno de ellos para sí mismo. Después de equipar a todos con las armas
necesarias, condujo su ejército en busca de sus enemigos.
Los
enemigos, al enterarse de la salida del ejército de Inca Yupanqui desde el Cusco,
regresaron a Xaquixaguana, donde lo esperaron. En el día de la batalla, cuando
Inca Yupanqui vio a sus enemigos, se volvió para observar a su propia gente y
escuadrones. Se sorprendió al ver la gran cantidad de personas que se habían
unido para ayudarlo, que no pudieron ser contadas. Con valentía, se enfrentó a
sus enemigos, rodeándolos y atacándolos desde todos los lados.
La
batalla fue extremadamente cruenta y reñida, comenzando temprano en la mañana,
alrededor de las diez, según lo señalado por ellos, y continuando hasta la hora
de las vísperas. Finalmente, la victoria fue reconocida por Inca Yupanqui,
habiendo causado más de treinta mil bajas en el bando enemigo. No hubo ningún
sobreviviente entre los Chancas, los cuales eran los enemigos, incluidos los
naturales de Xaquixaguana, que habían participado en la batalla y se habían
hecho reconocibles por el incienso en sus cabellos.
Después
de la victoria y el final de la batalla, todos los habitantes de Xaquixaguana
se reunieron frente a Inca Yupanqui y se postraron ante él en señal de
sumisión. Los seguidores de Inca Yupanqui estuvieron a punto de matarlos por
haber presenciado la muerte de sus camaradas en la batalla. Sin embargo, Inca
Yupanqui intervino para protegerlos, argumentando que su presencia entre los
Chancas podría haber sido simplemente debido a la ubicación de la batalla en su
territorio, y que no merecían ser castigados por ello. Los de Xaquixaguana
también dieron las mismas explicaciones y se disculparon.
Luego,
Inca Yupanqui ordenó que se les rapara el cabello, ya que eran de noble linaje.
Los habitantes de Xaquixaguana accedieron voluntariamente a esta orden,
reconociendo la voluntad del Inca y aceptando su generosidad. Después de este
gesto, Inca Yupanqui les permitió regresar a su pueblo en paz. Además, instruyó
a sus capitanes para que protegieran a los habitantes de Xaquixaguana y les
devolvieran cualquier propiedad que les hubiera sido confiscada durante el
saqueo.
Después
de convocar a todos los prisioneros ante él, Inca Yupanqui les preguntó cuál
había sido la razón por la cual, a pesar de conocer su gran poder, habían
decidido enfrentarse en batalla una vez más. Entre los prisioneros se
encontraban los cuatro capitanes de Uscovilca que habían sido enviados a reconocer
las tierras, como se ha narrado anteriormente. Estos capitanes explicaron que
la razón detrás de su decisión de librar la batalla fue el éxito que habían
experimentado en sus conquistas anteriores y en los enfrentamientos que habían
tenido. Detallaron cómo siempre habían salido victoriosos en estas jornadas,
sin experimentar derrotas, lo que los había llevado a creer que tenían la
ventaja en el campo de batalla. Basándose en este historial de victorias,
creían que podrían restaurar la pérdida de su Señor y vengar su muerte al
enfrentarse a Inca Yupanqui.
Inca
Yupanqui respondió diciendo que los prisioneros habían juzgado mal la
situación. Les señaló que, si tuvieron victorias en las tierras que habían
conquistado, debían reconocer que estas victorias se debían a la fortuna de su
Señor Uscovilca, quien los había enviado en esas misiones. Sin embargo, al
enterarse de la derrota y muerte de su Señor, debieron entender que su suerte
había cambiado y que ya no contaban con la misma ventaja. Por lo tanto, afirmó
que tanto ellos como otros que estuvieran involucrados serían castigados en ese
lugar como advertencia para aquellos que pudieran ser tentados a seguir un
camino similar en el futuro.
Ordenó
que los prisioneros fueran llevados y ejecutados en el sitio de la batalla como
ejemplo para los demás. En presencia de todo su ejército, mandó erigir muchos
postes en los cuales serían ahorcados. Luego, sus cabezas serían cortadas y
colocadas en lo alto de los postes, mientras que sus cuerpos serían quemados y
reducidos a cenizas, las cuales serían esparcidas por el aire desde los cerros
más altos como un recordatorio de su destino. Además, prohibió que se
enterraran los cuerpos de los enemigos caídos en batalla, permitiendo que
fueran devorados por los animales carroñeros y que sus huesos quedaran
expuestos como una advertencia para otros. Todo esto se llevó a cabo de acuerdo
con sus órdenes.
Una
vez completado esto, Inca Yupanqui ordenó que se recogiera todo el botín y las
joyas de oro y plata obtenidas en la batalla. Una vez reunido y revisado por él
mismo, ordenó que todo el tesoro fuera llevado a la ciudad del Cusco, donde
planeaba distribuirlo entre sus seguidores y amigos. El botín fue transportado
junto con él a la ciudad, donde, al llegar, lo distribuyó entre los suyos,
dando a cada uno lo que consideraba adecuado según su posición y dignidad.
Después
de haber repartido el botín, Inca Yupanqui mandó que se trajera una cantidad
suficiente de ropa, ganado y otros suministros de la ciudad, según su criterio,
para satisfacer las necesidades de todos. Esta provisión fue repartida entre
toda su gente por orden de sus capitanes, asegurando así que todos recibieran
su parte.
Después
de haber concedido estas y muchas otras mercedes a sus capitanes, Inca Yupanqui
les ordenó que regresaran a sus tierras para descansar, agradeciéndoles por el
apoyo y la ayuda que le habían brindado. Todos se despidieron y se fueron,
dejando a Inca Yupanqui en su ciudad con los suyos.
Al
despedirse, los señores le pidieron a Inca Yupanqui que los recibiera bajo su
amparo y protección, y que aceptara la borla del Estado para convertirse en
Inca. Inca Yupanqui agradeció sus palabras y les respondió que mientras su
padre estuviera vivo, no sería apropiado que él tomara la borla del Estado, ya
que era el Señor actual. Les pidió que, en cambio, cumplieran dos solicitudes:
primero, que fueran a donde estaba su padre y lo respetaran y obedecieran como
su legítimo Señor; segundo, que lo consideraran como su amigo y hermano, y que
estuvieran dispuestos a ayudarlo cuando él los necesitara. Los señores
aseguraron que lo harían, reconociéndolo como su Señor y prometiendo cumplir
sus deseos en el futuro. Inca Yupanqui les agradeció por su lealtad.
Y
así, los señores caciques se marcharon, y Inca Yupanqui se quedó en la ciudad.
Los señores fueron directamente hacia donde estaba Viracocha Inca. Después de
presentarle sus respetos según lo indicado por Inca Yupanqui, le informaron que
Inca Yupanqui los enviaba para ofrecerle sus servicios. Al ver a tantos señores
y tanto poder delante de él, Viracocha Inca se sintió muy complacido, pues
necesitaba su ayuda para obtener recursos y construir el pueblo que tenía
planeado.
Viracocha
Inca les dio una cálida bienvenida, levantándose de su asiento para abrazarlos
a todos antes de volver a sentarse. Ordenó que les sirvieran vasos de chicha,
una bebida tradicional, y que les ofrecieran coca, una hierba preciada que
masticaban. Después de repartir la coca entre los señores, Viracocha Inca se
puso de pie y, considerando el amor y respeto que le tenían y que también
sentían por su hijo, decidió animarlos con un discurso. Agradeció a los señores
por su apoyo hacia él y su hijo, mencionando que hasta ese momento él había
sido el Señor del Cusco, pero que ahora su hijo, Inca Yupanqui, sería el nuevo
Señor, y que deberían obedecerlo y respetarlo como tal. Acto seguido, renunció
públicamente a la insignia y la borla real, colocándola en la cabeza de su hijo
Inca Yupanqui.
Después
de escuchar las palabras de Viracocha Inca, los señores se pusieron de pie uno
por uno y le expresaron su profundo agradecimiento por renunciar a la dignidad
en favor de su hijo Inca Yupanqui, a quien amaban y respetaban como Señor. Una
vez expresadas sus gratitudes, volvieron a sentarse.
Viracocha
Inca les pidió ayuda para construir un pueblo en el peñol donde se encontraba.
Los señores respondieron que estaban dispuestos a hacer cualquier servicio que
él les pidiera, siguiendo las instrucciones de su Señor Inca Yupanqui. Le
solicitaron que les indicara cuándo quería comenzar la construcción, para que
pudieran enviar a sus principales e indígenas para ayudar en la obra. También
ofrecieron enviar maestros expertos en albañilería para garantizar que los
edificios se construyeran según las especificaciones de Viracocha Inca.
Agradecido
por su disposición y generosidad, Viracocha Inca les ofreció regalos,
incluyendo hondas, petacas de coca, ropa fina y otras cosas valiosas. Después
de repartir los regalos entre los señores, les ofreció bebidas y más coca para
compartir.
Después
de haber concluido todos los preparativos y gestos de generosidad, Viracocha
Inca se puso de pie y agradeció sinceramente el apoyo y amor que mostraban
hacia él y su hijo. Les comunicó el mes y el tiempo en que deberían enviar sus
indígenas y gente para participar en la construcción del pueblo. Los señores,
mostrando su acuerdo y disposición para cumplir con lo acordado, se levantaron
y le ofrecieron su respeto antes de despedirse de él. Con esto, dejamos a
Viracocha Inca y dirigimos nuestra atención hacia Inca Yupanqui.
Una
vez que los señores caciques se dirigieron hacia donde estaba Viracocha Inca,
Inca Yupanqui se quedó solo en la ciudad del Cusco con sus seguidores. Después
de descansar durante dos días, sintió que ya era hora de ocuparse y decidió
ejercitarse personalmente. Por lo tanto, al amanecer de un día, salió de la
ciudad acompañado de los señores que estaban con él. Durante ese día y el
siguiente, recorrieron todas las tierras alrededor de la ciudad para
inspeccionarlas. Al tercer día, se dedicaron a examinar el lugar donde estaba
fundada la ciudad del Cusco.
Durante
estas exploraciones, observaron que las tierras circundantes estaban mayormente
ocupadas por ciénagas y pantanos, como se ha narrado anteriormente en la historia.
Las viviendas de los habitantes eran pequeñas, hechas de paja y mal
construidas, sin ningún tipo de planificación urbana que incluyera calles.
Además, se dieron cuenta de que el pueblo de Cayaucachi, que ahora es parte de
la gran ciudad del Cusco, era en ese momento el principal asentamiento cercano.
Viendo
Inca Yupanqui el estado precario en que se encontraba el pueblo del Cusco y las
tierras circundantes, decidió que era necesario reconstruirlo desde cero. Antes
de comenzar a construir casas o redistribuir las tierras, consideró que sería
apropiado erigir una casa dedicada al sol. En esta casa, se colocaría una
imagen en el lugar donde reverenciarían y ofrecerían sacrificios al sol.
Aunque
los incas tenían la creencia en un ser supremo al que llamaban Viracocha
Pachayachachic, al cual atribuían la creación del sol y todo lo que existe en
el cielo y la tierra, muchos de ellos, debido a su falta de alfabetización y
conocimientos, tenían opiniones divergentes sobre quién era el verdadero
creador. Algunos consideraban al sol como el hacedor, mientras que otros
mencionaban a Viracocha. En diferentes partes del territorio, las influencias
del demonio, según la narración, los confundían y los mantenían en la
oscuridad, llevándolos a adorar diferentes entidades, como la luna o los
volcanes de Arequipa, creyendo que estos eran sus dioses y creadores.
Inca
Yupanqui, deseando erigir una casa y un santuario en honor a quien él
reverenciaba, recordó la visión que había tenido antes de la batalla, en la que
había visto a una figura resplandeciente que le infundió gran temor. Aunque
nunca supo quién era esta entidad, consideró que debido al resplandor que
emitía, debía tratarse del sol. En su visión, la figura le habría dicho:
"Hijo, no tengas temor". Basándose en esta experiencia, y
considerando que él y los suyos lo llamaron posteriormente "Hijo del
Sol", decidió construir la Casa del Sol siguiendo esta inspiración.
Inca
Yupanqui convocó a los líderes y habitantes de la ciudad del Cusco y les
comunicó su intención de construir la Casa del Sol. Ellos expresaron su
disposición para llevar a cabo la construcción, ya que consideraban que era un
deber de los nativos de la ciudad edificar este tipo de estructuras. Inca
Yupanqui les indicó que la construcción debía comenzar de inmediato, ya que esa
era su decisión. Después de examinar el sitio donde se construiría la casa,
Inca Yupanqui trazó los planos con un cordel, realizando personalmente las
mediciones necesarias.
Posteriormente,
se trasladó a un pueblo llamado Salu, ubicado a unas cinco leguas de la ciudad,
donde se encontraban las canteras de piedra necesarias para la construcción.
Allí, midió las piedras requeridas y las marcó para ser transportadas al lugar
de construcción de la Casa del Sol. Las comunidades cercanas proporcionaron las
piedras necesarias y otros materiales requeridos para la construcción.
Inca
Yupanqui supervisó de cerca la obra, junto con otros líderes, asegurándose de
que se llevara a cabo de acuerdo con sus planos y especificaciones. Todos
contribuyeron al trabajo de construcción, lo que permitió que la obra avanzara
rápidamente y se completara en poco tiempo.
Una
vez completada la construcción de la Casa del Sol, Inca Yupanqui ordenó que se
reunieran quinientas mujeres doncellas, las cuales fueron llevadas al lugar de
la casa. Allí, estas mujeres fueron ofrecidas al sol para que sirvieran en la
casa y permanecieran allí como en un convento, dedicadas al servicio del sol de
manera similar a las monjas. Luego, Inca Yupanqui seleccionó a un respetable anciano
de la ciudad del Cusco, considerado un hombre de buen carácter y reputación
ejemplar, para que fuera el encargado y administrador de la Casa del Sol.
Además,
se asignaron doscientos jóvenes como sirvientes del sol, quienes serían
responsables de realizar diversas tareas dentro de la casa. También se
designaron tierras específicas para el cultivo por parte de estos doscientos
yanaconas, quienes trabajarían en ellas para proveer los alimentos necesarios
para el servicio del sol y el mantenimiento de la casa.
Después
de completar los preparativos, Inca Yupanqui ordenó a los señores del Cusco
que, dentro de diez días, prepararan una gran cantidad de maíz, ovejas y
corderos, así como también ropa fina y una suma de niños y niñas llamados
Capacocha, todo ello destinado para ser sacrificado al sol. Transcurridos los
diez días y con todo listo, Inca Yupanqui mandó encender un gran fuego. Luego,
ordenó que las ovejas y los corderos fueran sacrificados y arrojados al fuego,
junto con la ropa y el maíz, todo como ofrenda al sol.
Los
niños y niñas que se habían reunido, vestidos y adornados adecuadamente, fueron
enterrados vivos en la casa especialmente dedicada para el culto del sol. Con
la sangre de los corderos y las ovejas, se realizaron ciertas marcas en las paredes
de la casa, como parte de un ritual de consagración. Inca Yupanqui y sus
compañeros participaron en el sacrificio descalzos, mostrando gran reverencia
hacia la casa y el sol. Este acto ritual tenía un significado especial y
simbólico para consagrar la casa al sol.
—Disculpe
que le interrumpa, ¿los niños fueron enterrados vivos? —preguntó don Lorenzo.
—Sí,
así es..., eso es lo que mi mujer y otros de su familia me han contado
—respondió don Juan, suspirando profundamente.
—Es
terrible. Pero continúe, por favor, y disculpe la interrupción —dijo,
visiblemente afligido, don Lorenzo.
—Claro,
sigamos entonces...
Asimismo,
utilizando la sangre de los sacrificios, Inca Yupanqui hizo ciertas marcas en
la cara del señor designado como mayordomo de la casa del sol, así como en los
rostros de sus tres amigos y de las mamaconas monjas que servirían en el templo
del sol. Luego, ordenó que todos los habitantes de la ciudad, tanto hombres
como mujeres, acudieran a realizar sus sacrificios en la casa del sol.
Los
sacrificios consistieron en quemar cierto maíz y coca en el fuego preparado
para la ocasión. Cada persona entraba descalza, con los ojos bajos, y al salir
después de realizar su sacrificio, el mayordomo del sol marcaba sus rostros con
la sangre de las ovejas. A aquellos que salían se les ordenaba ayunar desde ese
momento hasta que se terminara de hacer el bulto del sol de oro. Durante este
ayuno, no podían comer carne, pescado, guisos, ni tener relaciones sexuales, y
solo podían consumir maíz crudo y chicha. Quien quebrantara el ayuno sería
sacrificado al sol y quemado en el mismo fuego del sacrificio.
Después
de establecer el fuego sagrado que debía arder continuamente tanto de día como
de noche, Inca Yupanqui ordenó que la leña para ese fuego fuera preparada y
quemada mientras se realizaban sacrificios en el fuego. Estos sacrificios eran
llevados a cabo por las mamaconas del sol, quienes también estaban en ayuno, al
igual que Inca Yupanqui y los demás señores.
Una
vez organizado esto, Inca Yupanqui convocó a los plateros y artesanos más
hábiles de la ciudad y les proporcionó todo lo necesario en las Casas del Sol.
Les encomendó la tarea de crear una estatua de oro sólido, hueca por dentro,
con la apariencia y tamaño de un niño de un año, desnudo. Esta decisión se basó
en la experiencia de Inca Yupanqui, quien afirmaba haber visto en un sueño a un
niño resplandeciente que se le apareció antes de la batalla contra Uscovilca,
como se ha mencionado anteriormente. El resplandor era tan intenso que no le
permitió ver claramente la figura del niño. Por lo tanto, instruyó la creación
de esta estatua con la misma apariencia que vio en su visión. La fabricación de
esta estatua tomó un mes, durante el cual se llevaron a cabo numerosos
sacrificios y ayunos.
Una
vez terminada la estatua, Inca Yupanqui ordenó que el señor designado como
mayordomo del sol la tomara con gran reverencia. Este señor vistió al ídolo con
una camiseta elaborada con tejidos de oro y lana, decorada con diversas
labores. Además, le colocó una atadura en la cabeza según la costumbre local,
una borla similar a la de los señores y una patena de oro encima de ella. En
los pies del ídolo, le puso zapatos llamados "usutas", también de
oro.
Inca
Yupanqui, descalzo como era su costumbre, se acercó al ídolo con gran respeto y
reverencia. Luego, tomó la estatua en sus manos y la llevó al lugar designado
para su residencia. Este lugar estaba adornado con un escaño elaborado con
madera y cubierto con plumas de pájaros de diferentes colores y tonos
tornasolados. Inca Yupanqui colocó el ídolo en este escaño.
Una
vez que el ídolo estuvo en su lugar, se encendió un brasero de oro delante de
él. En este brasero se arrojaron algunos pájaros pequeños, granos de maíz y se
derramó chicha, todo como ofrenda al sol. Se decía que estas ofrendas eran
consumidas por el sol y que, al hacerlo, se le estaba alimentando. A partir de
entonces, esta costumbre se llevaba a cabo regularmente, con el mayordomo del
sol encargado de preparar y ofrecer diversas comidas y manjares al ídolo,
quemándolos frente a él por la tarde y por la mañana, como se ha descrito.
A
partir de entonces, la adoración al ídolo se llevaba a cabo regularmente. Solo
los principales señores tenían permiso para entrar en el recinto donde se
encontraba el ídolo, y lo hacían con gran reverencia y respeto, descalzos y con
la cabeza inclinada. Inca Yupanqui solía entrar solo y personalmente realizaba
los sacrificios de ovejas y corderos, encendiendo el fuego y quemando las
ofrendas. Mientras él llevaba a cabo el sacrificio, ningún otro señor se
atrevía a entrar, permaneciendo todos en el patio donde realizaban sus propias
ofrendas, reverencias y adoraciones.
Para
que la gente común también pudiera adorar, pero fuera del recinto reservado
para los señores, Inca Yupanqui mandó colocar una piedra en el centro de la
plaza del Cusco, donde ahora se encuentra el rollo. Esta piedra, con forma de
pan de azúcar puntiagudo hacia arriba y revestida con una lámina de oro, fue
labrada el mismo día que se mandó hacer el bulto del sol. Esta piedra servía
como un lugar de adoración para la gente común, mientras que el bulto del sol y
la Casa del Sol eran reverenciados exclusivamente por los señores. Tanto la
casa como sus objetos sagrados, así como sus sirvientes y trabajadores, eran
considerados como algo sagrado y consagrado.
Mientras
construían la casa, ocurrió un incidente: al colocar una piedra, esta se
quebró, dejando un pedazo de unos tres dedos de ancho y largo. Inca Yupanqui
ordenó que se fundiera cierta cantidad de plata y se vaciara en la grieta de la
piedra rota de tal manera que llenara exactamente el espacio de la rotura. Este
trabajo se realizaba en piedra de cantería, y la unión entre las piedras era
tan perfecta que parecía una línea trazada con un clavo en la piedra.
En
cuanto al sacrificio de animales, durante la ceremonia de la colocación del
ídolo en la casa, la cantidad de ovejas y corderos sacrificados en la ciudad
fue enorme, superando fácilmente los quinientos, aunque la cifra exacta no se
sabe ni se puede enumerar, según cuentan.
Recién
Inca Yupanqui ha impartido una orden crucial. Después de la finalización de los
ídolos y las casas del sol, como seguramente han escuchado, dispuso que todos
los señores, caciques y líderes de las provincias y comarcas cercanas a la
ciudad del Cusco se congregaran en un día designado. Tenía asuntos importantes
que discutir con ellos. Tras recibir la orden, los líderes del Cusco enviaron
rápidamente a sus enviados a las provincias y comarcas, transmitiendo el
mandato de Inca Yupanqui y convocando a los señores para el día señalado en la
ciudad.
Cuando
los señores recibieron la noticia, se apresuraron a llegar a Cusco. Una vez
reunidos, Inca Yupanqui les expresó que el sol estaba a su favor y que merecían
más. Argumentó que, dada la posibilidad de futuras guerras, era necesario que
dividieran y asignaran sus tierras de manera permanente para cultivarlas y
sustentarse, tanto ellos como sus descendientes. Sugirió que cada uno tuviera
tierras claramente delimitadas para trabajar con sus familias y amigos.
Los
señores y habitantes de Cusco, al escuchar esta generosa propuesta de asegurar
tierras para ellos y sus generaciones futuras, le agradecieron unánimemente a
Inca Yupanqui, otorgándole el título honorífico de Intipchuri, que significa
"Hijo del sol".
Posteriormente,
Inca Yupanqui ordenó que todos se dirigieran a un lugar donde estaban representadas
las tierras pintadas. Una vez allí, distribuyó las tierras, asignando a cada
uno la cantidad que consideraba adecuada. Acto seguido, instruyó a tres de sus
amigos para que distribuyeran las tierras entre todos los habitantes de la
ciudad, tal como él las había señalado, y luego regresaran ante él.
Los
señores realizaron la distribución y entregaron las tierras a aquellos que
habían sido beneficiados por la generosidad de Inca Yupanqui. Además, ordenó a
los caciques que contabilizaran los indios que tenían consigo, los cuales
fueron presentados ante él. Conociendo la cantidad de indígenas disponibles,
ordenó a los señores que los distribuyeran en sus respectivas casas, lo cual se
llevó a cabo de inmediato.
Al
día siguiente, Inca Yupanqui dispuso que cada habitante de Cusco saliera a
arreglar y mejorar las tierras que les habían sido asignadas, construyendo
canales y sistemas de riego, todo ello utilizando piedra de cantería para
asegurar la durabilidad de las obras. Les indicó que erigieran hitos y mojones
altos para marcar los límites de las tierras, colocando una carga de carbón
debajo de cada uno. Explicó que, si alguna vez se derribaban los mojones, la
presencia de carbón permitiría identificar los límites de las propiedades.
Inca
Yupanqui permaneció durante algunos días supervisando el proceso de arreglo de
las tierras, deleitándose al ver cómo cada individuo trabajaba en su parcela
asignada. Aquellos que enfrentaban dificultades recibían su ayuda y apoyo.
Viendo
que el proceso de construcción y reparación de las tierras estaba tomando más
tiempo del esperado y que requería ayuda adicional, Inca Yupanqui convocó a los
señores y caciques a su casa en un día determinado, tal como había ordenado.
Los líderes acudieron puntualmente a su llamado, y una vez reunidos, Inca
Yupanqui les expresó la urgente necesidad de establecer depósitos de alimentos
en la ciudad del Cusco. Estos depósitos debían contener maíz, ají, fríjoles,
chochos, chicha, quinua, carne seca y otros suministros esenciales.
Los
señores y caciques, en respuesta, manifestaron su disposición para cumplir con
este pedido y se ofrecieron a enviar orejones (nobles) junto con los indios de
sus respectivas comunidades para recolectar los alimentos necesarios en sus
tierras. Esta iniciativa representaba un servicio crucial para la ciudad del Cusco
y para su Señor, Inca Yupanqui, y los líderes estaban ansiosos por contribuir
en este aspecto, siendo este el primer servicio de este tipo que realizaban y
algo que habían deseado hacer durante mucho tiempo.
Inca
Yupanqui agradeció sinceramente la disposición de los señores y caciques y les
instruyó a coordinar con los orejones que partirían hacia los pueblos y
provincias para recolectar los alimentos. Los señores y sus capitanes se
encargaron de organizar esta tarea, celebrando una reunión conjunta con los
caciques para determinar qué alimentos debía proporcionar cada provincia y cómo
contribuirían a la causa común.
Los
caciques presentes recibieron la distribución de los depósitos que debían
establecer y se les indicó el periodo de tiempo en el que debían mantenerlos,
estableciéndose como una práctica in perpetuum, a menos que el Inca
dispusiera lo contrario. Los caciques aceptaron este encargo con gusto,
reconociendo la capacidad de Inca Yupanqui para valorar y retribuir
adecuadamente todo servicio que se le brindara.
Durante
la reunión, los señores y caciques designaron a los orejones y líderes
principales que acompañarían a los grupos encargados de recolectar los
alimentos y provisiones. Estos grupos se dispersaron para cumplir con sus
respectivas tareas.
Una
vez finalizada la reunión, los caciques se dirigieron hacia Inca Yupanqui para
informarle sobre las decisiones tomadas y solicitarle que les indicara los
lugares específicos donde debían construir los depósitos. Los caciques ya
habían distribuido entre ellos las áreas asignadas para la construcción de los
depósitos. Inca Yupanqui, entonces, les señaló ciertas zonas en las laderas de
las sierras que rodeaban la ciudad del Cusco, lugares visibles desde su residencia.
Les instruyó que construyeran los depósitos en esos sitios para que, cuando
llegaran los alimentos recolectados, tuvieran un lugar adecuado para
almacenarlos.
Los
señores se dirigieron a los lugares designados por Inca Yupanqui y comenzaron
la construcción de los depósitos conforme a sus instrucciones. La tarea de
completar los depósitos y distribuir las tierras llevó aproximadamente cinco
años, debido a la gran cantidad de depósitos que se construyeron bajo las
órdenes de Inca Yupanqui. Su objetivo era asegurar una reserva abundante de
alimentos para la ciudad del Cusco, lo que le permitiría emprender proyectos
como la reconstrucción en cantería de la ciudad y la restauración de los
arroyos cercanos. Al tener garantizada una provisión constante de alimentos,
planeaba emplear la mano de obra necesaria para llevar a cabo estas ambiciosas
obras de construcción.
Una
vez finalizados los depósitos y completada la distribución de las tierras, Inca
Yupanqui convocó a los caciques y señores que habían servido diligentemente en
todas las tareas anteriores. Reconociendo su servicio y deseando recompensarlos
adecuadamente, les entregó numerosas joyas de oro y plata que había mandado
labrar durante el tiempo de trabajo en los proyectos. Además, le obsequió a
cada uno dos vestidos de la ropa de su guardarropa personal. Asimismo, le
asignó a cada uno una mujer del linaje nativo del Cusco para que fuera la
principal en la casa de cada cacique, estableciendo que los hijos de estas
mujeres heredarían los estados y señoríos de sus padres.
Inca
Yupanqui fundamentó estas concesiones en los lazos de parentesco que había
establecido, confiando en que esta conexión aseguraría la lealtad y la amistad
continua entre los caciques y la ciudad del Cusco. Al ver las generosas
concesiones otorgadas y el respeto que les mostraba, los caciques se inclinaron
para besarle los pies y le expresaron su profundo agradecimiento por las
oportunidades brindadas.
Inca
Yupanqui les ordenó a los caciques que regresaran a descansar a sus tierras y
que después de un año volvieran a la ciudad del Cusco. Durante este período,
les instó a que en sus tierras se sembraran abundantes cosechas de todos los
tipos de alimentos, anticipando futuras necesidades. Además, les encomendó que
evitaran la ociosidad entre los jóvenes y las mujeres, ya que temía que esto
pudiera fomentar malos hábitos y comportamientos.
Les
aconsejó que, cuando no estuvieran ocupados en la siembra, se dedicaran a
actividades relacionadas con la guerra, como practicar el uso de hondas, el
tiro con arco, el combate con hachas y lanzas, entre otras habilidades. Estos
ejercicios debían realizarse en sus propias tierras, con grupos organizados
para simular batallas. Los caciques, al escuchar estas directrices, aseguraron
que seguirían sus consejos y reconocieron la sabiduría de sus palabras.
Con
este mensaje final, Inca Yupanqui despidió a los caciques, quienes le mostraron
su respeto y obediencia antes de retirarse hacia sus respectivas tierras.
Una
vez que los caciques regresaron a sus tierras, durante el año que estuvieron
ocupados allí, Inca Yupanqui aprovechó el tiempo libre para dedicarse a la
caza, una actividad que realizaba la mayoría de los días. En otras ocasiones,
recorría la ciudad, examinando cuidadosamente su entorno y considerando los
planes y las reformas que tenía en mente para ella. Observó que los dos arroyos
que atravesaban la ciudad representaban un gran problema, ya que durante las lluvias
anuales se desbordaban, erosionando la tierra y expandiéndose hacia la ciudad.
Reconoció que esto constituía un obstáculo para sus planes de construcción, por
lo que decidió que era necesario primero reparar las orillas de los arroyos
para poder llevar a cabo las obras que tenía en mente sin temor a que fueran
dañadas por las inundaciones.
Al
término del año, Inca Yupanqui consideró que era el momento adecuado para que
los señores de las comarcas cercanas vinieran a la ciudad, tal como les había
indicado cuando se despidieron anteriormente. Envió mensajeros para
comunicarles que era hora de que se presentaran en la ciudad, y les pidió que
trajeran consigo todos los animales y provisiones que pudieran, ya que había
llegado el momento en que él y la ciudad los necesitaban.
Los
caciques, al recibir el mensaje, se pusieron en marcha de inmediato, pues ya
habían preparado todo lo que les había solicitado Inca Yupanqui durante su
ausencia. Llegaron a la ciudad del Cusco acompañados de la mayor cantidad de
gente posible, lista para colaborar con los planes y necesidades de su señor.
Una
vez que llegaron a la ciudad del Cusco, los caciques realizaron su ceremonia de
acatamiento al Inca de acuerdo con la costumbre establecida. Al presentarse
ante él, levantaron las manos y los rostros hacia el sol, realizando
reverencias y gestos de respeto tanto al sol como al Inca. Las palabras que
pronunciaban al saludarlo eran: "¡Ah, Hijo del sol amoroso y amigable con
los pobres!". Luego, le presentaban los regalos que habían traído y
procedían a sacrificar ovejas y corderos como muestra de respeto hacia el Inca,
considerado como hijo del sol. Tras este ritual, el Inca los recibía
cordialmente, dándoles la bienvenida y preguntándoles sobre su estado y el de
sus tierras.
Una
vez completadas las formalidades ante el Inca, los caciques entregaban los
regalos que llevaban a los señores del Cusco que estaban presentes en la
audiencia. Luego, se dirigían junto con los señores del Cusco a los depósitos,
donde almacenaban todo el alimento que habían traído consigo.
Después
de cinco días de celebraciones y festividades junto al Inca y los señores del Cusco,
Inca Yupanqui les informó sobre sus planes de reparar y fortalecer las orillas
de los dos arroyos que atravesaban la ciudad, explicándoles los daños que
causaban a la ciudad. Los caciques expresaron su disposición para llevar a cabo
todas las tareas que el Inca les encomendara, y le pidieron que les indicara
cómo debían proceder para poder proveer todo lo necesario para llevar a cabo
las reparaciones.
Así,
Inca Yupanqui indicó a los caciques los puntos de origen de los arroyos y les
señaló el lugar donde debían comenzar los trabajos de fortalecimiento y
reparación, hasta el punto de confluencia de los dos arroyos en Pumachupa
(también conocido como Pumapchupan), que significa "cola de león".
Desde ese punto, ordenó que los trabajos de fortalecimiento y reparación
continuaran hasta llegar a Muyna, que se encuentra a unas cuatro leguas de distancia
de la ciudad. Los caciques midieron con sus cuerdas la distancia desde el punto
de inicio designado por Inca Yupanqui hasta la confluencia de los arroyos, y
luego distribuyeron entre ellos la parte del proyecto que les correspondía.
Una
vez realizado este reparto, Inca Yupanqui les instruyó a traer una gran
cantidad de piedra tosca, ya que el fortalecimiento debía realizarse con este
material. Además, les indicó que la mezcla que se utilizaría entre las piedras
debía ser un barro pegajoso que mantuviera las piedras firmemente unidas
incluso cuando estuvieran mojadas por el agua, evitando que se desprendieran.
Los caciques se encargaron de buscar este barro y preparar la mezcla adecuada,
así como de traer la piedra tosca requerida para la construcción.
Una
vez que todos los materiales estuvieron disponibles, comenzaron con la
construcción del proyecto conforme a las instrucciones de Inca Yupanqui. El
objetivo era que, al repararse este arroyo, se previnieran posibles
inundaciones que podrían dañar las tierras de cultivo y las siembras durante
las épocas de lluvias.
Una
vez completada esta tarea, Inca Yupanqui convocó a los señores del Cusco para
comunicarles algo que consideraba de vital importancia para el bienestar de la
ciudad y su comunidad. Les informó que era esencial establecer depósitos de
ropa en gran cantidad, y para ello planeaba organizar una gran celebración en
honor a los caciques. Durante esta fiesta, una vez que observara que los
caciques estaban contentos, les comunicaría su deseo y les daría instrucciones
para que se encargaran de proveer las necesidades desde sus propias tierras.
Los
señores del Cusco estuvieron de acuerdo con la propuesta y se comprometieron a
asegurarse de que hubiera suficiente chicha para la ocasión, una bebida tradicionalmente
asociada con las celebraciones. Una vez que todo estuvo preparado, informaron a
Inca Yupanqui, quien decidió que la fiesta comenzaría al día siguiente. Convocó
a todos los caciques y señores para comunicarles su intención de celebrar y
regocijarse con ellos, recibiendo su disposición con gran aprecio y gratitud.
Al
día siguiente, temprano en la mañana, se adornó la plaza con una gran cantidad
de juncias y se colocaron numerosos ramos adornados con flores y pájaros vivos.
Los señores del Cusco salieron luciendo sus ropas más preciosas, seguidos por
el Inca y los caciques, quienes llevaban puestas las vestimentas que les había
otorgado el Inca.
Se
dispuso una gran cantidad de cántaros de chicha en la plaza, mientras que las
señoras, tanto las del Inca como las otras principales, llevaron una variedad
de manjares para la ocasión. Todos se sentaron juntos para comer y, después de
la comida, comenzaron a beber. Luego, el Inca ordenó que se trajeran cuatro
tambores de oro, que se colocaron en la plaza a intervalos regulares. Tomándose
de las manos, tanto del lado izquierdo como del derecho de los tambores,
comenzaron a tocarlos mientras cantaban todos juntos.
El
canto comenzó con las señoras que estaban detrás de ellos, quienes relataban la
llegada de Uscovilca y la partida de Viracocha, así como la captura y muerte de
este último por parte de Inca Yupanqui, señalando que el sol lo había
favorecido como a su propio hijo. También mencionaron cómo Inca Yupanqui había
derrotado, capturado y ejecutado a los capitanes que participaron en la última
conspiración.
Después
de esta emotiva canción, en la que alabaron y agradecieron al sol y a Inca
Yupanqui como hijo del sol, todos volvieron a tomar asiento. Continuaron
disfrutando de la chicha, que según ellos era abundante y de excelente calidad.
Además, se les ofreció una gran cantidad de coca, que fue distribuida entre
todos los presentes. Una vez más, se levantaron para realizar un baile y otra
ronda de cánticos, tal como se ha relatado anteriormente.
Esta
celebración duró seis días, al final de los cuales Inca Yupanqui se dirigió a
los caciques y señores presentes para informarles sobre la importancia de
establecer depósitos de ropa en la ciudad del Cusco. Estos depósitos debían
contener tanto prendas de lana como de algodón. Asimismo, destacó la necesidad
de disponer de mantas de cabuya gruesas, provistas de cuerdas en ambos
extremos, que los trabajadores utilizarían para transportar tierra y piedras
necesarias para los trabajos de construcción de los arroyos y otros edificios.
De esta manera, podrían preservar sus propias prendas de lana y algodón. Los
señores caciques estuvieron de acuerdo con esta propuesta y expresaron su
voluntad de llevarla a cabo según las indicaciones de Inca Yupanqui.
Una
vez que se dispersaron de la celebración, los caciques enviaron instrucciones a
sus respectivas tierras, pueblos y provincias. Con el fin de implementar este
beneficio, ordenaron que se reunieran muchas mujeres en sus territorios, a
quienes se les repartió una gran cantidad de lana fina de diversos colores.
Además, se instalaron numerosos telares, tanto para hombres como para mujeres,
con el objetivo de que pudieran confeccionar la ropa correspondiente a cada
medida asignada, tanto en longitud como en anchura, con la mayor celeridad
posible.
Una
vez terminada la confección de estas prendas, estas fueron llevadas a la ciudad
del Cusco. Una vez allí, Inca Yupanqui instruyó a los líderes del Cusco para
que las depositaran en los almacenes especialmente preparados para este propósito.
Con
esto completado, Inca Yupanqui, junto con los señores y los caciques,
continuaron fortaleciendo y reparando los márgenes de los dos arroyos de la
ciudad del Cusco, tal como habían planificado. Siempre supervisaron de cerca el
trabajo de los obreros, procurando que se completara con la mayor rapidez
posible. Esta tarea les llevó cuatro años, durante los cuales se esforzaron al
máximo para finalizarla lo antes posible.
Una
vez completada la tarea, Inca Yupanqui ordenó que se celebrara otra fiesta,
similar a las anteriores, en la que tanto los señores como los demás súbditos
pudieran participar y disfrutar. Esta celebración se prolongó durante treinta
días. Al finalizar este período, el Inca ordenó que un grupo de orejones
saliera de la ciudad del Cusco y visitara las tierras de los señores locales.
Su misión era averiguar y reportar la cantidad de jóvenes solteros y solteras
en esos pueblos y territorios. Instruyó a los caciques y principales que
informaran a sus mayordomos, llamados llactacamayos, de esta solicitud, y que
estos proporcionaran la información requerida a los orejones con la mayor
prontitud posible. Todo este proceso se llevó a cabo sin demora.
Una
vez que los orejones obtuvieron la información solicitada en los pueblos y
provincias, regresaron a la ciudad del Cusco y presentaron sus informes al
Inca. Entendiendo la cantidad de jóvenes solteros y solteras en esos lugares,
el Inca ordenó a sus tres buenos amigos que partieran de inmediato hacia esos
territorios, acompañados por los caciques y señores locales que estaban con él
en ese momento. En presencia de estos líderes, en cada pueblo y provincia que
visitaran, debían casar a los jóvenes de una región con las jóvenes solteras de
otra, y viceversa. Este proceso de emparejamiento se realizaría en las tierras
y bajo la autoridad de los señores caciques que estaban con él, con el objetivo
de fomentar el crecimiento, la multiplicación y el establecimiento de una amistad,
parentesco y hermandad duraderos entre los diferentes grupos.
Una
vez hecho esto, el Inca otorgó generosas recompensas a los señores caciques,
otorgándoles numerosos regalos. Luego, estos señores del Cusco y los demás
caciques partieron para llevar a cabo las instrucciones que se les habían dado.
El
Inca se quedó en la ciudad del Cusco con los habitantes locales y algunos
señores de los pueblos circundantes. Les ordenó que trajeran ante él a un
representante de sus respectivos pueblos, así como a los jóvenes solteros y
solteras que tenían en sus comunidades. Una vez reunidos, el Inca los casó a
todos personalmente. Después de la ceremonia, el Inca distribuyó ropa de los
depósitos para todos los presentes, proporcionando dos vestidos a cada uno, tanto
hombres como mujeres. Además, les dio una manta de cabuya a cada uno, para que
la usaran durante sus labores y ejercicios, y así no gastaran sus vestidos.
También les entregó maíz, carne seca, pescado seco, ovejas y utensilios de
cocina, así como cualquier otro artículo que considerara necesario para
establecerse en sus hogares y tener lo básico para vivir.
El
Inca ordenó que cada cuatro días se distribuyera a todos los habitantes del Cusco
lo que cada uno necesitara en términos de comida y provisiones. Esto se basaba
en el número de personas que vivían en cada hogar, asegurándose de que
recibieran lo necesario tanto para ellos como para sus familias. Para esto, se
sacaban los suministros de los depósitos y se colocaban en la plaza de la
ciudad en grandes montones, desde donde se distribuían equitativamente según
las necesidades de cada uno.
Este
beneficio y provisión ordenado por el Inca Yupanqui continuó durante su
reinado, hasta que la llegada de los españoles a estos territorios llevó a la
pérdida y el cese de estas prácticas.
Inca
Yupanqui decidió establecer una fiesta anual en honor al sol para conmemorar la
victoria que había obtenido y su ascenso al poder. Quería que esta celebración
fuera recordada para siempre, por lo que propuso la institución de una
ceremonia especial durante la fiesta, en la cual se nombraría a ciertos
individuos como orejones mediante rituales y ayunos.
La
designación como orejón era considerada como un distintivo de honor y
prestigio, que identificaría a los habitantes de la ciudad del Cusco como los
hijos del sol. Para garantizar que este título fuera otorgado de manera
adecuada, Inca Yupanqui estableció un proceso ceremonial que involucraba a los
parientes más cercanos del candidato, especialmente a aquellos que fueran
señores o tuvieran posición de autoridad en la sociedad.
En
esta ceremonia, los familiares del candidato celebrarían una fiesta en la que
anunciarían su intención de convertirlo en orejón. Esta fiesta sería una
ocasión para que todos los parientes se reunieran y demostraran su apoyo al
candidato. Aunque el organizador de la fiesta pudiera ser el miembro más rico
de la familia, se esperaba que todos los parientes contribuyeran y brindaran su
respaldo, incluso aquellos que no fueran tan prósperos. Esta medida tenía como
objetivo fomentar la solidaridad y la cooperación entre los miembros de la
comunidad, recordándoles que la prosperidad podía ser volátil y que era
importante apoyarse mutuamente en todas las circunstancias.
Esta
ceremonia no solo conferiría honor al individuo designado como orejón, sino que
también fortalecería los lazos sociales y la cohesión dentro de la sociedad del
Cusco.
Inca
Yupanqui les explicó a los presentes que, además del título de Señor, el
individuo designado como orejón recibiría el sobrenombre de
"Huacchaccuyac", que significa "amoroso de los pobres".
Este sobrenombre sería utilizado tanto por él como por sus descendientes, como
un recordatorio constante de su compromiso con el bienestar de los menos
privilegiados.
Continuando
con sus instrucciones, Inca Yupanqui les indicó que debían elegir un día en el
cual las mujeres de los parientes del candidato a orejón se reunieran. En esta
reunión, los padres del candidato deberían llevar una cantidad suficiente de
lana negra para confeccionar una camiseta para su hijo. Una vez distribuida la
lana entre las mujeres, en otro día acordado, estas deberían hilarla y
confeccionar la camiseta.
El
día en que se confeccionara la camiseta, el candidato a orejón debería partir
temprano por la mañana hacia el campo, en ayunas, acompañado de otros jóvenes
parientes suyos. Su tarea sería recolectar haces de paja, lo cual les enseñaría
la importancia del trabajo y el ayuno, así como el valor de la colaboración y
el esfuerzo en comunidad. La paja recolectada se distribuiría entre las mujeres
que habían confeccionado la camiseta.
Pasados
cinco días, se celebraría otra fiesta, durante la cual las mujeres prepararían
cuatro cántaros de chicha. Estos cántaros estarían sellados herméticamente
desde el momento de su preparación hasta el final de la celebración del sol.
Cada cántaro contendría cinco arrobas de chicha.
Después
de cinco días más, el candidato a orejón debería emprender un ayuno hacia el
cerro de Guanacaure, llevando consigo otro haz de paja para distribuir entre
las mujeres que habían elaborado la chicha. Durante este ayuno, el candidato
solo podría consumir maíz crudo y no debería tener contacto con carne ni sal,
ni siquiera relacionarse con mujeres.
Un
mes después de comenzar este ayuno, los parientes del candidato deberían
llevarle una joven doncella que nunca antes haya estado con un hombre. Durante
este período de ayuno, la doncella prepararía un pequeño cántaro de chicha,
conocido como cáliz.
Después
de llevar a cabo los rituales y ayunos descritos, la joven doncella deberá
acompañar al candidato a orejón en todos los sacrificios y ayunos que realice
durante la duración de la fiesta. Durante estos rituales, la joven preparará un
pequeño cántaro de chicha, llamado cáliz, el cual será llevado por los parientes
del novicio, junto con la propia joven, y entregado al candidato a orejón. Este
será llevado a la guaca de Guanacaure, una distancia de una legua y media desde
la ciudad del Cusco.
Una
vez en la guaca, los parientes del novicio lavarán todo su cuerpo en una fuente
cercana. Luego, le cortarán el cabello muy corto y lo vestirán con la camiseta
de lana negra que las mujeres prepararon anteriormente. También le calzarán
unos zapatos hechos de paja, que el propio joven habrá confeccionado durante su
ayuno, enseñándole así a hacerlos en caso de necesidad durante la guerra.
Además
de la vestimenta, se colocará al novicio una cinta negra en la cabeza, sobre la
cual se colocará una honda blanca. Alrededor del cuello, se le pondrá una
estrecha manta blanca que cuelgue hasta la altura de los pies. Además, se le
entregará un manojo de paja del grosor de una muñeca, con las puntas hacia
arriba, y se le colgará un copo largo de lana blanca en el extremo.
Una
vez que esté preparado de esta manera, el novicio se acercará al ídolo en la
guaca. La joven doncella llenará dos pequeños vasos de chicha del cántaro cáliz
y se los entregará al novicio. Él beberá uno de los vasos, y el otro se lo
ofrecerá al ídolo, el cual derramará la chicha como una ofrenda delante de él.
Después
de completar el ritual en la guaca de Guanacaure, el novicio y sus parientes
regresarán a la ciudad del Cusco. El novicio llevará la paja enhiesta en las
manos, como se le ha indicado. Una vez en la ciudad, se le vestirá con una
camiseta colorada adornada con una lista blanca en el medio, y se le colocará
una cinta colorada en la cabeza con una lista de cualquier color.
Luego,
llevarán al novicio a una guaca llamada Anaguarque, donde realizarán un
sacrificio ofreciendo chicha y encendiendo un fuego. Ante este fuego, ofrecerán
maíz, coca y sebo como ofrendas. Después del sacrificio, los parientes del
novicio, que actúan como padrinos, le entregarán al novicio unas alabardas
grandes y altas hechas de oro y plata.
Una
vez que el sacrificio esté hecho, atarán la paja que el novicio lleva en las
manos a las alabardas, colgando la lana de la paja de los hierros de las
alabardas. Después de atar la paja, cada novicio recibirá una de estas
alabardas. Luego, todos los novicios se reunirán y se les ordenará correr
juntos con las alabardas en las manos, simulando una persecución de enemigos.
El
lugar donde se detengan será observado por otros para determinar quién llegó
primero. El primero en llegar será honrado por sus compañeros y recibirá un
sobrenombre, como "guaman", que significa "halcón". Estos
jóvenes, una vez convertidos en orejones, serán reconocidos por su velocidad y
destreza, y serán los primeros en subir a los peñoles en caso de guerra para
combatir contra los enemigos.
Al
siguiente día, los novicios saldrán de la ciudad para dirigirse a la guaca
designada, llamada Yavirá, que será el ídolo de las mercedes. Una vez allí,
realizarán un gran fuego y ofrecerán ovejas y corderos sacrificados como
ofrenda a la guaca y al sol. La sangre de estos animales se utilizará para
hacer una raya en los rostros de los novicios, desde una oreja hasta la otra,
como señal de respeto y reverencia.
Además
de los animales sacrificados, ofrecerán maíz y coca al fuego con gran
reverencia y respeto, pidiendo al sol que les conceda prosperidad, aumente sus
ganados y los proteja de cualquier mal. Una vez completadas estas ofrendas,
cada novicio prestará juramento delante del ídolo, comprometiéndose a
reverenciar siempre al sol, trabajar la tierra en su honor, ser leal al Inca y
a la ciudad del Cusco, y nunca traicionarlos. Se comprometerán a informar
cualquier traición contra el Inca que conozcan y a servir en defensa del Cusco
y del Inca en caso de guerra, incluso hasta dar sus vidas en su defensa.
Después
de prestar el juramento, el señor presente en la guaca, en representación del
sol y del ídolo, agradecerá al novicio por su compromiso y le dirá que el sol
lo acepta como caballero. Una vez realizado esto, el novicio deberá expresar su
agradecimiento al sol. Luego, le vestirán con una camiseta y una manta muy
decoradas, ambas confeccionadas con tela fina. Colgarán orejeras grandes de oro
en sus orejas, sujetas con hilos rojos, y le colocarán una venera de oro grande
en el pecho. Calzarán sus pies con zapatos de enea y le pondrán en la cabeza
una cinta muy decorada llamada pillaca llauto, sobre la cual colocarán una
patena de oro. Nadie más que él podrá usar esta patena en el futuro, y si por
alguna razón se le olvida ponerla, nunca podrá hacerlo después.
Una
vez completado esto, los padrinos del novicio deberán hacerle tender los brazos
y darle algunos azotes en ellos con hondas, como recordatorio de su juramento y
la gracia que le ha sido concedida.
Una
vez realizado esto, todos desciendan juntos a la plaza de la ciudad, vestidos y
adornados como se encuentren. En la plaza, encontrarán a todos los señores del Cusco
vestidos con largas camisetas rojas que les llegan hasta los pies, con pieles
de leones sobre sus cabezas, y los rostros de estos leones mirando directamente
hacia ellos. Estas cabezas de leones también tienen orejas de oro. Además,
estos señores llevarán consigo cuatro tambores de oro.
Cuando
los novicios lleguen a la plaza, se colocarán en fila en la parte inferior, con
los rostros mirando hacia donde sale el sol. Al llegar, clavarán sus alabardas
en el suelo frente a ellos. Una vez hecho esto, los señores que están presentes
comenzarán su canto y tocarán los tambores. Después de cantar y disfrutar,
todos se sentarán en fila, bebiendo dos vasos de chicha cada uno, y ofreciendo
otros dos al sol, derramándolos delante de sus alabardas. Luego, se levantarán
y volverán a cantar, alabando al sol y pidiéndole que cuide y aumente a su
pueblo y a los novicios. Este canto se repetirá durante treinta días, desde el
día de inicio. De esta manera, cada noche estarán bien provistos de chicha, ya
que su principal felicidad, en todas sus acciones, es beber bien. Cuanto más
beben, más señores se vuelven, ya que tienen los medios para hacerlo.
Él
ordenó que, transcurridos estos treinta días, los parientes de estos jóvenes se
reunieran en la plaza y trajeran a los jóvenes consigo. Una vez allí, se les
indicó que levantaran las alabardas y, estando de pie, tomaran estas armas con
las manos. Seguidamente, con los brazos extendidos, los parientes les lanzarían
piedras con una honda, con el fin de que recordaran y conmemoraran esta
festividad. Luego de este acto, todos se dirigirían a una fuente conocida como
Calixpucquiu, también conocida como "el manantial del Calix". Una vez
en la fuente, deberían lavarse todos, lo cual se realizaría al anochecer.
Después de este lavado, se les proporcionarían camisas nuevas y preciosas, tras
lo cual sus parientes los apedrearían simbólicamente con tunas. Cada pariente,
después de lanzar las tunas, estaría obligado a ofrecer a los jóvenes ciertas
joyas y prendas de vestir, además de darles a cada uno una honda. Con este
ritual concluido, los jóvenes regresarían a sus hogares, los cuales
encontrarían limpios y con una cálida bienvenida de sus parientes. Allí, se les
ofrecerían cuatro cántaros de chicha, preparada al inicio de la festividad, de
los cuales todos beberían, embriagando al joven de manera que perdiera el
sentido. Una vez embriagado, sería sacado del recinto y se le perforarían las
orejas en el lugar que sus parientes consideraran más adecuado. Al día
siguiente, los jóvenes saldrían a la plaza en formación de batalla, con hondas
en mano y bolsas de redes al cuello, llenas de pequeñas piedras. En la plaza,
simularían una batalla para entender cómo enfrentarían a sus enemigos. De esta
manera, se establecería un orden en la ceremonia de los orejones, diferente al
realizado hasta el momento.
Después
de escuchar las disposiciones de Inca Yupanqui, los señores presentes elogiaron
la organización y planificación de los rituales, considerándolos apropiados
para llevarse a cabo en adelante. Solicitaron detalles sobre el inicio de la
festividad, a lo que Yupanqui respondió que podría comenzar en treinta días,
coincidiendo con el inicio del mes que marcaba el comienzo del año. Sin
embargo, los señores expresaron su deseo de entender mejor la estructura del
año y los meses, ya que hasta entonces no habían tenido claridad al respecto.
Yupanqui accedió a proporcionarles esa información en el futuro, indicando que
después de la festividad del sol tenía previsto organizarla. Mientras tanto,
les prometió que en diez días les daría detalles sobre los meses y las
festividades que vendrían. Tras esta conversación, cada uno de los señores se
retiró a sus aposentos para comenzar a planificar las festividades, las cuales
darían inicio en treinta días, como se había acordado. Pasado ese tiempo,
celebraron la festividad de acuerdo con las indicaciones de Yupanqui, y
continuaron haciéndolo de la misma manera hasta el año actual, mil quinientos
cincuenta y uno. Aunque algunas de estas festividades, incluyendo la
mencionada, puedan estar prohibidas en la ciudad del Cusco, los habitantes aún
las celebran en secreto en los pueblos cercanos.
Pasados
los diez días que Inca Yupanqui había mencionado a los señores, los convocó
nuevamente para discutir la organización del año y los meses, así como las
festividades que deberían observarse. Yupanqui explicó que había pasado muchos
años considerando los meses y las estaciones del año, identificando que eran
doce en total. Sin embargo, inicialmente no tenía la intención de compartir
esta información, sino que prefería establecer las festividades a medida que
avanzaba el tiempo. Pero, debido a la solicitud de los señores, accedió a
compartir con ellos los detalles sobre las festividades y sacrificios que
deberían realizarse en cada mes, instándolos a prestar atención y recordarlos
bien.
Además,
Yupanqui mencionó un concepto que había ideado llamado Pachaunanchango, que se
traduce como "conocedor de tiempo". Este sistema, presumiblemente,
serviría como una forma de calendario para ellos y sus descendientes,
permitiéndoles determinar cuándo sembrar, trabajar la tierra y realizar otras
actividades agrícolas, en caso de que perdieran el seguimiento de los meses.
Así,
estando los señores atentos, Inca Yupanqui les proporcionó los nombres para
cada mes del año. Para el mes en el que se celebraría la ceremonia de los
orejones, que marca el inicio del año, Yupanqui lo llamó Pucuy quillaimi,
equivalente a nuestro mes de diciembre. Luego, designó a enero como Coyquis, a
febrero como Ccollappoccoyquis, a marzo como Pachapoccoyquis, a abril como
Ayrihuaquis, y a mayo como Aymorayquis quilla.
En
el mes de mayo, Yupanqui estableció otra festividad solemne en honor al sol,
donde se realizarían grandes sacrificios como muestra de gratitud por la tierra
y el maíz que proporcionaba. Esta festividad comenzaría al iniciar la cosecha
de maíz y se prolongaría hasta finales de junio, mes que Yupanqui denominó
Hátun cosqui quillan. Durante esta celebración, los orejones designados en
diciembre pasado se vestirían con camisetas tejidas de oro, plata y plumas
tornasoles, y lucirían plumajes, patenas y brazaletes de oro. Esta festividad
marcaría el fin de los ayunos y sacrificios realizados desde su nombramiento
como orejones, y daría inicio a la celebración de otra festividad dirigida a
los sembradores, conocida como Yahuarincha aymoray, que se extendería desde
mayo hasta finales de junio.
Yupanqui
ordenó que esta festividad se llevara a cabo en la plaza donde ahora se
encuentra el hospital en la ciudad del Cusco, llamada Rimacpampa, y dispuso que
los señores de la ciudad vistieran camisetas coloradas proporcionadas hasta los
pies. Durante esta festividad, se realizarían grandes sacrificios a los ídolos,
incluyendo la quema y sacrificio de ganado, comida y ropa, así como la ofrenda
de joyas de oro y plata en los altares ceremoniales.
En
cuanto al mes de julio, lo nombraron Cahuarquis. En este mes, Yupanqui indicó
que era el momento de regar las tierras y comenzar a sembrar maíz, papas y
quinua, actividad que se prolongaría hasta septiembre. Agosto fue designado
como Capacsiquis, mientras que septiembre fue llamado Cituaiquis.
Durante
el mes de septiembre, Yupanqui estableció la celebración de dos festividades.
La primera se asemejaba a la fiesta de San Juan, donde la gente se levantaba a
medianoche para lavarse hasta el amanecer, portando antorchas encendidas.
Después de lavarse, se golpeaban las espaldas con las antorchas, creyendo que
así expulsaban cualquier dolencia o mal que pudieran tener.
La
segunda festividad, conocida como Purappucquiu, también se celebraba en este
mes y estaba dedicada a las aguas. Durante esta celebración, se realizaban
sacrificios ofreciendo gran cantidad de ropa, ovejas y coca. Se recolectaban
flores de todas las hierbas y plantas del campo, las cuales se arrojaban a las
aguas de los ríos del Cusco, especialmente en el punto donde se unían dos ríos.
Luego, se sacrificaban ovejas y corderos en ese mismo lugar, quemándolos en un
gran fuego y esparciendo las cenizas en el agua. Después de esto, se esparcían
las flores y se arrojaba coca molida al agua como ofrenda.
Después
de realizar estos rituales, Inca Yupanqui decidió establecer un sistema para
medir el tiempo y marcar las estaciones del año. Para ello, eligió un lugar
estratégico desde donde pudiera observar el camino que seguía el sol al
ponerse. En este sitio, erigió cuatro pirámides o columnas de piedra tallada,
dos más pequeñas en el centro y dos más grandes en los extremos, separadas por
una distancia de aproximadamente una braza. Las columnas tenían dos estados de
altura cada una y estaban dispuestas de manera que, al salir y ponerse el sol,
este pasaba por el espacio entre las dos columnas centrales.
Cuando
el sol salía, su trayectoria lo llevaba justo entre las dos columnas centrales,
y al ponerse, también lo hacía por el espacio entre esas mismas columnas. Este
sistema permitía a la gente común tener una referencia para saber la hora del
día y comprender la época del año, facilitando así las actividades agrícolas de
siembra y cosecha. Estos "relojes solares" proporcionaban una forma
efectiva de marcar el tiempo, diferenciando los movimientos y cambios que el
sol experimentaba a lo largo del año.
A
pesar de este logro, Inca Yupanqui cometió un error al asignar el mes desde el
cual contabilizar los meses del año, eligiendo diciembre en lugar de enero. No
obstante, con el tiempo logró corregir este error y establecer un sistema que
ayudó a organizar y dar orden a su sociedad.
Después
de haber organizado el año, los meses y las festividades, y tras haber
construido los relojes solares, Inca Yupanqui disfrutó de un tiempo de descanso
y recreación en su pueblo durante dos años. Durante este tiempo, permitió que
los habitantes y los caciques de las regiones subyugadas tuvieran la
oportunidad de recuperarse del trabajo realizado en la reparación de los
arroyos de la ciudad del Cusco, así como de sembrar y cosechar grandes
cantidades de alimentos y recursos para abastecer a la ciudad y sus almacenes.
Sin
embargo, Inca Yupanqui comenzó a sentir que la ociosidad podía ser perjudicial
tanto para él como para sus súbditos. Por lo tanto, convocó a los principales
líderes de la ciudad del Cusco y les expresó su preocupación, proponiendo que
era hora de que los caciques y señores subyugados llevaran sus alimentos y
provisiones a la ciudad del Cusco, junto con la mayor cantidad de gente
posible. Explicó que tenía la intención de reconstruir la ciudad del Cusco de
manera permanente, utilizando ciertos diseños arquitectónicos que había
concebido. Para lograr esto, se requeriría una gran cantidad de mano de obra, y
por lo tanto, era crucial que algunos de los líderes de la ciudad salieran en
busca de voluntarios para este proyecto.
Inmediatamente,
se designaron diez señores y veinte orejones para esta tarea. Se dirigieron a
los pueblos y provincias para organizar y movilizar a la gente, así como para
obtener los recursos necesarios para la construcción que Yupanqui tenía en
mente.
Después
de salir de la consulta, Inca Yupanqui y los otros señores recorrieron el área
circundante de la ciudad en un radio de cinco leguas en busca de recursos para
la construcción. Buscaron sierras y sitios donde pudieran extraer piedra,
cantería, barro y tierra para las mezclas necesarias en la construcción de los
edificios. Descubrieron que en el lugar de Saluoma había abundante piedra y
grandes canteras disponibles.
Una
vez confirmada la disponibilidad de los recursos necesarios, regresaron a la
ciudad y dieron instrucciones sobre cómo traer y transportar la cantería. Se
ordenó la fabricación de numerosas sogas gruesas y maromas hechas de nervios y
cueros de ovejas para este propósito.
Inca
Yupanqui diseñó el plano de la ciudad y creó maquetas de barro que
representaban cómo serían los edificios. Una vez completado este paso, llegaron
los orejones y señores que habían ido a organizar la provisión de alimentos y
la movilización de gente para los proyectos de construcción. Saludaron al Inca
como se describió anteriormente, y él los recibió con afecto.
Decidió
pasar cinco días con ellos para celebrar su llegada. Después de este tiempo,
consideró que era el momento adecuado para comenzar a trabajar en la
construcción de la ciudad. Entendía que la gente recién llegada necesitaría
descansar, por lo que ordenó a los caciques que reunieran a sus grupos en un
campo llano específico para distribuirles las tareas y darles las instrucciones
necesarias para el trabajo que tenían por delante.
Y
así, reunidas estas personas, el líder distribuyó las tareas entre los jefes
locales. Algunos fueron instruidos para transportar piedra áspera destinada a
los cimientos, mientras que a otros se les encomendó traer barro de buena
calidad y pegajoso. Con estos materiales, se construyeron los cimientos de los
edificios, comenzando desde la base, que era el punto donde tocaban el agua.
Por lo tanto, se dispuso que estos cimientos se construyeran con piedra áspera
y barro pegajoso, con el fin de resistir la posible entrada de agua sin que el
barro se deshiciera. Como mencionamos anteriormente, gran parte del terreno
donde se asentaba la ciudad consistía en pantanos y manantiales. Todos estos manantiales
fueron canalizados y distribuidos de manera que proporcionaran agua a las casas
de la ciudad a través de fuentes construidas para tal fin.
Además,
se asignaron tareas para excavar y preparar los cimientos de las casas y otros
edificios de la ciudad, así como para transportar piedra para futuras
construcciones una vez que los cimientos estuvieran completos. También se
encomendó la tarea de fabricar ladrillos de barro y tierra mezclada con
abundante paja, similar al esparto español, que debían ser compactos y bien
hechos. Estos ladrillos se utilizarían para construir desde la obra de cantería
hacia arriba, hasta que los edificios y casas alcanzaran la altura deseada.
Se
ordenó traer una gran cantidad de madera de aliso, larga y recta, con las
dimensiones adecuadas para su uso. Y una vez que los edificios estuvieran
construidos y en su forma final, se previó el uso de una mezcla especial para
revestir tanto el interior como el exterior de las casas. Esta mezcla,
preparada con el zumo de cardones, conocidos localmente como aguacolla quizca,
y abundante lana, sería aplicada sobre las paredes para asegurar que el
revestimiento se adhiriera correctamente y evitar su agrietamiento. En caso de
no contar con lana, se usaría paja finamente molida. Finalmente, se daría
brillo a las paredes y edificios una vez que la mezcla estuviera seca.
Una
vez que todas estas disposiciones fueron comunicadas, los líderes locales se
pusieron en marcha de inmediato para llevar a cabo la construcción de los
edificios y los preparativos necesarios, tal como se les había ordenado. Inca
Yupanqui entonces ordenó a todos los habitantes de la ciudad del Cusco que
abandonaran sus hogares y trasladaran sus pertenencias a los pueblos cercanos.
Una vez desalojadas las viviendas, ordenó que fueran demolidas por completo.
Una vez completada esta tarea y con el terreno limpio y nivelado, Inca
Yupanqui, junto con otros líderes de la ciudad, tomó un cordel y procedió a
medir y marcar los terrenos y ubicaciones de las nuevas casas y edificios, así
como sus cimientos.
Con
los cimientos abiertos y los materiales necesarios reunidos y preparados,
dieron comienzo a la construcción de la ciudad y sus viviendas. Este ambicioso
proyecto involucró el trabajo continuo de cincuenta mil indígenas, quienes se
dedicaron sin descanso a la tarea durante todo el tiempo que duró la obra.
Desde que Inca Yupanqui dio la orden de reparar y reconstruir la ciudad,
incluyendo sus tierras y ríos, hasta la finalización de todo lo planeado,
pasaron veinte años.
Una
vez que la ciudad estuvo completamente construida y alcanzó su perfección, Inca
Yupanqui convocó a todos los líderes principales del Cusco y a sus habitantes a
reunirse en una llanura cercana. Una vez que estuvieron reunidos, hizo traer la
maqueta de la ciudad y la pintura que había mandado hacer en barro. Con estas
representaciones ante ellos, procedió a asignar y distribuir las casas y
terrenos ya construidos, como se ha mencionado anteriormente, entre los señores
del Cusco y los demás habitantes, todos ellos pertenecientes a la nobleza,
descendientes de su linaje y de los señores que le precedieron desde los
tiempos de Manco Cápac.
La
distribución se realizó de la siguiente manera: los tres amigos y aliados de
Inca Yupanqui poblaron desde las Casas del Sol hacia abajo, en dirección a la
confluencia de los dos ríos, en el área donde se habían construido las casas
entre ambos ríos. Esta zona fue designada como Hurin Cusco, que significa
"el Cusco bajo". La parte más elevada de esta área, en la punta de la
colina, se llamó Pumap Chupan, que significa "cola de león". Los tres
señores y sus seguidores, quienes eran parte de los linajes mencionados, se
establecieron en este lugar, dando inicio y fundación a los tres linajes de
Hurin Cusco. Estos señores fueron Vica Quirao, Apu Mayta y Quilliscachi Urco
Guaranga.
Desde
las Casas del Sol hacia arriba, todo lo que abarcaban los dos arroyos hasta
llegar al cerro que ahora constituye la fortaleza, fue asignado y distribuido
entre los parientes más cercanos y descendientes directos de Inca Yupanqui por
línea directa. Estos parientes eran hijos legítimos de señores y señoras
pertenecientes a su mismo linaje. Por otro lado, los tres señores que había
mandado poblar desde las Casas del Sol hacia abajo, como se mencionó
anteriormente, eran hijos ilegítimos de señores, concebidos con mujeres de
origen común y de menor estatus dentro de la sociedad. A estos hijos concebidos
de esta manera se les llama Guaccha Cconcha, que significa "provenientes
de gente pobre y de baja generación". Aunque sean descendientes del Inca,
no son considerados ni respetados por los demás señores, y son tratados como
simples orejones, es decir, miembros comunes de la nobleza.
Es
importante entender que el Inca, como gobernante, tiene una esposa principal
que no puede ser de origen pobre. Esta mujer principal debe ser de su misma
estirpe, hermana o prima hermana del Inca. A esta mujer principal se le llama
Pihuihuarmi o Mamanguarmi. La gente común, al referirse a esta esposa principal
del Inca, la llama Pocaxa Intichuri Cápac Coyaguacchacuyac, que significa
"Hija del Sol y única reina amigable con los pobres". Esta esposa
principal debe ser descendiente directa de señores y estar libre de cualquier
mezcla con Guaccha Concha, como se mencionó anteriormente.
Cuando
el Inca asume el cargo, tomando la borla del Estado y los símbolos reales, esta
esposa principal se convierte en su consorte oficial. Los hijos nacidos de esta
esposa principal son llamados Pihuichuri, que significa "legítimos".
El hijo mayor de estos es considerado el heredero legítimo del Estado. En caso
de que el Inca muera dejando un hijo que aún no sabe gobernar, este hijo sería
proclamado como Inca y se le colocaría la borla en la cabeza, incluso si aún
fuera un niño lactante. A este niño se le llamaría Huayna Capac, que significa
"joven rey". Es importante mencionar que el nombre Huayna Capac está
compuesto por "Capa" que significa rico, y "Guaina" que
significa joven. Si se invirtiera el orden de las palabras, se obtendría
"Capa Guaina", que significaría joven rico. Sin embargo, se utiliza
"Guaina Capac" con la "c" final, lo que significa joven
rey.
Además,
aquellos que no comprendían el significado real de este término, construyeron
otro nombre que dice "mancebo Viracocha", interpretándolo como
"podremos tener", que en su idioma significa Dios. Esto se debe a que
este nombre lo utilizan para referirse a lo que consideran el Creador. Cuando
los españoles llegaron a esta tierra y observaron a la gente que era muy
diferente a ellos, como la historia posteriormente detallará, los denominaron a
todos, individualmente, como Viracocha. Aquellos que intentaban entender la
lengua de los nativos para construir este nombre se detenían a pensar y
llegaban a la conclusión de que "vira" podría significar
"manteca" y "cocha" "mar". Interpretaron esto
como "manteca de la mar" o "espuma de la mar". Sin embargo,
esto no refleja el verdadero significado, que es propiamente Dios. Así que, cuando
los españoles llegaron a esta tierra, llamaron a los nativos por este nombre y
los consideraron como dioses.
Continuando
con nuestra historia, a este joven heredero se le asignaban tutores y
gobernadores que se encargaban de dirigir el reino durante el tiempo que
consideraban que aún no estaba en edad para gobernar por sí mismo. Si el Inca,
después de haber tomado a esta mujer principal como esposa, o incluso antes de
eso, tenía otras cincuenta mujeres que eran sus hermanas y parientes, ya que
era costumbre tener a todas sus hermanas como esposas, los hijos nacidos de
estas mujeres no heredaban su posición real, a menos que fueran hijos de la
mencionada mujer principal legítima. Si esta mujer no le daba hijos varones, o
si daba hijas, entonces el estado y el reinado se transferían al hijo mayor que
hubiera tenido cualquiera de las otras mujeres, siempre y cuando demostrara
capacidad y aptitud para gobernar el reino y la república. Si no reunía los
requisitos adecuados, se seleccionaba entre los hermanos del Inca al que
pareciera más apto para gobernar, y a este hermano se le daba en matrimonio la
hermana del Inca, siguiendo el mismo procedimiento que había seguido su padre
con la mujer principal, a quien tanto los señores del Cusco como los demás
señores de toda la tierra reconocían y respetaban como su reina y señora
principal.
Retomando
el propósito de la distribución de la ciudad y sus viviendas, Inca Yupanqui
procedió a repartirlas como se ha mencionado anteriormente, reservando para sí
las casas y terrenos que consideraba suficientes para sus necesidades. Una vez
completada esta tarea, instruyó que la ciudad debía ser habitada únicamente por
su propia gente y sus orejones, excluyendo así la presencia de otras etnias o
grupos, con el fin de asegurar que esta ciudad se convirtiera en la más
destacada de toda la tierra. Tal como Roma en la antigüedad, donde todos los
demás pueblos estaban destinados a servir y reverenciar.
Para
llevar a cabo esta decisión, ordenó que los descendientes del linaje de Allcahuiza,
el cacique señor que Manco Cápac encontró asentado en ese lugar, tal como lo
relata la historia, fueran trasladados y establecidos cerca del Cusco, a una
distancia de aproximadamente dos tiros de arcabuz de la ciudad. Estos
individuos recibieron el apoyo y la asistencia de Inca Yupanqui para construir
sus nuevas viviendas. Una vez finalizadas, Inca Yupanqui dio al pueblo el
nombre de Cayaucachi. Con esta acción, los descendientes de Allcahuiza fueron
desplazados de la ciudad del Cusco y quedaron sometidos y subordinados. Este
evento podría interpretarse como un cambio repentino en su hogar, que los
obligó a abandonar sus antiguas residencias.
Después
de que Inca Yupanqui hubiera distribuido la ciudad del Cusco como se ha
relatado, decidió nombrar cada lugar y terreno dentro de la ciudad, y en su
conjunto la llamó "Cuerpo de León", expresando así que los habitantes
de la ciudad eran los miembros de este león, y él mismo era la cabeza de este
cuerpo.
Los
señores de la ciudad, impresionados por las grandes y continuas bendiciones que
habían recibido de Inca Yupanqui, y reconociendo su profunda sabiduría y su
dedicación al bienestar de la república, comenzaron a considerar cómo podrían
ofrecerle un servicio especial que fuera de su agrado y que lo beneficiara.
Reunidos en asamblea, acordaron que el servicio que debían ofrecerle consistía
en colocarle la borla del Estado y la insignia real, según la antigua
costumbre, y darle un nuevo nombre.
Una
vez acordado esto, salieron de la reunión llenos de alegría, pensando que
habían encontrado la manera de complacer al Inca. Se dirigieron entonces a la
casa del Inca, donde lo encontraron ocupado, pintando y dibujando puentes y
cómo debían ser construidos, así como también diseñando caminos que conectaban
con estos puentes y ríos desde los pueblos cercanos.
Al
llegar ante el Inca y saludarlo con el debido respeto, los señores de la
ciudad, intrigados por los dibujos que veían, le preguntaron qué era lo que
estaba dibujando. El Inca, notando la alegría que manifestaban al acercarse,
les respondió con paciencia: "Decidme vosotros, ¿qué petición traéis todos
juntos y por qué venís tan alegres? ¿Por qué me preguntáis esto? Cuando sea el
momento adecuado, yo os informaré y daré las órdenes correspondientes a cada
uno según le corresponda. No me preguntéis de nuevo, porque os aseguro que os
lo diré en su momento. Desde que mi padre partió de este mundo, he dedicado mi
atención exclusivamente a asuntos que os beneficien y que promuevan vuestro
bienestar. Y así será mientras yo viva".
Los
señores agradecieron sus palabras y le pidieron que considerara sus
solicitudes. El Inca les instó a decir cuál era el propósito de su visita y les
pidió que se retiraran, ya que les estaba haciendo perder el tiempo. Entonces,
los señores explicaron que habían acudido para preguntar cuándo tenía previsto
el Inca asumir la borla del Estado, ya que consideraban que era el momento
adecuado. Querían organizar y preparar todo lo necesario para la ceremonia,
incluyendo los ayunos y rituales correspondientes.
Al
escuchar esto, el Inca sonrió y les dijo que estaban muy lejos en sus
pensamientos, ya que estaban muy por detrás de lo que él tenía planeado. Les
instó a no perder el tiempo con tales pensamientos, ya que él tenía claro que
mientras su padre estuviera vivo, no tenía intención de asumir la borla del
Estado. Explicó que creía que su padre tenía la intención de otorgar la borla a
su hijo Inca Urco después de su muerte, según lo que le había dicho sobre que
Urco debía pisar las insignias del Chanca Uscovilca, que él había vencido. Les
aseguró que no tomaría la borla mientras su padre estuviera vivo, a menos que
su padre fuera personalmente a la ciudad del Cusco para colocársela en la
cabeza con sus propias manos, en cuyo caso la aceptaría. Agradeció la buena
voluntad que habían mostrado y les juró que compensaría la afrenta que su padre
les había causado a ellos y a su ciudad al abandonarla.
Para
sellar este juramento, tomó un vaso de chicha en sus manos y lo derramó en el
suelo, diciendo que su sangre sería derramada de la misma manera si no cumplía
su palabra de reparar la deshonra que su padre les había infligido a ellos y a
su ciudad. Al comprender la determinación del Inca, los señores, viéndolo
enojado, optaron por no responder a su desafío. El Inca les indicó entonces
que, si no tenían otro asunto que tratar, podían retirarse. Los señores
respondieron que no habían venido por otro motivo que el que ya habían
mencionado.
Así
pues, estos señores se retiraron y volvieron a reunirse como lo habían hecho
anteriormente. En esta nueva reunión, discutieron cómo podrían lograr que Inca
Yupanqui recibiera la borla del Estado que tanto deseaban. Acordaron enviar
mensajeros a Viracocha Inca para rogarle que viniera a la ciudad del Cusco,
informándole sobre el nuevo desarrollo de la ciudad, lo cual le gustaría ver.
Además, le pedirían que, como muestra de favor y para satisfacción de ellos,
otorgara la borla del Estado a su hijo Inca Yupanqui, ya que él había
renunciado a ella y había declarado a los caciques que había ido a verle que la
entregaba a su hijo Inca Yupanqui, para que la mantuviera y fuera colocada en
su cabeza por ellos. Esta renuncia se debía a su respeto hacia su padre.
Una
vez acordado esto por los señores, enviaron a sus mensajeros a Viracocha Inca,
que se encontraba establecido en su penol. Al recibir la embajada de los
señores, Viracocha Inca se dirigió a la ciudad del Cusco. Cuando el Inca
Yupanqui supo de su llegada, salió a recibirlo en el camino y lo saludó como a
su señor y padre. Juntos ingresaron a la ciudad. Al ver la magnificencia de la
ciudad y sus edificaciones, así como el orden y gobierno establecido por Inca
Yupanqui, tanto en los depósitos como en otros aspectos relacionados con el
bien de la república, y el amor que le tenían todos los habitantes y señores,
Viracocha Inca, en presencia de los señores y caciques del Cusco, reconociendo
la grandeza de la ciudad y el buen gobierno de Inca Yupanqui, declaró:
"Verdaderamente, tú eres hijo del sol; te nombro rey y señor". Acto
seguido, tomó la borla de su propia cabeza.
Y
era una costumbre entre estos señores que, cuando se llevaba a cabo tal
ceremonia, aquel que colocaba la borla en la cabeza del otro también le
asignaba un nombre que debía llevar de ahí en adelante. Así, cuando Viracocha
Inca le puso la borla en la cabeza a Inca Yupanqui, le dijo: "Yo te nombro
para que de ahora en adelante te llamen los tuyos y las demás naciones que te
estén sujetas, Pachacútec Yupanqui Capac Indichuri", que significa
"Vuelta de tiempo, Rey Yupanqui, Hijo del Sol". "Yupanqui"
es el apellido y linaje al que pertenecen, ya que Manco Capac, el fundador del
imperio incaico, también llevaba ese apellido como sobrenombre.
Después
de que Inca Yupanqui fue nombrado rey y señor, mandó traer una olla que se
usaba comúnmente, ordenando que se la trajeran tal como la encontraran en la
casa, sin lavarla. Una vez que la olla fue llevada, la llenaron con chicha, sin
limpiarla, y una vez llena, se la ofrecieron a su padre Viracocha Inca,
indicándole que la tomara y bebiera sin dejar ni una gota en ella.
Al
ver Viracocha Inca lo que se le ordenaba por parte del nuevo señor, tomó la
olla y, sin decir una palabra, bebió la chicha. Una vez que la hubo bebido, se
inclinó ante él y le pidió perdón. El nuevo señor respondió que no tenía nada
que perdonarle, que entendía que Viracocha Inca había actuado en nombre de la
ciudad del Cusco y de los señores presentes, debido a las circunstancias que lo
llevaron a tomar esa decisión. Añadió que como era mujer, debería beber de
ollas similares a la que había utilizado. Viracocha Inca, mientras estaba en el
suelo con la cabeza inclinada hacia él, respondía de vez en cuando a las
palabras del nuevo señor con "chocayun", expresando su reconocimiento
y arrepentimiento.
Después
de este encuentro, el nuevo señor hizo que Viracocha Inca se levantara y lo
acompañó a su casa, donde lo alojó con esplendor. Luego, compartieron una
comida juntos, y a partir de ese momento, el nuevo señor se esforzó por
honrarlo, complacerlo y asegurar su bienestar.
Luego,
los señores del Cusco organizaron el suministro necesario para las
festividades, sacrificios y ayunos que el Inca debía realizar, así como para
recibir a su esposa en esa ceremonia. Una vez todo estaba preparado, el Inca se
retiró a un aposento designado para ello, mientras que su esposa y su suegra
fueron llevadas a otro lugar. Durante diez días, tanto el Inca como sus
parientes ayunaron, consumiendo únicamente maíz crudo y chicha, aunque podían
moverse por la ciudad.
Durante
estos días, los señores del Cusco llevaron a cabo numerosos y elaborados
sacrificios a todos los ídolos y huacas que rodeaban la ciudad, especialmente
en la Casa del Sol. Se sacrificaron una gran cantidad de animales, incluyendo
ganado, ovejas, corderos, venados y una variedad de aves como águilas,
halcones, perdices, avestruces, patos y otras aves domésticas. También se
sacrificaron otros animales, como tigres y leones, pero se evitaron las zorras
debido a la creencia de que su presencia podría traer mala suerte durante estas
ceremonias.
Además,
durante estos rituales, muchos niños y niñas fueron sacrificados, siendo
enterrados vivos, vestidos y adornados con esmero. Eran enterrados de dos en
dos, un niño y una niña, junto con abundantes objetos de oro y plata, como
platos, escudillas, cántaros, ollas y vasos para beber, así como otros enseres
que un indio casado solía poseer, todo elaborado con estos metales preciosos.
Estos niños sacrificados pertenecían a familias de caciques y principales.
Mientras se llevaban a cabo estos sacrificios, toda la ciudad celebraba con
grandes fiestas y regocijos en la plaza.
Una
vez transcurridos estos días, los padres de la joven y otros parientes llevaban
a la mujer ante el Inca. Ella estaba vestida con prendas finas, tejidas con
hilos de oro y plata. Estos vestidos estaban sujetos por cuatro alfileres de
oro, cada uno de aproximadamente dos palmos de largo y con un peso de dos
libras de oro. En su cabeza llevaba una cinta de oro, tan ancha como un dedo
pulgar, que casi parecía una corona. También llevaba una faja tejida con lana fina
y oro alrededor de la cintura, adornada con diversas pinturas.
Ella
llevaba otra manta por encima, tejida con hilos de oro y plata, adornada con
intrincadas labores, como era costumbre para vestimenta. Sus pies estaban
calzados con zapatos de oro, atados también con hilos del mismo metal precioso.
Su aspecto era impecable, con el cabello limpio y peinado con esmero.
Cuando
llegaron donde estaba el Inca, sus padres y familiares solicitaron al nuevo
Señor Pachacuti Inca Yupanqui que aceptara como esposa a su hija. Al reconocer
que era algo conveniente y apropiado para él, el nuevo Señor accedió a tomarla
como esposa. Inmediatamente, ordenó a los señores del Cusco que la reconocieran
como su Señora. Los padres de la joven expresaron su gratitud, y los señores
del Cusco la recibieron como tal. Viracocha Inca, padre del nuevo Señor, se
levantó entonces y la abrazó y besó en la mejilla, gesto que ella correspondió.
Como muestra de generosidad, el nuevo Señor le otorgó ciertos pueblos que
formaban parte de su herencia.
Después,
el nuevo Señor abrazó y besó a su esposa, ofreciéndole cien mamaconas, mujeres
para servirla. Luego, fue conducida a las Casas del Sol, donde realizó su
sacrificio. El sol la bendijo, y su mayordomo, en su nombre, ofreció cincuenta
mamaconas adicionales. Una vez en las casas del Inca, los señores de la ciudad
acudieron a ofrecer sus presentes, que consistían en valiosos objetos de oro y
plata, como cántaros, platos, escudillas, ollas y vasos para beber, así como
también un gran número de yanaconas, que superaban los doscientos, para su
servicio personal.
Después
de finalizadas las festividades, Viracocha Inca le indicó a su hijo que era
momento de regresar a su pueblo, ya que las celebraciones y alegrías habían
durado tres meses, durante los cuales él había permanecido siempre allí.
Pachacuti le respondió que podía partir en el momento que deseara. Una vez
provisto de todo lo necesario por Inca Yupanqui, tanto en provisiones como en
cualquier otra cosa que necesitara en su pueblo, Viracocha Inca partió.
Inca
Yupanqui le pidió que, siempre que hubiera celebraciones en el Cusco, se uniera
a ellas, a lo que él asintió. De hecho, cada vez que se celebraban festividades
en la ciudad, Viracocha Inca siempre estaba presente.
Pasaron
diez años desde la coronación de Pachacuti Inca Yupanqui cuando Viracocha Inca,
disfrutando de su residencia en su pueblo en el peñón de Cagua Xaquixahuana,
ubicado sobre el pueblo de Calca, a siete leguas de la ciudad del Cusco,
enfermó gravemente. A pesar de haber luchado contra la enfermedad durante
cuatro meses, finalmente falleció a la edad de ochenta años.
Después
de su fallecimiento, Inca Yupanqui honró profundamente a Viracocha Inca. Hizo
traer su cuerpo en andas ricamente adornadas, como si estuviera vivo, hasta la
ciudad del Cusco, cada vez que había festividades. Durante estas ceremonias, se
le mostraba gran respeto, tanto por parte de los señores del Cusco como de los
demás caciques, como si aún estuviera vivo. Frente a la figura, se sacrificaban
y quemaban numerosas ovejas y corderos, así como se ofrecía ropa, maíz, coca y
abundante chicha. Se creía que el bulto consumía estas ofrendas, siendo
considerado como hijo del sol y habitante del cielo.
Inca
Yupanqui ordenó la creación de numerosos bultos, uno por cada Señor que había
gobernado desde Manco Capac hasta su padre, Viracocha Inca. Estos bultos fueron
elaborados con esmero y decorados con plumas de colores, antes de ser colocados
en escaños tallados y pintados con gran belleza. Estos escaños fueron
destinados a albergar los bultos, incluyendo el de su padre, a los cuales se
les ordenó que todos reverenciaran como ídolos y a los cuales se les
realizarían sacrificios.
Estos
bultos fueron instalados en las casas, y cada vez que algún señor entraba donde
estaba el Inca, primero rendía homenaje al sol, luego a los bultos, y
finalmente se dirigía al Inca para hacer lo mismo.
Para
los sacrificios de estos bultos, Inca Yupanqui designó una cantidad específica
de yanaconas y mamaconas, a quienes les otorgó tierras para cultivar y
recolectar alimentos destinados al servicio de estos ídolos. También asignó
numerosos animales para los sacrificios que se debían realizar. Este servicio,
tierras y ganado fueron distribuidos para cada bulto individualmente, y se ordenó
que se les atendiera con gran cuidado, proporcionándoles comida, bebida y
sacrificios tanto por la noche como por la mañana.
Inca
Yupanqui también designó mayordomos para cada uno de estos sirvientes y ordenó
que estos mayordomos, así como cada grupo de sirvientes, cantaran himnos en
honor a los logros de los diferentes Señores, comenzando con Manco Capac. Estos
himnos debían ser cantados durante todas las festividades, narrando la historia
de los Señores que habían gobernado hasta ese momento, estableciendo así una
tradición que permitiera preservar la memoria de sus ancestros y sus logros.
Para
facilitar el servicio, Inca Yupanqui estableció que los yanaconas y sus
familias vivieran en casas, pueblos y estancias ubicados en los valles y
alrededores de la ciudad del Cusco. Estos descendientes tenían la
responsabilidad perpetua de servir a los bultos que él había designado y
establecido. Desde entonces hasta la actualidad, este sistema ha continuado, a
menudo de manera oculta o secreta, ya que los españoles no comprenden su
significado.
Estos
bultos fueron ocultados en graneros, ollas, tinajas grandes e incluso en huecos
de las paredes, de manera que no pudieran ser descubiertos fácilmente.
Cuando
Inca Yupanqui ordenó que los bultos fueran colocados en los escaños, también
instruyó que se les adornara con diademas de plumas elegantes en sus cabezas,
de las cuales colgaban orejeras de oro. Además, ordenó que se colocaran patenas
de oro en las frentes de cada uno de estos bultos. Siempre debían estar acompañados
por dos mamaconas, mujeres con plumas rojas largas en las manos y atadas a
varas, con las cuales ahuyentarían las moscas que pudieran posarse sobre ellos.
El servicio hacia estos bultos debía ser extremadamente limpio, y las mamaconas
y yanaconas que los atendieran debían presentarse con limpieza y reverencia,
vistiendo adecuadamente y mostrando respeto ante los bultos.
Con
estas acciones, Inca Yupanqui logró dos objetivos: primero, que sus antepasados
fueran considerados y respetados como dioses, asegurando así que su memoria
perdurara. Segundo, anticipó que él mismo sería venerado de la misma manera
después de su muerte.
Una
vez establecido como Señor, según lo narrado en la historia, y después de haber
disfrutado de un tiempo con los suyos, Inca Yupanqui convocó a todos los
señores de la ciudad del Cusco, así como a los demás caciques y líderes, para
reunirse en la plaza principal. Todos acudieron a su llamado.
Una
vez reunidos, les comunicó que tenía conocimiento de que en los alrededores de
la ciudad había numerosos pueblos y provincias que podrían ser incorporados al
dominio del Cusco. Dado que él consideraba que vivir con poco era insuficiente
para sus ambiciones, les anunció su intención de partir de la ciudad en dos
meses para buscar, conquistar y someter esos pueblos y provincias al gobierno
del Cusco. Además, expresó su deseo de eliminar los títulos de
"Capac" que cada señor de esos lugares tenía, proclamando que él
sería el único "Capac" y líder supremo.
Inca
Yupanqui declaró su disposición a enfrentarse a cualquier señor que desafiara
su autoridad y se mostró confiado en su éxito, ya que contaba con el apoyo del
sol. Para llevar a cabo esta empresa, necesitaba reunir cien mil hombres de
guerra en la ciudad del Cusco durante los dos meses siguientes, equipados con
armas y todos los suministros necesarios para la expedición.
Ante
la propuesta de Inca Yupanqui, los señores presentes expresaron su disposición
para proporcionarle la cantidad de hombres necesaria y servirle en su empresa. Además,
ofrecieron acompañarlo personalmente en esta expedición. Solicitaron un plazo
de tres meses para reunir y organizar la fuerza requerida.
Pachacuti
Inca Yupanqui aceptó complacido esta oferta y les indicó que durante ese tiempo
dejaran a cargo de sus tierras a sus principales y mayordomos. También les
instruyó que, como señal de respeto y para desviar cualquier sospecha, echaran
ciertos vasos de chicha en el río, como si estuvieran compartiendo un brindis
con las aguas.
Este
gesto estaba arraigado en una costumbre muy arraigada entre los señores y
nobles del Cusco y de toda la región. Cuando un señor o señora visitaba a otro,
era costumbre llevar consigo un cántaro de chicha. Al llegar, se escanciaba la
chicha en dos vasos: uno para el anfitrión y otro para el visitante. Este
ritual era una muestra de gran respeto y consideración entre los nobles. Si no
se llevaba a cabo este gesto de cortesía, se consideraba una afrenta y podía
resultar en la pérdida de relación entre las partes involucradas. De esta manera,
al simular el brindis con las aguas, los señores aseguraban que no levantaran
sospechas sobre sus verdaderas intenciones.
Inca
Yupanqui también ordenó que, durante este sacrificio, dos señores del Cusco se
situaran a lo largo del río, uno en cada margen, acompañados cada uno por diez
indios seleccionados. Estos indios llevarían palos largos para, en caso de que
los objetos sacrificados se quedaran atrapados en las aguas, poder empujarlos
hacia el centro del río para que las corrientes los arrastraran. Estos señores
y sus acompañantes recorrerían treinta leguas río abajo para asegurarse de que
nada quedara atrapado en las orillas.
Para
mostrar que la tierra estaba dando frutos gracias a las aguas, ordenó que en el
mes en que se realizaba este sacrificio, todos los habitantes de la región
llevaran la mayor cantidad de alimentos que pudieran recolectar de sus tierras.
Esta comida sería colocada en la plaza del Cusco y luego distribuida por toda
la ciudad entre la población. De esta manera, se pretendía que la comunidad
entendiera que los frutos de la tierra eran el resultado del sacrificio
realizado a las aguas y que todos se beneficiaban de él.
Esta
festividad, ordenada por Inca Yupanqui en el mes que hemos mencionado,
comenzaba alrededor de la mitad del mes lunar y duraba cuatro días. Además,
este señor nombró a este mes "Omaraimiquis".
Durante
este mes, Inca Yupanqui dispuso que no se celebrara ninguna festividad en la
ciudad, excepto la festividad de Oma en su propio pueblo, que se encontraba a
una legua y media de distancia. En esta ocasión, concedió el permiso para que
los habitantes de Oma, así como los Ayarmacas, Quivios (Quizcos) y Tambos,
pudieran perforarse las orejas como marca de su lealtad al Cusco, siempre y
cuando no se cortaran el cabello. Esta distinción permitiría identificarlos
como súbditos del Cusco, ya que los orejones, los señores y futuros gobernantes
designados por Inca Yupanqui, llevaban el cabello trenzado y las cabezas
adornadas con plumas hacia arriba, una señal distintiva que los distinguiría en
toda la región cuando viajaran fuera del Cusco.
El
mes siguiente, Inca Yupanqui lo denominó "Cantarayquis". Durante este
periodo, comenzaban a preparar la chicha que se consumiría en los meses de
diciembre y enero, cuando iniciaba el nuevo año. Además, se celebraba la fiesta
de los orejones, como se ha narrado en la historia previamente.
Inca
Yupanqui asignó nombres a cada uno de estos meses, como ya se ha mencionado
anteriormente, explicando que cada mes constaba de treinta días y que el año
tenía trescientos sesenta días. Para evitar que perdieran la cuenta de los
meses y los momentos oportunos para sembrar y celebrar festividades, les reveló
que había creado unos dispositivos llamados "pachaunanchac", que
funcionaban como relojes. Estos dispositivos, que había construido en los diez
días en los que se negó a revelarles la información anteriormente mencionada,
tenían la siguiente estructura:
Cada
mañana y tarde, Inca Yupanqui observaba la posición del sol durante todos los
meses del año, teniendo en cuenta los tiempos de siembra y cosecha, así como la
puesta del sol. También observaba la fase de la luna, ya sea nueva, llena o
menguante. Estos relojes fueron instalados en las cimas de las montañas más
altas, en la dirección donde el sol salía y se ponía.
Lamentablemente,
es hora de despedirnos por hoy. En nuestra próxima reunión, continuaré
compartiéndote más detalles. Pero por ahora, el día se nos ha escapado y es
momento de descansar.
—Sí,
ya es tarde. Ha sido un placer pasar este día contigo, Juan. Nos vemos el
domingo, después de un buen almuerzo, para seguir conversando sobre cómo mi
siglo ha enfrentado esta mezcla de emociones.
—Nos
vemos, Lorenzo. Después de todo este día, creo que ya podemos tratarnos de tú.
—A
veces, los protocolos son necesarios... ¡Adiós!
—¡Hasta
pronto!
Fin
Compilado y realizado por Lorenzo Basurto Rodríguez
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